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Inicio / Catálogo / Freudiana nº 18

Revista Freudiana

Antinomias de la
interpretación en la psicosis
Vicente Palomera

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Vicente Palomera

ANTINOMIAS DE LA
INTERPRETACIÓN EN LAS
PSICOSIS

Las tres antinomias


La psicosis interesó a los psicoanalistas de la primera
generación. Éstos se instruyeron en ella al tomar al
psicótico como objeto de cuestionamiento y someter su
práctica a la prueba de la psicosis hasta el punto en que la
práctica parecía renunciar. Sobre este punto de renuncia
tenemos las huellas y contrastes de una historia que
podemos rastrear.

Conocida es la posición de Freud en el Compendio del


psicoanálisis (1938). Freud alude a “la necesidad de
renunciar a la aplicación de nuestro plan terapéutico en el
psicótico, renuncia que quizá sea definitiva, o quizá sólo
transitoria, hasta que hayamos encontrado otro plan más
apropiado para este propósito”. 1 La opinión de Freud se
fundaba en el hecho constatable de que el psicótico, o bien
no tiene otro objeto que sí mismo, o bien, cuando hay una
restauración de la relación de objeto, la transferencia se
efectúa bajo el modo de la persecución.

Sin embargo, la posición de Lacan en los mismos años del


Compendio no fue una posición de renuncia. Encontramos
en su tesis doctoral de 1932 una confianza en el porvenir de
la práctica analítica de las psicosis: “De acuerdo con la
confesión de los maestros, la técnica psicoanalítica
conveniente para estos casos no está madura aún. Es éste
el problema más actual del psicoanálisis, y es de esperar
que encuentre pronto su solución, pues un estancamiento
de los resultados técnicos en su alcance actual no tardaría
en acarrear consigo el decaimiento de la doctrina”. 2

Lacan pone de relieve que, en los casos de psicosis


analizados por algunos analistas, se habían obtenido
resultados netamente favorables. Cita, entre otros, el
análisis de un caso de paranoia crónica, publicado por
Bjerre, en 1912, el análisis de Ruth Mack-Brunswick de un
delirio paranoico de celos, así como los trabajos de Simmel
en su clínica privada de Berlín.

Tras un elogio a la reserva que los autores expresan acerca


de esos resultados, Lacan destaca, sin embargo, las
antinomias a las que los psicoanalistas están sujetos en el
tratamiento de la psicosis y anticipa, de este modo, puntos
cruciales que tratará en la Cuestión preliminar para todo
tratamiento posible de la psicosis.

Lacan aísla, fundamentalmente, tres antinomias que


conciernen al estatuto particular del narcisismo, de la
transferencia y de la interpretación en la psicosis.

La primera antinomia, se refiere a la necesidad de corregir


las tendencias narcisistas del sujeto psicótico mediante una
transferencia tan prolongada como sea posible. Hoy
sabemos que aquellas son tributarias del estatuto de la
Ichlibido, concepción freudiana del goce propio de la
psicosis al que Lacan dará todo su alcance en su análisis
del yo (moi) a partir de su concepción del “estadio del
espejo” .

La segunda antinomia, derivada implícitamente de la


primera, destaca que “la transferencia sobre el analista, al
despertar la pulsión homosexual, tiende a producir en el
sujeto psicótico una represión en la cual la doctrina misma
nos hace ver el mecanismo más importante de la eclosión
de la psicosis”. En algunos casos puede producir el
abandono rápido del tratamiento por parte del paciente,
pero también el desencadenamiento de una erotomanía
mortificante que puede persistir durante mucho tiempo,
incluso después de la reducción de síntomas importantes.
Esto es lo que llevó -prosigue Lacan- a que algunos
analistas como Simmel, en Berlín, propusieran, como
condición primera, la cura de estos casos en clínicas
cerradas. Con mucha agudeza, Lacan se da cuenta de una
antinomia más: la acción del tratamiento implica la buena
voluntad de los enfermos como condición primera.

