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46 LA FORMACIÓN DEL ESTADO ARGENTINO Oscar Oszlak

EMANCIPACIÓN Y ORGANIZACIÓN NACIONAL

Si bien es cierto que la Revolución de Mayo y las luchas de emancipación iniciadas en 1810
marcaron el comienzo del proceso de creación de la nación argentina, la ruptura con el poder
imperial no produjo automáticamente la sustitución del Estado colonial por un Estado nacional.
Hasta entonces, la unidad política del Virreinato del Río de la Plata se hallaba sostenida por un
elaborado sistema institucional, perfeccionado por las reformas borbónicas llevadas a cabo
hacia el último cuarto del siglo XVIII.1
Roto el vínculo colonial, pronto se hizo evidente que la dominación española no había
creado resquicios para el desarrollo de una clase dirigente criolla capaz de suplantar con su
liderazgo y legitimidad el control político y territorial ejercido por la corona. 2 Las fuerzas
centrífugas desatadas por la ausencia de un centro de poder alternativo no consiguieron ser
contrarrestadas a través de la identificación de los pueblos que componían esa vasta unidad
política, con la lucha emancipadora.3 La secesión de las provincias del Paraguay, el Alto Perú y
la Banda Oriental acentuó un tanto los débiles sentimientos nacionales y creó conciencia en los
líderes revolucionarios sobre la necesidad de defender la integridad del territorio heredado de la
colonia. No obstante, los arrestos separatistas producidos en el Litoral y el interior indicaban
que la unidad de la nueva nación no podía reposar únicamente sobre referentes ideológicos. Si
las luchas de independencia creaban alguna forma de identidad colectiva y de sentimiento de
destino común —gérmenes de la nacionalidad—, éstos se diluían en la materialidad de una
existencia reducida a un ámbito localista, con tradiciones, intereses y liderazgo propios.
El origen esencialmente local del movimiento independentista, y su clara asociación con los
intereses de Buenos Aires, resultaba un escollo para lograr la adhesión subordinada de los
pueblos del interior al nuevo esquema de dominación que se proponía. De hecho, Buenos Aires
se constituyó en capital de la organización política surgida del movimiento revolucionario y,
como tal, en la verdadera "nación". 4 No obstante, los diversos órganos políticos 5 y proyectos
constitucionales6 ensayados durante las dos primeras décadas de vida independiente, fueron
ineficaces para conjurar las tendencias secesionistas y la pulverización de los centros de poder,
que tendieron a localizarse en las viejas ciudades coloniales del interior. Separados por la
distancia, la agreste geografía o las franjas territoriales bajo dominio indígena, estos centros de
poder se integraron en torno a la figura carismática de caudillos locales. 7 Los intentos de
organización republicana fueron sustituidos por la autocracia y el personalismo. El acceso ai
poder pasó a depender del control de las milicias, y los "partidos" surgieron como simple
pantalla para legitimar —no siempre eficazmente— la renovación de autoridades. El destierro,
el asesinato político, la venalidad, el nepotismo y la coacción física se incorporaron como
instrumentos de dominación llamados a tener larga vida en las prácticas políticas del país.
Los caudillos pugnaron por reivindicar el marco provincial como ámbito natural para el
desenvolvimiento de la actividad social y política. La provincia —unidad política formal legada
por la colonia8—: pasó a constituirse casi en símbolo de resistencia frente a los continuados
esfuerzos de Buenos Aires por concentrar y heredar el poder político del gobierno imperial.
La idea de patria no podía sustraerse al aislamiento, a la virtual inexistencia de vínculos
materiales o morales. Tres décadas después de declarada la independencia, Echeverría aún
observaba:
"La. patria para el correntino, es Corrientes; para el cordobés. Córdoba..., para el gaucho, el
pago en que nació. La vida e intereses comunes que envuelve el sentimiento racional de la
patria es una abstracción incomprensible para ellos, y no pueden ver la unidad de la república
simbolizada en su nombre."9

