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INDICE

INTRODUCCION

DESARROLLO DEL TEMA

 EL HOMBRE EN LA POSMODERNIDAD

2.1. Antecedentes: crisis de la Modernidad

2.2. Concepto de Posmodernidad

2.3. Tres fuentes teóricas del Posmodernismo

2.4. Neoliberalismo y Posmodernidad

2.5. La condición posmoderna

2.6. Los ideales de la Posmodernidad

2.7. El hombre posmoderno

CONCLUSION

BIBLIOGRAFIA
INTRODUCCION

Sin duda la , posmodernidad es referirse a un tema quizá poco abordado y discutido en América Latina y en
particular en nuestro país. Se habla y se escribe sobre el proyecto neoliberal pero escasamente se discute en
torno al discurso de la Posmodernidad. Resulta no ser todavía un tema recurrente y socorrido por intelectuales
y escritores de esta región.

Desde que en 1980 Jurgen Habermas escribiera en contra del posmodernismo acusándolo de proyecto
conservador, diferentes pensadores de Europa y Estados Unidos han hablado de una cultura posmoderna,
algunos para atacarla y otros más para justificarla y defenderla.

En el presente trabajo se aborda pues este tan polémico tema con el fin de analizar su origen, los principios
teóricos que lo rigen, el marco o contexto histórico en el que se desarrolla y sus implicaciones para América
Latina. Claro está, tal objetivo requerirá de un juicio valorativo personal con el que el lector podrá o no estar
de acuerdo; que por cierto, para este momento histórico ya no resulta tan apremiante.

Así pues, el trabajo se dividió en tres partes o capítulos claramente identificados y entrelazados entre sí por
una lógica interna que subyace en toda la propuesta, con el propósito de lograr, hasta donde fuera posible el
logro del objetivo general anteriormente enunciado.

Así tenemos que en el capítulo I se hace una revisión del llamado proyecto de modernidad iniciado con la
Ilustración y sustentado en tres principios básicos: la razón, el orden y el progreso. Aquí se presenta la
modernidad como el gran proyecto utópico ideado con el fin de lograr el desarrollo de las naciones, pero que
en su afán de construir ese futuro promisorio se pierde entre las sombras de la destrucción por el mismo
generadas. Quizá para algunos resulte innecesaria la referencia a la modernidad; sin embargo, no hay que
perder de vista que el posmodernismo no puede entenderse sin su referente inmediato, la modernidad.

En la parte número dos se entra de lleno en el análisis del Posmodernismo: qué es, qué características tiene,
cómo se ha ido generando, qué consecuencias e implicaciones en el orden de lo teórico y de la vida cotidiana
ha tenido para el ser humano, etc. Para Jameson, por ejemplo, la cultura posmoderna no es otra cosa más que
la lógica de lo que él llamó “capitalismo tardío”. Folster, por ejemplo, distingue dos tipos de Posmodernismo:
el de reacción y el de resistencia. Y así sucesivamente.

Dentro de este mismo apartado se ha tenido que hacer referencia al proyecto neoliberal como el gran telón de
fondo que sirve para contextualizar económica, política y socialmente la cultura posmoderna.

En la parte tres del trabajo se hace un estudio, reflexión y valoración sobre las implicaciones de la modernidad
y la posmodernidad en América Latina. Sobre todo en el ámbito cultural, la pregunta resulta inminente: ¿de
qué manera América Latina podrá hacer frente en los próximos años el reto de la globalización sin tener que
renunciar a su identidad étnica, racial y cultural? Cuestionamiento por demás apasionante y difícil de
esclarecer.

Finalmente, es necesario señalar que el presente trabajo pretende ser una modesta pero significativa
aportación sobre el tema en cuestión. Hubo, sin duda alguna, un esfuerzo por agotar bibliográficamente el
tema. Se abordó con la disciplina, profundidad y seriedad necesarias. En fin, pretende ser una invitación a
todos aquellos curiosos académicos y estudiantes que en sus largas horas de búsqueda quizá no se han topado
con alguna obra que traté de integrar tópicos como: modernidad, neoliberalismo, posmodernidad, capitalismo
tardío, etc.
EL HOMBRE EN LA POSMODERNIDAD

2.1. Antecedentes: crisis de la Modernidad

Hay quienes hablan de “el final de la historia”, en especial los de la escuela neohegeliana que ven en el
declive de la guerra fría y la universalización de la democracia liberal occidental las condiciones históricas
para la disolución del llamado Estado-nación.

Para los defensores de esta interpretación, la revolución que en 1989 tuvo lugar en países como Alemania
Oriental, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y en la Unión Soviética ha confirmado la emergencia
del “Estado homogéneo universal”, en el que todas las contradicciones anteriores son resueltas y todas las
necesidades humanas satisfechas.

Entonces, para esta interpretación ya no hay más luchas y conflictos en torno a los grandes problemas. Lo que
persiste, según ellos, es la actividad económica: “se proclama el triunfo del liberalismo sobre el fascismo y el
comunismo, y se presagia la muerte en un futuro no muy lejano, de las diferentes formas de nacionalismo y
de conciencia étnica y racial”.

Se trata pues de la culminación de los procesos de globalización, de la ruptura de fronteras, de la


consolidación de los procesos de libre comercio y de la ratificación de la llamada economía de mercado.