Finalmente, la tercera antinomia consiste en el hecho de


que” el progreso curativo está ligado al despertar de las
resistencias en el sujeto”. Lacan prosigue señalando que “el
delirio mismo expresa a veces de manera tan adivinatoria la
realidad del inconsciente, que el enfermo puede integrarle
de golpe”. Como confirmación de esta tesis, Lacan toma un
pasaje del trabajo de Freud, Celos, homosexualidad y
paranoia en el que se evoca los apoyos que un delirante
celoso encontraba en cada una de las interpretaciones del
psicoanalista y destaca que “cuanto menos es eso lo que
ocurre en tanto que las fijaciones narcisistas y las relaciones
objetales del sujeto no hayan encontrado un equilibrio
mejor”. Lacan concluye que “el problema terapéutico de las
psicosis hace más necesario un psicoanálisis del yo que un
psicoanálisis del inconsciente, lo cual quiere decir que
deberá encontrar sus soluciones técnicas en un mejor
estudio de las resistencias del sujeto y en una experiencia
nueva de su modo de operar”.

Evitar el mal encuentro con la


interpretación
Las tres antinomias de Lacan tienen la virtud de poner de
relieve los puntos donde la “renuncia” freudiana abre una
brecha en el saber analítico, hasta el punto de señalar que
su no resolución implicaría un decaimiento de la doctrina.

Esa brecha la encontramos también en el caso que para


Freud fue la piedra de toque de la psicosis, el caso
Schreber. En efecto, el caso Schreber se constituye como
un caso excepcional en la medida en que marca una falta
en el saber analítico, al que alude R. Walder, en 1924, en un
artículo sobre los mecanismos de la psicosis y las
posibilidades de influir en ella. 3 “las consecuencias y los
procesos curativos espontáneos admiten una interpretación
en el sentido de nuestras concepciones ahí donde parecen
presentarse límites a la aplicación del psicoanálisis a la
psicosis”, pero “las causas de la modificación en el caso
Schreber siguen siendo por desgracia desconocidos”. En
esta perspectiva, era mucho lo que los discípulos de Freud
esperaban aprender de los mecanismos en juego en
procesos espontáneos de recuperación y las diversas
formas de estabilización.

¿Cómo respondían los discípulos de Freud a esa falta en el


saber? Una pregunta central para ellos fue, por supuesto,
¿cómo hacer entrar la psicosis -el “fuera-discurso” de la
psicosis- en el discurso analítico? Esta cuestión se centraba
en saber cómo el Otro del paranoico podía ser compatible
con el psicoanálisis, dado que el psicoanálisis puede venir a
completar el delirio, pero en lo real.

Si para el psicótico el Otro ya lo sabe todo -el Otro es


transparente-, entonces esta transparencia será el síntoma
que prepare el terreno a su transformación bajo
transferencia, bajo la forma “el psicoanalista lo sabe ya
todo”. Así pues, la cuestión era qué dirección dar al
tratamiento, cuestión que para algunos empezaba a
substituir la pregunta de si había que tomar psicóticos en
análisis. Entonces, el problema era -si se los tomaba en
análisis- ¿qué iba a desencadenar dicha aceptación?

Estas preguntas que pueden hoy parecernos algo lejanas,


no lo eran nada entre los discípulos de Freud. Así, la
posibilidad de un inopinado desencadenamiento de psicosis
bajo transferencia lleva a E. Weiss a tratar sobre este tema
en el Congreso de Marienbad de 1936. Tal como hemos
tratado en otro lado tenían razones fundadas para explorar
en dicha dirección. 4

Para Freud, en el caso de una psicosis el problema se


centraba en el manejo de la interpretación, como
advertimos, por ejemplo, en el caso del tratamiento de un
paciente psicótico que Freud vio durante tres años (a partir
de 1925). Dicho caso lo conocemos gracias a un comentario
de E. Laurent de una carta de Freud en respuesta a H.
Binswanger. 5 En efecto, Freud hace una serie de
observaciones totalmente pertinentes. En el curso del
tratamiento, el paciente se acusa de haber leído las notas
personales que Freud había dejado sobre su escritorio
(Freud lo había dejado solo en su despacho) y al volver el
paciente se quejó de un acto indecoroso que -como Freud
indica- “bien hubiera podido callar”.

