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José Luis Moral es Director del Instituto Superior de Teología «Don Bosco» (Madrid)
y Director de Misión Joven.
La vida de los hombres puede imaginarse como un texto. A cada cual, por así
retratar el asunto, se nos consigna al nacer un manuscrito, en gran parte ya elaborado,
con diversos utensilios para seguir escribiendo. Día a día, rellenamos el pergamino de
nuestra existencia y, cuando nos paramos, no pocas veces y a primera vista, aquello nos
resulta una especie de jeroglífico, necesitado de interpretación, de transformar en
verdadero texto.
En todos los casos, pero en el de los jóvenes particularmente, la escritura o
retrato se construye sobre un palimpsesto, no un pergamino virgen sino otro cuya
escritura ha sido borrada para escribir de nuevo en él.
Antes de entrar en tema, dos palabras sobre eso de «hablar de los jóvenes».
Aunque hablamos mucho de ellos, aunque se multiplican los estudios, aunque sentimos
vivamente la necesidad de conocerlos, no es nada sencillo hablar de los jóvenes. Y no es
fácil, en primer lugar, porque la mayoría de nosotros no somos jóvenes y nos ponemos a
hablar de quienes seguramente preferirían hablar por sí mismos, aunque no estén muy
acostumbrados. Es difícil llegar a convencerse de que muchas de las cosas que el joven
piensa o hace no las entiende el que no es joven sino después de un profundo proceso de
simpatía y compasión, en el que no es infrecuente quedarse a medio camino, es decir, en
formas más o menos solapadas de paternalismo y de apenamiento. Sin darnos cuenta, los
utilizamos como terreno gratuito para nuestras proyecciones y justificaciones de adultos: a
los jóvenes se les pueden achacar muchos desmanes y atribuir la falta de sentido que
notamos en tantos campos de la vida. Así, la manía de vincular jóvenes y futuro termina
por apartarnos, no pocas veces, de la realidad o por inventarnos un juicio sobre ellos en
virtud de las expectativas de futuro que nos hacemos. Definitivamente, los jóvenes están
sirviendo más de lo conveniente para controlar, esconder y proyectar las incertidumbres
y/o esperanzas personales y sociales de los adultos.
Por otra parte, nadie piense que se puede hablar de la juventud como si de una
categoría real y uniforme se tratara. Cada día descubrimos más palpablemente la inutilidad
actual de la categoría sociológica de juventud: no hay juventud sino jóvenes –si algo
caracteriza a la realidad juvenil es su diversidad y pluralidad– y la necesidad de conseguir
un denominador común para todos ellos también nos mete en el mundo de la caricatura. Y
ya se sabe: comenzamos con una caricatura y terminamos creyendo que se trata de un
retrato. Por ahí se encuentra uno de los problemas centrales del sinfín de investigaciones
sobre la juventud. De ellas mismas está surgiendo la conciencia de sus limitaciones y la
necesidad de un replanteamiento: existe una creciente crítica metodológica de su
cuantitantivismo ingenuo (que, más o menos, hace equivalentes medir y explicar) o del
ideologismo subyacente (aquellos estereotipos culturales que enmascaran o esconden), así
como a la pretensión de postular unos extremos en la definición juvenil (militante o
comprometido y pasota) que se elevan a la categoría de clave de comprensión de toda su
realidad. Es necesario integrar esos estudios con otros de carácter cualitativo1[1]. Para una
1[1] Existen muy pocos estudios cualitativos y todos ellos centrados en temas parciales. Tras Historia social de la juventud de V.
ALBA (Plaza&Janés, Barcelona 1979, recientemente se ha publicado en España una obra con grandes pretensiones –G. LEVI-J-C.
SCHMITT (DIR.), Historia de los jóvenes (2 vol.), Taurus, Madrid 1996–, pero pese a lo ambicioso de los objetivos y del título no
deja de ser una colección de artículos que tratan, con desigual acierto, diversas situaciones particulares de algunos tipos relevantes
de jóvenes de la historia contemporánea. Además se trata de una historia reducida a Francia, Alemania, Estados Unidos e Italia (hay
artículos ciertamente muy logrados, como los dedicados al fascismo y nazismo u otros dos que abordan los ritos de consumación de
la juventud en el servicio militar y en la participación en las fiestas a través de las que se forjaba la juventud en los pueblos). Tres
podrían ser las tesis centrales de la obra: 1/ La juventud ha estado marcada por las características del género masculino y las clases
mayor complicación del tema, ser joven hoy es algo cada vez más relativo, una realidad
cada vez menos en función de la biología y más determinada por la cultura y la sociedad.
Las generaciones jóvenes han sido las más explotadas para los caprichos de la
modernidad. A estas alturas, nadie se atrevería a definirlas como imagen y prefiguración
del futuro, pese a no querer reconocer que son el fiel reflejo de los disparates de nuestra
sociedad y que sí anticipan el rostro de las víctimas del mañana que esbozamos hoy2[2].