Planteadas así las cosas pareciera que el proyecto de modernidad llegó a su máximo esplendor, a su
realización plena. Sin embargo, no hay que perder de vista la dialéctica de la modernidad, las contradicciones
que a lo largo de su existencia fue generando y reproduciendo en diferentes ámbitos de la vida social.

En este sistema o forma de vida de gran confort y de excitantes gratificaciones, de gran riqueza, de placentero
consumismo, debería de ser la aspiración lógica de todo ser humano, sin excepción; porque en apariencia es
mil veces preferible que optar por un sistema de vida sencillo y limitado, mesurado, dentro de un equilibrio
ecológico responsable. Con una organización solidaria y humanista, menos egoísta e individualista.

Con todo y las bondades de la modernidad pueden señalarse algunas de las crisis generadas por ella misma:

Como consecuencia del desarrollo tecnológico, el hombre como fuerza de trabajo ha sido y seguirá siendo
desplazado del campo labora, generando desocupación, pobreza extrema, marginación de sus derechos más
elementales: como el derecho a la vida, a la salud y a la educación. En parte este malestar físico está
desembocando en delincuencia y suicidio.

Se agudiza cada vez más, los problemas de la polarización creciente entre dos mundos opuestos: uno
constituido por ricos cada vez más ricos y poderosos que detentan y acumulan con egoísmo y avaricia, la
riqueza generada por todos. Y otro mundo constituido por la mayoría de gente marginada y desposeída,
discriminados, explotados y por consiguiente, cargada de profundo malestar y resentimiento social, que
genera una conducta antisocial o de subversión.

Por la competitividad se ha perdido y trastocado los valores éticos y morales. En este mundo todo es
permitido para triunfar en la desleal competencia de libre mercado promovida por el sistema moderno.
Detentar valores éticos resulta absurdo y tonto pues el mundo actual es de los “listos”, de la inmoralidad y la
delincuencia de corbata que se encuentra institucionalizada en todos los ámbitos.

Hay una desestructuración de las instituciones sociales: los sindicatos han casi desaparecido, se ha liquidado a
la solidaridad y a las fuerzas sociales de defensa, no existe un sentimiento de identidad con el grupo.

Paralelamente se promueve el individualismo, el personalismo egoísta alentando al triunfador competitivo.


Todos quisieran ser triunfadores pero, ¿cuántos lo logran? Muy pocos. El resto forma el ejército de
fracasados. Más aún, los egoístas triunfadores lo son a costa de perder su identidad con el grupo, generándose
un sentimiento de soledad y deshumanización.
La superpoblación creciente producto de la disminución de la mortalidad, disminuye a su vez, las
posibilidades de superación y bienestar futuros que, sumado a la crisis de valores, generan temores de fracaso
frente a un porvenir sin expectativas, que se traducen en un sentimiento de frustración, de minusvalía y de
depresión y de infelicidad.

La ruptura del equilibrio de los sistemas ecológicos, por la depredación irracional con tal de satisfacer el afán
de tener y tener. La contaminación ambiental, el acumulo de basura, están, parece ser y sin exageraciones,
conduciendo a la autodestrucción de la vida sobre la tierra.

La competencia entre potencias por detentar más riqueza y poder sigue siendo un peligro latente de guerras.
Quizá no se pueda hablar de carrera armamentista como en décadas pasadas pero con todo, los países
poderosos no ha renunciado por completo a la producción de armamento.

Estas serían solo algunas de las crisis generadas por la modernidad, y en especial, por el hombre moderno y
“civilizado”. Crisis que dejan latente la posibilidad de un desastre mayor a mediano plazo. Hay quienes
hablan de una destrucción paulatina e ininterrumpida del planeta y la humanidad.

Y es, pues, en este orden moderno, bajo esta situación crítica en la que se ha cuestionado y dudado de la
viabilidad de los ideales de la modernidad. Para muchos resulta verdaderamente incomprensible pagar y
seguir pagando (quien sabe hasta cuando) los costos tan elevados en espera de un utópico progreso, desarrollo
y modernización para las sociedades más atrasadas. Ya que después de todo son los países subdesarrollados
los que más gravemente están pagando las consecuencias de dicha utopía. El saqueo al que se han visto
sometidos es verdaderamente alarmante, indignante y despiadado.

2.2. Concepto de Posmodernidad

Para algunos intelectuales el Posmodernismo representa una corriente que no interesa; otros lo imaginan
como una amalgama exótica de corrientes dirigidas por grupos marxistas diríamos, decepcionados.

Pero, la pregunta sigue en pie, ¿qué es el Posmodernismo? ¿Un concepto, una práctica, un estilo o un nuevo
periodo histórico vinculado a lo que se conoce como era posindustrial? Ciertamente por el momento no existe
un acuerdo más o menos generalizado entre los teóricos tanto europeos como norteamericanos.

Lo que fuere, el Posmodernismo es una corriente europea y norteamericana que ha tenido por representantes
figuras como Frederic Jameson, Hal Foster, Ihab Hassan, Francois Lyotard, Gilles Lipovestky, entre otros.

En el fondo, el Posmodernismo es expresión o manifestación del fin de la historia: por ello la muerte de los
grandes fines, de los grandes objetivos. Ya no hay que buscar nada, ya no hay que luchar por nada porque ya
se está y se vive en la plenitud: “Los grandes cambios y avances de la humanidad hacia su deber ser han
terminado porque el capitalismo es justamente el ser total, el nirvana de los sistemas sociales, es insuperable”.

