Está en la página 1de 30

8.

Derecho canónico
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 637

Revista de Derecho
de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
XXXIV (Valparaíso, Chile, 1er Semestre de 2010)
[pp. 637 - 663]

Los principios generales de oralidad y escritura en el


proceso canónico según la instrucción
“Dignitas connubii”
[“Oral and Written General Principles in the Canonical Process According to
the Instruction ‘Dignitas connubii’”]

María Victoria Hernández Rodríguez*


Universidad Pontificia Salesiana, Roma

Resumen Abstract
El proceso canónico para la declara- The canonical process regarding
ción de la nulidad del matrimonio es un matrimonial nullity is an instrument
instrumento para acertar la verdad sobre that allows asserting the truth regarding
el vínculo conyugal. Él está regulado en el the bond of marriage. This process is
libro VII del Código de Derecho Canónico, established in Book VII of the Code of
sino también, y en la instrucción Dignitas Cannon Law and also in the Instruction
connubii, emanada el 25 de enero de Dignitas connubii, issued by the Pontifi-
2005 por el Pontificio Consejo para los cal Council for Legislative Texts on 25
Textos Legislativos. En materia de los January 2005. Regarding oral and writ-
principios de oralidad y escrituración, ten procedures, the canonical process in
el proceso canónico vigente adopta una force adopts an intermediate solution as
solución intermedia, pues recoge el tipo it gathers the type of written process and
del proceso escrito y lo morigera con moderates it with specific stipulations
específicas disposiciones que consienten that grant the judge the faculty of making
al juez la facultad de servirse de la viva use of what the parties or patrons say in
voz de las partes o de los patronos para order to completely or partially enforce
la ejecución total o parcial de determi- certain procedural documents. On the
nados actos procesales. Por otra parte, other hand, the fact that the canonical
el carácter prevalentemente escrito del process is mainly in writing limits the
proceso canónico limita el principio de principle of non-mediation, which is
inmediación, elemento esencial de la a basic element of orality, inasmuch

* Juez del Tribunal de Apelación del Vicariato de Roma. Docente de Derecho


Procesal Canónico en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia
Salesiana, Roma. Dirección postal: Via Corfinio 18, int. 2, 00183 Roma, Italia.
638 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

oralidad, en cuanto el juez que recoge most of the times the judge that gathers
las pruebas es muchas veces diferente the evidence is not the same judge that
de los jueces que deciden y emiten la decides and hands down judgment or,
sentencia o, al máximo, el único entre in the best case, the only one among the
los miembros del órgano colegial que members of the board responsible that
ha tenido contacto inmediato con los had been in immediate contact with the
medios de prueba. means of proof.
Palabras clave: Oralidad procesal Key words: Oral procedure – Writ-
– Escrituración procesal – Inmediación ten procedure – Non-mediation proce-
procesal – Proceso canónico de nulidad dure – Canonical process on matrimonial
matrimonial – Instrucción Dignitas nullity – Instruction Dignitas connubii.
connubii.

I. Caracteres generales del proceso judicial

1. El concepto de proceso, es decir, el complejo de las actividades ne-


cesarias para que una lite proceda desde su acto inicial hasta su definición,
está vinculado al de relación procesal. La finalidad de estas actividades, su
sucesión (no solo temporal) entre el inicio y el final de la lite da unidad a
esa serie de actos que constituyen una coordinada progresión en vista del
fin que tiene que alcanzar: la justa búsqueda de la verdad –“fundamento,
madre y ley de la justicia”1– dirigida a la decisión, que tendrá que resta-
blecer el Derecho, esto es, hacer justicia.
También en el Derecho de la Iglesia se entiende por proceso, en senti-
do jurídico-técnico del término, el desarrollo de determinados actos por
parte del titular de la potestad de jurisdicción y de los sujetos titulares de
la potestad de acción, necesarios a los primeros para hacer justicia y a los
segundos para pedirla.
Tales actos, que son jurídicos en cuanto que son regulados por la ley,
se denominan precisamente procesales porque están destinados en su fina-
lidad a constituir y dar vida al proceso y por su dialéctica resultan unidos
entre sí por un vínculo que hace sólida y ordenada la colaboración entre
los diferentes sujetos del proceso: vínculo que es conocido como relación
jurídica procesal, que inicia con el primer acto procesal o libelo judicial y
concluye con el último o sentencia.

2. Toda acta procesal se presenta a nuestra consideración, antes que en


su contenido, en su estructura exterior: la forma. Las actividades procesales

Ioannes Paulus II, Allocutio ad Prelatos Auditores Sacrae Romanae Rotae ineunte
1

anno iudiciali, 4 februarii 1980, n. 2, en AAS. 72 (1980), p. 173.


Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 639

están sometidas a los medios de expresión, condiciones de lugar y tiempo


en las que se llevaron a cabo; estas diversas condiciones pueden resumirse
en el concepto genérico de “forma de las actas procesales”, entendido en
sentido estricto.
La necesidad de las formas procesales va afirmada, y sobre esto no caben
dudas. Como observa oportunamente Chiovenda, la experiencia demues-
tra que las formas son necesarias sea en el juicio, sea, a mayor razón, en
cualquier otra relación social; su falta lleva al desorden, a la confusión, a la
incertidumbre. Solamente una optimista, pero anti-histórica concepción
puede concebir un proceso despojado de cualquier formalidad: también
en los procesos de los pueblos de estados de civilización primitiva existen
las formas procesales, e incluso el deber de la observancia de las mismas es
más severo, siendo suficiente el error en el cumplimiento de una formalidad
para provocar la claudicación de la parte que lo ha cometido2.
Las formas están ordenadas, pues, a la necesidad práctica evidente de
garantía de las partes en las relaciones entre ellas y ante el juez: sirven para
impedir que la decisión del proceso pueda depender de sorpresas o errores
en detrimento de los interesados.
Sea la aversión como la adhesión morbosa al formalismo procesal de-
penden sobre todo del abuso que de las relativas normas pueden hacer los
sujetos que intervienen en el proceso, animados por un espíritu litigioso y
polémico, a veces ofensivo y pungente. Evitar este inconveniente aboliendo
las formas procesales o, incluso peor, dejando al juez la tarea de determi-
narlas, en cuanto a veces es precisamente él quien está animado por un
espíritu contrario –por exceso o por defecto– a la norma procesal, no es
en efecto posible, pues podría ser una solución sólo para procedimientos
de excepción o para aquellos juicios en los que entre las partes y los jueces
existen especiales relaciones de confianza (árbitros); pero dar al juez, por
principio, la facultad de regular caso por caso la forma del proceso es segu-
ramente peligroso y deja abierta la vía del arbitrio: la disposición legislativa
de las formas del procedimiento es, pues, la solución mejor3.

3. En cuanto a los medios de expresión –argumento objeto de este


artículo– es necesario, en primer lugar, exponer lo que son esencialmente
la oralidad y la escritura. Sólo así se comprenderá la importancia de estos
principios generales y se podrá discernir cuándo y en qué medida imperan

2
Chiovenda, G., Principi di Diritto processuale civile (3ª edición, Napoli, 1933),
p. 663.
3
Segni, A., Procedimento civile, en Novissimo Digesto Italiano (UTET, 1966),
XIII, pp. 1.027-1.028.
640 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

en un determinado proceso y, en concreto, como veremos, en el proceso


canónico.
Desde un punto de vista propiamente literal, con el término oralidad4
se entiende simplemente una forma de comunicación –la forma verbal,
hablada– del pensamiento, consistente en el pronunciamiento de pala-
bras destinadas a ser oídas, en alternativa a la escritura y a otros posibles
modos de manifestación del pensamiento o de los sentimientos, pero no
necesariamente incompatibles con eso.
En sentido más amplio, puede considerarse también oral el lenguaje
con el que se expresan los mudos o sordomudos; el lenguaje puede ser
asimismo percibido mediante la vista, que observa los movimientos de los
labios de quien habla (lectura labial).
La oralidad, en fin, puede ser entendida en un sentido aún más amplio
que comprende, además del sonido de las palabras y los gestos que a estos
o a sus conceptos corresponden, incluso la fuerza, el tono, la modulación
de la voz, la rapidez o lentitud en el hablar, la expresión y el color del
rostro y otros movimientos del cuerpo, incluso el comportamiento global
relativo a cuanto el sujeto expresa.
Opuesto a la oralidad –entendida pues como “el hablar en presencia”5–
es el concepto de escritura, entendida como forma de comunicación del
pensamiento mediante signos visibles, alfabéticos (reproducción de las
letras del alfabeto que componen las palabras) o ideográficos (expresión
directa de conceptos). Por escritura se puede entender también el tipo de
grafía y sus características, reveladoras de estados de ánimo e incluso de
rasgos de la personalidad del sujeto. El uso actual de los medios técnicos
como la máquina de escribir o el ordenador (computadora) impiden la
observación de estos trazos personológicos que pueden, sin embargo,
reflejarse en los textos manuscritos.
La comunicación es, pues, ambiente de vida: en esa, la oralidad se
presta a una pluralidad de órdenes, es más creativa y espontánea respecto
a la escritura, que reclama el orden, la univocidad de interpretación y
de forma. El concepto de oralidad puede ser más o menos amplio y el
principio correspondiente puede ser modulado de diferentes maneras. Lo
mismo se puede decir del concepto y del principio opuestos, es decir, de
la escritura.
El predominio de uno o de otro principio en el proceso reviste mayor
importancia de lo que a primera vista podría parecer. “Entre los muchos

