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La (In) Definicion de La Familia PDF
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LA (IN)DEFINICIÓN DE LA FAMILIA
Introducción
Uno de los primeros y más complejos problemas a los que tenemos que enfrentarnos
en el estudio de la familia es su definición. Como afirma Lison Tolosana (1976), la palabra
«familia» es una compleja unidad significante; tan pronto como la pronunciamos nos
vemos enredados en la maraña de un problema lingüístico. La complejidad de la
institución familiar con sus múltiples dimensiones de análisis refuerza esa ambigüedad e
imprecisión. Una maraña de significados e interpretaciones tan profundamente espesa
que nos disuade de cualquier pretensión de descubrir convergencias o posibles
afinidades en la definición entre tanta multiplicidad y diversidad. Probablemente el
desarrollo de esta tarea sería estéril, porque en el caso de que lográsemos una
definición de consenso, una tarea por utópica, inviable, lo que conseguiríamos sería
añadir una o más a la tan poblada selva y complicar aún más, si cabe, el complicado
mapa de la conceptualización. Ya puede intuirse que ése no va a ser el objetivo de este
capítulo, sino más bien el de mostrar la complejidad, dificultades e imposibilidades en la
definición de «la familia», o «familias», según se mire.
Qué es una familia nos puede parecer obvio. Es parte del estereotipo esperar
que en nuestra sociedad la compañía, la actividad sexual, el cuidado y apoyo mutuo, la
educación y cuidado de los hijos sea parte esencial de la familia nuclear, la más
predominante, por otra parte, en el mundo occidental. Este concepto hace referencia a
la familia como una pequeña unidad que se configura a partir de las relaciones entre un
hombre y una mujer legalmente unidos por la institución del matrimonio como marido y
mujer. Cuando un niño nace de esta pareja se crea la familia nuclear. Esta unidad
comparte una residencia común y su estructura está determinada por vínculos de
afecto, identidad común y apoyo mutuo. Esta forma de concebir la familia, que es parte
del «sentido común» y en consecuencia algo que se da por supuesto, puede ser, sin
embargo, el reflejo de las creencias tradicionales respecto de cómo se configuran las
relaciones sexuales, emocionales y parentales. Naturalmente, este sistema de creencias
puede que no sea en absoluto una ayuda para revelar cómo diferentes personas
organizan en realidad sus vidas. Sin embargo, es clara la idea de que la familia nuclear
retiene en su significado una potencia tal que todas las otras formas de familia posibles
tienden a definirse con referencia a ella. Una gran mayoría asume que la forma nuclear
es la más dominante en la sociedad contemporánea. Como resultado de este supuesto,
la tendencia a definir otras formas como «inusuales», «desviantes» e incluso
«patológicas» es significativamente mayor. El «discurso de la familia» dispone de un
gran poder para significar lo que es normal y lo que es inaceptable (Jones y otros, 1995;
Bernardes, 1997).
término «familia» en todos estos contextos diferentes lleva implícita una equivalencia
semántica que perfectamente puede que no se justifique e incluso que no se desee por
las personas implicadas. Esta situación potencial nos lleva a la pregunta siguiente: ¿qué
es lo opuesto a «la familia»? Por ejemplo, algunas parejas homosexuales puede que
rechacen activamente la connotación de familia porque han tomado la decisión de vivir
fuera de sus confines tradicionalmente definidos. En otras palabras, la forma en la que
algunas personas deciden vivir sus vidas es una resistencia directa a «la familia» y por
extensión a las relaciones y roles de padre-madre-hijo/a. Incluso, el uso del término
«familias» puede que continúe subrayando inadvertidamente la primacía moral e
ideológica de «la familia», puesto que todas las formas divergentes y diferentes se
siguen definiendo en términos de su relación a una supuesta norma. La utilización
permanente del término «la familia» niega efectivamente cualquier realidad o validez a
otras formas de relaciones.
Para Richard Gelles (1995) las discusiones más recientes sobre el origen de la
familia giran en torno a dos teorías rivales: una se basa en el argumento de la
«promiscuidad original» y la otra en que la familia es una institución universal presente
en todas las sociedades humanas. En cualquier caso, como señala Gelles, no existen
datos precisos que puedan dirimir la disputa, y los argumentos en defensa de las
diversas posiciones se basan en especulaciones, en la utilización de fósiles, en estudios
de primates no humanos, o en sociedades cazadoras y recolectoras contemporáneas.
