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Córdoba, 7 de setiembre de 2012 Dr.

Marcelo Viñar

No sé si escogí el tema o me lo asignaron


ADOLESCENCIAS Y EL MUNDO ACTUAL
En un coloquio sobre la Función del Psicólogo en el tercer milenio

¿Deseo contarles lo poco (o mucho) que sé? ¿O buscar


interrogarme con Uds. de aquello que es urgente saber y que
ignoramos?.
Leyendo el temario del programa propuesto por el coloquio y en
el título que gestamos con Cecilia Agüero para mi charla, yo me
sentía como un brasileño que se ahogaba en el Río Amazonas (podía
ser un argentino en el Paraná) y desesperado gritaba “Fora, fora río
que te trago todo”… Así me siento hoy frente a la envergadura del
tema que tengo que abordar. Tema de una amplitud, de una
magnitud oceánica que puede asustar o aplastar hasta al más guapo.
Yo prefiero confesarles desde el inicio mi fragilidad, que el tema me
queda grande – me desborda (supongo que otro tanto le ocurriría a
cualquiera). Para posicionarme recurro a algunas citas célebres.
Dice Heidegger: “La enseñanza no debe sólo informar sino hacer
aprender. Enseñar es tratar de poner en evidencia, en el mundo del
lenguaje, lo que es opaco o caótico en el mundo de las percepciones
y las cosas. Aprender es lo que nos exhorta a movernos de lo
accesorio a lo esencial”.

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Dice J. P. Vernant: “La pareja de maestro y alumno apunta a ser


más recíproca que jerárquica, no de que uno enseñe y otro aprenda
sino de buscar juntos entender lo difícil de las cosas. Transmitir no es
informar a alguien de algo que antes no sabía, sino hacer de el,
alguien que antes no existía”.
Bion agrega: “Es cruel saber que el otro – aún el más amado –
tiene siempre algo de desconocido y opaco”.
¿Podré cumplir yo hoy estas consignas?
Como bancar todo es imposible, yo me limitaré a ensayar
algunas preguntas inagotables que me asedian y en algún caso – los
menos – algunas respuestas precarias que he logrado pensando con
mis pares y maestros. Los invito pues a compartir y socializar
saberes e ignorancias.
Una primera idea es que Adolescencias y mundo actual no son
dos temas yuxtapuestos, sino un solo nudo de problemas que se
intrincan o solicitan recíprocamente. Con Bajtin diríamos que no hay
adolescencia fuera de su cronotropo, término que subsune un tiempo
y un lugar histórico concreto. Antaño creábamos una entidad, la
Adolescencia, en singular y con mayúscula, como una etapa de la
vida cuyos rasgos y características procurábamos describir o
designar (en un razonamiento platónico) como cualidades esenciales
y perennes. Así descubríamos el hecho de la transición biológica de

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los caracteres sexuales de los que el niño carece y el adulto dispone,


siempre o nunca en su plenitud. Descubríamos que simultáneamente
en lo psicológico, se produce una crisis por el derrumbe de la
credulidad infantil en la bondad y omnisciencia del mundo de los
adultos; del desasimiento o desprendimiento de las figuras parentales
del mundo endogámico de la familia para crear y construir el mundo
exogámico de los pares e iniciarse en los avatares voluptuosos del
amor y el erotismo. Asumir un cuerpo deseante, cuando la revolución
hormonal desata sensaciones inéditas, enigmáticas, que llamamos
deseo sexual, impregnado de tentaciones, temores y prohibiciones.
La vacante dejada por las figuras parentales sobrevaloradas de
la infancia, las valencias libres disponibles, son ahora dirigidas al
grupo de pares. Es el tiempo de descubrir al amigo confidente, de
sobreinvestirlo con pasión, de tomarlo como espejo o modelo, de
asumir la ensoñación de un proyecto de vida, de una vocación, un
itinerario de navegación que jamás se cumple a cabalidad, pero es un
cuaderno de bitácora cuyos logros, fracasos y desvíos, evaluamos
con alegría o con congoja. El niño habita su presente lúdico, el
adolescente despliega el futuro de sus anhelos y proyectos, en la
desmesura de sus ilusiones y/o miedos al fracaso. Es un tiempo
donde la potencia y la omnipotencia del deseo son difíciles de
discernir y calibrar, tanto en su vertiente de gloria como en su

