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POR QUÉ LOS MEDIOS ENCUBRIERON

LOS CRÍMENES DEL BAJO AGUÁN?


Por

Redacción

el

noviembre 16, 2016

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Imagen tomada del portan anónimo: defensoresdehonduras.wordpress.com

Desde su inicio en 2008, luego que los campesinos proclamaran la “recuperación” de tierras que
los terratenientes reclamaban como suyas, el conflicto del Bajo Aguán ha dejado como saldo la
muerte de al menos 129 personas, todas asesinadas. De ellas, 90 eran campesinos, 14 eran
guardias de seguridad privada, 7 eran empresarios, más un militar y un policía.

Los medios de comunicación se han llamado al silencio.

Pero ¿A qué se debe que los medios de comunicación, los organismos de Derechos Humanos, los
movimientos sociales y las instituciones políticas de la “izquierda” se hayan silenciado
abruptamente sobre una crisis tan terrible?, ¿desde cuándo lo hicieron, por qué y para qué?, el
conflicto esconde en sus interior una enorme cantidad de intereses que, a la larga, dado el
silencio cómplice de la población hondureña, terminará favoreciendo a los mismos terratenientes
que han monopolizado las tierras de cultivo por las que se desató el conflicto.
Enrique Martinez,17, patrullas en “La Confianza”. AP Photo/Rodrigo Abd.

Hasta antes del golpe de Estado, y probablemente los meses posteriores a ése evento, el conflicto
armado del Bajo Aguán hizo eco de noticia en el país en los medios de comunicación, que entre
otras cosas, instaban al recién inaugurado gobierno de Profirio Lobo a encontrar una salida para
acabar con las decenas de muertos que hasta entonces había dejado la pugna.

La prensa tradicional ha dedicado espacios de reportaje mínimos a la crisis, y a comienzos del


2014, días antes de entregar el gobierno a Juan Orlando Hernández, en entrevista para diario El
Heraldo, Lobo expresó que: «…las motivaciones de grupos campesinos del Bajo Aguán, donde
han fallecido (hasta la fecha) más de 50 labriegos producto del conflicto de tierras, son más
políticos que económicos[1]».

El entonces mandatario sostuvo que:

«…hay unos que han estado por años aprovechando la fruta y que ahora no quieren honrrar el
compromiso de firmar. En ese caso, nosotros no estaríamos saliendo de este tema porque
entendemos que ellos no quieren ningún arreglo, porque tampoco es justo que alguien vaya y
ocupe una tierra que está cultivada, y que a la vez quiera que le den de regalado las tierras
cultivadas[2]».

Años antes, en 2010, el mismo Lobo había mediado en el conflicto, logrando un préstamo de
unos 600 millones lempiras a través de los fondos de BANPROVIH, para ayudar a los
campesinos a pagar las tierras ocupadas a los terratenientes Facussé y Morales, principalmente.
De ese modo, el gobierno consideró la medida como el inicio del fin del conflicto, otorgando a
los campesinos las tierras reclamadas, y los terratenientes gran parte del dinero exigido por las
tierras.

En su edición de septiembre del 2009, la revista progreseña Vida Laboral, dedicó un reportaje
especial sobre la situación del conflicto, donde quizá por primera vez se daban cifras reales del
número de muertos y desaparecidos que se registraban, con un periodismo realizado desde el
propio lugar de los hechos.

Expediente del Ministerio Público de la investigación en torno al grupo de sicariato que lidera
Célio Rodríguez en el Bajo Aguán.

El Pulso en el Aguán.

A finales del mes de octubre de este año, el diario digital El Pulso.hn se hizo presente en el lugar
del conflicto, no sólo para monitorear los niveles de violencia que sigue padeciendo la región,
sino, sobre todo, para verificar la manera en cómo se ha desarrollado los hechos y los
enfrentamientos de los último ochos años, pero también para indagar sobre las causas del
asesinato del líder del Movimiento Unificado Campesino del Aguán (MUCA), José Ángle
Flores, perpetrado a mediados de ese mismo mes.

Como ha sido la constante en este tipo de sucesos, los medios de comunicación se limitaron a
ofrecer la noticia, más en un afán polémico que investigativo, y algunos, orientados al discurso
político de la “oposición”, en un afán por convertir la noticia en un nuevo fenómeno mediático,
como el ocurrido con la muerte de la líder ambientalista mundialmente reconocida, Berta
Cáceres. Pero de nuevo, las muertes campesinas quedaron en la oscuridad.

De inmediato, el equipo periodístico de El Pulso se desplazó desde Tegucigalpa hasta la ciudad


de Tocoa, departamento de Colón, y luego hasta el asentamiento La Confianza, donde días antes
había sido ultimado el líder campesino. Producto de las investigaciones, verificación del lugar de
los hechos y una serie de entrevistas —relacionadas a los hechos— con campesinos y testigos
que por seguridad no revelaron sus nombres, el 26 de octubre apareció la primera de tres
entregas sobre el horror que se vive en la región de los enfrentamientos.