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Bachofen (1861), en su obra Derecho materno, suponía que los seres humanos
vivieron en sus orígenes una etapa de promiscuidad sexual, de comercio sexual sin
trabas, es decir, cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a
todas las mujeres. De aquí que el parentesco sólo podía comprobarse por línea materna,
lo que generó la absoluta preponderancia de las mujeres -matriarcado o ginecocracia-.
Morgan (1878/1970), en su obra La sociedad primitiva, establece a su vez una serie de
etapas que servirán de base a Engels para escribir su libro sobre El origen de la familia.
Las etapas que propone son las siguientes:
que se han hecho a sus teorías es que hayan considerado la evolución d e una
institución social como la familia de modo unilateral, asumiendo que todos los pueblos
de la tierra siguen el orden de las e t a pas que proponen. En el momento actual
sabemos desde una óptica científica que no es posible hacer algunas afirmaciones que
se desprenden de esta concepción unilineal de la evolución de la familia,
particularmente la idea de que la familia monogámica propia de la cultura occidental
constituya una etapa culminante del desarrollo, y que, por tanto, otras formas de
estructura familiar presentes en otras sociedades del mundo no sean más que formas
rezagadas, en vez de contemplarlas como modelos alternativos de organización social,
según una idea de progreso y retraso característica del siglo XIX y que la historia y la
antropología social han cuestionado seriamente en los últimos años.
Otra característica esencial de la familia humana destacada por este autor, que ya o
se encuentra en las sociedades de monos, es la división sexual del trabajo. Dejando al
margen la función social o significación del reparto de tareas entre hombres y mujeres
(la distribución de tareas como el cimiento más sólido del grupo familiar o una función
social que hace de la familia la célula económica básica), sí que parece existir un amplio
acuerdo en considerar este rasgo como uno de los factores determinantes en el origen
de la familia. Si bien es cierto, como ha señalado Masset, que las tareas reservadas al
hombre y la mujer no son necesariamente las mismas en todos los grupos humanos, sí
que es cierto que en todos los mamíferos y sociedades humanas conocidas
históricamente el cuidado de los niños pequeños ha sido siempre una tarea
desempeñada por las mujeres. Los impedimentos en la movilidad que supone esta
tarea, junto con la necesidad de realizar otras actividades como la caza (una actividad
demasiado peligrosa para llevar niños pequeños a ella) o el mantenimiento del fuego,
permite entender cómo surgió la división sexual del trabajo. Así, la imagen típica de las
sociedades cazadoras-recolectoras es la de la división sexual del trabajo en la caza por
una parte y, por otra, la recolección y mantenimiento del fuego.
Por otra parte, Lévi-Strauss en «La familia» (1956/1974) concluye que los tipos de
organización de la familia conyugal que parecen más lejanos no son los que aparecen
en las sociedades que podrían considerarse como más arcaicas, sino en formas de
desarrollo social relativamente recientes y extremadamente elaboradas, como, por
ejemplo, los Nayar de la costa Malabar de la India, entre los que la familia conyugal no
tiene prácticamente existencia, o los Todas, también de la India, entre los cuales ha
surgido, más o menos recientemente, una forma de matrimonio por grupos.
pero no contempla todas las formas de aprobación social del sexo y la procreación. Así,
por ejemplo, entre los banaro de Nueva Guinea, la mujer obtiene su primer hijo de un
amigo del marido, y sólo después el esposo tiene acceso sexual a la mujer.
