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POEMAS
A) De “Ritmos, I y II” (1918-20): selección
B) De “Testimonio: una historia de los Estados Unidos entre 1885 y 1915” (1965):
-AMELIA -Era una lluviosa noche de Marzo…
-Él era un hombre casado… -Era ya casi de día cuando dio a luz…
1
C) De “Holocausto” (1975):
I. D E P O R T A C I Ó N IV. G U E T O S
II. I N V A S I Ó N LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
III. I N V E S T I G A C I Ó N
Ritmos I
Golpeo con mi puño en las robustas puertas, Las estrellas volverán entonces
no se oyen pasos de respuesta a brillar para siempre,
en los pasillos. los puños
permanecerán relajados,
He caminado los pies jamás
Hasta acabar cansado y entumecido, volverán a caminar
yendo y viniendo
por las tenebrosas calles. Y todo cuanto digo
será arrastrado por el viento
Los reconfortantes vientos, todavía muy lejos.
Versión de A. Marcos
Ritmos II
2
Selección y versiones de Jonio González:
1
El hombre muerto yace en la calle. Extienden
una bolsa sobre su cabeza sangrante.
Llovizna. La cuneta y las aceras
son negras. Su esposa, ahora en la ventana,
la cena hecha, la mesa puesta,
espera a que llegue saliendo de lo mojado.
2
En el puente de Brooklyn vi a un hombre
caer muerto.
No importaba más que si se tratara de un gorrión.
Sobre nosotros se alzaba Manhattan; por debajo,
el río se extendía para encontrarse con el mar y el cielo.
3
Las dependientas se marchan del trabajo
silenciosamente.
Las máquinas están ya quietas, las mesas y sillas
se oscurecen.
Empiezan las sigilosas rondas de ratones y cucarachas.
4
Terminado mi trabajo, me apoyo en el alféizar de la ventana
y miro los árboles gotear.
Ha dejado de llover, el pavimento mojado resplandece.
Desde las pequeñas ramas desnudas
hileras de gotas cuelgan como brillantes capullos.
5
La tarde invernal se oscurece.
El zapatero se inclina sobre los zapatos,
su martillo golpea cada vez más rápido.
3
Los dedos de tus pensamientos moldean
tu rostro sin cesar.
Las pequeñas olas de tus pensamientos
lavan
tu hermoso rostro.
7
En la tienda, ella, su madre y la abuela imaginándose a veces
a mujeres junto a ventanas en calles tranquilas,
o a mujeres que leen; un brillo en las manos en reposo.
8
El Sol estaba bajo sobre el agua azul de la mañana;
llegaban silenciosas las olas de la bahía sobre la playa lisa,
donde por la noche los plateados peces habían muerto boqueando.
9
Los que han demolido la casa han dejado la puerta y una escalera,
que ahora conduce hacia la habitación vacía de la noche.
I
IV
Moscas porfiadas zumbando
en la mañana, cuando ella Los sándwiches son un asunto
se despierta. metódico:
Los techos planos, más altos o más tostada, tocino, tostada,
bajos, chimeneas, depósitos de agua,
cornisas.
pollo, tostada.
II
Sorbemos nuestro café mirando a
El parque en invierno. las mujeres pintadas
Llueve. Los olmos se curvan caminar ágilmente hacia sus asientos,
volviéndose nubes de pequeñas ramitas. serias, despectivas.
El césped está vacío.
V
III
No escuchamos ningún paso en el
Oscuridad, temprano y sólo el río brilla pasillo. Ella apareció
como hielo gris; los barcos de repente, como un arcoiris.
atracaron con rapidez.
4
duro, y lo muerde.
VI
VII
Ancianos y niños rebuscan en la basura mojada
con los dedos Aun me queda mucho que leer, pero
y meten desperdicios en bolsas. Es muy tarde.
El anciano gordo ha encontrado un trozo de pan Apago la luz.