Las investigaciones, repletas de violencia, revelaron al público hondureño un nuevo fenómeno;


los conflictos campesinos del Aguán se han transformado de pugnas entre campesinos y
empresarios, a disputas entre los mismos campesinos. Así se reportaba:

«El pasado 19 de octubre murió asesinado el presidente del Movimiento Unificado Campesino
del Aguan (MUCA), José Ángel Flores, conocido popularmente como «Coco liso» o «Coco», y
el dirigente campesino Silmer Dionisio George, ambos de la empresa campesina La Confianza,
en la ciudad de Tocoa, 545 kilómetros al norte de la capital de Honduras, Tegucigalpa. Hombres
fuertemente armados llegaron al final de la tarde hasta donde ellos concluían una reunión en el
taller de máquinas de la empresa y sin mediar palabra dispararon a la humanidad de los
dirigentes campesinos. Testigos del hecho aseguran que Coco intentó huir entre las casas, pero
fue alcanzado por sus asesinos quienes segaron su vida con varios disparos de AK47. Su cuerpo
quedó tendido a pocos metros de la pulpería, ante la mirada atónita de decenas de personas que
de inmediato comenzaron a denunciar los nombres de los asesinos. Porque a diferencia de los
más de cien muertos y desaparecidos hasta la fecha en el conflicto del Aguán, esta vez los
asesinos son compañeros del MUCA[3]».

Lea aquí la primera parte de la investigación «Los sicarios del Aguán».

Ésta última, es una aseveración que en efecto impacta, pero no sorprende demasiado, pues la
historia nacional está plagada de momentos fratricidas en que los hondureños —sobre todo los
campesinos—, nos hemos zaherido en guerras y conflictos civiles, y casi siempre, librado
guerras que no eran teóricamente nuestras.
Los pasajes están registrados en los libros de historia y en las fantásticas novelas del Criollismo
hondureño de la primera mitad del siglo pasado, como las ya míticas novelas de Ramón Amaya
Amador.

Lea aquí la segunda parte de la investigación «Los sicarios del Aguán».

Decir que la región del Aguán está en conflicto armado desde el 2008, en una especie de
«guerrilla civil» fatigada por los propios campesinos y contra sí mismos, intentar decir que es un
conflicto relativamente nuevo entre terratenientes y pobladores, o insinuar que desde «el inicio
del conflicto del Bajo Aguán en 2008» los terratenientes han asesinado sistemáticamente a los
campesinos a través de su ejército privado; no sólo sería una ligereza imperdonable, también
sería adulterar la historia repentinamente, y negar un pasado histórico de sufrimiento y lucha
campesina en la región, desde los tiempos del auge de las bananeras. La lucha de los campesinos
del norte del país, ha sido el principal bastión de la lucha campesina, al tiempo que ha sido un
motor fundamental de las luchas sociales del historia del país.

Esto, al contrario de aliviar su situación, sólo empeora el panorama: el histórico conflicto


campesino del norte —primero con el banano y ahora con la palma—, no ha podido solucionarse
nunca. La Reforma Agraria iniciada por el gobierno de Joaquín Rivera a mediados de la década
de 1930, acentuada en el gobierno de la Reforma, y dictada en el gobierno de Ramón Villeda
(1957-1963), sigue inconclusa todavía.

Aun así, lo que hoy es una realidad alejada de los ojos de la mayoría de los hondureños, es que
allá en el bajo Aguán, los campesinos se están matando con los guardias de los terratenientes y
entre sí, y lo que es peor, que existe un grupo de extermino de campesinos compuesto por los
mismo campesinos, y supuestamente dirigidos por Céleo Rodríguez, yerno del eterno dirigente
campesino y político Rafael Alegría:
El diputado de Libre y dirigente de Via Campesina, Rafael Alegría, ha evadido referirse a las
muertes en el Aguán, argumentando que todo es producto de una campaña para desprestigiar su
imagen.

«El diputado por Libre, Rafael Alegría, director de Vía Campesina, suegro del Célio Rodriguez,
intentó por medio de un comunicado, defender a su yerno, señalando al Estado como responsable
del asesinado de Flores y George —el otro campesino muerto—: “es el Estado quien tiene la
responsabilidad sobre ellos, pero no hay voluntad política para resolver los problemas de los
bienes comunes a favor de los campesinos y pueblos originarios de Honduras[4]”».

Según la denuncia formal del MUCA, «la estrategia es infiltrar paramilitares para crear más
conflicto entre los campesinos, para que de esa forma no puedan pagar las tierras». De ese modo,
los terratenientes recuperarían las tierras por las que el Estado pagó los 600 millones adquiridos
en BANPROVIH, y así, ellos se quedarían con el dinero del Estado y con las tierras. En otros
términos; los terratenientes crean asperezas entre los campesinos, éstos se matan entre ellos y
dejan de pagar las tierras, y los terratenientes se quedan con todo.

Lea aquí la tercera parte de la investigación «Los sicarios del Aguán».


Si esto no fuera una noticia alarmante, diríamos que es el argumento de una novela hasta ahora
oculta de Ramón Amaya Amador, quizá la segunda parte de Biografía de un machete. Al
contrario de eso, es una realidad tan terrible como la que describe la famosa novela hondureña.

Lo que sí salta a la vista es que, como lo mencionó su carta de despedida —pues «Coco» Flores
ya sabía que lo matarían—, es que el sangriento conflicto del Bajo Aguán, cuya etapa más álgida
ha ocurrido entre 2008 y el presente, ha sido deliberadamente ocultado por los medios de
comunicación, organismos de Derechos Humanos, dirigentes políticos, sindicatos, y por la
propia ciudadanía en general, con poquísimas excepciones. La indiferencia nos ha secuestrado
por completo.

Cuando El Puslo consultó a un famoso escritor hondureño sobre por qué los medios y los
organismos han callado los muertos y la crisis del Bajo Aguán, este respondió:

—«Porque a nadie le importa».

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