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pendiente de fracaso.
Este trueque o cambio de la temporalidad vivencial o interior, del
niño que vive en presente al adolescente que proyecta un destino, me
parece una arista cuya semiología no es fácil, e inaugura una relación
consigo mismo cuyos logros, impasses y fracasos es menester
detectar.
Por eso decimos que la adolescencia es un tiempo de
turbulencia e incertidumbre. La magnitud y el ritmo de los cambios en
la percepción del si mismo y del mundo, tiene una intensidad
inusitada en esta etapa del ciclo vital, tal vez sólo equiparable en su
velocidad y en su intensidad a los dos o tres primeros años de vida.
Proceso de desarrollo a concebir más como transformación que
como crecimiento, porque este último término - crecimiento - sugiere
un naturalismo lineal y transformación implica un proceso con sus
logros, sus impasses, sus fracasos, sus retrocesos, un devenir
problemático sin desenlace certero.
Estos saberes tradicionales, heredados de la modernidad, son
valiosos y para nada descartables, y Uds., alumnos y docentes,
habrán tenido o tendrán que llevar a cabo el empeño o la penuria de
estudiarlo en la bibliografía nacional, regional o internacional y
constituye un acervo de saber ineludible que podemos unificar en el
término adolescentología. Nos habla de un sujeto pensante, novelista

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de si mismo, más o menos talentoso, ávido de un futuro, anhelante de


construir un futuro mejor y más justo, un futuro radiante y luminoso o
temido e incierto, que apunta a la capacidad de dibujar o esbozar una
radiografía autobiográfica.
Un sujeto reflexivo, interrogador y autoteorizante, capaz de
buscar-hurgar sentidos en sus opacidades y contradicciones.
Seguramente este sujeto, espejo de nosotros mismos, hecho a
nuestra imagen y semejanza, existe y lo encontramos con frecuencia,
para compartir poesía, novela, o conflictos y confrontaciones. Un
mundo compartido y compartible, de anhelos, proyectos o dolores.
Mundo compartido porque jóvenes y adultos o viejos habitamos un
tiempo vivencial interior donde hay una herencia del pasado y una
ensoñación del futuro y el proyecto: el tríptico de una experiencia
vivencial, donde lo actual es articulación de pasado y futuro.
Hasta aquí he tratado de dibujar o esbozar la silueta de un
adolescente ideal del siglo XX. Uds. dirán si es un buen retrato o una
caricatura. Por supuesto que ese modelo ideal sólo existe en mi
imaginación y que mi boceto se dispersa en una infinidad de variantes
singulares.
Este modelo, ficcional y telegráfico, sólo me sirve como punto de
referencia o de apoyatura para indicar los carriles más frecuentes de
esta etapa, para marcar así los reperes y contrastes de una

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diversidad de realidades socioculturales y endopsíquicas y sobre todo


marcar contrastes entre aquel adolescente, parecido al que yo fui y el
adolescente actual, que me es ajeno, extraño, con lo que cumplo la
exigencia dialógica de pensar simultáneamente al producto que
observo y al observador. Y el difícil problema de confrontar el modelo
(una unidad coherente) con la diversidad, siempre múltiple.