4
Oral: del latín os oris, boca: lo que se manifiesta o produce con la boca o me-
diante la palabra hablada, perteneciente o relativo a la boca; dicho de un sonido, que
se articula arrojando aire exclusivamente por la boca.
5
Carnelutti, F., Diritto e processo (Napoli, 1958), p. 153.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 641

problemas referentes al procedimiento –escribe Chiovenda–, ése es el fun-


damental. El tipo y el carácter de un sistema procesal están determinados
principalmente por el predominio que en él tengan el elemento oral o el
elemento escrito”6, pues, estando el procedimiento constituido por una
serie de actividades efectuadas por los sujetos del proceso y dirigidas a otros,
el medio de comunicación –hablado o escrito– entre las partes imprime
al procedimiento su carácter fundamental.
Sin embargo, oralidad y escritura pueden asumir la una respecto de
la otra el carácter de regla o de excepción, pero hay que precisar que es la
oralidad quien tiene carácter de principio, mientras la escritura no presenta
un nivel tan elevado de generalidad7.
En el procedimiento oral no está, en efecto, incluido el elemento escrito,
que se utiliza con fines de preparación y documentación de la causa: prepa-
ración por medio de las escrituras intercambiadas entre las partes antes del
debate de la causa, y documentación en autos, redactados en la audiencia,
de las actividades llevadas a cabo en el debate. Esto tiene función de simple
documentación y preparación de la actividad procesal; mientras que en el
procedimiento escrito, la escritura es la forma de las actas procesales que
no existen sino en cuanto resultan de los escritos8.
La oralidad vale sea para la fase probatoria que para el debate: el juez,
en el proceso civil oral, tiene la función de juzgar y está en condiciones de
hacerlo en base a la directa e inmediata percepción de las pruebas asumidas
en el proceso (testigos, pericias, etc.). El concepto de oralidad se ha ido
modelando, en efecto, en relación a la prueba, concretamente en relación
a aquella que consiente afirmar o negar los hechos relevantes del proceso
por medio de declaraciones. El conocimiento del hombre está caracterizado
por la subjetividad: éste se realiza a través de los sentidos, cuyos límites
influyen sobre las diversas percepciones. Igualmente subjetivo y limitado es
el proceso de memorización y, después, de re-evocación de lo que ha sido
conocido; varía, en fin, de persona a persona la capacidad de comunicación
de las sensaciones, no siempre fáciles de valorar y apreciar, pero de todas
formas el coloquio oral con quien ha experimentado las sensaciones es un
óptimo instrumento para descubrirlo y ponerlo de manifiesto.

4. Instrucción y discusión oral hacen tal al proceso oral, junto con otros
principios que más adelante serán precisados, aunque genéricamente puesto

6
Chiovenda, G., Instituciones de Derecho procesal civil (Madrid, 1936), III, n.
307.
Foschini, G., I principi fondamentali del dibattimento (Milano, 1964), p. 21.
7

Chiovenda, G., L’oralità e la prova, en Rivista di Diritto Processuale Civile, 1


8

(1924), pp. 5 ss.


642 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

que no son objeto directo de este estudio: la inmediación en la relación


entre el juez y las personas –fuente de la prueba– cuyas declaraciones él
tiene que valuar; la identidad de las personas físicas que constituyen el
tribunal durante el juicio o conocimiento de la causa (elemento además
contenido en el precedente); la concentración temporal de la instrucción de
la causa; la inapelabilidad de las sentencias interlocutorias separadamente
de las definitivas9. Solamente cuando el principio de oralidad conlleve
estos otros principios o elementos se podrá hablar de principio de oralidad
propiamente dicho.
Ante todo la inmediación de la relación entre el juez y la persona de la
que él tendrá que valorar las declaraciones. En virtud de este principio, el
juez que decidirá la causa tiene que haber asistido al desarrollo de la ins-
trucción y a la discusión de la causa, haber entrado en inmediato contacto
con las partes, testigos, peritos, etc. y poder así decidir la causa en base a
una directa impresión.
El concepto de inmediación se refiere también a la continuidad de la
discusión. Esta deriva de la exigencia de garantizar el recuerdo de todos los
hechos que se exponen en la discusión y en primer lugar de aquellos que
tienen relevancia probatoria en vista de la sentencia. Este tipo de inmedia-
ción es, a su vez, consecuencia del carácter oral de las pruebas del debate y
de la predominante importancia y valor de la oralidad respecto a la escritura
de las actas o de otros documentos que seguidamente sean leídos.
Inmediación es además característica de la oralidad en cuanto que
es medio de comunicación entre personas presentes que dialogan en la
fase del debate, que se lleva a cabo entre las partes, defensores y público
ministerio, jueces. La misma lectura de las actas responde a este aspecto
del principio de oralidad.
Oralidad e inmediación necesitan a su vez de la identidad de las personas
físicas que constituyen el juicio durante el curso de la causa, es decir, la
persona física del juez debe ser inmutable a lo largo del debate: solamente
de la impresión recogida del entero desarrollo del proceso obtiene el juez
los elementos para el fallo judicial; si el juez no hubiese presenciado algunos
actos del procedimiento, para estos actos, respecto al juez, el procedimiento
no tendría las notas ni de la oralidad ni de la inmediación10. De consecuen-
cia, para que se den estas condiciones es necesario que en la práctica del
proceso oral se haga el menor recurso posible a la instrucción por medio
de jueces de otra jurisdicción –los exhortos en el proceso canónico–, y se

9
Cabreros de Anta, M., Estudios canónicos (Madrid, 1955), pp. 552-556.
10
Segni, A., cit. (n. 3), pp. 1.028-1.029.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 643

necesita la repetición del debate si alguno de los jueces, que han asistido
a una parte del mismo, llegase a faltar.
La aplicación de este principio es necesaria para que oralidad e inme-
diación alcancen sus fines, es decir, para que el juez decida en base a la
convicción formada sobre la directa y sincera impresión de la instrucción
y del seguimiento de la causa: esta impresión será tanto más segura y
precisa cuanto más el procedimiento esté concentrado en una o pocas
audiencias cercanas a la decisión. La concentración servirá además para
facilitar la identidad de la persona física del juez. Para actuar la oralidad
y la concentración es, en fin, necesaria exigencia la inapelabilidad de las
decisiones interlocutorias.
De la combinación de todos estos principios resulta el carácter de la
oralidad del proceso: no puede decirse oral un procedimiento en el que,
precisamente por la conexión existente entre aquellos, uno solo de los
principios no sea aplicado.

5. El proceso romano, al menos hasta la época postclásica, y el ger-


mánico, no obstante sean fundamentalmente diferentes, sobre todo en la
función atribuida al juez, han sido los dos, por varios motivos, orales.
El antiguo proceso canónico, formado por elementos tomados del
Derecho romano11 y del germánico12 además de otros nuevos elementos
modernos introducidos por el Derecho de las Decretales, fue durante
siglos de predominio oral13, hasta convertirse, como también el civil, en
un proceso escrito14 a causa principalmente de las extremas y abundantes
solemnidades que se iban introduciendo y al sistema de la prueba legal
que llegó a imperar15.
La precisión del proceso tenía una configuración bien circunscrita
a etapas escalonadas, que formaban un todo cerrado, de modo que era
rigurosamente prescrito que determinados actos procesales tuviesen que
inserirse en los estadios determinados para cada uno de ellos, bajo pena de

