Está en la página 1de 20

1

Introducción a la
lingüística del texto

Robert-Alain de Beaugrande
y Wolfgang Ulrich Dressler

Editorial Ariel S.A.

Versión española y estudio preliminar de


SEBASTIÁN BONILLA

Diseño de Cubierta: Nacho Soriano


Título original:
Eingührung in die Textlinguistk

Edición en inglés:
Introduction to Text Linguistics

Primera edición: mayo 1997

Este material se utiliza con fines


exclusivamente didácticos.

1
2

ESTUDIO PRELIMINAR
de Sebastián Bonilla (Universidad Rompen Fabra, Barcelona)

Qué es un texto, o cristalización versus


urbanismo
Especulemos un poco. Supongamos que los textos se organizan siguiendo un procedimiento
parecido al de la cristalización mineral. El fenómeno de la cristalización consiste, en esencia, en que una
reunión caótica de elementos independientes se convierte en una estructura máximamente ordenada. Ello es
posible gracias a la conjunción de miríadas de actividades microscópicas e inconexas entre sí, las cuales, en
el interior de un medio mineral, van creando, poco a poco, zonas crecientemente cohesionadas de coherencia
que se van ampliando de manera sucesiva hasta completar la reorganización estructural total del medio.

Aunque haya pocas cosas en el universo tan ejemplarmente ordenadas como un cristal observado a
través de un microscopio, no se puede aceptar que la metáfora de la cristalización sirva como base de un
modelo textual explicativo, a causa de una razón obvia: la cristalización consiste en un fenómeno natural
no intencionado y, por lo tanto, no resulta pertinente aplicarlo en el análisis de la actividad
comunicativa humana, prototípicamente cultural e intencionada.

No obstante, el fenómeno de la cristalización puede utilizarse como argumento en contra de la idea,


demasiado extendida, según la cual para que un texto esté ordenado basta simplemente con que esté
cohesionado y sea coherente. Si no se quiere reducir el texto a un perfecto pero muy poco interesante ente
mineral cristalizado, se ha de entender que la cohesión y la coherencia que lo caracterizan son producto
de una actividad cultural intencionada, y que, por lo tanto, ambas propiedades son inseparables de la
intencionalidad.

Antes de continuar, una aclaración pertinente con respecto al concepto de intencionalidad. Parece
obvio que es imposible (re)conocer la intención última, recóndita, que mueve a un hablante o a un escritor a
producir un texto. Pero no es a eso a lo que nos estamos refiriendo aquí, sino más bien a una concepción
intersubjetiva de la intención. En la vida cotidiana, cuando alguien produce un texto está muy
interesado en que sus receptores lo entiendan, en el sentido de que reconozcan la intención que
transmite. Tal y como se demuestra en el ejemplo siguiente que aparece en casi todos los manuales de
pragmática, cuando alguien nos aborda en la calle y nos dice “¿Tiene hora?”, habitualmente entendemos
ese enunciado, no como una pregunta literal que haya de responderse con un «sí» o un «no», sino como una
petición que requiere una respuesta informativa (puesto que hemos reconocida la intención con la que ha
sido producida). Se trata de devolver el aura mediocritas a la intencionalidad, de desalojarla de su
prolongada estancia en la filosofía hermenéutica y trasladarla al contexto de la interacción comunicativa
cotidiana, ya despojada de cualquier tipo de especulación. En su manual, Beaugrande y Dressler tratan la
problemática que plantea la intencionalidad en el contexto amplio y suficientemente explorado por la ciencia
cognitiva de los planes y de las metas.

Sigamos especulando. Supongamos que los textos se organizan siguiendo un procedimiento


parecido al de la urbanización de un territorio. El urbanista ha de resolver los mismos problemas que se
plantean en la organización de cualquier otro espacio semiótico, como, por ejemplo, un texto (Zunzunegui,
1990). El entramado urbano será recorrido por transeúntes y por vehículos (el texto será interpretado por sus
receptores), y, por esa razón, el urbanista ha de prever sus movimientos interpretativos, proyectando la
estructura de los lugares de tránsito y de los lugares de encuentro, amueblándolos con elementos de
naturaleza interactiva, en forma de carteles, letreros, indicadores, etc., que informen, propicien o exijan
determinados comportamientos a sus usuarios (como, por ejemplo, imponer un límite de velocidad a los
automóviles, obligar a los transeúntes a cruzar la carretera por un determinado lugar señalizado con un paso
cebra o bien organizar los movimientos de entrada y de salida de los usuarios en los transportes públicos). El
transeúnte o el conductor respetuosos con la urbanización prevista del territorio realizarán una

2
3

descodificación adecuada del texto urbano, asegurándose el éxito de sus movimientos (interpretativos). Una
descodificación aberrante (por ejemplo, cruzar por donde no está previsto o aparcar el coche en la zona de
los peatones) es una infracción. De igual manera, el productor textual ha de prever los movimientos de sus
receptores potenciales, incluyendo en su texto información interactiva (presentada prototípicamente por los
conectores y los marcadores discursivos) que guíe la trayectoria interpretativa de los usuarios textuales.

En este sentido, un texto se parece más a un espacio urbano que a un mineral cristalizado. Al igual
que los espacios urbanísticos, los textos están modelados para dirigir la actividad interpretativa de sus
usuarios (ambos suelen estar cohesionados, ser coherentes y son un producto intencionado e interactivo).
Como sucede en la trama urbana, los textos toleran un cierto nivel de entropía, de desorden relativo, siempre
que el receptor (o el transeúnte del texto) acepte realizar un esfuerzo adicional de procesamiento para
compensar sus errores e imperfecciones formales y para recuperar la información elidida e implícita
(Beaugrande y Dressler denominan a este fenómeno «aceptabilidad»). Dando una última vuelta de tuerca a
la analogía, de manera parecida a como una nueva plaza ha de entablar con los edificios del entorno un
diálogo urbanístico, cada nuevo texto hace relacionarse intertextualmente con los textos previos que lo han
hecho posible.

Dada la compatibilidad del modelo que Beaugrande y Dressler presentan en este manual con la
metáfora del urbanismo, puede afirmarse que ésta sirve como base intuitiva para fundamentar un modelo de
texto centrado en las ideas de construcción de un espacio formal y conceptualmente homogéneo (cohesión y
coherencia), de actividad productiva e interpretativa (intencionalidad y aceptabilidad), de interacción con el
entorno a causa de su localización física y conceptual (situacionalidad e intertextualidad) y de calidad (nivel
de informatividad, eficacia, efectividad y adecuación).

Un problema previo de terminología

El cronista de la evolución de las disciplinas científicas debería reservar siempre un espacio para los
chistes privados. Por ejemplo, se han impreso muchas páginas y se han dedicado muchas horas de discusión
a la pasión inútil de establecer las supuestas diferencias existentes entre «texto» y «discurso». Quien escribe
estas líneas no tiene noticia de ningún caso equiparable en otros ámbitos del conocimiento: lo que unos
lingüistas llaman «texto» es, precisamente, lo que otros denominan «discurso» y viceversa. Existe
unanimidad en el desacuerdo.

Teun A. van Dijk comentó recientemente que los investigadores alemanes y holandeses que
trabajaron, a principios de los años setenta, en la fundamentación científica de la lingüística del texto, no
disponían en sus propias lenguas de un concepto transparente de discurso, por lo que optaron por utilizar de
manera unánime el término «texto», que les era más familiar, empleando «discurso», cuando escribían en
inglés, para referirse a una entidad marcadamente abstracta. Si se sigue la trayectoria de las publicaciones de
Van Dijk, puede comprobarse que en sus trabajos anteriores a 1981 utiliza el concepto «texto», mientras que
en los aparecidos a partir de esa fecha emplea el término «discurso», ya de manera sistemática, aunque en
ambos casos y desde enfoques distintos, Van Dijk esté tratando, en esencia, el mismo objeto básico de
estudio. En el caso de las publicaciones más recientes de Robert de Beaugrande, el problema terminológico
sencillamente desaparece, puesto que suele utilizar de manera habitual el sintagma «texto y discurso». Pero
acaso donde se advierta mejor la escasa importancia de este quizá seudoproblema terminológico algo
sobredimensionado es en la relativa coincidencia entre el contenido de la mayor parte de los trabajos de
lingüística del texto y de análisis del discurso (compárese, por ejemplo, los trabajos «textuales» de Van
Dijk, 1980, Beaugrande y Dressler; 1981, o Halliday y Hasan, 1976, con los trabajos «discursivos» de
Brown y Yule, 1983,Stubbs, 1987, o Schiffrin, 1994).

A modo de presentación de la Introducción de Beaugrande y Dressler

Resulta cuanto menos paradójico el hecho de que un conocido grupo británico de música pop haya
grabado su último disco compacto utilizando la tecnología digital más avanzada precisamente para simular
el ruido de fondo que la aguja del tocadiscos producía en su roce con los antiguos discos analógicos de
vinilo; por toda explicación, el líder del grupo declaró a los medios de comunicación que quería obtener un
«sonido clásico».
3
4

Con la traducción de este libro, quince años después de su primera edición, se intenta recuperar y
reivindicar el sonido clásico, genuino, de la lingüística del texto. En cualquier otra disciplina científica
resultaría una rareza que hayan pasado tantos años antes de disponer de una versión en castellano de un
manual que sigue y seguirá siendo de cita obligada en la práctica totalidad de los trabajos especializados en
temas textuales. Esta versión en castellano pretende acabar con esta suerte de extravagancia.