***
Hoy ya no podemos, no debemos pensar las adolescencias
como una entidad en si misma, sino inmersa en el vértigo de un
mundo que cambia a un ritmo desconocido hasta ahora en la historia
de la humanidad. El intervalo y la distancia entre generaciones son
hoy mayores que antaño. El contraste con mis hijos y mis nietos es
mayor que el que tuvo mi generación con sus ancestros y este es un
desafío inédito para los psicólogos del tercer milenio. Distancia y
contraste en la sensibilidad y los valores, que modifican los
parámetros que definen las cualidades del lazo social entre padres e
hijos, entre maestros y alumnos, aumentando el espesor del
desencuentro en el perpetuo conflicto intergeneracional.
Yo pasé media vida – como psicoanalista y como docente –
dialogando con adolescentes y jóvenes con quienes compartía los
códigos que organizaban mi pensamiento. Venían a la consulta y

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hablaban, me daban un texto y buscaban un sentido a su síntoma, a


su malestar o inhibiciones. A eso le llamo ser novelista de si mismo.
Un día, esta apertura de juego, llamémosla “tradicional”, comenzó a
cambiar. No siempre, pero con una frecuencia en progresión, me
ocurría que concluíamos la secuencia de encuentros iniciales con la
sensación de extrañeza de no saber con quién habíamos conversado,
que algo de su humanidad se nos había escapado, que la empatía
(einfüllung) fundadora de este peculiar encuentro contratado con fines
terapéuticos, había estado ausente de la cita.
A lo largo de los años, la insidiosa persistencia de esta
perplejidad nos fue convocando a la reflexión. Era el uso del habla y
no su contenido lo que me dejaba atónito. Habituados a que toda
narrativa de padecimiento psíquico apunta, aunque sea
erráticamente, a la búsqueda de sentido, de un sentido faltante, y
que, en el campo dialógico de la situación terapéutica, busca
convencer y seducir, era ésta la lógica con la que los terapeutas
estábamos formateados. Esta era la materia prima que el neurótico
de la modernidad nos brindaba en abundancia -a veces en exceso –y
que hoy se ve reemplazada (no como rareza sino en una frecuencia
significativa y creciente) reemplazada, digo, por una palabra catártica,
explosiva, en una descarga sin pausa, que desconoce o no busca la
interlocución, sino que insiste y persiste en la reiteración de una

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queja, un lamento circular que no busca una progresión de la


secuencia, sino que reitera, sin comienzo ni fin, un monólogo que
desconoce y prescinde del interlocutor, un monólogo que se escucha
a sí mismo como autosuficiente y sin destinatario que importe.
El diálogo inicial de la película “Social Network” (Red Social) de
David Fincher, donde el adolescente de Harvard, Mark Zuckerberg,
luego inventor de Facebook, habla con su novia, me resulta un
ejemplo elocuente de lo que quiero significar: un lenguaje operativo,
sin efectos metafóricos que evoca los trabajos sobre enfermedad
psicosomática de la escuela de París (M´Uzan).

* * *
Desde la interdisciplina
Esta experiencia no quedó aislada o confinada al reducido
universo de mi consultorio sino que se reiteraba (¿o confirmaba?) en
el diálogo con alumnos y con aquellos docentes que me dicen que ya
no saben cómo serlo: una dificultad creciente para conquistar o
conseguir la complicidad empática que requiere el acto pedagógico,
como complicidad fundante del acto educativo y desata el proceso de
enseñanza-aprendizaje. Y por añadidura también se constata en los
productos culturales de moda: el carácter fugaz y evasivo de la
palabra en el video clip y en la discoteca, donde a un volumen de
decibeles infernal y en general sobrestimulado por el consumo de

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psicoestimulantes, cada quien balancea su cuerpo en una gestualidad


