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STEFAN GEORGE (Büdesheim, Bingen am Rhein, Hesse, 12 de julio de 1868 – Minusio, Locarno, 4 de

diciembre de 1933) fue un poeta y traductor alemán. Su estética se caracteriza por un “ethos” aristocráti-
co y espiritual de raigambre nietzscheana, en el que resuena el vitalismo de la “voluntad de poder”, mien-
tras que su poética del “arte por el arte” propugna que el objeto de la poesía es distanciarse del mundo,
mostrándoe afín al hermetismo predicado por Mallarmé: la escritura de George se acerca al Simbolismo
francés, con con muchos de cuyos representantes, desde Stéphane Mallarmé a Paul Verlaine mantuvo
contactos. De hecho sus versos, en los que se unen una sensualidad formal en el estilo con un contenido
espiritual-esotérico en los temas, se vierten además en un lenguaje provisto de una ortografía inventada y
aun con una especial tipografía ornamental. George, que además de poeta destacó también como traduc-
tor al alemán de Dante Alighieri, William Shakespeare y Charles Baudelaire; fue un importante puente
entre el siglo XIX y el Modernismo alemán. Innovó con experimentos métricos (con la puntuación y con la
tipografía) y enriqueció el lenguaje poético con extrañas y oscuras alusiones.
Nacido en un pueblo junto al Rin, su familia se trasladó a la cercana ciudad de Bingen, donde su padre,
que había sido posadero, se convirtió en un acaudalado comerciante de vinos. George asistió a la escuela
de humanidades de Darmstadt y, más adelante, estudió durante tres años en la Universidad de Berlín.
Gran viajero, sus primeros destinos al extranjero fueron Londres, Italia y, muy especialmente, París, donde
conoció a los poetas simbolistas franceses, sobre todo a Stéphane Mallarmé, quien se convirtió en su mo-
delo: la literatura alemana de la época se movía entre un clasicismo formalista y un naturalismo elemental
que repelían por igual a George, que convencido de que la interpretación órfica de la tierra es la tarea del
poeta y, considerando que todo lo que es sagrado, ha de seguir siéndolo, ello significaba que la poesía
debe envolverse de misterio; de ahí que la poética de Mallarmé, de poseía pura sin relevancia social, fue-
ron para el joven George una auténtica revelación.
Aunque Stefan George no fue en puridad un esteticista sino un poeta moral y político que, de hecho, fue
considerado por sus contemporáneos una especie de sacerdote-profeta de una nueva era: él, desde lue-
go, creía en la función mesiánica de la poesía; y congregó en torno suyo a un grupo de escritores, artistas
e intelectuales que fueron conocidos como miembros del Georgekreis (círculo de George). El famoso
Círculo se nutría fundamentalmente de amigos de su edad y más jóvenes, que conformaban un grupo de
camaradas en el que, empero, cual si se tratase de una secta, el augusto maestro George era venerado
por sus discípulos. Habiendo muchos jóvenes, no es de extrañar que se difundieran ciertos rumores sobre
la homosexualidad en el grupo, pero hay que decir que las innegables inclinaciones del maestro no sobre-
pasaron nunca el límite platónico: muy significativo fue el caso de su relación con Max Kronberger, un
estudiante de humanidades de 14 años de edad al que abordó en una calle de Munich y que se sintió ha-
lagado cuando un hombre que le había estado mirando se dirigió a él y le pidió permiso para tomar una
foto de su "interesante" cabeza; surgió de ahí una glorificación poética que recuerda la deificación que
Adriano hizo de Antinoo: Georg convirtió a “Maximino” en estandarte de su rumbo poético, como lo ex-
presa una famosa poesía contenida en su volumen Der Siebente Ring (El séptimo anillo, 1907).
Políticamente anunció un nuevo reino que sería dirigido por las élites intelectuales y artísticas, unidas por
su fidelidad a un líder más poderoso; como, además, en su poesía se ponía énfasis en el autosacrificio, el
heroísmo y el poder, obtuvo sobre todo popularidad en círculos conservadores; si bien, en contra de lo
que se ha dicho a veces, no tuvo relaciones con los nazis: George declinó la oferta de Goebbels de aceptar
el ministerio de cultura, y el hecho es que se autoexilió a Suiza y -se sabe- que algunos de los que lidera-
ron la Resistencia Alemana contra Hitler eran miembros de su círculo.
Desde muy pronto, el objetivo de George no fue tanto el arte en sí mismo como su puesta al servicio de
un éthos y una visión política opuestos a la realidad de un Imperio alemán dominado por los prusianos y
que contrastaba con su propia idea de Alemania: denigrando a un tiempo y a una sociedad que conside-
raba viles y decadentes, por estar hundidos en el utilitarismo comercial y poner en práctica políticas bru-
tales, luego barnizadas de retórica meramente decorativa. Por eso, George no se dejó arrastrar por el
entusiasmo militarista de sus compatriotas cuando estalló la Primera Guerra Mundial y, en los turbulen-
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tos años de la posguerra, se convirtió en un referente para una buena parte de los miembros de las gene-
raciones más jóvenes my críticas, tales como el desencantado y vitriólico Klaus Mann, que le profesó pro-
funda admiración: “Stefan George el Templario.., militante profético e inspirado caballero..., y único capaz
de cabalgar la negra ola del nihilismo que amenaza con devorar nuestra cultura, operando la la reconcilia-
ción del ethos griego con el cristiano". Por eso, George abandonó la Alemania hitleriana para asentarse en
el extranjero, muriendo en Suiza.
Amigo suyo, pero fuera del Círculo y ajeno a su influencia literaria, fué Hugo von Hofmannsthal, uno de los
más importantes escritores modernistas austriacos, que tenía 17 años cuando lo conoció un George de
23: mantuvieron correspondencia durante años. Por otra parte, George fue un rewferente para Kafka.
Su colección de poemas más recordada fue Algabal (Heliogábalo, 1892), por el emperador romano; pero
hubo otras destacadas: El año del alma, 1897; El tapiz de la vida, 1899; El séptimo anillo, 1907; La estrella
del pacto, 1914; o El nuevo reino, 1928. Además, muchas de sus poesías fueron musicalizadas por varios
músicos de la Segunda Escuela de Viena.

