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Pensar la adolescencia es pensar la época

21/05/2022- Por Juan Mitre - Realizar Consulta

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Lo nuevo en las subjetividades, es decir, lo que varía ‒y que se hace sentir especialmente en los
adolescentes‒ lo podemos ubicar en dos frentes. Por un lado, en la intensificación de los efectos de
desentramado propios del discurso capitalista: rechazo de la imposibilidad, ruptura de lazos,
mercantilización generalizada, sumersión de las subjetividades en el circuito de goce del consumidor-
consumido. Por el otro, las nuevas tramas: las nuevas formas de hacer lazo, las nuevas formas de vivir el
amor, el deseo y la pulsión ‒con sus nuevas potencias, posibilidades, ideales, fantasmas e imperativos‒,
donde el movimiento feminista, las teorías de género, las diversidades y sus resonancias tienen su lugar
central.

Imagen de Clics Modernos. Disco grabado por Charly García (1983)

“El mundo hay que volverlo a describir continuamente porque nunca es el de antes, aunque solo sea
porque antes no estábamos nosotros.”

Wisława Szymborska [1]


Presento algunos desarrollos bajo la idea general de que pensar la adolescencia es pensar la época. La
perspectiva que considero más adecuada es tratar de hacer un esfuerzo por situar qué es lo que varía y
qué es aquello que no. Aquello que varía y aquello que persiste. Considero que hacer el esfuerzo por
situar lo invariante ayuda a orientarse en torno a lo que cambia en la época y en las subjetividades. Y a
su vez, voy a presentar algunas ideas para pensar la adolescencia desde el psicoanálisis, lo que siempre
es una cuestión.

Extranjeridad: familiar, social, corporal

A veces a los adolescentes se los ubica en el lugar de “bárbaros”, de poco civilizados, cuando en
realidad representan la transformación, lo nuevo, lo que viene. “El adolescente como extranjero de su
tiempo” [2] es el título de un texto que escribí hace algunos años. Los adolescentes portan en general
una nueva lengua: con su jerga, su argot, sus nuevos modos de decir.

Articulan nuevos ideales, nuevos síntomas, nuevas preguntas, nuevos modos de interpelar;
presentando incluso nuevos modos de vivir la pulsión. “Nosotros no éramos así” se suele repetir; cada
generación lo repite respecto de la anterior, lo que demuestra claramente a la adolescencia como un
momento de particular extranjeridad.
Extranjeridad que irrumpe en el hogar: el niño o la niña conocida por el grupo familiar deja de serlo.
Extranjeridad que se manifiesta también en lo social: las llamadas “tribus urbanas” dan cuenta de ello.
Extranjeridad también para el adolescente mismo, en torno a su nuevo cuerpo que irrumpe, en torno a
la ruptura en su identidad infantil construida.

Por supuesto, desde el psicoanálisis vamos a decir que en un punto somos todos extranjeros en la
lengua, nunca estamos del todo en casa, hay un exilio que nos constituye. Es la hipótesis del
inconsciente, en tanto el inconsciente nunca es “home sweet home”. E incluso, habría que decir que lo
radicalmente extranjero para el ser hablante es la pulsión: niño, adolescente o adulto, aquello no
armonizable.

Ahora bien, al encontrarse los adolescentes en un momento singular de apertura, sensibilidad y


formación, de salida de lo familiar, sobre ellos se hacen sentir especialmente los cambios en el orden
simbólico [3], los cambios en el mundo y sus imperativos. Como también, ellos son parte de esos
cambios, introducen sus respuestas, sus mediaciones. La digitalización del mundo es algo nuevo para
muchos, no para ellos que nacieron en ese “hábitat”. Quizás podemos decir que en parte su lengua es
digital, que en ese territorio se hablan y se dicen, allí se encuentran y desencuentran, allí se
malentienden.

