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LA (IN)DEFINICIÓN DE LA FAMILIA
Antes de ser uno mismo, se es «hijo» o «hija» de X o Y, se nace en el seno de
una «familia». Pero esos Otros viven también en el seno de una familia de la cual
son miembros. Cómo no concluir, entonces, que la familia no necesita explicación,
que es, como el lenguaje, un atributo de la condición humana. Sobre todo, cómo
no extrapolar a partir de la propia experiencia y deducir que la familia debe ser la
misma para todos, en todas las sociedades.
Introducción
Uno de los primeros y más complejos problemas a los que tenemos que
enfrentarnos en el estudio de la familia es su definición. Ya puede intuirse que ése
no va a ser el objetivo de este capítulo, sino más bien el de mostrar la
complejidad, dificultades e imposibilidades en la definición de «la familia», o
«familias», según se mire. Reher , un historiador de la familia, considera que
definir la familia no es una cuestión sencilla y ha sido fuente continua de
controversia para los historiadores de la familia. Así, la unidad conyugal, el grupo
doméstico corresidente, la red extensa de parentesco, y el desarrollo de los
grupos de parentesco a lo largo del tiempo son todos manifestaciones de la
familia, en la medida en que representan aspectos diferentes y complementarios
de una institución que tenía y tiene capacidad para exigir lazos de lealtad y
autoridad.
Qué es una familia nos puede parecer obvio. Es parte del estereotipo esperar que
en nuestra sociedad la compañía, la actividad sexual, el cuidado y apoyo mutuo, la
educación y cuidado de los hijos sea parte esencial de la familia nuclear, la más
predominante, por otra parte, en el mundo occidental. Este concepto hace
referencia a la familia como una pequeña unidad que se configura a partir de las
relaciones entre un hombre y una mujer legalmente unidos por la institución del
matrimonio como marido y mujer. Cuando un niño nace de esta pareja se crea la
familia nuclear.
Esta forma de concebir la familia, que es parte del «sentido común» y en
consecuencia algo que se da por supuesto, puede ser, sin embargo, el reflejo de
las creencias tradicionales respecto de cómo se configuran las relaciones
sexuales, emocionales y parentales. Sin embargo, es clara la idea de que la
familia nuclear retiene en su significado una potencia tal que todas las otras
formas de familia posibles tienden a definirse con referencia a ella. El «discurso de
la familia» dispone de un gran poder para significar lo que es normal y lo que es
inaceptable. La dificultad con el concepto de «la familia» estriba en que
normalmente asumimos la preeminencia de la familia nuclear y expresamos la
creencia de que comprendemos su significado, pero el análisis más superficial
revela una gran diversidad de formas de familia que poco o nada tienen que ver
con el concepto mayoritariamente compartido.
Algunos consideran que este «obstructor» sólo puede superarse refiriéndose a
«familias» más que a «la familia». Asumir esta nueva categoría supondría
estimular y apoyar una aceptación de la diversidad y una renuncia a adscribir
superioridad moral a una forma de familia sobre otra u otras. Pensar en estos
términos supondría aceptar en un mismo espacio semántico y moral a las familias
adoptivas, las familias monoparentales, las familias homosexuales, las familias
cohabitantes, las familias reconstituidas, etc., siempre y cuando, obviamente, haya
hijos. Sin embargo, con ello no se resolverían todos los problemas, puesto que la
utilización del término «familia» en todos estos contextos diferentes lleva implícita
una equivalencia semántica que perfectamente puede que no se justifique e
incluso que no se desee por las personas implicadas.
En otras palabras, la forma en la que algunas personas deciden vivir sus vidas es
una resistencia directa a «la familia» y por extensión a las relaciones y roles de
padre-madre-hijo/a. Incluso, el uso del término «familias» puede que continúe
subrayando inadvertidamente la primacía moral e ideológica de «la familia»,
puesto que todas las formas divergentes y diferentes se siguen definiendo en
términos de su relación a una supuesta norma. La utilización permanente del
término «la familia» niega efectivamente cualquier realidad o validez a otras
formas de relaciones. No es nuestro propósito en este capítulo el proporcionar o
promover el uso de términos alternativos tales como «unidades domésticas»,
«unidades familiares» o «acuerdos de vida» u otras categorías con similar
significado, sino alertar de las connotaciones inherentes y constricciones que
habitualmente evoca el término «la familia».