Quizá la razón última que pueda justificar la iniciativa de traducir ahora este libro haya sido que el
paso de los años ha situado a la lingüística del texto en un lugar privilegiado. Quienes, a principios de los
años setenta, se aventuraron en la investigación de lo que sucedía más allá del mundo conocido de los
límites de la oración, probablemente no imaginaron nunca que, algunos años después, los temas estrella de
la disciplina textual (la cohesión y la coherencia) estarían incluidos en los programas oficiales tanto de la
enseñanza secundaria como de la universitaria.

De entre las muchas maneras posibles de presentar este manual clásico de la lingüística del texto, en
este estudio preliminar se ha preferido el procedimiento de seleccionar algunos aspectos relevantes que
caracterizan el concepto clave de «textualidad», para comentar el tratamiento (breve, pero casi siempre
original, cuando no revelador) que les aplican Beaugrande y Dressler.

Con la excepción hecha de la retórica clásica (entendida, en su acepción no restringida, como la


formación de comunicadores expertos), de la estilística literaria y de la tradición didáctica de la enseñanza de
la lectura y de la escritura, los objetos de estudio de las diversas disciplinas lingüísticas han sido casi
siempre, o bien la palabra, o bien la oración. Desde el punto de vista de la lingüística del texto, es un lugar
común afirmar que lo que hace que un texto sea un texto no es su gramaticalidad, sino su textualidad. Un
texto no es simplemente una suma de palabras, oraciones o párrafos; un texto tampoco es una superoración
de gran longitud compuesta parcialmente por oraciones bien formadas y colocadas en secuencia lógica (para
una exposición de las diferencias entre texto y oración, puede consultarse en la bibliografía en inglés
Halliday y Hasan, 1976, y Van Dijk, 1978; en italiano, Conte, 1977; en español, Petofi y García Berrio,
1978, Bernárdez, 1982, Mederos, 1988, y Fuentes, 1996b; en catalán, Rigau, 1988, y Castellá, 1992). Bien
es verdad que, como señala Beaugrande (1997), entre 1965 y 1975, en la época de las denominadas
gramáticas textuales de base generativa, se consideraba que las diferencias teóricas entre una oración y un
texto eran únicamente cuantitativas.

Culminando esta línea argumentativa generativa, se hipotetizó con escasa fortuna acerca de la
existencia de un supuesto «principio de suplementación» según el cual, para explicar la estructura de un
texto, bastaba con añadir unas reglas textuales nuevas a los sistemas de reglas y demás formalismos
oracionales ya conocidos. Esta vía de investigación, que hoy se considera situada en los lejanos inicios de la
disciplina textual, renunciaba explícitamente a la idea de que el texto fuese una unidad lingüística específica
y diferenciada de la oración. Todas las teorías textuales posteriores a esa época fundacional dan por sentado,
incluso como si fuera una trivialidad, que el texto no es necesariamente una unidad lingüística
supraoracional (una palabra, como «PELIGRO», o un enunciado, como «Abróchense los cinturones»,
debidamente contextualizados, también son textos), sino que se trata de una unidad comunicativa
cualitativamente distinta.

Aun a riesgo de que parezca una afirmación que invita a la polémica, puede suponerse que las
unidades lingüísticas denominadas «palabra» y «oración» se han establecido mediante la aplicación de unos
planteamientos teóricos que contrastan de manera evidente con la realidad de la comunicación, ya que, sin ir
más lejos, los mismos lingüistas que estudian de manera exclusiva la oración producen, reciben e
intercambian continuamente, tanto en su vida cotidiana como en su vida académica, textos genuinos
monologados y conversacionales. Que no se interesen científicamente en ellos quizá sea consecuencia de
una elección metodológica basada en dos suposiciones: la primera, que todo lo que de interesante hay en un
texto está contenido necesariamente en las oraciones que lo componen y, la segunda, que más allá de la
oración no se puede aplicar seriamente el método científico, ni se pueden obtener resultados respetables. En
este manual introductorio, la apuesta de Beaugrande y Dressler es, precisamente, demostrar la inconsistencia
de ambas suposiciones.

4
5

Basándose en la idea de que los comunicadores producen y reciben textos siguiendo


intencionadamente unos planes cuyo cumplimiento les permitirá alcanzar las metas deseadas (éste sería el
motivo no ingenuo que movería a los interlocutores a participar de manera cooperativa en las interacciones
comunicativas), Beaugrande y Dressler proponen un modelo de procesamiento textual muy exigente, en el
sentido de que ha de cumplir rigurosamente muchos requisitos de control, modelo que coloca a la lingüística
del texto en la posición de columna vertebral interdisciplinaria encargada de regular las relaciones entre la
lingüística, la ciencia cognitiva y la inteligencia artificial.

En el modelo propuesto en este manual, cualquier texto ha de cumplir siete normas


(interrelacionadas entre sí mediante restricciones) y tres principios reguladores de la comunicación textual.
De entre los siete criterios de textualidad aludidos, hay dos de tipo lingüístico (cohesión y coherencia), dos
psicolingüísticos (intencionalidad y aceptabilidad), dos sociolingüísticos (situacionalidad e intertextualidad)
y uno de tipo computacional (informatividad); los tres principios comunicativos son eficacia, efectividad y
adecuación.

Según este modelo interdisciplinario, la cohesión consiste en que las secuencias oracionales que
componen la superficie textual están interconectadas a través de relaciones gramaticales, como la repetición,
las formas pronominales, la correferencia, la elisión o la conexión. Un texto posee coherencia cuando los
conceptos (configuraciones de conocimiento) que componen su universo del discurso están interconectados
a través de relaciones de diversa naturaleza, por ejemplo, de causalidad. La intencionalidad consiste en que
la organización cohesiva y coherente de texto sigue un plan dirigido hacia el cumplimiento de una meta,
habitualmente extralingüística. La aceptabilidad se manifiesta cuando un receptor reconoce que una
secuencia de enunciados constituye un texto cohesionado, coherente e intencionado porque lo que se
comunica es, a su juicio, relevante. La situacionalidad se refiere a los factores, que hacen que un texto sea
pertinente en un determinado contexto de recepción. La intertextualidad indaga en el hecho de que la
interpretación de un texto dependa del conocimiento que se tenga de textos anteriores. La informatividad es
el factor de novedad que motiva el interés por la recepción de un texto. En cuanto a los principios
regulativos de la comunicación textual, la eficacia de un texto depende de que quienes intervengan en su
intercambio obtengan los mejores resultados comunicativos posibles invirtiendo en esa tarea un esfuerzo
mínimo. La efectividad está en relación con la intensidad del impacto comunicativo que el texto provoca en
sus receptores. La adecuación es el equilibrio óptimo que se consigue en un texto entre el grado de
actualización de los criterios de textualidad, por un lado, y la satisfacción de las demandas comunicativas,
por otro. A continuación se señalan, sin afán de exhaustividad, algunos problemas relevantes que plantea el
funcionamiento de esas normas y de esos principios.

La cohesión representa la función comunicativa de la sintaxis. Beaugrande y Dressler demuestran,


mediante un sistema de análisis dinámico basado en redes cognitivas, que la cohesión, en contra de lo que
prevén otros enfoques más estáticos (como, por ejemplo, cl de Halliday y Hasan,1976), no consiste
únicamente en un conjunto de relaciones superficiales que interconecta gramaticalmente los diversos
componentes textuales, sino que cada elemento lingüístico dirige y mediatiza la operación de acceso a
otros elementos lingüísticos con los que se interrelacionan. De esta manera, el modelo de procesamiento
de la cohesión que proponen Beaugrande y Dressler no cae en la falacia (señalada convenientemente por
Brown y Yule, 1983: 236-46) de otros modelos textuales no cognitivos de cuyo funcionamiento se deduce,
por ejemplo, que cuando el receptor encuentra un pronombre, ha de retroceder en el texto hasta que
encuentra su referencia. Sobre este punto en concreto, la explicación que ofrecen Beaugrande y Dressler es
que la cohesión funciona asegurando que se mantenga activada en la memoria la información relevante, de
manera que cuando aparezca un elemento pronominal, el receptor no tenga que trasladar su atención
físicamente hacia atrás en el texto, sino que bastará con que recupere en su memoria activa esa información.
Precisiones de este tipo son las que permiten entender, por ejemplo, que un lector pueda comprender en
tiempo real el texto que está leyendo o que un oyente entienda a su interlocutor a la vez que éste le está
hablando: la cohesión textual le asegura a ese lector o a ese oyente la disponibilidad de la información que
sea relevante en cada momento.