Sin embargo, no tenemos que buscar fuera ejemplos tan exóticos para descubrir
variaciones de la familia nuclear fundamentada biológicamente. Un modelo que cada
vez tiene mayor protagonismo en las sociedades industriales occidentales son los
emparejamientos de convivencia que están sustituyendo a la monogamia y, también, las
familias monoparentales en las que un vínculo conyugal o bien se ha roto, o bien nunca
se ha iniciado. En España el número de familias con hijos dependientes encabezado por
un solo padre era en 1981 un 5,66% y en Inglaterra, sólo por establecer una
comparación, era del 6,50%, y en ocho de cada diez de estas familias la madre era la
cabeza de familia (Dallos y Sapsford, 1995; Alberdi, 1995). El incremento de las madres
divorciadas que viven solas constituye parte de este surgimiento, pero también se
constatan aumentos significativos en estos últimos años en la proporción de familias
encabezadas por madres que nunca han contraído matrimonio.
utilización del funcionalismo estructural, que era el principal sostén de la cuestión de los
universales familiares (véase el capítulo 5).
padres trabajaban. El cuidado de los hijos era responsabilidad de los abuelos que
vivían dentro del mismo hogar. De esta manera, más que una conversión hacia una
familia nuclear, lo que este trabajo sugiere es que la conversión es hacia la
estructura dé la familia extensa. Igualmente, de la investigación de Young y Willmott
se observa que las comunidades urbanas de darse trabajadora continuaban
dependiendo de las redes de parentesco extensas y constituían una base importante
de la solidaridad de la comunidad (Young y Willmott, 1962).
Ciclo vital: cambios como resultado de los sucesos que tienen lugar a lo largo del
ciclo vital (tener hijos, si los hijos son bebés o adolescentes).
1980 1997
Bélgica 12,6 11,4
Dinamarca 11,2 12,8
Alemania 11,1 9,9
Grecia 15,4 9,7
España 15,3 9,1
Francia 14,9 12,4
Irlanda 21,8 14,2
Italia 11,3 9,2
Luxemburgo 11,4 13,1
Holanda 12,8 12,2
Austria 12,0 10,4
Portugal 16,2 11,4
Finlandia 13,2 11,5
Suecia 11,7 10,2
Reino unido 13,4 12,3
(Eurostat, 1998)
Puede observarse que ha habido una clara tendencia hacia la disminución del
tamaño familiar y del hogar en la mayor parte de los países occidentales. Los hijos ya
no son un elemento esencial en la supervivencia económica de la familia,
probablemente como consecuencia del desarrollo industrial y de los sistemas de
protección del gobierno. La disminución de los niveles de mortalidad de los hijos
también ha contribuido a que las proporciones de nacimiento sean inferiores a las de
antaño.
En relación con el incremento de la esperanza de vida se constata, por
ejemplo, que las parejas todavía viven cuando los hijos abandonan el hogar, lo que
supone que cada vez sea mayor la proporción de parejas sin hijos que ahora son
«reliquias» de familias nucleares, y no familias nucleares en proceso de formación. La
estructura de parentesco también se altera; hasta este siglo era excepcional el niño
que llegaba a su estado adulto con uno o varios abuelos vivos; ahora, los bisabuelos
son frecuentes en el mapa familiar. Son frecuentes las familias que son técnicamente
nucleares -esto es, viven en una unidad de padres e hijos- pero incluso son más
comunes las que interactúan extensamente con su grupo de parentesco que reside en
la localidad. También es común en la sociedad contemporánea la familia uniparental
donde un hombre o, más frecuentemente, una mujer, se responsabiliza ella sola de las
tareas de la educación de los hijos. Esta tarea puede de nuevo desarrollarse en
aislamiento, o en la casa de otros parientes (frecuentemente los padres), o en
aislamiento técnico, pero en contacto con los recursos de una red de parentesco.
Pensamos que aceptar, o mejor, dar por supuesto que la forma nuclear es el centro de
la estructura de la sociedad contemporánea es complicado y tendencioso por las
instancias que también pueblan nuestra geografía como la cohabitación, parejas de
hecho, adopción, acogida, separación, divorcio, nuevo matrimonio, parejas re-
constituidas. Una diversidad que lejos de complicar el panorama familiar lo enriquece y
le da sentido, además, claro está, de hacerlo inteligible.
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Así, nos encontramos con que algunas son personas que han emergido de una
familia nuclear y que todavía no han formado otra y posiblemente nunca la formen;
algunas son huellas de una familia nuclear en el pasado. El concepto de «la familia»
sin embargo, también implica un ciclo: crecemos en una familia, la dejamos, formamos
otra en la cual los hijos crecen, la abandonan y forman otra, y así sucesivamente.
