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Esc.

Normal Superior Tomás Godoy Cruz


Profesorado de Lengua y Literatura
Taller de Prácticas Discursivas
Prof. Marta Castellino

La dualidad
en
Ceremonia Secreta
de
Marco Denevi

Alumna: Luciana Silvia Flotts


Curso: 2° 1°
Año: 2013

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En el discurrir de la historia contada en Ceremonia secreta se puede observar cómo la
protagonista, Leónides Arrufat, posee una doble personalidad, este fenómeno de
dualidad también se observa en el discurso que realiza Denevi en la obra. El presente
trabajo pretende demostrar esta hipótesis con ejemplos propios de la obra y realizar un
breve recorrido por la obra y el autor.

El autor
Marco Denevi nació en Sáenz Peña, provincia de Buenos Aires, el 12 de mayo de 1922
y falleció, en la misma provincia, el 12 de diciembre de 1998.
Fue un gran cuentista, dramaturgo y periodista. En 1986 profirió una frase que lo
definiría claramente: “vivo de lo que escribo, pero no todo lo que escribo es literatura.
Incluyo periodismo, guiones de televisión y de cine”.
Su primera gran obra fue la novela “Rosaura a las diez”, escrita en 1955. Cinco años
después escribió la novela de la cual me ocupo en este trabajo. Una de sus creaciones,
“Los expedientes” (1957), fue premiada con el Premio Nacional del Teatro,
convirtiéndolo en un gran dramaturgo. También se destacan “Falsificaciones” (1966),
“Un pequeño café” (1966), “El emperador de la China y otros cuentos” (1978) y
“Manuel de historia” (1985), entre otras.

La obra
El año en que fue escrita, “Ceremonia secreta” (1960) recibió el primer premio en el
concurso de cuentos de la Revista LIFE y tiempo después, en 1968, fue llevada al cine
por el director Josep Losey, a través de las interpretaciones de Elizabeth Taylor, Mía
Farrow, Robert Mitchum, Peggy Ashcroft y Pamela Brown.
Posee algunas características de la novela gótica del siglo XIX, los espacios
amenazantes, como los lugares de encierro, caserones antiguos abandonados, como la
casona de la calle Suipacha; los personajes siniestros, como Leonides y Cecilia. Se
observa el recurso de la dualidad, tan presente en novelas de este tipo como “Dr. Jekyll
y Mr. Hyde”, “Frankenstein” y “Drácula”.
Además, el espacio que describe el autor son verdaderas joyas de clásico realismo.
Como sostiene Fernando Alegría, nada falta en sus descripciones: ni las casonas, ni los
olores, ni el río, ni el tranvía. Es fácil encontrarse en los escenarios pintados por Denevi
con majestuosa precisión. El Realismo surge en el siglo XIX como reacción al

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Romanticismo, a causa de la difícil situación que se vivía en Europa por las
desigualdades sociales provocadas por la creciente industrialización. Vuelca su atención
a la realidad cotidiana y pretende reproducir la época en que se vive en forma sencilla.

En lo que a la interpretación narrativa se refiere, el narrador está tercera persona y


es omnisciente, no se incluye en la historia pero la domina completamente así como los
pensamientos, el pasado y el futuro de los personajes. La focalización que realiza es
externa, todo es mostrado desde fuera de la diégesis. Respecto al modo de narración,
Denevi utiliza mayoritariamente la diégesis, o sea, cuenta hechos, lo que le sucede a los
personajes, pero en una ocasión, cuando charla Anabelí con Encarnación y Mercedes, el
narrador utiliza la mímesis, es decir construye el relato con los diálogos de las tres
mujeres. En lo que respecta al tiempo el orden del discurso es igual al de la historia.

La novela discurre a través de los cambios de personalidad que realiza la protagonista


Leonides Arrufat, una solterona, que viste de negro y usa un anticuado sombrero. Sale
de su casa, antes del amanecer, y realiza una especie de ritual varias veces, reparte
distintas plantas en las casas de su barrio, con distintos objetivos y profiriendo una
especie de conjuro. Al llegar a la casa de Natividad González, una mujer de la vida, para
dejarle una ramita de ortiga a modo de invitación para que se mude, ésta sale de la casa
y la insulta de pies a cabeza.
[...] Al llegar a la casa de aquel niño paralítico que una vez le había sonreído
depositó sobre el umbral de la puerta de calle una flor de pasionaria, inclinó la
frente, y en voz alta rezó: “Oh, Señor, a cuya voluntad corren los momentos de
nuestra vida, acoge las ruegos y ofrendas de tus siervos, que te imploran por la
salud de los enfermos, y sánalos de todo mal”
Siguió caminando.
En el balcón de la casa de Ruth, Edith y Judith Dobransky puso una rama de
vincapervinca atada con una cinta rosa, y oró: “Que el Dios de Israel sea el
tabernáculo de tu virginidad, oh doncella, y te salve de las tentaciones de la ser-
piente”.
Siguió caminando.