Bien es verdad que la propuesta de Beaugrande y Dressler de representar gráficamente las relaciones
de cohesión y de coherencia textuales mediante redes cognitivas repletas de etiquetas y de trayectorias
(véanse los capítulos IV, V y 1X) puede parecer compleja y desanimar a más de uno. Ahora bien, se ha de
tener en cuenta que este tipo de visualización cartografía de una manera bastante reveladora interrelaciones

5
6

textuales muy abstractas que serían muy difíciles de clarificar mediante otros procedimientos. En cualquier
caso, Beaugrande y Dressler consideran que este tipo de redes cognitivas constituye un mal menor a falta de
otro sistema de análisis más conveniente: en efecto, pese a su aparente complejidad, simplifican
enormemente las representaciones mentales auténticas que construyen los receptores textuales mediante
operaciones inferenciales tan extraordinariamente complejas y veloces de ejecución como la de aplicar el
conocimiento previo del mundo almacenado en su mente a la comprensión del texto que están procesando en
ese momento en tiempo real (véase, por ejemplo, la figura 14).

Una de las ideas que desmantelan Beaugrande y Dressler en su manual es la de que la cohesión y la
coherencia (esta última se encarga de asegurar la continuidad del sentido y la interconectividad del
contenido textual) son propiedades intrínsecas de los textos y responsabilidad absoluta de quien los
produce. En un giro copernicano, Beaugrande y Dressler proponen que la cohesión y la coherencia son,
por un lado, restricciones inscritas en el texto por el productor, encargadas de orientar los procesos
cognitivos interpretativos que han de poner en funcionamiento los receptores; y, por otro, ambas
propiedades constituyen el producto de esa misma actividad interpretativa. Sólo un planteamiento
similar a éste podría explicar el hecho clave de que un texto con imperfecciones formales, que presente un
deterioro más o menos grave en su cohesión o en su coherencia, pueda ser interpretado sin problemas
(aunque sí con dificultades) por los receptores textuales. En este sentido, el mantenimiento de la cohesión
y de la coherencia textuales se apoya (y, en ocasiones, se suple) con la actividad interpretativa de los
receptores; es decir, con la «aceptación» del texto por parte del receptor; con la realización de sus propias
contribuciones al mismo y con la sistemática aportación de inferencias reparadoras de la superficie y del
sentido textuales. Desde este punto de vista, si en el primer apartado de este estudio preliminar se
apuntaba la interrelación entre cohesión, coherencia e intencionalidad, ha de asociarse
necesariamente a esos tres fenómenos el de la aceptabiIidad.

El carácter interactivo de la cohesión y de la coherencia se advierte con claridad cuando se examina


el funcionamiento de la elisión textual. Si bien la mayor parte de los modelos textuales se centran, de
manera casi exclusiva, en la posibilidad de borrar de la superficie textual la información conocida y los
elementos redundantes, para potenciar así la presencia de la información relevante, Beaugrande y Dressler
proponen que se preste atención sobre todo a la utilización estratégica de la elisión: cuando el productor
elide un elemento textual está, en realidad, propiciando que el receptor lo reponga mediante su propia
actividad interpretativa. De esta manera —que en el ámbito de la política se calificaría sin duda de
«maquiavélica»— el productor obliga a que el receptor se implique en el proceso de reconstrucción textual.
Aunque pueda parecer paradójico, un texto completo, acabado, cerrado en sí mismo, minimiza, cuando no
repele, la actividad receptora; por el contrario, un texto con zonas de elisión, la potencia. En este punto, sólo
es de lamentar que en muchos manuales de composición se enseñe a escribir, pero no a no escribir lo que
conviene elidir para implicar de una manera efectiva al lector en el texto.

El nivel de informatividad textual plantea siempre una especie de dilema interactivo similar al de la
mayor parte de los juegos de estrategia. Un texto que posea un bajo nivel de informatividad (es decir, que
sea predecible y esté compuesto por información conocida) requiere un esfuerzo mínimo de procesamiento,
pero carece totalmente de interés para el receptor (por ejemplo, en los aviones, nadie atiende a las
instrucciones de la tripulación sobre cómo colocarse el chaleco salvavidas, excepto si se tiene tina
motivación especial, como la de ser fatalista o la de haber viajado poco en ese medio de transporte). Un
texto con un nivel alto de informatividad (es decir; que sea sorprendente y contenga información nueva)
requiere un esfuerzo elevado de procesamiento, pero promete que no defraudará el interés que el receptor
ponga en su interpretación (por ejemplo, un mensaje en clave que contenga información sobre movimientos
de tropas del ejército enemigo). Habitualmente, los textos reales poseen zonas de diferente nivel de
informatividad; no obstante, lejos de buscar un equilibrio en el nivel de informatividad del conjunto del
texto, como parece aconsejar la lógica, Beaugrande y Dressler postulan que para potenciar la efectividad
textual, el productor ha de decantarse sin duda por proporcionar el mayor nivel de informatividad posible a
su texto en la promesa de que el receptor invertirá un mayor esfuerzo, pero obtendrá un mayor beneficio
cognitivo: comunicarse con eficacia exige, por lo tanto, correr un riesgo (calculable).

Suele ser una tendencia bastante habitual en lingüística intentar demostrar la validez de una hipótesis
mediante complejas demostraciones teóricas, cuando, en ocasiones, se plantean problemas que ya han sido
resueltos en el contexto de la comunicación en la vida real. Por ejemplo, la existencia de una interrelación

6
7

necesaria entre texto y situación todavía es motivo de especulación y de discusión entre lingüistas, cuando
ese problema ya ha sido resuelto en la práctica por los ayuntamientos que alquilan el espacio público a
empresas que quieren anunciarse en vallas publicitarias: la tarifa se establece de acuerdo con dos parámetros,
teniendo en cuenta las dimensiones del anuncio (es decir; el tamaño físico del signo), y, sobre todo, el
contexto, el lugar (situacionalidad) en que se va a colocar el texto propagandístico. Resulta obvio el hecho
de que la situacionalidad multiplica o disminuye el impacto persuasivo de una valla publicitaria; un texto
colocado en una ubicación privilegiada incrementa su valor comunicativo; un texto situado en un lugar
periférico, lo disminuye. La situacionalidad relativiza los conceptos de cohesión y de coherencia: un texto
puede ser coherente en una situación e incoherente en otra (precisamente en este juego se basa el mecanismo
principal del humor).

Para finalizar esta breve presentación, parece oportuno recordar, mediante un ejemplo, la elegancia
explicativa que caracteriza a este manual. Para explicar en qué consiste la intertextualidad, Beaugrande y
Dressler utilizan la metáfora de las señales de tráfico. Si un conductor encuentra en la carretera una señal de
tráfico en la que se marca el final de la limitación de velocidad, eso quiere decir que kilómetros antes
encontró otra señal que limitaba la velocidad. No se trata de que un elemento remita a otro espacialmente,
sino de que un elemento activa un determinado conocimiento almacenado previamente en la memoria. La
relación entre ambas señales de tráfico es intertextual, es decir; no se puede interpretar una sin hacer
referencia a la otra. En este punto, Beaugrande y Dressler levantan la sospecha de que quizá ningún
texto pueda interpretarse de otra manera si no es enclave intertextual.

Prospectiva

Desde el año 1981, en que se publicó originalmente esta introducción, hasta la fecha, han ido
apareciendo nuevos enfoques y se han propuesto nuevos tratamientos de las cuestiones textuales más
significativas, especialmente desde una disciplina, el análisis del discurso, llamada a integrar, entre otras, las
aportaciones de la lingüística del texto y de la pragmática.

Con la intención de complementar de un modo modesto el trabajo de Beaugrande y Dressler, esta


prospectiva, necesariamente breve, deja a un lado la crónica de la evolución reciente de la disciplina textual
y se centra en el tratamiento de tres temas, dos de ellos prototípicos (la tipolotía textual y los conectores) y
uno tan novedoso que, en el momento de publicar este estudio preliminar, todavía no existen trabajos
específicamente lingüísticos sobre el mismo (la hipertextualidad).

El afán por reducir a la máxima sencillez, lo que es extremadamente complejo, ha llevado a


simplificar, de manera abusiva, la cuestión de las tipologías textuales. En contraste con la orientación
empírica, característica e la disciplina textual desde sus orígenes, la actividad en este terreno se ha
circunscrito de manera casi monotemática a la elaboración de inventarios clasificatorios de tipos puros e
ideales de texto, cuando la realidad comunicativa ofrece textos complejos, que bien podrían denominarse,
provisionalmente y de manera hipotética, «intertipológicos». En un trabajo reciente, que reorienta la
discusión de una manera quizá definitiva, uno de los especialistas en el tema, Adam (1992), demuestra que
no existen textos tipológicamente puros, sino textos en donde se integran secuencias prototípicas de
naturaleza diversa (descriptivas, argumentativas, explicativas, narrativas, etc.). Por lo tanto, desde esta nueva
perspectiva, lo interesante es analizar empíricamente cómo se ensamblan en un mismo texto secuencias
prototípicas distintas, y, ya desde una perspectiva teórica, estudiar cómo funciona la intertipologicidad.

El tema discursivo de moda en estos últimos años de fin de siglo es, sin duda, los conectores, y los
marcadores del discurso, o por lo menos eso parece a la vista del creciente número de publicaciones, de la
cantidad de tesis doctorales que se están realizando y del inusitado interés que despierta actualmente el tema
entre los lingüistas.

Retando la concepción de Saussure de que el signo lingüístico posee un significante y un


significado, los conectores parecen requerir una estrategia de tratamiento bastante distinta. No ha servido de
mucho colocarlos, como ha sido habitual durante varios siglos de pensamiento gramatical, en el limbo
evanescente de las partículas y de los elementos de relación. Ha resultado muy fácil llevar a cabo la tarea de

7
8

ubicar los conectores en cuadros clasificatorios, pero muy problemático mantener esas clasificaciones
cuando en ellas se ha introducido un bisturí crítico.

