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El

modernismo y
la generación
del 98
Contexto histórico y social
• “Desastre” del 98
• Decadencia socio-económica
• Las dos Españas
• Problemas políticos
• Regencia de María Cristina
• Reinado de Alfonso XIII
• Dictadura de Primo de Rivera
• II República
El modernismo
Definición

• Corriente de renovación estética


• Término inicialmente peyorativo
• Entre 1885 y 1915
Influencias
• Parnasianismo
• Ars gratia artis
• Culto a la perfección formal
• Desprecio del
sentimentalismo
• Mitología y escenarios
exóticos
• Simbolismo
• Reacción al Naturalismo
• Conjunto de símbolos
misteriosos
• Decadentismo
• Otras
• Prerrafaelismo
• Filosofía de Schopenhauer,
Hegel o Nietzsche
• Mística española
Características
del espíritu
modernista
• Irracionalismo
• Crítica a la mercantilización
de la cultura
• Crítica a los valores
burgueses
• Anticolonialistas
• Oposición artística
Renovación temática
• Exotismo y evasionismo
• Cosmopolitismo
• Símbolo y mito
• Lo indígena
• Ocultismo
• Amor
• Angustia romántica
Renovación del
lenguaje poético
• Colorido y cromatismo
• Efectos sonoros de las
palabras
• Vocabulario insólito
• Sinestesias
Rubén
Darío
(1867-1916
)
Hubo algunos que llegaron a creer en un descalabro de razón.
Un alienista a quien se le dio noticias de lo que pasaba, calificó el caso como una monomanía
especial. Sus estudios patológicos no dejaban lugar a duda.
Decididamente, el desgraciado Garcín estaba loco.

El pájaro Un día recibió de su padre, un viejo provinciano de Normandía, comerciante en trapos, una
carta que decía lo siguiente, poco más o menos:

azul «Sé tus locuras en París. Mientras permanezcas de ese modo, no tendrás de mí un solo sou.
Ven a llevar los libros de mi almacén, y cuando hayas quemado, gandul, tus manuscritos de
tonterías tendrás mi dinero.»
Esta carta se leyó en el Café Plombier.
-¿Y te irás?
-¿No te irás?
-¿Aceptas?
-¿Desdeñas?
¡Bravo Garcín! Rompió la carta y soltando el trapo a la vena, improvisó unas cuantas estrofas,
que acababan, si mal no recuerdo:
¡Sí, seré siempre un gandul,
lo cual aplaudo y celebro,
mientras sea mi cerebro
jaula del pájaro azul!
Marqués (como el Divino lo eres), te saludo.
Es el Otoño, y vengo de un Versalles doliente.
Había mucho frío y erraba vulgar gente.
El chorro de agua de Verlaine estaba mudo.

Al marqués
Me quedé pensativo ante un mármol desnudo,
de Bradomín cuando vi una paloma que pasó de repente,
y por caso de cerebración inconsciente
pensé en ti. Toda exégesis en este caso eludo.

Versalles otoñal; una paloma; un lindo


mármol; un vulgo errante, municipal y espeso;
anteriores lecturas de tus sutiles prosas;

la reciente impresión de tus triunfos... Prescindo


de más detalles para explicarte por eso
cómo, autumnal, te envió este ramo de rosas.
La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro;
está triste, y en un vaso olvidada se desmaya una flor.

¿qué tendrá El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.


Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

la princesa? y, vestido de rojo, piruetea el bufón.


La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
encienden a las tórtolas tranquilas
los dos ojos de Eros.
Los ojos de las reinas fabulosas,
de las reinas magníficas y fuertes,
tenían las pupilas tenebrosas
que daban los amores y las muertes.