Aquí hemos introducido dos conceptos que revelan por qué una definición de
familia universalmente compartida es muy difícil de lograr. En primer lugar, es
importante distinguir entre «el hogar» y «la familia». Ball (1974) define el hogar como
una categoría espacial donde un grupo de personas, o una persona, están vinculadas
a un lugar particular. Por otra parte, las familias se perciben generalmente como
grupos de personas que están vinculadas por lazos de sangre y, para algunos, todavía
una gran mayoría, de matrimonio (en un estudio de Cruz Cantero [1995] la mayoría de
las personas encuestadas piensan que los hijos son la principal razón para tomar la
decisión de casarse y un 50% considera que quienes quieran tener hijos deberían
hacerlo; no obstante, un 54% considera que tener hijos no es la principal razón del
matrimonio). Sin embargo, hogar y familia no tienen los mismos límites o extensión.
Las familias forman, normalmente, hogares, pero, como bien sabemos, esto no
siempre es así, aunque es lo más común. Los padres se pueden separar; pueden
enviar a los hijos a una escuela privada; y también un grupo de parentesco puede
localizarse en varios hogares y puede vivir bajo el mismo techo, y puede también que
no se consideren a sí mismos, en todas las circunstancias, como una familia. Los
parientes mayores que viven con una familia nuclear puede que no se consideren a sí
mismos como parte de esa familia y puede, o puede que no, que sean considerados
así por la familia nuclear en la que viven. Si no se consideran como parte de la familia,
¿es la familia entonces nuclear o extensa?
Otro factor notable que afecta al cambio familiar ha sido el número de matrimonios
y divorcios. En Europa el porcentaje más alto de divorcios, al menos hasta 1989,
corresponden a Dinamarca e Inglaterra, y España, Grecia e Italia tienen los índices más
bajos ( S o c i a l T r e n d s , 1994). Creemos que esta información tiene que
interpretarse junto con el creciente número de segundos matrimonios. De esta manera
se constata que la uniparentalidad es con frecuencia un estatus de tránsito. El
matrimonio goza todavía de una gran aceptación: en España, por ejemplo, el porcentaje
de hombres casados al menos una vez entre los 15 y los 75 años fue de 93,39 en 1975
y de 93,35 en 1991, y en las mujeres por el mismo período fue de 86,27 en 1976 y de
86,23 en 1991 (Alberdi, 1995, pág. 57) p; en- Inglaterra, -e1 85 % -de 1a población está a
ha es-tacto casada en algún m o mento de su vida, aunque la evidencia empírica sugiere
que en los grupos de edad más jóvenes en todos los países de la CEE la proporción de
matrimonios ha disminuido. Si esto se debe a una preferencia por la cohabitación o
simplemente se trata de una dilación, es lo que hay que estudiar (Smith, 1986).
Los últimos datos demográficos ofrecidos por Eurostat (1998) muestran que el
matrimonio ha disminuido sustancialmente. Así, en 1980 e19,6% de los nuevos
europeos comunitarios nacían fuera del matrimonio. En 1996 ese porcentaje se elevó al
24,3 %. En esas mismas fechas los índices eran del 18,4% y el 32,4% respectivamente
en Estados Unidos.
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1980 1997
Bélgica 4,1 15,0*
Dinamarca 33,2 46,3'°
Alemania 11,9 18,0
Grecia 1,5 3,3
España 3,9 11,1''
Francia 11,4 39,0
Irlanda 5,0 26,5
Italia 4,3 8,3
Luxemburgo 6,0 16,8
Holanda 4,1 18,6
Austria 17,8 28,8
Portugal 9,2 18,7*
Finlandia 13,1 36,5
Suecia 39,3 53,9*
Reino Unido 11,5 36,7
En España las cifras se sitúan muy por debajo de la media europea, aunque crecen
a un ritmo semejante al del resto de los países miembros de la Unión Europea. Sólo un
3,9% de los _nacimientos españoles- se produjeron -fuera del-matrimonio en 1980, y un
11,1% en 1996. En la muy católica Irlanda el porcentaje ha pasado del 5% al 24,8%,
mientras que en Italia ha evolucionado del 6% al 15%.