11
C. II, q. 1, c. 7; C. XI, q. 1, c. 38; C. XII, q. 6, c. 2. Gaudemet, J., L’Église
dans l’Empire Romain (IV-V siècles) (Paris, 1958), p. 246; Lefebvre, C., Procédure, en
Dictionnaire de Droit Canonique (Paris, 1965), VII, col. 282.
12
Roberti, F., De processibus (4ª edición, Civit. Vat., 1956), I, pp. 1-2 ; Sco-
vazzi, M., Processo e procedura nel Diritto germanico, en Scritti di Storia del Diritto
germanico (Milano, 1975), II, pp. 162ss.
13
c. 6, X, 2, 19. Durantis, G., Speculum iudiciale (Venetiis, 1576), l. 1, p. 4 tit.
De advocato.
14
c. 11, 15, X, II, 19; c. 1, X, II, 3; c. 2, II, 10 in VI; Lega-Bartocetti, Com-
mentarius in iudicia ecclesiastica (Romae, 1950), I, pp. 283, 2.
15
Sobre el proceso romano-canónico véase Stickler, A. M., Ordines judiciarii,
en Dictionnaire de Droit Canonique (Paris, 1957), VI, cols 1.132-1.143.
644 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

la subsiguiente exclusión. Este sistema no favorecía un rápido desarrollo


del proceso, pues lo hacía pesado y largo, y por otro lado favorecía que la
contraparte tuviese la posibilidad de prolongar el proceso. A esta dificultad
respondió Inocencio III con la introducción de la máxima de eventualidad
(todas las observaciones dilatorias tenían que ser presentadas juntas y al
mismo tiempo in eventum, es decir, por si acaso la primera excepción fa-
llase, pena la subsiguiente exclusión). Inocencio III consolidó también el
principio de la escrituración del proceso canónico: todos los preliminares,
afirmaciones y pruebas demostrativas tenían que ser redactadas por escrito
como actas del notario del tribunal, de lo contrario se corría el riesgo de la
nulidad para la relativa acción judicial si ésta no se fundaba integralmente
sobre las actas escritas. Efecto de la escrituración del proceso fue también
la exclusión de la publicidad, tutelando en tal modo la caridad, principio
inspirador del proceso canónico16.
Este predominio de la escritura se convirtió en monopolio exclusi-
vo gracias a la afirmación del principio “quod non est in actis non est in
mundo”, es decir, la inexistencia jurídica de las actas procesales que no
resultan en las acta causae. El origen de este axioma, que se consolidó en
el siglo XIII, puede ser en un cierto modo individuado en una decretal
del Papa Inocencio III: “Quoniam contra falsam assertionem iniqui iudicis
innoncens litigator quandoque non potest veram negationem probare […],
ne falsitas veritati preiudicet aut iniquitas praevaleat aequitati, statuimus
ut tam in ordinario iudicio quam extraordinario iudex semper adhibeat aut
publicam (si potest habere) personam, aut duos viros idoneos, qui fideliter
universa iudicii acta conscribant […], loca designando, tempora et personas
[…]”17. La decretal establece, en efecto, que todas las actas del proceso,
comprendidas las llevadas a cabo ante el juez y por el juez mismo, tienen
que ser redactas por otros –notarii, actuarii, etc.– e inseridas en el proceso;
el juicio, pues, tiene que fundarse exclusivamente sobre estas actas 18. De
consecuencia, la decretal suprimía todo resto del carácter inmediato de la
relación entre el juez y las partes, vigente entonces en el proceso justinianeo
y post-justinianeo.
Clemente V, sin embargo, con la célebre constitución Saepe estableció
que en ciertas causas como las matrimoniales, se procediese simpliciter

Plöchl, W. M., Storia del Diritto canonico (Milano, 1963), II, pp. 334-335.
16

Decretales Gregorii IX, liber II, tit. XIX de probationibus, c. XI. Sobre la im-
17

portancia de esta decretal para la afirmación de un sistema de proceso escrito véase :


Engelmann, A., The Romano-Canonical Procedure, en Engelmann., A. y otros, A
History of Continental Civil Procedure (Boston, R.W. Millar ed., 1927), pp. 457 ss.
18
Cappelletti, M., Procédure orale et procédure écrite (Giuffré, Milano, 1970),
p. 42.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 645

et de plano ac sine strepitu ac figura iudicii19, es decir, prescindiendo de


todas las formalidades y morosidades, sin reducir por eso la demostración
necesaria y la defensa.
La nueva praxis, que se difundió cada vez más a lo largo de los siglos, fue
acogida en el Código pío-benedictino de 1917; sin embargo, no excluyó la
ejecución oral de algunos actos20. Con el vigente Código se ha restablecido
en un cierto sentido, aunque en modo muy limitado, el proceso oral en
nuestra legislación canónica. En los ordenamientos civiles la introducción
del proceso oral, sustitutivo del escrito, que se afirmó en modo constante
en los siglos XII-XVIII, ha representado durante dos siglos el criterio de
los importantes movimientos de reforma y de crítica del proceso, sobre
todo en el ámbito de la familia del “Civil law”.
El Código latino de 1917 admitía la oralidad en diversos momentos
importantes del proceso: en la presentación del libelo o demanda, cuando
se trata de causas de menor importancia21; en la litis contestatio22; en el
interrogatorio de las partes23; en la confesión de las partes24; en el examen
de los testigos25; en la discusión de la causa26.
Aparte las actas judiciales cuya forma constitutiva es la escritura, todas
las actas, a excepción de pocas, tenían que ser transcritas y firmadas por el
notario o actuario27; sin este requisito, las actas carecían de eficacia en vista
de la sentencia, que se podía basar –como aún hoy– únicamente sobre el
contenido de las actas o escritos 28.
A este principio, es decir, a la necesidad de la escritura como medio
de documentación, encontramos sólo dos excepciones, contenidas en los
cánones 177829 y 1866 § 430. La prescripción canónica, en el caso del canon

19
Communicationes, 4 (1972) 1, p. 60, 3c. Clemens V, Saepe contingit, en Corpus
Iuris Canonici, Pars II, liber V, tit. XI de verb. signif., c. II.
20
Cann. 1609 § 3, 1728, 1866 § 2, ecc.
21
Can. 1707 § 2.
22
Can. 1727.
23
Can. 1742.
24
Can. 1750.
25
Can. 1777.
26
Can. 1866 §§ 2-4.
27
Can. 1642.
28
Can. 1585 § 1.
29
“Responsio ex continenti redigendo est scripto ab actuario non solum quod attinet
ad substantiam, sed etiam ad ipsa editi testimonii verba, nisi iudex, attenta causae exi-
guitate, satis habeat unam depositionis substantiam referri”.
30
“Disputationi assistat unus ex notariis tribunalis ad hoc ut, si iudex praecipiat aut
pars postulet de disceptatis, confessis aut conclusis, scripto ad tramitem iuris ex continenti
referre ”. 
646 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

1866 § 4 sobre la transposición en acto escrito de cuanto acontecido en


la discusión oral, no era imperativa sino facultativa.
No se puede, sin embargo, atribuir a este proceso del Código pío-
benedictino el significado estricto de la oralidad sobre todo porque no se
admite la prevalencia de la palabra hablada siendo obligatoria la forma
escrita de las actas procesales, no se da ni la inmediación en sede de ins-
tructoria en cuanto se reconoce el papel del auditor y por la falta de tutela
de la identidad del juez, ni la concentración, puesto que la audiencia no
ocupa el puesto central de la causa31. En este sentido, no han faltado voces
autorizadas que han definido el proceso del Código de Derecho Canónico
de 1917 un proceso mixto de escritura y oralidad32.
Una mayor apertura a la oralidad se encuentra en el Codex iuris canonici
orientalis, en la parte De iudiciis (1950)33, que implantó el sistema oral en
el juicio contencioso, no matrimonial, cuando fuese introducido coram
unico iudice34; al contrario, ante un tribunal colegiado, debía ser escrito.
La reforma del nuevo Código de Derecho Canónico (1983) elaboró un
proyecto de proceso contencioso sumario, inspirado precisamente al prin-
cipio de oralidad, predominante en el proceso civil. El relator evidenció
que de este modo entraba en el proceso latino el nuevo método, es decir,
praxis cotidiana et utilis in foro civili35, mientras que hasta entonces el pro-
ceso se había considerado como “processus specialis, non ratione materiae,
sed ratione formae”36.
La clara referencia al elemento oral37 y a la publicidad, a la celeridad
del nuevo proceso, que se desembarazaba de todas las solemnidades, fue
motivada en base a las raíces históricas, en concreto en la experiencia del

31
“Oralidad no significa otra cosa que concentración y concentración no quiere
decir sino audiencia”, Chiovenda, G., Principi, cit. (n. 2), p. xix.
32
Roberti, F., Processo (Diritto canonico), en Encliclopedia Italiana (Roma, 1935),
XXVIII, p. 286.
33
Pius PP. XII, M. P. Sollicitudinem Nostram, 6 ianuarii 1950, en AAS. 42
(1950), pp. 5-120.
34
Cann. 453-467. Según Marcelino Cabreros de Anta, en estos cánones se obró
una reforma fundamental del proceso canónico: se pasó del proceso escrito medieval,
que es aquel conservado si bien con algunas variantes, en el Código de la Iglesia
latina y en la sección II de la parte II del proceso oriental, al moderno tipo del pro-
ceso oral, avanzado tanto cuanto los procesos civiles. Para el autor, esta sería la más
profunda transformación del proceso canónico llevada a cabo después de la Const.
Saepe de Clemente V; en este proceso, todo es movimiento, simplicidad de formas,
elasticidad, dirección inmediata e libre del juez. Cabreros de Anta, M., cit. (n. 9),
pp. 560-569.
35
Communicationes, 4 (1972) 1, p. 60.
36
Ibíd., p. 65.
37
Ibíd., p. 63.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 647

proceso sumario establecido por Clemente V en la constitución Saepe, y


en el proceso contencioso sumario oriental38.
Este proyecto respondía plenamente a los criterios de la inspiración del
principio de oralidad, evidenciando la centralidad de la audiencia, como
fulcrum huius processu, con los elementos que derivan de la misma: oralidad,
inmediación y concentración39. Estas líneas de reforma se introducían en
el Schema canonum de modo procedendi pro tutela iurium seu de processibus,
concretamente en la III parte De iudiciis specialibus, primera sección De pro-
cessu contentioso summario (cann. 318-334)40; las Praenotanda reproducen
en efecto la radical simplificación del proceso, sobresaliendo la característica
de la celeridad sea en el tratar la controversia sea en definirla41.
A motivo del contraste entre proceso escrito y proceso oral se procedió
al cambio del nombre de proceso contencioso sumario a proceso contencioso
oral: De iudicio contentioso orali loco de processu contentioso summario, omnes
Consultores concordes sunt, uno tantum excepto, qui dubium movet an pure
et emendate quoad latinitatem “orali” dici potest42.
El Código de Cánones de las Iglesias Orientales ha conservado, sin em-
bargo, la denominación tradicional iudicium contentiosum summarium,
cuyas normas se encuentran en los cánones 1343-1356.