Alaba los Pentesilea, reina de amazonas,

ojos negros
de Julia

Judith, espada y fuerza de Betulia,


Cleopatra, encantadora de coronas,
la luz tuvieron de tus ojos, Julia.
Luz negra, que es más luz que la luz blanca
del sol, y las azules de los cielos.
el amor. Allá surge Sigurd que al Cid se aúna.
Cerca de Dulcinea brilla el rayo de luna,
y la musa de Bécquer del ensueño es esclava
bajo un celeste palio de la luz escandinava.
Sire de ojos azules, gracias: por los laureles
de cien bravos vestidos de honor; por los claveles
de la tierra andaluza y de la Alhambra del moro;

Al rey Óscar

por la sangre solar de una raza de oro;


por la armadura antigua y el yelmo de la gesta;
por las lanzas que fueron una vasta floresta
de gloria y que pasaron Pirineos y Andes;
por Lepanto y Otumba; por el Perú, por Flandes;
por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña
¡Es con voz de Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría que llegar hasta ti, Cazador!
¡Primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod!
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
A Roosevelt que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos o asesinando tigres,
eres un Alejandro- Nabucodonosor.

(Eres un profesor de energía


como dicen los locos de hoy.)
Crees que la vida es incendio
que el progreso es erupción;
en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
Salutación espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
del optimista lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
y en la caja pandórica, de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, rïente,
cual pudiera decirla en su verso Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
La
generación
del 98
Temas
- Preocupación por España y necesidad de
regenerarla. Cainismo

