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Introducción a la
lingüística del texto
Robert-Alain de Beaugrande
y Wolfgang Ulrich Dressler
Edición en inglés:
Introduction to Text Linguistics
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ESTUDIO PRELIMINAR
de Sebastián Bonilla (Universidad Rompen Fabra, Barcelona)
Aunque haya pocas cosas en el universo tan ejemplarmente ordenadas como un cristal observado a
través de un microscopio, no se puede aceptar que la metáfora de la cristalización sirva como base de un
modelo textual explicativo, a causa de una razón obvia: la cristalización consiste en un fenómeno natural
no intencionado y, por lo tanto, no resulta pertinente aplicarlo en el análisis de la actividad
comunicativa humana, prototípicamente cultural e intencionada.
Antes de continuar, una aclaración pertinente con respecto al concepto de intencionalidad. Parece
obvio que es imposible (re)conocer la intención última, recóndita, que mueve a un hablante o a un escritor a
producir un texto. Pero no es a eso a lo que nos estamos refiriendo aquí, sino más bien a una concepción
intersubjetiva de la intención. En la vida cotidiana, cuando alguien produce un texto está muy
interesado en que sus receptores lo entiendan, en el sentido de que reconozcan la intención que
transmite. Tal y como se demuestra en el ejemplo siguiente que aparece en casi todos los manuales de
pragmática, cuando alguien nos aborda en la calle y nos dice “¿Tiene hora?”, habitualmente entendemos
ese enunciado, no como una pregunta literal que haya de responderse con un «sí» o un «no», sino como una
petición que requiere una respuesta informativa (puesto que hemos reconocida la intención con la que ha
sido producida). Se trata de devolver el aura mediocritas a la intencionalidad, de desalojarla de su
prolongada estancia en la filosofía hermenéutica y trasladarla al contexto de la interacción comunicativa
cotidiana, ya despojada de cualquier tipo de especulación. En su manual, Beaugrande y Dressler tratan la
problemática que plantea la intencionalidad en el contexto amplio y suficientemente explorado por la ciencia
cognitiva de los planes y de las metas.
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descodificación adecuada del texto urbano, asegurándose el éxito de sus movimientos (interpretativos). Una
descodificación aberrante (por ejemplo, cruzar por donde no está previsto o aparcar el coche en la zona de
los peatones) es una infracción. De igual manera, el productor textual ha de prever los movimientos de sus
receptores potenciales, incluyendo en su texto información interactiva (presentada prototípicamente por los
conectores y los marcadores discursivos) que guíe la trayectoria interpretativa de los usuarios textuales.
En este sentido, un texto se parece más a un espacio urbano que a un mineral cristalizado. Al igual
que los espacios urbanísticos, los textos están modelados para dirigir la actividad interpretativa de sus
usuarios (ambos suelen estar cohesionados, ser coherentes y son un producto intencionado e interactivo).
Como sucede en la trama urbana, los textos toleran un cierto nivel de entropía, de desorden relativo, siempre
que el receptor (o el transeúnte del texto) acepte realizar un esfuerzo adicional de procesamiento para
compensar sus errores e imperfecciones formales y para recuperar la información elidida e implícita
(Beaugrande y Dressler denominan a este fenómeno «aceptabilidad»). Dando una última vuelta de tuerca a
la analogía, de manera parecida a como una nueva plaza ha de entablar con los edificios del entorno un
diálogo urbanístico, cada nuevo texto hace relacionarse intertextualmente con los textos previos que lo han
hecho posible.
Dada la compatibilidad del modelo que Beaugrande y Dressler presentan en este manual con la
metáfora del urbanismo, puede afirmarse que ésta sirve como base intuitiva para fundamentar un modelo de
texto centrado en las ideas de construcción de un espacio formal y conceptualmente homogéneo (cohesión y
coherencia), de actividad productiva e interpretativa (intencionalidad y aceptabilidad), de interacción con el
entorno a causa de su localización física y conceptual (situacionalidad e intertextualidad) y de calidad (nivel
de informatividad, eficacia, efectividad y adecuación).
El cronista de la evolución de las disciplinas científicas debería reservar siempre un espacio para los
chistes privados. Por ejemplo, se han impreso muchas páginas y se han dedicado muchas horas de discusión
a la pasión inútil de establecer las supuestas diferencias existentes entre «texto» y «discurso». Quien escribe
estas líneas no tiene noticia de ningún caso equiparable en otros ámbitos del conocimiento: lo que unos
lingüistas llaman «texto» es, precisamente, lo que otros denominan «discurso» y viceversa. Existe
unanimidad en el desacuerdo.
Teun A. van Dijk comentó recientemente que los investigadores alemanes y holandeses que
trabajaron, a principios de los años setenta, en la fundamentación científica de la lingüística del texto, no
disponían en sus propias lenguas de un concepto transparente de discurso, por lo que optaron por utilizar de
manera unánime el término «texto», que les era más familiar, empleando «discurso», cuando escribían en
inglés, para referirse a una entidad marcadamente abstracta. Si se sigue la trayectoria de las publicaciones de
Van Dijk, puede comprobarse que en sus trabajos anteriores a 1981 utiliza el concepto «texto», mientras que
en los aparecidos a partir de esa fecha emplea el término «discurso», ya de manera sistemática, aunque en
ambos casos y desde enfoques distintos, Van Dijk esté tratando, en esencia, el mismo objeto básico de
estudio. En el caso de las publicaciones más recientes de Robert de Beaugrande, el problema terminológico
sencillamente desaparece, puesto que suele utilizar de manera habitual el sintagma «texto y discurso». Pero
acaso donde se advierta mejor la escasa importancia de este quizá seudoproblema terminológico algo
sobredimensionado es en la relativa coincidencia entre el contenido de la mayor parte de los trabajos de
lingüística del texto y de análisis del discurso (compárese, por ejemplo, los trabajos «textuales» de Van
Dijk, 1980, Beaugrande y Dressler; 1981, o Halliday y Hasan, 1976, con los trabajos «discursivos» de
Brown y Yule, 1983,Stubbs, 1987, o Schiffrin, 1994).