Podemos plantear a la web y a las nuevas tecnologías como nuevos territorios del síntoma. En muchos
casos la web viene al lugar de la calle, del afuera de lo familiar. El tema es si la calle o la web logran
constituirse en un mundo de transferencia, en un mundo de lazo social.
Un modo analítico de pensar la adolescencia

Rousseau habla de la adolescencia como “segundo nacimiento”, una bella y justa expresión que tiene su
razón. A veces se señala que “adolescencia” no es un significante del psicoanálisis, porque Freud no lo ha
utilizado. Pero el psicoanálisis es un movimiento vivo, la lengua del psicoanálisis está viva. “¿Hay
conceptos analíticos formados de una vez por todas?”, preguntaba Lacan, para enseguida advertir sobre
el riesgo del mantenimiento religioso de los términos empleados por Freud [4].

Ahora bien, de todas formas, o justamente por ello, a las cosas hay que justificarlas. Para justificar el
uso en psicoanálisis del significante “adolescencia” aduciría en principio dos razones. Una, que para el
clínico la “adolescencia” como significante tiene su valor; su valor de uso. Nos sirve para conversar con
otros discursos, para movernos en la ciudad, para hablar la lengua del Otro.

La segunda razón ‒y más importante‒, es que “adolescencia” es un significante preciso para pensar ese
momento de la vida post-pubertad. Momento de la vida donde real y semblante vuelven a conjugarse de
un modo nuevo [5]. Por su parte, Alexandre Stevens en un conocido texto, “La adolescencia, síntoma de
la pubertad” [6] plantea que la pubertad es un real y la adolescencia es la respuesta sintomática al
encuentro con ese real. Considero que estos argumentos (entre otros) son modos analíticos de pensar la
adolescencia.
Que la pubertad sea un real implica que se trata de algo que nunca puede terminar de decirse, que hay
algo intraducible allí: un encuentro con el sexo con lo que tiene de imposible de decir. En palabras de
Lacan: la sexualidad agujerea lo real y nadie zafa bien del asunto [7]. O sea, hay un universal del fracaso:
eso es para todos, para todes. Se trata del primer encuentro con el desarreglo esencial de la sexualidad
humana. ¿Qué quiere decir primer encuentro con el desarreglo esencial de la sexualidad humana? Que
un chico, una chica, une chique, no sabe por estructura qué es lo que hay que hacer en torno al sexo.

En cierta forma lo dice Charly García, a principio de los años 80 compone:

“Y aunque cambiemos de color las trincheras/ y aunque cambiemos de lugar las banderas/ siempre es
como la primera vez/ y mientras todo el mundo sigue bailando/ se ven dos pibes que aún siguen
buscando/ encontrarse por primera vez” [8].

El genio del artista: con nuevas palabras, nuevas imágenes, nuevos sonidos, habla de lo que no cambia.

Por lo tanto, hay nuevos modos de vivir la sexualidad, nuevas eróticas, nuevos arreglos entre semblante
y real. Encontramos nuevos síntomas, nuevos fantasmas, nuevas defensas. Pero lo real del sexo inquieta
a cada hablante y eso no cambia. Hay una proliferación de nuevos semblantes, pero está lo real, y los
analistas nos ocupamos de recordarlo. Quizá ese sea nuestro deber en el mundo: recordar lo real y situar
lo singular, lo incomparable del arreglo de cada uno, ante las generalizaciones de cualquier orden, ante
aquellas construcciones discursivas que rechazan lo real.

Ahora bien, cada singularidad se manifiesta y expresa en un territorio determinado. Por eso hablamos
de adolescencias en plural, donde no son lo mismo las adolescencias en el ambiente progresista urbano
que las adolescencias en otros contextos. De todas formas, es indiscutible que los feminismos (también
en plural) van produciendo resonancias, haciendo olas.

Una referencia de Lacan interesante al respecto es cuando hace mención en El despertar de primavera
a La Diosa Blanca de Robert Graves, cuando señala: cómo saber si el padre no es un nombre entre otros
de la Diosa Blanca. El libro de Graves [9] es sumamente interesante, se refiere a las sociedades
matrilineales, anteriores a las patrilineales, pero también se refiere a la Diosa Blanca como musa de la
poesía. O sea que se encuentra allí de lleno la cuestión poética. Y digo esto, porque es fundamental todo
lo que se normativiza y garantiza en términos de derechos, como también el lugar que tiene lo poético
en tanto resonancia y afectación vital de los cuerpos.