6. La formación y evolución del proceso canónico ha dado lugar a al-


gunas características o principios presentes en el vigente Código de Derecho
Canónico, que podemos ahora sintetizar:
a) El vigente Código de Derecho Canónico –al igual que el Codex de
1917– ha realizado una solución intermedia entre oralidad-escritura en
cuanto que recoge del ius vetus el tipo del proceso escrito43, temperándolo
con específicas disposiciones que consienten al juez la facultad de servirse
de la viva voz de las partes o de los patronos para la ejecución total o par-
cial de determinadas actas procesales. Pero se puede definir un proceso
ante todo escrito, como lo demuestran en particular el libelo, la citación,
la contestación de la lite, las causas incidentales, las defensas de las partes
y, en fin, la sentencia, sin hablar de la apelación y del proceso verbal que
tiene que ser hecho de cualquier declaración oral.

38
Ibíd., p. 60.
39
Ibíd., pp. 60-61.
40
Schema canonum de modo procedendi pro tutela iurium seu de processibus (Typis
Polyglottis Vaticanis, 1976).
41
Communicationes, 8 (1976) 2, pp. 191-193.
42
Communicationes, 11 (1979) 2, p. 247.
43
Can. 1472 § 1; canon 1642 § 1 CIC/1917.
648 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

b) Separándose de la tradición propia44, el Código acoge el principio


del secreto45 en relación a terceros, en razón del carácter delicado de las
cuestiones tratadas; entre las partes, al contrario, existe la publicidad, pero
se trata de una publicidad interna consistente en el derecho de las partes a
conocer las actas del proceso al fin de dar la posibilidad del contradictorio
y de la defensa.
c) sobre la inmediación, parte central del proceso oral y elemento que
lo define sustancialmente, puesto que “el principio de la inmediación
está estrechamente vinculado a la oralidad en cuanto que solamente en el
proceso oral puede ser plenamente y eficazmente aplicado”46, el sistema
procesal canónico ha adoptado una vía intermedia, aceptando también en
un cierto modo el criterio de la inmediación, puesto que la obligatoriedad
del tribunal colegiado en algunas causas impide que el entero órgano que
juzga esté en contacto directo e inmediato con la causa.
d) otros elementos, no relacionados con el principio de oralidad, son la
preclusión y la elasticidad que el proceso canónico ha expresado mediante
la división fundamental del proceso en la instructio y en la discussio, por lo
que el proceso es concebido más o menos dividido en estadios o fases con
carácter cerrado, en cuanto que están determinados por términos perento-
rios y normas para el cumplimiento de algunos actos instructorios. Por la
posibilidad de la iniciativa oficial o de parte –antítesis que reposa sobre la
distinción que deriva de la necesidad o no de que el órgano jurisdicional
sea impulsado por las partes para que pueda absolver a su función y que
concierne a la relación que intercorre entre la actividad del órgano jurisdi-
cional y la de las partes, por cuanto atañe en particular a la característica de
la dialectidad de la relación procesal y a la sucesión de los actos procesales
en el orden establecido47– en el Libro VII prevalece ciertamente bien la
iniciativa de oficio, bien de parte, según la fase del proceso.

II. Oralidad y escritura en la instrucción


“dignitas connubii”

7. Entendida la oralidad en el modo expuesto, el proceso canónico


para las causas de declaración de nulidad del matrimonio es un proceso
prevalentemente escrito. La verificación de esta afirmación resultará de la

Cfr. 15, X, II, 20.


44

Can. 1475 § 1; DC, artículo 104 § 1; canon 1640 § 1; 1623 § 1; 1623 § 3


45

CIC/1917.
46
Chiovenda, G., Instituciones, cit. (n. 6), n. 308.
47
Della Rocca, F., Processo canonico, en Nuovo Digesto Italiano (UTET, 1966),
XIII, p. 1095.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 649

descripción de nuestro procedimiento que haremos sobre la Instrucción


Dignitas connubii48, “elaborada y publicada para ser de ayuda a los jueces y
colaboradores de los tribunales eclesiásticos, a quienes se ha confiado el sagrado
oficio de la decisión de las causas de nulidad del matrimonio. Por tanto, las leyes
procesales del Código de Derecho Canónico para la declaración de nulidad del
matrimonio permanecen integralmente en vigor y es necesario referirse siempre
a ellas para la interpretación de la Instrucción”49.
Para demostrar el principio de oralidad/escritura en la Dignitas connubii,
procederemos teniendo en cuenta las etapas de la evolución del proceso,
constituidas por la presentación del libelo, la citación de las partes en
causa a la que se procede una vez admitido el libelo, la contestación de la
lite, la instrucción de la causa, la publicación de las actas y la consiguiente
conclusio in causa, la discusión de la causa y, como acto final del proceso,
la emanación de la sentencia, contra la cual se pueden interponer las im-
pugnaciones previstas por el Código, salva la ejecución de la misma.
La oralidad encuentra en la Dignitas connubii –según las explícitas
disposiciones del canon 169050– un límite suyo ya en los artículos pre-
liminares: el artículo 6 establece que “causae ad matrimonii nullitatem
declarandam nequeunt processu orali tractari”51. La naturaleza misma de
estas causas justifica los límites a la aplicación pura y estricta del principio
de oralidad:
i) la necesidad de la transmisión de las actas al tribunal de apelación,
puesto que es necesaria la doble sentencia conforme para la declaración
de la nulidad del matrimonio52;
ii) las causas sobre el estado de las personas nunca pasan a cosa juz-

48
Pontificium Consilium de legum textibus, Instructio servanda a tribunalibus
diocesanis et interdioecesanis in pertractandis causis nullitatis matrimonii, Romae, 25
ianuarii 2005. [= DC].
49
DC. p. 17.
50
En relación a los cann. 1656-1670.
51
La violación de tal disposición conlleva la nulidad absoluta de la sentencia:
“Si Tribunal appellationis perspiciat in inferiore iudicii gradu processum contentiosum
oralem esse adhibitum, nullitatem sententiae declaret et causam remittat tribunali quod
sententiam tulio” (canon 1669, DC. artículo 269). La severidad de una tal norma tie-
ne la finalidad abusus praecaveantur, cfr. Communicationes, 16 (1984), p. 71, canon
1608, 2°. Para la aplicación del proceso contencioso oral y el desarrollo del mismo,
véase Stanckiewicz, A., Il processo contenzioso orale, en Apollinaris, 65 (1992), pp.
576-591.
52
Can. 1644 § 1; DC. artículo 290. Sobre la doble sentencia conforme, véase As-
sociazione Canonistica Italiana (ed.), La doppia conforme nel processo matrimonia-
le. Problemi e prospettive, Atti del XXXIV Congresso Nazionale di Diritto Canonico
(Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 2003).
650 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

gada53, y por tanto en cualquier momento la causa puede, en caso de


perención o de renuncia, ser reasumida, lo que comporta la conservación
de las acta causae –que se refieren al fondo o mérito de la causa, es decir,
al objeto mismo de la controversia–, que sobreviven, pues, a la perención,
permaneciendo válidas54; pero pueden también formar parte de un nuevo
proceso con tal que éste se lleve a cabo entre las mismas partes y concierna
al mismo petitum;
iii) la tutela del derecho a la defensa. Todo acto considerado por la
ley ad validitatem tiene que ser por tanto observado y notificado al fin de
probar la observancia o no de tal Derecho. “La ley tiene que tutelar dos
exigencias, el derecho fundamental al contradictorio, en modo que no se
dicte sentencia si la parte no haya tenido la posibilidad de ser oída y de
defenderse, y el derecho, igualmente fundamental, que cada uno tiene de
definir cuál sea su verdadero estado (canon 221)”55.
Todo acto, por tanto, tiene que constar, y aquí se tiene que recordar
nuevamente el principio “quod non est in actis non est in mundo”, es decir,
la inexistencia jurídica de las actas procesales que no resultan en las acta
causae: todas las declaraciones hechas verbalmente, cada vez que las partes
y sus procuradores, el defensor del vínculo o el promotor de justicia tengan
que ser oídos ante el juez para que este pueda poner válidamente un acto,
tienen que ser transcritas y firmadas por el actuario.