Resulta cuanto menos paradójico el hecho de que un conocido grupo británico de música pop haya
grabado su último disco compacto utilizando la tecnología digital más avanzada precisamente para simular
el ruido de fondo que la aguja del tocadiscos producía en su roce con los antiguos discos analógicos de
vinilo; por toda explicación, el líder del grupo declaró a los medios de comunicación que quería obtener un
«sonido clásico».
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Con la traducción de este libro, quince años después de su primera edición, se intenta recuperar y
reivindicar el sonido clásico, genuino, de la lingüística del texto. En cualquier otra disciplina científica
resultaría una rareza que hayan pasado tantos años antes de disponer de una versión en castellano de un
manual que sigue y seguirá siendo de cita obligada en la práctica totalidad de los trabajos especializados en
temas textuales. Esta versión en castellano pretende acabar con esta suerte de extravagancia.
Quizá la razón última que pueda justificar la iniciativa de traducir ahora este libro haya sido que el
paso de los años ha situado a la lingüística del texto en un lugar privilegiado. Quienes, a principios de los
años setenta, se aventuraron en la investigación de lo que sucedía más allá del mundo conocido de los
límites de la oración, probablemente no imaginaron nunca que, algunos años después, los temas estrella de
la disciplina textual (la cohesión y la coherencia) estarían incluidos en los programas oficiales tanto de la
enseñanza secundaria como de la universitaria.
De entre las muchas maneras posibles de presentar este manual clásico de la lingüística del texto, en
este estudio preliminar se ha preferido el procedimiento de seleccionar algunos aspectos relevantes que
caracterizan el concepto clave de «textualidad», para comentar el tratamiento (breve, pero casi siempre
original, cuando no revelador) que les aplican Beaugrande y Dressler.
Culminando esta línea argumentativa generativa, se hipotetizó con escasa fortuna acerca de la
existencia de un supuesto «principio de suplementación» según el cual, para explicar la estructura de un
texto, bastaba con añadir unas reglas textuales nuevas a los sistemas de reglas y demás formalismos
oracionales ya conocidos. Esta vía de investigación, que hoy se considera situada en los lejanos inicios de la
disciplina textual, renunciaba explícitamente a la idea de que el texto fuese una unidad lingüística específica
y diferenciada de la oración. Todas las teorías textuales posteriores a esa época fundacional dan por sentado,
incluso como si fuera una trivialidad, que el texto no es necesariamente una unidad lingüística
supraoracional (una palabra, como «PELIGRO», o un enunciado, como «Abróchense los cinturones»,
debidamente contextualizados, también son textos), sino que se trata de una unidad comunicativa
cualitativamente distinta.
Aun a riesgo de que parezca una afirmación que invita a la polémica, puede suponerse que las
unidades lingüísticas denominadas «palabra» y «oración» se han establecido mediante la aplicación de unos
planteamientos teóricos que contrastan de manera evidente con la realidad de la comunicación, ya que, sin ir
más lejos, los mismos lingüistas que estudian de manera exclusiva la oración producen, reciben e
intercambian continuamente, tanto en su vida cotidiana como en su vida académica, textos genuinos
monologados y conversacionales. Que no se interesen científicamente en ellos quizá sea consecuencia de
una elección metodológica basada en dos suposiciones: la primera, que todo lo que de interesante hay en un
texto está contenido necesariamente en las oraciones que lo componen y, la segunda, que más allá de la
oración no se puede aplicar seriamente el método científico, ni se pueden obtener resultados respetables. En
este manual introductorio, la apuesta de Beaugrande y Dressler es, precisamente, demostrar la inconsistencia
de ambas suposiciones.
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Según este modelo interdisciplinario, la cohesión consiste en que las secuencias oracionales que
componen la superficie textual están interconectadas a través de relaciones gramaticales, como la repetición,
las formas pronominales, la correferencia, la elisión o la conexión. Un texto posee coherencia cuando los
conceptos (configuraciones de conocimiento) que componen su universo del discurso están interconectados
a través de relaciones de diversa naturaleza, por ejemplo, de causalidad. La intencionalidad consiste en que
la organización cohesiva y coherente de texto sigue un plan dirigido hacia el cumplimiento de una meta,
habitualmente extralingüística. La aceptabilidad se manifiesta cuando un receptor reconoce que una
secuencia de enunciados constituye un texto cohesionado, coherente e intencionado porque lo que se
comunica es, a su juicio, relevante. La situacionalidad se refiere a los factores, que hacen que un texto sea
pertinente en un determinado contexto de recepción. La intertextualidad indaga en el hecho de que la
interpretación de un texto dependa del conocimiento que se tenga de textos anteriores. La informatividad es
el factor de novedad que motiva el interés por la recepción de un texto. En cuanto a los principios
regulativos de la comunicación textual, la eficacia de un texto depende de que quienes intervengan en su
intercambio obtengan los mejores resultados comunicativos posibles invirtiendo en esa tarea un esfuerzo
mínimo. La efectividad está en relación con la intensidad del impacto comunicativo que el texto provoca en
sus receptores. La adecuación es el equilibrio óptimo que se consigue en un texto entre el grado de
actualización de los criterios de textualidad, por un lado, y la satisfacción de las demandas comunicativas,
por otro. A continuación se señalan, sin afán de exhaustividad, algunos problemas relevantes que plantea el
funcionamiento de esas normas y de esos principios.