B) De “Testimonio: una historia de los Estados Unidos entre 1885 y 1915” (1965):
AMELIA
Amelia tenía tan sólo catorce años y había salido del asilo;
era su primer trabajo en el taller de encuadernación,
“sí señor, sí señora,”
¡ah! estaba ansiosa por agradar;
se colocó ante la mesa, con su pelo rubio colgado
sobre los hombros.
Hacer los paquetes correspondía a María y Sadie, las grapadoras
(empaquetaban contando los libros y apilándolos para su envío).
Había veinte máquinas de coser con alambre en el suelo
funcionando mediante un eje que corría bajo la mesa;
y cada grapadora ponía su trabajo a través de la máquina.
Amelia soltó los libros sobre la mesa; se amontonaban de prisa y algunos
se deslizaron al suelo.
(La jefa había advertido que el trabajo no cayera a tierra);
Amelia se inclinó para recogerlos;
tres o cuatro se hallaban bajo la mesa
entre las tablas clavadas contra las patas.
Notó que su cabello era atrapado suavemente;
puso la mano
y sintió el eje dando vueltas y vueltas
con el cabello enganchado en él, hiriéndola, sinuoso, girando,
hasta que el cuero cabelludo se arrancó de su cabeza
y la sangre le iba cayendo por toda la cara hasta la cintura.
Versión de A. Marcos
5
y salía del orfanato.
Él siempre la ayudaba;
la abrazaba y la besaba
hasta que ella finalmente
comenzó a cogerle verdadero cariño.
1
Una noche, un policía vino y le dijo
–él había llegado desde Polonia y se había quedado en Alemania casi
treinta años–,
a él y a su familia le dijo:
“A la estación de policía, ahora.
Pero van a volver de inmediato”, agregó el policía.
“No lleven nada consigo
solo sus pasaportes”.
Cuando llegaron a la estación de policía,
vieron hombres, mujeres y niños judíos,
–algunos sentados, otros de pie–
muchos llorando.
Todos fueron llevados a la sala de conciertos del pueblo
–judíos de todos los barrios de la ciudad–
y los dejaron ahí por veinticuatro horas,
y luego los llevaron en camiones de la policía a la estación de trenes.
Las calles por las que los camiones pasaron estaban abarrotadas
de gente gritando,
“¡Los judíos a Palestina! ¡Que se vayan a Palestina!”
Y pusieron a todos los judíos en un tren
y se los llevaron hacia la frontera polaca.
Llegaron allí en la mañana
–trenes desde todas partes de Alemania–
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hasta que los judíos sumaron miles.
Allí fueron registrados
y si alguien llevaba más de diez marcos,
el resto era confiscado;
y los hombres de la S.S., los nazis de los escuadrones de protección, tomándolo decían:
“¡Ustedes llegaron con menos que eso a Alemania–
no pueden llevarse más!”
Los hombres de los escuadrones de la S.S. estaban “protegiéndolos”
mientras caminaban hacia la frontera con Polonia;
azotando a los que se demoraban
y arrebatando cualquier maleta que pudieran coger
mientras gritaban “¡Corran! ¡Corran!”
Cuando llegaron a la frontera con Polonia, los oficiales polacos
examinaron los papeles de los judíos
y vieron que eran ciudadanos polacos
y los llevaron a un pueblo de casi seis mil habitantes–
los judíos eran por lo menos el doble.
La lluvia caía con fuerza
y los polacos no tenían lugar donde meterlos
salvo en establos:
el suelo estaba cubierto de estiércol de caballo.
2
Un judío había ido a la oficina de la comunidad judía de la ciudad
encontró que la oficina estaba cerrada
y dos hombres de un escuadrón S.S. con cascos de acero y rifles
estaban en la puerta.
(Los dos eran miembros de la “división de entretenimiento”
y hacían todo tipo de cosas
para entretenerse ellos mismos y a otros).
Le dieron al judío una cubeta con agua caliente
y le ordenaron que limpiara los peldaños de la entrada;
el agua tenía un ácido que le quemaba las manos.