No existe, pues, una ruptura entre lo que se es y el deber ser, porque simplemente ya se está en éste último. El
objetivo se ha logrado, la meta se ha cumplido, no queda más a donde ir.

La discusión posmoderna parte de un replanteamiento del significado actual de la modernidad, las


petrificaciones, absorciones y agotamientos que ha sufrido al convertirse en la cultura oficial por lo menos en
los países de primer mundo altamente desarrollados.

Para algunos intelectuales el proyecto de modernidad es salvable; para otros debe de ser rebasado
replanteando su tradición, su propuesta, sus ideales, todo ello sustentado con el Iluminismo , con el desarrollo
de la ciencia y la tecnología, etc.

Hal Foster señala al respecto: “en la política cultural presente hay una oposición básica entre un
Posmodernismo que busca desconstruir la modernidad y resistir el status quo y un Posmodernismo que
rechaza a ésta y celebra a éste; o sea, un Posmodernismo de resistencia y un Posmodernismo de reacción”.
Este señalamiento resulta bastante atinado para comenzar a distinguir y clasificar autores según la corriente
que pudieran seguir de resistencia o de reacción.. Por eso es que hay autores posmodernos que tratan de
mantener el orden social moderno, mientras que otros vislumbran su inevitable y necesaria extinción.

Por otra parte, es conveniente también indicar que el Posmodernismo hay que entenderlo de cara a tres
elementos significativos: la revolución tecnológica a partir de las comunicaciones o mejor de las
telecomunicaciones que genera otro sentido del tiempo-espacio (la virtualidad sería un ejemplo de esto).
Algunos le llaman la era del ciberespacio o de la robótica. Segundo, la globalización de la economía a escala
mundial, que bajo la égida de la revolución tecnológica hace al capitalismo entrar en una nueva lógica de
apropiación, donde lo nacional varía sustantivamente; ya en apartados anteriores se hablaba, por ejemplo, de
un estado homogéneo universal. Cada vez más nuestro espacio tiende a ser el mundo, la “aldea global”. Y un
tercer elemento estaría dado por el dominio de una concepción de mercado en la que éste se convierte en el
lugar mágico a partir del cual se pueden resolver cuanta necesidad humana exista y de cualquier índole.

Estos tres elementos deberán tenerse bien en cuenta porque serán aspectos de un escenario que sirve de fondo
para poder comprender cabalmente el Posmodernismo; es más, forman parte del Posmodernismo.

2.3. Tres fuentes teóricas del Posmodernismo

Desde que Habermas en 1980 emprendiera su ataque contra el Posmodernismo que calificó, en aquella
ocasión, de neoconservador, en el mundo pensante tanto de Europa como de Estados Unidos de Norteamérica
empezó a vertebrarse un movimiento que hoy ya es claramente distinguible e identificable. Así mismo,
Kolakowski también habló de la decadencia de la modernidad y a su vez de su capacidad de recuperación.
Estos dos autores influyeron decididamente en lo que sería el origen incipiente de la Posmodernidad.

Con todo habría que puntualizar el origen teórico de dicha corriente y por ello es necesario señalar que tres
fueron las disciplinas que contribuyeron a lo que hoy se conoce como Posmodernidad:

Postestructuralismo francés

Esta corriente es heredera del estructuralismo clásico francés de Sassure, Levi Strauss y Barthes. Estos
señores centraban su atención en cuatro aspectos fundamentales: la oposición de los significantes, el carácter
arbitrario del signo, la dominancia el todo sobre las partes y el descentramiento del sujeto.

Foucault, Deleuze, Lyotard, Baudillard y Derrida como los más lúcidos representantes de esta corriente
concluyeron que en tres campos se quebraba el racionalismo de Descartes, la autoconciencia hegeliana y el
etnocentrismo liberal y marxista.

Tales hallazgos fueron esencialmente en la antropología, el relativismo cultural con la existencia del otro
extremo con símbolos, ritos y discursos que, al compararlos con la cultura occidental, nada indicaba que
fueran inferiores o superiores; en la lingüística el reconocimiento y desconstrucción de los grandes relatos de
nuestra cultura entendidos como secularizaciones, ilustradas o dialécticas, de la religión cristiana cuyo pivote
clave es la teoría de la reconciliación en un punto del tiempo; y, en el psicoanálisis, con la existencia del otro
interno como la locura, la sexualidad, la mente, etc.

Nihilismo clásico alemán

Tres son los principales exponentes: Nietzsche, Heidegger y Schopenhauer. A este último se le está
rescatando su pesimismo y las constantes llamadas de alertas sobre el aspecto destructivo de la razón.

Adorno rescata este elemento al denunciar el carácter opresor de la razón instrumental que consideraba el
sujeto con derecho a oprimir a su objeto.
De Nietzsche y Heidegger se ha integrado su concepción en contra de los grandes fines y del olvido del
cuerpo por la primacía de la conciencia racionalista: el hombre no es el centro de las cosas, el hombre no es el
sustituto de Dios. Esta posición coincide con el descentramiento del sujeto occidental en la versión
estructuralista.
Vanguardismo estético

Habermas dice que la modernidad es el aislamiento de las tres esferas básicas kantianas y que su
completamiento reside en integrarlas: la ciencia, la moral y la estética. Empero, él cree que fue el
vanguardismo estético quien en verdad desestabilizó las otras dos esferas. Si vemos con claridad las cinco
grandes escuelas (expresionismo, simbolismo, futurismo, constructivismo y surrealismo) que pronosticaron la
decadencia de la modernidad, lo hicieron con un discurso que se parece mucho al discurso posmodernista. De
hecho, el Posmodernismo no es más que la crítica del vanguardismo estético a toda la sociedad.