De todos modos, en el indudable proceso de configuración cultural de una forma inédita
de ser y vivir en el mundo o de un «nuevo hombre» en que nos encontramos, ya
disponemos de una anticipación de resultados: el rostro y la vida de los jóvenes3[3].
medias y altas; 2/ La juventud es frecuentemente una metáfora de las ideologías; 3/ El debate sobre los jóvenes es uno de los temas a
través de los cuales la sociedad reflexiona sobre sí misma.
LIPOVETSKY (La era del vacío, por ejemplo) ha sido uno de los que han apuntado
más rasgos del resultado de lo que denomina una «revolución individualista».
4[4] Conjuración de Catilina, XIII, 2-3; XIV, 5-6.
Jóvenes cristianos: retrato con fondo
J.L. BORGES
SÍNTESIS DE LA PARTE I
Vivimos no tanto una «época de cambios» cuanto un particular momento de cambio
epocal. Las jóvenes generaciones son las que sufren más directamente la incertidumbre
que comporta la situación. Esta parte del artículo analiza tres aspectos de tales
repercusiones: los jóvenes anticipan ya el «nuevo hombre» surgido de las profundas
transformaciones en curso; aunque muy semejantes a los adultos por imposición del
sistema imperante, los jóvenes –más víctimas que culpables– son también muy
diferentes de las generaciones mayores; en último término, por desgracia, han pasado...
¡de esperanza a problema!
5[5] Cf. C. GEFFRÉ, El cristianismo ante el riesgo de la interpretación, Cristiandad, Madrid 1994, 205-227. Ahí se puede
encontrar un buen dibujo del «estado de conciencia» al que ha llegado el hombre moderno.
dualista de su conciencia, y de si un cristiano puede ser un hombre moderno sin perder
por ello su identidad». En efecto, «la existencia cristiana de teologías, iglesias y
hombres se encuentra hoy más que nunca en una doble crisis: de relevancia y de
identidad. [...] Cuanto más intentan incidir en los problemas de la actualidad, tanto más
profundamente se adentran en una crisis de identidad cristiana; cuanto más intentan
reafirmar su identidad en dogmas, ritos e ideales morales tradicionales, tanto mayor se
hace su irrelevancia y falta de credibilidad»6[6].
6[6] E. MENÉNDEZ UREÑA, Ética y modernidad, UPSA, Salamanca 1984, 78-79 (allí aparece citado el primer texto de
Pannenberg) y J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 1975, 17, respectivamente.
7[7] Dicho aspecto aparece en todos los estudios sociológicos sobre el tema. Cf. particularmente: M. MARTÍN SERRANO-O.
VELARDE, Informe «Juventud en España 96», Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales-Instituto de la Juventud, Madrid 1996, 23;
A. DE MIGUEL (DIR.), Dos generaciones de jóvenes 1960-1998, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales-Instituto de la
Juventud, Madrid 2000, 250-272 y 319-377; J. ELZO ET ALII, Jóvenes españoles ’94, Fundación «Santa María», Madrid 1994 (en
especial los artículos de P. GONZÁLEZ BLASCO, Los jóvenes y sus identidades, Integración en la sociedad; y de J. ELZO,
Ensayo tipológico de la juventud española).
8[8] La lógica de las generaciones jóvenes de los últimos años parece seguir el siguiente desarrollo: jóvenes de los ’60 o «los que
creían que lo serían siempre» (los jóvenes que creyeron en la autonomía como proceso de emancipación, contestación y
solidaridad); jóvenes de los ’70 o «los que son supieron como serlo» (los del pasotismo y del desencanto); jóvenes de los ’80 o «los
que se encontraron condenados a serlo» (la llamada «generación de la madriguera»). Contando con estas herencias, a los jóvenes de
los ’90 no les cabía otra posibilidad que ser la generación de los «jóvenes que ya no lo serán», sobre todo, por ser prácticamente
igual a los adultos y someterse a sus dictados. Cf. J.M. LOZANO, o.c. pp. 8-16 y 18-22; P. GONZÁLEZ BLASCO, Los jóvenes y
sus identidades, en J. ELZO (Dir.), Jóvenes Españoles ’94, o.c., pp. 21-87; M. MARTÍN SERRANO-O. VELARDE, o.c., pp. 203-
227.
Algunos factores clave que igualan los jóvenes a los adultos: la economía
neoliberal-capitalista de mercado, el primero y por encima de cualquier otro, junto a la
globalización e interdependencia que impone el comercio hodierno. A continuación, la
revolución tecnológica y la reorganización tanto de roles sociales como del tiempo en la
vida de las personas. La producción de una información prácticamente inabordable, el
protagonismo que adquiere la mujer o la importancia vital del tiempo libre, serían otros
tantos efectos de dicha revolución y reorganización9[9].
Los aires neocapitalistas inflan la importancia del dinero y del poder, mientras
deshinchan el valor de las ideas y vínculos personales. Esta atmósfera debilita los
marcos de referencia del crecimiento humano, reblandece la identidad y las relaciones,
exalta hasta la apoteosis sentidos y deseos, etc.