El rabino jefe de la comunidad, que llevaba su túnica y su manto de oración,
fue empujado junto a él
y también le ordenaron limpiar los peldaños;
los otros hombres de la S.S., parados alrededor y otros que pasaban
sonreían o se burlaban.
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3
Un sacerdote en Alemania les encontraba refugio a los judíos
y los judíos iban a él para esconderse.
Él los enviaba a casas de obreros en los suburbios de Berlín
y de granjeros fuera de la ciudad,
y unos y otros protegieron a cientos
–ninguna puerta fue cerrada–.
III • I N V E S T I G A C I Ó N
1
Somos los civilizados
Arios,
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y no siempre matamos a aquellos condenados a muerte
solo porque sean judíos
como harían los menos civilizados:
los usamos en beneficio de la ciencia
como ratas o ratones:
para averiguar los límites de la resistencia humana
en las grandes altitudes
para el bien de la Fuerza Aérea Alemana;
los obligamos a permanecer en tinas con agua congelada
o desnudos al intemperie por horas y horas
a temperaturas bajo cero;
sí, estudiamos los efectos de quedar sin comida
y beber solo agua de mar
por días y días
por el bien de la marina Alemana;
o los herimos y forzamos virutas de madera o vidrio molido
en la heridas,
o sacamos huesos, músculos y nervios,
o quemamos su carne–
para estudiar las quemaduras causadas por las bombas–
o envenenamos su comida
o los infectamos con malaria, tifus u otras fiebres–
todo por el bien del ejército alemán.
¡Heil Hitler!
2
Un número determinado de judíos debía beber sólo agua de mar
para averiguar cuánto tiempo podían soportarlo.
En su tormento
se lanzaban sobre los trapeadores y estropajos
que utilizaban los asistentes del hospital
y les chupaban el agua sucia
para saciar la sed
que los enloquecía.
IV • G U E T O S
1
Al principio había solo dos guetos en Varsovia:
uno pequeño y el otro grande
y entre ellos un puente.
Los polacos tenían que ir bajo el puente y los judíos sobre él;
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y alrededor habían guardias alemanes que vigilaban que los judíos no se mezclaran
con los polacos.
Debido a la presencia de los guardias alemanes,
a cualquier judío que no se quitara el sombrero a modo de respeto mientras
cruzaba el puente
se le disparaba–
y a muchos les dispararon
–y algunos recibieron los tiros sin motivo alguno.
2
Un viejo llevaba pedazos de madera para quemar
de una casa que había sido derribada:
no existía orden alguna en contra de esto–
y hacía frío.
Un comandante de la S.S. lo vio
y le preguntó de dónde había sacado la madera,
y el viejo contestó que era de una casa que había sido derribada.
Pero el comandante sacó su pistola,
la puso contra la garganta del viejo
y le disparó.
3
Una mañana los soldados alemanes y sus oficiales
entraron en las casas del distrito donde habían puesto a los judíos,
gritando que todos los hombres debían salir;
y los alemanes tomaron todo cuanto había en despensas y closets.
Entre los hombres había un anciano que vestía la túnica –y el sombrero–
de la piadosa secta de los judíos llamada Hasidim.
Los alemanes le dieron una gallina para que la sostuviera
y le ordenaron que cantara y bailara;
luego tuvo que aparentar que ahorcaba a un soldado alemán
y eso fue fotografiado.
4
Los judíos en el gueto estaban hinchados por el hambre
o terriblemente delgados;
de seis a ocho en un cuarto,
sin calefacción.
Las familias perecían durante la noche
y cuando los vecinos entraban en la mañana–
quizá días después–
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los veían congelados hasta la muerte
o muertos por inanición.
Los niños pequeños lloriqueaban por las calles
A causa del frío y el hambre
se los encontraba en la mañana
muertos por congelamiento.
Los cadáveres yacían en las calles vacías,
mordisqueados por las ratas;
y los cuervos bajaban en bandadas
para picotear los cuerpos.
