Está en la página 1de 4

«Del inexpresable sentimiento»

Olga Arias

¿Cómo hablar de esto


si la voz
en la boca
se me vuelve nardos?

La vida se ha dilatado
y ha salido de su estrecha celda,
por una ventana,
más pupila que hoquedad,
y ha ido
a correr caminos azules
vestida de jilguero.

¿Cómo decir?
¿Cómo poder decir
de este sentimiento que mana
desde lo más íntimo de mi ser,
para vestir a lo exterior de organdí amable,
si yo misma,
¡oh, ventura!
estoy sorprendida
de su esencia inaccesible?

El pájaro Cucú
canta en el pretil de mi casa
y campanas jubilosas
repican en el horizonte del sonido.

El sol empapa de luz la tierra,


la semilla palpita y aguarda.
El concierto universal lleva su ritmo exacto
y ya estoy con él
encendida de asombrosa felicidad,
como un tabachín costeño.

¿Cómo hablar de esto


cuando es tan inconmensurable
el sentimiento?
Recuerdo que allá
por la época en que una pelota multicolor
llamaba mis pasos,
los domingos,
desde por la mañana
poseían este sabor de encantamiento
y yo compraba un cucurucho de caramelos
y los comía
sentada bajo un árbol.

Más tarde,
mucho más tarde
–no hay que olvidar que entonces
un año
con sus doce meses
era una montaña de tiempo
que yo veía enorme–;
conocí este mismo hechizo
el día
que poseí un frasco de perfume, aliento de violetas,
que llevaba un sello
francés y complicado.

Luego,
vinieron los días que se van fáciles,
como agua por un colador,
y tuve un vestido de baile color de rosa
dentro del cual
me sentía como una princesa
de un cuento encantado.

El tiempo comenzó a tener un paso rápido,


demasiado rápido para mis deseos.
Cumplí con la ley de la vida.
Fructifiqué.
Fui madura.
Y adquirí los inconvenientes de ser adulto,
como una enfermedad incurable.

El encanto y lo maravilloso
perdieron su sabor,
se quedaron en leyendas infantiles,
arrumbados entre los trastos viejos
como esas cosas inútiles
a las cuales,
por alguna razón desconocida,
nunca nos decidimos a poner en la calle.

Y ahora, ¡oh, complejo camino!,


renace de mí el asombro mágico,
como una canción olvidada
que de pronto se asomó a mis labios.

El viento, en fuerza de ser azul,


y brillante,
es plata líquida que se pega a mi cara,
a mis manos,
a mi pelo,
y su voz tiene un hálito sonoro
que me invade el oído
de murmullantes notas en marea.

¡Todo luce!.
¡todo canta!
y, ¿cómo hablar de abundantes jacarandas
si la luz me ciega.
el color me confunde
y la melodía me calla?

¿Cómo decir con solo palabras


esta sensación de helechos exuberantes
en corredores de humedad,
cuando se ha perdido en las costumbres
la simetría del canto?

Afuera, la luz y la sombra alternan a turno preciso.


Dentro,
resplandece un lucero votivo.

Si pudiera no dar un paso de más,


si fuera posible cabalgar en la corriente,
me quedaría
perfecta sonrisa
en el cristal de la vida.

Construirme completa
será remontarme
una octava más allá del sueño.
¡Yo cortaré esas cerezas!
El embrujo
me perfila apta para la empresa.

Pero,
¿cómo hablar?,
¿cómo decir?
Sólo el silencio contiene la justa palabra.

[Del folleto Dos estados medulares y un momento de transición, editado en Durango, México, en
1955]

También podría gustarte