En un principio, Freud intenta introducir esta confesión en el


análisis. Hasta ese momento el paciente había evitado
hablar de su gran invención; había hecho un invento con el
que ganó mucho dinero. Ahora bien, con su confesión Freud
comienza a sospechar que algo no estaba en orden. El
paciente se reprocha algo. Freud señala que en un caso de
neurosis hubiera introducido esta confesión en el análisis.
Es decir, la hubiera puesto al servicio de la interpretación.
Tratándose de una psicosis, no dice nada y se conforma
con el hecho de que este hombre continúe con sus
negocios y vuelva a Berlín.

Este caso nos ilustra que lo que para Freud constituía la


base de la transferencia era el lazo entre el intérprete y el
sujeto. Freud sabe que el encuentro mal indicado con la
interpretación puede desencadenar el episodio psicótico y
ello porque la operatividad de la interpretación es solidaria
del mecanismo de la represión.

Un tratamiento “bricoleur” de
la psicosis
La ubicación de Freud en el tratamiento de la psicosis
pareciera coincidir con la del bricoleur, en la perspectiva que
Lévi-Strauss introdujo en El Pensamiento Salvaje. Lévi-
Strauss concibió la imagen del pensador como bricoleur,
como artesano que utiliza lo que tiene a mano para efectuar
todo tipo de transformaciones dentro de un inventario dado
de enseres domésticos. Respecto al tratamiento de la
psicosis, existe en Freud una posición de bricoleur que no
se contradice con una insistente reflexión y análisis sobre el
mecanismo y estructura de la psicosis. Hay varios ejemplos
de esta afirmación, aunque aquí sólo me detendré en uno
que leí recientemente, a raíz de la publicación de la
Correspondencia Freud-Ferenczi. 6

Se trata del caso de la Señora Marton, caso que Ferenczi


envía a Freud para que le diga si era viable un tratamiento
analítico. Freud contesta a Ferenczi que es más bien
pesimista ya que “ha ido más allá de los límites de la
influencia terapéutica”. No obstante, Freud señala que, de
cualquier modo, se la puede tratar: “Su caso puede
instruirnos ( … ). Para hospitalizarla convendría utilizar de
nuevo la ficción que ya fue puesta en funcionamiento: el
enfermo es el marido que ella también observa. Al cabo de
dos meses se le podría anunciar que su marido ha sido
transferido y proseguir el tiempo que fuera posible la
experiencia, situándose en el terreno del delirio. La
influencia no es posible más que a partir de aquí,jamás a
partir de la lógica”.

Encontramos en este caso los límites de un procedimiento


bricoleur que pareciera haber sido tomado de la Gradiva.
Sabemos que la fábula imaginada por Jensen encuentra
sus límites en la dura realidad. En el caso de la Sra. Marton
pareciera que Freud se sitúa en “el terreno del delirio”, al
igual que Jung hiciera respecto a Otto Gross en el Hospital
de Burgholzli (ver la Correspondencia Freud-Jung). No
obstante, de esta experiencia con la “señora Marton”,
Ferenczi supo extraer algunas lecciones: 7

1. No se debe discutir de análisis con el paranoico.

2. Se deben aceptar, con precauciones, sus ideas


delirantes, es decir, tratarlas como posibilidades.

3. Puede obtenerse una cierta transferencia mediante algún


truco (en particular elogios sobre la inteligencia). Todo
paranoico es megalómano.

4. El paranoico realiza siempre la mejor interpretación de


sus sueños. En general los interpreta muy bien (carece de
censura).

5. Es difícil conducirlo mediante la discusión a más de lo


que él mismo quiere.

Pero condesciende, si está de buen humor, al juego con las


ideas que le vienen (de este modo concibe el análisis). Lo
más importante se averigua en el transcurso de estas
tentativas pero no es fácil saber a qué atribuirlo. Si se
advierte que empieza a sentirse herido, debe dejársele
asociar según su método.
6. El paranoico no aguanta que se le cite su “inconsciente”,
él no tendría nada “inconsciente”, porque se conoce
perfectamente. En realidad se conoce mejor que los no
paranoicos; lo que no proyecta le es perfectamente
accesible.