- Búsqueda de la esencia española. Castilla

- Preocupaciones existenciales
Miguel de Unamuno
(Bilbao, 1864- Salamanca, 1936)
Casticísimo es en nuestras letras castizas el teatro, y en éste, el de
Calderón, porque si otros de nuestros dramaturgos le aventajaron en
sendas cualidades, él es quien mejor encarna el espíritu local y transitorio
de la España castellana castiza y de su eco prolongado por los siglos
posteriores, más bien que la humanidad eterna de su casta; es un «símbolo
de raza»11. Da cuerpo a lo diferencial y exclusivo de su casta, a sus notas
individuales, por lo cual, a pesar de haber galvanizado su memoria
En torno al tudescos rebuscadores de ejemplares típicos, es a quien «leemos con más
fatiga» los españoles de hoy, mientras Cervantes vive eterna vida dentro y
casticismo fuera de su pueblo.
Calderón, el símbolo de casta, fue a buscar carne para su pensamiento al
teatro, en que se ha de presentar al mundo en compendio compacto y vivo,
en sucesión de hechos significativos, vistos desde afuera, desvaneciéndose
a último término, hasta perderse a las veces, el nimbo que los envuelve, el
coro irrepresentable de las cosas.
Y de todos los teatros, el más rápido y teatral es el castellano, en que no
pocas veces se corta, más bien que se desata, el nudo gordiano dramático.
Lope, sobre todo, suele precipitar el desenlace, la anagnórisis.
Por toda la literatura castellana campea esa sucesión calidoscópica, y
donde más, en otra su casticísima manifestación, en los romances, donde
pasan los hombres y los sucesos grabados al agua fuerte, sobre un fondo
monótono, cual las precisas siluetas de los gañanes a la caída de la tarde,
sobre el bruñido cielo. El didactismo a que propende esta misma literatura
suele por su parte resolverse en rosario de sentencias graves, en sarta sin
cuerda a las veces.
- Pero ¿no sabes quién es, tú?
- Sí, sé cómo se llama y de qué familia es y...
- ¡Basta! ¿Qué te parece?
- Que es un buen partido para Rosa y que se querrán.
La tía Tula - Pero ¿es que no se quieren ya?
- Pero ¿cree usted, tío, que pueden empezar queriéndose?
- Pues así dicen, chiquilla, y hasta que eso viene como un rayo...
- Son decires, tío.
- Así será; basta que tú lo digas.
- Ramiro..., Ramiro Cuadrado...
- Pero ¿es el hijo de doña Venancia, la viuda? ¡Acabáramos! No
hay más que hablar.
- A Ramiro, tío, se le ha metido Rosa por los ojos y cree estar
enamorado de ella...
- Y lo estará, Tulilla, lo estará...
La muerte afilaba su guadaña en la piedra angular del hogar de
Rosa y Ramiro, y mientras la vida de la joven madre se iba en
rosario de gotas, destilando, había que andar a la busca de una
nueva ama de cría para el pequeñito, que iba rindiéndose
también de hambre. Y Gertrudis, dejando que su hermana se
adormeciese en la cuna de una agonía lenta, no hacía sino
La tía Tula agitarse en busca de un seno próvido para su sobrinito.
Procuraba irle engañando el hambre, sosteniéndole el biberón.
—¿Y esa ama?
—¡Hasta mañana no podrá venir, señorita!
—Mira, Tula —empezó Ramiro.
—¡Déjame! ¡Déjame! Vete al lado de tu mujer, que se muere de
un momento a otro; vete, que allí es tu puesto, y déjame con el
niño!
—Pero, Tula...
—Déjame, te he dicho. Vete a verla morir; a que entre en la otra
vida en tus brazos; ¡vete! ¡Déjame!
—Pues no distraerse; que el que juega no asa castañas. Y ya lo sabes;
pieza tocada, pieza jugada.
—¡Vamos, sí, lo irreparable!
—Así debe ser. Y en ello consiste lo educativo de este juego.
Niebla «¿Y por qué no ha de distraerse uno en el juego?—se decía Augusto—.
¿Es o no es un juego la vida? ¿Y por qué no ha de servir volver atrás las
jugadas? ¡Esto es la lógica! Acaso esté ya la carta en manos de Eugenia.
Alea iacta est! A lo hecho, pecho. ¿Y mañana? ¡Mañana es de Dios! ¿Y
ayer, de quién es? ¿De quién es ayer? ¡Oh, ayer, tesoro de los fuertes!
¡Santo ayer, sustancia de la niebla cotidiana!»
—¡Jaque!—volvió a interrumpirle Víctor.
—Es verdad, es verdad... veamos... Pero ¿cómo he dejado que las cosas
lleguen a este punto?
—Distrayéndote, hombre, como de costumbre. Si no fueses tan distraído
serías uno de nuestros primeros jugadores.
—Pero, dime, Víctor, ¿la vida es juego o es distracción?
—Es que el juego no es sino distracción.
—Pues acabará no siendo novela.
—No, será... será... nivola.
—Y ¿qué es eso, qué es nivola?
—Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano
de Antonio, que una vez le llevó a don Eduardo Benoit, para
Niebla leérselo, un soneto que estaba en alejandrinos o en no sé qué otra
forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo: «Pero ¡eso no
es soneto!...» «No, señor —le contestó Machado—, no es soneto,
es... sonite.» Pues así con mi novela, no va a ser novela, sino...
¿cómo dije?, navilo... nebulo, no, no, nivola, eso es, ¡nivola! Así
nadie tendrá derecho a decir que deroga las leyes de su género...
Invento el género, a inventar un género no es más que darle un
nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y mucho diálogo!
—¿Y cuando un personaje se queda solo?
—Entonces... un monólogo. Y para que parezca algo así como un
diálogo invento un perro a quien el personaje se dirige.
—¿Sabes, Víctor, que se me antoja que me estás inventando?...
—¡Puede ser!"
—¿Conque no, eh? —me dijo—, ¿conque no?
No quiere usted dejarme ser yo, salir de la
niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme,
sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo
Niebla quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción?
Pues bien, mi señor creador don Miguel,
¡también usted se morirá, también usted, y se
volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará
de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá,
aunque no lo quiera; se morirá usted y se
morirán todos los que lean mi historia, todos,
todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción
como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos,
todos, todos.
-La envidia –gustaba repetir- la mantienen los que se
empeñan en creerse envidiados, y las más de las
persecuciones son efecto más de la manía persecutoria que
San Manuel no de la perseguidora.
-Pero fíjese, don Manuel, en lo que me han querido decir…
Bueno, Y él:
mártir -No debe importarnos tanto lo que uno quiera decir como lo
que diga sin querer.
Su vida era activa, y no contemplativa, huyendo cuanto
podía de no tener nada que hacer. Cuando oía eso de que
la ociosidad es la madre de todos los vicios, contestaba: “Y
del peor de todos, que es el pensar ocioso”. Y como yo le
preguntara una vez qué es lo que con eso quería decir, me
contestó: “Pensar ocioso es pensar para no hacer nada o
pensar demasiado en lo que se ha hecho y no en lo que hay
que hacer. A lo hecho pecho, y a otra cosa, que no hay peor
que remordimiento sin enmienda”.
José Martínez Ruiz,
Azorín
(Monóvar, 1873- Madrid, 1966)
No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el
mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos
barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones
torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros, desde
donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo. Las auras
marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas deleznables, que
tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventana de este
Castilla sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagarosa; se
columbra allá en una colina con los cipreses rígidos, negros, a los lados,
que destacan sobre el cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida
de la vieja ciudad no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega en el
silencio de la mañana, en la paz azul del mediodía, el cacareo metálico,
largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una herrería. Estos
labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven
la llanada de las mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos
en los bancales. Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas,
sarmentosas, no encienden cuando llega el crepúsculo una luz ante la
imagen de una Virgen que vela por los que salen en las barcas; van por las
callejas pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en los días
borrascosos y piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino
que las nubes no despidan granizos asoladores.
Y transcurre otro breve momento de un silencio denso, profundo. Y la anciana, que ha
permanecido con la cabeza un poco baja, la mueve con un ligero movimiento, como
quien acaba de comprender, y dice:
-¿Se irá usted a los pueblos, Azorín?