que remeda el aislamiento del comportamiento autista o hebefrénico,
y donde los textos de la letra musical nos resultan pobres y a menudo
carentes de poesía. Para mi perplejidad y estupor, la palabra y el
erotismo resultaban disociados y ajenos entre sí. (Me arden las orejas
pensando que mi lector –si existe- se burla de un viejo anticuado y
fuera de época). Yo buscaba explicaciones y las respuestas venían
por el descalabro del orden patriarcal y el derrumbe de las
formaciones colectivas, o la declinación de ideales y utopías
compartidas. El sociologismo de las respuestas era contundente pero
me impedía adentrarme en los meandros de la intimidad, que es lo
que el psicoanalista privilegia y trabaja.
Es el ser con uno mismo que alimenta las maneras de estar
juntos, es decir de crear lazo social, en una tensión entre lo original y
lo compartido, entre lo homogéneo de la moda y lo singular de la
persona. Sostener esta tensión entre espacio íntimo o privado y los
códigos colectivos cambiantes, me parece un trabajo psíquico
imprescindible para definir la calidad o naturaleza de los procesos de
subjetivación.
Ser uno mismo entre otros, no es dato biológico, genético o
constitucional. Definir quién soy al interior de lo que Freud llamaba
almas colectivas. (Hoy hablaríamos de grupos de pertenencia o

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afiliación), no es una conquista fácil, sino un arduo trabajo de


construcción identitaria, trabajo en verdad inacabable, que nos
insume la vida entera, pero la adolescencia es un momento crucial.
El hombre no nace acabado, sino apenas esbozado, decía un
genio hace dos siglos y sólo se construye a través de la herencia
cultural que le proveen sus semejantes. En el logro o el fracaso de
esta construcción se define el intervalo entre ser un títere o un
estúpido, o alguien creativo capaz de amar, pensar y trabajar.

Es justamente esta interfase la que procuro enfocar y explorar, la


arista que une y separa lo íntimo de lo colectivo o consensual.
Siempre que decimos factores psicosociales, anulamos la
complejidad de esta frontera sutil, que, como la membrana celular, es
un órgano activo que selecciona lo que incorpora y lo que rechaza.
En el mundo de hoy, afirma Marcio Giovennetti 1, subjetividad y
ciudad, sujeto y cultura, constituyen una amalgama única. Esta
aseveración ¿es progreso o retroceso?
***
En el acontecer humano – en el acto de pensar – cuando
constatamos un estado de cosas (por ejemplo los adolescentes de
hoy) que nos interpelan hasta el asedio – en ese momento de la
experiencia interior que llamamos reflexiva – o de exploración interior
1 VER RUP

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(insiggehen en alemán – creo que en español no hay un equivalente


preciso), en el acontecer humano decía, buscamos un origen, un
comienzo, un aleph (“De algunos polvos vendrán estos barros”, dice
Antonio Machado). Y no podemos pensar las adolescencias del
mundo actual, sin acudir a alguna teoría o ficción teórica del origen
del psiquismo.
T. Todorow, en su libro “La Vie commune”, revisa en doscientas
páginas, diversas teorías y trayectos de autores de la modernidad,
para alumbrar este tema: ¿qué es y cómo nace eso que llamamos
alma o aparato psíquico, o conciencia?. El tema es para un análisis
de varios años, no para una charla. En todo caso – y esto es una
advertencia – es distinta la operación de conocimiento cuando uno
estudia objetos de la naturaleza u objetos abstractos, que la
circularidad o el absurdo lógico de preguntarse: si yo soy yo, o
nosotros somos nosotros ¿quién es el que pregunta y quién es el que
responde? Por esto en ciencias humanas no podemos utilizar el
saber monológico de las ciencias naturales; sino el saber dialógico
donde el observador (sus ideas y afectos) son una parte constitutiva e
ineludible de los fenómenos observador.
El problema es tan difícil que solemos saltearlo, o delegarlo a la
teología o a la biología, que tienen respuestas prefabricadas cuando
no soportamos la incertidumbre de saber qué es el alma.

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¿Cómo definir hoy – 2012 – la humanidad de un ser humano?