El Posmodernismo guarda una continuidad sólo en este sentido con la modernidad. Por eso se ha vuelto tan
actual Heidegger quien decía que el arte es el único lugar donde se encuentra la verdad.

Si procediéramos al antiguo modo marxista, diríamos que los movimientos sociales son los que hoy encarnan
el Posmodernismo del mismo modo como los partidos y las clases sociales encarnaron la modernidad. Pero
sería falso decir que hay que llevarles una conciencia y educarlos, integrarlos en una internacional, tomar el
poder y cambiar el mundo. Al revés de la famosa cita de Marx sobre Feurbach “ya no se trata de
transformarlo sino de comprenderlo”.

2.4. Neoliberalismo y Posmodernidad

Se ha producido en el mundo una revolución técnico científico verdaderamente impresionante y jamás antes
visto. El resultado además de una serie de cambios es un salto gigantesco en la producción, ya que al no
reducirse la capacidad adquisitiva de la población mundial e incrementarse enormemente la producción, se ha
generado una superproducción en los países imperialistas y en unos cuantos países subdesarrollados.

Los beneficios de la técnica en los países imperialistas son verdaderamente impresionantes; el nivel de
consumo, de confort y de “felicidad” en estos países parece estar dando la razón al llamado capitalismo en su
fase neoliberal.

En este orden mundial, las transnacionales juegan un papel importante, ya que son los organismos que han
controlado y monopolizado no solo la producción masiva, sino el mercado mundial. Necesitan para ellos solos
el mercado mundial, necesitan ingresar sin limitación de ningún tipo a todos los mercados nacionales y
desplazar de ellos a los productores nacionales. Por ello, la desregulación y la abolición de todo tipo de
barreras y protecciones que pudieran tener las economías nacionales. Por ello se liquida, también, la
capacidad de incidencia que puedan tener los estados en sus diferentes economías nacionales, se recesa
deliberadamente la industria y la agricultura y en nombre de la privatización se desnacionaliza más la
economía. Estos son los verdaderos objetivos del llamado neoliberalismo.

En este mismo orden es en el que se han desarrollado de manera vertiginosa las telecomunicaciones, la
digitalización y el uso de los ordenadores: hoy ya se puede comprar desde la comodidad de la casa sin
necesidad de salir al establecimiento, a través del Internet, por ejemplo. En el modelo neoliberal se desarrolla
la era de la información: por ejemplo, hoy el conocimiento se duplica cada cinco años; existe, además, más
información producida en los últimos treinta años que en los 500 años anteriores.

Además, es la era del consumo en exceso, del confort hasta el hedonismo: se busca satisfacer cualquier tipo
de gustos en aras de la felicidad individual.

Jameson llama a este momento histórico capitalismo tardío. Y en su hipótesis central sostiene que el
Posmodernismo es una determinante cultural que corresponde a un momento histórico que el denomina
capitalismo tardío o capitalismo multinacional.

Dice Jameson: “La tesis general de Mandel sostiene que el capitalismo ha atravesado tres momentos
fundamentales y que cada uno de ellos ha significado una expansión dialéctica en relación con el periodo
anterior, estos tres momentos son: el capitalismo de mercado, el estadio monopolista o del imperialismo y
nuestro propio momento, al que erróneamente se denomina posindustrial, pero para el cual un nombre mejor
podría ser el de capitalismo multinacional. El capitalismo tardío o multinacional o de consumo, constituye la
forma más pura del capitalismo que haya surgido, produciendo una prodigiosa expansión de capitalismo hacia
zonas que no habían sido previamente convertidas en mercancías”.

Su hipótesis continúa con algo que resulta bastante interesante y novedoso: la fragmentación que aparece
como rasgo distintivo de la Posmodernidad y que suele atribuirse a la complejidad tecnológica y a la
saturación de información que proveen los medios masivos de comunicación, para Jameson, son las
representaciones con las cuales tratamos de captar algo más profundo “el sistema internacional del
capitalismo multinacional de nuestros días” y del cual nos es imposible lograr una representación.

2.5. La condición posmoderna

Francois Lyotard fue quien habló y escribió de una condición posmoderna. Su estudio tuvo por objeto analizar
la condición del saber en las sociedades más desarrolladas.

La condición posmoderna “designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a
las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX.

Al legitimar el saber por medio de un metarrelato, que implica una filosofía de la historia, se está
cuestionando la validez de las instituciones que rigen el lazo social”.

La función narrativa pierde sus funciones, el gran héroe, los grandes peligros y el gran propósito se dispersan
en nubes de elementos lingüísticos narrativos. Cada uno de nosotros vive en la encrucijada de muchas de
ellas. No formamos combinaciones lingüísticas necesariamente estables, y las propiedades que formamos no
son necesariamente comunicables. Hay muchos juegos de lenguaje diferentes, es la heterogeneidad de los
elementos. Solo dan lugar a una institución por capaz: el determinismo local.

La condición posmoderna es, sin embargo, tan extraña al desencanto, como a la positividad ciega de la
deslegitimación ¿dónde puede residir la legitimación después de los metarrelatos?