La ruta de -Sí, sí, doña Isabel -le digo yo-; no tengo más remedio que marcharme a los pueblos.
Los pueblos son las ciudades y las pequeñas villas de La Mancha y de las estepas
don Quijote castellanas que yo amo; doña Isabel ya me conoce; sus miradas han ido a posarse en
los libros y cuartillas que están sobre la mesa. Luego me ha dicho:
-Yo creo, Azorín, que esos libros y esos papeles que usted escribe le están a usted
matando. Muchas veces -añade sonriendo- he tenido la tentación de quemarlos todos
durante alguno de sus viajes.
Yo he sonreído también.
-¡Jesús, doña Isabel! -he exclamado fingiendo un espanto cómico-. ¡Usted no quiere
creer que yo tengo que realizar una misión sobre la tierra!
-¡Todo sea por Dios! -ha replicado ella, que no comprende nada de esta misión.
Y yo, entristecido, resignado con esta inquieta pluma que he de mover
perdurablemente y con estas cuartillas que he de llenar hasta el fin de mis días, he
contestado:
-Sí, todo sea por Dios, doña Isabel.
La cofradía canta más lejos; sus deprecaciones
llegan a través de la distancia opacas,
temblorosas, suaves.
El maestro exclama:
La voluntad -¡Ah, la inteligencia es el mal!... Comprender es
entristecerse; observar es sentirse vivir… Y
sentirse vivir es sentir la muerte, es sentir la
inexorable marcha de todo nuestro ser y de las
cosas que nos rodean hacia el océano misterioso
de la nada…
Ya en la lejanía, apenas se percibe, a retazos, la
súplica fervorosa de los labriegos, de los hombres
sencillos, de los hombres felices… Una campana
toca cerca; en la madera del balcón clarean dos
grandes ángulos de luz tenue.
Pío Baroja
(San Sebastián, 1872- Madrid, 1956)
- En mi tiempo pasaba lo mismo -dijo Iturrioz-. Los profesores no sirven más que para el
embrutecimiento metódico de la juventud estudiosa. Es natural. El español todavía no sabe enseñar;
es demasiado fanático, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante.
-Además, falta disciplina.
-Y otras muchas cosas. Pero, bueno, tú, ¿Qué vas a hacer; ¿No te entusiasma visitar?
El árbol de la -No.

ciencia -Y entonces, ¿Qué plan tienes?


