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Alcalde Presidente de la Insigne Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno,

Autoridades, hermanos cofrades, señoras y señores:

Fray Diego José de Cádiz, celebérrimo predicador de finales del siglo XVIII, recorrió
España entera contagiando de ardor religioso a las gentes que acudían a escucharle
fervorosas y expectantes. Su palabra, fácil y convincente, colmó de entusiasmo y
devoción las mentes y el corazón de cuantos cristianos asistían a sus especiales
misiones. Siempre delicado de salud (murió a los 51 años) y siempre preocupado por
su alma y la de los demás, escribió numerosísimos sermones y versos piadosos, amén
de un centón de cartas a sus confesores y guías espirituales. A través de una de esas
misivas, escrita después de alguno de sus numerosos viajes por Andalucía, podemos
imaginar a Fray Diego describiendo minuciosamente la circunstancia en que,
transportado por una mística fuerza, hace de la cruz su bandera y del Viacrucis el
camino físico de perfección espiritual:

Esta fue una función devotísima y muy solemne; es de suponer que en todo el pueblo
no había una sola Cruz por las calles, plazas ni campos; esto me movió a disponer, de
acuerdo con el Sr. Gobernador, muy amigo mío y hombre piadosísimo, sensato,
anciano, y ejemplar, el colocar la Santa Cruz en los sitios públicos. Para esto,
congregados los pueblos la mañana del día 27, revestido yo con alba y capa pluvial, y
acompañados de dos señores Vicarios, uno el de la misma Carolina, y otro el de Arjona
llevando cada uno su cruz de madera, labrada, como de a vara, y yo otra de a dos
varas y tercia de largo y de cuatro dedos de grueso, abrazado con ella, salimos de la
Iglesia con repique de campanas, y fuimos en forma de procesión cantando el Rosario y
nosotros tres rezando el Miserere y fuimos a un alto, como medio cuarto de legua de la
población, puse mi cruz clavada en tierra, hice la bendición solemne, como la trae el
Ritual Romano, y con ella las otras que traían los acompañados y otros sacerdotes, se
hizo la adoración y nos volvimos al pueblo, en cuyas plazas y sitios más principales
pusimos otras seis, con mucha devoción y consuelo de todos, llorando muchos de gozo
y ternura. Yo estaba con una alegría y lleno interior bastante notable; volvimos a la
Iglesia y se concluyó con el Te Deum, y a las doce subí al balcón y les hice una muy
devota plática de los misterios de la Santa Cruz, de la devoción y veneración que
debíamos tenerle, y de su mística inteligencia para nuestra enseñanza. Encargué se
pusiesen en todos los pueblos nuevos, y además que en cada uno se pusiese la Vía-
sacra, y así lo prometieron los Padres Curas y el Sr. Gobernador. Dios sea glorificado
por todo.

En la fecha en que se produce esta misión, la devoción de la Vía Sacra ya había sido
bendecida por varios papas y fijado su recorrido en 14 estaciones. “Particularmente los
franciscanos -escribe Luis Resines- n
. Inocente XII
con
,
Benedicto XIII, en 1726, hizo extensibles los privilegios a todos los fieles, aunque no
est
(en sus Advertencias, del

representa
. Posteriormente
tales indicaciones fueron confirmadas y aquilatadas por Benedicto XIV (el 10 de mayo
de 1742). Esta

estaciones en catorce, dispuestas en un orden preciso”.

Todavía en el siglo XVII, concretamente en 1699 se publicaba, firmada por el


franciscano Joseph Monteys, una Vía Sacra, cuyo santo ejercicio se consideraba propio
del tercer orden seráfico, en la que se contenían 24 estaciones muy pías y devotas para
predicarse a las cruces. No es que fuesen 24 las paradas que debían hacerse en el
desarrollo del acto, sino que las 12 estaciones establecidas hasta entonces tenían dos
posibles estacionarios distintos con dos explicaciones cada una. ¿Cuáles eran esas
estaciones? La primera, la sentencia de muerte; la segunda la cruz sobre los hombros;
la tercera, la primera caída; la cuarta, el encuentro de Jesús con su Santa Madre; la
quinta, la llegada de Simón Cireneo; la sexta, el lugar donde Jesús se encuentra a la
Verónica; la séptima la caída segunda en la puerta judiciaria; la octava la alocución a
las hijas de Jerusalén; la novena, la tercera caída; la décima el despojo de las vestiduras
y el ofrecimiento de vino mirrado; la undécima el lugar en el que fue clavado en la cruz
y la duodécima el agujero de la peña en que fue fijada la Santa Cruz. Los pasos entre
una y otra estación estaban escrupulosamente fijados por la tradición, siendo los
recorridos entre la sexta y séptima estaciones y entre la séptima y octava, los más
largos, ya que debían andarse 336 y 348 pasos y dos pies respectivamente para cubrir
las distancias entre el lugar en que Jesús se encontró con la Verónica y la puerta
judiciaria, y entre esta salida de Jerusalén y el lugar en que habló a las hijas de la
ciudad. La puerta judiciaria o puerta dorada era el más antiguo de los 8 accesos de la
urbe por donde la tradición aseguraba que entraría el mesías. Los apócrifos situaban
en ella el abrazo entre Ana y Joaquín al conocer su paternidad que tan bellamente
pintó el Ghiotto di Bondone. Después de la conquista de Jerusalén por Saladino en
1187 la ciudad pasó a manos de los mamelucos quienes la perdieron ante Suleimán el
magnífico, guerrero y legislador otomano que se encargó de reconstruir sus murallas.