¿No suele ser un tanto hipócrita la valoración que ligamos a diversos datos
relativos a los jóvenes puesto que, en el fondo, no son tan diferentes de nosotros mismos?
¿Sus posturas vinculadas o derivadas del individualismo y del consumismo, en qué se
difieren de las de los adultos, si no fuera por ofrecer con perfiles más agudos el reflejo de
la sociedad que estamos construyendo? ¿O es que los adultos no vivimos volcados hacia el
consumo, no estamos contagiados de un vitalismo semejante al suyo o no hemos
convertido la vida y sociedad en un espectáculo permanente? Quizá lo que nos causa
extrañeza sean nuestros propios rasgos de familia tan descaradamente alardeados en sus
vidas.
Iguales..., pero más parecen víctimas que culpables. Víctimas atrapadas entre una
estructura económica neoliberal que les niega un puesto de trabajo digno y estable –y la
asunción de responsabilidades a él anejas– y una cultura de consumo que «enerva sus
valores, enfría su entusiasmo, les priva del aliento necesario para realizar utopías y
recorta sus proyectos de futuro»10[10].
Nada más dramático que darse cuenta, mirando y viendo de este modo, que son
otros quienes están imaginando la vida de los jóvenes, que nuestra sociedad les incapacita
para soñar, recluyéndolos en la cárcel de un presente sin futuro.
El «divino tesoro» del poeta, más que irse para no volver, se ha convertido en
una mina explotada con toda clase de intenciones: domesticación consumista,
9[9] Cf. J. ELZO, o.c., pp. 183-202 y 406-411.
10[10] J. GONZÁLEZ-ANLEO, La construcción de las identidades de los jóvenes, en «Documentación Social» 124(2001), 20.
marginación, construcción de imágenes vacías, etc. Curioso, con ciertos tintes
grotescos, que –en momentos de especial incertidumbre– hayamos terminado el siglo
XX proponiendo «lo joven» casi como el único modelo socialmente disponible para
todos, cuando los jóvenes concretos son quienes cargan con el peso inhumano de una
sociedad envejecida y ensimismada en la glorificación cultural del «ser joven».
Con todo, gracias a Dios, siguen siendo diferentes de los adultos. Todos, al caducar
las imágenes del mundo que nos aseguraban inequívocamente el conocimiento y la acción,
nos sentimos un poco perdidos y sin saber por dónde tirar. Pero, mientras los mayores
encaramos un éxodo así con grandes dosis de disimulo e intentos desesperados por
ocultar la inseguridad, los jóvenes se lanzan a tumba abierta en la búsqueda del sentido
para ese «nuevo hombre» que está naciendo y cuyo esqueleto ya es el suyo; por eso les
toca sufrir como a nadie los dolores que lleva consigo una transformación de semejante
índole.
Diferentes, sobre todo, porque son justamente ellos y ellas, esa generación que
tiene que vivir en un mundo nuevo que está todavía compuesto de edificios viejos.
Diferentes, pero –al fin y a la postre– iguales porque no les dejamos otra salida.
Bien está, antes de seguir, recodar aquello de «hacedlos cual los queréis o queredlos
cual los hacéis».
11[11] P. GONZÁLEZ BLASCO ET ALII, Jóvenes españoles 89, Fundación Santa María, Madrid 1989.
12[12] Cf. J.L. SEGOVIA, ¿Juventud versus sociedad? Un enfoque dialógico y P. FUENTES, Condenados a «juventud perpetua»,
ambos en: «Documentación Social» 124 (2001), pp. 53-73 y 75-95, respectivamente.
Es precisamente el consumo, por desgracia, la alternativa para un «nuevo
consenso», y ocupa ahora el puesto que el trabajo cumplía en el pacto anterior13[13]. No
en vano, nuestro sagaz y tan poco humano sistema capitalista ha descubierto
inmediatamente que los jóvenes, al retrasar su emancipación y obligar a las familias a
consumir más –estrechando las posibilidades de ahorro e inversión–, constituyen un
mercado con alta capacidad de consumo inmediato. De este modo y exacerbando por
todos los medios los sentidos y los deseos, el consumo es percibido por los jóvenes
como un estilo de vida normal y pauta central de integración social.
13[13] Las estadísticas nos indican que los jóvenes disponen mensualmente de una cifra que oscila entre las 12.000 pts. (Encuesta
del CIS, 1997) o las 17.000 (Jóvenes españoles 99) y las 35.000 (cf. J.GONZÁLEZ-ANLEO, La construcción de las identidades...,
o.c., p. 25). La primera de las encuestas citadas también constata que un 98% de los jóvenes entre 15 y 29 años compra ropa todos
los meses.
el otro referente socializador y la diversión el ambiente de autoformación por
excelencia.
La familia es muy valorada por los jóvenes: sienten una verdadera «querencia
por el hogar familiar» y la mayoría vive satisfactoriamente en él, siendo la familia la
principal donadora de sentido y fuente de ideas tanto para construir su concepción del
mundo como para definir su existencia en él.