El criterio de operatividad es tecnológico, no es pertinente juzgar lo verdadero y lo justo. ¿El consenso


obtenido por discusión, como piensa Habermas? Violenta la heterogeneidad de los juegos del lenguaje. Pero
la invención siempre se hace con el desentimiento. El saber posmoderno no es solamente el instrumento de
los poderes. Hace más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar
lo inconmensurable.

Lyotard plantea que el saber cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la edad llamada
posindustrial y de las culturas, en la edad llamada posmoderna. Este paso ha comenzado cuando menos desde
fines de los años cincuenta que para Europa señalan el fin de su reconstrucción.

Esto es, el saber científico no es todo el saber, no representa la verdad absoluta e irrevocable, siempre ha
estado en excedencia, en competencia, en conflicto con otro tipo de saber que el mismo autor llama
“narrativo”.

Este tipo de saber no es explicativo, no es causal ni tampoco deductivo. El saber no es la ciencia, sobre todo
en su forma contemporánea; y esta última lejos de poder ocultar el problema de su legitimidad , no puede
dejar de plantearlo en toda su amplitud, que no es menos sociopolítica que epistemológica.

Ahora bien, precisemos en primer lugar la naturaleza del saber narrativo ya que este examen permitirá por
comparación distinguir mejor al menos ciertas características de la forma que reviste el saber científico en la
sociedad contemporánea; también ayudará a comprender cómo se plantea hoy la cuestión de la legitimidad.

El saber en general no se reduce a la ciencia, ni siquiera al conocimiento. El conocimiento sería el conjunto de


los enunciados que denotan o describen objetos, con exclusión de todos los demás enunciados, y susceptibles
de ser declarados verdaderos o falsos. La ciencia sería un subconjunto de conocimientos. También ella hecha
de enunciados denotativos, impondría dos condiciones suplementarias para su aceptabilidad: que los objetos a
los que se refieren sean accesibles de modo recurrente y por tanto en las condiciones de observación
explícitas; y que se pueda decidir si cada uno de esos enunciados pertenece o no pertenece al lenguaje
considerado como pertinente por los expertos.

El consenso que permite circunscribir tal saber y diferenciar al que sabe del que no sabe es lo que constituye
la cultura de un pueblo:

“El relato es la forma por excelencia de ese saber, y esto en varios sentidos. En primer lugar, esos
relatos cuentan lo que se puede llamar formaciones más o menos, es decir, los éxitos o fracasos que
coronan las tentativas del héroe, y esos éxitos o fracasos que coronan las tentativas del héroe, y esos
éxitos o fracasos o bien dan su legitimidad a instituciones de la sociedad (función de los mitos) o
bien representan modelos más o menos (héroes felices o desgraciados) de integración en las
instituciones establecidas (leyendas cuentos). Esos relatos permiten en consecuencia, por una parte
definir los criterios de competencia que son los de la sociedad donde se cuentan, y por otra, valorar
gracias a esos criterios las actuaciones que se realizan o pueden realizarse con ellos. En segundo
lugar, la forma narrativa, a diferencia de las formas desarrolladas del discurso del saber, admite una
pluralidad de juegos del lenguaje...”.

Los relatos, se ha visto, determinan criterios de competencia y/o ilustran la aplicación. Definen así, lo que
tiene derecho a decirse y hacerse en la cultura y, como son también una parte de éstas, se encuentran por eso
mismo legitimados.

Según Lyotard, el juego de la ciencia implica, pues, una temporalidad diacrónica, es decir, una memoria y un
proyecto.

No se puede, pues, considerar la existencia ni el valor de lo narrativo a partir de lo científico, ni tampoco a la


inversa: “lamentarse de la pérdida de sentido en la Posmodernidad, consiste en dolerse porque el saber ya no
sea principalmente narrativo”.

En cuanto al saber narrativo afirmó que no valora la cuestión de su propia legitimación, se acredita a sí mismo
por la pragmática de su transmisión sin recurrir a la argumentación y a la administración de pruebas. Por eso
une a su incomprensión de los problemas del discurso científico una determinada tolerancia con respecto a él:
en principio lo acepta como una verdad dentro de la familia de las culturas narrativas.

El saber científico no puede saber sin recurrir a otro saber, el relato, que para Lyotard es el no-saber a falta del
cual esté obligado a presuponer por sí mismo y cae así en lo que condena, la petición de principio, el
prejuicio.

No hay pues, que asombrarse de que los representantes de la nueva legitimación por medio del “pueblo” sean
también los destructores activos de los saberes tradicionales de los pueblos, percibidos ahora en adelante
como minorías o separatismos potenciales cuyo destino no puede ser más que oscurantista.

“El modo de legitimación del que hablamos, que reintroduce el relato como validez del saber, puede
tomar así dos direcciones, según represente el sujeto del relato como cognitivo o como práctico: como
un héroe del conocimiento o como un héroe de la libertad”.

Un resultado del dispositivo especulativo, es que los discursos del conocimiento sobre todos los referentes
posibles son tomados, no con su valor de verdad inmediata, sino con el valor que adquieren debido al hecho
de que ocupan un cierto lugar en la enciclopedia que narra el discurso especulativo.

El principio del movimiento que anima al pueblo no es el saber en su auto legitimación, sino la libertad en su
autofundación o, si se prefiere, en su autogestión.

El estalinismo y su relación específica con las ciencias, que entonces no son más que la cita del metarrelato de
la marcha hacia el socialismo como equivalente a la vida del espíritu.
El gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le haya asignado: relato
especulativo, relato de emancipación. Se puede ver en esa decadencia de los relatos un efecto del auge de
técnicas y tecnologías a partir de la Segunda Guerra Mundial, que ha puesto el acento sobre los medios de la
acción más que sobre sus fines.