Todo lo anterior lleva a que los autores de este informe, al igual que lo han hecho
innumerables estudiosos de la familia, se pregunten si es pertinente hablar de «la
familia» o si sería más prudente hacerlo sobre «las familias», una idea que venimos
sugiriendo desde el principio de este capítulo.
Para Katia Boh (1989) no existen indicios de que la evolución de los patrones
familiares en la sociedades europeas lleven a un modelo de familia europeo
característico. Por el contrario, lo que sí puede observarse es el surgimiento de diversos
patrones familiares que se han convertido en legítimos y practicados por las personas
en función de sus necesidades y condiciones de vida. Y precisamente porque esas
condiciones de vida y las fuerzas sociales que influyen en ellas son tan diferentes en los
diversos países europeos, esta autora se inclina a creer que el desarrollo de los
patrones familiares no seguirá una misma dirección, sino que llevará a una mayor
diversificación de los patrones familiares en Europa. Sin embargo, concluye Boli, puede
encontrarse al menos una tendencia uniforme y común en la evolución de los patrones
de la vida familiar en Europa, y es la convergencia hacia la diversidad y un mayor
reconocimiento de esa diversidad. En este mismo sentido se pronuncia Del Campo
(1992) al afirmar que:
Es erróneo creer que existe un modelo único de familia, que es el que se trans-
forma a consecuencia de la actuación de factores exógenos tan notorios como la
actividad profesional de las mujeres, la secularización, o la introducción y liberaliza-
ción del divorcio. No es así, sino que en nuestras sociedades se dan siempre, con
grados de vigencia diferentes, diversos modelos matrimoniales, cada uno de los
cuales posee su propia lógica interna. La comprensión de ellos y de sus respectivas
lógicas nos permite apreciar la coherencia y el sentido de comportamientos y de
actitudes que, a menudo, se descalifican o ensalzan exageradamente, con criterios
ideológicos más que científicos (pág. 16).
Lluís Flaquer (1998) dirá que: «La familia es un grupo humano cuya razón de
ser es la procreación, la crianza y la socialización de los hijos. En tanto que familia
elemental, o sea, como un grupo reducido de parientes de primer grado (padres e
hijos), se encuentra en casi todas las sociedades» (pág. 24). Y en cuanto a su
relevancia considera que: «La importancia de la familia en el mundo actual radica en
que de ella depende la fijación de las aspiraciones, valores y motivaciones de los
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Por otra parte, del análisis de las diferentes formas de vida familiar se infiere que
existen algunas tareas fundamentales a las que se enfrentan las personas que viven
en cualquier agrupación: el cuidado del niño, la regulación de la sexualidad, el
establecimiento de un sentimiento de identidad y los límites, modelos de intimidad
como una pareja y como alguna forma de unidad familiar, negociando roles en
términos de divisiones, de obligaciones y tomas de decisiones y definiendo algunas
reglas sobre los modelos de obligaciones o deberes mutuos. Lo que define una familia,
entonces, puede considerarse que es la negociación y la complementariedad de estas
tareas. Esto sugiere una concepción de la dinámica de la vida familiar como un
proceso. Esto es, son los intentos continuos de solucionar esas tareas que
personifican o expresan la vida familiar más que la forma particular -nuclear,
uniparental, reconstituida, extensa, comuna, etc.- lo que emerge como un intento de
solución. Las soluciones que las personas pueden y se les permite intentar se
construyen culturalmente, pero tal modelo dinámico nos libera de la trampa de tratar
de definir cualquier forma de vida familiar como «la familia».
Así, por ejemplo, Platón pensaba que el sistema familiar en Grecia era de-
masiado débil para ser responsable de la educación de sus hijos. También a uno de
los padres de la sociología, Augusto Comte, le preocupaba que la desorganización
social y la anarquía creada por la revolución francesa destruyeran la familia como
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institución social. Para protegerse de las presiones de los tiempos, Comte proponía
que la familia debía retener una estructura monógama y patriarcal. Otro «padre»,
esta vez del conductismo, John Watson, predecía que el matrimonio ya no existiría
para el año 1977. Entre los culpables de la extinción, el automóvil y la
irresponsabilidad de los jóvenes con dinero en el bolsillo para gastar. En el año 1929,
esta vez un filósofo, Bertrand Russell, comentaría que la familia en todo el mundo
occidental se había convertido en una sombra de lo que era. Un declive atribuible en
parte a factores económicos (estamos en los años de la gran depresión) y en parte a
factores sociales (la familia no se ajustaba bien a la vida urbana).