5
Un rumor corrió por el gueto:
los judíos serían llevados a otro lugar
con más comida, mejor comida, mejor alojamiento –y trabajo.
Naturalmente, esto fue anunciado en afiches
y se ordenó que aquellos en ciertas partes del gueto
debían traer su equipaje, el oro o las joyas que tuvieran,
y comida para tres días–
pero no debían exceder un cierto peso–
y tenían que concurrir a una cierta plaza.
Aquellos que desobedecieran serían fusilados.
Y las familias en los distritos mencionados llegaron con sus hijos
y equipaje.
Pero unos cuantos hombres saltaron de los trenes que los llevaban
y regresaron a advertir a los judíos que todavía estaban en el gueto–
o que habían sido traídos desde otros lugares–
que los trenes no iban a un lugar donde vivir
sino a la muerte.
Y cuando el mismo tipo de afiche fue visto nuevamente–
en otros distritos–
la gente empezó a esconderse.
Pero muchos fueron a la plaza mencionada;
porque de verdad creían que serían reubicados:
de seguro los alemanes no matarían gente saludable apta para el trabajo.
6
Una tarde a las tres en punto
había casi cincuenta judíos en un búnker.
Alguien empujó el saco de la entrada
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y escucharon una voz:
“¡Salgan!
O tiraremos una granada”.
Los hombres de la S.S. y la policía alemana con porras en sus manos
estaban listos
y empezaron a golpear a los que estaban en el búnker.
Aquellos que tuvieron la fuerza
se alinearon como les ordenaron
y fueron llevados a una plaza
y los pusieron en una sola fila para fusilarlos.
En el último momento,
llegó un grupo de otros hombres de la S.S. y preguntó que ocurría.
Uno de los que estaba listo para disparar contestó:
habían sacado a los judíos de un búnker
y estaban por fusilarlos tal como se les había ordenado.
Entonces el comandante del segundo grupo dijo,
“Estos son judíos gordos.
Todos están bien para jabón”.
Así que llevaron a los judíos a un tren de mercancías
que todavía no había partido a ningún campo de exterminio
–un tren de carga rusos sin peldaños–
y tuvieron que ayudarse los unos a los otros para subir a los vagones.
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Entre los que se habían escondido
había cuatro mujeres y una pequeña niña de unos siete años
escondidas en un foso –una trinchera cubierta con hojas;
y dos hombres de la S.S. fueron al foso y les ordenaron salir.
“¿Por qué se esconden?” preguntaron
y empezaron a golpear a las mujeres con látigos.
La mujeres rogaron por sus vidas:
eran jóvenes, estaban listas para trabajar.
Les ordenaron levantarse y correr
y los hombres de la S.S. sacaron sus revólveres y les dispararon a todas;
y luego empujaban los cadáveres con sus pies
para ver si todavía estaban vivas
y para asegurarse de que estaban muertas
les disparaban de nuevo.
8
Un hombre de la S.S. agarró a una mujer con un bebé en sus brazos.
Ella empezó a suplicar: si la ejecutaban,
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que dejaran a su bebé vivir.
Ella estaba cerca de una alambrada entre el gueto y donde vivían los polacos
y tras la alambrada estaban los polacos listos para recibir al bebé
y ella estaba a punto de entregarlo cuando la atraparon.
El hombre de la S.S. le arrancó el bebé de los brazos
y le disparó dos veces,
y luego tomó al bebé en sus manos.
La madre, sangrando, pero todavía viva, se arrastró hacia sus pies.
El hombre de la S.S. se rió
y despedazó al bebe como si rasgara un trapo.
Justo entonces pasó un perro callejero
y el hombre de la S.S. se detuvo a acariciarlo
y sacando un terrón de azúcar de su bolsillo
y se lo dio al animal.
