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LITERATURA APOCALÍPTICA – CLASE 9 SEMINARIO BÍBLICO ASAMBLEAS DE

DIOS DE COLOMBIA- SEDE IBAGUÉ


TEMAS PRINCIPALES DE LA APOCALÍPTICA

Repaso Clase 8.
1. Diga al menos 5 diferencias entre la profecía y la
apocalíptica.
2. La montaña rusa al futuro y a la presencia de Dios
consiste en: desde lo alto (perspectiva del futuro) los
problemas que enfrentan son
relativamente_________________, pero en el valle de
melancolía y desesperación muestra que la maldad
_____________ hasta alcanzar un nivel ____________ en la
existencia humana, por lo que las circunstancias no
cambiaran para mejor, al menos inmediatamente.
3. Hasta que no nos convirtamos en estudiosos del mundo
____________ y de la mentalidad de esa ____________,
erraremos en nuestra comprensión de la Biblia.
4. Enumere los 8 lineamentos de interpretación de la L.
Apocalíptica.
5. La tarea crucial es la interpretación de los símbolos y la
aplicación de los pasajes a los eventos actuales, de esa
manera podemos probar que la Biblia está tan
actualizada como los noticieros de la tarde
F_________ V________

TEMAS TEOLÓGICOS.
Cualesquiera que sean las dificultades en la interpretación del
Apocalipsis, hay un elemento claro que puede orientar decisivamente la
exégesis. Ese elemento es el fondo teológico con su mensaje perenne.
Sucintamente extraemos sus puntos esenciales:
1. La soberanía de Dios.
A lo largo de todo el libro, Dios es el pantokratór, el Todopoderoso.
Este título lo encontramos nueve veces (en el resto de Nuevo
Testamento, con excepción de 2° Corintios 6:18, no se halla ni una
sola vez). En los evangelios, en los Hechos y en las epístolas
predomina el uso del nombre de Dios en su sentido más general, y
cuando se particulariza alguno de sus aspectos, sobre todo en
relación con su pueblo, es generalmente mencionado como Padre.
Pero en el Apocalipsis la característica más sobresaliente
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es la de su dominio supremo sobre todo y sobre todos. Ni


reyes, ni emperadores, ni poderes demoníacos o de cualquier otra
clase pueden prevalecer contra Él. Pese a todas las potencias
hostiles, la historia de la salvación prosigue su curso en avance
continuo hacia la consumación triunfal. Cuando se llegue al final,
el dragón, la bestia y el faso profeta (y todo cuanto con
ellos pudiera ser representado) sucumbirán
definitivamente; su derrota está sellada para siempre
jamás (20:10). Desaparecidos todos los obstáculos, Dios morará
con los hombres y ellos serán su pueblo (21:3). En el marco
de la nueva creación, una nueva sociedad, una humanidad
redimida, sirve y adora al “Señor Dios Todopoderoso” (21:22). La
soberanía de Dios, a la luz del actual estado del mundo, no parece
demasiado evidente. Vistas las cosas superficialmente, podría
pensarse o que Dios de veras está ausente o que es impotente
para vencer a Satanás, o simplemente que no existe. Como ha
afirmado W. Pannenberg, “sólo la plena manifestación del
Reino de Dios en el futuro... puede decidir finalmente sobre la
realidad de Dios”. “Pero la escatología bíblica (y el Apocalipsis en
particular) proclama esa manifestación categóricamente, con lo
que da coherencia y fuerza a las creencias cristianas.
2. El Cristo divino, ejecutor de la obra de Dios.
Si Dios es el soberano, Cristo es el agente que lleva a efecto
la voluntad de Dios en su triple obra de revelación,
redención y juicio. El libro, desde el principio, nos muestra la
dignidad incomparable de Jesucristo basada en su persona y en su
ministerio. Aunque Jesús es presentado en subordinación a Dios el
Padre, se le designa con títulos que denotan divinidad: Alfa y
Omega (1:8; 2:8; 22:13), Hijo de Dios (2:18), Rey de reyes y Señor
de señores (19:16). Y se le presenta estrechamente unido a Dios
compartiendo el trono celestial y recibiendo “la alabanza, el honor,
la gloria y el dominio por los siglos de los siglos” (5:13). A la
grandiosidad de la persona de Jesús se une la de su obra. Él es
quien lleva a cabo la acción reveladora de Dios; es el “Verbo de
Dios” (19: 13). El contenido mismo del Apocalipsis es la
“revelación de Jesucristo, que Dios le dio” (1:1). No es demasiado
seria la cuestión de si Jesucristo es el objeto o el sujeto de esta
revelación. Es ambas cosas, la esencia de la revelación y el
mediador de esta. Es, asimismo, el “Cordero” de Dios inmolado
para la expiación del pecado y la salvación de sus redimidos (1:5;
5:8-10; 7:14). Pero el Cordero es también el “León” (5:5). El Siervo
sufriente, después de su muerte y resurrección, es el Señor (1: 17,