También los amigos cotizan muy alto como agente socializador y son el segundo
elemento crucial de su vida juvenil. Tras la familia y por encima de la escuela u otras
instancias de socialización, la pandilla –el grupo, los colegas...– conforma el factor
cardinal transmisor de ideas e interpretaciones del mundo. Solo con los amigos y al
margen de la familia y demás instituciones, viven «su» tiempo –el libre, el del ocio...– y
hacen lo fundamental, es decir, divertirse.
Por lo demás, los padres no ponen las cosas demasiado difíciles... Predominan
unas relaciones paterno-filiales distendidas y complacientes. Sin embargo, además de
apoyo y refugio, este «encontrarse a gusto» guarda una estrecha relación con la actual
debilidad de la familia. En efecto, más que autoridad y modelos, los jóvenes encuentran
en sus padres una especie colchón protector; hay «buenas relaciones», si bien es escaso
el intercambio de contenidos temáticos con los que confrontarse y dar sentido a la vida.
14[14] J. ELZO, El silencio de los adolescentes, Temas de Hoy, Madrid 2000, 209.
15[15] Cf. Jóvenes españoles 99, oc., pp. 13-37; cf. también y para los aspectos relativos a la familia y los amigos, pp. 121-182;
412-419.
Prácticamente un 65% de los jóvenes sale todos o casi todos los fines de semana.
La huida nocturna, por añadidura, se inicia en edades cada vez más tempranas y con
progresivo incremento de la frecuencia. Alejados del mundo adulto y fuera de la mirada
familiar, la noche se convierte en «su» espacio exclusivo, rodeados de música y alcohol
u otras sustancias estimulantes, viviendo la sexualidad –según se tercie– bien como una
forma peculiar de comunicación bien como simple diversión.
La llamada «cultura del fin de semana» –noche y diversión, sobre todo–, es para
nuestra sociedad –y no solo por quererlo los jóvenes– una fórmula capital para avivar el
gasto, donde adolescentes y jóvenes conforman un sector de mercado con alta capacidad
de consumo.
Por derroteros como los descritos hasta ahora, alcanzan los jóvenes una
identidad débil, abierta y acomodaticia que lo tiñe todo de esas mismas características:
no quieren más revolución que la cotidiana, ésa que les permite sentirse cómodos,
felices hasta donde el cuerpo aguanta. Domina en ellos la «razón instrumental» y una
despreocupada alegría de vivir: si hay que estudiar, por ejemplo, será casi
exclusivamente para conseguir un título y obtener un empleo; al considerarse como
presos entre rejas escolares, quieren y consiguen mucho ocio y muy diverso –siendo
16[16] Cf. Jóvenes españoles 99, o.c., pp. 355-371; M.T. LAESPADA, La nueva socialización de los jóvenes: espacios de
autoformación, en «Documentación Social» 124(2001), 185-202.
capaces de dedicar en un fin de semana más tiempo a la diversión que al estudio en toda
la semana–; ensanchan la permisividad y estrechan el compromiso, administrando
frívolamente rechazos –más o menos racistas– y simpatías.
Cuesta abajo semejante nos conduce a uno de los rasgos más pronunciados de la
juventud actual: la «implicación distanciada» respecto a la vida y sus problemas. En los
jóvenes existe una falla profunda, un hiatus entre los valores finalistas y los
instrumentales: invierten en valores finalistas –pacifismo, ecología, tolerancia, lealtad,
solidaridad, etc.–, no obstante se despreocupan de los instrumentales –esfuerzo,
autorresponsabilidad, compromiso, participación, abnegación, trabajo bien hecho, etc.–,
con lo que todo lo anterior corre el riesgo de reducirse a puro discurso bonito.
“Apuestan fuertemente por fines nobles, pero les falta el ejercicio de la
disciplina”17[17].
17[17] Tantos estas opiniones como la afirmación textual conclusiva son de Javier Elzo: cf. Jóvenes españoles 99, o.c. 401-433 –la
cita textual en p. 433–.
aceptación parcial y selectiva. Es más, la permisividad –en su caso– no pretende ser
expresión de convicciones o justificación de comportamientos, sino una especie de
desafío a la moral vigente y a las autoridades civiles o eclesiásticas que la
sostienen18[18].
18[18] Cf. J. GONZÁLEZ-ANLEO, La construcción de las identidades jóvenes y J. DEL VALLE DE ISCAR, La participación y
el compromiso socio-político de los jóvenes, ambos en «Documentación social» 124(2001), 13-29 y 175-183, respectivamente.