Esta última consideración describe magistralmente la


posición de hors-discours del psicótico tal como Lacan lo
formulará al final de su enseñanza.

La Eintragung

Tal como J. L. Gault y otros demostraron, 8 si bien en la


clínica freudiana de la psicosis, la función de la palabra era
dominante, Freud inauguró un primer manejo de la instancia
de la letra. El caso de Freud de 1896, la Sra P (“la dama de
la Heitherei”) se presenta -para utilizar los mismos términos
que Lacan usa para Schreber- como un “texto desgarrado”.
Die Heitherei -título de la novela donde el vestido de novia
tiene un papel central en el delirio de la Sra. Pcarece de
género en alemán y surge como verdadero significante en lo
real. Freud hace uso de este texto para inscribir en la propia
sintaxis de la paciente los comentarios de las voces que la
persiguen después de contraer nupcias.

Si en la psicosis debemos apuntar a una práctica de la


instancia de la letra, ésta debe articularse con la posición
del analista como “secretario del alienado”, Los trabajos de
dos analistas contemporáneos de Freud se orientan en esta
perspectiva. Ellos son K. Landauer ya H. Numberg.

En un trabajo titulado Die ‘passive’ Technique, 9 Landauer


explica cómo en el tratamiento de la esquizofrenia conviene
hacer uso de un “artificio” consistente en valerse de las
formas de expresión en la incidencia de lo real de las voces.
Así, “en vez de dirigirse al paciente en la primera o segunda
persona, sugiere que el analista emplee la tercera persona
o forma impersonal, para así llevar la masa intrusiva del
curso del pensamiento a la expresión”. En otros términos,
Landauer trata de indagar las condiciones que hagan
posible el advenimiento del significante que hace de barrera
al goce y vaciar el goce del Otro por la palabra.

Landauer lo ilustra con casos de paciente que permanecían


mudos en el diálogo directo, introduciéndo la interlocución y
logrando que empezaran a hablar a partir de preguntas
siempre en estilo indirecto, del tipo “¿Se tienen que oír
voces?” (Muss man Stimme horen?), “¿Qué piensa en él?”
(Was denkt in ihm?), etc.

El valor de esta observación es claro y se sitúa en los


mismos años en que los psicoanalistas se interrogaban
sobre las modalidades en que el “tú” pierde su propiedad en
la psicosis. Sabemos que es en la psicosis donde el “tú”
pierde la propiedad fundamental de distinguir el enunciado y
la enunciación y que, al perder esta propiedad, el “tú”
deviene un “él”. Así pues, la observación de Landauer
apunta al modo de tratar este “tú” que despersonaliza, es
decir, un “tú” que en la psicosis es equivalente a un “él”, por
no apuntar a ningún sujeto. Tal como aislará Lacan en los
años cincuenta es la falta de la metáfora subjetiva la
causante de este transtorno.

Landauer hace una observación que nos parece


interesante, al señalar que en la psicosis más que hablar de
Übertragung (transferencia) habría que hablar de
Eintragung (término en alemán significa “inscripción”,
“registro”; el verbo eintragen significa “registrar”, “inscribir”,
“asentar” en un libro de registro, o de cuentas). Este término
empleado por Landauer es excelente por acercar al analista
a la posición de secretario encargado de registrar e inscribir
los enunciados del psicótico.

Las observaciones de Landauer son totalmente pertinentes


dado que ellugar del analista en el tratamiento de la psicosis
supondría tener en cuenta dos parámetros articulados entre
sí: de un lado, que el analista esté totalmente ubicado en el
mantenimiento de la interlocución por un manejo reducido
del shifter y, de otro, considerar que la transferencia en la
psicosis es un “registro” donde el analista debe hacerse
soporte del decir del psicótico en tanto escrito. Esta idea de
que la transferencia en la psicosis debería apoyarse en el
nivel de un libro de registros se verá desarrollada en la
fórmula de Lacan de “hacerse secretarios del alienado”
como una de las posiciones del analista en el tratamiento de
la psicosis.