La tradición asegura que, al emprender esa reconstrucción, no olvidó cerrar esa puerta
judiciaria para evitar que se cumpliera la legendaria profecía de que el mesías entraría
por ella. Dicha tradición parece contradecirse con el hecho de que, a fines del siglo XV,
en un libro de viajes que luego mencionaré, ya aparece un dibujo de la puerta tapiada,
y el autor del texto, B B : “N
dorada, por la cual Cristo entró el domingo de Ramos en Jerusalén encima del asna. No
dejan llegar hasta allá a ningún cristiano; empero, cualquiera de los peregrinos que
vuelto a ella sus ojos mirando, hiciere oración, gana indulgencia plenaria de todas las
culpas y defe ”

En 1486, por tanto, fecha en la que aparece la primera edición latina del libro, ya
estaba tapiada la puerta aunque Suleimán se encargara posteriormente de cegarla
para siempre.

Pero volviendo al tema de las estaciones y sus exactos recorridos, en realidad, el


recorrido completo de la vía sacra no se varió sustancialmente al añadirse las dos
últimas estaciones que completaban las 14, ya que éstas eran la bajada de la cruz y el
sepelio de Cristo y la soledad de María, que no suponían ningún desplazamiento para
quienes realizaban la procesión y sí una posibilidad de meditar contemplativamente
sobre dos momentos dolorosos y espirituales de la Pasión. A partir del breve aprobado
por Clemente XII en 1731, por tanto, quedaron fijadas definitivamente las 14
estaciones que diez años más tarde confirmaría su sucesor, Benedicto XIV, ordenando
que se observara sin limitación alguna todo lo dispuesto por el papa Clemente XII. Se
advertía, eso sí, a partir de la última disposición, que el acto fuese dirigido por un
predicador o confesor franciscano, que se leyeran respetuosamente las
consideraciones correspondientes a cada estación, que si el Vía crucis se hacía dentro
“ ”
podían seguir de la confusión entre las dos ceremonias, y finalmente que quienes
meditasen sobre la Pasión recorriendo esa vía sacra conseguirían las mismas
indulgencias que si visitasen personalmente las estaciones en Jerusalén. Es cierto que
el tema de la distancia que debía recorrerse de una estación a otra no se contemplaba
en los breves de los papas, L M “
no es necesario que los vía crucis tengan la misma distancia de pasos que tiene el vía
crucis de Jerusalén o que deba andarse hasta que se cumpla el dicho número de pasos,
sí empero será muy conveniente que las cruces se erijan en lugar capaz, con distancia
”. Esa recomendación se
publicó en 1758 en Madrid, traducida del italiano por el franciscano descalzo Fray
Julián de San José, y pertenecía a un Vía crucis explanado (o explicado), escrito por el
mencionado Leonardo de Porto Mauricio, en el que se detallaban los pormenores de la
correcta práctica de esta devoción y se aclaraban las dudas que podrían surgir en su
“ ” Dichas
dudas se establecían principalmente al preguntarse muchos cristianos por qué se
concedían tan grandes indulgencias a un ejercicio que a partir del breve de Clemente
XII podría ejecutarse fuera de los templos, corriendo el riesgo de afrontar los peligros
que esta práctica podía acarrear a quienes se distrajeran fácilmente con las
mundanales variedades que ofrecían las calles y los caminos, tan desviados de la
principal misión de la procesión que era, en palabras de Leonardo de Porto, recordar
“ z J sús desde la

