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Durante el año 1917, la población civil de muchas naciones en conflicto llegó a una
situación límite: a las dificultades para la mera subsistencia había que sumar los
trastornos familiares por la pérdida o ausencia de los miembros más jóvenes y el
agotamiento psicológico. Hubo intentos de amotinamiento en las guarniciones, que
fueron severamente reprimidos, y también huelgas de protesta por la escasez de
productos de primera necesidad.
La aceptación más o menos entusiasta que gran parte de la población de los países
contendientes había manifestado al inicio de la guerra se había convertido en un rechazo
frontal a su continuación, sobre todo en las grandes ciudades industriales de Alemania.
También era especialmente crítica la situación en el Imperio austrohúngaro, donde el
desabastecimiento y la falta de productos básicos se agudizaban día a día. Por otra parte,
después de la división y dispersión iniciales, y a la vista del inmenso matadero en que se
habían convertido los frentes, el movimiento obrero internacional se pronunció
abiertamente contra la guerra, y los socialistas de cada Estado comenzaron a adoptar
posiciones críticas radicales.
En 1918 ambos bandos atravesaban serias dificultades tanto militares como económicas.
Sin embargo, la fatiga era más visible en el bando de las potencias centrales que en el
aliado, pues la incorporación de los Estados Unidos al conflicto había supuesto una
auténtica inyección de recursos materiales y humanos.
En agosto un nuevo ataque aliado que empleó abundantes carros de combate desplazó
a los alemanes hasta la frontera belga. La crisis militar se tradujo en deserciones
masivas. El 8 de noviembre de 1918 estalló en Berlín un movimiento revolucionario y el
Kaiser Guillermo II declinó. Se formó un nuevo gobierno que encabezó el
socialdemócrata Ebert. Alemania firmó el armisticio el 11 del mismo mes.
Las consecuencias más evidentes de la Primera Guerra Mundial fueron las que derivaron
de los diversos tratados de paz, que modificaron profundamente el mapa de Europa.
Contra lo que pueda sugerir su nombre, la Conferencia de Paz de París fue una mera
negociación entre los dirigentes de los países vencedores: el presidente norteamericano
Woodrow Wilson, el primer ministro británico David Lloyd George, su homólogo francés
Georges Clemenceau y el jefe del gobierno italiano, Vittorio Emanuele Orlando. Ningún
representante de Alemania participó en la conferencia, de modo que la razón asistía a
quienes calificaron de «diktat» (imposición) el tratado de Versalles, firmado el 29 de junio
de 1919, tras casi seis meses de conversaciones.
No fueron convocados los vencidos. A pesar del número tan elevado de compromisarios
las principales decisiones recayeron sobre Estados Unidos (Wilson), Reino Unido (Lloyd
George) y Francia (G. Clemençeau), aunque también jugaron un papel relevante Italia y
Japón. Las deliberaciones giraron en gran medida en torno al Programa de 14 puntos
que el presidente Wilson había presentado en el Congreso en enero de 1918 cuando la
contienda aún no había finalizado. Tenían por objeto lograr una paz mundial duradera.
Francia, la más radical, deseaba eliminar el peligro de una Alemania capaz de provocar
una nueva guerra.