-¿Plan personal? Ninguno.
-¡Demonio! ¿Tan pobre estás de proyectos?
-Sí, tengo uno: vivir con el máximo de independencia. En España, en general, no se paga el trabajo,
sino la sumisión. Yo quisiera vivir del trabajo, no del favor.
-Es difícil. ¿Y como plan filosófico? ¿Sigues en tus buceamientos?
-Sí. Yo busco una filosofía que sea primeramente una hipótesis racional de la formación del mundo,
después, una explicación biológica del origen de la vida y del hombre.
-¿Y en dónde has ido a buscar esa síntesis?
-Pues en Kant, y en Schopenhauer sobre todo.
-Mal camino -repuso Iturrioz-; lee a los ingleses; la ciencia en ellos va envuelta en sentido práctico.
No leas esos metafísicos alemanes; su filosofía es como un alcohol que emborracha y no alimenta.
¿Conoces el Leviatán de Hobbes? Yo te lo prestaré si quieres.
A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber la noticia. Al menos él había creído que el
español, inepto para la ciencia y la civilización, era un patriota exaltado, y se encontraba que no;
después del desastre de las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y en Filipinas, todo el
mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; aquellas manifestaciones y gritos habían sido espuma,
humo de paja, nada. Cuando la impresión del desastre se le pasó, Andrés fue a casa de Iturrioz;
hubo discusión entre ellos.

El árbol de la -Dejemos todo eso, ya que afortunadamente hemos perdido las colonias -dijo su tío-, y hablemos de
otra cosa. ¿Qué tal te ha ido en el pueblo?

ciencia -Bastante mal.