Bien es verdad que la propuesta de Beaugrande y Dressler de representar gráficamente las relaciones
de cohesión y de coherencia textuales mediante redes cognitivas repletas de etiquetas y de trayectorias
(véanse los capítulos IV, V y 1X) puede parecer compleja y desanimar a más de uno. Ahora bien, se ha de
tener en cuenta que este tipo de visualización cartografía de una manera bastante reveladora interrelaciones
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textuales muy abstractas que serían muy difíciles de clarificar mediante otros procedimientos. En cualquier
caso, Beaugrande y Dressler consideran que este tipo de redes cognitivas constituye un mal menor a falta de
otro sistema de análisis más conveniente: en efecto, pese a su aparente complejidad, simplifican
enormemente las representaciones mentales auténticas que construyen los receptores textuales mediante
operaciones inferenciales tan extraordinariamente complejas y veloces de ejecución como la de aplicar el
conocimiento previo del mundo almacenado en su mente a la comprensión del texto que están procesando en
ese momento en tiempo real (véase, por ejemplo, la figura 14).
Una de las ideas que desmantelan Beaugrande y Dressler en su manual es la de que la cohesión y la
coherencia (esta última se encarga de asegurar la continuidad del sentido y la interconectividad del
contenido textual) son propiedades intrínsecas de los textos y responsabilidad absoluta de quien los
produce. En un giro copernicano, Beaugrande y Dressler proponen que la cohesión y la coherencia son,
por un lado, restricciones inscritas en el texto por el productor, encargadas de orientar los procesos
cognitivos interpretativos que han de poner en funcionamiento los receptores; y, por otro, ambas
propiedades constituyen el producto de esa misma actividad interpretativa. Sólo un planteamiento
similar a éste podría explicar el hecho clave de que un texto con imperfecciones formales, que presente un
deterioro más o menos grave en su cohesión o en su coherencia, pueda ser interpretado sin problemas
(aunque sí con dificultades) por los receptores textuales. En este sentido, el mantenimiento de la cohesión
y de la coherencia textuales se apoya (y, en ocasiones, se suple) con la actividad interpretativa de los
receptores; es decir, con la «aceptación» del texto por parte del receptor; con la realización de sus propias
contribuciones al mismo y con la sistemática aportación de inferencias reparadoras de la superficie y del
sentido textuales. Desde este punto de vista, si en el primer apartado de este estudio preliminar se
apuntaba la interrelación entre cohesión, coherencia e intencionalidad, ha de asociarse
necesariamente a esos tres fenómenos el de la aceptabiIidad.
El nivel de informatividad textual plantea siempre una especie de dilema interactivo similar al de la
mayor parte de los juegos de estrategia. Un texto que posea un bajo nivel de informatividad (es decir, que
sea predecible y esté compuesto por información conocida) requiere un esfuerzo mínimo de procesamiento,
pero carece totalmente de interés para el receptor (por ejemplo, en los aviones, nadie atiende a las
instrucciones de la tripulación sobre cómo colocarse el chaleco salvavidas, excepto si se tiene tina
motivación especial, como la de ser fatalista o la de haber viajado poco en ese medio de transporte). Un
texto con un nivel alto de informatividad (es decir; que sea sorprendente y contenga información nueva)
requiere un esfuerzo elevado de procesamiento, pero promete que no defraudará el interés que el receptor
ponga en su interpretación (por ejemplo, un mensaje en clave que contenga información sobre movimientos
de tropas del ejército enemigo). Habitualmente, los textos reales poseen zonas de diferente nivel de
informatividad; no obstante, lejos de buscar un equilibrio en el nivel de informatividad del conjunto del
texto, como parece aconsejar la lógica, Beaugrande y Dressler postulan que para potenciar la efectividad
textual, el productor ha de decantarse sin duda por proporcionar el mayor nivel de informatividad posible a
su texto en la promesa de que el receptor invertirá un mayor esfuerzo, pero obtendrá un mayor beneficio
cognitivo: comunicarse con eficacia exige, por lo tanto, correr un riesgo (calculable).
Suele ser una tendencia bastante habitual en lingüística intentar demostrar la validez de una hipótesis
mediante complejas demostraciones teóricas, cuando, en ocasiones, se plantean problemas que ya han sido
resueltos en el contexto de la comunicación en la vida real. Por ejemplo, la existencia de una interrelación
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necesaria entre texto y situación todavía es motivo de especulación y de discusión entre lingüistas, cuando
ese problema ya ha sido resuelto en la práctica por los ayuntamientos que alquilan el espacio público a
empresas que quieren anunciarse en vallas publicitarias: la tarifa se establece de acuerdo con dos parámetros,
teniendo en cuenta las dimensiones del anuncio (es decir; el tamaño físico del signo), y, sobre todo, el
contexto, el lugar (situacionalidad) en que se va a colocar el texto propagandístico. Resulta obvio el hecho
de que la situacionalidad multiplica o disminuye el impacto persuasivo de una valla publicitaria; un texto
colocado en una ubicación privilegiada incrementa su valor comunicativo; un texto situado en un lugar
periférico, lo disminuye. La situacionalidad relativiza los conceptos de cohesión y de coherencia: un texto
puede ser coherente en una situación e incoherente en otra (precisamente en este juego se basa el mecanismo
principal del humor).
Para finalizar esta breve presentación, parece oportuno recordar, mediante un ejemplo, la elegancia
explicativa que caracteriza a este manual. Para explicar en qué consiste la intertextualidad, Beaugrande y
Dressler utilizan la metáfora de las señales de tráfico. Si un conductor encuentra en la carretera una señal de
tráfico en la que se marca el final de la limitación de velocidad, eso quiere decir que kilómetros antes
encontró otra señal que limitaba la velocidad. No se trata de que un elemento remita a otro espacialmente,
sino de que un elemento activa un determinado conocimiento almacenado previamente en la memoria. La
relación entre ambas señales de tráfico es intertextual, es decir; no se puede interpretar una sin hacer
referencia a la otra. En este punto, Beaugrande y Dressler levantan la sospecha de que quizá ningún
texto pueda interpretarse de otra manera si no es enclave intertextual.