¿Tuvo algo que ver la conquista de Jerusalén en 1542 por Suleimán y el supuesto cierre
de la puerta dorada, con la idea de que los cristianos pudiesen recordar la pasión de
Cristo en un lugar que no fuese la ciudad santa? Algunos autores lo sugieren, pero no
podemos olvidar que Álvaro de Córdoba, un dominico nacido en Zamora y profesor en
San Pablo de Valladolid, ya había recreado, tras un viaje a los Santos lugares en 1419
una vía dolorosa en la capilla del convento de Scala Coeli a las afueras de Córdoba. Y
un siglo más tarde, ya en 1517 dos frailes franciscanos, Angel de Linx y Lorenzo Morelli
intervinieron ante un comerciante de la ciudad de Romans, situada en el camino a
Paris, para que se creara una vía sacra física que reprodujera en siete estaciones o
pilares los principales eventos del camino de Cristo hasta el Calvario. La idea, pues, no
era única ni original: en Varallo, en Italia, y también en el camino de peregrinación
entre Loreto y Roma, los peregrinos ya podían contemplar desde hacía años, por
ejemplo, la última cena en figuras al estilo de la concebida por Leonardo da Vinci, o
participar junto con imágenes de los reyes magos en la adoración a Jesús niño en el
pesebre de Belén, como enseñó a hacerlo el mismo San Francisco en Greccio. Romanet
Boffin, el comerciante que promovió y construyó en su ciudad de Romans esa
reproducción de los santos lugares, confesaba que su recreación de la vía sacra estaba
inspirada en otra similar que él mismo había contemplado en Friburgo, de modo que
en los albores del siglo XVI, lejos de ser una novedad, eran muchas y diversas las
manifestaciones plásticas que comenzaban a situar el recuerdo de la Pasión en un
ámbito, no solo distinto al lugar en que se produjo, sino externo incluso a los templos
o emplazamientos sagrados, donde ya anteriormente podían contemplarse y
venerarse imitaciones de sepulcros de Cristo. Esta “ ”
denominaría la investigadora Kathryn Blair Moore, permitiría a cualquier persona, y en
particular a los peregrinos que recorrían con una motivación espiritual los caminos
europeos, involucrarse física y personalmente en una devoción tan antigua como
beneficiosa para el alma. Es cierto que tampoco convendría desvincular esos
beneficios, en forma de indulgencias por millones de días que se vendían en Romans,
en la Toscana, en Dobbiaco, en Friburgo, de la reforma solicitada por Lutero que
criticaba la cultura de reliquias e indulgencias que había provocado el uso viciado de
las mismas. Pero en cualquier caso, la costumbre del vía crucis, lejos de esas
polémicas, era defendida desde mucho tiempo antes por la orden de San Francisco
basándose en la tradición de que ya el santo practicaba una fórmula similar
peripatética acompañ “ orámoste Cristo y bendecímoste, que
z ” La tradición, por tanto, existía, pero es
innegable, sin embargo, que el Libro d´oltramare, del franciscano Niccolo da
Poggibonsi donde se narraba un viaje a los santos lugares entre 1345 y 1350 tuvo
mucho que ver en la definitiva vinculación de los franciscanos con la práctica del Vía
crucis. Ese viaje de Venecia a Jerusalén del fraile menor en que tan minuciosamente se
describían los caminos, los edificios, los parajes -incluso la información de que la casa
de la Virgen había sido destruida probablemente por los mamelucos en el siglo XIII-,
intrigaría a los peregrinos y los animaría a visitar los lugares que recorrieron los pies de
Cristo. El libro tuvo más de sesenta ediciones, muchas de ellas con interesantes
grabaditos en los que la imaginación permitía a un devoto situarse en tierra santa al
estilo de lo que Richard Ford haría popular siglos más tarde, en pleno romanticismo,
con sus readers at home, o lectores en casa…

Otros libros vinieron a añadirse a la bibliografía de viajes con abundantes detalles