El primer dato obvio acerca de este tipo de elementos que se ha de tener en cuenta es que un
conector relaciona cognitivamente al menos dos elementos informativos (ya sean textuales y/o contextuales)
y que, por lo tanto, no parece que sea una buena estrategia de investigación analizarlo aisladamente de su
entorno y de sus condiciones de uso. Junto con otras teorías pragmáticas recientes (como la de la
argumentación francesa, por ejemplo), la teoría de la relevancia (Sperber y Wilson, 1996 2, y Wilson y
Sperber, 1990; véase también Espinal, 1988, Garrido, 1990, Leonetti, 1993, Sánchez de Zavala, 1994,
Escandell, 1996 2 , Bonilla, 1992, 1996, y Montollo, 1992, 1997) ha sentado las bases para un nuevo
tratamiento de los conectores. En esta línea de investigación destacan sobre todo los trabajos de Blakemore (
1987) y Blass (1990). Como punto de partida puede analizarse el trabajo de Blass sobre el funcionamiento
de los conectores a y ka de la lengua sissala (hablada en Burkina-Faso), en principio equivalentes a la
conjunción and inglesa o y española. En esencia, a se utiliza cuando el acontecimiento que se describe en el
segundo miembro de la coordinación sucede de una manera normal, mientras que ka se emplea cuando el
segundo acontecimiento ocurre de una manera especial, anormal o inesperada. Así, por ejemplo, la
diferencia entre

X iba paseando por la calle y (a) se encontró a Z X iba paseando por la calle y (ka) se encontró a Z

radica en que a señala que el enunciado que le sigue ha de interpretarse según el guión estandarizado
con respecto a ese tipo de situaciones cotidianas (un encuentro casual en la calle), mientras que, por su parte,
ka da una instrucción de procesamiento especial, que sugiere que el encuentro se ha producido de un modo
inhabitual (por ejemplo, que B estaba herido en el suelo o que A se ha asustado al ver a B porque pensaba
que estaba muerto). Esta idea de que hay elementos cuya función no es tanto la de codificar un concepto
o la demarcar una relación, como la de indicar de qué manera ha de procesarse una secuencia, juega
un papel decisivo en el tratamiento de los conectores que proponen las últimas líneas de investigación
sobre el tema.

En el acercamiento explicativo de la teoría de la relevancia sobre el funcionamiento de los


conectores discursivos se maneja la hipótesis de que los enunciados poseen dos tipos básicos de
información: por un lado, contienen información conceptual; es decir, información gramatical acerca del
contenido conceptual del enunciado, y, por otro, transmiten información computacional, esto es,
información pragmática acerca de cómo ha de procesarse el contenido conceptual del enunciado.

Blakemore (1987) ya había formulado esta idea cuando argumentó que los enunciados contienen
«constricciones de procesamiento» que guían la trayectoria interpretativa de los mismos. En este
sentido, cuando un hablante utiliza un conector está indicando el tipo de procesamiento que espera
que ponga en marcha el oyente, reduciendo así el gasto de energía que éste ha de emplear en sus
operaciones mentales de interpretación. Así, por ejemplo, cuando el hablante introduce su enunciado con
una secuencia conectiva del tipo «ahora, en serio», está invitando a que su interlocutor interprete lo que
sigue a continuación en una clave determinada, neutralizando malentendidos y ahorrándole tiempo de
procesamiento.

Desde el punto de vista de la teoría de la relevancia, los conectores no contribuyen al contenido


semántico de los enunciados entre los que aparecen insertos, es decir, su presencia no aporta información
conceptual alguna; ahora bien, sí transmiten una valiosa información computacional, que repercute
directamente en la minimización del esfuerzo de procesamiento que ha de invertir el receptor en la
interpretación de los enunciados conectados. En contra de lo que se presupone en algunos trabajos sobre
el tema, la existencia de conexión formal no crea por sí sola la relación textual (que, en realidad,
preexiste al conector), aunque sí contribuye a hacerla más explícita. Así, por ejemplo, en la secuencia:

(A) El delantero chutó mal el balón, [pero] (B) el portero no pudo evitar el gol.

la relación semántica que se establece entre las dos proposiciones (A) y (B) exige la presencia de un
conector de tipo adversativo o contrargumentativo. De ahí lo anómalo que resulta, desde un punto de vista
pragmático, usar en ese contexto un conector de tipo, por ejemplo, conclusivo:

8
9

El delantero chutó mal el balón, [por lo tanto] el portero no pudo evitar el gol.

A pesar de haberse insertado un conector («por lo tanto»), una marca explícita de relación, no se ha
podido crear automáticamente, mediante ese procedimiento forzado, una relación conclusiva entre las dos
secuencias presuntamente conectadas. En realidad, la relación establecida entre ambas secuencias no se
modifica de manera sustancial, haya o no haya nexo entre ambas.

El delantero chutó mal el balón; el portero no pudo evitar el gol.

Si el nexo es inadecuado, precisamente porque la relación semántica, como se dijo antes, es


previa el nexo, puede advertirse cuándo se está utilizando incorrectamente un conector. Ahora bien, la
ventaja evidente de usar el conector pertinente es la de hacer explícita la relación cohesiva que mantienen
ambas secuencias. El receptor que ha de interpretar el texto puede apoyarse en la guía que le proporcionan
los conectores, entendiendo que funcionan a modo de indicios relevantes que restringen y señalan la
dirección en que es pertinente procesar la información. La presencia del conector adecuado, de la
información computacional precisa, multiplica la eficiencia interpretativa del receptor; ya que reduce
al mínimo el esfuerzo, y con ello, el gasto de energía de procesamiento. En consecuencia, que se utilicen
conectores no sólo es una manifestación, como se afirma por doquier, de que los comunicadores intentan
organizar formalmente sus enunciados, proporcionándoles cohesión, sino de que intentan ser
máximamente relevantes para que el receptor acceda a la interpretación más adecuada a un coste
mínimo que rentabilice el esfuerzo empleado en la interacción comunicativa.

A causa de la reciente invasión de los teléfonos móviles, ya puede decirse que hoy día casi todos los
lugares habitados por seres humanos del planeta tierra están intercomunicados mediante el teléfono. La red
Internet utiliza esa misma infraestructura telefónica, sólo que en cada extremo de la línea hay un ordenador
que permite intercambiar con otros ordenadores no sólo sonido, sino también imágenes y texto. Citando,
después de unas maniobras se navegación por el ciberespacio (universo virtual formado por los ordenadores
que están interconectados entre sí en una red telemática), un internauta entra en un documento (cuyo
emplazamiento físico puede residir en un ordenador situado en las antípodas geográficas), se encuentra con
un hipertexto.

Como explica Codina (1996), un hipertexto es un texto digital (un documento electrónico) con
múltiples enlaces asociativos que remiten a otros textos digitales. Mientras que un texto analógico se
estructura de acuerdo con el orden lineal de lectura previsto, un hipertexto digital es un conjunto de
elementos informativos interconectados en forma de red y que aprovecha las ventajas de acceso aleatorio a la
información que facilitan los ordenadores. Aunque pueda leerse de la manera tradicional, es decir, en forma
secuencial, la modalidad típica de desplazamiento hipertextual es la lectura navegacional (no ha de
olvidarse que el texto analógico también posee herramientas propias de navegación, como los índices
temáticos, de autores o de contenidos, las remisiones internas, las referencias bibliográficas, etc.). Navegar
por la información supone una liberación de las restricciones impuestas por la secuencialidad textual, ya que
se aplican criterios de búsqueda basados en asociaciones que incluyen potencialmente cualquier tipo de
relación que pueda imaginarse entre dos elementos textuales.

En este sentido, la navegación por la información digital es responsable de buena parte de la


interactividad característica del hipertexto: el navegante va construyendo con sus movimientos y decisiones
un texto virtual nuevo. Como señalan Rouct et al. (1996), la hipertextualidad plantea un nuevo objeto de
estudio, no sólo a la ciencia cognitiva, sino también a la lingüística. La perspectiva que se abre ante el
investigador es apasionante: ¿cómo tratar, en el seno del hipertexto, el fenómeno multidimensional de la
conexión virtual?, ¿qué modificaciones pueden sufrir nuestros viejos conceptos analógicos de cohesión y de
coherencia en el marco de la hipertextualidad digital?, ¿de qué manera se verá afectado el problema de la
situacionalidad en el contexto del hiperespacio virtual?, ¿qué sorpresas deparará la revisión del concepto, ya
algo añejo, de intertextualidad en este nuevo planteamiento digital?, ¿qué tipo de tratamiento analítico se
aplicará al nuevo protocolo de procesamiento de la información que plantea el fenómeno de la navegación
hipertextual?

9
10

El lector tiene ahora en sus manos una introducción a la lingüística del texto y, desde este apartado
titulado «prospectiva» que aquí concluye, se le invita a imaginar cómo sería una hipotética introducción a la
lingüística del hipertexto.