La crisis del saber científico, cuyos signos se multiplican desde fines del siglo XIX, no proviene de una
proliferación fortuita de las ciencias que en sí misma sería el efecto del progreso de las técnicas y de la
expansión del capitalismo. Procede de la erosión interna del principio de legitimidad del saber.

“Wittgenstein escribe: se puede considerar nuestro lenguaje como a una vieja ciudad: un laberinto de
callejas y de plazuelas, casas nuevas y viejas, y casas ampliadas en épocas recientes, y eso rodeado de
bastantes barrios nuevos de calles rectilíneas bordeadas de casas uniformes”.

2.6. Los ideales de la Posmodernidad

Como ya se mencionó en anteriores apartados el Posmodernismo se sitúa en la época del capitalismo global.
El Posmodernismo es una dominante cultural en nuestros días. Algunos autores no acuerdan en denominar a
nuestro momento actual Posmodernidad pero si acuerdan en las características que definen a nuestra cultura
contemporánea.

Desde hace unos años las hormonas filosóficas están agitadas por la discusión modernidad-posmodernidad.
La polémica ha montado un escenario importante y ya hay bibliografía que se cita como clásica, lo cual da
trabajo y justificación a humanistas que se sienten eximidos de pensar y pasan a resumir, repetir y citar textos.
Se está desarrollando un formidable espectáculo de confusiones.

Sin embargo, el asunto central es serio y digno del mayor respeto intelectual. Se trata del derecho de pueblos,
etnias, personas a sostener su propia fisonomía (cultural, estética, religiosa, etc.). Ello en oposición al derecho
de algún absoluto en turno (religioso, político, científico, racial, etc.) para imponer a esos pueblos, etnias o
personas una cultura ecuménica, universal, absoluta e incuestionable.

En el escenario modernidad-posmodernidad la primera interpretación (libertaria, respetuosa de las diferencias


étnicas y personales) se nombra posmoderna. Y arremete contra la otra, moderna, por las pretensiones
totalitarias de ésta última.

Los modernos se sienten agraviados cuando ven cuestionada la razón, una divinidad descubierta, al parecer,
por los filósofos como Kant o Leibniz. Una divinidad que no solo habría traído las tablas de las leyes del
pensamiento, sino que además vino para augurarnos un sentido para la historia, una ética universal para los
hombres, un gusto para el arte. Esta grandísima diosa permite al modernismo, naturalmente, descalificar como
patológica cualquier teoría sobre el mundo que sacuda los sólidos principios de la razón.

Cada bando ha construido una caricatura de los tiempos modernos. Lo que los posmodernos llaman
modernidad es un recetario (filosófico, científico, político moral, estético y religioso) de interpretaciones
totalitarias. Y claro está, pueden hallar buenos ejemplos de ideologías fascistas en las obras de Hegel,
Rousseau o Marx sin el menor esfuerzo. Pero ocurre que casualmente el liberalismo es una filosofía (afín a
los posmodernos) nacido en el seno de lo que ellos llaman...modernidad. Locke, Hume o Spencer han
planteado con rigor original los temas centrales de la libertad y el derecho de personas y comunidades. Han
defendido al individuo contra las pretensiones avasalladoras de cualquier fundamentalismo.

Por otro lado ¿en qué sentido el totalitarismo es invención moderna? Desde la tribu hasta aquí, el
emparejamiento ideológico es la tentación más disponible a que recurren los pueblos. Las comunidades
humanas no se han fatigado de enunciar reglas compulsivas contra el peligroso individuo. Platón, por
ejemplo, formuló un importante catecismo comunitario en la República, con recetas drásticas para montar un
virtuoso hormiguero humano. Si en cambio, se lee el discurso de Pericles en su honra fúnebre, puede verse el
ánimo pluralista del Posmodernismo.
Los actuales modernos, a su vez, ingresan al escenario armados de su diosa razón y/o de su ideología
totalitaria (comunista, nazi o fascista). Luego de los sucesivos fracasos de éstas, los intelectuales suelen
enmascarar su ideología tras la defensa de la razón.

El nihilismo de Nietzsche que se dejaba ver al denunciar los autoritarismos y abusos de la razón es retomado
de alguna manera por Adorno para referirse a los abusos de la razón. De hecho la Posmodernidad tiene como
ideal precisamente desenmascar la utopía de la razón como fuente única de verdad y certidumbre en todos los
órdenes.

Lyotard por ejemplo retoma también esta crítica a la razón cuando habla acerca de lo sublime y de lo bello:
para él, la estética de lo sublime se opone a la estética de lo bello, y lo explica de la siguiente forma: La
facultad de juzgar tiene dos poderes, apreciar lo bello y apreciar lo sublime.

Lo sublime es algo súbito y sin porvenir, se ubica en las vecindades de la demencia: “El gusto estético es
inducido por la forma, en cambio, el sentimiento de lo sublime se relaciona con un objeto sin forma. La forma
se distingue por poseer un límite bien demarcado. No tener límite es, pues, lo sin forma. La forma implica
limitación. El sentimiento de lo bello guarda forma con el entendimiento, mientras que el sentimiento de lo
sublime no”.