-¿Qué te pasó? ¿Hiciste alguna barbaridad?
-No; tuve suerte. Como médico he quedado bien. Ahora, personalmente, he tenido poco éxito.
-Cuenta; veamos tu odisea en esa tierra de Don Quijote.
Andrés contó sus impresiones en Alcolea; Iturrioz le escuchó atentamente.
-¿De manera que allí no has perdido tu virulencia ni te has asimilado al medio?
-Ninguna de las dos cosas.
-Y esos manchegos, ¿Son buena gente?
- Sí, muy buena gente; pero con una moral imposible.
- Pero esa moral, ¿No será la defensa de la una tierra pobre y de pocos recursos?
-Es muy posible; pero si es así, ellos no se dan cuenta de este motivo.
Hay hombres para quienes la vida es de una facilidad
extraordinaria. Son algo así como una esfera que rueda por un
plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna.
¿Es talento, es instinto o es suerte? Los propios interesados
aseguran ser instinto o talento; sus enemigos dicen casualidad,
Zalacaín, el suerte, y esto es más probable que lo otro, porque hay hombres
excelentemente dispuestos para la vida, inteligentes, enérgicos,
aventurero fuertes y que, sin embargo, no hacen más que detenerse y
tropezar en todo.
Un proverbio vasco dice: «El buen valor asusta a la mala suerte».
Y esto es verdad a veces..., cuando se tiene buena suerte.
Zalacaín era afortunado; todo lo que intentaba lo llevaba bien.
Negocios, contrabando, amores, juego... Su ocupación principal
era el comercio de caballos y de mulas, que compraba en Dax y
pasaba de contrabando por los Alduides o por Roncesvalles.
Tenía como socio a Capistun el Americano, hombre inteligentísimo,
ya de edad, a quien todo el mundo llamaba el Americano, aunque
se sabía que era gascón. Su mote procedía de haber vivido en
América mucho tiempo.
Sentáronse todos a la mesa, y la Salomé, la cuñada del zapatero, se
encargó de servir la comida. Manuel no conocía a la Salomé. Era
parecidísima a su hermana, la madre del Vidal. Las dos, de mediana
estatura, tenían la nariz corta y descarada, los ojos negros y hermosos; a
pesar de su semejanza física, las diferenciaba por completo su aspecto: la
madre de Vidal, llamada Leandra, sucia, despeinada, astrosa, con trazas de
La busca mal humor, parecía mucho más vieja que Salomé, aunque no la llevaba
más que tres o cuatro años. La Salomé mostraba en su semblante aire
alegre y decidido.
¡Y lo que es la suerte! La Leandra, a pesar de su abandono, de su humor
agrio y de su afición al aguardiente, estaba casada con un hombre
trabajador y bueno, y, en cambio, la Salomé, dotada de excelentes
condiciones de laboriosidad y buen genio, había concluido amontonándose
con un gachó entre estafador, descuidero y matón, del cual tenía dos hijos.
Por un espíritu de humildad o de esclavitud, unido a un natural
independiente y bravío, la Salomé adoraba a su hombre, y se engañaba a
sí misma, para considerarlo como tremendo y bragado, aunque era cobarde
y gandul. El bellaco se había dado cuenta clara de la cosa, y cuando le
parecía bien, con ceño terrible aparecía en la casa y exigía los cuartos que
la Salomé ganaba cosiendo a máquina, a cinco céntimos las dos varas. Ella
daba sin pena el producto de su penoso trabajo, y muchas veces el truhán
no se contentaba con sacarle el dinero, sino que la zurraba además.
Ramón María del
Valle-Inclán
(Villanueva de Arosa, 1866- Santiago de Compostela 1936)
Anochecía cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria y comenzamos a cruzar
la campiña llena de misterio y de rumores lejanos. Era la campiña clásica de las vides
y de los olivos, con sus acueductos ruinosos, y sus colinas que tienen la graciosa
ondulación de los senos femeninos. La silla de posta caminaba por una vieja calzada:
Las mulas del tiro sacudían pesadamente las colleras, y el golpe alegre y desigual de
los cascabeles despertaba un eco en los floridos olivares. Antiguos sepulcros orillaban
el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos su sombra venerable. La silla de
posta seguía siempre la vieja calzada, y mis ojos fatigados de mirar en la noche, se
Sonatas cerraban con sueño. Al fin quedéme dormido, y no desperté hasta cerca del amanecer,
cuando la luna, ya muy pálida, se desvanecía en el cielo. Poco después, todavía
entumecido por la quietud y el frío de la noche, comencé a oír el canto de
madrugueros gallos, y el murmullo bullente de un arroyo que parecía despertarse con
el sol. A lo lejos, almenados muros se destacaban negros y sombríos sobre celajes de
frío azul. Era la vieja, la noble, la piadosa ciudad de Ligura.

Entramos por la Puerta Lorenciana. La silla de posta caminaba lentamente, y el


cascabeleo de las mulas hallaba un eco burlón, casi sacrílego, en las calles desiertas
donde crecía la yerba. Tres viejas, que parecían tres sombras, esperaban acurrucadas
a la puerta de una iglesia todavía cerrada, pero otras campanas distantes ya tocaban a
la misa de alba. La silla de posta seguía una calle de huertos, de caserones y de
conventos, una calle antigua, enlosada y resonante. Bajo los aleros sombríos
revoloteaban los gorriones, y en el fondo de la calle el farol de una hornacina
agonizaba. El tardo paso de las mulas me dejó vislumbrar una Madona: Sostenía al
Niño en el regazo, y el Niño, riente y desnudo, tendía los brazos para alcanzar un pez
que los dedos virginales de la madre le mostraban en alto, como en un juego cándido
y celeste. La silla de posta se detuvo. Estábamos a las puertas del Colegio
Clementino.
DON GAY.- Snt James Square. ¿No caen ustedes? El Asilo de Reina Elisabeth. Muy
decente. Ya digo, mejor que aquí una casa de tres pesetas. Por la mañana té con
leche, pan untado de mantequilla. El azúcar algo escaso. Después, en la comida, un
potaje de carne. Alguna vez arenques. Queso, té... Yo solía pedir un boc de cerveza, y
me costaba diez céntimos. Todo muy limpio. Jabón y agua caliente para lavatorios, sin
tasa.