Prospectiva
Desde el año 1981, en que se publicó originalmente esta introducción, hasta la fecha, han ido
apareciendo nuevos enfoques y se han propuesto nuevos tratamientos de las cuestiones textuales más
significativas, especialmente desde una disciplina, el análisis del discurso, llamada a integrar, entre otras, las
aportaciones de la lingüística del texto y de la pragmática.
El tema discursivo de moda en estos últimos años de fin de siglo es, sin duda, los conectores, y los
marcadores del discurso, o por lo menos eso parece a la vista del creciente número de publicaciones, de la
cantidad de tesis doctorales que se están realizando y del inusitado interés que despierta actualmente el tema
entre los lingüistas.
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ubicar los conectores en cuadros clasificatorios, pero muy problemático mantener esas clasificaciones
cuando en ellas se ha introducido un bisturí crítico.
El primer dato obvio acerca de este tipo de elementos que se ha de tener en cuenta es que un
conector relaciona cognitivamente al menos dos elementos informativos (ya sean textuales y/o contextuales)
y que, por lo tanto, no parece que sea una buena estrategia de investigación analizarlo aisladamente de su
entorno y de sus condiciones de uso. Junto con otras teorías pragmáticas recientes (como la de la
argumentación francesa, por ejemplo), la teoría de la relevancia (Sperber y Wilson, 1996 2, y Wilson y
Sperber, 1990; véase también Espinal, 1988, Garrido, 1990, Leonetti, 1993, Sánchez de Zavala, 1994,
Escandell, 1996 2 , Bonilla, 1992, 1996, y Montollo, 1992, 1997) ha sentado las bases para un nuevo
tratamiento de los conectores. En esta línea de investigación destacan sobre todo los trabajos de Blakemore (
1987) y Blass (1990). Como punto de partida puede analizarse el trabajo de Blass sobre el funcionamiento
de los conectores a y ka de la lengua sissala (hablada en Burkina-Faso), en principio equivalentes a la
conjunción and inglesa o y española. En esencia, a se utiliza cuando el acontecimiento que se describe en el
segundo miembro de la coordinación sucede de una manera normal, mientras que ka se emplea cuando el
segundo acontecimiento ocurre de una manera especial, anormal o inesperada. Así, por ejemplo, la
diferencia entre
X iba paseando por la calle y (a) se encontró a Z X iba paseando por la calle y (ka) se encontró a Z
radica en que a señala que el enunciado que le sigue ha de interpretarse según el guión estandarizado
con respecto a ese tipo de situaciones cotidianas (un encuentro casual en la calle), mientras que, por su parte,
ka da una instrucción de procesamiento especial, que sugiere que el encuentro se ha producido de un modo
inhabitual (por ejemplo, que B estaba herido en el suelo o que A se ha asustado al ver a B porque pensaba
que estaba muerto). Esta idea de que hay elementos cuya función no es tanto la de codificar un concepto
o la demarcar una relación, como la de indicar de qué manera ha de procesarse una secuencia, juega
un papel decisivo en el tratamiento de los conectores que proponen las últimas líneas de investigación
sobre el tema.
Blakemore (1987) ya había formulado esta idea cuando argumentó que los enunciados contienen
«constricciones de procesamiento» que guían la trayectoria interpretativa de los mismos. En este
sentido, cuando un hablante utiliza un conector está indicando el tipo de procesamiento que espera
que ponga en marcha el oyente, reduciendo así el gasto de energía que éste ha de emplear en sus
operaciones mentales de interpretación. Así, por ejemplo, cuando el hablante introduce su enunciado con
una secuencia conectiva del tipo «ahora, en serio», está invitando a que su interlocutor interprete lo que
sigue a continuación en una clave determinada, neutralizando malentendidos y ahorrándole tiempo de
procesamiento.
(A) El delantero chutó mal el balón, [pero] (B) el portero no pudo evitar el gol.
la relación semántica que se establece entre las dos proposiciones (A) y (B) exige la presencia de un
conector de tipo adversativo o contrargumentativo. De ahí lo anómalo que resulta, desde un punto de vista
pragmático, usar en ese contexto un conector de tipo, por ejemplo, conclusivo:
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El delantero chutó mal el balón, [por lo tanto] el portero no pudo evitar el gol.
A pesar de haberse insertado un conector («por lo tanto»), una marca explícita de relación, no se ha
podido crear automáticamente, mediante ese procedimiento forzado, una relación conclusiva entre las dos
secuencias presuntamente conectadas. En realidad, la relación establecida entre ambas secuencias no se
modifica de manera sustancial, haya o no haya nexo entre ambas.
A causa de la reciente invasión de los teléfonos móviles, ya puede decirse que hoy día casi todos los
lugares habitados por seres humanos del planeta tierra están intercomunicados mediante el teléfono. La red
Internet utiliza esa misma infraestructura telefónica, sólo que en cada extremo de la línea hay un ordenador
que permite intercambiar con otros ordenadores no sólo sonido, sino también imágenes y texto. Citando,
después de unas maniobras se navegación por el ciberespacio (universo virtual formado por los ordenadores
que están interconectados entre sí en una red telemática), un internauta entra en un documento (cuyo
emplazamiento físico puede residir en un ordenador situado en las antípodas geográficas), se encuentra con
un hipertexto.