Resume diciendo que lo sublime es por tanto impresentable por eso se encuentra en los límites de la
demencia. En lo bello el entendimiento y la imaginación se hallan relacionados dentro de cierta proporción.
En cambio, con lo sublime ocurre exactamente lo contrario. Así, dicho autor concluye que la estética de lo
bello corresponde a la modernidad y la estética de lo sublime corresponde a la Posmodernidad: Lo
posmoderno sería aquello que, en lo moderno, muestra lo impresentable en la presentación misma; aquello
que se niega el solaz de la forma adecuada, el consenso del buen gusto que haría posible compartir
colectivamente la nostalgia de lo inalcanzable; aquello que busca nuevas presentaciones, no para gozar de
ellas, sino para impartir un sentido más fuerte de lo impresentable.

2.7. El hombre posmoderno

Uno de los intelectuales que más ha hablado acerca de las características culturales de la Posmodernidad es el
autor de “La era del vacío”, Gilles Lipovetsky. Brevemente una síntesis de ese trabajo exponiendo sus
puntos principales.

Este autor sostiene que asistimos a una nueva fase en la historia del individualismo occidental y que
constituye una verdadera revolución a nivel de las identidades sociales, a nivel ideológico y a nivel cotidiano.

Esta revolución se caracteriza entre otras cosas por: un consumo masificado tanto de objetos como de
imágenes, una cultura hedonista que apunta a un confort generalizado, personalizado, la presencia de valores
permisivos y light en relación a las elecciones y modos de vida personales.

Estos cambios, que más adelante se profundizarán, novedosos a nivel de la cultura y los valores morales
implican una fractura de la sociedad disciplinaria (también comentada por Michel Foucault) y la instauración
de una sociedad más flexible basada y sustentada en la información y en la estipulación de las necesidades, el
sexo y la asunción de los “factores humanos”, en el culto a lo natural, a la cordialidad y al sentido del humor.
Dicho de otra manera la cultura posmoderna viene a romper con los esquemas rígidos y disciplinados de la
modernidad. Podría decirse que la Posmodernidad es la relajación de las normas establecidas por la razón
iluminada de la modernidad.

Decíamos en el párrafo anterior vivimos en una sociedad del consumo desmedido en el que no solo se compra
mercancía y servicios sino también imágenes, de ahí el impacto de la televisión por ejemplo. En esto, Sartori
plantea una tesis demasiado recurrente e innovadora: afirma que el ser humano está perdiendo parte de su
esencia, la de ser un ser pensante, y está siendo remplazada por otra: la del homo videns. Es decir, el hombre
que ya no lee porque prefiere las imágenes que son más entendibles y que no requieren de esfuerzo alguno
para comprenderlas.
En este contexto de consumo desmedido se trabaja al extremo con tal de mantener el poder adquisitivo: se
renuncia a vivir. Más aún, el consumo se convierte –dice Gilles- en una forma de hedonismo en el que se
compra por el placer de sentirse bien.

La humanidad se rige por la ley del menor esfuerzo, el confort y su consecución representan objetivos
irremplazables para el hombre posmoderno. Por ello es que toda regla o norma coercitiva se trata de evitar por
lastimosa e incomoda: hay que anular las normas y vivir con el mínimo de exigencias establecidas: “la
cotidianeidad tiende a desplegarse con un mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posibles,
con el mínimo de austeridad y el máximo de goce, con la menor represión y la mayor comprensión posible”.

Se vive en el mundo del “todo vale”. Cada quien tiene sus propias razones, sus propias justificaciones y sus
propias explicaciones y todas son válidas. Se acabaron los límites: poder planificar una vida “a la carta” sería
algo así como la utopía de los tiempos posmodernos. Por ello concluye Gilles que en la época posmoderna
Narciso se convierte en el mito, en el modelo a seguir y a alcanzar.

La sociedad disciplinaria si bien correspondía a un sistema político democrático era de tipo autoritario. Se
tendía a sumergir al individuo en reglas uniformes, en eliminar lo máximo posible las elecciones singulares en
pos de una ley homogénea y universal, la primacía de una voluntad global o universal que tenía fuerza de
imperativo que exigía una sumisión y abnegación a ese ideal.

En la modernidad, se luchaba por ideales. Los ideales tenían capacidad de convocatoria, aglutinaban. Las
personas eran capaces de donar su vida, de sacrificar sus familias, de renunciar a lujos, comodidades y
vanidades en pos de un objetivo común. Hoy se término eso. Cada persona vive su propia vida diseñada por
ella misma. El símbolo característico es el individualismo, el narcisismo y el egoísmo desmedido.

Lo interesante de pensar es que la modernidad plasmada como sociedad disciplinar constituyó una
subjetividad y una forma de ejercer un control de esta subjetividad. Como lo señala Foucault el control de las
mentes y las conciencias permitió el control sobre los cuerpos y las prácticas sociales de los sujetos.

Pero cuidado, la Posmodernidad no implica una liberación del control social. La Posmodernidad no nos
libera de una estrategia de control global. La manera de ejercer dicho control varía.

Ahora dicho control se ejerce a través de la seducción, de una oferta de consumo, de objetos o de imágenes,
consumo de hechos concretos o de simulacros.

La cultura posmoderna es en definitiva una pluralidad de subculturas que corresponden a diversos grupos
sociales y que adquieren su propia legitimación a existir y a coexistir con otras subculturas con igual o similar
reconocimiento social,

Dice Lipovetski: “la cultura posmoderna es descentrada y heteroclítica, materialista y psi, porno y discreta,
renovadora y retro, consumista y ecologista, sofisticada y espontánea, espectacular y creativa; el futuro no
tendrá que escoger una de esas tendencias sino que, por el contrario desarrollará las lógicas duales, la
correspondencia flexible de las antinomias”.

