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Sonetos de ayer y de hoy

El soneto —forma estrófica organizada en dos cuartetos y dos tercetos, de versos


endecasílabos, con rima consonante o asonante— fue “inventado” hace mucho tiempo
por un escritor italiano, Francesco Petrarca (1034-1374), para expresar su amor por una
mujer, Laura. Fue imitado en todo el Renacimiento europeo y aún hoy los poetas suelen
usar esta forma para expresar los grandes temas de la literatura: el amor y la muerte,
aunque pueden emplear versos de otras medidas pero siempre de arte mayor.

El soneto
Francesco Petrarca (Arezzo, 20 de julio de 1304-Arquà Petrarca, Padua, 19 de julio de 1374) fue un
lírico y humanista italiano, cuya poesía dio lugar a una corriente literaria que influyó en autores
como Garcilaso de la Vega (en España), William Shakespeare y Edmund Spenser (en Inglaterra), bajo el
sobrenombre genérico de Petrarquismo. Tan influyente como las nuevas formas y temas que trajo a la
poesía, fue su concepción humanista, con la que intentó armonizar el legado grecolatino con las ideas
del cristianismo. Por otro lado, Petrarca predicó la unión de toda Italia para recuperar la grandeza que
había tenido en la época del Imperio romano.

Soneto a Laura

Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra,


y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo;
y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra;
y nada aprieto y todo el mundo abrazo.

Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra,


ni me retiene ni me suelta el lazo;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni me quiere ni quita mi embarazo.

Veo sin ojos y sin lengua grito;


y pido ayuda y parecer anhelo;
a otros amo y por mí me siento odiado.

Llorando grito y el dolor transito;


muerte y vida me dan igual desvelo;
por vos estoy, Señora, en este estado.

Lope Félix de Vega Carpio (Madrid, 25 de noviembre de 1562-ibidem, 27 de agosto de 1635) fue uno


de los poetas y dramaturgos más importantes del Siglo de Oro español y, por la extensión de su obra, uno
de los autores más prolíficos de la literatura universal.

Un soneto me manda a hacer Violante


Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto:
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante


y estoy a la mitad de otro cuarteto;
más si me veo en el primer terceto
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando


y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aún sospecho


que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.

Garcilaso de la Vega (Toledo, entre 1498 —quizá algunos años antes a partir de 1491—


y 1503 – Niza, Ducado de Saboya, 14 de octubre de 1536), más conocido como Garcilaso de la Vega,
fue un poeta y militar español del Siglo de Oro.

XIII

A Dafne ya los brazos le crecían


y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían;

de áspera corteza se cubrían


los tiernos miembros que aun bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,


a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,


que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
 En 1972, Mauricio Rosencof fue detenido en Uruguay por ser dirigente de Tupamaros. Los siguientes
trece años los pasó parado en una celda de dos por uno, incomunicado y sin agua. De paso por Buenos
Aires para presentar Las cartas que no llegaron, cuenta con un asombroso sentido del humor cómo
mantuvo la cordura reinventando el código morse, escribiendo poemas a cambio de comida y concibiendo
la novela que publicó.
Encuentro
La vi una mañana cuando iba ala almacén;
la calle estaba llena de verano.
Llevaba un vestido tan liviano
que el corazón se me fue para la sien-

Me sentí en el aire, sin sostén,


y un sudor tibio humedeció mi mano
cuando me fue con su pasito tan ufano
coqueteando la pollera en un vaivén.

Fue como si me Hubiera dado cita;


desde entonces, a esa hora, la esperé.
Ella sin hablarme comprendió mis cuitas

y a veces me miraba con un no sé qué.


Me enteré que se llamaba Margarita
y sin desojarla supe que la amé

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra, 14 de


junio de 1986) fue un erudito escritor argentino, considerado uno de los más destacados de la literatura
del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y el
pensamiento universal, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, excluye
todo tipo de dogmatismo.

1964

                         I
 
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.


Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy solo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.


Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
 
                         II
 
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una


oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste


y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo me queda el goce de estar triste,


esa vana costumbre que me inclina
al sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

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