Jóvenes cristianos: retrato con fondo
B. BETTELHEIM
SÍNTESIS DE LA PARTE II
La vida tiene no poco de jeroglífico; en el caso de los jóvenes, para entenderlo de
verdad, hay que dejarse llevar por la «simpatía». Además, será necesario distinguir entre
imágenes tópicas y el rostro verdadero, profundo, de los jóvenes, el cual esconde una
verdadera metáfora de búsqueda del sentido. Vistos así, sus mensajes se tornan profecía
para demandar «ser acogidos», para denunciar la exclusión que padecen y manifestar
sus deseos de «sentirse necesarios»
La vida de los jóvenes quizá sea, sobre todo, un jeroglífico: una escritura cuyas
ideas o palabras, figuras o signos... son difíciles de entender o descifrar. Un jeroglífico
cargado de ingenio: algo escrito por uno mismo y por otros; algo hecho y, sin embargo,
todavía por hacer, pues se debe seguir interpretando y escribiendo con caracteres
distintos para, al menos, permitir que uno mismo conozca su verdadero significado.
En este sentido y por lo que respecta a los adultos, solo la mirada guiada por una
«razón misericordiosa», esto es, solo acercándonos a los jóvenes con benevolencia y
compasión seremos capaces de ir descifrando la compleja diversidad de sus rostros y la
no menos complicada ambigüedad de sus mensajes. En cualquier caso, más de una vez
tratan de expresarnos cosas muy distintas de lo que aparentemente parecen decirnos.
Rechazo de los sistemas y amnesia frente a la historia: los jóvenes viven del
zapping, no tienen un saber sistemático, y conforman una «generación sin memoria». Han
perdido la percepción del futuro, la vida queda reducida al presente y, más
específicamente, a experiencias sensoriales concretas que les permiten sentirla. A su modo,
tratan de mantener una relación de amor con el medioambiente, sin prejuicio de utilizar la
naturaleza según su provecho o para los «ejercicios de grupo» que les interesen.
Los «jóvenes del tiempo presente» son, sobre todo, vitalistas: quieren acceder a
todo de modo inmediato y personal, no de oídas o después de tal o cual proceso. Buscan la
felicidad aquí y ahora, y la quieren agarrar en el ámbito privado, más que referirla a logros
colectivos y públicos en los que apenas si creen. No encuentran otra salida a la
inautenticidad de nuestra sociedad que este deseo de autorrealización frente a la fachada y
la cáscara que predominan en el mundo de las relaciones adultas.
q Perspectivas éticas
También los adolescentes y los jóvenes, como hace tiempo mostró Erikson, se
defienden contra las exigencias o los miedos que les produce la sociedad aprendiendo a
no comprometerse, a no implicarse en los problemas que se viven dentro de ella.
A su modo, la juventud nos está diciendo que, así como somos los mayores, no
les interesamos. Cargadas de escepticismo, pluralismo y adaptabilidad, las generaciones
jóvenes perciben las instituciones de la sociedad adulta y sus cuadros éticos de
referencia como mantenedores de unas fachadas sin casi nada detrás, como estructuras y
principios en los que esa misma sociedad cree poco y practica menos.
3. La profecía de su jeroglífico
Una de las primeras notas con las que se suele caracterizar a los jóvenes de hoy
se resume en la extendida afirmación de que lo tienen o han tenido todo.
Puede ser verdad que hayan crecido como la generación más protegida. Sin embargo, se
les ha dado de todo, menos de lo que más necesitaban. Se les ha llenado la vida de cosas
y vaciado de afecto, de compañía, de modelos para aprender a vivir.
Protegidos sí, pero a costa de quedar como rehenes, prisioneros de las mismas
cosas que les entregamos y hasta insatisfechos pese a tener tantas, porque muchos de
sus deseos, hasta los más simples, les resultan inalcanzables. Jóvenes protegidos sí, pero
pobres hasta el extremo de no saber formular ni siquiera aquello que de verdad desean.
19[19] Cf. Tanto para este aspecto de la profecía como el relativo al jeroglífico: E.
FALCÓN, ¿Cómo ven el mundo los jóvenes. Aproximación a las narraciones juveniles
de hoy, Cuad. Cristianisme i Justícia, Barcelona 2001.
¡Claro que ni saben lo que quieren! Nadie ha educado sus sentimientos y su voluntad.
De ahí que tampoco su inteligencia alcance a prolongar los deseos en proyectos.
Pero, junto a la dificultad para cumplir con esta tarea y entre otros muchos datos, hay
una grave crisis de autoridad en las familias. Nos referimos, por supuesto, al sentido
etimológico de autoridad, al «ayudar a crecer» encomendado a los padres.
Todavía más. A la falta de padres, por muchos y diferentes motivos, suele acompañar la
carencia de maestros. Nuestra sociedad, en fin, es una sociedad muy poco modélica o,
si queremos y con otras palabras, es una sociedad repleta de modelos de pacotilla.
Vivimos, en suma, una particular carencia de padres y maestros, una crisis de compañeros
y acompañantes, unida a lo que algunos llaman la «plasticidad de los deseos»: la
generación actual padece, quizá más que las anteriores, el déficit del querer que no llega
a fraguar sólidamente.
Todo esto sin contar, por otro lado, que nuestro mundo está vacío de utopías, de
proyectos para cambiar las relaciones injustas que presiden la vida de los seres
humanos.