La noción de edad

La noción de edad es problemática en términos analíticos. ¿Hay una edad acaso en la que transcurre la
adolescencia? Me interesa utilizar “edad” como un significante que no remite a determinados años, sino
más bien a un momento, a un tiempo, e incluso a un lugar. Lugar-tiempo, zona de paso –tal vez umbral o
frontera– entre el niño y el adulto. Frontera extraña, ya que sabemos que en todo ser hablante llamado
adulto palpita el niño-adolescente que fue.

Hay algo de lo que pasa en la adolescencia que luego podrá leerse. Que será legible (quizás) a
posteriori. Por eso considero que no solo el tiempo adolescente es un tiempo que resignifica una escena
anterior (por ejemplo, una escena sexual infantil que deviene traumática luego de la pubertad), sino
también que el tiempo adolescente será resignificado en el futuro.

Por eso, no solo la clínica con adolescentes enseña sobre ese enigmático momento de la vida, sino
también la clínica de “los adultos” enseña sobre la adolescencia. Ya que muchas veces son ellos quienes
hablan de los impasses, de los síntomas o de los actos de su adolescencia. Donde recién allí algo podrá
leerse. Hay algo opaco en el actuar y en el decir adolescente que solo podrá leerse en un futuro.

Para problematizar la noción de edad contamos además con la referencia de Lacan a André Malraux,
cuando resalta la idea de que no hay grandes personnes y señala que estamos en la época del niño
generalizado [10]. Malraux cuenta en sus Antimemorias que cierta vez le preguntó a un capellán sobre
qué le había enseñado la práctica de la confesión sobre los hombres, quien luego de un rodeo responde
que termina por creer, en la declinación de su vida, que “no hay grandes personnes”. Los hombres
“todos niños” parece decir, no hay “personas mayores” es su conclusión.

Creo que aquí hay algo a precisar, que incluso iría más allá de que la práctica de la confesión infantilice,
sosteniendo y haciendo existir la idea del Padre que perdona y absuelve. Ya que inmediatamente Lacan
puntúa que nos encontramos en la época del niño generalizado, y que esto signa “la entrada de todo un
mundo en la vía de la segregación”.

Desentenderse del otro, desentenderse de lo que implica nuestra vida en común y sus tensiones,
sumergirse de lleno en el mundo-consumo, en definitiva, cierta posición subjetiva que podemos
caracterizar de “infantil”, le hace el juego a toda una serie de prácticas y políticas segregativas.

A su vez, Niño generalizado es una expresión que resuena con la idea kantiana de “minoría de edad”.
Recordemos que Kant en su clásico texto “¿Qué es la ilustración?” señalaba que el uso público de la
razón significaba el abandono de “la minoría de edad”, haciendo hincapié en que eran pocos aquellos
que lo lograban.

¿Uno se vuelve verdaderamente un adulto?”, pregunta Eric Laurent [11], respondiendo que “en el
fondo lo que separa al niño de la persona mayor es la ética que cada uno se hace de su goce…” [12]. Y
agreguemos que esto, en cierto punto, no tiene que ver con la edad, sino con una relación a la palabra y
al goce, es una cuestión de posición, un asunto de enunciación.

Por su parte, Freud ya había señalado que durante la pubertad “se consuma uno de los logros psíquicos
más importantes, pero también más dolorosos: el desasimiento respecto de la autoridad de los
progenitores…” [13], para agregar a continuación, que hay personas que nunca superan ese momento,
que nunca superan la autoridad de sus padres. Señalamiento interesante, ya que aquí Freud toma
distancia de cualquier perspectiva evolutiva o de desarrollo. Agreguemos que en ese desasimiento no
deja de estar en juego una decisión.

Pero, en este punto, nos podemos preguntar: qué pasa en esos casos donde los padres nunca tuvieron
dicha autoridad. Aquí pareciera haber algo nuevo, algo que en ciertos casos ha variado: padres
desinvestidos de toda autoridad desde el inicio.