En todo caso entiendo que hay bastante consenso en que lo que
desde nuestra perspectiva adulta llamamos psiquismo, no es un
hecho originario, concomitante con el comienzo de la vida, ni con el
nacimiento. Al venir al mundo somos un puñado de carne, frágil,
sensible, temerosa ... Freud nos dice que el yo es ante todo un yo
corporal. M. Kelin agrega que la primera función del alma es combatir
la angustia de aniquilación; el mundo es una teta (o sus sustitutos), el
ser de entonces sólo es una boca que sabe oler, chupar, que el acto
vital del amamantarse, alivia el mundo inhóspito del disconfort, que
inaugura el hambre y el frío que no existían en la estabilidad del
mundo intrauterino que proveía calor y alimento de modo constante.
Traumatismo del nacimiento en un ser indefenso prematuro, en
indefensión extrema.
Nacemos en dos tiempos, una vez biológicamente, con día y
hora precisos, el nacimiento psíquico es posterior, gradual y
paulatino, desde ese sincretismo originario. Posición depresiva dice
Kein. Estadio de espejo, dice Lacan, superando la angustia de
descuartizamiento del ser originario. Y el ser humano transita su
existencia en el diálogo entre el ser consigo mismo y el ser entre otros
de su comunidad.
Ese neoteno, inmaduro, nacido prematuramente y en

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dependencia extrema de sus congéneres durante un tiempo muy


prolongado, sin parangón ni equivalencia en la escala viviente.
El infans y sus misterios, una etapa de la vida de la que tenemos
más conjeturas que saberes, donde los límites de las constataciones
empíricas y el mito, bailan una danza eterna. En todo caso (y es un
resumen casi caricatural) retengan una tradición que piensa una
expansión autogenerativa o autárquica, donde el entorno funciona
como apoyatura, en un esquema desarrollista y madurativo. Ejemplo,
Los tres ensayos de Freud, y el desarrollo psicosexual de Abraham o
las posiciones kleinianas que inspiran la tradición germana y
anglosajona, de las que observamos mucho tiempo. Y lo que
Roudinesco llama la excepción francesa: el “je est un autre” de
Baudelaire, que culmina con Lacan y su herencia en consolidar la
noción de Prioridad del Otro.
Importa subrayar la naturaleza endógena, personológica del
enfoque anglosajón a contrastar con el énfasis relacional de la
tradición francesa. Para pensar las adolescencias, sus vertientes
creativas y/o mórbidas, interrogar al sujeto individual e interrogar a su
tribu de referencia, es una exigencia ineludible. No hay texto
(individual) sin contexto (colectivo) que lo genere y legitime. La
grupalidad siempre es crucial pero en el tiempo adolescente sería
difícil sobrestimar su importancia.

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No hay sólo sujetos adictos o suicidas sino cultura de la adicción


y del suicidio, ambas cosas son coextensivas. Hoy día, los
psicólogos del tercer milenio deben estudiar, pensar y proseguir la
investigación de un Psiquismo Humano, de un sujeto humano que se
construye desde dos polos heterogéneos: 1) el de su dotación
pulsional originaria y singular y 2) desde el universo simbólico de la
cultura que lo acoge, con sus mandatos y prohibiciones. Lo sagrado
que prescribe y lo sacrílego que prohíbe. El lenguaje y la cultura son
los rasgos específicos de nuestra especie. Su única ley universal es
la prohibición del incesto y del parricidio, lo demás es variable y
coyuntural.
El ser humano es humano porque habla, dice Heidegger, habla
aun cuando está en silencio o sueña. Es el lenguaje articulado el que
lo habilita a pensar objetos en ausencia: esa capacidad
específicamente humana de simultáneamente adaptarnos al presente
o evocar pasados o construir y anhelar futuros. En la mente humana
cohabitan (o deben cohabitar) una realidad adaptativa a la situación
presente y una realidad ficcional constituida por recuerdos y
mandatos del pasado y anhelos y proyectos para el porvenir.