Para Lacan hacerse secretario del alienado supone utilizar


la interpretación estrictamente en relación a un texto que se
escribe y ello desde un punto de vista lo más sintáctico
posible, sin utilizar más que los significantes que el sujeto
ha pronunciado en un determinado contexto. También la
técnica “pasiva” de Landauer con la psicosis suponía el uso
por parte del analista de las formulas más vacías posibles,
fórmulas en su pura función de índice que el sujeto psicótico
debe llenar.

El analista y el lugar del Ideal


En los mismos años, H. Numberg comenzaba su carrera de
teórico con dos artículos sobre el proceso del conflicto
libidinal en un caso de esquizofrenia.Hoy casi olvidados,
estos dos extensos trabajos (Über den katatonishen Anfall y
Die Verlauf des Libidokonfliktes in einem Fall von
Schizophrenie) 10 son la prueba de una “clínica bajo
transferencia” de la psicosis in statu nascendi.

Numberg desarrolla los intentos del paciente por recuperar


el objeto, primero con la ayuda del discurso, más tarde con
la ayuda de las identificaciones narcisistas y, también, las
pulsiones anales, agresivas y canibalísticas. Así mismo,
describe los lugares sucesivos que ocupa en tanto que
analista en el delirio del paciente: objeto homosexual, objeto
perseguidor, ideal del yo. La estabilización del delirio del
paciente se consigue al pasar Numberg de la posición del
perseguidor al del ideal del yo, es decir, la estabilización se
logra mediante la formación de un ideal (“podemos definir el
curso de la enfermedad como una búsqueda del ideal del
yo”). En verdad, el paciente mismo dirá que siempre estaba
a la búsqueda de su ideal.Ya en su primer acceso de
hipocondría, el paciente al sentirse invadido por la Ich-libido
que se manifestaba en toda una serie de trastornos sobre
sus órganos piensa que está perdiendo su ideal de hombre
fuerte y saludable. Empieza aquí a intentar recuperarlo por
medio de ejercicios físicos. En el ataque catatónico que se
produjo poco después piensa durante un tiempo que ha
recuperado este ideal. Sólo al final, después de recuperar el
objeto, encuentra un ideal totalmente diferente al existente
hasta entonces: el paciente se vuelve un hijo bueno y
obediente, que cumple sus deberes con prontitud. Sin
embargo, subraya Numberg, el paciente se vuelve en esta
fase más incomunicativo y menos interesado en interpretar
sus pensamientos (“hacia las palabras compuestas, hacia la
‘Kabala’, donde era incapaz de distinguir realidad y sueño”).
No quiere volver a hablar de su enfermedad. Surge en este
punto un ideal de sí mismo nuevo que lo reconcilia con sus
superiores en el trabajo. Numberg establece aquí la
aparición de una fase de represión en nombre del ideal,
después de haber establecido una relación entre los
síntomas psicóticos y el fracaso de la constitución de la
estructura edípica.

Este caso de Numberg constituye el paradigma de una


verdadera clínica de la psicosis contemporánea de Freud.
Se trata, sin duda, de un trabajo que toma en serio las
consecuencias de la invención freudiana de la Ich-libido.

Por otro lado, es interesante ver cómo Numberg se da


cuenta de la manera en que el tratamiento puede acentuar
el “¿Qué me quiere el Otro?” y del hecho de que tratar de
evitar ocupar el lugar del amo -y su correlato inmediato: la
intrusión persecutoria-, no resuelve las antinomias de la
transferencia. En efecto, Numberg entreve que no se trata
de que el analista borre el lugar del saber (ya sea
acentuando el “yo no pienso” o bien el “yo no gozo”). Por el
contrario, comprueba que la consecuencia inmediata de
borrar el lugar del saber y encarnar la barra sobre el Otro (
), es la angustia en el paciente.
Desabonarse de la
interpretación
Lo que hace totalmente actuales estos trabajos de la “época
freudiana de la psicosis” es el hecho de que tratan de
deducir y aislar la estructura lógica de la posición del sujeto
psicótico.

Sabemos que la posición del sujeto psicótico es la de


encarnar lo que falta a un universo de discurso y que, por lo
tanto, tiene que sostenerlo. Esta es la posición que
podemos ver en la transferencia con sujetos psicóticos
donde tenemos a un sujeto que ocupa la posición del que
detenta el saber que, correlativamente, él es el objeto que
falta a ese universo de saber.