Ligadura - desligadura

El lazo filiatorio es un lazo paradojal, donde están en juego ligadura y desligadura, continuidad y
discontinuidad. No se trata de una cronología lineal, donde primero vendría el tiempo de la ligadura y
luego el tiempo de la desligadura, como señala en un valioso texto David Kreszes [14]. Incluso creo que
podríamos afirmar que en toda filiación fecunda conviven ligadura y desligadura. Para alcanzar un
camino propio es necesario servirse del otro, reconocer las marcas de las que se procede.

Ahora bien, si sostenemos a la adolescencia como un tiempo constitutivo, como “un tiempo-parte” de
la constitución subjetiva, podemos plantear que el adolescente en su salida del mundo familiar -en su
salida al mundo social- debe poder contar con un significante familiar y articularlo a otro no-familiar, y en
esa articulación sostenerse, y en esa articulación hacer pie en lo social.
Muchas veces se desconoce la paradoja inherente al lazo filiatorio. En un polo tenemos los modos
rígidos de sostener la continuidad, aquellos que no quieren saber nada del corte, de la desligadura; allí
encontramos los apegos rígidos a la tradición, los fundamentalismos, la obediencia sin distancia, la
interpretación sin equivoco.

En el otro polo ‒que es otro modo de suprimir la paradoja‒ encontramos individuos que no le deben
nada al otro, individuos que consideran que se hicieron solos, donde una suerte de “delirio de
autoengendramiento” los habita, se consideran “autofundados”, reniegan de las marcas preexistentes.
Como sabemos, la época, la forma neoliberal del presente, propone una desconexión de la historia, un
corte con la tradición, la abolición de las deudas simbólicas y de los legados.

Nuevas tramas

Hoy el Edipo puede ser considerado una noción heteronormativa y patriarcal. Pero también podemos
pensar el Edipo en su dimensión de trama. Trama que se hace a nivel del Otro. Trama que articula una
pérdida, un imposible y un don. Trama que nos habla de las relaciones libidinales con esos Otros
primordiales. Los tres tiempos del Edipo en Lacan implican una trama, una articulación de lugares y
funciones. Y una lógica, articula tiempos lógicos.
El Edipo en última instancia es una trama que permite sortear el enigma del Deseo del Otro primordial.
Es una trama o una traducción que permite subjetivar ese enigma. Lo que hay que pensar es cómo se
traduce, cómo se las arreglan en estos tiempos los sujetos con los enigmas propios de la constitución
subjetiva, con los enigmas del cuerpo y los enigmas del otro. Cuando, por un lado, la eficacia simbólica
está en cuestión, efecto del discurso capitalista y su rechazo de la castración. Y por otro, se trata de un
tiempo histórico donde producto de reivindicaciones de derechos surgen nuevas tramas en torno a lo
familiar. Me pregunto si podemos seguir los analistas esas nuevas tramas sin prejuicios.

En suma, encontramos por un lado subjetividades liberadas, es decir, desentramadas, fuera de


cualquier trama (y sabemos que cuanto menos se cuenta con una trama simbólica para arreglárselas con
lo real más se pone el cuerpo en juego). Y, por otro lado, tenemos nuevas tramas, nuevas ficciones:
algunas culturales y otras que se inventan en análisis. Habrá que ayudar a cada adolescente, a encontrar
un imposible y un modo vivible de conjugar semblante y real.

En torno al Edipo como trama, Lacan señalaba en el Seminario 11 que lo que hay que hacer como
hombre o mujer pertenece “al drama, a la trama que se sitúa en el campo del Otro; el Edipo es
propiamente eso” [15]. El campo del Otro es un campo de lenguaje, y por lo tanto un campo vivo, un
campo que varía, un campo que se modifica.

Hay nuevas tramas, nuevas formas de conjugar semblante y real, nuevas formas de responder al
enigma sexual de la existencia. Por supuesto, suelen ser un problema las tramas rígidas, las tramas que
cierran y totalizan los sentidos, las tramas que no quieren saber nada del vacío que nos constituye.
Subjetividades del mundo técnico

Me interesa ahora pensar y resaltar algunos puntos donde aquello que varía se presenta con cierta
especificidad a partir de la intensificación del discurso capitalista y su forma científico-técnica, donde
consumo, espectáculo y nuevas tecnologías juegan un papel preponderante.