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Arrojó tres hojas de cineraria en el jardín de un chalet frente al cual, varios
días antes, había visto detenido un cortejo fúnebre, y en un intrépido latín musi-
tó: “Requiem ae ternam dona eis, Domine, y lux perpetua luceat eis”.
Siguió caminando.
Ahora le llegaría el turno a Natividad González. A esa mujerzuela le dejaba dia-
riamente, desde hacía meses, una ostentosa rama de ortiga.[...]
Hasta ese momento vemos a la primera Leonides y a la siguiente la conoceremos
gracias al encuentro, en un tranvía, con Cecilia Engelhard.
Esta aturdida muchachita la toma por su madre, Guirlanda Santos, que ha muerto ya
pero no en la mente de Cecilia. Nuestra solterona se escapa al principio de la errante
“muñequita”, como la llamará luego, pero finalmente le sigue el juego y la acompaña
hasta su casa.
En la vetusta casona de Suipacha al 78 y ya en la habitación de la difunta, Leonides se
transforma, poco a poco, en ella, se deja llevar por el placer que le producen las
atenciones que le prodiga Cecilia. ¿Es ella o es la otra? Se mira en el espejo cómplice de
sí misma.
[...]La señorita Leonides decía: “Cecilia, hijita”, y ya no tenia la sensación
de estar usando un lenguaje postizo. Cecilia exclamaba: “Mamá, mamá”, y la
señorita Leonides ya no advertía, debajo de ese llamado, el hueco que antes lo
dejaba bailando en el aire como una hoja seca. Porque el espíritu también funda,
como la carne, más que la carne, sus propias filiaciones.
Salían juntas de paseo, tomadas del brazo. Se sentaban a una mesita, en la
vereda de alguna confitería de la Avenida de Mayo, sorbían morosamente un
refresco, miraban pasar a la gente. O entraban en los cines de Lavalle, asistían al
desfile de aquellas imágenes siempre demasiado veloces, salían como borrachas,
durante todo el día comentaban lo que habían visto. (Claro que, conforme la
señorita Leonides tenía ocasión de comprobarlo, a menudo Cecilia no captaba ni
el carozo ni la corteza del espectáculo. Pero, ¿qué importaba? ¡Se la veía tan feliz
en su luneta, riéndose y chupando caramelos!).
Juntas, siempre juntas. Ahora la señorita Leonides vestía de gris, de blanco,
de azul. Las mejillas se le redondeaban. Había engordado. Se parecía más que
nunca a Guirlanda Santos de hacía diez años (Cuando Belena la vio por última
vez en vida). Y a su lado, pulcra, obediente, una perla, la muñequita de cara de

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aldeana y gran peluca rubia traqueteaba denodadamente sobre sus piernecitas
mecánicas.
“Señor, Señor”, rogaba la señorita Leonides, “no me prives de esta
felicidad”.
Tenían la casa como un espejo. El hedor a podredumbre y a medicamentos
había sido aventado. Entre, las dos preparaban arduos platos inéditos que
después devoraban alegremente en la cocina.
Festejaron Navidad con un banquete. La señorita Leonides, dando rienda
suelta a fantasías mucho tiempo postergadas, decoró el comedor hasta volverlo
irreconocible. Sobre la mesa desplegó una imponente orografía de golosinas.
Tomaron champán. Se rieron a carcajadas. La señorita Leonides se puso a bailar
sola y a arrojar besos a una imaginaria concurrencia. Como siempre, terminó
llorando.
“Señor, “Señor”, suplicaba la señorita Leonides, “no me quites esta
felicidad” [...]