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18), con plena autoridad para tomar el “libro” y abrir todos sus
sellos (5:1-7). El que triunfó sobre el pecado y sobre la muerte
está al lado de su pueblo en el transcurso de los tiempos para
sostenerlo en su testimonio hasta el día de la victoria final. Sobre
la base de la cruz se ha levantado el trono. El Cristo redentor
desata los sellos de los juicios divinos. El que fue suprema
expresión del amor de Dios lo es también de su justicia. La
misericordia no es incompatible con la santa “ira” de Dios contra
el pecado y con sus intervenciones retributivas contra aquellos
que, en alianza con las fuerzas satánicas que actúan en el mundo,
se han empeñado en vivir en rebeldía contra Él. Del mismo modo
que Jesús fue mediador de la Gracia lo es del Juicio (comp. Juan
5:22). Sin embargo, la nota final no es la de la trompeta que
anuncia las postreras calamidades, sino la de aquella que sirve de
preludio al himno apoteósico de la consumación: “Los reinos de
mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y El
reinará por los siglos de los siglos” (11: 15). En la plenitud de ese
reinado ya no habrá lugar para el juicio, pues no habrá pecado,
sino sólo justicia y paz. Concluida la historia temporal de la
salvación, ésta se manifestará gloriosamente en el marco de la
eternidad.
3. El carácter cristológico de la escatología.
Los eventos del fin tienen como centro y sujeto la persona de
Cristo. Lo que más sobresale no es el Reino en sí con la plenitud
de sus bendiciones, sino la persona del Rey: Es muy atinada la
observación de Hanns Lilje: “El vidente no pregunta qué viene,
sino que da testimonio de Aquel que viene”. Y si la persona de
Cristo es inseparable de su obra, ello significa que los
acontecimientos futuros no pueden aislarse del pasado, de los
grandes hechos de la encarnación, la muerte y la resurrección de
Jesús; ni tampoco de la acción de Cristo durante el periodo que
media desde su ascensión hasta su segunda venida. “El proceso
de la redención y el establecimiento de la soberanía de Dios es un
todo indivisible, de modo que la intervención divina desde la
encarnación hasta la parusía es presentada como un solo acto”.
Este hecho robustece la esperanza cristiana. La certidumbre del
triunfo final tiene su fundamento en la victoria de Jesús sobre el
sepulcro el día de Pascua. Además, la relación de unidad entre
escatología y cristología a lo largo de todo el proceso histórico
constituye una clave de gran valor hermenéutico. Cualquier
interpretación futurista que rompa esa unidad debe ser examinada
con cautela.

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4. El sentido dinámico de la historia.


Desde tiempos remotos el hombre ha sentido preocupación por el
futuro de la humanidad; pero sus concepciones de la historia han
variado ostensiblemente. Desde el antiguo mazdeísmo persa que
contemplaba el triunfo de la luz sobre las tinieblas en su último
conflicto al final de los tiempos, pasando por el fatalismo de los
griegos y su visión cíclica del devenir histórico y por la escatología
marxista, hasta las previsiones de los pensadores más recientes,
la filosofía de la historia ha oscilado entre el optimismo y el
pesimismo, entre la convicción de que el mundo avanza hacia
épocas paradisíacas y el temor de que corre hacia una catástrofe
irreversible. El Apocalipsis, dando cima a la escatología bíblica, nos
ofrece una visión realista. Nos muestra la incapacidad humana
para dirigir constructivamente la historia. El hombre, en su actitud
antiDios en coalición con poderes malignos, no puede crear una
sociedad realmente nueva. Hasta el final, de una forma u otra,
prevalecerán la injusticia, la tiranía y la impiedad. La historia,
humanamente determinada, si ha de cambiar para bien, tiene que
acabar. Son muy ciertas las palabras de Berdiaev: “La historia
tiene un sentido positivo sólo en el caso de que tenga un final”.
Pero ese final no es la ruina definitiva. Señala el principio de una
nueva era. Agotadas en el fracaso todas las tentativas humanas,
adviene un nuevo orden, trascendente, instaurado por Cristo.
Fracasada la civitas homini, desciende del cielo la verdadera
civitas Dei (21:2). En medio de cambios y convulsiones
aparentemente sin sentido, hacia esa meta avanza la historia bajo
el supremo control de Dios.
5. La relación Iglesia-Sociedad.
El Apocalipsis completa la enseñanza novotestamentaria sobre
esta delicada cuestión. Los apóstoles, recogiendo e interpretando
las instrucciones de Jesús, habían recalcado las responsabilidades
cívicas del cristiano inherentes a su vocación. Ser luz y sal en el
mundo implica presencia de la Iglesia en la sociedad, pero esa
presencia sólo es efectiva cuando el creyente anuncia el Evangelio
y vive conforme a los principios del Reino que el Evangelio
proclama. Entre tales principios está el apoyo a la justicia, así
como la no resistencia, la sumisión, la paz y el amor hacia todos
(Mat. 5:6,20, 38-48). De ahí las exhortaciones de Pablo y Pedro a
respetar la autoridad civil (Ro. 13:1-6; Ti. 3:1; 1 Ped. 2:13, 14),
aunque se sobreentendía que se trataba de autoridad ejercida con
un mínimo de justicia (Ro. 13:3, 4; 1 P. 2:14). Pero ¿qué hacer
cuando el poder del Estado se corrompe hasta el extremo de