Se diversifican las posibilidades de elección individual, se anulan los puntos de referencia ya que se destruyen
los sentidos únicos y los valores superiores dando un amplio margen a la elección individual. Lo interesante
es pensar esta lógica no como la aspiración a un paraíso terrenal sino como una nueva forma de control social.
CONCLUSION

Después de este recorrido histórico y teórico hay varias consideraciones que podrían deducirse y replantearse.
Muchas de éstas sin duda aparecerán como preguntas sin respuesta. Quizá eso no importe, lo importante es
discutir que tanto cuestionó este trabajo, qué tanto interpeló a mi conciencia a la de las personas que lo
leyeron con mucha amabilidad.
Sin duda, el debate modernidad-posmodernidad es un tema bastante álgido, difícil de comprender en su cabal
punto. Con todo se hizo un esfuerzo teórico bibliográfico para abordar el tema con la seriedad y disciplina que
lo amerita.
Hablar de modernidad, ciertamente, es hablar de un proyecto no terminado, no acabado, no concluido. No
podemos decir que esa época ya pasó. Afirmarlo sería una falsedad total. Más aún considero que no puede
hablarse del proyecto de modernidad en pasado cuando existen todavía un buen número de comunidades que
parecen vivir en etapas premodernas o simplemente que no les ha llegado los efectos de la modernidad.
Por otra parte, es necesario resaltar que los críticos de la modernidad no han sido capaces de escudriñarla en
su totalidad. Muchos de ellos la justifican a capa y espada, otros vociferan pestes en contra de ella. Sin
embargo, la realidad es solo una: podemos observar que el proyecto de modernidad se fue extendiendo y
aplicando a distintas sociedades dejando cambios verdaderamente impresionantes e irreversibles. Muchos de
ellos muy favorables en y para la vida del individuo. Pero también habrá que decir que muchas consecuencias
del proyecto de modernidad son verdaderamente funestas y desastrosas en diferentes órdenes de la vida de
una sociedad.
La crisis de la modernidad refleja precisamente esa sombra de destrucción que no pudo quitarse de sus
espaldas y que a pesar de sus logros no deja de ser cuestionada y criticada sobre todo por quienes más han
sufrido dichas consecuencias.
Por su parte, la Posmodernidad, viene a ser para algunos el reflejo de esa crisis de la modernidad. Habermas
fue uno de los primeros ideólogos que comenzaron a escribir sobre ella. Para algunos la Posmodernidad es
una ideología, para otros es un momento histórico posterior a la modernidad. Lo que fuere, la Posmodernidad
tiene aspectos teóricos y culturales muy importantes que analizar. Juzga el proyecto de modernidad como un
proyecto inacabado que se sustentó en la razón, el progreso y la tecnología. Crítica el discurso de la
modernidad a partir del cual se legitimó esa ciencia moderna. No acepta que la ciencia sea erigida como la
habitación de la verdad absoluta.
En fin, el posmodernismo es la lógica cultural del llamado capitalismo tardío. Es la expresión cultural de un
mundo globalizado, multipolar y posindustrial en el que convergen los grandes capitales, las grandes
transnacionales y los grandes monopolios.

Es pues, en este orden en el que el modus vivendi del ser humano se ha modificado sustancialmente: hoy
vemos un hombre consumista, preocupado por comprar y consumir; un hombre individualista, egoísta que
solo busca el beneficio personal a costa de lo que sea. Un hombre que pretende diseñarse su propia vida de
manera ligth, con el mínimo de presiones y el máximo de placer. En fin un hombre mediatizado por los
medios de información, la televisión y el Internet.
El posmodernismo, es pues, más que un momento histórico, es una forma de vida asumida por el hombre
desencantado y desilusionado de la modernidad.
Así pues, en este orden de ideas y de hechos nos encontramos los hispanos y toda la América Latina que
busca desesperadamente un espacio en el concierto de la globalización. Una región que lucha y se esfuerza
por ser aceptada históricamente en el mundo de los ricos y de los poderosos. Aunque para ello requerirá de
retomar su ser cultural, requerirá de rehacerse y volverse a hacer para que su voz pueda ser escuchada ante el
primer mundo. Este es el gran reto, este es el gran compromiso que todos los hispanos debemos asumir. No
debemos esperar a que el Estado defina proyectos a favor de. Es tiempo de que la sociedad civil recupere esas
tradiciones y esa cultura que en muchos casos se ve opacada, perdida en la multitud de objetos y de hechos
modernos.
Cada uno de nosotros tiene el compromiso de rehacer la historia de América Latina, tiene el compromiso de
recuperar la admiración por su cultura y por su tradición. Por ello es que en este sentido, la sociedad civil
tiene en este momento un reto histórico: asumir su papel protagónico que le permita refuncionalizar las
condiciones impuestas por el orden moderno.
BIBLIOGRAFIA

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GILLES, Lipovetsky. La era del vacío, Era, 1994, 210 p.


UNIVERSIDAD
DON BOSCO

NOMBRE: Irma Elizabeth Fuentes Reyes

CARNET: FR140480

MATERIA: Antropología Filosófica

CARRERA: Control de calidad

TAREA: El hombre en la posmodernidad

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