En la actualidad esa visión pesimista estaría representada por David Popenoe (1993),
que, al comparar los cambios en las familias norteamericanas con los cambios que han
tenido lugar en Suecia, concluye que la institución de la familia se encuentra cada vez
más debilitada. Para este autor, la familia como institución social está perdiendo su
poder y sus funciones sociales y, cada vez más, su importancia e influencia. Popenoe
se basa en el supuesto de que la familia es principalmente un instrumento social para
el cuidado de los niños. Por tanto, el incremento en la cohabitación, el incremento de
nacimientos fuera del matrimonio, el número cada vez mayor de madres trabajadoras,
y el incremento en el número de niños que desde temprana edad son cuidados en
guarderías u otros centros son las tendencias que han debilitado a la familia y la están
amenazando de muerte.
Hay que decir que esta percepción ha cambiado sustancialmente con el tiempo,
en muchos casos por una percepción radicalmente distinta que podríamos resumir con
las palabras de Fernando Savater:
El grito provocador de André Gide -«¡ Familias, os odio! »- que tanto eco tuvo
en aquellos años sesenta propensos a las comunas y el vagabundeo, parece
haber sido sustituido hoy por un suspiro discretamente murmurado: «Familias, os
echamos de menos..» (Fernando Savater, 1997, 59).
Una opinión similar ha expresado Lluís Flaquer (1998), que observa un creciente
prestigio de la familia en nuestra sociedad, prestigio generado, según este autor, por
la mayor necesidad psicológica que tenemos de ella y por su menor importancia
institucional. Para este autor, la familia ha perdido consistencia institucional, pero ha
ganado intensidad psicológica y emocional. «La pérdida de peso de la familia en la
organización social ha acompañado su importancia cada vez mayor como fuente de
identificación emocional. A medida que se ve privada de entidad como institución,
más la valoramos. Uno de los principios que rigen la ciencia económica es que lo que
valoramos es justamente la escasez y no la abundancia. En el plano de los afectos
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sucede exactamente lo mismo. Si en los años sesenta la familia sobraba, ahora falta»
(Flaquer, 1998, pág. 199).
Son tantas las voces que por optimismo o pesimismo han vislumbrado la última
crisis de la familia que, de entrada, hay que destacar su asombrosa capacidad para
adaptarse y sobrevivir. Y, como ha señalado julio Iglesias de Ussel (1998), no parece
que sus evidentes y profundas transformaciones hayan causado su decadencia, sino
más bien su éxito al ajustarse a las nuevas y diferentes condiciones culturales,
sociales y económicas de las que forma parte.
Es difícil sintetizar los intensos cambios de la familia española en las dos últi-
mas décadas. Pero tal vez convenga subrayar que los datos disponibles permiten
sostener que, pese a la intensidad de sus transformaciones y del contexto donde
se inserta, la familia goza de buena salud. Más aún que en el pasado es un
escenario muy vivo de solidaridades e instrumento extraordinariamente importante
para la cohesión social (Iglesias de Ussel, 1998, pág. 317).
-Otras definiciones aceptan que pueda existir un adulto soltero como cabeza del
hogar, pero con el requisito de la presencia de un niño o adulto dependiente
(Popenoe, 1993).
-Otros estudiosos recomiendan la necesidad de explorar las raíces de las
variaciones en la familia en una multitud de identidades étnicas, raciales y culturales
(Thomas y Wílcox, 1987; Cheal, 1991).
-Para otros, todavía no hemos podido comprender las variaciones en la estructura,
función e interacción de las familias porque éstas siempre han sido comparadas con el
modelo de familia nuclear de raza blanca y clase media (Gubrium y Holstein, 1990;
Stacey, 1990, 1993; Thorne, 1992).
-Una posición similar a la anterior es aquella según la cual las familias que no
coinciden con la familia nuclear estándar tienden a ser consideradas como
«desviantes» (Hutter, 1981; Cheal, 1991; Smith, 1993; Burgess, 1995).
