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Lo que nos lleva a no presentar una receta social técnica, positiva y econó-
mica, sino cargada de éticas que respondan a las necesidades vitales de todos los
seres humanos como especie, es decir, transformar la ética en una herramienta de
adaptación de la especie humana que le permita sostenerse en el tiempo y convivir
con armonía. Por ello, señala dicho Manifiesto,
«25. La educación para la sustentabilidad es el instrumento la construcción de
una racionalidad ambiental, incorporando un nuevo paradigma holístico. Ello im-
plica una nueva pedagogía para reaprender, para reconocer y para actuar con y ante
la otredad. Es una educación para la participación, la autodeterminación y la trans-
formación; una educación que permita recuperar el valor de lo sencillo en la com-
plejidad; de lo local ante lo global; de lo diverso ante lo único; de lo singular ante lo
universal» (PNUMA, 2002: 5).
En estas nuevas agendas deberían estar los problemas que se deberían tener en
cuenta para una Antropología ecológica, que nos ayude a buscar puentes entre los
seres humanos y la naturaleza. Importante destacar la «diversidad» como un va-
lor deseable en la naturaleza y la cultura, y esa necesidad de hacerlas sustentables.
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ecológica cada vez más global, con el fin de ser una fuerza crítica que busque trans-
formar estas causas de fondo. Esta Antropología radical y neutra que va a las causas
socioeconómicas y a la ideología con la que se interrelacionan, sin olvidar, que la
crisis nunca pertenece a un simple sector, sino que es importante realizar una com-
plejización de la realidad en la que vivimos (Morín, 2007).
Como señala Will Potter que en una época en la que todo el mundo se está
volviendo verde, la mayoría de las personas no son conscientes de que el FBI está
utilizando los recursos destinados a acabar con el terrorismo para perseguir a ac-
tivistas por el ambiente y por los derechos de los animales. Al igual que el llamado
«Temor Rojo» en los EE UU, este «Temor Verde» consiste en la intimidación, me-
diante el uso de la palabra ecoterrorista para impulsar el miedo y el silencio de la
disconformidad (Potter, 2013). O como señala Welzer,
«En muchos otros contextos de violencia actual y futura -guerras civiles y perma-
nentes, terror, inmigración ilegal, conflictos de fronteras, disturbios y levantamien-
tos-, la conexión entre los efectos del clima y los conflictos ambientales se establece
sólo de modo indirecto y sobre todo de un modo tal que el calentamiento global
acentúa las desigualdades globales en las situaciones de vida y las condiciones de
supervivencia porque afecta a las sociedades de un modo muy dispar» (Welzer,
2010: 15).
La realidad social nos reta para que la pensemos conjugando lo previsible con
lo imprevisible. Necesitamos una Antropología ecológica para actuar con infinito
cuidado en este mar dinámico de interdependencia, de lo contrario no seremos
capaces de organizar una sociedad sostenible en la que se satisfagan las verdaderas
necesidades humanas, pero con esa interdependencia ética que nos liga a las nece-
sidades futuras de las siguientes generaciones y del planeta.
Esto no es más que alentar la solidaridad en el tiempo. Estos valores de sos-
tenibilidad que nos parecen tan nuevos, los vivían ya los indios de América del
Norte, cuando consideraban el valor de sus acciones según el impacto que podían
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El perfil básico del vigía ambiental se aparta de la función del mediador aun-
que se aproxima en resultados, sencillamente porque el mediador sugiere solucio-
nes. También se aleja de la figura del árbitro, porque éste decide, y el vigía am-
biental encauza y orienta a través de la observación de las realidades implicadas y,
fundamentalmente, por medio del profundo conocimiento de las realidades físicas,
social (culturales, económicas y políticas) y ambientales. El vigía ambiental centra
su atención en tareas de precaución (previo a prevención), control y vigilancia a
través del servicio, el respeto y la profesionalidad. En la Figura III.7., se resume su
esencia (Jaquenod, 2014: 458).
El conjunto de conocimientos que debería tener el vigía ambiental es la clave
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cio. Estos Parques para la paz como el de La Amistad entre Panamá y Costa Rica o
el de la Región Awa para Ecuador y Colombia, junto a los criterios científicos, so-
ciales (políticos, económicos y culturales) y ambientales, permiten visionar cómo
sería posible diluir o reducir las múltiples tensiones que, sobre un territorio, se
puede producir en su impacto sobre los recursos energéticos, mineros, acuíferos,
etc., a lo largo de toda América Latina (Jiménez y Jiménez, 2014).