POEMAS

Cada obra me lleva hacia la muerte…

Cada obra me lleva hacia la muerte. de todo surge este rojo y el llanto;
Casi me llamas con estas ideas; las imágenes que siempre huyen
nuevos discursos me enredan: y en bella lejanía prosperan
deber y beneficio, –cuando la fría claridad mañana amenace.
lo otorgado y lo prohibido;

DE HELIOGÁBALO

Cuando alrededor de las cobrizas cúpulas de las azoteas


por todas las fachadas sólo el sol palpita
y el frescor alienta aún en cortes de basalto,
entonces las palomas aguardan a su emperador.

Él viste túnica de azul seda,


sembrada de sardónices y zafiros,
guarnecida en su orla de cápsulas de plata,
mas en los brazos no lleva joya alguna.

Sonreía. Sus blancos dedos regalaban


granos de mijo de la dorada artesa,
cuando un lidio impávido surgió de las columnas
y a los pies de su señor humilló la frente.

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Las palomas vuelan asustadas hacia el techo.
“Muero conforme, pues que mi rey tembló”.
Ancho puñal ya se hunde en su pecho.
Con verde zaguán juega la roja charca.

El emperador se retiró, con ademán de mofa…


Pero el mismo día ordenó, como recuerdo
que en la copa vespertina de vino
se grabase el nombre del esclavo.

EL SEÑOR DE LA ISLA

Cuentan los pescadores que en el Sur


sobre una isla espléndida en canela y en aceite,
y piedras preciosas que entre la arena rielan,
existió un pájaro que, posándose en la tierra
con su pico la copa de los altos árboles
podía deshojar, y cuando sus alas,
del color del jugo del caracol de Tiro,
había erguido en pesado y raso vuelo,
una obscura nube semejaba.
Si por el día en el bosque se ocultaba,
al anochecer regresaba a la orilla,
con la brisa fresca de algas y salitre
su dulce voz elevando tanto que los delfines,
amigos del canto, junto a la playa nadaban
en el mar henchido de doradas plumas y aúreos destellos.
Así había vivido, desde el primer comienzo
y sólo los náufragos le habían conocido.
Cuando un día las blancas velas
de los hombres, con propicio séquito
a la isla arribaron, la colina ascendió,
contemplando todos los queridos parajes,
extendió sus alas inmensas
y expiró entre gemidos apagados y dolientes.

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ELLORA*

Peregrinos que alcanzáis la cumbre.


Con las ruinas de la inútil carga,
arrojáis las flores y las flautas.
¡Ruinas de consoladoras luces!
El tono y el color os matan,
separándoos de la luz y de la voz
en el umbral de Ellora.

Elevados sobre el pedestal a través de las sombras,


cansados de brillar desde el palacio a la sala,
los mudos ojos cual anillos de rubí
se hacen triste ópalo...
Sordas oraciones sobre la lápida
llaman al silencio y a la obscuridad
en las piedras de Ellora.

Separémonos. Alejémonos de buen grado,


que la locura en nosotros encuentre descanso.
Que callen los latidos de nuestro pecho
y se apague el bullir de nuestra fiebre.

Son duros y pétreos los peldaños del Altar,


frías, marfileñas, las columnas
en los templos de Ellora.

(*) Antigua ciudad del centro de la India, donde se encuentran los restos de 35 templos budistas,
brahmánicos y jainas.

HIMNOS

Al satén azul, en la tienda de acampada


lo cobijan bandadas de aúreas luna y estrellas;
Sobre un pedestal se han dispuesto, en el extremo
los vasos de malaquita y alabastro.