textuales e iconográficos. Tal vez uno de los más populares fue el titulado Viaje de la
tierra santa, donde el ya citado Bernardo de Breidenbach, deán de Maguncia,
transcribió sus experiencias al realizar un periplo para alcanzar los santos lugares en
1483. Erardo Reuwich, dibujante y grabador de Utrech, le acompañó e ilustró con
preciosas imágenes el texto. El éxito del libro llegó a España, donde fue traducido y
ampliado por Martín Martínez de Ampiés, hidalgo aragonés muy vinculado a la orden
franciscana según desvela Pedro Tena en sus notas a la edición española del año 2002.
Leamos siquiera un breve fragmento de su texto para comprobar el interés del autor
: “D
donde Jesucristo fue crucificado, hay setecientos pies medidos. Hay una iglesia. Y
desde el suelo hasta arriba, donde la cruz fue asentada, tiene de alto 18 pies. El
agujero donde la cruz estaba puesta es de tal anchura que puede coger una cabeza
como la mía, que dentro yo puse. Y el color de la sangre muy sagrada de Cristo,
redentor nuestro, aún se ve en la escisión de piedra, la cual estaba a mano izquierda,
donde está hecho un altar muy hermoso. El pavimento o suelo de esta capilla y las
paredes son hechas de muy fino mármol y muy pintadas con doradura sutil y muy rica.
El lugar donde la cruz fue afirmada es una fosa de hasta dos palmos, y tan grande y
z z ” B
parte de la descripción con el siguiente texto que augura la posibilidad de extender el
recuerdo de la Pasión por todo el orbe cristiano: “¿No es maravilla que los peregrinos,
y cualquier devoto y fiel cristiano, haya gana y deseo de visitar lugar tan santo y de
tanta indulgencia donde Jesús, nuestro redentor, puesto en la cruz, redimió con su
muerte y sangre preciosa el mundo lleno de mancillas por culpas ajenas? Oh lugar
digno para poner sello a nuestra memoria, que si no podemos verle con los ojos, que
”…

Desde la aparición de ese Viaje de la tierra santa, muchos otros escritores,


principalmente franciscanos, escribieron y predicaron sobre el ejercicio piadoso del vía
crucis y, con total independencia de aquellos aspectos que por su descripción
paisajística o monumental estarían más relacionados con la literatura de viajes,
insistieron en el carácter verdaderamente espiritual de la costumbre, muy provechosa
para la salvación y fácil de llevar a cabo sin necesidad de ir a Tierra Santa. Ya en 1686,
Fray Buenaventura Tellado había dejado escrito en su Manojito de flores en tres
ramilletes: “E -se refiere al vía crucis- uno de los principales de mi
religión seráfica, como herencia derivada de Cristo y su purísima madre a los hijos de
San Francisco, su fiel traslado, a cuya vigilancia y cuidado fió la Santa Iglesia la
custodia, manutención y culto de los santos lugares de Jerusalén y toda la tierra santa.
Cumplieron y cumplen con tal desvelo, que en premio de celo tan seráfico, trasladó la
Santa Madre Iglesia los Santos Lugares (en el Vía crucis) a sus claustros, y de éstos a
todo el mundo, para utilidad y consuelo de todo fiel católico. No sufre la caridad vivir
sin comunicarse, y así, exploradores fieles de la ley de gracia, no contentos con solo
traer las señas de la tierra de promisión, se empeñaron en cargar con todas sus delicias
hasta introducirlas a l ”

Y :“
vía sacra, y cualquier cuadro, cruz, pintura, capilla o iglesia puesta y fundada en
cualquier parte del mundo por cualquier hijo o hija de alguna de las tres órdenes de
nuestro padre San Francisco en representación y memoria de aquellos santos lugares,
” N
B “
precauciones contra los que, presuntuosamente incrédulos o mal intencionados se
opusieren a éste o cualquier otro indulto y privilegio ”

La importancia de la voluntad y del interés personales en la práctica de la vía sacra,


independientemente del tamaño de la cruz portada o del lugar en que se hiciese el
recorrido, volvía a aparecer en el libro que Fray Francisco de Villanueva y Buitrago
escribía en 1772. En esa Instrucción de terceros escribía : “N
se encontrará algún hermano tercero tan simple que juzgue se ha de salvar con solo
vestir el hábito de la Tercera Orden. El hábito no hace al monje, sino la práctica de las
virtudes y pura observancia del instituto que profesa. La salvación no depende del
vestido: tan vestido de apóstol estaba Judas como San Pedro y no por eso se salvó, ni
…E
mundo son varios los caminos por donde se va a la Gloria. En todos está Jesucristo
llamando a que le sigan, y no los llama a todos por un mismo camino. A unos los llama
y lleva por el camino de San Pedro, a otros por el camino de Santo Domingo, a otros
por el de S F …L
cruz grande y pesada sino en llevar cada uno su cruz y seguir con ella a Jesucristo por el

Todos los textos precedentes y otros similares, por tanto, fueron el sustrato sobre el
que sembró Fray Diego José de Cádiz, mencionado al comienzo de este pregón, sus
misiones y su devoción a la cruz. Su predilección por este ejercicio queda patente en
muchos de los relatos que otros autores de su tiempo hicieron sobre él: “L
del año acompañaba al pie de la cruz a nuestra Señora las tres horas que el Señor
estuvo pendiente en ella antes de expirar; lo que repetía en otros días, y, en tiempo no
precisado a que fuese desde las doce del día hasta las tres de la tarde, las hacía cuando
podía de noche o de día; y lo mismo ejecutaba con el Víacrucis, acompañando a esta
Señora como si la viese en espíritu dolorida, amorosa y compasiva visitar los mismos
sitios de la Pasión de su santísimo Hijo; este santo ejercicio lo hacía de noche y de día y
en cualquier sitio o lugar, hasta caminando, según la posibilidad tenía, sirviéndole de
”.