8. La presentación del libelo –base fundamental de todo el proceso–,


incluso hecha oralmente tiene que ser redactada por escrito al menos
sumariamente56, comporta un primer deber del juez antes de aceptar la
causa: el de asegurarse de la competencia del foro para poder proceder
legítimamente. Los actos dirigidos a esta demostración, cuando se trata
de actuar a norma del canon 1673 nn. 3-457, es decir, de pedir el con-
sentimiento para que la causa sea conocida y tratada por otro tribunal,
necesitan la forma mixta, en cuanto la previa consultación de la parte
demandada puede hacerse oralmente pero tiene siempre que constar por

Can. 1643; DC. artículo 289 § 1.


53

DC. artículo 148.


54

55
Gullo, C. - Gullo, A., Prassi processuale nella cause canoniche di nullità del ma-
trimonio (2ª edición, Città del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 2005), p. 110.
56
DC. artículo 115 § 2. Junto con el libelo, el artículo 116 § 2-3 precisa que se
deben adjuntar el acto de celebración del matrimonio, y si fueran necesarios otros
documentos concernientes al estado civil de las partes, mientras es, sin embargo, ilí-
cito exigir –contrariamente a la praxis de algunos tribunales– una relación pericial.
57
DC. artículo 10 § 1, nn. 1-4.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 651

escrito58. Igualmente tiene que resultar por escrito el consentimiento del


Vicario judicial del domicilio de la parte demandada para introducir la
causa en otra diócesis59.
Compete asimismo al juez, antes de aceptar la causa y siempre que vis-
lumbre una esperanza de buen éxito, evitar la lite exhortando a los cónyuges
a convalidar eventualmente el matrimonio y llegar a su reconciliación,
restableciendo pues la convivencia conyugal60. Este acto de carácter jurídico
y pastoral evidencia la plenitud de la cura de almas propia también de la
administración de la justicia en cuanto parte del gobierno de la Iglesia. El
recurso a los medios pastorales para inducir a los cónyuges a convalidar
eventualmente el matrimonio y para exhortarles a la colaboración sincera
en la búsqueda de la verdad y en la superación de cualquier rencor, con-
siente sea la oralidad –coloquio– sea la escritura –carta o comunicación
escrita–, sin que tal acción del juez tenga que constar explícitamente en
autos. La exhortación sería consecuencia de un contacto personal del juez
con las partes, considerado que para tal exhortación tiene que deducir/
advertir de las palabras o escritos de uno o de los dos cónyuges una actitud
de disponibilidad a la reconciliación o, al contrario, de hostilidad hacia la
otra y/o hacia la causa en sí.

9. La litiscontestación es el primer acto procesal en que se manifiestan


las posiciones del actor y del demandado. Esa se define en el Codex de
1917 “formali conventi contradictione petitioni actoris, facta animo litigandi
coram iudice”61. La contestación de la lite se desarrolla y asume la forma
de la concordancia de la duda: la delimitación y declaración, en modo
definitivo y tendente a la inmutabilidad, de los términos de la controver-
sia, determinando el título o capítulo por el que se pide la declaración de
nulidad del matrimonio.
Esta se lleva a cabo en la misma audiencia o en una audiencia fijada por

58
DC. artículo 13 § 3.
59
DC. artículo 13 § 2.
60
Can. 1676; DC. artículo 65 § 1.
61
Can. 1726. El codex Justinianeo considera hecha la litiscontestación “cum iudex
per narrationem negotii causam audire coeperit“ (L. 3, tit. I, l. 14), mientras las Decre-
tales apuran más dicha noción: “cum per petitionem in iure propositam et responsionem
sequutam contestatio litis fiat” (cap. I, X, 2, 5). Durante siglos se siguió este concepto
sobre la litiscontestación, llegando a definirla como “fundamentum iudicii per petitio-
nem actoris in iure propositam et congruam rei responsionem secutam, animo contestandi
litem seu potius animo litigandi factam” (Pirhing, E., Ius canonicum, Dilingae, 1674,
l. 2, tit. 5, § 1, n. 1), por lo tanto destaca una nota fundamental de la naturaleza
de la litiscontestación canónica, que es el animus litigandi, diferente de un carácter
contractual.
652 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

el juez expresamente. Las dudas o términos son expresados a instancia de la


parte o de oficio y no son otra cosa que fórmulas específicas que reproducen
las posiciones de las respectivas partes y los derechos fundamentales de la
causa –a las que el juez tendrá que dar una respuesta con la sentencia– y
quedan definidas con decreto del juez. La determinación concreta y defi-
nitiva del objeto de la controversia es el primero y más esencial de todos
los efectos procesales de la litis contestatio.
Las fórmulas fijadas en la concordancia de la duda no pueden ser mo-
dificadas a no ser con un nuevo decreto emitido por el juez ex gravi causa,
a instancia de alguna de las partes o del promotor de justicia, después de
haber oído todas las partes y de haber examinado las razones alegadas62.

10. Establecido el objeto de la lite o controversia, se cierra la fase


preliminar del juicio, y comienza la fase instructoria o probatoria, pues el
proceso canónico, en el que predomina la escritura sobre la oralidad, es
preclusivo, lo que significa que en cada período deben ejecutarse los actos
propios del mismo, sin que puedan anteponerse ni posponerse. Sólo una
vez establecida la litiscontestación es posible practicar las pruebas.
En el sistema seguido por la Dignitas connubii y por tanto por el Código
de Derecho Canónico, la fase instructoria se caracteriza por un mixto de
oralidad y escritura además del secreto. El artículo 171 señala el propio ca-
rácter de principio general: interrogandi oretenus respondeant. Los exámenes
y los interrogatorios son prescritos en modo oral: quien es examinado o
interrogado –individualmente, por tanto no se interroga al mismo tiem-
po más de un testigo, partes o peritos63– tiene que responder oralmente;
las preguntas preparadas por el juez, defensor del vínculo o abogados no
pueden ser comunicadas al testigo precedentemente64.
La práctica oral en general y el interrogatorio de las partes en particular
es, ciertamente, la forma más idónea para proporcionar al juez un cuadro
seguro de los hechos relevantes al fin de la decisión y, por tanto, de una
sentencia justa. La oralidad es normalmente más completa que un resumen
o acta escrito en el que se describen actos que no se han llevado a cabo en
presencia de quien tiene que participar en el veredicto. Sobre todo escu-
chando y mirando a la persona interrogada o examinada y dialogando con
ella es posible hacerse una idea más precisa de lo que verdaderamente esa
desea expresar, si está convencida de decir la verdad, si incurre en errores
de percepción, de fijación de recuerdos o de re-evocación, o bien si dice in-

62
DC. artículo 136; canon 1514.
63
DC. artículo 165 § 1; canon 1560 § 1.
64
DC. artículo 170; canon 1565 § 1.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 653

tencionalmente el falso65 a pesar de la grave obligación de decir la verdad66.


La oralidad es importante porque consiente al juez al menos una valoración
aproximativa de la personalidad del sujeto al fin de discernir su credibilidad
sobre cuanto ha afirmado67; de consecuencia, esas observaciones particulares
sobre la persona interrogada o sobre hechos concretos acontecidos en el
curso del interrogatorio se deberían unir –con tal de que sea respetado el
principio de la caridad y de la prudencia– a la acta de la audiencia con el
propósito de iluminar al órgano judicial en su decisión.
El artículo 169 –expresión idéntica del canon 1564– recuerda las notas
que tienen que caracterizar a las preguntas que se formularán a las partes,
testigos o peritos: breves, interrogandi captui accommodatae, non captiosae,
non suggerentes, non subdolae, remotae a cuiusvis offensione, pertinentes.
La escritura, sin embargo, en fuerza de las motivaciones ya indicadas,
es también forma esencial de este capítulo concerniente el examen de las
partes, testigos y peritos: “Responsio sub ductu iudicis statim redigenda est
scripto a notario et referre debet ipsa depositiones verba, saltem quod attinet
ad ea quae iudicii materiam directe attingunt”68. La redacción de la acta
tiene que ser leída –y no se debería dispensar de su lectura– en presencia
de los asistentes al interrogatorio, dando la facultad a la parte o al testigo
de añadir, corregir, suprimir o variar, como está establecido en el artículo
175 § 1: para obtener la confirmación de que cuanto se ha llevado a la
acta corresponde integralmente al pensamiento manifestado y expresado
por el interrogado.
Modo de expresión es la lengua, hablada o escrita, propia del tribunal
y por tanto del territorio donde ese tiene la sede. Ya se lleven a cabo las
diversas actividades procesales por escrito, ya oralmente, debe usarse la