CAPÍTULO 1

NOCIONES BÁSICAS

10
11

1. He aquí seis muestras de lenguaje que comparten algunos rasgos y difieren en otros: 1

[1] NIÑOS
JUGANDO
DESPACIO

[2] Duérmete niño, duérmete ya,


que viene el coco y te comerá.

[3] A sus veinte años de edad, Willie B. es un teleadicto intransigente. Odia las noticias y los
programas de entrevistas, pero es un fanático aficionado de los partidos de fútbol. Se pone tan nervioso
cuando interrumpen con anuncios la retransmisión de un partido que, incluso, a veces le pega puñetazos al
televisor. Un amigo suyo dice que se comporta como “un niño pequeño”. Willie B. es el único gorila del
zoo de Atlanta. El pasado mes de diciembre, un representante de Tennesse TV se enteró de la solitaria vida
que lleva Willie B. y le regaló un televisor para que le hiciera compañía.

[4] En una zona del desierto de Nuevo México se alzaba un enorme cohete V -2 de color
amarillo y negro de 14 metros de altura. Vacío pesaba cinco toneladas. Llevaba como combustible ocho
toneladas de alcohol y oxígeno líquido. Todo estaba preparado para el lanzamiento. Los militares y los
científicos se habían parapetado detrás de unos montículos de tierra, a cierta distancia del ingenio. Dos
destellos rojos anunciaron la inminencia del lanzamiento. De pronto, con una gran llamarada y un fuerte
estruendo, el enorme cohete ascendió primero lentamente y luego cada vez más de prisa. Iba dejando una
estela de llamaradas amarillas de unos 20 metros de largo. En un instante, la llamarada parecía una
estrella amarilla. En pocos segundos, se había alejado tanto que ni siquiera podía vislumbrarse; el radar
seguía su trayectoria a medida que ascendía a una velocidad cercana a los 200 kilómetros por hora.
Minutos después del lanzamiento, el piloto de un avión de, vigilancia lo vio regresar. Aterrizó a unos 64
kilómetros del punto de partida.

[5] HEFFALUMP (relamiéndose) ¡Jo, jo!


PIGLET (distraídamente): Tra-la-la, tra-la-la.
HEFFALUMP (sorprendido y no lo suficientemente seguro de sí mismo): ¡Jo, jo!
PIGLET (más distraídamente aún): Tu-tu-tu, tu-tu-tu.
HEFFALUMP (iba a decir de nuevo "jo, jo”, pero le da un repentino ataque de tos): J...
(tose)... ¿Qué pasa aquí?
PIGLET (sorprendido) ¡Hola! Mira, he hecho una trampa y estoy esperando que caiga en
ella un heffalump.
HEFFALUMP (con evidente desaprobación): ¡Vaya! (Después de un largo silencio) ¿Estás
seguro de lo que dices?
PIGLET: Sí.
HEFFALUMP: ¡Vaya! (Nervioso) Yo... yo creía que era una trampa que había hecho yo
mismo para cazar un piglet.
PIGLET (sorprendido): ¡Oh no!
HEFFALUMP: ¡Oh! (En tono conciliador) Puede..., puede que yo me haya equivocado.
PIGLET: Me temo que sí. (Cortésmente) Lo siento (en tono burlesco).
HEFFALUMP: Bueno, bueno, bueno. Supongo que será mejor que me vaya.
PIGLET (descuidadamente): ¿Te vas? Bien, si por casualidad ves por ahí a Christopher
Robin, ¿puedes decirle que lo estoy buscando?
HEFFALUMP (ansioso por quedar bien): ¡Desde luego! ¡Desde luego! (huye a toda,
velocidad).

[6] EL POETA PIDE A SU AMOR QUE LE ESCRIBA


1
Los ejemplos [1] y [2] son de dominio público. El ejemplo [3] se extrajo del número publicado el 22 de enero de
1979 de la revista Time. El ejemplo [4] aparece en McCall y Crabbs (1961) este ejemplo ha sido muy utilizado
después en otros trabajos (véase la nota 10 en el capítulo V, Beaugrande, 1980a y c, 1981b, y Simon y Chester,
1979). El ejemplo [5] procede de House at Pooh Corner de Milne (1928: 44 y ss.). El poema [6] es un soneto del
amor oscuro de Federico García Lorca. Estos ejemplos serán tratados a lo largo del libro: [1] en I.4 -6 y 19-21; [2] en
I.11; [3] en VII.21-28; [4] en III.26, IV.7-10, 24, 29, V.29-39; [5] en VI.29-31; y [6] en VII.29-42.

11
12

Amor de mis entrañas, viva muerte,


en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.
El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.

2. Todos los ejemplos anteriores son TEXTOS usados en SITUACIONES DISCURSIVAS


diferentes. El hecho de que estos textos puedan utilizarse de diversas maneras indica que pertenecen a
TIPOS DE TEXTO distintos: [1], señal de tráfico; [2], canción de cuna; [3], artículo periodístico; [4],
fragmento de artículo científico; [5], conversación entre dos participantes que intercambian el turno de
habla; y [6], poema. Parece razonable exigir a una ciencia del texto que sea capaz de describir o de
explicar tanto los rasgos que comparten como las diferencias que separan unos tipos de texto de otros.
De igual manera, una ciencia del texto debería hacer explícito qué normas han de cumplir los textos,
cómo se producen y cómo se realiza su recepción, de qué manera los usan los hablantes en el marco de
una situación comunicativa determinada, etc. Las palabras y oraciones que aparecen literalmente en un
texto son indicaciones interesantes que ha de tener muy en cuenta el analista, pero no reproducen la totalidad
de lo que se está comunicando, por lo que si en nuestro análisis nos limitásemos a ellas nunca podríamos
ofrecer una descripción completa de cómo funciona un texto. Y precisamente el problema más
apremiante que ha de resolverse es cómo FUNCIONAN los textos en la INTERACCIÓN
COMUNICATIVA.

3. Un TEXTO es un ACONTECIMIENTO COMUNICATIVO que cumple siete normas de


TEXTUALIDAD. Si un texto no satisface alguna de esas normas entonces no puede considerarse que ese
texto sea comunicativo. Por consiguiente, los textos que no sean comunicativos no pueden analizarse como
si fueran textos genuinos (véase III.8). En este capítulo se esbozan las siete normas de textualidad de una
manera informal y, más adelante, se dedica un capítulo aparte a profundizar en cada una de ellas.

4. La primera norma de textualidad es la COHESIÓN. La cohesión establece las diferentes


posibilidades en que pueden conectarse entre sí dentro de una secuencia los componentes de la
SUPERFICIE TEXTUAL, es decir, las palabras que realmente se escuchan o se leen. 2 Los componentes
que integran la superficie textual dependen unos de otros conforme a unas convenciones y a unas
formalidades gramaticales determinadas, de manera que la cohesión descansa sobre DEPENDENCIAS
GRAMATICALES. Tal como han señalado con frecuencia los lingüistas, las secuencias superficiales de un
texto no se pueden reorganizar de un modo radicalmente distinto al originario sin que ello cause alteraciones
significativas en ese texto. Por ejemplo, sería absurdo modificar el ejemplo [1] de la manera siguiente:

[l a] JUGANDO
DESPACIO
NIÑOS

2
La “superficie” textual no es, desde luego, ni un material en bruto compuesto por sonidos o marcas impresas Su
existencia presupone que las expresiones lingüísticas que la componen han sido presentadas por alguien en la
interacción y el receptor ha logrado identificarlas. La cuestión que plantea el enfoque procedimental es cómo se
produce realmente esa identificación. Sobre este tema puede consultarse Selfridge y Neisser (1960); Sperling (1960),
Neisser (1967), Crowder y Morton (1969), Woods et al. (1976), Rumelhart 1 (1977a) y Walker (ed.) (1978).

12
13

y pedir luego a las autoridades pertinentes que lo adopten como texto en una señal de tráfico. La
serie de palabras [l a] es tan inconexa que los conductores apenas entenderían una señal con esas
características, debido, obviamente, a que se han deteriorado las dependencias gramaticales inscritas en
su superficie textual, y éstas son las principales indicaciones que permiten entender el significado y el uso
de las palabras que aparecen en el texto. Todos los procedimientos que sirven para marcar relaciones entre
los elementos superficiales de un texto se incluyen en el concepto de COHESIÓN. 3

5. Adviértase que el ejemplo original

[1] NIÑOS
JUGANDO
DESPACIO

podría interpretarse de diversas maneras. Del hecho de que los 'niños' estén 'jugando despacio' 4
podrían derivarse algunas conclusiones nada favorables sobre la capacidad física o la inteligencia de esos
niños. Sin embargo, la interpretación más natural aconseja segmentar el texto en dos partes ('niños
jugando', por un lado, y 'despacio', por otro), deduciendo a continuación que los conductores han de
aminorar la velocidad de sus vehículos para evitar poner en peligro la vida de los niños que juegan en las
inmediaciones. Una ciencia del texto no sólo ha de explicar cómo es posible que se produzcan
AMBIGÜEDADES de este tipo en la superficie textual, sino que también ha de aclarar cómo los
hablantes resuelven, de hecho, la mayor parte de estas ambigüedades sin ninguna dificultad . En la
interpretación de un texto, como puede verse, la superficie textual no es decisiva en sí misma; para
conseguir que la comunicación sea eficaz ha de existir INTERACCIÓN entre la cohesión y las otras
normas de textualidad (véase III.4).

