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El Perdón difícil en Ricoeur

En el epílogo de su obra: La memoria, la historia, el olvido, Paul Ricoeur se plantea la


cuestión del perdón. Tal cuestión “es doble: por una parte, el enigma de una falta que paralizaría el
poder de obrar de este ‘hombre capaz’ que somos; y, como réplica, el de la eventual suspensión de
esta incapacidad existencial designada por el término perdón” (Ricoeur, pág. 585). En concordancia
con los temas de su obra, los cuales están designados en el título del mismo, el autor arguye que
aquella cuestión atraviesa las operaciones constitutivas de la memoria, de la historia y deja una
marca particular en el olvido. El “tono” de la representación del pasado, eje transversal de los tres
elementos nombrados, se lo otorga, en el epílogo, el perdón; si la falta constituye la ocasión de este.
Si existe el perdón, entonces constituye el horizonte de la memoria, la historia y el olvido. Este
horizonte escurridizo se vuelve difícil, difícil de darlo y recibirlo, de modo que su trayectoria posee
un origen desproporcional entre el mismo perdón y la falta. El epílogo se divide en cinco apartados
de los que se pretende dar una exposición. Primero: la ecuación del perdón; segundo: la odisea del
espíritu del perdón: la travesía de las instituciones; tercero: la odisea del espíritu del perdón: el
transmisor del intercambio; cuarto: el retorno sobre sí; y quinto: retorno a un itinerario:
recapitulación.

La ecuación del perdón


La profundidad de la falta
La ecuación se formula en la forma de la imposibilidad del perdón en referencia al carácter
imperdonable de un mal moral. Aunque, precisamente, el perdón solo se atenga a ello. Pues bien, la
falta o culpabilidad es la presuposición existencial (condición histórica y experiencia personal y
colectiva: indistintos) del perdón. Tal presuposición se da principalmente en el sentimiento que,
siguiendo a Nabert, es materia de reflexión presente a la conciencia; y, siguiendo a Jaspers, un
elemento entre otros de situaciones límite. Para el primer filósofo, la falta se agrupa con el fracaso,
la soledad…; para el segundo, la falta es una determinación no fortuita que se encuentran siempre
presentes como la muerte, el sufrimiento…
“Solo puede haber perdón allí donde se puede acusar a alguien, suponerlo o declararlo
culpable. Y solo se puede acusar de los actos imputables a un agente que da por su autor verdadero”
(Ricoeur, pág. 588). En efecto, se corresponde a la presuposición existencial, la estructura
fundamental de la imputabilidad de las acciones: poder(se) “responsabilizar” de ciertos actos. De
modo que se descubre la articulación entre el acto y el agente, la cual se observa afectada por la
falta.
La atribución propia de la falta es la confesión: “ese acto de lenguaje por el que el sujeto
asume la acusación” (Ricoeur, pág. 589). La confesión, según el autor, salva el abismo entre el acto
y su agente. Se traza una línea en esa articulación cuando se condena una acción: se condena porque
se transgrede un límite que implica un daño patente al otro. En ello consiste la falta. Ricoeur lo
llama “un actuar malo” (pág, 589), que luego es condenable. Hay limitación en la falta como la
regla infringida, aunque el aspecto de sus consecuencias no lo sea. Empero, hay ilimitación sobre la
implicación del agente en su acto: su conciencia no tiene barreras sobre las repercusiones de su
acto, de modo que se ve afectado. La cuestión es en qué medida la confesión muestra la calidad de
la causalidad —“termino […] aplicado al poder de obrar y a la impotencia figurada por la falta”
(Ricoeur, pág.591) — de la que la acción procede y no de la acción misma: al reconocer el vínculo
entre acción y agente, adviene el asombro de no lograr distingo entre la causalidad y el recuerdo de
la acción misma. La representación del acto anterior obstaculiza la regresión del acto al agente,
pero la reflexión sí logra reconducir al centro de la constitución afectiva de la falta.