65
Malinverni, A., Oralità, II, en Enciclopedia giuridica (Treccani, 1990), XXI,
pp. 2-3.
66
DC. artículo 167 §§ 1-3; canon 1532; 1562 § 1-2.
67
“Obviamente, puesto que el interrogatorio de la parte, así como el testimonio,
es un acto de conciencia, conocimiento y voluntad esa es un típico acto jurídico, que
-como todos los actos jurídicos– presupone que la parte sea capaz de entender y de
querer, tenga conciencia de lo que ha hecho, de lo que ha percibido y de lo que dice.
Si, de la documentación producida en autos, es evidente que la parte (o el testigo)
(canon 1550 § 1; artículo 196 § 1 Inst. Dignitas Connubii) es incapaz de entender y
de querer […] es inútil interrogarla a no ser que alguna de las partes públicas o pri-
vadas ponga en discusión esta capacidad y considere necesario verificarla. De todos
modos, hay que rechazar pues no está admitida por la ley, la praxis de estos Tribu-
nales que se limitan a acoger los affidavit de las partes (y también de los testigos) sin
proceder a un formal interrogatorio de los mismos y sin hacer alguna contestación”,
Gullo, C.; Gullo, A., cit. (n. 55), p. 162.
68
DC. artículo 173 § 1; canon 1567 § 1.
654 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

lengua propia, que es lengua oficial en el proceso, y por tanto la lengua


que tienen que adoptar las partes y el juez o ministro del tribunal. Sobre
este argumento el Código precedente disponía en el canon 1642 § 2: “Nisi
iusta causa aliud suadeat, quoad eius fieri potest, lingua latina redigantur;
sed interrogationes et responsiones testium, aliaque similia, lingua vernacula
confici debent”. Tal norma no ha sido obviamente retomada por el Código
vigente.
No puede excluirse, sin embargo, que en el proceso puedan intervenir
personas que no conocen la lengua oficial: en estos casos, cuando dichas
personas tengan que prestar declaraciones orales en el proceso y el juez no
conozca la lengua hablada por las mismas, se tiene que recurrir a la obra
de un intérprete69, el cual, antes de ejercitar sus funciones, presta jura-
mento ante el juez de cumplir fielmente su oficio y de observar el secreto.
Y de esta posibilidad del intérprete –considerado que hoy la diversidad
lingüística se ha convertido en una realidad presente en cualquier país y
de consecuencia en nuestros tribunales– no se debería prescindir cuando
se prevean eventuales dificultades de entendimiento y de comprensión en
el curso del interrogatorio, a motivo del insuficiente conocimiento de la
lengua oficial por parte del interrogado o examinado.
Si en el procedimiento tiene que ser interrogado un sordo, un mudo o
un sordomudo, las preguntas y las respuestas pueden hacerse por escrito
y con la ayuda incluso de un intérprete especialista con el objeto de hacer
del interrogatorio una normal conversación y un coloquio vivo.
Puede también verificarse el caso que en el proceso sean exhibidas actas
o documentos redactados en lengua extranjera: el juez puede nombrar
un traductor70, que debe prestar juramento a norma del canon 1471;
pero intérpretes y traductores no son necesarios si los jueces entienden
perfectamente la lengua en la que se expresa el interrogado, en la que está
redactado el documento o el acto. En estos casos se admite el recurso a la
ciencia privada que el juez tenga de determinados elementos y hechos de
común conocimiento.
Cuanto precedentemente expuesto comportaría el principio de la in-
mediación, es decir, la identidad entre el órgano que adquiere las pruebas y
el que decide, la inmutabilidad del juez del debate entendida como inmu-
tabilidad de su persona física de juez monocrático, o bien de las personas
físicas que constituyen el Colegio y que discuten y pronuncian la sentencia.
Pero en el proceso canónico el principio de inmediación no se da sino en

69
DC. artículo 172; canon 1471.
70
DC. artículo 90 § 2; canon 1474 § 2,
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 655

uno sólo de los miembros del tribunal, puesto que en las causas sobre el
estado de las personas ese tiene que ser siempre colegiado71.
Está consentida, sin embargo, la delegación para la recogida de las
pruebas72, pero tampoco en este caso se daría la inmediación, y de ahí
que la recogida de pruebas por otras personas diferentes del juez (interro-
gatores) e incluso del resto de los miembros del Colegio impide percibir y
apreciar directamente la condición político-social del testigo, la religión,
el sexo, la edad, la condición económica, etc. y, por tanto, informar en
primera persona a los demás jueces sobre el desarrollo de la instructoria.
Esta necesidad de informar sobre la evolución de la instructoria debería
ser un deber del auditor nombrado para la recogida de las pruebas. Es una
costumbre romano-canónica que la recogida de las pruebas no se lleve a
cabo por el juez titular sino por otros, costumbre que deploraba no obstante
el Hostienses: “judices per se raro recipiunt testes, vel eos examinant, sed illa
committunt aliis”73, y que aún hoy abunda no poco en nuestros tribunales
a través de la figura del auditor o del juez de otra jurisdicción (exhorto);
el recurso a estas figuras –propio de un proceso escrito en el que tiene
amplia cabida el principio de mediación– hace más bien discontinua y
defectuosa la instructoria, además de prolongar los tiempos de la misma.
Al contrario, se tiene poco en cuenta la posibilidad de que el tribunal se
traslade al domicilio de la persona que debe ser interrogada74, particulari-
dad que mantiene vivo –aunque parcialmente, por la razones ya aducidas
anteriormente– el principio de la inmediación.
Es evidente que tal principio (que sería mejor definir como persona-
lidad de la prueba, más bien que de su oralidad) no se desmiente por la
visión de notas en el curso del examen o interrogatorio, porque ayuda
a reconstruir el exacto contenido de la memoria del declarante –parte,
testigo o perito–, a condición de que el documento consultado haya sido
redactado por la misma persona (o bajo su control) cuando la memoria
de los hechos conocidos estaba aún fresca75.
El principio, además, no debe considerarse contradicho por la previsión

71
DC. artículo 30 § 2, 4; canon 1417 § 2..
72
Can. 135, canon 1418, canon 1428 §§ 1-3; DC. artículo 50-51, artículo 62 §
4, artículo 161 § 1.
73
Summae Hostiensis, L. I, De off. iud. (Venetiis, 1581, ristampa Torino, 1965).
Justiniano había advertido también la misma necesidad de tratar las controversias
desde el inicio hasta su fin por parte de los jueces, para que mediante la inmediación
fuese administrada una recta justicia, cfr. Corpus Iuris Civilis, Novellae Const., 60,
cap. 2.
74
Can. 1469 § 2; DC. artículo 85 § 2.
75
DC. artículo 170 § 2; canon 1565 § 2.
656 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

de particulares modalidades para la audición de aquellos que no pueden


usar la voz para responder a las preguntas (mudos), o no pueden escu-
char la voz de quienes les interrogan (sordos): éstos, de cualquier modo,
respondiendo, en efecto, de persona (respectivamente por escrito a las
preguntas presentadas oralmente y oralmente a las preguntas formuladas
por escrito), se someten a la observación del juez.
De estas disposiciones indicadas a modo de ejemplo se recaba que
en el proceso canónico para la declaración de nulidad del matrimonio la
importancia y presencia de la escritura es mayor que la de la oralidad.

11. Terminada la recogida de las pruebas, la publicación del proceso76


es una exigencia del derecho natural de defensa77; es necesaria para que se
pueda realizar el contradictorio entre las partes y para que éstas puedan
refutar o impugnar las pruebas alegadas en contra. Es, pues, uno de los
motivos que hacen el proceso canónico prevalentemente escrito. Esta fase
se considera terminada, además de por efecto de una específica y formal
disposición del juez –decreto78–, cuando el mismo haya concedido a las
partes o a sus procuradores la facultad de visionar los autos de causa79 y de
solicitar una copia de los mismos80. De hecho, la publicación de las actas
procesales puede hacerse parcialmente también antes de que concluya la
fase probatoria, lo que se da cuando la parte es invitada a presentar algu-
nas pruebas determinadas y cuando el juez excepcionalmente ordena que
algunos resultados instructorios sean comunicados inmediatamente a las
partes81. De todas formas, esa tiene que realizarse –después de que hayan
sido recogidos todos los medios instructorios admitidos– para aquellos
autos que no resultasen aún publicados, antes de que se siga la prosecución
de la causa (mediante la conclusión y la discusión, uti infra). Y todos los
autos ejecutados sucesivamente, sin que se lleve a cabo la publicación del
proceso, son nulos, nulidad sanable mediante una eventual renuncia de
la parte interesada a acusar dicha excepción82.