En primer lugar, podemos resaltar cierto alineamiento del orden erótico al orden económico, las
características del consumo (rendimiento, productividad, inmediatez) aplicadas al campo de la
sexualidad. Ya no estamos en la época de la represión. Tampoco en la de la liberación y el permiso, sino
en la época del empuje a gozar. En consecuencia, podemos pensar que se configuran ante ese empuje
nuevas defensas.

En un interesante texto [16] ‒sobre todo por la perspectiva que abre‒ Serge Cottet comenta
determinados estudios sociológicos que plantean que para los adolescentes de hoy “ir a la cama es como
tomar un vaso de agua”. Advirtiendo ‒aquí la lectura analítica‒ que esa indiferencia ante el encuentro
sexual es el modo en que se presenta la defensa.

Quizás hoy “ir a la cama” no sea el centro del problema, sino que el obstáculo mayor surge en el campo
del amor, ante la ausencia de un discurso amoroso, o ante la dificultad para soportar sin un marco de
discurso la presencia del deseo del Otro, su inquietante pregunta: “¿qué me quiere?”. Considero de
importancia pensar cuáles son las nuevas formas de la defensa en los adolescentes de hoy, si bien luego
habrá que precisar su forma singular en cada caso. Defensas, muchas veces necesarias, a veces
transitorias; modos de hacer, ante lo inquietante de la sexualidad.

Desde el psicoanálisis, no juzgamos moralmente esas defensas, solo nos autorizamos a intervenir
cuando se presentan como un problema para quien consulta. A lo sumo ‒cuando es posible y cierta
demanda lo permite‒ ayudamos a encontrar algún modo de arreglárselas que no atente contra el deseo
ni sumerja en un goce sin freno.

La vida-espectáculo, esa en la que estamos todos más o menos metidos, se articula, como es sabido, al
mercado y al consumo. Guy Debord lo desarrolló en La sociedad del espectáculo, su tesis principal es
que si todo es espectáculo todo es mercancía, y por lo tanto, en seguida deviene basura; implica una
lógica de lo consumible y lo desechable.

Paula Sibilia [17], que pescó rápidamente el fenómeno de la espectacularización de la vida privada en
las redes, dice que en el mundo de las redes virtuales enseguida todo deviene digital trash, basura
digital. En torno a la sexualidad, también el espectáculo se hace presente y puede poner en cuestión
incluso el periodo de latencia.

Muchos niños se comportan como adolescentes a temprana edad, lo desarrolla Guy Trobas en su texto
“La crisis de la adolescencia precoz” [18], donde sostiene que cierta perturbación del periodo de latencia
se debe al baño de sexualidad, a la erotización generalizada de “la sociedad del espectáculo sexual”, de
la cual es difícil sustraer a los niños. Por supuesto que aquí, enseñar cuidados, la introducción de velos,
diferenciar edades, es una tarea fundamental de padres y cuidadores y un gran desafío para el campo
educativo.

Allí mismo, en el terreno de la educación, en el campo del saber, nos encontramos con una torsión
mayor, con una variación considerable: lo que podríamos nombrar como “una conexión con un saber
desencarnado”. Se ha hecho hincapié desde distintos lugares cómo el saber se ha desplazado y ya no se
encuentra depositado en las figuras de los padres y sus sustitutos, sino que se encuentra en internet, “en
Google”, allí se lo busca.

Por supuesto, habría que pensar si eso es saber o solo información, ya que el saber está ligado a la
lectura y Google no lee, solo conecta datos. Pero lo importante a destacar aquí, es la tendencia a la
búsqueda de un saber sin encarnadura.