Luces de ZARATUSTRA.- Es verdad que se lavan mucho los ingleses. Lo tengo advertido. Por
aquí entran algunos, y se les ve muy refregados. Gente de otros países, que no siente
Bohemia el frío, como nosotros los naturales de España.

DON LATINO.- Lo dicho. Me traslado a Inglaterra. ¿Don Gay, cómo no te has


quedado tú en ese Paraíso?

DON GAY.- Porque soy reumático, y me hace falta el sol de España.

ZARATUSTRA.- Nuestro sol, es la envidia de los extranjeros.

MAX.- ¿Qué sería de este corral nublado? ¿Qué seríamos los españoles? Acaso más
tristes y menos coléricos... Quizá un poco más tontos... Aunque no lo creo.
DON FILIBERTO.- ¡Juventud! ¡Noble apasionamiento! ¡Divino
tesoro, como dijo el vate de Nicaragua! ¡Juventud, divino tesoro! Yo
también leo, y algunas veces admiro a los genios del modernismo.
El Director, bromea que estoy contagiado. ¿Alguno de ustedes ha
leído el cuento que publiqué en «Los Orbes»?
Luces de CLARINITO.- ¡Yo, Don Filiberto! Leído y admirado.
Bohemia DON FILIBERTO.- ¿Y usted, amigo Dorio?
DORIO DE GADEX.- Yo nunca leo a mis contemporáneos, Don
Filiberto.
DON FILIBERTO.- ¡Amigo Dorio, no quiero replicarle que también
ignora a los clásicos!
DORIO DE GADEX.- A usted y a mí nos rezuma el ingenio, Don
Filiberto. En el cuello del gabán llevamos las señales.
DON FILIBERTO.- Con esa alusión a la estética de mi
indumentaria, se me ha revelado usted como un joven esteta.
DORIO DE GADEX.- ¡Es usted corrosivo, Don Filiberto!
DON FILIBERTO.- ¡Usted me ha buscado la lengua!
MAX.- ¿Qué tierra pisamos?
DON LATINO.- El Café Colón.
MAX.- Mira si está Rubén. Suele ponerse enfrente de los músicos.
DON LATINO.- Allá está como un cerdo triste.
Luces de MAX.- Vamos a su lado, Latino. Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese
negro.
Bohemia DON LATINO.- No me encargues de ser tu testamentario.
MAX.- ¡Es un gran poeta!
DON LATINO.- Yo no lo entiendo.
MAX.- ¡Merecías ser el barbero de Maura!

(Por entre sillas y mármoles llegan al rincón donde está sentado y


silencioso Rubén Darío. Ante aquella aparición, el poeta siente la amargura
de la vida, y con gesto egoísta de niño enfadado, cierra los ojos, y bebe un
sorbo de su copa de ajenjo. Finalmente, su máscara de ídolo se anima con
una sonrisa cargada de humedad. El ciego se detiene ante la mesa y
levanta su brazo, con magno ademán de estatua cesárea.)
MAX.- ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela!
DON LATINO.- Una tragedia, Max.
MAX.- La tragedia nuestra, no es tragedia.
DON LATINO.- ¡Pues algo será!
MAX.- El Esperpento.
Luces de DON LATINO.- No tuerzas la boca, Max.

Bohemia MAX.- ¡Me estoy helando!