Esta aguda observación desnudaba la esencia de la "cuestión nacional": la idea de nación no


se funda únicamente en referentes abstractos ni adquiere materialidad simplemente a través de
un hecho revolucionario o una formalidad constitucional. Sin embargo, esta interpretación
contrasta con el difundido tratamiento analógico de los conceptos de nación, Estado, y hasta
país independiente.10 Así, por ejemplo, Galíndez sostiene que mientras en los Estados Unidos
existían los estados, en la Argentina, al estallar la revolución de 1810, sólo existía un Estado
con varias ciudades (o municipio, o ayuntamientos). Y que el gobierno revolucionario, al dar
representación a las ciudades, creó tácitamente las provincias; y los pactos interprovinciales, la
fuerza municipal de los antiguos ayuntamientos y los decretos formativos intentaron organizar
la nación. Es decir, la Nación Argentina dio forma y personalidad a las provincias siendo
anterior a éstas. Obtenida su personalidad, las provincias pactaron entre sí y organizaron la
nación, no la formaron.11
Al equiparar entidades esencialmente diferentes, este tipo de interpretaciones pierde de vista
los atributos que permiten reconocer la existencia y formación histórica de la nación y cí
Estado. Así como no puede hablarse de un Estado nacional al hacer referencia a las precarias
coaliciones y aun más débiles instituciones "nacionales" existentes durante el período que
estamos analizando, tampoco puede afirmarse que existiera una nación antes de haberse
desarrollado tanto los atributos ideales de la nacionalidad como sus fundamentos materiales, es
decir, la pertenencia a una organización económica capaz de articular y satisfacer los intereses
de los integrantes de una comunidad en tanto agentes económicos.12
Por eso —volviendo a nuestro relato histórico— el localismo no era una forma aberrante de
organización social destinada a perpetuar en el poder a caudillos voluptuosos, sino que
respondía sobre todo a la modalidad que habían adquirido las relaciones de producción y los
circuitos económicos en el territorio de las Provincias Unidas. En este sentido, los sentimientos
localistas se hallaban teñidos por el diferente carácter que tenían los intereses materiales de las
fuerzas sociales radicadas en las diversas regiones del territorio. En cada una de ellas, la
organización nacional asumía significa dos diferentes en función de su respectiva articulación
dentro del esquema económico que se venía estructurando desde fines del siglo anterior.

La expansión económica de la región pampeano-litoraleña durante la primera mitad del siglo


XIX estuvo estrechamente ligada a su inserción en el mercado internacional como exportadora
de bienes pecuarios e importadora de productos industrializados. La concentración del
intercambio externo en el puerto de Buenos Aires desde fines del siglo XVIII y el progresivo
incremento de la exportación de bienes pecuarios permitieron que la provincia de Buenos Aires
se diferenciara como unidad político-económica con respecto al resto del territorio. Ello se vio
favorecido por la formación de un circuito económico dinámico y el desarrollo de un sistema
institucional diversificado y ampliamente superior a cualquiera de los existentes en las demás
provincias.
Los intereses del sector mercantil-portuario y de los terratenientes exportadores se
homogeneizaron en torno al fortalecimiento del circuito económico y a la consolidación del
sistema de instituciones de la provincia, que garantizaba la estabilidad política interna. Sin
embargo, esta homogeneidad de intereses era relativa y. sobre todo, fue variando según las
alternativas que presentó la relación político-económica de Buenos Aires con las provincias del
interior. Las clases dominantes porteñas coincidían en sostener la estabilidad política de la
provincia y el predominio de Buenos Aires en sus relaciones con el resto del territorio.