En su intervención “En Dirección a la adolescencia”, Miller plantea que antes el saber era un objeto que
había que ir a buscar al campo del Otro, “había que extraerlo del Otro por vía la seducción, la obediencia
o la exigencia, lo que implicaba pasar por una estrategia con el deseo del Otro” [19], en cambio, señala
que hoy habría una autoerótica del saber, que es diferente a esa erótica del saber que prevalecía
antiguamente.

Un tiempo antes, Germán García planteaba en una línea similar: aquello que llega a los dispositivos
electrónicos lo hace sin ningún orden, “internet es un maestro que enseña todo a un alumno que está
solo y que se orienta según sus impulsos en la selección. La paradoja es que la información del mundo
exterior puede seleccionarse de cualquier manera, sin que se garantice ningún valor y mucho menos
alguna eficacia para actuar sobre ese mundo” [20].

El asunto lleva a la “fuga de eros” del ámbito escolar: “la agalma, el objeto precioso, no está en el
maestro (como lo estaba para Alcibíades en Sócrates), sino en el amigo que tiene los mismos hábitos
frente al mundo virtual” [21].

Ahora bien, destaquemos también otra dimensión, otra cara del asunto, muchas veces internet le
brinda lugar a aquello que queda por fuera de los programas oficiales, así como también permite lazos
horizontales de aprendizaje, cooperación, cierta democratización, entre otras virtudes. Quizás la
cuestión sea buscar la articulación, el buen nudo, para que aquello que promueve la red no quede suelto
de toda presencia.

Por supuesto, también es necesario reflexionar sobre el lugar que tiene el objeto técnico en la
actualidad. Matteo Bonazzi en su libro El lugar político del inconsciente contemporáneo [22] señala que
es importante distinguir el objeto de consumo moderno del objeto de consumo en su versión
contemporánea. Explica que el objeto de consumo en su versión moderna es “la mercancía-fetiche”,
aquella que captura el deseo en el interior del cuadro de los consumos, aquella que el marketing ha
sabido tan bien promover.

Pero la cuestión, es que hoy en día ya no se nos propone “qué desear” sino “cómo gozar”. Por lo tanto,
el objeto de consumo en su versión contemporánea ha pasado a ser un gadget. Objeto que intercepta
más nuestro goce que nuestro deseo, clavando al consumidor a su goce autista. Así están diseñados los
smartphones, las plataformas, las aplicaciones que tanto usamos, apuntan a capturar nuestro goce.

Por supuesto, hay usos y usos de las nuevas tecnologías. En torno al uso que hacen los niños y
adolescentes, es importante distinguir ‒es una cuestión clínica hacerlo‒ si su uso permite hacer lazo
(conectar con otros) o si se trata meramente de un goce solitario y autoerótico. Ciertamente ambas
vertientes pueden estar presentes, pero precisar qué es lo que prima es importante para orientarse
clínicamente.

Es claro a su vez cómo el mundo digital y sus coartadas extienden el mundo de lo posible, llevando a
coquetear con lo ilimitado. Miller lo destaca también en su texto En Dirección a la adolescencia [23]. Las
múltiples opciones pueden llevar a los adolescentes al terreno del aplazamiento, a la procrastinación, a
la dificultad para elegir una vocación o aquello que implique entrar al “mundo adulto”. Aquí conviene
recordar que la adolescencia termina con un acto, con un acto de pasaje, lo que indefectiblemente
implica una perdida.

En último lugar, en esta reflexión sobre aquello que varía en el mundo técnico, deberíamos señalar
también la prisa subjetiva que fomenta la hiperconexión y la aceleración de datos en las redes sociales.
En su momento, Walter Benjamin ha hecho referencia a que la aceleración de datos impide reflexionar
sobre las propias vivencias y de esta forma transformarlas en experiencia.

No olvidemos que se necesita de la palabra y del relato, como señala Agamben [24], para que una
vivencia devenga experiencia. Al respecto, podemos plantear que el espectáculo y la prisa de la
hiperconexión fomentan un lazo social que en cierta forma desarticula la palabra salteando “el tiempo
para comprender”, perturbando de esta manera la temporalidad necesaria para el diálogo y la
conversación.