La paz, para nosotros neutra, ha de ser verde como los bosques y azul como el
agua o no servirá una paz entre humanos despreciando el lugar y el hábitat donde
la vida se resiste a morir. La vida como un río tiene un sonido sordo que sólo unos
pocos, con una gran conciencia y una sensibilidad como Silvia Jaquenod, sabe es-
cuchar, y construyen un escenario pacífico que buscan actuaciones compatibles y
equilibradas para relacionar lo pacífico con y en el conjunto de recursos naturcultu-
rales (Jaquenod, 2012).
Will Potter, en su libro, Los verdes somos los nuevos rojos,… constituye un
ejemplo de cómo se pueden ver cualquier ser humano cómo algo negativo. En su
conferencia «10 pasos para convertir el activismo político en ‘terrorismo’» (Potter,
2013) nos llama la atención todo los problemas que nos ha tocado vivir y que tene-
mos que enfrentar en la actualidad.
Por eso, frente a las corrientes de grupos ecologistas que buscan parchear (co-
rrecciones técnicas: legislativas, económicas, tecnológicas, etc.), las relaciones en-
tre el mundo económico y la naturaleza, pero sin cambiar la filosofía de la gestión
del entorno y la consideración de la naturaleza como bien tasable y por tanto, ob-
jeto a proteger, tenemos que construir un Movimiento ecologista, que niegue esa
La idea que dibuja Orwell en 1984 acerca del «Newspeak», ¿cómo plantearse
una supuesta libertad, si la propia palabra libertad no está definida como tal? Es
imposible cualquier revolución pues la palabra revolución no existe en el mundo
orwelliano. Sucumbimos ante distintas formas de lo que Fromm llamó autoridad
anónima (Fromm, 1980: 209 y ss): acomodados acríticamente a las pautas impues-
tas por el orden social, por el mercado y la lógica competitiva o por la información
controlada que circula por Internet, creemos escapar al sometimiento de una auto-
ridad explícita, pero lo que ocurre es que se refuerza la subordinación inconsciente
a nuevas formas de poder.
Partiendo de la base de que los conceptos encierran el verdadero significado
de las definiciones, no es de extrañar que se haya obviado alguna que otra acep-
ción del término biología, ecología, etc., creemos que es más pernicioso para la
imagen del capitalismo voraz, el hecho de que se entienda «ecología en relación
directa con el ser humano (ya que es el capitalismo, quién perpetúa la desigual-
dad económica) que en relación directa con el ambiente (ya que el ambiente no
puede protestar).
El capitalismo lo reduce todo a valor económico, el dinero se convierte en un
objeto de deseo en sí mismo. El dinero es el único valor, no hay otro, lo que con-
vierte a la vida en una suma de traiciones y luchas por obtenerlo cuando, en sí, no
es otra cosa que un montaje que dirige inexorablemente la vida misma.
Pero el hundimiento del tinglado no ayuda a nadie más, todo volverá a repe-
tirse, la capacidad de corrupción del dinero, su poder para dirigir vidas y hacien-
das, entre valor y precio, etc. El capitalismo lo reduce todo a valor económico, el
dinero se convierte en un objeto de deseo en sí mismo y, a partir de estas dos con-
clusiones, la sátira está servida. Una sociedad que se retrata con alienación de unos
personales y una sociedad enredada en su dependencia del dinero, su vida social,
su ceguera, su ambición y su confusión. Pocas veces se ha contado la enfermedad
de la codicia de una manera tan maravillosamente radical como la actualidad en la
que vivimos.
Ya no es una desigualdad una barrera a superar desde el punto de vista eco-
nómico, sino que también lo es desde un punto de vista biológico. Es decir, se
actúa «desnaturalizando» a la hora de producir, ya que se crea «excedente» para
comerciar (lo que trae su desigual repartición de rentas debida a la meritocracia
implícita y legitimada por el sistema globalizado en que nos encontramos, en el
que solo las divisas traspasan fronteras sin necesidad de visados, como señala
Carlos Taibo,
«En otra dimensión, la globalización ha aspirado con descaro a gastar una espe-
cie de paraíso fiscal de escala planetaria, de tal suerte, que los capitales, y sólo los
capitales, puedan moverse a su antojo, sin ninguna restricción, arrinconando a los
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En la Foto III.1., deberíamos de reconocer el trabajo de Pepe García y Pepe Galán que durante
más de una década fueron los defensores de la ecología y el urbanismo de la ciudad de Granada. Destacar
dos personas igualmente excepcionales Javier Egea y Paco Cáceres y un largo etcétera de seres humanos
que lucharon y siguen luchando por una ciudad dónde el respeto a lo ambiental sea lo primordial.