***
Entre tanto, entre tanta cogitación teórica, uno lee el diario y

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escucha las noticias: la franja etárea de 15 a 24 tiene el porcentaje


más alto de muerte violenta, suicidios, homicidios, accidentes de
tránsito. Lee o escucha sobre las picadas de las motos, lee o
escucha sobre las previas y lo que pasa en las discotecas, donde en
la promiscuidad fácil se mutila la poesía del amor y el erotismo.
Las picadas: cruzar semáforo en rojo a máxima velocidad,
atravesar la ruta con los ojos vendados, enfrentar dos motos a ver
quién se desvía primero. Formas de ruleta rusa para definir quién es
gallina y quien superman, buscando adrenalina en el desafío a la
muerte. Las previas de alcoholizarse, la música, la danza y el sexo en
la discoteca.
Sobre todo esto cada quien tiene su propia moral, su propia
religión, más o menos dogmática, más o menos ecuménica, en
diversidad infinita de posiciones más o menos libertarias o moralistas
o deschavadas.
Estos son algunos de los temas privilegiados donde suelen
jugarse las confrontaciones del conflicto intergeneracional. La
infinidad de posiciones singulares en relación a los valores
hegemónicos o alternativos de las culturas de cada época y lugar, de
cada cronotropo como decía Bajtin.
Nuestra ética (freudiana) es la de no invadir intrusivamente con
nuestros valores y creencias, sino replegarnos y escuchar, ser sólo

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parteros de las verdades y contradicciones que emergen de un sujeto


escindido, esto es, un sujeto que no es uno y unívoco sino que hurga
en sus conflictos y contradicciones.
El tabú de la virginidad de la moral victoriana parece un
anacronismo, una reliquia del pasado. Tampoco era una buena
solución y la así llamada revolución sexual se designa como
progreso, libertad y emancipación. Sin duda, aquel sujeto culposo y
en deuda con el orden patriarcal, religioso o republicano, si bien no ha
desaparecido, ni es una especie en extinción, su lugar hegemónico y
ejemplar está en retroceso. Su lugar preponderante (quizás
emblemático, aunque tengo dudas) está reemplazado por un sujeto
autoengendrado y soberbio, que se alberga en la fórmula: el derecho
a ser lo que quiero ser (“Tengo derecho a ser lo que soy,
heterosexual, homosexual, punk, rastra, nazi, gremialista o
revolucionario”). Gritos de emancipación cuyo valor político me
resulta indiscutible para las minorías oprimidas por el racismo o la
homofobia u otras formas groseras o sutiles de discriminación. El
cambio de la opresión a la libertad expresiva, convoca siempre
adhesión y simpatía. Pero los freudianos somos mañosos en admitir
el progreso como determinismo lineal. La sexualidad humana o los
aspectos del alma que la conciernen siempre albergan aspectos
virtuosos y sórdidos.

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La emancipación de la mujer – de la condición femenina – es


considerada por muchos pensadores como el hecho más relevante
de la cultura del siglo XX. Igualdad de derechos y oportunidades.
Pero el cambio de un parámetro desestabiliza todo el sistema
tradicional. Derrumbe del orden patriarcal, casamientos isosexuales,
familia tradicional estallada y recompuesta, homoparentalidad.
¿Cómo leer y trabajar estos cambios?
En un mundo que cambia, Manuel Castels estudia la dinámica
social de grupos humanos diversos y en el “Poder de la Identidad”
señala tres realidades en tensión: Identidades hegemónicas o
dominantes, identidades de resistencia y movimientos identitarios de
legitimación, que se volverán (o no) hegemónicos en un tiempo
futuro. Los tres vectores en tensión están siempre en equilibrio
inestable.
Levi Strauss (creo que en Tristes Trópicos) trata el tema del
cambio epocal en el devenir de la historia: en qué términos o de qué
modo un orden simbólico se reemplaza por otro y cuándo y cómo se
tensan las confrontaciones entre conservadores y renovadores. Levi
Strauss afirma sagazmente que es necesario distinguir – (y no es
fácil) cuando un orden o una ley se está reemplazando por otro que
pugna por su nitidez y legitimidad y cuando el cambio del orden
establecido es un desmoronamiento o un derrumbe que da lugar a un