Como explica Codina (1996), un hipertexto es un texto digital (un documento electrónico) con
múltiples enlaces asociativos que remiten a otros textos digitales. Mientras que un texto analógico se
estructura de acuerdo con el orden lineal de lectura previsto, un hipertexto digital es un conjunto de
elementos informativos interconectados en forma de red y que aprovecha las ventajas de acceso aleatorio a la
información que facilitan los ordenadores. Aunque pueda leerse de la manera tradicional, es decir, en forma
secuencial, la modalidad típica de desplazamiento hipertextual es la lectura navegacional (no ha de
olvidarse que el texto analógico también posee herramientas propias de navegación, como los índices
temáticos, de autores o de contenidos, las remisiones internas, las referencias bibliográficas, etc.). Navegar
por la información supone una liberación de las restricciones impuestas por la secuencialidad textual, ya que
se aplican criterios de búsqueda basados en asociaciones que incluyen potencialmente cualquier tipo de
relación que pueda imaginarse entre dos elementos textuales.
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El lector tiene ahora en sus manos una introducción a la lingüística del texto y, desde este apartado
titulado «prospectiva» que aquí concluye, se le invita a imaginar cómo sería una hipotética introducción a la
lingüística del hipertexto.
CAPÍTULO 1
NOCIONES BÁSICAS
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1. He aquí seis muestras de lenguaje que comparten algunos rasgos y difieren en otros: 1
[1] NIÑOS
JUGANDO
DESPACIO
[3] A sus veinte años de edad, Willie B. es un teleadicto intransigente. Odia las noticias y los
programas de entrevistas, pero es un fanático aficionado de los partidos de fútbol. Se pone tan nervioso
cuando interrumpen con anuncios la retransmisión de un partido que, incluso, a veces le pega puñetazos al
televisor. Un amigo suyo dice que se comporta como “un niño pequeño”. Willie B. es el único gorila del
zoo de Atlanta. El pasado mes de diciembre, un representante de Tennesse TV se enteró de la solitaria vida
que lleva Willie B. y le regaló un televisor para que le hiciera compañía.
[4] En una zona del desierto de Nuevo México se alzaba un enorme cohete V -2 de color
amarillo y negro de 14 metros de altura. Vacío pesaba cinco toneladas. Llevaba como combustible ocho
toneladas de alcohol y oxígeno líquido. Todo estaba preparado para el lanzamiento. Los militares y los
científicos se habían parapetado detrás de unos montículos de tierra, a cierta distancia del ingenio. Dos
destellos rojos anunciaron la inminencia del lanzamiento. De pronto, con una gran llamarada y un fuerte
estruendo, el enorme cohete ascendió primero lentamente y luego cada vez más de prisa. Iba dejando una
estela de llamaradas amarillas de unos 20 metros de largo. En un instante, la llamarada parecía una
estrella amarilla. En pocos segundos, se había alejado tanto que ni siquiera podía vislumbrarse; el radar
seguía su trayectoria a medida que ascendía a una velocidad cercana a los 200 kilómetros por hora.
Minutos después del lanzamiento, el piloto de un avión de, vigilancia lo vio regresar. Aterrizó a unos 64
kilómetros del punto de partida.
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[l a] JUGANDO
DESPACIO
NIÑOS
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La “superficie” textual no es, desde luego, ni un material en bruto compuesto por sonidos o marcas impresas Su
existencia presupone que las expresiones lingüísticas que la componen han sido presentadas por alguien en la
interacción y el receptor ha logrado identificarlas. La cuestión que plantea el enfoque procedimental es cómo se
produce realmente esa identificación. Sobre este tema puede consultarse Selfridge y Neisser (1960); Sperling (1960),
Neisser (1967), Crowder y Morton (1969), Woods et al. (1976), Rumelhart 1 (1977a) y Walker (ed.) (1978).
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y pedir luego a las autoridades pertinentes que lo adopten como texto en una señal de tráfico. La
serie de palabras [l a] es tan inconexa que los conductores apenas entenderían una señal con esas
características, debido, obviamente, a que se han deteriorado las dependencias gramaticales inscritas en
su superficie textual, y éstas son las principales indicaciones que permiten entender el significado y el uso
de las palabras que aparecen en el texto. Todos los procedimientos que sirven para marcar relaciones entre
los elementos superficiales de un texto se incluyen en el concepto de COHESIÓN. 3
[1] NIÑOS
JUGANDO
DESPACIO
podría interpretarse de diversas maneras. Del hecho de que los 'niños' estén 'jugando despacio' 4
podrían derivarse algunas conclusiones nada favorables sobre la capacidad física o la inteligencia de esos
niños. Sin embargo, la interpretación más natural aconseja segmentar el texto en dos partes ('niños
jugando', por un lado, y 'despacio', por otro), deduciendo a continuación que los conductores han de
aminorar la velocidad de sus vehículos para evitar poner en peligro la vida de los niños que juegan en las
inmediaciones. Una ciencia del texto no sólo ha de explicar cómo es posible que se produzcan
AMBIGÜEDADES de este tipo en la superficie textual, sino que también ha de aclarar cómo los
hablantes resuelven, de hecho, la mayor parte de estas ambigüedades sin ninguna dificultad . En la
interpretación de un texto, como puede verse, la superficie textual no es decisiva en sí misma; para
conseguir que la comunicación sea eficaz ha de existir INTERACCIÓN entre la cohesión y las otras
normas de textualidad (véase III.4).
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manera en que una situación o un acontecimiento influye en las condiciones que han de darse para
que ocurra otro acontecimiento. En un ejemplo como el siguiente:
el acontecimiento 'caída' es la CAUSA del acontecimiento 'rotura', puesto que el primero ha creado
las condiciones necesarias para que se diera a continuación el segundo. En el ejemplo siguiente, por el
contrario, se aplica un tipo de causalidad más débil:
[8] María del Campo cocinó un delicioso pastel de chocolate. Horas después, María del Mar
robó el pastel y se lo comió con sus amigas.