Altura: el perdón
El autor considera que el descenso a las profundidades de la experiencia de la falta, bien se
designaría como imperdonable. Tal término no solo aplica a los crímenes, ni a sus actores, sino a su
vínculo más íntimo. La radicalidad de la culpabilidad se ha adherido a la condición humana, aunque
no haga parte de una originalidad, por lo que la hace imperdonable de hecho y de derecho. No se
puede arrancar sin destruir la existencia de esta misma condición. Así, siguiendo a Nicolai
Hatmann, lo cita: “‘No se puede quitar a nadie el ser-culpable de la mala acción, porque es
inseparable del culpable’” (Ricoeur, pág. 595). Se puede atenuar la falta, revelador de la
imputabilidad, se puede comprender al criminal, pero la mala acción no se puede borrar, no se
puede absolver.
Frente al vínculo indisoluble ya descrito, el reto inverso se proclama: “existe el perdón”. El
que exista quiere decir la altura o illeidad desde donde se anuncia el perdón. El autor lo caracteriza
como una voz de lo alto, silenciosa, cuyo discurso adecuado es el himno, el cual establece su
existencia como la del amor, el amor como miembro de su misma familia.
El himno es proclamado por el apóstol Pablo en su primera carta a los corintios. Su estructura
es la siguiente: el amor es considerado un don espiritual concedido por el Espíritu Santo. Su
introducción insiste en ambicionar los dones de este. Continua la letanía como todo lo que se puede
hacer y lograr con tales dones y con la gran excepción que nada de eso tendrá un valor si no tiene
amor. Este sentido negativo, anunciado como una carencia, ofrece la superación de los dones
espirituales, a fin de establecer un permanecer eterno de lo que es el amor. “La caridad no lleva
cuentas del mal, porque desciende al lugar de la acusación, la imputabilidad que lleva las cuentas
del sí mismo” (Ricoeur, pág. 596). Incluso, es más valiosa que la fe y la esperanza. El amor es esa
altura desde donde se sostiene el perdón. En efecto, la denominación del perdón es dirigirse,
siguiendo a Derrida, a lo imperdonable, incondicionalmente. Sin presuposiciones ni restricciones, ni
deberes, el perdón solo es.
Sin embargo, tal exigencia infinita encubre dos factores que, al hacer parte de un imperativo
supremo, se inscriben de hecho en una historia: la universalización de una herencia religiosa y la
escenificación. Del primer factor, y siguiendo a Derrida, el autor admite que el imperativo hace
parte de una cultura cuyo lenguaje pertenece a la herencia de Abraham en la cual se recogen el
judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Esta herencia en vías de universalización es singular en
tanto hace memoria abrahámica y tiene cierta interpretación del prójimo. De modo que el himno de
san Pablo hace parte de unos esquemas doctrinarios en la iglesia cristiana primitiva. La expansión
mundial del discurso cristiano, “plantea el gran problema de las relaciones entre lo fundamental y
los histórico para cualquier mensaje ético con pretensión universal” (Ricoeur, pág. 597). A pesar
de la posibilidad de solucionar tal problema como una discusión de la opinión pública que se
plantee aquellos supuestos universales, por lo que se puede apelar a una vigilancia semántica de la
discusión que soslaye la banalidad de los cuestionamientos; se interpone el segundo factor: cierto
teatro de confesiones y arrepentimientos en la escena geopolítica, advertida por Derrida. La
universalización de la herencia susodicha, se produce también por tal escenificación que causa una
recepción acrítica de su lenguaje. Ricoeur habla de un fenómeno de abuso: ante esos “simulacros”
políticos el deber de la memoria se reduce a una ceremonia hipócrita de parásitos invitados, aunque
el mismo autor y Derrida admitan la urgencia universal de la memoria. Esta situación lleva al
segundo exigir que los actos de memoria y de arrepentimiento superen esos ámbitos políticos y se
acojan en el margen de estos. Ello conlleva el problema de si lo simulado no solo se puede volver
auténtico, sino también institucionalizar. La actualidad de esta discusión se enmarca en los crímenes
contra la humanidad. Se vuelve al problema inicial de la posibilidad del perdón: su “naturaleza” es
huidiza, excepcional y extraordinaria.

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