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M.Viñar. Adolescencias y El Mundo Actual PDF
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Marcelo Viñar
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Córdoba, 7 de setiembre de 2012 Dr. Marcelo Viñar
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pendiente de fracaso.
Este trueque o cambio de la temporalidad vivencial o interior, del
niño que vive en presente al adolescente que proyecta un destino, me
parece una arista cuya semiología no es fácil, e inaugura una relación
consigo mismo cuyos logros, impasses y fracasos es menester
detectar.
Por eso decimos que la adolescencia es un tiempo de
turbulencia e incertidumbre. La magnitud y el ritmo de los cambios en
la percepción del si mismo y del mundo, tiene una intensidad
inusitada en esta etapa del ciclo vital, tal vez sólo equiparable en su
velocidad y en su intensidad a los dos o tres primeros años de vida.
Proceso de desarrollo a concebir más como transformación que
como crecimiento, porque este último término - crecimiento - sugiere
un naturalismo lineal y transformación implica un proceso con sus
logros, sus impasses, sus fracasos, sus retrocesos, un devenir
problemático sin desenlace certero.
Estos saberes tradicionales, heredados de la modernidad, son
valiosos y para nada descartables, y Uds., alumnos y docentes,
habrán tenido o tendrán que llevar a cabo el empeño o la penuria de
estudiarlo en la bibliografía nacional, regional o internacional y
constituye un acervo de saber ineludible que podemos unificar en el
término adolescentología. Nos habla de un sujeto pensante, novelista
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Hoy ya no podemos, no debemos pensar las adolescencias
como una entidad en si misma, sino inmersa en el vértigo de un
mundo que cambia a un ritmo desconocido hasta ahora en la historia
de la humanidad. El intervalo y la distancia entre generaciones son
hoy mayores que antaño. El contraste con mis hijos y mis nietos es
mayor que el que tuvo mi generación con sus ancestros y este es un
desafío inédito para los psicólogos del tercer milenio. Distancia y
contraste en la sensibilidad y los valores, que modifican los
parámetros que definen las cualidades del lazo social entre padres e
hijos, entre maestros y alumnos, aumentando el espesor del
desencuentro en el perpetuo conflicto intergeneracional.
Yo pasé media vida – como psicoanalista y como docente –
dialogando con adolescentes y jóvenes con quienes compartía los
códigos que organizaban mi pensamiento. Venían a la consulta y
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Desde la interdisciplina
Esta experiencia no quedó aislada o confinada al reducido
universo de mi consultorio sino que se reiteraba (¿o confirmaba?) en
el diálogo con alumnos y con aquellos docentes que me dicen que ya
no saben cómo serlo: una dificultad creciente para conquistar o
conseguir la complicidad empática que requiere el acto pedagógico,
como complicidad fundante del acto educativo y desata el proceso de
enseñanza-aprendizaje. Y por añadidura también se constata en los
productos culturales de moda: el carácter fugaz y evasivo de la
palabra en el video clip y en la discoteca, donde a un volumen de
decibeles infernal y en general sobrestimulado por el consumo de
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Entre tanto, entre tanta cogitación teórica, uno lee el diario y
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vale todo sin límites. Una cosa es que cambie un orden simbólico por
otro y otra simplemente que se disuelva todo orden. Por brevedad
simplifico caricaturalmente realidades complejas que no se resuelven
de un modo binario en la alternativa de falso y verdadero.
Como dice la Mafalda de Quino “la historia comienza cuando yo
me doy cuenta”, chiste que subraya que la percepción y lectura del
cambio civilizatorio que transitamos, cambia mucho según la edad
(etapa generacional) y posición sociocultural de quien lleva a cabo la
lectura. No me canso de repetir que la trama semántica (el discurso
ordinario) que utilizamos cada día integra resonancias y redes
significantes muy diversas según quien las utilice.
Experiencia/relato, familia, parentalidad, filiación, norma y
transgresión, ocio y trabajo, sexualidad, normatizada y transgresora,
son no sólo diferentes en su singularidad personal sino según las
culturas de pertenencia.
Yo pienso que el psicólogo del tercer milenio, si quiere continuar
la ética freudiana de ser el partero (y no el padre o el pastor
persuasivo o tiránico) de las verdades conflictuales que su
consultante habrá de parir, tendrá ese trabajo preliminar de etnólogo,
es decir de asegurarse un ajuste de códigos culturales para poder
reclutar y construir una neurosis de transferencia, la que fue y sigue
siendo nuestra herramienta principal en el trabajo clínico.
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Aunque hay y seguramente siempre habrá una zona sin
respuesta. Como dice H. Murena: “Cualquier humano llega en
determinado momento a la zona en la que no hay respuestas. Se la
encuentra a través de todo camino: las pasiones, el pensar, el ocio.
La zona sin respuestas es aquella en la que el sentido que hasta
entonces atribuíamos a nuestras vidas se derrumba, queda nulificado,
es la zona en que descubrimos que los problemas que habíamos
creído resolver se hallan de verdad enraizados en el misterio,
inviolable por nuestro arbitrio, inercia, pensar. Arribado a través del
triunfo o la derrota, cada cual tiene un particularísimo estilo para
afrontar esa franja de sinsentidos que causa vértigos. Hay quien
decide negarse a sí mismo la experiencia y continuar tal como lo
hacía, aunque en secreto corroído. Está aquel que reconoce la zona,
pero se empeña en querer adueñársela mediante la red de esos
prejuicios que el toma por juicio. Puede existir también aquel que,
aun estremecido, tiende su ser para oír, hacerse de algún modo digno
del misterio”.
¿Cuál es el sentido del sin sentido? Las conductas extremas de
riesgo de jugar con la muerte en los límites de la vida que en lo
singular se ve en las picadas, en la anorexia mental grave, en las
adicciones, en el incesto o en la locura colectiva que se constata en la
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