Aquí vemos claramente la dualidad que mencioné. La cual también se refleja en el


léxico de la obra, en el uso doble de la misma palabra en distintas ocasiones: desayuno-
desayuno, nadie- nadie, por favor- por favor.
Y no, no. Paradójicamente, la muchacha no sólo no rompió a llorar, sino que
emitió una risita aguda y barboteó:
—Desayuno, desayuno.
Hizo un ademán como pidiéndole a la señorita Leonides que esperase, y salió
precipitadamente.
Cecilia también la experimenta, es otra, pero no una persona distinta sino ella misma
pero actuando como si estuviera en otro tiempo.
Otro hecho provocará que la protagonista adopte otra personalidad, la de Anabelí
Santos, la prima de la pobre Guirlanda. Este suceso se produce con la visita Encarnación
y Mercedes, amigas de la difunta, cuando Leonides las ve robando objetos en la sala de
la casa. Inesperadamente, cuando estas se han marchado le pide la dirección a “su hija”.
Al otro día decide ir a verlas. Una de ellas se aterroriza al verla ataviada con la ropa de
Guirlanda y la confunde con la muerta. La otra incrédula la interroga y es ahí cuando a

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Leónides se le ocurre el personaje de la prima. En esta charla, también se saca algunas
dudas que tenía sobre Cecilia.
Leonides regresa a su casa y allí decide que ella no abandonará a Cecilia como lo
hicieron primero su madre, luego Fabián, después de aprovecharse de ella, y después
Belena.
La encuentra en posición fetal, esperándola en la puerta de su casa. A partir de ese
instante viven unos pocos momentos de felicidad, “pero una inexorable herrumbre
atacaba ya a toda aquella doradura”, con estas palabras nos introduce Denevi en el
desenlace de la novela.
Cecilia enferma, la atiende un médico y se enteran de que estaba embarazada. Pero la
muerte sigue rondando a la familia ya que no podrán sobrevivir los dos, llegado el
momento deberán elegir entre la vida de uno o de la otra.
Un día durante su agonía y mientras Leonides la cuidaba Cecilia despierta de su letargo
y también de su desvarío, se sitúa en tiempo y espacio y le cuenta a Leonides qué le
había sucedido realmente y el porqué de su desvarío. Cuando murió su madre su prima
Belena se vino a vivir con ella y como era la única sobreviviente de las Santos además
de Cecilia, contrató a tres hombres para que la mataran. Uno de ellos enamoró a Cecilia,
aprovechándose de su soledad pero llegado el momento no pudo matarla, ingresó a su
casa con los otros dos malvivientes, violaron a Cecilia y le robaron todas las joyas y
monedas que tenía en el cuarto de su madre. La encerraron y desde su cuarto oyó a los
delincuentes hablar de la complicidad de Belena. Y así ella ese día perdió la cabeza y
terminó resguardándose en una mujer que encontró en la calle y adoptó como a su
madre.
Cecilia muere y también su bebé, inmensamente dolida Leonides planea la ceremonia
secreta para vengar tan injustas muertes. Recuerda que una de las amigas de Guirlanda
le contó que Belena se enteró del fallecimiento de esta a través del diario, entonces
decide realizar una publicación sobre el deceso de Cecilia. Prepara el velorio y la
espera.
Cuando esta llega, junto a los féretros de Cecilia y su bebé, la asesina con un
estilete. Se saca la ropa de Guirlanda, se viste nuevamente de Leonides y se marcha. De
esta forma hace justicia por aquella hermosa muñequita que tan injustamente había
sufrido hasta el último de sus días sin merecerlo.

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En conclusión, como hemos podido observar, la hipótesis de la dualidad, planteada al


principio de este trabajo se cumple. No obstante, me parece importante aclarar que es
más amplia de lo planteado ya que la dualidad se observa también en Cecilia. Ella actúa
como una Cecilia del pasado, tiempo en el que su madre aún vivía.

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BIBLIOGRAFÍA

 Denevi, Marco. (1994) Ceremonia secreta. Buenos Aires: Ediciones Corregidor.


 Solo literatura. Literatura hispanoamericana.com. Marco Denevi.
www.sololiteratura.com
 Monografías.com. Ceremonia Secreta. www.monografías.com
 Decine21.com. Ceremonia secreta. www.decine21.com
 Saint André, Estela y Rodón, Adela. (1997) “Semiótica y Pragmática”. En Leer la
novela hispanoamericana del siglo XX. UNSJ.

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