La devoción de Fray Diego hacia el Víacrucis y la seguridad en los efectos que podían
obtenerse con su práctica le llevaron en una ocasión, en este caso en Estepa, a
predicar durante un sermón dedicado al perdón de los enemigos cómo debía el
cristiano comportarse con sus presuntos rivales, y todo ello la misma tarde en que le
contaron que una señora había recibido a un vecino con el que estaba enemistada
z “L -refiere Fray Diego- pero no me moví a cosa
alguna: Yendo ya por la calle para la plaza, y llevando el crucifijo grande reclinado
sobre el pecho y el brazo izquierdo, me sentí dar un vuelco el corazón y moverme a no
”…F D z
pueblo a que se arrepintiese de los odios que allí había, optó por retirarse
estratégicamente E “L
Cristo mi Señor a Judas, que siguiesen sus designios de ofenderle y aumentar sus
culpas. Y que en esta inteligencia me retiraba dejándolos en mano de su mal
…D e el pueblo de modo que algunos a voces decían
sus culpas y pedían confesión. Se hicieron desde aquella noche por todas las restantes
muchas procesiones de penitencia y Vía crucis. El clero por comunidad salió a las 10 o
más de la noche rezando el miserere z ”

Sabemos el éxito que tuvo y aún tiene el Miserere “T D


” 0
mucho tiempo a Fray Diego y que finalmente resultó ser del obispo Manuel Azamor
Ramírez. Probablemente no es casualidad que, tras la muerte del capuchino,
considerado como santo en vida y a quien sus biógrafos achacan hechos considerados
como milagrosos, algún seguidor fervoroso se aprovechara de la popularidad de la
traducción para incluirla en la bibliografía abundante de Fray Diego ya que el texto,
espiritual e inofensivo, sólo era expresión de una religiosidad sin tacha y mostraba, a
través de 20 preciosas décimas, el fino sentimiento y el sincero fervor de un prelado al
que las circunstancias políticas y terrenales alejaron de su propio país. No me parece,
sin embargo, que una traducción tan delicada y sensible como ésta tenga que ver con
el espíritu ardoroso y combativo que exhibió siempre Fray Diego. Bastaría con leer el
texto El soldado católico en guerra de religión para darse cuenta de qué poco
necesitaba el capuchino de Cádiz para tomar las armas y usarlas. En fin, como digo,
algo sabemos acerca de ese Miserere que todavía se canta en algunos pueblos de
España, pero ¿qué eran esas zaetas a las que se refiere Fray Diego? Parece indudable
que un tipo de canto muy ligado a las misiones, en forma de avisos o sentencias, se
interpretaba por las calles especialmente a lo largo del Viacrucis. En el mencionado
texto del siglo XVII denominado Vía Sacra y debido a Fray Joseph Monteys, se explica
de forma precisa cómo debe hacerse la procesión y desde la primera estación se
incluyen algunos versos que bien podrían ser cantados:

Considera alma perdida


que en aqueste paso fuerte
se dio sentencia de muerte
al redentor de la vida.
Alma, en este paso advierte
que has caminado perdida,
pues por tus culpas la vida

Maximiano Trapero, en su estudio ejemplar sobre la décima en el mundo hispano,


propone una serie de publicaciones sobre el Vía crucis que siguen un orden
cronológico empezando por un texto de Diego de Santiago, carmelita descalzo que en
1741 publica una Honra y provecho en el ejercicio sacro del Vía crucis, en el que cada

cantándolas o rezándolas -propone el autor-. Si quisieres, todas; si no quisieres,
algunas; y en fin serán muchas, para que si gustas escoger, tengas en qué; y si las
estaciones está ”

La primera estación comienza con los versos:


Contempla aquí a tu Señor
desnudo y avergonzado
y duramente azotado
solo por tenerte amor.
Mírale ya sin aliento
herido todo y llagado
deshecho, acardenalado,

En general casi todos los comienzos de esas canciones, saetas, zaetas o saetillas, como
se las denomina en diferentes publicaciones, incluyen las palabras “consideración” o
“contemplación” y sus versos se dirigen al alma para mover su emoción y provocar el
arrepentimiento sincero de sus faltas:

Considera alma perdida


que en aqueste paso fuerte
dieron sentencia de muerte
al redentor de la vida,
repetía el franciscano Antonio Arbiol en el Ejercicio santo del Vía crucis, publicado en
1777, siguiendo los pasos y las palabras de su hermano de orden Joseph Monteys. El
Estímulo de la devoción con las indulgencias concedidas a los hijos de la venerable
orden tercera de nuestro padre San Francisco, que incluye un método de visitar el vía
crucis, y publicado en 1820 en la imprenta de Roldán en Valladolid, publica unos versos
de la Pasión de Cristo para la vía sacra que comienzan:

Jesús tan afligido,


Jesús atormentado:
llorad pues, ojos míos,

En ese mismo libro se puede leer la forma en que se ha de practicar el sagrado


ejercicio y, una vez más, las excepciones que podrían darse:
“Visitando el vía crucis y meditando en la Pasión del Señor se ganan todas las
indulgencias plenarias y parciales concedidas a los que visitan las estaciones de
Jerusalén que consagró el Señor con sus sagradas plantas, con tal que dichas cruces
estén bendecidas y puestas por algún religioso francisco, predicador o confesor,
súbdito del general de la observancia, cuya concesión es del papa Inocencio XI por su
breve del 5 de septiembre de 1686, confirmada por Inocencio XII y Benedicto XIII,
Clemente XII y Benedicto XIV por su breve Cum tanta sit, de 30 de agosto de
…N V o dado en Roma el día 26
de enero del año de 1773 concedió a los verdadera y legítimamente impedidos de
poder visitar el Calvario, el privilegio de ganar las mismas gracias e indulgencias con tal
que, teniendo entre las manos un crucifijo de metal, bendito por prelado, aunque sea
local, de la orden de nuestro padre San Francisco, meditando en la Pasión de Nuestro
Señor Jesucristo, rezasen catorce paternoster y catorce avemarías y la estación

Y concluye con un apunte sacado de la tradición cristiana:


“La reina del cielo fue la primera que anduvo el viacrucis en el tiempo de la Pasión de
su Hijo, y después la frecuentó toda su vida. Así lo escribe el oráculo de Agreda (se
refiere a la mística y visionaria Sor María de Agreda) y así se lo significó Nuestro Señor
Jesucristo a la venerable Madre Antigua, a quien dijo: Al alma que me acompañase en
la devoción de la Vía Sacra, rezando mis estaciones y meditando en los misterios de mi
Pasión, la libraré de sus pecados y la favoreceré en vida y muerte; y en el lugar o casa
donde tuvieren esta devoción de la Vía sacra ampararé a todas las personas que
viviesen en dichas casas y lugares”.

Respecto al origen de todas esas tiras de versos que acompañaban cada estación,
M T “ de autoría aparece de una manera muy
liberal en esas reimpresiones, siendo el nombre del beato Diego José de Cádiz el más
frecuente, por la fama extraordinaria que alcanzó en vida como el misionero perfecto,
y más aún por el prestigio que tras su muerte l ”
Ya en el siglo XIX, pero con acentos barrocos todavía, aparece un texto cuya
importancia voy a reseñar por tratarse de la fórmula más apreciada y popular de todas
las conocidas y la que se ha seguido usando, especialmente en el medio rural, hasta
nuestros días. A las preces usuales que aparecen casi indefectiblemente en todas las
versiones del Vía crucis desde el siglo XVII, viene a unirse en este caso un texto
cantado cuya métrica y ritmo interno, lejos de poder ser considerados saetillas, no
fueron extraños a algunas invenciones de Calderón de la Barca. Antonio Alatorre, en su
obra Cuatro ensayos sobre arte poética denomina al esquema que sigue la
composición poético-musical “ M z ”
estructura interna que ya poseía una de las canciones más populares del barroco
español. El tema tomaba el nombre de Marizápalos con el que se conocía a María Inés
Calderón, hija adoptiva de don Pedro Calderón de la Barca y amante del rey Felipe IV.
El mismo Calderón utilizó de forma prolija esa fórmula que iba encadenando cuartetas
de 10 y 12 sílabas:
Despertad, despertad israelitas
ñ …

El esquema, muy del gusto de poetas posteriores, como Sor Juana Inés de la Cruz,
parecía ir -por su ritmo interno y sus cadencias- casi siempre ligado al sonido de una
guitarra, instrumento musical que estaba tratando en esa época de encontrar su
acomodo como instrumento de cuerda rasgueado y popular. El mencionado Antonio
Alatorre sug : “H
Salazar y Torres (se refiere a Agustín de Salazar y Torres, poeta soriano del siglo XVII).
Al final de la loa de El encanto es la hermosura, los personajes alegóricos celebran el
cumpleaños de la reina, cada uno en una cuarteta:

De ese trono de ardores divinos


estrellas hermosas, llegad y venid;
y constantes, amantes, brillantes,
c z z …”
Según Alatorre el esquema sigue sirviendo de cauce años más tarde para que poetas
como Gustavo Adolfo Bécquer, Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez expresen en sus
obras respectivas elevados sentimientos. Estaríamos hablando, por tanto, de un
contrafactum basado en un esquema que resulta tan familiar al oído de los españoles
que invita a repetirlo y usarlo con éxito. La costumbre de "contrahacer" es antiquísima.
El contrafactum es, desde la época de la liturgia visigótica, un poema que se canta
sobre la base de una melodía popular adaptada a la medida del texto. Nebrija
mencionaba en su vocabulario la palabra "contrahazimiento" con la significación de
imitatio o representatio, o sea imitación o representación. El hecho de "contrahacer"
llevaba consigo dos actividades: concebir una idea (también se podría aceptar que la idea
fuese de otro) y ajustarla a un molde ya existente que, como he dicho, se usaba como
modelo. Cualquier cancionero de romances que eligiésemos del siglo XVI español nos
serviría como ejemplo porque siempre aparecerían en sus páginas las palabras
"contrahecho", "mudado" o "trocado" para definir una acción que permitía transformar
un modelo previo en una nueva canción. Es evidente que ese acto de birlibirloque servía
para modificar o sustituir un texto con muy poco esfuerzo y que las melodías o esquemas
melódicos que constituían la base de ese acto de magia tenían que ser necesariamente
tan familiares como populares para poder llevarlo a cabo con eficacia. El
contrahacimiento, desde su origen, por tanto será un recurso por medio del cual una
persona, generalmente un comunicador, tratará de ajustar sus ideas a un metro
preestablecido para comunicar algo más eficazmente: bien por la vía de una
transformación calculada del modelo anterior, bien con la fuerza de una nueva
propuesta, dando valor intelectual o emocional a sus argumentos.

Pero volvamos al texto del Vía crucis. La fórmula a que me vengo refiriendo, la más
popular repito de las practicadas en los últimos tiempos, se denomina en casi toda
E ñ “E ” aludiendo a la palabra con la que comienza:

Poderoso Jesús nazareno


de cielos y tierra rey universal
Hoy un alma que os tiene ofendido

El autor anónimo de este Vía crucis recurre a una especie de diálogo entre el alma y el
mismo Jesucristo, quien la interpela directamente siguiendo un relato de la Pasión
ajustado a la tradición cristiana y a las estaciones que se fijaron desde el siglo XVIII.
Cristo contesta al propósito de enmienda del alma con las siguientes palabras:

Jesucristo piadoso responde


diciéndole al alma: -¿Quieres acertar
a servirme? Procura contrita

Tras las primeras recomendaciones, comienzan las glosas que irán comentando uno a
uno todos los pasos del Salvador hasta llegar al Calvario:

Del pretorio a casa de Pilatos


será la primera estación que andarás
y verás que azotaron mi cuerpo

Estos versos decasílabos y dodecasílabos se enriquecen progresivamente con una


consideración añadida z “ ”…
Sígueme y verás
Que Pilatos sentencia de muerte
me dio, procurando al César agradar.

La segunda estación es adonde


apenas oyeron la sentencia dar
los verdugos la cruz me pusieron

El autor, probablemente un franciscano, echa mano de innumerables recursos, del


mismo modo que aprovechó un esquema rítmico muy español, para ir acentuando
rígidamente los versos de diez en las sílabas tercera, sexta y novena y los de doce en la
segunda, quinta, octava y duodécima. Si nos fijamos, es el mismo esquema que se
repite en otros Ví z “A ñ D cual vil
asesino llevado ante el juez” en temas tan conocidos como aquel rosario de la
aurora que se vino a hacer popularísimo en toda España con el título de “Los
campanilleros”. El martilleo de la acentuación que podría generar fastidio -en opinión
de Alatorre- y que probablemente era reforzado con el sonido de la campana de mano
del muñidor de la cofradía, se enriquecía en el caso de la versión grabada en 1929 por
Manuel Torre con algunos melismas personales que tres años más tarde fijaría
definitivamente la Niña de la Puebla y que eran imposibles para el canto colectivo de
los hermanos. Que estos rosarios de la aurora fueron popularizados también por los
franciscanos, queda patente en algunos versos:

El demonio como es tan astuto


en una avellana se quiso meter
y vinieron los padres franciscos
z…

En fin, a través del breve recorrido que hemos realizado por la historia del Vía crucis
hemos podido observar una piadosa costumbre, la de rememorar los hechos de la
Pasión y muerte de Jesucristo, considerada como un ejercicio devoto a partir de su
difusión y encarecimiento por parte de la orden franciscana. Desde mediados del siglo
XIV, la orden se hizo cargo del Cenáculo en Tierra Santa, obsequio del rey Roberto I de
Nápoles en 1333, y continuó su labor doctrinal, añadiendo a su presencia física en unos
lugares que según las épocas supusieron un peligro incluso para la vida, una labor
apostólica por medio de la práctica de la vía dolorosa, vía sacra o camino de la cruz.
Numerosos escritores y predicadores, tanto de la orden de San Francisco -incluyendo
los menores capuchinos y los terceros- como de otras, implicadas en la difusión del
ejercicio piadoso del Vía Crucis, colaboraron con gran número de publicaciones y
misiones a hacer más popular la devoción.
El centenario que se cumplirá el día 30 de este mes merecerá seguramente
publicaciones o conferencias que reflejen la importancia de una costumbre que se ha
mantenido a lo largo de una centuria, con los altos y bajos lógicos en una devoción que
depende de personas e instituciones vivas y activas. No estará de más, sin embargo,
que dedique unas palabras al hecho que dio origen al vía crucis procesional que todos
los años se celebra en Valladolid dentro de los actos de su Semana Santa, patrimonio
cuidado especialmente por las venerables cofradías y orgullo para toda la ciudad.

El 30 de marzo de 1919, en la localidad santanderina de Limpias, finalizaba la misión


que había sido conducida por los padres capuchinos Anselmo de Jalón y Agatángel de
San Miguel. La misión había sido costeada por Carolina del Rivero, oriunda de Limpias
y viuda de José Domingo Reyes Medrano. Después de la comunión en la misa del día
30 se produjo una serie de hechos extraordinarios que dieron origen a la devoción,
difundida después por toda España, al Cristo de la Agonía que se veneraba en la iglesia
parroquial de San Pedro de la localidad de Limpias. Asistentes a la misión hablaron de
la entrañable y cariñosa despedida que se organizó al salir los padres Jalón y San
M “E riño hacia los padres
capuchinos -escribe el padre Andrés de Palazuelo, profesor de Montehano-, muchas
fueron las personas que grandemente sobresalieron, siendo digna de especialísima
mención la virtuosa y prudente señ L zM R ”

María Luz Medrano del Rivero, muy relacionada con la familia Herrera Oria, con uno de
cuyos hermanos se casó (en concreto con Francisco), no solo se destacó en hacer más
emotiva aquella despedida sino que probablemente tendría bastante que ver en la
elección de Valladolid -en cuyo Colegio de San José estudiaron todos los hermanos
Herrera Oria- como ciudad en la que se celebraría justo un año más tarde el vía crucis
procesional cuyo centenario ahora se conmemora. Tampoco se puede olvidar que el
Diario Regional, creado en 1908 por Justo Garrán, envió un corresponsal a Limpias
para que se hiciera eco de los sucesos. Finalmente, y por ser fieles a la historia,
habremos de recordar al Cardenal Pedro Segura, por entonces Obispo de Apolonia y
candidato frustrado a la sede de Valladolid, sede que pasaría de Cos a Gandásegui.
Segura fue, después de dos visitas a la localidad de Limpias, el creador de la Asociación
del Santo Cristo de Limpias, similar a la que ya existía en Valladolid del Cristo
agonizante o de la Buena Muerte. La prensa de la época -recurriré tan solo a la primera
página del Norte de Castilla del 30 de marzo de 1920-, expresaba su satisfacción por
los cánticos que acompañaron a la procesión, interpretados por 150 tiples del Colegio
de la Sagrada Familia, de H E “L -
escribía el gacetillero- saldrá a las 8 de la noche de la iglesia de la Cruz y practicando el
ejercicio del Vía Crucis recorrerá las calles de Macías Picavea, Angustias (hasta la
iglesia), Libertad, Fuente Dorada, Quiñones, Lencería, Plazuela del Ochavo y Platerías.
Al llegar la procesión a la iglesia de las Angustias, la cofradía de este nombre sacará a la
puerta de aquella la veneradísima Virgen de los Cuchillos, y ante el grupo formado por
ésta y nuestro Señor crucificado, se rezará la cuarta estación del Vía Crucis. Terminada
S ”

Finaliza el periodista -y yo también- “


de la piadosa hermandad, reina gran entusiasmo y fervor por concurrir a esta
S S ”

Ese ha sido también mi principal interés al aceptar la amable invitación del Alcalde de
esta insigne cofradía para pronunciar este pregón. Muchas gracias por su amabilidad al
escucharme y buenas noches.

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