Considera que las personas definen sus acuerdos domésticos de muchas formas
diferentes, algunas de las cuales podrían ser consideradas como «familias» por
aquellas personas que viven de acuerdo con ella. Sin embargo, «la familia» la
consideran como un objeto ideológico, un estereotipo producido y potenciado con
la finalidad de ejercer ciertos tipos de control social. Podríamos incluso ir más lejos
e identificar «la familia» como parte de un discurso de control, es decir, como parte
de un modo de hablar sobre relaciones sociales que permite definir los roles que
las personas desempeñarán y las estructuras de poder que se crearán dentro de
ellas.
Una opinión similar ha expresado Lluís Flaquer, que observa un creciente prestigio
de la familia en nuestra sociedad, prestigio generado, según este autor, por la
mayor necesidad psicológica que tenemos de ella y por su menor importancia
institucional. Para este autor, la familia ha perdido consistencia institucional, pero
ha ganado intensidad psicológica y emocional. «La pérdida de peso de la familia
en la organización social ha acompañado su importancia cada vez mayor como
fuente de identificación emocional. A medida que se ve privada de entidad como
institución, más la valoramos.
Si en los años sesenta la familia sobraba, ahora falta». También Fletcher y Shorter
, en la línea de los argumentos anteriores, han tratado de demostrar que en el
siglo xx la familia no está en declive, sino que más bien es una institución
recompensante que satisface las necesidades de la economía y de la
autorrealización y autonomía del individuo. Ambos autores describen la familia
preindustrial y victoriana en términos totalmente negativos. Igualmente, Shorter
afirma que la industrialización liberó a la familia de su forma habitual de
comportarse en la que sus necesidades eran secundarias a las de la comunidad.
La idea subyacente es que la familia moderna ofrece oportunidades para una
mayor proximidad e intimidad que en las sociedades preindustriales. Una función
clave de la familia, entonces, de acuerdo con este acercamiento, es su habilidad
para proporcionar un lugar para el apoyo emocional y para las relaciones
complementarias y satisfactorias. Así, el declive ha dejado de ser tal para
convertirse en el momento actual en un verdadero recurso.
La familia no es lo que era porque su función ha cambiado radicalmente. « Hoy la
familia tiende a privilegiar la construcción de la identidad personal, lo mismo en las
relaciones conyugales que en las existentes entre padres e hijos». Desde esta
perspectiva, la familia en cuanto grupo se puede considerar como el producto de
la individualización democrática y no como lo opuesto a ella. Ésta es la razón de
ser de la familia, lo mismo que el amor es su principio de funcionamiento.
Son tantas las voces que por optimismo o pesimismo han vislumbrado la última
crisis de la familia que, de entrada, hay que destacar su asombrosa capacidad
para adaptarse y sobrevivir. Es difícil sintetizar los intensos cambios de la familia
española en las dos últimas décadas. Pero tal vez convenga subrayar que los
datos disponibles permiten sostener que, pese a la intensidad de sus
transformaciones y del contexto donde se inserta, la familia goza de buena salud.
El problema de «la» definición
Llegados a este punto y después de haber examinado en las páginas previas las
diferentes «realidades» de la familia, creemos que la búsqueda de una definición
compartida de la familia tampoco parece que pueda facilitar nuestra comprensión
de la complejidad y diversidad de la vida familiar, tanto intra como
interculturalmente y tampoco creemos, después de los análisis previos, que exista
una remota posibilidad de que eso sea posible. Prueba de ello es, como ha
señalado Smith, la controversia que rodea al debate sobre la definición de «la
familia». Esta autora ha identificado diferentes tipos de definiciones de la familia
que implican criterios a veces radicalmente opuestos, y que resumimos a
continuación:
Algunos autores definen a la familia como un grupo de personas relacionadas que
ocupan posiciones diferenciadas, tales como marido y mujer, padre e hijo, tía y
sobrino, que cumplen las funciones necesarias para asegurar la supervivencia del
grupo familiar, como la reproducción, la socialización de los niños y la gratificación
emocional. Una definición que con frecuencia es una forma de establecer a la
familia nuclear heterosexual como la norma. -Otras definiciones aceptan que
pueda existir un adulto soltero como cabeza del hogar, pero con el requisito de la
presencia de un niño o adulto dependiente.