En este caso, la acción de María del Campo ha creado las condiciones suficientes, pero no
necesarias, para que María del Mar pudiera llevar a cabo su acción (es decir, la ha hecho posible,
aunque no obligatoria); a esta relación se le llama POSIBILIDAD.
8. Las relaciones conceptuales mencionadas no agotan todos los tipos de causalidad. En un ejemplo
como el siguiente:
la primera acción no es la causa o lo que hace posible que suceda la segunda, sino que 'no gana más
dinero' es indudablemente un resultado predecible y razonable de 'trabaja pocas horas'. Cuando una
acción es el resultado esperable de un acontecimiento previo, la relación que se establece entre esa
acción y el acontecimiento se denomina RAZÓN. En resumen: que alguien se caiga de un tercer piso es la
causa (y no lo que hace posible o la razón) de que se rompa una pierna; que alguien haga un pastel hace
posible (pero no es la causa ni la razón) que alguien lo robe; que alguien trabaje poco es la razón (y no la
causa ni lo que lo hace posible) de que gane poco dinero (véase Wilks, 1977b: 235 y ss.).
9. Aún hay otra relación distinta a la de causa, la posibilidad y la razón, como puede apreciarse en el
ejemplo siguiente:
La primera acción de la abuela (dirigirse a la alacena) hace posible la segunda (darle un hueso al
perro), pero existe una diferencia muy importante entre los ejemplos [8] y [10]: en [10] el agente tiene un
PLAN, mientras que en [8] el agente no hizo su pastel para que se lo llevara un ladrón. Cuando se planea
intencionadamente que suceda un acontecimiento B a partir de la concreción de un acontecimiento
anterior A, se considera que el acontecimiento B posee un PROPÓSITO.
10. Otra manera de observar los acontecimientos o las situaciones es desde el punto de vista de su
ordenación en el TIEMPO. La causa, la posibilidad y la razón se caracterizan por su direccionalidad
progresiva, esto es, el primer acontecimiento es la causa, hace posible o proporciona la razón para que
suceda el acontecimiento posterior En cambio, el propósito se caracteriza por su direccionalidad
regresiva, es decir, la acción posterior conlleva el propósito que ha movido la realización de la acción
anterior. Las relaciones temporales pueden llegar a ser muy complejas dependiendo de la manera en
que se ordenen las acciones, los acontecimientos o las situaciones implicadas en ellas. En el ejemplo
siguiente:
[11] Cuando fue a coger un yogur, vio que la nevera estaba vacía.
nuestro conocimiento estereotipado del mundo nos indica que la acción A 'ir a coger un yogur' sucedió con
posterioridad a la acción B 'acercarse a la nevera' (la acción B marca el límite terminal de la acción B), pero
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Pueden encontrarse descripciones sobre la causalidad diferentes pero compatibles con la nuestra en Schank (1975) y
Wilks (1977b). En IV.46 se mencionan algunos “marcadores” que señalan la causalidad.
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también nos indica que la acción A sucedió al mismo tiempo que la acción C 'ver la nevera vacía'. La
relación de PROXIMIDAD TEMPORAL que puede darse entre dos acontecimientos distintos se
concretará de maneras diferentes, según los límites establecidos entre las acciones que compongan
esos acontecimientos.7
11. La sección V.25 y ss. se reservan para una exposición sobre otras relaciones de coherencia. No
obstante, hemos de señalar que nos estamos moviendo siempre entre consideraciones que van más allá
del texto, entendido éste en un sentido restringido como aquello que se ha dicho o se ha escrito de un
modo explícito. De ello se deduce claramente que la coherencia no es un simple rasgo que aparezca en
los textos, sino que se trata más bien de un producto de los procesos cognitivos puestos en
funcionamiento por los usuarios de los textos. La simple yuxtaposición de acontecimientos y de
situaciones en un texto activa operaciones que generan relaciones de coherencia. Puede advertirse ese efecto
en el ejemplo siguiente:
En el texto se señalan de un modo explícito una serie de acciones ('dormir', 'venir' y 'comer'); las
únicas relaciones que se establecen entre cada acción son las de AGENTE ('coco') y ENTIDAD
AFECTADA ('niño') (acerca de estos términos, véase V.26 y ss.). Aunque sea simplemente en virtud de la
configuración verbal, es probable que cualquier receptor textual suponga que las acciones descritas intentan
ser una pista de la CARACTERIZACIÓN de los agentes (aunque no se dice en ningún momento que el niño
no quiere dormir y que el coco se come a los niños que no duermen). Esta operación de enriquecimiento
del mundo textual mediante la aportación del propio conocimiento del mundo que realiza el receptor
se denomina HACER INFERENCIAS (véase V.32 y SS.).
12. El fenómeno de la coherencia puede ser también útil para perfilar mejor algunas características
que debería reunir una ciencia del texto sólidamente fundamentada sobre la idea de que el texto es una forma
de actividad humana. Un texto no tiene sentido por sí mismo, sino gracias a la interacción que se
establece entre el CONOCIMIENTO PRESENTADO EN EL TEXTO y el CONOCIMIENTO DEL
MUNDO ALMACENADO EN LA MEMORIA de los interlocutores (véase Petöfi, 1974, y IX.24-40).
De este planteamiento se deduce que los lingüistas textuales han de cooperar con los psicólogos
cognitivistas en la exploración de cuestiones básicas para ambas disciplinas, como por ejemplo el
problema del sentido 8 de un texto. Otra conclusión que puede derivarse de lo expuesto hasta aquí es que
las teorías y los métodos que se utilicen en la investigación no han de ser DETERMINÍSTICOS sino,
por el contrario, PROBABILÍSTICOS, es decir, deberán aclarar no lo que sucede siempre sino, por el
contrario, lo que sucede normalmente. Bien es verdad que hablantes diferentes pueden inferir sentidos
ligeramente distintos en la interpretación de un mismo texto. No obstante, no cabe la menor duela de que el
“sentido del texto” es una propiedad bastante estable: la mayor parte de los hablantes pueden ponerse de
acuerdo sin problemas en cuál es el contenido de un texto, puesto que normalmente realizan unas
operaciones de interpretación similares (véase V. 1).