6. La segunda norma de textualidad es la COHERENCIA. La coherencia regula la posibilidad de


que sean accesibles entre sí e interactúen de un modo relevante5 los componentes del MUNDO
TEXTUAL, es decir, la configuración de los CONCEPTOS y de las RELACIONES que subyacen
bajo la superficie del texto. Un CONCEPTO es una estructuración de conocimientos (o contenidos
cognitivos) que el hablante puede activar o recuperar en su mente con mayor o menor unidad y
congruencia (véase V.4 y ss.). Las RELACIONES SON LOS VÍNCULOS que se establecen entre los
conceptos que aparecen reunidos en un mundo textual determinado: cada vínculo recibe una
denominación según los conceptos que conecte. Por ejemplo, en 'niños jugando', 'niños' es un
concepto objeto y 'jugando' es un concepto acción. Que se pueda establecer una relación mental entre
ambos conceptos se debe a que los 'niños' son los agentes de la acción 'jugar' (véase V.26[b]).

En ocasiones, aunque no siempre, las relaciones no se establecen en el texto de un modo


EXPLÍCITO, esto es, no se ACTIVAN directamente a través de las expresiones que aparecen en la
superficie textual (véase V.4). Para suplir esta carencia de indicaciones explícitas los hablantes suelen
aventurar hipótesis acerca de la existencia latente de tantas relaciones como sean necesarias para dar
sentido al texto desde el inicio. Así, por ejemplo, en ausencia de otras pistas, en la señal de tráfico [1],
'despacio' tiene más sentido si se entiende como “cantidad de movimiento” que como un “atributo” asociado
con 'niños'.

7. El tipo de relaciones que se incluyen bajo la denominación de CAUSALIDAD6 ejemplifican de


un modo particularmente claro en qué consiste la coherencia. Las relaciones de causalidad regulan la
3
El término “cohesión” fue divulgado por Halliday y más tarde por su esposa Hasan (véase Halliday, 1964, Hasan,
1968, y Halliday y Hasan, 1976). Cotéjese también con el uso de esta noción en Crymes (1968), Harweg (1968),
Palek (1968), Hobbs (1976) y Webber (1978). Adviértase que la utilización que se hace en este manual del término
“cohesión” es extremadamente amplia, puesto que incluye todos los medios de señalización de dependencias
textuales superficiales (confróntese con Halliday, 1964: 303).
4
Les ejemplos lingüísticos se enmarcarán entre comillas simples. Para otros tipos de ejemplos se usarán las comillas
angulares.
5
Sobre la coherencia, véase Harweg (1968), Karttunen (1968), Bellert (1970), Van Dijk (1972a, 1977a), Kintsch
(1974) y Beaugrande (1980a). La “coherencia” se ha confundido o mezclado a menudo con la “cohesión”; no
obstante, parece indispensable establecer una distinción entre la conectividad superficial y la conectividad del
contenido subyacente (véase Widdowson, 1973, Coulthard, 1977, y Beaugrande, 1980a).

13
14

manera en que una situación o un acontecimiento influye en las condiciones que han de darse para
que ocurra otro acontecimiento. En un ejemplo como el siguiente:

[7] Se cayó de un tercer piso y se rompió una pierna.

el acontecimiento 'caída' es la CAUSA del acontecimiento 'rotura', puesto que el primero ha creado
las condiciones necesarias para que se diera a continuación el segundo. En el ejemplo siguiente, por el
contrario, se aplica un tipo de causalidad más débil:

[8] María del Campo cocinó un delicioso pastel de chocolate. Horas después, María del Mar
robó el pastel y se lo comió con sus amigas.

En este caso, la acción de María del Campo ha creado las condiciones suficientes, pero no
necesarias, para que María del Mar pudiera llevar a cabo su acción (es decir, la ha hecho posible,
aunque no obligatoria); a esta relación se le llama POSIBILIDAD.

8. Las relaciones conceptuales mencionadas no agotan todos los tipos de causalidad. En un ejemplo
como el siguiente:

[9] No gana más dinero porque trabaja pocas horas.

la primera acción no es la causa o lo que hace posible que suceda la segunda, sino que 'no gana más
dinero' es indudablemente un resultado predecible y razonable de 'trabaja pocas horas'. Cuando una
acción es el resultado esperable de un acontecimiento previo, la relación que se establece entre esa
acción y el acontecimiento se denomina RAZÓN. En resumen: que alguien se caiga de un tercer piso es la
causa (y no lo que hace posible o la razón) de que se rompa una pierna; que alguien haga un pastel hace
posible (pero no es la causa ni la razón) que alguien lo robe; que alguien trabaje poco es la razón (y no la
causa ni lo que lo hace posible) de que gane poco dinero (véase Wilks, 1977b: 235 y ss.).

9. Aún hay otra relación distinta a la de causa, la posibilidad y la razón, como puede apreciarse en el
ejemplo siguiente:

[10] La abuela fue a la alacena para darle un hueso a su perro.

La primera acción de la abuela (dirigirse a la alacena) hace posible la segunda (darle un hueso al
perro), pero existe una diferencia muy importante entre los ejemplos [8] y [10]: en [10] el agente tiene un
PLAN, mientras que en [8] el agente no hizo su pastel para que se lo llevara un ladrón. Cuando se planea
intencionadamente que suceda un acontecimiento B a partir de la concreción de un acontecimiento
anterior A, se considera que el acontecimiento B posee un PROPÓSITO.

10. Otra manera de observar los acontecimientos o las situaciones es desde el punto de vista de su
ordenación en el TIEMPO. La causa, la posibilidad y la razón se caracterizan por su direccionalidad
progresiva, esto es, el primer acontecimiento es la causa, hace posible o proporciona la razón para que
suceda el acontecimiento posterior En cambio, el propósito se caracteriza por su direccionalidad
regresiva, es decir, la acción posterior conlleva el propósito que ha movido la realización de la acción
anterior. Las relaciones temporales pueden llegar a ser muy complejas dependiendo de la manera en
que se ordenen las acciones, los acontecimientos o las situaciones implicadas en ellas. En el ejemplo
siguiente:

[11] Cuando fue a coger un yogur, vio que la nevera estaba vacía.

nuestro conocimiento estereotipado del mundo nos indica que la acción A 'ir a coger un yogur' sucedió con
posterioridad a la acción B 'acercarse a la nevera' (la acción B marca el límite terminal de la acción B), pero

6
Pueden encontrarse descripciones sobre la causalidad diferentes pero compatibles con la nuestra en Schank (1975) y
Wilks (1977b). En IV.46 se mencionan algunos “marcadores” que señalan la causalidad.

14
15

también nos indica que la acción A sucedió al mismo tiempo que la acción C 'ver la nevera vacía'. La
relación de PROXIMIDAD TEMPORAL que puede darse entre dos acontecimientos distintos se
concretará de maneras diferentes, según los límites establecidos entre las acciones que compongan
esos acontecimientos.7

11. La sección V.25 y ss. se reservan para una exposición sobre otras relaciones de coherencia. No
obstante, hemos de señalar que nos estamos moviendo siempre entre consideraciones que van más allá
del texto, entendido éste en un sentido restringido como aquello que se ha dicho o se ha escrito de un
modo explícito. De ello se deduce claramente que la coherencia no es un simple rasgo que aparezca en
los textos, sino que se trata más bien de un producto de los procesos cognitivos puestos en
funcionamiento por los usuarios de los textos. La simple yuxtaposición de acontecimientos y de
situaciones en un texto activa operaciones que generan relaciones de coherencia. Puede advertirse ese efecto
en el ejemplo siguiente:

[2] Duérmete niño, duérmete ya,


que viene el coco y te comerá.

En el texto se señalan de un modo explícito una serie de acciones ('dormir', 'venir' y 'comer'); las
únicas relaciones que se establecen entre cada acción son las de AGENTE ('coco') y ENTIDAD
AFECTADA ('niño') (acerca de estos términos, véase V.26 y ss.). Aunque sea simplemente en virtud de la
configuración verbal, es probable que cualquier receptor textual suponga que las acciones descritas intentan
ser una pista de la CARACTERIZACIÓN de los agentes (aunque no se dice en ningún momento que el niño
no quiere dormir y que el coco se come a los niños que no duermen). Esta operación de enriquecimiento
del mundo textual mediante la aportación del propio conocimiento del mundo que realiza el receptor
se denomina HACER INFERENCIAS (véase V.32 y SS.).

12. El fenómeno de la coherencia puede ser también útil para perfilar mejor algunas características
que debería reunir una ciencia del texto sólidamente fundamentada sobre la idea de que el texto es una forma
de actividad humana. Un texto no tiene sentido por sí mismo, sino gracias a la interacción que se
establece entre el CONOCIMIENTO PRESENTADO EN EL TEXTO y el CONOCIMIENTO DEL
MUNDO ALMACENADO EN LA MEMORIA de los interlocutores (véase Petöfi, 1974, y IX.24-40).
De este planteamiento se deduce que los lingüistas textuales han de cooperar con los psicólogos
cognitivistas en la exploración de cuestiones básicas para ambas disciplinas, como por ejemplo el
problema del sentido 8 de un texto. Otra conclusión que puede derivarse de lo expuesto hasta aquí es que
las teorías y los métodos que se utilicen en la investigación no han de ser DETERMINÍSTICOS sino,
por el contrario, PROBABILÍSTICOS, es decir, deberán aclarar no lo que sucede siempre sino, por el
contrario, lo que sucede normalmente. Bien es verdad que hablantes diferentes pueden inferir sentidos
ligeramente distintos en la interpretación de un mismo texto. No obstante, no cabe la menor duela de que el
“sentido del texto” es una propiedad bastante estable: la mayor parte de los hablantes pueden ponerse de
acuerdo sin problemas en cuál es el contenido de un texto, puesto que normalmente realizan unas
operaciones de interpretación similares (véase V. 1).