12. La conclusio in causa no es otra cosa que la solemne clausura o


terminación del período probatorio. Cuando las partes declaran que no
tienen otras deducciones o pruebas que alegar o cuando ha concluido el

76
DC. artículo 229 § 1 e 236; canon 1598 § 1-2.
77
DC. artículo 231; canon 1598 § 1; 1622 n. 5.
78
DC. artículo 229 § 2.
79
DC. artículo 229 § 3; canon 1598 § 1.
80
DC. artículo 235 § 1; canon 1598 § 1.
81
Ibíd.
82
DC. artículo 231.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 657

término fijado para la recogida de los medios instructorios o, en fin, cuando


el juez declara que considera la causa suficientemente instruida, el juez
mismo emite el llamado decreto de conclusio in causa83. Este decreto, que
no se considera ab substantiam judicii, tiene que ser motivado y emitido
–después de la publicación de los autos– a instancia de la parte interesada
(a menudo el defensor del vínculo, o en las causas penales el promotor
de justicia) o de oficio y tiene que ser notificado a las partes, a las cuales
se les fijan en el mismo decreto los plazos para depositar las defensas. La
utilidad de la conclusio in causa deriva esencialmente del hecho que con esa
se previene el peligro que lleguen a producirse por maldad procesal de las
partes maniobras puramente dilatorias. La necesidad de la conclusio in causa
resulta del texto del artículo 237: “Expletis omnibus quae ad probationes
producendas pertinent, ad conclusionem in causa devenitur”84.
El efecto de este decreto es la preclusión de nuevas pruebas, que no
tiene lugar, sin embargo, en algunos casos excepcionales previstos por
el Código de Derecho Canónico, es decir, cuando la parte demuestra que
fue impedida para presentar o alegar una determinada prueba en el pla-
zo normal85. En dichos casos, el juez, bajo pena de nulidad, tiene que
comunicar la petición de nuevas pruebas a la contraparte, a la que viene
fijado un plazo para eventuales objeciones o alegaciones. Después de la
conclusio in causa se admiten siempre que sea la confesión o el juramento,
sea las excepciones de incompetencia absoluta y todas aquellas otras que
conciernen a la nulidad insanable de las actas, además de excepciones
comunes, siempre que se demuestre que no fue posible proponerlas antes
por motivos ex canon 1600 § 2.

13. Realizada la conclusio in causa se pasa a la fase del debate o de


discusión de la causa, que consiste en la comunicación al juez de las
deducciones en Derecho y en hecho y de las conclusiones defensivas de
las partes86. Tal comunicación, que no asume de por sí la forma de un
intercambio directo de defensas entre las partes y que puede ser realiza-
da por éstas directamente o por medio de sus patrones, no se considera
necesaria en las causas que atienen a los derechos privados de las partes,
pudiendo muy bien renunciar a la misma, pero en las causas contenciosas
de intereses públicos y en las penales, la necesaria presencia en juicio de
órganos especiales, como el promotor de justicia y el defensor del vínculo,
hace prácticamente indispensable la discusión de la causa.

83
DC. artículo 237 §§ 1-3.
84
Can. 1599 § 1.
85
Can. 1600.
86
DC. artículo 240 § 1; canon 1601.
658 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

El artículo 240 § 1, en cumplimiento del canon 1601, dispone expre-


samente que la fase de discusión sea escrita: las defensas y las observaciones
del defensor del vínculo tienen que ser presentadas por escrito. El defensor
del vínculo goza del derecho de cerrar esta fase con su intervención87, y en
grado de apelación tiene la obligación de dar su voto o parecer escrito sobre
la sentencia apelada; al contrario, las partes tienen que ser sólo advertidas
del derecho a proponer sus observaciones, sin que ello sea una obligación
jurídica como lo es, sin embargo, para el defensor del vínculo88.
La discusión escrita se lleva a cabo por medio de memorias con las
cuales, después de una breve y objetiva exposición histórica o reconstruc-
ción del hecho, llamada facti species, las partes ilustran los fundamentos de
Derecho y las razones en hechos que pretenden recabar de la instructoria
y proponen sus conclusiones. A las memorias se adjunta normalmente
el llamado sumario89, o recogida ordenada e impresa de los autos más
importantes de la causa.
Es prevista y admitida por el Código vigente la discusión oral de la
causa sólo como excepción. Si alguna de las partes o ambas la piden y el
juez la considera útil, puede hacerse una breve discusión oral de la causa
con el fin de esclarecer algunos puntos concretos controvertidos90. Está
naturalmente consentido al juez solicitar, cuando vea la utilidad, la dis-
cusión oral de oficio, de la que será él mismo a determinar y precisar los
temas91. El debate adviene en presencia del tribunal reunido en sesión92 y
el resultado de la discusión y las relativas conclusiones tienen que ser, con
el consentimiento del juez, recogidos en una acta93.
Esta posibilidad es, sin embargo, insuficiente para que el proceso ad-
quiera la nota de la oralidad. Por otra parte, es precisamente en el debate
oral donde se presentan no pocas objeciones concernientes a las partes y al
juez, en cuanto que ni de las primeras ni del segundo se puede pretender
una “capacidad de proponer deducciones, argumentaciones y peticiones,
de replicar y contrarreplicar imprevistamente”, capacidad que no pertenece
a todos y, por tanto, “se va al encuentro de frecuentes errores, despistes u
omisiones de los defensores, casi siempre irreparables por el juez […], en

DC. artículo 243 § 1; canon 1603 § 3. La presunción determinada en el § 2


87

del artículo 243 estaba ya presente en una enunciación prácticamente idéntica en el


canon 1984 § 3 del Código abrogado.
88
DC. artículo 265 § 2; canon 1682 § 2.
89
DC. artículo 240 § 1. canon 1602.
90
DC. artículo 244 § 2; canon 1604 § 2.
91
DC. artículo 244 § 1.
92
DC. artículo 244 § 1; canon 1604 § 2.
93
DC. artículo 244 § 2.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 659

detrimento o daño del conocimiento de la causa, que resultaría incorrecto,


incompleto y carente”94.
En materia de discusión y defensa de las partes, una novedad ha sido
introducida por la Dignitas connubii en su objetivo de precisar la norma-
tiva codicial: la comunicación a las partes de la falta de presentación de
la defensa por parte del patrono, invitándolas a proveer personalmente
o por medio de un nuevo abogado legítimamente constituido  a dicha
presentación de la defensa95.

14. Puesto que el juez tiene la obligación de acertar la verdad, la libre


convicción del juez, a la que se atribuye tanta importancia, para que sea
motivada tiene que estar fundamentada sobre criterios objetivos, tiene que
ser justificada siempre con motivaciones que respondan a criterios racio-
nales. El juez, pues, tiene que recabar esa certeza de las actas, valorando
las pruebas según su conciencia, “salvando las disposiciones de la ley sobre
la eficacia de algunas pruebas”96. De la discusión judicial no se conserva
alguna acta escrita, sino sólo el dispositivo de la sentencia97, mientras que
los votos, redactados por escrito, quedan conservados bajo secreto junto
a las actas98.
Los arículos 249-254 disponen –según mi parecer, no en una justa y
lógica colocación sistemática– sobre la extensión formal y el contenido
de la sentencia, resultado del momento de deliberación o decisión de los
jueces en el tribunal colegiado: aquel acto del órgano jurisdiccional con el
que se emite un juicio en conformidad o disconformidad con la petición
de la parte y el Derecho objetivo, y de consecuencia actúa o se niega de
actuar dicha petición 99.
En concreto el artículo 254 expone las notas que tienen que caracterizar
a la sentencia: claridad en la exposición de las motivaciones en Derecho y
en hechos, prudencia, cautela y caridad evitando cualquier expresión que
pueda denotar ofensa hacia quien ha participado en el proceso: partes, pro-
curadores o abogados, testimonios, jueces, defensor del vínculo, promotor
de justicia (en el caso que haya participado), notarios o colaboradores del
tribunal. En cuanto al contenido, el mismo artículo establece la necesidad
de que la sentencia se fundamente sobre las actas y sobre cuanto ha sido

Vocino, C., Oralità nel processo, en Enciclopedia del Diritto (Giuffrè, 1980),
94

XXX, p. 602.
95
DC. artículo 245 § 1.
96
DC. artículo 247 § 4; canon 1608 § 3.
97
Can. 1609 § 3; DC. artículo 248 § 3.
98
DC. artículo 248 § 7; canon 1609 § 2.
99
Guasp, J., Derecho procesal civil (Madrid, 1962), p. 527.
660 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

demostrado, ex actis et probatis, y explica la finalidad que se ha de alcanzar


con la metodología seguida: “hacer comprender mediante qué recorrido
lógico los jueces han alcanzado la decisión y en qué modo han aplicado
la ley a las circunstancias de hecho”. Pero la sentencia tiene que ser ante
todo justa, es decir, conforme a las leyes o al Derecho general y a los
hechos demostrados; tiene que ser congruente, es decir, debe recaer sobre
su propio objeto, planteado en la demanda y en la litis contestatio o en la
fórmula autorizada a norma del canon 1514; tiene que ser cierta en sentido
subjetivo, por parte de la convicción del juez, y en sentido objetivo, en
cuanto que la sentencia tiene que ser lo más determinada posible, tiene que
ser exhaustiva, resolviendo todas las cuestiones planteadas en la petición
principal y en las accidentales100, además de responder a las observaciones
del defensor del vínculo.
La forma de escribir o redactar la sentencia está indicada en el artículo
253101, que reclama implícitamente la forma r o m a n a , es decir, la forma
seguida por el Tribunal apostólico de la Rota Romana, procediendo por
razonamiento jurídico a manera de dictamen o voto. Se unifica, también,
de este modo la forma de la redacción.

