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Análisis

Título
Según cuenta el autor en Apostillas, la novela tenía como título provisional La abadía
del crimen, título que descartó porque centraba la atención en la intriga policíaca.
Su sueño, afirma, era titularlo Adso de Melk, un título neutro, dado que el personaje
de Adso no pasaba de ser el narrador de los acontecimientos. Según una entrevista
concedida en 2006, El nombre de la rosa era el último de la lista de títulos, pero
"Todos los que leían la lista decían que El nombre de la rosa era el mejor."
.
El título se le había ocurrido casi por casualidad, y la figura simbólica de la rosa
resultaba tan densa y llena de significados que, como dice en Apostillas: "ya casi los
ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la
guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces,
gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia." Para Eco, esa carencia
de significado final debida al exceso de significados acumulados respondía a su idea
de que el título "debe confundir las ideas, no regimentarlas."
Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién,
este texto, que ya no sé de qué habla: statu rosa prístina nomine, nomina nuda
tenemos.
Adso de Melk
Al enigma del título se unía el del verso en latín que cerraba la novela. A este
respecto, el autor explica en Apostillas que, aunque el lector hubiese captado las
«posibles lecturas nominalistas» del verso, esa indicación llegaría en el último
momento, cuando el lector habría podido ya escoger múltiples y variadas
posibilidades. Responde acerca del significado del verso, diciendo que es un verso
extraído de una obra de Bernardo Morliacense, benedictino del siglo XII que
compuso variaciones sobre el tema del ubí sunt, añadiéndoles la idea de que de
todas las glorias que desaparecen lo único que restan son meros nombres.
De la rosa solo queda el nombre desnudo.
Estructura y narrador

Según narra la introducción, “Naturalmente, un manuscrito”, El nombre de la rosa


está basada en un manuscrito que fue a parar a manos del autor en 1968, Le
manuscrito de Dom Adson de Melk, un libro escrito por un tal «abate Vallet»
encontrado en la Abadía de Melk, a orillas del Danubio, en Austria. El supuesto libro,
que incluía una serie de indicaciones históricas bastante pobres, afirmaba ser una
copia fiel de un manuscrito del siglo XIV encontrado en la Abadía de Melk.
A partir de esa base, la novela reconstruye con detalle la vida cotidiana en la abadía
y la rígida división horaria de la vida monacal, que articulan los capítulos de la novela
dividiéndola en siete días, y éstos en sus correspondientes horas canónicas:
maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. El empeño puesto
en lograr un ambiente adecuado permite que el autor use en repetidas ocasiones
citas en latín, especialmente en las conversaciones eruditas entre los monjes.
La historia está narrada en primera persona por el ya anciano Adso, que desea dejar
un registro de los sucesos que presenció siendo joven en la abadía. En Apostillas,
Eco comenta una curiosa dualidad del personaje: es el anciano de ochenta años que
narra los sucesos acaecidos en los que intervino Adso, el joven de dieciocho años.
«El juego consistía en hacer entrar continuamente en escena al Adso anciano, que
razona sobre lo que recuerda haber visto y oído cuando era el otro Adso, el joven.
(···) Este doble juego enunciativo me fascinó y me entusiasmó muchísimo.» La voz
narrativa es pues una voz pasada por múltiples filtros; tras el ineludible filtro de la
edad y de los años pasados por el personaje, la introducción de la novela explica que
el texto original de Adso de Melk es registrado por J. Mabillon, a su vez citado por el
abate Vallet, de quien el autor tomaría prestada la historia. Según explicó Eco en
Apostillas, este triple filtro vino motivado por la búsqueda de una voz medieval para
el narrador, apercibiéndose de que finalmente: «los libros siempre hablan de otros
libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado».
CRÍTICA DE “EL NOMBRE DE LA ROSA”
En su libro Apostillas a El nombre de la rosa, Umberto Eco explica que el primer
título que manejó para su célebre novela fue La abadía del crimen pero que lo
descartó porque centraba demasiado la atención en la parte policíaca de la trama en
detrimento de lo demás. Y es cierto que en esa obra la investigación de los
asesinatos de los miembros de una comunidad benedictina sólo constituye una
parte de un todo bastante más amplio y ambicioso mediante el cual el autor nos
presenta un fresco de la Edad Media en casi todos sus aspectos teóricos: arte,
filosofía, religión
Sin embargo, cuando en 1986 Jean Jacques Annaud se pone manos a la obra en
adaptar El nombre de la rosa al cine (después de cuatro años de preparación previa)
invierte esas prioridades, primando el argumento del monje detective sobre los
otros, cuya plasmación en la pantalla no sólo sería muy complicada sino que además
resultaría farragosa de ver al espectador. Así que el director francés y sus cuatro
guionistas (Andrew Birkin, Gérrad Brach, Howard Franklin y Alain Godard) se
esmeraron en escribir un libreto que, podando todo aquello que pudiera ser
accesorio para el desarrollo de la intriga, hiciera sentir al público la sensación de
estar asistiendo a un caso de Sherlock Holmes con el protagonista vistiendo hábito
en vez de manferlán.

La referencia al personaje más exitoso de Arthur Conan Doyle no es gratuita. El


monje en cuestión se llama Guillermo de Baskerville, apellido que remite a uno de
los relatos más brillantes del escritor escocés, y llega a la abadía del crimen -
permítaseme la broma- acompañado del novicio Adso de Melk, que es el narrador
de la historia, tal cual pasaba con el doctor Watson en los relatos holmesianos
(incluso el nombre suena parecido). Por si queda alguna duda, cuando Guillermo
hace su primera deducción lógica sobre la muerte de uno de los frailes, lo apostilla
diciendo “Elemental”, expresión que ya se liga inconscientemente al detective
británico.

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