13. Tanto la cohesión como la coherencia son nociones centradas en el texto que designan
operaciones enfocadas hacia los materiales textuales. Además de éstas, se necesitan otro tipo de nociones
centradas en el usuario que expliquen con mayor amplitud el funcionamiento de la actividad comunicativa
en la que están implicados tanto los productores como los receptores de textos. Un ejemplo de ese tipo
de nociones es la tercera norma de textualidad: la INTENCIONALIDAD. La intencionalidad se refiere a
la actitud del productor textual: que una serie de secuencias oracionales constituya un texto
cohesionado y coherente es una consecuencia del cumplimiento de las intenciones del productor
(transmitir conocimiento o alcanzar una META específica dentro de un PLAN).9
7
En IV.47 se analizan algunos marcadores que indican proximidad temporal. Sobre las fronteras entre
acontecimientos, véase III.24.
8
En V.1 se distingue entre “significado”, entendido como la capacidad que tienen las expresiones lingüísticas
para ser significantes, y “sentido”, entendido como el conocimiento que realmente transmiten las expresiones
que aparecen en los textos.
9
Se ha discutido mucho acerca de la “intencionalidad”, pero no se ha llegado a ninguna conclusión definitiva. No
obstante, pueden consultarse las publicaciones siguientes, en las que se trabaja con este concepto: Wünderlich (1971),

15
16

Bien es verdad que -en algún grado al menos- puede considerarse que, en sí mismas, la cohesión y la
coherencia son metas operativas que si no se alcanzan podrían bloquear la consecución de otras metas
discursivas. No obstante, como sucede de manera notoria en la conversación espontánea, los receptores
practican habitualmente cierta TOLERANCIA hacia producciones lingüísticas de sus interlocutores
que difícilmente pueden considerarse como cohesionadas y coherentes (véase VI.2 y ss.). Una estructura
relativamente confusa como la siguiente (documentada en Coulthard, 1977: 72):

[12] Bien, ¿dónde... en qué parte de la ciudad vives?

no provoca trastornos en la comunicación, pues aunque la meta secundaria de mantener la


cohesión no se cumpla por completo, el hablante consigue alcanzar su meta principal: enterarse de la
dirección de su interlocutor. Ahora bien, también es cierto que si el hablante se obstina tercamente en
producir un texto sin cohesión ni coherencia, entonces ese texto puede perder buena parte de su interés
(véase IX.15 y ss.), por lo que la relación comunicativa con el receptor también puede deteriorarse
completamente.

14. La cuarta norma de textualidad es la ACEPTABILIDAD. La aceptabilidad se refiere a la


actitud del receptor: una serie de secuencias que constituyan un texto cohesionado y coherente es
aceptable para un determinado receptor si éste percibe que tiene alguna relevancia, por ejemplo,
porque le sirve para adquirir conocimientos nuevos o porque le permite cooperar con su interlocutor
en la consecución de una meta discursiva determinada.10 Esta actitud receptora es, en última
instancia, la responsable de factores tales como el tipo de texto, la situación social o cultural y la
deseabilidad de las metas que pretenden alcanzar los hablantes.

En este sentido, podría interpretarse que una de las metas propias del receptor textual es el
mantenimiento de la cohesión y la coherencia, puesto que tiene la potestad de tolerar las
imperfecciones formales que presenta el material textual hasta donde sus propios intereses se lo
aconsejen.

En este mismo sentido, la operación de HACER INFERENCIAS mencionada en I.11 demuestra


de un modo contundente cómo los receptores apoyan el mantenimiento de la coherencia mediante la
realización de sus propias contribuciones al sentido del texto.

15. Si el receptor minimiza su grado de aceptabilidad, el proceso comunicativo puede deteriorarse.


Si el receptor cuestiona la aceptabilidad de lo que dice el hablante, cuando la intención de éste ha sido en
realidad ser claro y comprensible, el hablante puede considerarlo como una señal de que el receptor no
quiere cooperar en el mantenimiento de la conversación o en que ésta transcurra de un modo habitual. Véase
el ejemplo siguiente (Dickens, 1947: 774):

[13] -Lo que necesitamos, señor, es pruebar esto.


-Se dice probar, señor Weller, probar -dijo Pell.
-Bueno, señor -replicó bruscamente el señor WeIler-, pruebar y probar es lo mismo, poco o
más o menos; si usted no entiende lo que quiero decir, señor, estoy seguro de que ya encontraré
quien me entienda.
-No se enfade, por favor, señor Weller -dijo Pell mansamente.

16. En ocasiones, el productor textual especula con la actitud de aceptabilidad de sus


receptores, presentando textos que exigen que éste se esfuerce si quiere dotarlos de sentido . Por
ejemplo, la Compañía Telefónica Bell advierte, a sus abonados:

Hörmann (1976), Bruce (1977), Van Dijk (1977a) , Schlesinger (1977), Cohen (1978), McCalla (1978), Wilensky
(1978a), Allen (1979) y Beaugrande (1979a y b, 1980a) (véase también VI.6). Adviértase que quien produce un texto
no tiene por que ser el mismo que lo presenta, por ejemplo en el caso de la alusión textual (IX.12); este fenómeno
puede incluirse bajo la noción de intertextualidad (acerca de la parodia, véase I,22).
10
Sobre la aceptabilidad, puede consultarse Quirk y Svartvik (1966) y Greenbaum (ed.) (1977). Sobre la aceptación
de las metas discursivas de los otros participantes, véase Cohen (1978), McCalla (1978) y Allen (1979).

16
17

[14] Llámenos antes de cavar una zanja. Probablemente no pueda telefonearnos después.

La Compañía Telefónica Bell invita a que sus abonados infieran que cuando se excava una
zanja se corre el peligro de cortar un cable telefónico soterrado y, en consecuencia, puede averiarse la
instalación para llamar por teléfono no sólo a la Compañía Telefónica para que arregle la avería, sino incluso
para insultar a quienes pusieron ahí ese cable o para recibir la llamada del Jefe en la que nos despide por
cometer una negligencia profesional. Resulta curioso que [14] sea una versión más efectiva del mensaje que
cualquier otra que, como [14a], sea más explícita (en el sentido que se expone en I.6):

[l4a] Llámenos antes de cavar una zanja. Cabe la posibilidad de que haya un cable soterrado. Si
usted rompe ese cable, se quedará sin servicio telefónico, por no mencionar que puede
recibir además una fuerte descarga eléctrica. En cualquiera de estos casos, usted no podrá
telefonearnos.

Parece ser que al receptor se le persuade con mayor facilidad si se le obliga a que realice un
esfuerzo aportando conocimiento adicional para entender el contenido del texto: de esa manera se
crea la ilusión subjetiva de que el propio receptor, en alguna medida al menos, ha enunciado el texto .
El ejemplo [14] es más informativo que el ejemplo [14a] debido a un factor que constituye la norma de
textualidad que se tratará a continuación.

17. La quinta norma de textualidad es la INFORMATIVIDAD. La informatividad sirve para


evaluar hasta qué punto las secuencias de un texto son predecibles o inesperadas, 11 si transmiten
información conocida o novedosa. La afirmación 'probablemente no pueda telefonearnos' es mucho más
sorprendente en el escueto ejemplo [14] que en el [14a], donde se presenta, después de una prolija
argumentación, como una conclusión lógica. Procesar secuencias con un alto nivel de informatividad
requiere realizar un esfuerzo mayor que procesar secuencias con un bajo nivel de informatividad,
pero por el contrario también suele ser una actividad mucho más interesante. No obstante, el productor
textual ha de ser cuidadoso y evitar que la tarea de procesamiento que ha de realizar el receptor no sea tan
ardua como para que se ponga en peligro la comunicación.

18. Cualquier texto es, en alguna medida al menos, informativo. El problema no radica en qué
medida la forma y el contenido de un texto sean predecibles, puesto que, en cualquier caso, siempre habrá
alguna serie de secuencias que no puedan preverse. Con toda probabilidad, un nivel especialmente bajo de
informatividad puede perturbar, causar fastidio e incluso provocar el rechazo del texto. Tómese en
consideración la secuencia que abre un típico manual científico: 12

[15] El mar es agua.

El hecho que se afirma aquí es tan conocido por todos que no vale la pena enunciarlo en un libro
científico. Nadie duda de que [15] sea un texto cohesionado y coherente, y que, como tal, indudablemente
intente ser un texto aceptable. Sin embargo, se trata en realidad de un texto con muy poco interés para sus
receptores puesto que es mínimamente informativo. Ahora bien, cuando se accede a su continuación, el texto
va adquiriendo una mayor entidad:

[15a] El mar es agua únicamente en el sentido de que el agua es la sustancia predominante en su


composición. En realidad, el agua es una mezcla de sales y gases que, además, contiene
una cantidad enorme de organismos vivos...