13. Tanto la cohesión como la coherencia son nociones centradas en el texto que designan
operaciones enfocadas hacia los materiales textuales. Además de éstas, se necesitan otro tipo de nociones
centradas en el usuario que expliquen con mayor amplitud el funcionamiento de la actividad comunicativa
en la que están implicados tanto los productores como los receptores de textos. Un ejemplo de ese tipo
de nociones es la tercera norma de textualidad: la INTENCIONALIDAD. La intencionalidad se refiere a
la actitud del productor textual: que una serie de secuencias oracionales constituya un texto
cohesionado y coherente es una consecuencia del cumplimiento de las intenciones del productor
(transmitir conocimiento o alcanzar una META específica dentro de un PLAN).9
7
En IV.47 se analizan algunos marcadores que indican proximidad temporal. Sobre las fronteras entre
acontecimientos, véase III.24.
8
En V.1 se distingue entre “significado”, entendido como la capacidad que tienen las expresiones lingüísticas
para ser significantes, y “sentido”, entendido como el conocimiento que realmente transmiten las expresiones
que aparecen en los textos.
9
Se ha discutido mucho acerca de la “intencionalidad”, pero no se ha llegado a ninguna conclusión definitiva. No
obstante, pueden consultarse las publicaciones siguientes, en las que se trabaja con este concepto: Wünderlich (1971),
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Bien es verdad que -en algún grado al menos- puede considerarse que, en sí mismas, la cohesión y la
coherencia son metas operativas que si no se alcanzan podrían bloquear la consecución de otras metas
discursivas. No obstante, como sucede de manera notoria en la conversación espontánea, los receptores
practican habitualmente cierta TOLERANCIA hacia producciones lingüísticas de sus interlocutores
que difícilmente pueden considerarse como cohesionadas y coherentes (véase VI.2 y ss.). Una estructura
relativamente confusa como la siguiente (documentada en Coulthard, 1977: 72):
En este sentido, podría interpretarse que una de las metas propias del receptor textual es el
mantenimiento de la cohesión y la coherencia, puesto que tiene la potestad de tolerar las
imperfecciones formales que presenta el material textual hasta donde sus propios intereses se lo
aconsejen.
Hörmann (1976), Bruce (1977), Van Dijk (1977a) , Schlesinger (1977), Cohen (1978), McCalla (1978), Wilensky
(1978a), Allen (1979) y Beaugrande (1979a y b, 1980a) (véase también VI.6). Adviértase que quien produce un texto
no tiene por que ser el mismo que lo presenta, por ejemplo en el caso de la alusión textual (IX.12); este fenómeno
puede incluirse bajo la noción de intertextualidad (acerca de la parodia, véase I,22).
10
Sobre la aceptabilidad, puede consultarse Quirk y Svartvik (1966) y Greenbaum (ed.) (1977). Sobre la aceptación
de las metas discursivas de los otros participantes, véase Cohen (1978), McCalla (1978) y Allen (1979).
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[14] Llámenos antes de cavar una zanja. Probablemente no pueda telefonearnos después.
La Compañía Telefónica Bell invita a que sus abonados infieran que cuando se excava una
zanja se corre el peligro de cortar un cable telefónico soterrado y, en consecuencia, puede averiarse la
instalación para llamar por teléfono no sólo a la Compañía Telefónica para que arregle la avería, sino incluso
para insultar a quienes pusieron ahí ese cable o para recibir la llamada del Jefe en la que nos despide por
cometer una negligencia profesional. Resulta curioso que [14] sea una versión más efectiva del mensaje que
cualquier otra que, como [14a], sea más explícita (en el sentido que se expone en I.6):
[l4a] Llámenos antes de cavar una zanja. Cabe la posibilidad de que haya un cable soterrado. Si
usted rompe ese cable, se quedará sin servicio telefónico, por no mencionar que puede
recibir además una fuerte descarga eléctrica. En cualquiera de estos casos, usted no podrá
telefonearnos.
Parece ser que al receptor se le persuade con mayor facilidad si se le obliga a que realice un
esfuerzo aportando conocimiento adicional para entender el contenido del texto: de esa manera se
crea la ilusión subjetiva de que el propio receptor, en alguna medida al menos, ha enunciado el texto .
El ejemplo [14] es más informativo que el ejemplo [14a] debido a un factor que constituye la norma de
textualidad que se tratará a continuación.
18. Cualquier texto es, en alguna medida al menos, informativo. El problema no radica en qué
medida la forma y el contenido de un texto sean predecibles, puesto que, en cualquier caso, siempre habrá
alguna serie de secuencias que no puedan preverse. Con toda probabilidad, un nivel especialmente bajo de
informatividad puede perturbar, causar fastidio e incluso provocar el rechazo del texto. Tómese en
consideración la secuencia que abre un típico manual científico: 12
El hecho que se afirma aquí es tan conocido por todos que no vale la pena enunciarlo en un libro
científico. Nadie duda de que [15] sea un texto cohesionado y coherente, y que, como tal, indudablemente
intente ser un texto aceptable. Sin embargo, se trata en realidad de un texto con muy poco interés para sus
receptores puesto que es mínimamente informativo. Ahora bien, cuando se accede a su continuación, el texto
va adquiriendo una mayor entidad:
La afirmación de un hecho obvio en el ejemplo [15] funciona como punto de partida a partir del cual
se pueden realizar a continuación afirmaciones con un grado más elevado de informatividad. La expresión
'en realidad' que aparece en la superficie textual de [15a] señala que la relación entre 'mar' y 'agua' (véase
11
Sobre la informatividad, puede consultarse Shannon (1951), Weltner (1964), Grimes (1975), Loftus y Loftus
(1976), Groeben (1978) y Beaugrande (1978b, 1980a). Véase también el capítulo VII.