Tres cadenas sostienen lámpara de cobre


que de nuestras frentes pálido fulgor vela.
Nos cubren los pliegues de un ancho manto
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y ¡que no nos falte un haz de mirtos!

Pronto atendemos, de la bebida, la voz de oráculo


sobre tapices hilados con suave fibra.
El muchacho, atento a cada guiño
se inclina dignamente ante el gospodar…
Entreveo, como en mágica fuente
el tiempo remoto en que aún yo era rey.

LA ALFOMBRA

Aquí conviven los hombres con los animales,


extraños a la alianza que desborda los límites,
las hoces azules ornan las blancas estrellas
y se dirigen hacia la fría danza.

La desnuda línea avanza asfixiante,


toda ella es confusa e incontrolable,
y nadie adivina el enigma de los cautivos...
Pues cualquier tarde los trabajos cobrarán vida.
La lluvia cae torrencialmente sobre las ramas muertas,
sobre el estrecho espacio de la línea y el círculo
y resbala libre del pincel senil.
El último desenlace le proporciona reflexiones.
Ella no concede nada: no está destinada a la mayoría.
Horas habituales: la promiscuidad no da recompensa.
Negará a la masa la palabra
y solo permitirá lo extraordinario en la imaginación.

LA PALABRA

Un milagro de la lejanía o del sueño


me trajo al abrigo de mi país.

Y esperé hasta que la ris Norna*


encontró el nombre en su manantial.

Después la pude asir densa y fuerte,


ahora florece y resplandece hasta la médula...

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Antaño, yo emprendía el viaje
con una joya rica y delicada.

La divinidad buscó largo tiempo y me ordenó:


"No duermas aquí sobre terreno profundo".

Mi mano huyó
y mi patria nunca ganó el"tesoro...

Y supe con tristeza de la renuncia:


ningún rumor puede reemplazar a la palabra.

(*) Diosa escandinava encargada de regir el destino individual.

LAS PALABRAS ENGAÑAN

Las palabras engañan – huyen, de las salas a las que quiero entrar
sólo el canto se apodera del alma – de los titanes de las pródigas leyendas.
pero si no te pierdo ¡Mofaos de mi suave trabajo!
sé mi falta y mi perdón. Pero primero debo admitir
Dejadme como al niño la sabiduría, que entre sueños te he visto
como al niño de los pueblos cantarines y desde el alma te llevo.

LLAMA

¿Qué haces tú que con el más alto estrépito


a nosotros, siempre distantesy extraños, nos apagas de un soplo?

Cuando apenas disponemos de un momento frente a la quietud de las llamas


una nueva boca nos empuja a los dientes de fuego.

El incendio ondulante teme a las desnudas barras,


las calientes llamaradas casi se hacen perlas.

Que nuestra fuerza en exuberante vegetación


se derrame sobre el metal y la tierra hacia una rápida muerte...

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Oh, madre de mi madre, y excelentísima…

Oh, madre de mi madre, y excelentísima


¡cómo me turba la sucesión de tan severas palabras!
Tu reproche porque mi espíritu no te pertenece,
porque yo, descuidado, sin fruto lo disipé.

¿Recuerdas cuántas lanzas hendieron el aire


cuando yo en el Oriente luché por la corona,
y alabanza y reproche sonó para el temerario
que por entonces no había tomado aún la tierra?

No es debilidad lo que me aparta de vuestro trato;


he comprendido la locura de vuestro proceder.
¡Oh, déjame, ni afamado ni odiado,
libre de vagar por los caminos acotados!

y no busques alejar de mí al hermano


-¿aún en el sueño percibí tu mirada?-,
a quien encadenas ferviente a una absurda tarea,
revistiéndole con tus deseos de ropajes de esclavo.

Mira, soy frágil, como la flor del manzano


y manso como un cordero recental,
aunque yacen hierro, piedra y yesca
peligrosamente en el alma atormentada.

Desciendo por una escalera de mármol;


un cadáver decapitado en medio se agita;
allí rezuma la sangre de mi caro hermano:
yo sólo recojo, quedamente, la cola del manto púrpura.

PEREGRINACIONES (Traduc. Marina Gurruchaga)

Vuestras antiguas imágenes duermen con los muertos.


Me falta el poder de reviviros.
Se me vedaron los verdaderos pastos;
ahora paladeo la suntuosidad plena de corrupción.

Herido por sonidos enervantes


contemplo el valle azul, cubierto de praderas.
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Las garzas blancas y de color de rosa huyeron,
al lago cercano que reposa y destella como acero.

Ella avanzó majestuosa, como acompañando a los sonidos.


Su dedo se sostuvo y tensó
los cordones de seda de sus atavíos salvíficos
que de noche hiló con madejas de hierba.

¡Oh sabio juego, adivinar el través de esta envoltura!


En mis pensamientos seguíamos siendo dos,
antes de que ella, tras bejucos florecidos
se marchara lenta hacia el lago cercano.

FIN

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