Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1
Emma Catalá de Princivalle. “De la educación de los niños”
instrumental. La “disciplina” o tiras de cuero en forma e manojo o sujetas a
pedazos de madera, permitía azotar las piernas y las nalgas; la “palmeta”, de
“madera dura y muy pesada o de cuero doble de vaca perfectamente cosido”,
flexible, variaba de 20 a 50 centímetros y tenía la pala o parte más ancha llena
de agujeritos que levantaban ampollas en la carne; a menudo era sustituida por
instrumentos más fáciles de obtener, el rebenque o una vara de membrillo; la
regla, de instrumento de medición se transformaba a la menor indisciplina en
instrumento de corrección castigando la yema de los dedos; el maíz usado
como piso de las rodillas del niño hincado; el gran buche de agua con
prohibición de expelerlo o tragarlo y teniendo que respirar por las nariz durante
mucho tiempo…, y otras mil formas de provocar dolor físico, que el sadismo de
seguro sugirió, como los sencillos golpes en la cabeza con la mano y las
“patadas” en el pecho que todavía practicaba un maestro de Maldonado en
mayo de 1877. Los “castigos afrentosos”, por ejemplo, el niño colocado en un
rincón del salón de clase con orejas de burro, denotaban otra vez lo que ya
vimos en el derecho penal “bárbaro”, la conversión en espectáculo público de la
humillación y el dolor individual.
A veces el refinamiento era mayor y se procuraba aterrorizar el alma con la
prisión del cuerpo o las amenazas. El encierro de los niños “desobedientes” era
frecuente; en 1868, los vecinos de Fray Bentos denunciaron que el maestro de
la escuela tenía “junto a su pupitre, un gran cajón de madera, donde encerraba
durante horas enteras a los niños inquietos, barullentos y haraganes”. Las
abstinencias y la reducción a pan y agua de la dieta infantil eran, en realidad,
tanto un castigo físico como la imitación de la penitencia más habitual que los
padres imponían a sus hijos “inquietos, barullentos o haraganes” […].
Frecuentemente también se prohibía salir de clase “para hacer aguas
mayores”; […].
Esta escuela era vivida por los niños como una “prisión” y el maestro
considerado un “verdugo”. Los niños a veces se evadían y respondían
agresivamente, como lo hizo a principios del ochocientos, el joven Manuel
Oribe. Cuando su maestro le impuso un fuerte castigo, Manuel le arrojó un
tintero, ganó la puerta de calle, se fue a su casa corriendo “y hallando un
caballo ensillado de uno de los peones del las estancias de sus padres, montó
en él y se escondió por los alrededores de Montevideo”. Lo hallaron tres o
cuatro días después.
Salud e higiene
2
José H Filgueira. Emma Catalá Princivalle: “Lecciones de economía doméstica” Lección II. Programa de
economía doméstica vigente entre 1897 y 1914.
recompensa de ser querido por las autoridades), he ahí las nuevas bases de la
felicidad personal.
La “higiene” fue mostrada por la ideologizada Medicina como la condición
previa de la salud. Esta idea pasó a la escuela y a la sociedad entera, si es que
no se originó en esta más que la observación científica.
Las “Lecciones de Economía Doméstica” enseñadas a las niñas fututas
“amas de casa”, eran minuciosas en el capítulo sobre la limpieza que debía
observarse en la casa, en la ropa, en la persona, en los alimentos, en fin “en
todo lo que nos rodea, nos cubre y nos nutre”.
“El aseo personal” completaba el de la casa del Novecientos. La “civilización”
lo transformó en la “tarea diaria a que debemos acostumbrarnos desde niños
para que se forme en nosotros un “hábito”.
p.248 a 251
La Medicina convirtió en Ciencia -en Higiene- lo que era antes que nada un
rasgo de la cultura y así fue una de las fuentes ideológicas de aquella
sensibilidad “civilizada”.
En sus vidas privadas, los médicos casi siempre transformaron en obsesión
las recomendaciones personales que hacían a sus pacientes y fueron así las
primeras “víctimas” de su propio saber. Muchos practicaron en su vivienda y en
sus consultorios la microbiofobia. Los Consejos de Higiene recomendaban en
épocas de epidemias desde por lo menos la década de 1860, “cuidar de la
limpieza del cuerpo, de los vestidos y de la habitación. Ventilar las
habitaciones…”3
La salud fue equiparada con el poder sobre el cuerpo, es decir, con el
cuerpo al servicio de una vida laboriosa y larga y no de sí mismo. El mal era la
debilidad física, campo propicio para la enfermedad, definida como un
“empobrecimiento” de la sangre y los órganos más que como un
funcionamiento atípico. Esta ética no juzgaba al cuerpo desde el cuerpo, sino
desde afuera, como lo que se podía lograr de él para fines que no eran
estrictamente los de su gozo.
El vigor, la fuerza, la “riqueza” del cuerpo, eran los bienes a obtener, y su
debilidad, su “pobreza”, el mal a exorcizar. El reinado de la tuberculosis
3
Eduardo Acevedo: “Anales Históricos del Uruguay, Montevideo, Barreiro y Ramos, 1933, p. 498.
alimentó esta concepción. La idea burguesa del cuerpo, como un lugar de
combate entre la pobreza y la riqueza, la remató.
Las clases dirigentes también proclamaron el nexo sutil que según ellas
existía entre salud, limpieza, orden y moral. José Pedro Varela lo dijo en 1867
en “La educación del pueblo”. Los programas de “moral” debían demostrarse a
los niños: “Las ventajas de la limpieza como higiene, como cultura física, como
respeto propio y respeto por los demás”, pues donde había desorden había
desaliño y suciedad.6
4
“Anales de instrucción primaria”, Tomo II, Montevideo, Escuela Nacional de Artes y Oficios, 1904, p.
625.
5
“El Siglo”, octubre a diciembre de 1896: Aviso del Elixir tónico antiflemático preparado según fórmula
del Dr. Guillié, París.
6
José Pedro Varela, “La educación del pueblo”, Tomo I, pp.250-2051.