El desarrollo de la producción pecuaria se basó en el uso extensivo de la tierra y en la


racionalización de la explotación en las estancias, que consistió principalmente en el
disciplinamiento de la fuerza de trabajo y el aprovechamiento integral del ganado. La estancia
era unidad productiva y al mismo tiempo unidad político-social, como núcleo organizativo de la
vida en la campaña.13 Abarcaba desde la organización militar necesaria para defenderse de los
indios y para actuar como policía rural, hasta la producción de la mayor parte de los consumos
internos. No obstante, su carácter se hallaba definido por la producción para el mercado y la
difusión de relaciones salariales.14 Estas unidades productivas tenían escasas vinculaciones
económicas fuera de la línea que las unía con el mercado externo y, por lo tanto, la producción
de bienes exportables no se beneficiaba con el dinamismo que el incremento continuo de las
exportaciones permitía a la economía urbana.
Para los terratenientes, el fortalecimiento del circuito se centraba en garantizar las
condiciones de producción de bienes pecuarios a través del control de la frontera con los indios y
desarrollar las vías de comunicación entre el puerto y las unidades productivas. En tanto no
participaban del excedente extraído a las otras regiones a través de la intermediación en el
comercio externo, el predominio de Buenos Aires sobre el interior debía restringirse a mantener
el control de la aduana en manos locales y participar indirectamente —a través de la acción de
las instituciones provinciales— en la porción del excedente extraída a través de la aduana
porteña. Siguiendo este planteo exageradamente esquemático, la organización nacional
significaba para la burguesía terrateniente —y para aquellos otros sectores sociales cuyos intere-
ses se ligaban exclusivamente al circuito Buenos Aires-mercado externo— perder el control
local de las rentas aduaneras y destinar recursos e instituciones provinciales a la unificación
político-económica de un vasto territorio.
El interés del sector mercantil-portuario en el fortalecimiento del circuito económico Buenos
Aires-mercado externo se combinaba con el propósito de expandir el mercado para las
importaciones hacia el interior del territorio. El predominio de Buenos Aires sobre las demás
provincias se ligaba en este caso a la integración de todas las regiones a la economía portuaria,
bajo un régimen liberal. La apertura de todo el territorio como mercado para las importaciones y
el potencial incremento de las exportaciones requerían uniformar el sistema monetario, abolir las
barreras aduaneras internas, crear vías de comunicación y garantizar el tráfico interprovincial,
tareas que sólo podrían encararse a partir del desarrollo de un sistema de instituciones nacionales
basado en los recursos de la provincia de Buenos Aires.
La región mediterránea, que abarca las provincias del centro, norte y oeste, comprendía varios
sistemas productivos con desiguales características y grados de desarrollo. La zona central y
norteña se configuró durante el período colonial, vinculada al circuito formado por las minas
potosinas y
el puerto de Lima, como proveedora de carretas, tejidos y animales de carga. La zona cuyana
compartió estos rasgos generales, pero sus vinculaciones más importantes fueron con la
economía chilena y tuvo un mayor desarrollo de la agricultura. Las provincias de Catamarca y
La Rioja, marginales a los circuitos económicos del centro-noroeste y del Cuyo, formaban la
zona económicamente más atrasada de toda la región.15
El interior mediterráneo entró en un largo período de estancamiento con la paulatina
disolución del circuito que lo unía a la economía limeña, luego del agotamiento de las minas
potosinas y la posterior interrupción del tráfico con Perú debida a la ocupación española. Las
relaciones entre los sistemas productivos regionales eran escasas y el comercio con la región
pampeano-litoraleña estaba obstaculizado por barreras aduaneras internas, por las restricciones a
la salida de oro desde Buenos Aires y por la competencia del comercio de importación.
Las posibilidades de expansión de los sistemas económicos de la región mediterránea
dependían en gran medida de la constitución de una instancia institucional que enajenara a
Buenos Aires el control local de la aduana, limitara las importaciones y destinara una porción
importante de las rentas aduaneras a subsidiar a los gobiernos provinciales y a crear las
condiciones político-económicas para una vinculación más dinámica entre el interior y la región
pampeano-litoraleña.
La región del Litoral tuvo un desarrollo de la actividad ganadera anterior al de Buenos Aires.
Participó de los impulsos derivados de la exportación de productos pecuarios y del comercio de
importación, lo cual la diferenció claramente del interior mediterráneo. Pero se vio relegada a un
segundo plano por la supremacía del puerto de Buenos Aires y el acceso directo al mismo que
tenía la producción de esta provincia.16 ;

