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Aunque todo el mundo creyó que sería breve, la Primera Guerra Mundial se prolongó por
espacio de cuatro años (1914-1918). Tras una fase de estancamiento en que la muerte
de centenares de miles de soldados en las trincheras apenas movió los frentes, en 1917
los Estados Unidos entraron en la guerra en apoyo del bando aliado, que resultaría a la
postre el vencedor. Las tensiones de la guerra propiciaron en octubre de 1917 el triunfo
de la Revolución Rusa, la primera de las revoluciones socialistas, que se convertiría en
referencia para las organizaciones y partidos de la clase obrera en el siglo XX. Con la
devastación demográfica y económica ocasionada por la Primera Guerra Mundial se
inició el declive de la Europa occidental en favor de nuevas potencias emergentes: los
Estados Unidos, Japón y la URSS.
La unificación de Alemania en 1871 había convertido a esta nación en una gran potencia
que amenazaba directamente los intereses económicos de Francia y del Reino Unido.
La fuerte competencia por la búsqueda de nuevos mercados y materias primas ya había
provocado tensiones y enfrentamientos por la pretensión alemana de extender su imperio
colonial, la cual chocaba con el reparto diseñado por sus rivales. Gran Bretaña y Francia
tenían numerosas posesiones en todo el mundo, e incluso algunas naciones pequeñas
o pobres, como Bélgica y Portugal, dominaban zonas más extensas que sus propios
estados. Los Imperios Centrales, en cambio, habían llegado tarde al reparto colonial. El
Imperio austrohúngaro carecía de colonias, y Alemania únicamente había conseguido,
después de muchas tensiones, cuatro territorios africanos sin riquezas ni demasiadas
posibilidades económicas (Togo, Camerún, el desierto de Namibia y la actual Tanzania).
Este componente económico hizo que, al estallar el conflicto, las organizaciones obreras
denunciasen la situación como una guerra de intereses propia del capitalismo y
rechazasen la participación en la contienda bélica. Los líderes socialistas de algunos
países, como el francés Jean Jaurès, se pronunciaron inequívocamente contra un
conflicto que calificaban de imperialista. Pero la división de los socialistas europeos y el
asesinato de Jaurès desmoralizó la oposición pacifista, y el sentimiento nacionalista
acabó por imponerse incluso entre los obreros, que ingresarían sin reticencias en los
respectivos ejércitos.
La Primera Guerra Mundial vino precedida por diversos conflictos locales que pusieron
a prueba las alianzas internacionales y no hacían sino presagiar un enfrentamiento a
gran escala que cualquier chispa podía encender. Perfectamente conscientes de ello,
muchas naciones habían venido realizando fuertes inversiones en el fortalecimiento y
modernización de sus ejércitos, dotándolos de una potencia formidable con finalidades
teóricamente defensivas; la escalada armamentista alcanzó tal nivel que el periodo
comprendido entre 1871 y 1914 es llamado “La paz armada”. Las fricciones por
cuestiones coloniales dieron pronto lugar a diversas crisis, entre las que destacan las
causadas por el dominio de Marruecos (1905 y 1911), resueltas ambas en perjuicio de
Alemania y en favor de los franceses, que contaban con el apoyo de Inglaterra.
Otro constante foco de tensiones era la zona de los Balcanes, encrucijada de etnias
diversas y objeto de interés de distintos países. Para el Imperio austrohúngaro, que
carecía de colonias y de una fácil salida al mar, los Balcanes constituían uno de los
mercados más importantes; por este motivo rechazaba la aspiración de Serbia de unificar
todos los pueblos eslavos meridionales en un solo país. El Imperio otomano, que durante
siglos había controlado la zona, quería conservar su prestigio e influencia en la misma;
el Imperio ruso, como ya se ha indicado, necesitaba conseguir una salida al
Mediterráneo, y por ello se erigió en defensora de los pueblos eslavos. Todos estos
agentes e intereses se enfrentaron en la Guerra de los Balcanes (1912-1913), que
apenas llegó a resolver nada; en 1914, la zona seguía siendo un polvorín.