Otros estudiosos recomiendan la necesidad de explorar las raíces de las
variaciones en la familia en una multitud de identidades étnicas, raciales y
culturales.
Para otros, todavía no hemos podido comprender las variaciones en la estructura,
función e interacción de las familias porque éstas siempre han sido comparadas
con el modelo de familia nuclear de raza blanca y clase media.
En este sentido, Stacey considera que no es posible una definición positivista de la
familia. Para esta autora, los estudios antropológicos e históricos demuestran que
la familia no es una institución, sino un constructo simbólico e ideológico con su
propia historia y referentes políticos. El concepto de familia se ha empleado
tradicionalmente para significar principalmente una unidad doméstica,
heterosexual, conyugal y nuclear, idealmente con una figura primaria encargada
de obtener los recursos económicos -y la mujer ocupando un rol doméstico y del
cuidado de los hijos. Para Stacey, esta definición unitaria y normativa de la
organización doméstica legítima omite, olvida y margina otras posibilidades
vinculadas a la diversidad racial, de clase, género y sexual y ha exacerbado
numerosas desigualdades. Una definición que, según esta autora, ha encontrado
en la retórica de los valores familiares el señuelo 0 tapadera para prejuicios
ciertamente con menos reputación. Desde posiciones feministas la familia se ha
identificado con frecuencia como un constructo ideológico, es decir, corno un
conjunto de ideas creadas y mantenidas por grupos sociales particulares, a cuyos
intereses sirve. La familia sería, por lo tanto, el resultado de un proceso histórico
de construcción social de la realidad.
También desde la tradición feminista se ha planteado que si se quiere comprender
realmente la vida familiar se debería «desconstruir» o descomponer el concepto
de familia. Como señala Cheal , ello implica disolver el concepto de unidad familiar
para estudiar en su lugar estructuras subyacentes tales como el sistema de
sexo/género.
Es más, de acuerdo con la revisión de Cheal, algunos planteamientos feministas
argumentan que la razón por la que se continúa pensando en «la familia» como
una unidad social activa es debido al aura de santidad que rodea a la familia en
las sociedades capitalistas. Según Cheal, la solución más radical a las dificultades
que plantea definir lo que se quiere significar por «familia» es abandonar este
término en su uso con propósitos teóricos. Un representante de esta posición es
John Scanzoni y sus colaboradores quienes recomiendan que el concepto «la
familia» no debería volver a ser utilizado por los científicos sociales debido a que
es demasiado concreto, es decir, demasiado específico tanto históricamente como
culturalmente. En su lugar estos autores recomiendan utilizar el concepto de orden
superior de «relaciones primarias», bajo el cual pueden subsumirse diversas
clases de vínculos convencionalmente definidos como relaciones familiares. No
obstante, Cheal considera que la posición recomendada por Scanzoni y otros
presenta importantes déficits, puesto que es cuestionable que sea posible o
deseable evitar la influencia de la cultura en la teoría social mediante el uso de
palabras o frases esotéricas. Es más, según este autor, ese intento puede servir
para enmascarar la naturaleza de las influencias culturales, dificultando el análisis
y el debate de cuestiones teóricas. Es precisamente en ese contexto donde puede
caracterizarse la visión pospositivista de la familia como un elemento del
conocimiento cotidiano del mundo social que puede ser objeto de investigación por
las ciencias sociales . Según Cheal, desde esta orientación la familia es un
sistema de creencias cargadas moralmente que representan intereses
económicos y políticos en las relaciones sociales concretas. Representan este
acercamiento planteamientos como el de Beechey , para quien la familia es un
constructo mental producto de una ideología familista, o el de Bernardes , que
propone una nueva generación de estudios de la familia que desplace a «la
familia» de su estatus como una realidad que se da por supuesta. También Cheal
en este contexto afirma que no existe una forma universal de «la familia» y que «la
familia» es un término utilizado por los actores sociales para etiquetar aquellos
vínculos que se cree que involucran relaciones íntimas duraderas.