Muchas de las formas de encarar la vida que tienen los jóvenes, en este aspecto y
con la ambigüedad que les caracteriza, manifiestan la humilde profecía que se concreta
en la petición de acogida, en la búsqueda de compañeros, de padres y maestros.
La espera que tienen que soportar los jóvenes en nuestra sociedad, hace que se
tomen la vida con la filosofía que mejor les conviene. ¿Qué hacer cuando uno se encuentra
en «lista de espera», sabedor de que no le tocará el turno hasta transcurrido tiempo y
tiempo? Pasar el rato lo mejor posible, jugar, divertirse, «hacer el tonto»... para aligerar esa
tediosa cola que sería capaz de amargar la vida al más pintao. Aunque sea por huir,
entonces, terminan por considerar la vida como un simple espectáculo –por lo menos hasta
ser acogidos en cualquier ventanilla–. Es claro que, en la fila, la vida entera pierde valor o
resulta algo muy relativo.
Los jóvenes intentan llamar la atención de todos los modos posibles. Por debajo de los
parámetros de su visión del mundo o de una fácil búsqueda de autorrealización –más o
menos narcisista, hedonista y carente de sentido moral–..., está latiendo la necesidad de
sentirse vivos, de sentirse necesarios, de encontrar sentido.
También Jóvenes españoles ’99, pese a que sus cifras aparecen lastradas con el
engorde provocado por la laxitud del término practicante, reconoce que, si
consideramos como practicantes a cuantos dicen ir semanalmente a la Iglesia, nos
encontramos tan solo con un 12% de jóvenes entre 15 y 25 años22[22].
Al fijar específicamente los ojos en la relación que mantienen los jóvenes con la
fe, la religión y la Iglesia nunca hemos de olvidar los datos anteriores sobre el
manuscrito. Solo con tal entorno se entenderá, por ejemplo, por qué se sienten y sienten
a la Iglesia como algo lejano. Mirando directamente a dicha relación hay un doble dato
que salta inmediatamente a la vista: el «agotamiento de la socialización religiosa» y el
correspondiente alejamiento de la religión.
22[22] Tanto el gráfico como las notas ulteriores se basan en los datos tomados de las
siguientes obras: M. MARTÍN SERRANO-O. VELARDE, Informe «Juventud
Española ‘96», o.c., pp. 262-267 y 442-445; J. ELZO (DIR), Jóvenes españoles ’99,
o.c., pp. 263-354; A. DE MIGUEL, Dos generaciones de jóvenes 1960-1998, o.c., pp.
319-377.
Los jóvenes españoles son cada vez menos religiosos y, por supuesto, muchas y
complejas las causas. Pero, sin duda, un buen número de ellas apunta hacia ese
alejamiento que nos ocupa. El que un 70% de los jóvenes no esté preparado para ser
«receptivo» a la dimensión religiosa, según la hipótesis de J. Elzo23[23], amén de otras
razones vinculadas a la familia y a la sociedad, guarda una estrecha dependencia con el
distanciamiento de la Iglesia respecto a la vida de los jóvenes.
Por lo demás, entre jóvenes e Iglesia no hay sintonía. Incluso, más que alejarse
de la Iglesia y de la religión, somos nosotros –los miembros de la primera con las
formas de vivir la segunda– quienes nos alejamos de los jóvenes, aunque también éstos
gestan, por su parte, un espontáneo distanciamiento. La tesis encontraría una clara
confirmación en el aludido «agotamiento de la socialización religiosa de los jóvenes»
23[23] J. ELZO (DIR), Jóvenes españoles ’99, o.c., p. 299. Cf. también y para los datos
anteriores, pp. 312-321.
24[24] Ibíd., pp. 312-321. Cf. también y para los datos anteriores, pp. 57-80 y 294-307.
que sobreviene tanto por una inadecuada o mala transmisión del cristianismo como por
una deficiente incorporación de los jóvenes a la vida y acción de la Iglesia.
2. Jóvenes cristianos
Los «Jóvenes» cristianos propiamente dichos (18-24 años) suman algo más de
600.000 (4.500.000, el total de jóvenes con estas edades). La etapa viene marcada por
un hecho comprobado: a los 18 años, una vez terminada la Confirmación, se da un
alejamiento de los jóvenes respecto a la religión y la Iglesia. Es el «tiempo del
desengache». La vida cristiana se mueve en torno a los movimientos diocesanos de
juventud presentes en las parroquias, los menos, y a los grupos vinculados a
movimientos juveniles de religiosos y religiosas, la mayoría. Un buen número también
se integra en los llamados «nuevos movimientos eclesiales». Existe una doble línea
fundamental en la identidad y formación de los jóvenes cristianos en esta edad: los
modelos de propuestas «fuertes» e identidad clara y aquéllos en los que predomina la
dimensión educativa. Las deficiencias más significativas: la pastoral rural y obrera, por
un lado; la universitaria, por otro, en la que –a Dios gracias– existen ya experiencias
renovadoras.
25[25] Nos guiamos en esto y en los datos que siguen por la obra de A. TORNOS-R.