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Los cuerpos fueron arrastrados con rapidez
porque otros transportes iban llegando:
cuerpos azules, mojados por el sudor y la orina, con las piernas
cubiertas de excrementos,
y por doquier cadáveres de bebés y niños.
16
No me gusta la gente que callejea y tras una puerta cerrada.
hasta tarde, los que caminan despacio
después de medianoche VII
entre las hojas caídas sobre las aceras. Las cuerdas a merced del viento
No me gusta mi propia cara golpeando el asta
en los escaparates de las tiendas cerradas. (la bandera ha sido arriada);
detrás de las desnudas copas de los árboles
IV las luces de un avión
Me gusta el sonido de la calle, se alejan lentamente.
pero aislado y solo,
junto a una ventana abierta Una o dos estrellas brillan
entre las chimeneas de la fábrica;
la calle oscura y en silencio
porque han roto la farola
y hace frío y es tarde.
Versión de Jonio González
Caminando por la autopista…
DEMASIADO TEMPRANO
DISTRITO DE MODISTAS
19
«Está usted triste», dije. «¿Le preocupa algo?»
«Sí», dijo, «Estoy triste.» Entonces añadió
en el mismo tono, sin mirarme:
«Mi hijo se marchó al frente hoy y no lo voy a ver nunca más.»
«¡No diga esto!», dije. «¡Claro que lo verá!»
«No», respondió. «No lo volveré a ver más».
Tiempo después, cuando la guerra había terminado,
me encontré una vez más en aquella calle
y otra vez era de noche, oscura y solitaria;
y otra vez vi al viejo solo en la tienda.
Compré algunas manzanas y le miré de cerca:
su delgada y arrugada cara era adusta
pero no especialmente triste. «¿Qué sabe de su hijo?, dije.
«¿Volvió de la guerra?» «Sí», contestó.
«Eso está bien», dije. «¡Muy bien!»
Él cogió la bolsa de manzanas de mis manos, metió la mano
dentro, sacó una que había empezado a pudrirse
y puso en su lugar una buena
«Vino por Navidad», añadió.
«¡Fantástico!», «¡Esto es fantástico!».
Él volvió a coger la bolsa de manzanas de mis manos,
sacó una de las más pequeñas y puso una grande.
En el vagón del Metro todos leen con atención parece que han sido simplemente
sus periódicos; estudiantes de los programas de carreras.
los estudiantes sobre la actualidad, sin duda: Pero no todos:
Guerra en Vietnam, crisis en Medio Oriente, un hombre permanece sentado,
Los conflictos entre rusos y chinos. lápiz en mano,
Pero cuando el tren llega a la estación, absorto en sus pensamientos,
jóvenes y viejos se precipitan al andén; haciendo un crucigrama.
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“¿Por qué os escondéis?” preguntaron
y empezaron a golpearlas con látigos.
Ellas rogaban por sus vidas:
eran jóvenes y bien dispuestas para trabajar
Se les ordenó levantarse y salir corriendo
y los hombres de las SS sacaron sus revólveres
disparando a las cinco;
luego empujaron los cuerpos con sus pies
para comprobar si todavía estaban vivas
y para asegurarse de su muerte
las dispararon de nuevo.
Versión de A. Marcos
ESCENA NOCTURNA
Ya no se aflige en secreto
de que sus hijos no sean lo suficientemente fuertes para andar el camino
que él había pretendido andar
y no fue lo suficientemente fuerte.
Versión de Mariano Rolando Andrade (rev. Buenos Aires Poetry, Mayo de 2017)
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KARL MARX
MESIÁNICO
SALUDO Y DESPEDIDA
TE DEUM
No canto
a mis triunfos A los triunfos no canto, sino
-no tengo ninguno-, al trabajo cotidiano
sino a la simple luz del Sol, realizado lo mejor que he podido;
a la brisa, no aspiro a una silla en el estrado,
a la generosidad de la primavera. sino en la mesa común.
Versión de Mariano Rolando Andrade (rev. Buenos Aires Poetry, Mayo de 2017)
UN NEGRO
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