La pregunta de Numberg y Landauer, entre otros, era


¿dónde está el sujeto en la transferencia analítica? Después
de Lacan sabemos que la paradoja consiste en que el
sujeto psicótico está en una relación con el saber y que ello
no le impide estar, a la vez, en relación con su enunciado en
posición de significante amo. Es decir, que puede decir “Yo
sé” (es lo que Lacan, en los años setenta, sostiene al
afirmar que “el psicótico es amo en la ciudad de las
palabras”), que es el amo (Sl) ya que enuncia “Yo” (Je) y, al
mismo tiempo -como objeto, como aes el que falta al
universo de discurso, al S2.

Dadas estas coordenadas, la posición que el analista debe


mantener y esperar desde esta lógica es la de ser un saber.
No existiendo contradicción entre el hecho de que el
psicótico sepa y esta posición del analista en el lugar del
saber. Lo que puede esperar entonces el analista es ocupar
este lugar del universo del discurso y por tanto que el sujeto
psicótico pueda permanecer fuera de discurso
(horsdiscours) .

Justamente es desde ese lugar donde podemos esperar


desabonar al sujeto psicótico de su vocación a la
interpretación, es decir, a la complementación (ya sea del
goce del Otro o bien de la significación).

El problema en la psicosis reside en saber cómo construir


un síntoma a partir del goce del Uno sin pasar por el goce
del Otro. ¿Cómo salir de la Ich-libido, del goce narcisista de
la propia imagen sobre la base de un goce que no interesa
al Otro y no por la erección del goce del Otro, sino por el
goce puro del significante?

Sobre este punto, tratando de localizar un punto en la


estructura, un atajo que permita la construcción de un
síntoma que no implique los desarreglos del sentido,
Schreber dio con la salida sobre la que se preguntaba R.
Walder (ver más arriba). En efecto, tal como ha comentado
S. Cottet, en el “Apéndice 4” de las Memorias -dedicado a
las alucinaciones—, 11 Schreber relata cómo intenta
estructurar el tempo de las voces al darse cuenta de que la
cadencia de las mismas no era siempre la misma. Así,
cuanto más avanzaba en su reconciliación apuntando a un
punto en el infinito -reconciliación con este goce del Otro
imposible de soportar-, al mismo tiempo había una mayor
transformación en las voces, convirtiéndose éstas en puro
significante sin significación. Este pasaje del goce del uno al
goce puro del significante, sin pasar por el goce
persecutorio del Otro en Schreber nos ofrece una
interesante ilustración de desabonamiento de la
interpretación.

Notas
1 Freud, S.: “Abriss der Psychoanalyse”, en:
Obras Completas, vol. III, Biblioteca Nueva,
Madrid.

2 Lacan, J.: La psicosis paranoica y sus


relaciones con la personalidad, Ed. Siglo XXI,
México.

3 Walder, R.: en: International Zeitschrift für


Psychoanalyse, X (1924).

4 Palomera.V: “Un caso de asma nerviosa”, en:


Freudiana, 16, 1996.

5 Laurent, E.: “Una carta de Freud”, en: Uno por


Uno, 28,1992, p. 21-25.

6 Freud-Ferenczi: Correspondence 1908-1914,


Calman-Levy,p. 6-9.

7 Ferenczi, S.: “Paranoia”, en: Obras Completas,


vol. IV.

8 Gault, J.-L.: Jolibois et alt., “Un cas de dementia


paranoides de 1896”, en: Clinique differentielle des
psychoses, Fondation du Champ freudien,
Navarin, 1988.

9 Landauer, K.: en: I.Z. fiir Psy., X (1924), p. 415-


423.

10 Numberg, H.: en: I.Z.für Psy.,VI (1920), p. 25-


64., Y I.Z.für Psy.,VII (1921), p.301-346.

11 Schreber, D. P.: Memorias de un neurópata,


Ed. Petrel, Barcelona, 1982 (S. Cottet se apoya
para dar cuenta también del caso Wolfson, en:
Receuil, 6,1989).

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