APARICIO, ¿Quién es creyente en España hoy?, PPC, Madrid 1995.
cuando ser creyente termina por entenderse como «algo de antes» que impide vivir «a
tope» como personas de hoy, muchos jóvenes escapan sin más de la religión para no
cargar con dicho sambenito.
Estando como están las cosas de la religión y por complejas causas –entre las
que, sin duda, se encuentran tanto el legado del «clásico catolicismo español» como la
actual realidad e imagen de la Iglesia–, entre nosotros, sólo se admiten como plausibles
tres formas o escenarios de identidad creyente. Quiere esto indicar que, digamos lo que
digamos, lo primero que se nos entiende o interpretan los demás de cuanto afirmamos se
corresponde con alguna o varias de las esas formas o escenarios26[26]. En España, la
identidad cristiana se va configurando, en concreto, conforme a la dinámica de estos tres
escenarios:
q Cristianismo de autolegitimación
q Cristianismo de interdependencia
n «Cristianismo vocacional»
¡ Unos, aceptan a Dios, creen y se remiten a Él con la oración, por encima de todo, y
con alguna práctica más o menos religiosa; otros, realizan una traducción humanista
de lo anterior, sin apenas referencias trascendentes. Para estos últimos jóvenes, es
verdadero creyente y religioso quien es honrado, ayuda a los necesitados y, según
dichas claves, se pregunta por el sentido de la vida.
De ser verdad, como apuntan numerosos índices, que los adolescentes y jóvenes
son capaces de sintonizar con un cristianismo así, que una identidad de ese tipo cuenta
con algunos apoyos o estructuras de plausibilidad en el ámbito particular de las nuevas
generaciones, aquí radicaría el quid de la praxis cristiana con ellas.
q Núcleos –desestructurados– de fe
En general, para los jóvenes cristianos, «lo religioso» visible debe equivaler más
a «lo humanitario» y menos equipararse a prácticas cultuales; en este sentido, una buena
mayoría afirma eso de que «se puede ser un buen cristiano sin ir a misa todos los
domingos» o sin la práctica tradicional de los sacramentos... Por semejante camino
exigen y buscan una mayor autenticidad en la relación entre vida cotidiana y fe. Por otro
lado, aunque no perciben fácilmente la «dimensión cristiana» del amor, sí intuyen que
ha de ser la raíz de la religión cristiana.
Nos limitamos en este apartado a una sencilla reseña de los grupos parroquiales
y comunidades juveniles, hilvanada a través del enunciado de distintos modelos que los
englobarían31[31].
q Modelo histórico-objetivo
Coloca en un primer plano las exigencias del «deber ser», sin que constituya un
problema importante su adaptación a los destinatarios y situación. Directa o
indirectamente, termina por acentuar la confrontación entre la norma revelada y la
realización personal, sin resultar infrecuentes los juicios descalificativos sobre el mundo
y su relación con la Iglesia, en los que se asocia modernidad y secularización con
agnosticismo, humanismo sin Dios, relajación moral, etc.
q Modelo antropológico-existencial
33[33] No es posible hacer justicia, tanto si se citan como si no, a cada uno de los
grupos o movimientos. Además de los nombrados, tienen una especial relevancia
también: JVM (Movimiento Juvenil «Vicenta María» de las Religiosas de María
Inmaculada), MTA (Movimiento Teresiano de Apostolado), Acit-Joven (Institución
Teresiana-Padre Poveda), Jufra, Montañeros y montañeras de Santa María, los Scouts
católicos, etc. Entre las experiencias de jóvenes cristianos con particular significatividad
hoy y que difícilmente pueden encuadrarse en los modelos reseñados, merecerían
citarse: Taizé o el GEN de los focolares y tantas otras iniciativas con cierto gancho entre
los jóvenes, léase «Oasis», «Comunidades de San Egidio», «Fe y luz», etc.
tal como el mundo es, desde su singularidad eclesial, esperando enriquecer y
enriquecerse en el contacto...”34[34].
y recuperar el oído para el misterio. Habrá que «educar la mirada» (T. DE CHARDIN)
SÍNTESIS DE LA PARTE IV
Realizado un breve diagnóstico de la situación y tras señalar las notas específicas de la
pastoral juvenil o praxis cristiana con jóvenes, esta parte sugiere la necesidad de
establecer una verdadera «alianza» con los jóvenes para reconstruir con ellos la fe y la
religión. Reconstrucción que pasa por arrancar de sus vidas, compartirlas con las
nuestras y recuperar «sentido» para todas ellas.
Y, sobre todo, ¿qué identidad y qué jóvenes cristianos queremos? Todo nos
conduce aquí; en buena medida, todo pende de este interrogante al que no acabamos de
encontrar una respuesta adecuada. Los cambios históricos en curso, con los que abrimos
estas reflexiones, no pueden interpretarse primordialmente sobre la base –negada por la
crítica histórica– de que el interés primordial de la cultura ilustrada que desemboca en la
modernidad iba dirigido contra la religión. Antes, como ahora, las profundas
transformaciones culturales hacen sentir a muchos la necesidad de una nueva
comprensión de la fe y de la religión cristianas. Sin ir más lejos, el concilio Vaticano II
tomó conciencia de la inadecuación del cristianismo respecto a la realidad del mundo
contemporáneo y de la necesidad de proceder a una profunda clarificación de su sentido
en nuestro tiempo.