Teniendo la posibilidad de establecer un comercio directo con el mercado internacional, la


organización de la nación significaba, para el litoral, terminar con el exclusivismo portuario de
Buenos Aires mediante la sanción de la libre navegación de los ríos interiores. En este caso, a
diferencia del interior mediterráneo, la organización nacional se vinculaba a la vigencia efectiva
de los postulados liberales. Sobre esa base, además de evitar la transferencia de ingresos en
favor de las clases dominantes de Buenos Aires, se creaba la posibilidad de que el litoral,
aprovechando la menor distancia que lo unía con el interior mediterráneo, llegara a competir con
Buenos Aires en la intermediación del comercio externo.
Nacionalizada la aduana de Buenos Aires, abiertos los ríos interiores a la libre navegación y
organizado el tráfico comercial en todo el territorio con una participación importante de las
provincias del litoral, sería posible neutralizar la gravitación política de la provincia de Buenos
Aires y reducir el control económico que ejercía a través de la centralización del intercambio
externo en el puerto de Buenos Aires. Estas diferencias regionales eran más importantes que las
filiaciones políticas, que aún no habían llegado a homogeneizar intereses fuera de los límites
regional-provinciales. El conflicto entre federalismo y unitarismo, que una influyente corriente
de la literatura identifica con el origen y desarrollo de las guerras civiles argentinas, no fue sino
una equívoca expresión política de una contradicción económica mucho más profunda. Dos
décadas antes de la batalla de Caseros, siendo gobernador interino de Córdoba, Mariano
Fragueiro escribía a Quiroga lo siguiente:
"La guerra civil aunque ostensiblemente se hace entre federales y unitarios, ella no existe
fundamentalmente sino entre las provincias interiores y las litorales porque los intereses de entre
ambas no han estado íntimamente ligados:.. Las provincias interiores arden en guerra, destruyen
sus propios recursos y sus propios hijos; y el resultado será su ruina y engrandecimiento de las
litorales. En una palabra, estamos sirviendo de instrumento para acrecentar un poder que ha sido
el origen de nuestras desgracias."1'
La Organización Nacional, que los historiadores acostumbran a escribir con mayúsculas para
aludir a la etapa institucional iniciada con la caída de Rosas en Caseros, comenzó a vislumbrarse
con mayor fuerza precisamente cuando la posibilidad de articular y compatibilizar estos
diferentes intereses empezó a dar sentido unificador a la nación, a fortalecer su componente
material. Como lo destaca Halperin rescatando reflexiones de Sarmiento, la última, etapa del
rosismo no sólo había creado posibilidades de institucionalización del orden, sino que había
generado y consolidado una red de intereses a la sombra de la moderada prosperidad alcanzada
gracias a la dura paz que Rosas impuso al país. 18 La posibilidad de acelerar el ritmo de ese
progreso requería sin embargo disputar las características que tendría un proyecto nacional en la
etapa posrosista. Desde esta perspectiva, la guerra civil que sobrevino algunos años después de
Caseros, debe entenderse como la manifestación político-militar de un enfrentamiento entre
proyectos alternativos de unidad nacional, congruentes con intereses económicos opuestos. Por
eso, también, el triunfo sobre Rosas debe entenderse no tanto como la derrota de una concepción
política —que en la práctica el propio Rosas desvirtuaba con su. estilo centralizador y
absorbente de ejercicio del poder— sino como la creación de nuevas condiciones para la
articulación de los intereses de los sectores dominantes del interior al circuito económico que
tenía por eje el puerto de Buenos Aires. Este era el sentido último de la organización nacional,
tal como lo expresaban una vez más las palabras de Fragueiro escritas, ahora, en circunstancias
diferentes:

"...no hay intereses que destruir; ...no hay derecho, ni necesidad de extinguir intereses, sino que
basta modificarlos y dirigirlos en sentido de la conveniencia general; que si alguna vez los
intereses locales se afectasen de la reforma, es preciso mirar en ello el medio que la Providencia
ha establecido para equilibrar los intereses de todos, y hacer servir al bienestar general esos
resortes que se llaman intereses particulares; ...por fin (...) sin éstos no habría ni motivos, ni
medios de organización".19

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