La afirmación de un hecho obvio en el ejemplo [15] funciona como punto de partida a partir del cual
se pueden realizar a continuación afirmaciones con un grado más elevado de informatividad. La expresión
'en realidad' que aparece en la superficie textual de [15a] señala que la relación entre 'mar' y 'agua' (véase

11
Sobre la informatividad, puede consultarse Shannon (1951), Weltner (1964), Grimes (1975), Loftus y Loftus
(1976), Groeben (1978) y Beaugrande (1978b, 1980a). Véase también el capítulo VII.
12
Con este enunciado comienza el libro de Chanslor (1967: 9). Para un análisis más profundo fragmento véase
Beaugrande (1978b).

17
18

V.26[1]) no es, en absoluto, rigurosa. La refutación de una creencia estereotipada eleva el nivel de
informatividad del fragmento en que aparece (véase VII.16).

19. La sexta norma de textualidad es la SITUACIONALIDAD. La situacionalidad se refiere a los


factores que hacen que un texto sea RELEVANTE en la SITUACIÓN en la que aparece;13 ya se vio
anteriormente que la señal de tráfico

[1] NIÑOS
JUGANDO
DESPACIO

podía interpretarse de diversas maneras, pero la interpretación más probable era bastante obvia. La
facilidad con que los hablantes pueden decidir semejantes cuestiones se debe a la influencia de la situación
en la que se presenta el texto. En el caso del ejemplo [1], la señal está emplazada en una localización en
la que cierta clase de receptores, llamados conductores, probablemente esperan que la señal se refiera
a un determinado tipo de acción, cuyo cumplimiento o desobediencia puede afectarles. Parece
razonable suponer que 'despacio' ha de entenderse como un requerimiento para reducir la velocidad, más que
como un anuncio acerca de las capacidades físicas o mentales de los niños. En ese mismo contexto, los
peatones entenderán que el texto de la señal no es relevante para ellos, porque su velocidad de marcha no
puede poner en peligro a nadie. Todo ello demuestra que el sentido y el uso de ese texto se ha decidido
por medio de la situación en la que aparece.

20. La situacionalidad puede afectar incluso a los medios de cohesión. Por un lado, una versión
del texto similar a la siguiente:

[lb] Los conductores deberían conducir despacio, porque los niños que juegan en las
inmediaciones podrían cruzar la calzada sin mirar. Los vehículos pueden detenerse con
mayor facilidad si circulan despacio.

podría aclarar cualquier posible duda acerca del sentido, el uso y el grupo de receptores a quien va dirigido
el texto. Ahora bien, en una situación como la circulación de tráfico en la que los receptores tienen limitada
su capacidad y su tiempo de atención, no parece que sea lo más apropiado señalizar todas y cada una de las
circunstancias que puedan concurrir en una situación determinada. Esta consideración fuerza al productor
textual a emplear un máximo de economía en su actividad comunicativa. La situacionalidad constriñe
con tanta fuerza el intercambio comunicativo que la versión minimizada [1] es mucho más apropiada que
[lb], aunque ésta sea más clara y proporcione una mayor cantidad de información (véase I.23).

21. La séptima norma de textualidad es la INTERTEXTUALIDAD. La intertextualidad se refiere


a los factores que hacen depender la utilización adecuada de un texto del conocimiento que se tenga de
otros textos anteriores.14 Un conductor que ha visto la señal de tráfico [1] probablemente se encontrará más
adelante con otra señal del tipo:

[16] FIN DE LA LIMITACIÓN DE VELOCIDAD.

No se puede anular el límite de velocidad a menos que anteriormente se hubiese establecido una
limitación previa. Parece claro que el sentido y la relevancia de [16] depende del conocimiento que se tenga
de [1] y de la aplicación de su contenido a la situación en curso.

22. La intertextualidad es, en un sentido general, la responsable de la evolución de los TIPOS


DE TEXTOS, entendiendo por 'tipo' una clase de texto que presenta ciertos patrones característicos
(véase IX. 1 y ss.). Cada tipo de texto en particular posee un grado diferente de dependencia de la
13
La “situacionalidad” ha recibido un tratamiento más adecuado en disciplinas como la sociolingüística y la
etnometodología que en la propia lingüística. Pueden consultarse los artículos reunidos en Gumperz y Hymes (eds.)
(1972) y Bauman y Scherzer (eds.) (1974). Dittmar (1976) ofrece un panorama global de la sociolingüística.
14
Puede encontrarse un uso más restringido de la noción de “intertextualidad” en Kristeva (1968); Quirk (1978)
presenta una concepción más parecida a la nuestra.

18
19

intertextualidad. En ciertos tipos de textos como la parodia, las reseñas críticas, las
contraargumentaciones o los informes, el productor textual ha de consultar continuamente el texto
principal para construir su discurso paródico, crítico, contraargumentativo o informativo, y, con toda
seguridad, los receptores textuales necesitarán conocer el texto previo para entender el texto actual.
Como ejemplificación de este planteamiento, recuérdese que hace algunos años apareció un anuncio en
varias revistas con la fotografía de un joven que imploraba:

[17] Tú que estás en las alturas, concédeme un DON’s.

Cierto profesor, que estaba esperando a que el Ministerio financiara su proyecto de investigación,
recortó el texto del anuncio y, retocándolo ligeramente, lo pegó en la puerta de su despacho:

[17a] Tú que estás en las alturas, concédeme un DON.

En su contexto original, [17] era una incitación para que el público adquiriera una
determinada marca de pantalones vaqueros (DON'S). En el nuevo contexto, [17a] parece en principio
fuera de lugar: la colocación de un recorte de revista en la puerta de un despacho difícilmente ayudará a
conseguir la financiación de un proyecto de investigación. Sin duda alguna, para acceder a una
interpretación competente de [17a] se ha de recurrir al conocimiento del texto anterior [17] y de la
intención que lo produjo. Una vez que se tiene en cuenta esta información, puede entenderse mejor
que lo inesperado de la nueva versión incrementa el interés y la informatividad del texto reutilizado
(véase I.17). Este efecto de sorpresa suple la falta de relevancia situacional inmediata y revela,
además, la intención humorística que ha movido al nuevo usuario textual.

23. En este capítulo se ha hecho una primera presentación de las siete normas de textualidad:
cohesión (I.4-5), coherencia (I.6-12), intencionalidad (I.13), aceptabilidad (I.14-16), informatividad,
situacionalidad (I.19-20) e intertextualidad (I.21-22). Estas normas funcionan como los PRINCIPIOS
CONSTITUTIVOS (en el sentido en que emplea este término Searle, 1969: 33 y ss.) de la comunicación
textual: estas siete normas crean y definen la forma de comportamiento identificable como “comunicación
textual”. No puede quebrantarse ese conjunto de normas sin atentar contra el proceso comunicativo mismo.

Existen también PRINCIPIOS REGULATIVOS (de nuevo siguiendo a Searle) que, más que
definirla, controlan la comunicación textual. En nuestro modelo prevemos la existencia de al menos tres
principios regulativos.

 La EFICACIA de un texto depende de que los participantes empleen o no un mínimo de


esfuerzo en su utilización comunicativa.

 La EFECTIVIDAD un texto depende de si genera o no una fuerte impresión en el receptor y si


crea o no las condiciones más favorables para que el productor pueda alcanzar la meta
comunicativa que se había propuesto.

 La ADECUACIÓN de un texto depende de si se establece o no un equilibrio entre el uso que se


hace de un texto en una situación determinada y el modo en que se respetan las normas de
textualidad.15

24. A lo largo de este manual analizaremos los principios constitutivos y regulativos de la


comunicación textual. En cuanto a los principios constitutivos, nos ocuparemos de la problemática que
plantea cada una de las siete normas de textualidad. En cuanto a los principios regulativos, intentaremos
demostrar de qué manera la eficacia, la efectividad y la adecuación controlan la constitución y el uso de
los textos. No ha de sorprender a nadie que la propia naturaleza de los temas a tratar nos aleje a veces de las
fronteras conocidas de la lingüística. Más en concreto, en algunos momentos de nuestro estudio nos veremos
obligados a confiar en los resultados obtenidos por otras disciplinas, especialmente la CIENCIA
COGNITIVA, un campo en el que se entrecruzan la lingüística, la psicología y la inteligencia artificial
(véase X.3 y X.26 y ss.). Téngase en cuenta que para poder explicar de un modo competente algo en
15
Más adelante se apela a este concepto en II.6, III.9, IV.11, 28,37, VII.28, VIII.11, IX.11 y X.16.

19
20

apariencia sencillo, como qué es un texto, hemos de recurrir a la interrelación de factores que afectan
tanto a la cognición como a la planificación y al entorno social en que se enmarcan los
acontecimientos comunicativos. Quizá no sea demasiado ilusorio esperar que el contorno excesivamente
amplio de la ciencia del texto que hemos intentado bosquejar en este manual se vaya llenando gradualmente
de contenido gracias al trabajo de los investigadores de diversas disciplinas que compartan nuestro mismo
compromiso por el estudio del uso del lenguaje entendido como la actividad humana más importante.

20

También podría gustarte