-También se ha sugerido que la familia se define por las experiencias individuales
y no por una estructura particular y que, por lo tanto, ninguna forma familiar es
siempre la adecuada para todo tipo de personas (Gubrium y Holstein, 1990).
-Para algunos, los cambios que están produciéndose en las familias en el mundo
occidental, como el incremento de los divorcios o la cohabitación, señalan el
debilitamiento o incluso la muerte del matrimonio y la familia (Bellah y otros, 1985;
Cheal, 1991; Popenoe, 1988, 1993).
Son numerosos los autores que defienden que no existe una definición única y
correcta de la familia (por ejemplo, Sprey, 1988a, 1990; Doherty y otros, 1993;
Ingoldsby y Smith, 1995; Bernardes, 1997). Más bien, lo que existe son numerosas
definiciones formuladas desde una perspectiva teórica en particular. Como ha
señalado Smith (1995), es la teoría la que da forma a nuestras definiciones y
expectativas de la vida familiar. Para esta autora, la forma en que respondemos a la
pregunta «¿qué es la familia?» depende en parte de cómo pensamos acerca de las
familias, sus semejanzas y sus diferencias. De igual modo, lo que conocemos acerca
de las familias se basa también en las teorías que guían nuestra investigación, puesto
que es la teoría la que determina los aspectos que estudiamos.
En este sentido, Stacey (1993) considera que no es posible una definición positivista de
la familia. Para esta autora, los estudios antropológicos e históricos demuestran que la
familia no es una institución, sino un constructo simbólico e ideológico con su propia
historia y referentes políticos. El concepto de familia se ha empleado tradicionalmente
para significar principalmente una unidad doméstica, heterosexual, conyugal y nuclear,
idealmente con una figura primaria encargada de obtener los recursos económicos (el
hombre) -y la mujer ocupando un rol doméstico y del cuidado de los hijos. Para Stacey,
esta definición unitaria y normativa de la organización doméstica legítima omite, olvida y
margina otras posibilidades vinculadas a la diversidad racial, de clase, género y sexual y
ha exacerbado numerosas desigualdades. Una definición que, según esta autora, ha
encontrado en la retórica de los valores familiares el señuelo 0 tapadera para prejuicios
ciertamente con menos reputación.
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Según Cheal, la solución más radical a las dificultades que plantea definir lo que se
quiere significar por «familia» es abandonar este término en su uso con propósitos
teóricos. Un representante de esta posición es John Scanzoni y sus colaboradores
quienes recomiendan que el concepto «la familia» no debería volver a ser utilizado por los
científicos sociales debido a que es demasiado concreto, es decir, demasiado específico
tanto históricamente como culturalmente. En su lugar estos autores recomiendan utilizar
el concepto de orden superior de «relaciones primarias», bajo el cual pueden subsumirse
diversas clases de vínculos convencionalmente definidos como relaciones familiares. No
obstante, Cheal considera que la posición recomendada por Scanzoni y otros (1989)
presenta importantes déficits, puesto que es cuestionable que sea posible o deseable
evitar la influencia de la cultura en la teoría social mediante el uso de palabras o frases
esotéricas. Es más, según este autor, ese intento puede servir para enmascarar la
naturaleza de las influencias culturales, dificultando el análisis y el debate de cuestiones
teóricas.
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Harris (1983) considera «la familia» como una «clase» de grupos, una clase que
se referiría a todos los grupos formados por extensión de las relaciones elementales de
la familia nuclear, como, por ejemplo, las relaciones entre esposos, entre padres e hijos
o entre hermanos.
Esta confusión o división acerca de cómo debe definírsela familia o, en otros términos,
esta inestabilidad de la principal categoría analítica existe, de acuerdo con Cheal,
porque se ha tratado de modificar ciertos significados convencionales del término
«familia» con la esperanza de que se facilitaría la descripción de prácticas sociales
nuevas y emergentes. Una inestabilidad que no tiene por qué tener efectos negativos,
sino que incluso puede ser recomendable, puesto que permite el desplazamiento entre
diferentes usos de los conceptos en diferentes juegos del lenguaje.