15. Contra la sentencia se puede presentar querella de nulidad no solo


por las partes sino también por el defensor del vínculo o por el promotor
de justicia si intervino o si interviene por decreto del juez102. Si esa se
propone a modo de acción puede ser tratada según las normas del proceso
contencioso oral103; de lo contrario, según las normas establecidas en los
artículos 217-225 y 227104 para las causas incidentales. Las causas inciden-
tales igualmente son tratadas en modo escrito u oral105.

III. Ventajas e inconvenientes

16. El proceso oral es más breve y exige una intervención más continua
e inmediata del mismo juez en la causa; evita la complejidad del formalis-
mo que generan al contrario las escrituras. Como afirma oportunamente
Kisch, la oralidad acelera, simplifica y hace más vivo el proceso, aunque

La falta de ilustración de las razones de la decisión y de las firmas prescritas


100

por la ley es motivo de nulidad sanable de la sentencia, cfr. DC. artículo 272, nn.
2-3; canon 1622.
101
Cann. 1611-1612.
102
DC. artículo 276 § 1; canon 1626 § 1.
103
DC. artículo 277.
104
Can. 1627.
105
DC. artículo 219; canon 1588.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 661

por otra parte puede ser ocasión de malos entendidos o despistes impor-
tantes106. La palabra es más viva: atrae la atención del juez sobre puntos
esenciales de la lite, se presta mejor a la discusión y a la persuasión, por
eso exige en los jueces y en las partes fácil comprensión y memoria fuerte,
al mismo tiempo que una gran habilidad y capacidad de improvisación
para responder a la contraparte; el juez, por su parte, tiene que poseer una
gran experiencia, sensibilidad humana y autoridad, dotes que no siempre
concurren en los jueces que han seguido una carrera de tipo burocrático.
No necesita en absoluto la exclusividad ni la preeminencia de la forma
verbal de las declaraciones procesales, en cuanto está abierto a la redacción
escrita de las mismas sin desconocer el valor de la escritura como medio
de expresión y conservación del pensamiento.
El proceso escrito hace más fácil un atento y reiterado estudio de la
causa, requiere mayor diligencia en su desarrollo y ofrece una base más
segura a la apelación: su conservación es eficazmente asegurada cuando se
trata de probar la existencia o el contenido de un acto; tiene el mérito de
la precisión, y exige al juez y a las partes una preparación sólida y reflexi-
va. Sin embargo, impide las ventajas ya evidenciadas a favor del proceso
oral, a motivo de la lentitud y discontinuidad con que se desarrolla. El
spatium deliberandi –no concedido al juez, pero tampoco a las partes del
proceso oral “tout court”– consiente una adecuada reflexión después del
complejo desarrollo de la instrucción, la consultación de literatura y de
jurisprudencia, la posibilidad de informar, objetivamente sobre cuanto
emergió en la instructoria, al Colegio que juzgará.
Los dos principios atañen a la forma, pero tienen una importancia capi-
tal en cuanto están al servicio de la verdad en el proceso de acertamiento y
declaración de la nulidad matrimonial. Los dos tienen aún hoy un sentido
y un valor. Es verdad que las pruebas ante el órgano colegiado carecen del
carácter inmediato, elemento esencial de la oralidad, puesto que el juez
que recoge las pruebas muchas veces es diferente de los que deciden o,
al máximo, es el único de entre los miembros del Colegio: los resultados
de la instrucción se trascriben en una acta, y es sobre la base de ésta y no
de un contacto directo con las partes, con los testigos, con los peritos, ni
siquiera de una observación personal de lugares o cosas, que los colegas
llegarán a una decisión.
Se comprende, pues, porqué los sistemas más perfeccionados busquen
coordinar y conjugar elementos orales y elementos escritos, teniendo
en cuenta precisamente las ventajas y los inconvenientes respectivos. La
escritura se impone también para los actos en los que predominan las

106
Kisch, W., Elementos de Derecho procesal civil (Madrid, 1940), p. 128.
662 Revista de Derecho XXXIV (1er Semestre de 2010) María Victoria Hernández

exigencias de la precisión y de la conservación, y la forma oral, al contra-


rio, para aquellos en los que se requiere el predominio de las exigencias
de la espontaneidad, de la inmediación y de la sencillez. En el proceso
canónico, como se ha dicho, se da más espacio a la escritura que en los
procesos civiles, a causa de la especial estructura y naturaleza del proceso,
particularmente en vista de las apelaciones, donde únicamente, al menos
en la fase pro decreto, puede juzgarse en base a las actas. Es necesario, por
eso, buscar aún el valor y el significado de la idea de oralidad en nuestro
proceso, que no significa hacer uso exclusivo de la palabra hablada, sino
devolver a ésta su dignidad.
[Recibido el 4 de mayo de 2009 y aprobado el 15 de marzo de 2010].

Bibliografía

Associazione Canonistica Italiana (ed.), La doppia conforme nel processo matri-


moniale. Problemi e prospettive. Atti del XXXIV Congresso Nazionale di Diritto
Canonico (Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 2003).
Cabreros de Anta M., Estudios canónicos (Madrid, 1955).
Cappelletti M., Procédure orale et procédure écrite (Giuffré, Milano, 1970).
Carnelutti F., Diritto e processo (Napoli, 1958).
Chiovenda G., Instituciones de Derecho procesal civil (Madrid, 1936), III.
Chiovenda, G., L’oralità e la prova, en Rivista di Diritto Processuale Civile 1 (1924),
pp. 5 ss.
Chiovenda, G., Principi di Diritto processuale civile (3ª edición, Napoli, 1933).
Clemens V., Saepe contingit, en Corpus Iuris Canonici, Pars II, liber V, tit. XI de verb.
signif., c. II.
Communicationes, 4 (1972) 1; 8 (1976) 2; 11 (1979) 2.
Corpus Iuris Civilis, Novellae Const., 60, cap. 2.
Decretales Gregorii IX, liber II, tit. XIX de probationibus, c. XI.
Della Rocca F., Processo canonico, en Nuovo Digesto Italiano (UTET, 1966), XIII.
Durantis G., Speculum iudiciale (Venetiis, 1576).
Engelmann E., The Romano-Canonical Procedure, en A. Engelmann y otros, A History
of Continental Civil Procedure (Boston, R.W. Millar ed., 1927).
Foschini G., I principi fondamentali del dibattimento (Milano, 1964).
Gaudemet J., L’Église dans l’Empire Romain (IV-V siècles) (Paris, 1958).
Guasp J., Derecho procesal civil (Madrid, 1962).
Gullo C. - Gullo A., Prassi processuale nella cause canoniche di nullità del matrimonio
(2ª edición, Città del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2005).
Ioannes Paulus II, Allocutio ad Prelatos Auditores Sacrae Romanae Rotae ineunte anno
iudiciali, 4 februarii 1980, n. 2, en AAS. 72 (1980), p. 173.
Kisch W., Elementos de Derecho procesal civil (Madrid, 1940).
Lefebvre C., Procédure, en Dictionnaire de Droit Canonique (Paris, 1965), VII.
Lega-Bartocetti, Commentarius in iudicia ecclesiastica (Romae, 1950), I.
Malinverni A., Oralità, II, en Enciclopedia giuridica (Treccani, 1990), XXI.
Los principios generales de oralidad y escritura en el proceso canónico 663

Pirhing E., Ius canonicum (Dilingae, 1674).


Pius PP. XII, M.P. Sollicitudinem Nostram, 6 ianuarii 1950, en AAS. 42 (1950), pp.
5-120.
Plöchl W. M., Storia del Diritto canonico (Milano, 1963), II.
Pontificium Consilium de legum textibus, Dignitas connubii, Instructio servanda a
tribunalibus diocesanis et interdioecesanis in pertractandis causis nullitatis matrimonii,
(Romae, 25 ianuarii 2005).
Roberti F., Processo (Diritto canonico), en Encliclopedia Italiana (Roma, 1935),
XXVIII.
Roberti, F., De processibus (4ª edición, Civit. Vat., 1956), I.
Schema canonum de modo procedendi pro tutela iurium seu de processibus (Typis Po-
lyglottis Vaticanis, 1976).
Scovazzi M., Processo e procedura nel diritto germanico, en Scritti di Storia del Diritto
germanico (Milano, 1975), II.
Segni A., Procedimento civile, en Novissimo Digesto Italiano (UTET, 1966), XIII.
Stanckiewicz A., Il processo contenzioso orale, en Apollinaris, 65 (1992), pp. 576-
591.
Stickler A.M., Ordines judiciarii, en Dictionnaire de Droit Canonique (Paris, 1957),
VI.
Summae Hostiensis, L. I, De off. iud. (Venetiis, 1581, ristampa Torino, 1965).
Vocino C., Oralità nel processo, en Enciclopedia del Diritto (Milano, Giuffrè, 1980),
XXX.

También podría gustarte