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convertirse en instrumento de iniquidad impía? Este era el


problema de la Iglesia del Apocalipsis. ¿Debían los cristianos
seguir acatando órdenes contrarias a su conciencia?
Evidentemente, no. Seguía en vigor el principio expresado por
Pedro: “Hay que obedecer a DIOS antes que a los hombres” (Hch.
5:29), aunque cumplirlo equivaliera a desatar la persecución, el
martirio y la muerte. El reverso de Romanos 13 (y su contrapeso)
es Apocalipsis 13. Pero el conflicto entre la Iglesia y el Estado
¿había de llevar a los cristianos al aislamiento total? Es verdad que
el Apocalipsis presenta un cuadro de ruptura de relaciones exigida
por las circunstancias; pero nada hay en él que justifique la
inhibición del cristiano en lo que respecta a sus deberes. Aun bajo
la amenaza de la bestia que sube del abismo, los dos “testigos”
cumplen su misión en la ciudad (11:3 y ss.). Si aplicamos la misión
al testimonio cristiano, deberemos recalcar que éste nunca puede
limitarse a la predicación del Evangelio del Reino; incluye una
conducta que refleje la realidad del Reino en la Iglesia. La
importancia de este punto no se puede soslayar. Si la visión del
Reino es totalmente futurista, fácilmente el creyente se sentirá
impelido a desentenderse de su responsabilidad actual como parte
de la sociedad; será indiferente hacia su cultura y poco sensible a
sus problemas a nivel humano. Tal actitud se reafirma cuando se
enfatiza excesivamente el carácter irremediable de la situación en
que el mundo se encuentra, lo que engendra un pesimismo poco
estimulante, más acorde con la apocalíptica judía que con el
Apocalipsis cristiano. Si, por el contrario, los acontecimientos del
fin son vistos como la consumación del Reino que ya ahora está
presente en pugna contra las fuerzas del mal, el discípulo de Cristo
hallará en la escatología un estímulo tanto para su piedad
personal como para la aceptación del reto social. Ante la
perspectiva del futuro, sólo procurará comportarse santa y
piadosamente en su relación con Dios (2 Ped. 3:11) y será
anunciador incansable de la buena nueva; simultáneamente sus
ojos, su corazón y sus manos estarán abiertos a las necesidades
de una humanidad tan angustiada como caída. Sólo así se es
auténticamente discípulo del Cristo único. El Señor y Rey que la
Iglesia espera es el mismo que un día sintió conmoverse sus
entrañas ante las multitudes necesitadas, ante los enfermos ante
los leprosos, ante los marginados, ante los endemoniados, y, actuó
dando pan, sanidad, restauración, liberación. Hasta que Él regrese,
la Iglesia tiene la responsabilidad de proseguir esa misión. Las
mismas bendiciones escatológicas parecen contener un desafío a

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la acción humanitaria del creyente en el seno de la comunidad


civil aquí y ahora. Como se sugiere en el Informe sobre
Evangelismo y Responsabilidad Social de Grand Rapids “si (los
redimidos) en el cielo no tendrán hambre ni sed (Ap. 7:16), ¿no
deberíamos alimentar a los hambrientos hoy?”
Son dignas de reflexión las palabras que cierran el capítulo 6 del
mencionado Informe: “Con gran firmeza rechazamos lo que se ha
llamado ‘parálisis escatológica’. Por el contrario, antes de que el
Señor venga, y en preparación para su venida, estamos decididos
a actuar. Esto es vivir con “sentido de anticipación”, experimentar
el poder, disfrutar de la comunidad y manifestar la justicia del
Reino ahora, antes de que se consume en gloria”.
En consonancia con la escatología bíblica, y dando cima a ella, el
Apocalipsis contiene el mensaje más idóneo para mantener a la
Iglesia “gozosa en la esperanza y sufrida en la tribulación” (Ro.
12:12), pero también para incitarla fuertemente a la acción.

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