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TITULO: “2 estrategias para estimular la vida espiritual de los

niños.”
TEXTO: Mateo 19: 13-15.
INTRODUCCIÓN: No quiero opacar el primer motivo por el que Jesús
quería que los niños se le acercaran: el amor que siente por ellos.
Pero quiero resaltar esta ocasión la razón por la que Jesús los pone
como ejemplo para los adultos.
Cuando Jesús dijo que los integrantes del Reino de Dios son aquellos
que se asemejan a los niños, ¿qué quería decir? ¿En qué cualidades
estaba pensando?:
Los niños tienen la actitud que uno necesita para acercarse a Dios:
¿Cuál actitud? Los niños tienen una fe humilde, sencilla que les
permite tener una gran receptividad para creer en Jesús. En contraste
con la obstinación para creer que tenemos los adultos. O si el adulto
llega a tener fe, con la sofisticación que los adultos creemos que
debemos tener para acercarnos a Dios por medio de Cristo.
Los niños tienen un gran potencial espiritual diseñado por Dios, que
cada padre debe ayudar a desarrollar. Hoy vamos a ver 2 formas
como

1. Descubre las cualidades espirituales de tus niños: v.14


“…Jesús dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo
impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como
ellos.» …”
Tus hijos, a quien debes conducir a Dios, tiene cualidades
espirituales, aunque sean niños pequeños como los que le
fueron presentados a Jesús en esta ocasión, desde el momento
en que están en el vientre materno ya vienen completos, no solo
tienen todas las células de un humano, también poseen
emociones, inteligencia y espiritualidad.
Hablemos de otras cualidades espirituales que todo niñ@
pequeño tiene:
 El niño no ha perdido la capacidad de asombrarse y de
disfrutar aun de lo sencillo: Los niños viven en un mundo
que conserva el lustre de lo nuevo, y en el que Dios
siempre está cerca.
 Toda la vida del niño se apoya en la confianza: no se
preocupan por como se van suplir las necesidades
básicas, no se preocupan por la seguridad personal
(permanentemente los adultos deben advertirles contra los
peligros), nunca dudan del amor y capacidad de sus
padres para cuidarlos.
 El niño es obediente por naturaleza: comparado con los
adolescentes, jóvenes y adultos sabe muy bien que debe
obedecer, y no está contento cuando no ha sido obediente.
Reconocen que la palabra de sus padres es ley.
 El niño tiene una capacidad admirable para perdonar: Casi
todos los padres somos injustos con nuestros niños. Pero
los niños perdonan y olvidan, y ni siquiera se dan cuenta
de que se los trata con injusticia.
2. Ayuda a tus niños a seguir desarrollando su carácter
cristiano
Cuando Jesús dijo que los que componen el Reino de Dios son los
que son como los niños, ¿qué quería decir? ¿En qué cualidades
estaba pensando?
(i) El niño no ha perdido el sentido de lo maravilloso. Tennyson nos
cuenta que una mañana temprano entró en la habitación de su
nietecito y le sorprendió «siguiendo embelesado con la mirada al rayo
de sol que jugaba en los postes de la cama.» Cuando nos hacemos
mayores, vivimos en un mundo gris y cansado. Los niños viven en un
mundo que conserva el lustre de lo nuevo, y en el que Dios siempre
está cerca.

(ii) Toda la vida del niño se apoya en la confianza. Cuando somos


pequeños, nunca nos preguntamos de dónde nos va a venir la próxima
comida, o de dónde va a salir la ropa. Cuando vamos al colegio
estamos seguros de que nuestra casa estará en su sitio cuando
volvamos, con todo listo para nuestras necesidades. Cuando vamos
de viaje no nos preocupamos por los gastos, ni dudamos de que
nuestros padres sepan el camino y nos lleven sin problemas. La
confianza del niño en sus padres es absoluta, y así debería ser la
nuestra en nuestro Padre, Dios.
(iii) El niño es obediente por naturaleza. Es cierto que a veces
desobedece y se queja de lo que le mandan sus padres; pero su
instinto es obedecer. Sabe muy bien que debe obedecer, y no está
contento cuando no ha sido obediente. En su fuero interno reconoce
que la palabra de sus padres es ley. Así debiera ser para nosotros la
Palabra de Dios.
(iv) El niño tiene una capacidad admirable para perdonar. Casi todos
los padres somos injustos con nuestros niños. Les exigimos un nivel
de obediencia, de modales, de lenguaje y de diligencia que rara vez
alcanzamos nosotros. Una y otra vez los regañamos o castigamos por
hacer cosas que hacemos nosotros. Si otros nos trataran de la forma
que tratamos nosotros a nuestros hijos, probablemente no se lo
perdonaríamos. Pero los niños perdonan y olvidan, y ni siquiera se dan
cuenta de que se los trata con injusticia. El mundo sería un lugar
mucho más agradable si perdonáramos todos como lo hace un niño.
El mantener despierto el sentido de lo maravilloso, vivir con una
confianza inquebrantable, obedecer con naturalidad, perdonar y
olvidar... En eso consiste el espíritu del niño, que es el pasaporte para
entrar en el Reino de Dios.

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