Pese a tantas como son las realizaciones pastorales desde el último concilio hasta
nuestros días, permanece la impresión de que la disciplina de la Teológica Práctica o
Pastoral sigue presa del eclesiocentrismo, dudosamente ha influido con profundidad en
los contenidos dogmáticos, en orden a una reformulación más acorde con la cultura y
los hombres de hoy, y tampoco está confirmando la apertura de la Iglesia al mundo que
quiso el Vaticano II38[38].
Nadie educa a nadie, sino que nos educamos unos a otros o, por el contrario, nos
cerramos en nuestras propias ideas, estrecheces o raquitismos. En la «educación a la fe»,
desde esta óptica, los jóvenes tienen no poco que enseñarnos; nosotros, mucho que
aprender; y hemos de educar atendiendo a los verdaderos desafíos, aunque no coincidan
con nuestros intereses, visiones o interpretaciones de la realidad.
A partir de aquí, ha de quedar claro que la praxis cristiana con jóvenes orienta la
preocupación pastoral no tanto hacia el objeto de la propuesta –tema de estudio de otras
disciplinas teológicas–, cuanto hacia la condición existencial de los destinatarios:
preocupación que empuja a estar atentos a las reacciones y disposiciones del sujeto, a
sus ritmos de maduración y a sus crisis. En esta perspectiva y sin descuidar el carácter
esencial de «propuesta» que lleva consigo la fe, se intenta ayudar directa y
fundamentalmente a los jóvenes a descubrir «respuestas» adecuadas a sus esperanzas
más profundas, tratando de restituirles la dignidad que muchas veces les niega la vida y
sociedad actuales41[41].
39[39] Cf. J.L. CORZO, Razón pedagógica y acción pastoral, «Misión Joven»
278(2000), 27-32 y 49-52.
40[40] Ibíd., p. 30 y cf. también: J.L. CORZO, La razón pedagógica en la teología y la
catequesis, «Teología y Catequesis» 66(1998), 27-53.
41[41] Cf. R. TONELLI, Per la vita e la speranza. Un progetto di pastorale giovanile,
LAS, Roma 1996.
No es el caso de extendernos más sobre la cuestión que, indirectamente,
retomamos en cuanto sigue. La pedagogía lo tiene claro: educar es enseñar a vivir, por
lo que la educación ha de entenderse no tanto como transmisión cuanto como
construcción de respuestas a los «gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias»
de la vida. Algo semejante ha de ocurrir con la fe y, por ende, con la pastoral ocupada en
su anuncio y maduración42[42].
¿Qué hacer? No hay otro camino que (re)pensar y (re)construir con los jóvenes
la fe y la religión. Por tanto, obligados a salir de las fortalezas doctrinales o
institucionales a la fragilidad de la intemperie que habitan los jóvenes.
Peligroso camino, por lo mismo, el indicado por quienes propugnan por encima
de todo, dada la realidad de los jóvenes y de cara a su «educación a la fe», una especie
de rearme espiritual. Piensan éstos que el problema de la pastoral juvenil es
principalmente un problema de «calidad espiritual» de los agentes y que, tocando esa
tecla, sonará la música en los jóvenes. Fueras de tono espiritualistas aparte, no parecen
ir por ahí los tiros o, en cualquier caso, se trataría de un problema más en medio de otros
muchos.
La experiencia, pues, marca los derroteros del sentido. Y, al respecto, corre hoy
el rumor –según ha comprobado José A. Marina– de que la voluntad ha desaparecido de
este escenario. “El postmodernismo –comenta este autor– rehuye el concepto de
decisión voluntaria, porque considera que el yo, y por lo tanto la responsabilidad, se
diluye en una tupida trama de relaciones”46[46]. Lipovetsky, en su análisis de la
mentalidad contemporánea, corrobora el dato: “El esfuerzo –afirma por su parte– ya no
está de moda. Todo lo que supone sujeción o disciplina se ha desvalorizado en beneficio
del culto al deseo y su justificación inmediata, como si se tratase de llevar a sus últimas
consecuencias el diagnóstico de Nietzsche: la tendencia moderna a favorecer la
«debilidad de la voluntad», a fomentar la anarquía de las tendencias y, correlativamente,
la pérdida de un centro de gravedad que lo jerarquice todo; [considerando, por encima
de cualquier otra cosa,] que un centro voluntario es demasiado rígido”47[47].
El descrédito de la voluntad tiene no poco que ver con la dura realidad de las
componendas sociales, políticas, económicas y hasta religiosas que están entrampando
la vida de los jóvenes. Habrá que revisar y situar los procesos educativos con los
jóvenes reconsiderando, antes de nada, esos supuestos arbitrarios.
estudios@misionjoven.org