12
Con este enunciado comienza el libro de Chanslor (1967: 9). Para un análisis más profundo fragmento véase
Beaugrande (1978b).
17
18
V.26[1]) no es, en absoluto, rigurosa. La refutación de una creencia estereotipada eleva el nivel de
informatividad del fragmento en que aparece (véase VII.16).
[1] NIÑOS
JUGANDO
DESPACIO
podía interpretarse de diversas maneras, pero la interpretación más probable era bastante obvia. La
facilidad con que los hablantes pueden decidir semejantes cuestiones se debe a la influencia de la situación
en la que se presenta el texto. En el caso del ejemplo [1], la señal está emplazada en una localización en
la que cierta clase de receptores, llamados conductores, probablemente esperan que la señal se refiera
a un determinado tipo de acción, cuyo cumplimiento o desobediencia puede afectarles. Parece
razonable suponer que 'despacio' ha de entenderse como un requerimiento para reducir la velocidad, más que
como un anuncio acerca de las capacidades físicas o mentales de los niños. En ese mismo contexto, los
peatones entenderán que el texto de la señal no es relevante para ellos, porque su velocidad de marcha no
puede poner en peligro a nadie. Todo ello demuestra que el sentido y el uso de ese texto se ha decidido
por medio de la situación en la que aparece.
20. La situacionalidad puede afectar incluso a los medios de cohesión. Por un lado, una versión
del texto similar a la siguiente:
[lb] Los conductores deberían conducir despacio, porque los niños que juegan en las
inmediaciones podrían cruzar la calzada sin mirar. Los vehículos pueden detenerse con
mayor facilidad si circulan despacio.
podría aclarar cualquier posible duda acerca del sentido, el uso y el grupo de receptores a quien va dirigido
el texto. Ahora bien, en una situación como la circulación de tráfico en la que los receptores tienen limitada
su capacidad y su tiempo de atención, no parece que sea lo más apropiado señalizar todas y cada una de las
circunstancias que puedan concurrir en una situación determinada. Esta consideración fuerza al productor
textual a emplear un máximo de economía en su actividad comunicativa. La situacionalidad constriñe
con tanta fuerza el intercambio comunicativo que la versión minimizada [1] es mucho más apropiada que
[lb], aunque ésta sea más clara y proporcione una mayor cantidad de información (véase I.23).
No se puede anular el límite de velocidad a menos que anteriormente se hubiese establecido una
limitación previa. Parece claro que el sentido y la relevancia de [16] depende del conocimiento que se tenga
de [1] y de la aplicación de su contenido a la situación en curso.
18
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intertextualidad. En ciertos tipos de textos como la parodia, las reseñas críticas, las
contraargumentaciones o los informes, el productor textual ha de consultar continuamente el texto
principal para construir su discurso paródico, crítico, contraargumentativo o informativo, y, con toda
seguridad, los receptores textuales necesitarán conocer el texto previo para entender el texto actual.
Como ejemplificación de este planteamiento, recuérdese que hace algunos años apareció un anuncio en
varias revistas con la fotografía de un joven que imploraba:
Cierto profesor, que estaba esperando a que el Ministerio financiara su proyecto de investigación,
recortó el texto del anuncio y, retocándolo ligeramente, lo pegó en la puerta de su despacho:
En su contexto original, [17] era una incitación para que el público adquiriera una
determinada marca de pantalones vaqueros (DON'S). En el nuevo contexto, [17a] parece en principio
fuera de lugar: la colocación de un recorte de revista en la puerta de un despacho difícilmente ayudará a
conseguir la financiación de un proyecto de investigación. Sin duda alguna, para acceder a una
interpretación competente de [17a] se ha de recurrir al conocimiento del texto anterior [17] y de la
intención que lo produjo. Una vez que se tiene en cuenta esta información, puede entenderse mejor
que lo inesperado de la nueva versión incrementa el interés y la informatividad del texto reutilizado
(véase I.17). Este efecto de sorpresa suple la falta de relevancia situacional inmediata y revela,
además, la intención humorística que ha movido al nuevo usuario textual.
23. En este capítulo se ha hecho una primera presentación de las siete normas de textualidad:
cohesión (I.4-5), coherencia (I.6-12), intencionalidad (I.13), aceptabilidad (I.14-16), informatividad,
situacionalidad (I.19-20) e intertextualidad (I.21-22). Estas normas funcionan como los PRINCIPIOS
CONSTITUTIVOS (en el sentido en que emplea este término Searle, 1969: 33 y ss.) de la comunicación
textual: estas siete normas crean y definen la forma de comportamiento identificable como “comunicación
textual”. No puede quebrantarse ese conjunto de normas sin atentar contra el proceso comunicativo mismo.
Existen también PRINCIPIOS REGULATIVOS (de nuevo siguiendo a Searle) que, más que
definirla, controlan la comunicación textual. En nuestro modelo prevemos la existencia de al menos tres
principios regulativos.
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apariencia sencillo, como qué es un texto, hemos de recurrir a la interrelación de factores que afectan
tanto a la cognición como a la planificación y al entorno social en que se enmarcan los
acontecimientos comunicativos. Quizá no sea demasiado ilusorio esperar que el contorno excesivamente
amplio de la ciencia del texto que hemos intentado bosquejar en este manual se vaya llenando gradualmente
de contenido gracias al trabajo de los investigadores de diversas disciplinas que compartan nuestro mismo
compromiso por el estudio del uso del lenguaje entendido como la actividad humana más importante.
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