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vale todo sin límites. Una cosa es que cambie un orden simbólico por
otro y otra simplemente que se disuelva todo orden. Por brevedad
simplifico caricaturalmente realidades complejas que no se resuelven
de un modo binario en la alternativa de falso y verdadero.
Como dice la Mafalda de Quino “la historia comienza cuando yo
me doy cuenta”, chiste que subraya que la percepción y lectura del
cambio civilizatorio que transitamos, cambia mucho según la edad
(etapa generacional) y posición sociocultural de quien lleva a cabo la
lectura. No me canso de repetir que la trama semántica (el discurso
ordinario) que utilizamos cada día integra resonancias y redes
significantes muy diversas según quien las utilice.
Experiencia/relato, familia, parentalidad, filiación, norma y
transgresión, ocio y trabajo, sexualidad, normatizada y transgresora,
son no sólo diferentes en su singularidad personal sino según las
culturas de pertenencia.
Yo pienso que el psicólogo del tercer milenio, si quiere continuar
la ética freudiana de ser el partero (y no el padre o el pastor
persuasivo o tiránico) de las verdades conflictuales que su
consultante habrá de parir, tendrá ese trabajo preliminar de etnólogo,
es decir de asegurarse un ajuste de códigos culturales para poder
reclutar y construir una neurosis de transferencia, la que fue y sigue
siendo nuestra herramienta principal en el trabajo clínico.

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Aunque hay y seguramente siempre habrá una zona sin
respuesta. Como dice H. Murena: “Cualquier humano llega en
determinado momento a la zona en la que no hay respuestas. Se la
encuentra a través de todo camino: las pasiones, el pensar, el ocio.
La zona sin respuestas es aquella en la que el sentido que hasta
entonces atribuíamos a nuestras vidas se derrumba, queda nulificado,
es la zona en que descubrimos que los problemas que habíamos
creído resolver se hallan de verdad enraizados en el misterio,
inviolable por nuestro arbitrio, inercia, pensar. Arribado a través del
triunfo o la derrota, cada cual tiene un particularísimo estilo para
afrontar esa franja de sinsentidos que causa vértigos. Hay quien
decide negarse a sí mismo la experiencia y continuar tal como lo
hacía, aunque en secreto corroído. Está aquel que reconoce la zona,
pero se empeña en querer adueñársela mediante la red de esos
prejuicios que el toma por juicio. Puede existir también aquel que,
aun estremecido, tiende su ser para oír, hacerse de algún modo digno
del misterio”.
¿Cuál es el sentido del sin sentido? Las conductas extremas de
riesgo de jugar con la muerte en los límites de la vida que en lo
singular se ve en las picadas, en la anorexia mental grave, en las
adicciones, en el incesto o en la locura colectiva que se constata en la

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crueldad extrema de la tortura, de la guerra, del genocidio, del


racismo desembozado.
Cómo entender que “alguien” sólo pueda definirse como
“alguien” a través de la crueldad de la muerte, no la pequeña muerte
en la ebriedad del orgasmo, o en otros crescendos fulgurantes de
placer, sino en la sangrienta y cruel realidad de la muerte misma.
Curiosa vocación la del psicólogo, oficio que el fundador del
psicoanálisis definió como imposible. Estudiosos del alma humana,
responde la academia, como si acaso este objeto fuera fácil de
precisar o definir. El misterio de cómo y por qué la gente llora o ríe
mientras vive, me decía yo en mi adolescencia, interrogando mi
vocación. Por qué escoger ese misterio como imán y no otro misterio
de la naturaleza, de la tierra o el cosmos, o de la ciencia y las artes, o
de los números, la literatura, la danza o la música. Misterios de la
diversidad humana son estas opciones. En verdad, cada uno empieza
a interrogarse cuando ya está capturado.
El ser humano siempre llega tarde al acontecimiento de
comprender aquello que lo determina. El enamorado se interroga
sólo después de enamorarse y no antes. Después vendrá el malestar
y la zozobra y allí se despliega el espacio virgen para cultivarlo con
nuestro oficio. Yo lo he hecho durante medio siglo, les toca ahora a
Uds. continuar la tarea.

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