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Magdalena nació en torno a 1611, según unos autores en Nagasaki o, según otros, en un
pueblo próximo a Nagasaki. Fue hija de nobles y fervientes cristianos japoneses. Recibió como
las jóvenes de su clase social una buena educación aprendiendo no solo a leer y escribir
en japonés, sino también en latín, español y portugués. De acuerdo a varias fuentes que
hablan de ella, Magdalena era una mujer de gran belleza.
Sesenta años después del comienzo de las misiones cristianas en Japón, iniciadas por el
jesuita San Francisco Javier, el número de católicos en las islas llegaba a casi medio millón de
personas (1622), siendo Nagasaki el principal centro cristiano de Japón. La alarma de las
autoridades japonesas ante el crecimiento del cristianismo, que veían como una amenaza,
determinó que se persiguiera a los practicantes de la nueva religión. Se procedió a realizar
ejecuciones masivas, y a torturar con novedosos y crueles métodos para desalentar a los
cristianos y que estos renunciaran a su fe.
Durante la persecución los padres y hermanos de Magdalena fueron condenados a muerte por
profesar el cristianismo y martirizados. Magdalena era muy joven cuando quedó huérfana,
siendo misioneros extranjeros los que se encargaron de su cuidado y educación.
Magdalena de Nagasaki fue una santa virgen y mártir venerada por la Iglesia Católica. Monja
de la orden terciaria agustina recoleta, con solo 23 años sufrió martirio. Canonizada por el
papa Juan Pablo II en 1987.
Atributos: Palma, hábito agustino (sin el velo típico de una monja) y libros
Agustina recoleta
En 1624 conoció a dos misioneros recién llegados pertenecientes a la orden de los agustinos
recoletos, los sacerdotes Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio. Les siguió durante su
peregrinar por la región, sirviéndoles de intérprete y catequista. Magdalena incluso bautizó
con su propia mano a varios de sus compatriotas. Eran tiempos de odio hacia los cristianos por
lo que padeció muchos sufrimientos. En ocasiones hubo de huir a las montañas con sus
preceptores para escapar de la persecución. La profunda espiritualidad de los misioneros
causó un gran interés en Magdalena quien pidió ingresar en la orden agustina y recibir el
hábito agustino terciario —propio de los laicos— que vestía regularmente.