DON LATINO.- Levántate. Vamos a caminar. […]
MAX.- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos, dan el Esperpento. El sentido trágico de la
vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. […] España es una
deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO.- ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo, son absurdas.
DON LATINO.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX.- Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética
actual es transformar con matemática de espejo cóncavo, las normas clásicas.
DON LATINO.- ¿Y dónde está el espejo?
MAX.- En el fondo del vaso.
DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX.- Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras, y toda la vida
miserable de España.
EL POLLO.- ¡No se cargue usted la cabezota, tío lila!
LA PISA BIEN.- Don Latí, vámonos.
EL CHICO DE LA TABERNA.- ¡Aventuro que esas dos sujetas,
son la esposa y la hija de Don Máximo!
Luces de DON LATINO.- ¡Absurdo! ¿Por qué habían de matarse?
Bohemia PICA LAGARTOS.- ¡Pasaban muchas fatigas!
DON LATINO.- Estaban acostumbradas. Solamente tendría una
explicación. ¡El dolor por la pérdida de aquel astro!
PICA LAGARTOS.- Ahora usted hubiera podido socorrerlas.
DON LATINO.- ¡Naturalmente! ¡Y con el corazón que yo tengo,
Venancio!
PICA LAGARTOS.- ¡El mundo es una controversia!
DON LATINO.- ¡Un esperpento!
EL BORRACHO.- ¡Cráneo previlegiado!
Antonio Machado
(Sevilla, 1875- Colliure, 1939)
Caminante son Caminante, son tus huellas
tus huellas. el camino y nada más;
Campos de Caminante, no hay camino,
Castilla. se hace camino al andar.
Proverbios y Al andar se hace el camino,
cantares y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Este donquijotesco
A don Miguel Don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,
de Unamuno. lleva el arnés grotesco
y el irrisorio casco
Soledades,
del buen manchego. Don Miguel camina,
galerías y
jinete de quimérica montura,
otros poemas metiendo espuela de oro a su locura,
sin miedo de la lengua que malsina.
A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahures y logreros
dicta lecciones de Caballería.
El primero es Gonzalo de Berceo llamado,
Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,
Mis poetas. que yendo en romería acaeció en un prado,

Soledades, y a quien los sabios pintan copiando un pergamino.


Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María,

galerías y y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria,


y dijo: mi dictado non es de juglaría;
otros poemas escrito lo tenemos; es verdadera historia.
Su verso es dulce y grave: monótonas hileras
de chopos invernales en donde nada brilla;
renglones como surcos en pardas sementeras,
y lejos, las montañas azules de Castilla.
El nos cuenta el repaire del romeo cansado;
leyendo en santorales y libros de oración,
copiando historias viejas, nos dice su dictado,
mientras le sale afuera la luz del corazón.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
Mi infancia y un huerto claro donde madura el limonero;

son recuerdos mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;


mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
de un patio de Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido,

Sevilla. -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-


mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
Campos de y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Castilla Hay en mis venas gotas de sangre jacobina;


pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Proverbios y
cantares.
Campos de La envidia de la virtud
Castilla. IX hizo á Caín criminal.
¡Gloria á Caín! Hoy el vicio
es lo que se envidia más.
No sabía
si era un limón amarillo
lo que tu mano tenía,
o el hilo de un claro día,
Guiomar, en dorado ovillo.
Canciones a Tu boca me sonreía.
Yo pregunté: ¿Qué me ofreces?
Guiomar. I ¿Tiempo en fruto, que tu mano
eligió entre madureces
de tu huerta?
¿Tiempo vano
de una bella tarde yerta?
¿Dorada esencia encantada?
¿Copla en el agua dormida?
¿De monte en monte encendida,
la alborada
verdadera?
¿Rompe en sus turbios espejos
amor la devanadera
de sus crepúsculos viejos?
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
El crimen fue salir al campo frío,
en Granada. aún con estrellas, de la madrugada.
Poesías de Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
guerra El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-.
...Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada-, en su Granada...

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