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Periodo 1810-1816
La ruptura colonial creó, ante todo, un vacío de poder, por lo que la etapa
independentista fue muy difícil. La organización política se fue elaborando colectivamente
en torno a dos puntos principales: cómo resolver el ordenamiento político administrativo
anterior y cómo armar, sobre ese marco territorial indefinido heredado del Virreinato del Río
de la Plata, un proyecto de Estado y nación.
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El problema desencadenado por la crisis del régimen español no se agotaba en su
dimensión política y en la cuestión relativa a la soberanía de las colonias. A partir de la
Revolución de Mayo, las relaciones de fuerza en el plano económico también se
trastocaron.
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Confederación Argentina. Este hecho mostró los intereses económicos en juego y puso de
relieve cómo la unidad política y la integración material del territorio estaba condicionada
por las desigualdades económicas provinciales.
Por entonces, había dos visiones opuestas respecto de la política económica que
debía seguirse: proteccionismo versus librecambio. Las provincias del interior estaban a
favor de proteger sus producciones de la competencia externa, ya que contaban con una
economía más diversificada. Mientras que el Litoral propiciaba el librecambio, ya que su
economía se basaba en la ganadería que vendía al mercado externo. La política económica
de Buenos Aires consistió en defender a ultranza el liberalismo, ya que la producción
ganadera estaba integrada en el mercado externo y, de esta manera, retenía los ingresos
de la única aduana habilitada del país. Los seguidores de esta perspectiva proponen una
economía que debe desenvolverse sin trabas para equilibrarse, el establecimiento de
relaciones comerciales libres con los demás países del mundo y un Estado que sólo
intervenga para garantizar el orden jurídico y político, el respeto a las libertades individuales
y la propiedad privada.
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Los territorios indígenas eran los de ocupación más antigua. Algunos de estos
pueblos fueron rápidamente sometidos por los conquistadores, pasando a formar parte del
territorio colonial ocupado de forma efectiva. Otros, en cambio, se resistieron y sus tierras
quedaron fuera de la ocupación del área española. La zona de transición entre estas se
conoce como “zona de frontera”. Al norte se encontraba la frontera del Gran Chaco y al sur,
la del “desierto”.
Entre 1850 y 1880, el país asistió a una transición que gestó las bases económicas
y políticas del modelo agroexportador. El nuevo modelo necesitaba imperiosamente una
acumulación territorial significativa. El gobierno nacional, apoyado por las clases más
poderosas, organizó campañas para someter a las poblaciones indígenas y apropiarse de
sus tierras. El objetivo principal era incorporar esos territorios a la producción y sumar a la
población indígena como mano de obra.
Las campañas más importantes fueron llamadas Campaña del desierto, hacia el sur,
y Campaña del Chaco, hacia el norte. La primera fue llevada a cabo por Julio A. Roca en
1879. Durante esta campaña, se promovió la idea de que esas tierras eran un desierto,
cuando en realidad algunas de ellas eran tierras productivas y estaban ocupadas por
pueblos indígenas. La segunda estuvo a cargo de Benjamín Victorica en 1884.
Para administrar estas nuevas tierras, ese año, el Estado creó los territorios
nacionales. Estas nuevas unidades eran divisiones administrativas que dependían
directamente del Poder Ejecutivo nacional y pasaban a ser provincias cuando superaban
los 60.000 habitantes. El último territorio nacional que se provincializó fue la actual provincia
de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, en 1991. Económicamente, la
expansión y consolidación territorial permitió agregar millones de hectáreas de tierra.
Asimismo, este modelo permitió generar un proceso que dio lugar a algunas economías
regionales, como las de Mendoza y Tucumán.
Tanto el Estado nacional como los Estados provinciales, al mismo tiempo que
definieron los límites jurisdiccionales favorecieron la apropiación privada de esas tierras.
Así, grandes extensiones de tierra fueron entregadas y convertidas en latifundios. Como
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consecuencia de este “proyecto civilizador” llevado adelante por el Estado nacional, pueden
mencionarse, también, la desaparición de las fronteras interiores y la desestructuración
social y cultural de las poblaciones indígenas. Efectivamente, después de la conquista
militar, miles de habitantes de los pueblos originarios quedaron en manos de autoridades
estatales, que implementaron una serie de políticas destinadas al desmembramiento de las
familias, a su traslado y su posterior reparto en diferentes destinos alejados de las fronteras.