De todas formas, es habitual encontrarnos con sujetos que dirigen sus cartas a las redes sociales,
podríamos decir que hemos pasado de la “carta al padre” a la “carta a la red social”. A veces ‒y a pesar
de todo‒ allí se encuentra un destinatario y puede darse un encuentro significativo. Y como sabemos,
muchas veces allí se narran experiencias ‒lo que contradice o modula los planteos más apocalípticos‒.
Por ejemplo: muchas pérdidas son allí relatadas, compartidas, comentadas. Como también la red puede
devenir un lugar donde se comparten escrituras diversas: poesías, escritos personales, imágenes, fotos…
y así, un nudo de relaciones se establece.

A modo de conclusión

Para ordenar, he intentado situar aquello que varía y aquello que no. La invariante central es la no
relación sexual, el desarreglo esencial de la sexualidad humana. Lo nuevo en las subjetividades, ‒es
decir, lo que varía y que se hace sentir especialmente en los adolescentes‒ lo podemos ubicar en dos
frentes.

Por un lado, en la intensificación de los efectos de desentramado propios del discurso capitalista:
rechazo de la imposibilidad, ruptura de lazos, mercantilización generalizada, sumersión de las
subjetividades en el circuito de goce del consumidor-consumido.

Por el otro, las nuevas tramas: las nuevas formas de hacer lazo, las nuevas formas de vivir el amor, el
deseo y la pulsión -con sus nuevas potencias, posibilidades, ideales, fantasmas e imperativos-, donde el
movimiento feminista, las teorías de género, las diversidades y sus resonancias tienen su lugar central.
Entre esos frentes, que nunca son puros, palpitan -cada uno a su manera y con su respuesta singular– les
adolescentes de hoy.

Versión reescrita de la presentación “Pensar la adolescencia es pensar la época” en Yoica sitio web,
México, 5 de octubre 2020, y de la presentación “Conversación sobre la subjetividad de la época.
Adolescencia”, Servicio de Salud Mental, Hospital Piñero, 18 de agosto 2020.

Juan Mitre es psicoanalista, miembro de la EOL y de la AMP. Coordinador del área de adultos en el
Servicio de Salud Mental del Hospital Belgrano. Responsable del seminario Clínica con adolescentes
(Distrito XV) y docente en la Carrera de Especialización en Psicología Clínica de Adultos (Distrito XIII) en el
Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires. Docente en la Especialización en Teoría y Práctica
psicoanalítica de la UNSAM. Docente del IOM2. Correspondencia a: mitrejuan@gmail.com
Notas

[1] Szymborska, W., Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor, Nórdica libros, 2018.

[2] Mitre, J, “El adolescente como extranjero de su tiempo” en La adolescencia: esa edad decisiva. Una
perspectiva clínica desde el psicoanálisis lacaniano, Buenos Aires, Grama 2014. También publicado en
www.elsigma.com en 2010: https://www.elsigma.com/hospitales/el-adolescente-como-extranjero-de-
su-tiempo/12094

[3] Miller, J.-A, “En dirección a la adolescencia” en El psicoanálisis. Revista de la Escuela Lacaniana de
Psicoanálisis N°28: https://elpsicoanalisis.elp.org.es/numero-28/en-direccion-a-la-adolescencia

[4] Lacan, J., El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, 1987,
p. 18.

[5] Mitre, J., La adolescencia: esa edad decisiva. Una perspectiva clínica desde el psicoanálisis lacaniano,
Grama, Buenos Aires, 2014.

[6] Stevens, A., “La adolescencia, síntoma de la pubertad” en Actualidad de la clínica psicoanalítica,
Centro Pequeño Hans/Ediciones Labrado, Bs, As, 1998.

[7] Lacan, J. “El despertar de la primavera”, en Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988,
pág. 110.
[8] Charly García, “Nuevos trapos” en Álbum Clics modernos, 1983.

[9] En “La Diosa Blanca, historia comparada del mito poético” Robert Graves reconstruye lo que
considera el lenguaje del mito poético en la Europa antigua mediterránea y septentrional. Su tesis es que
se trataba de un lenguaje mágico vinculado a ceremonias religiosas populares en honor a la Diosa Luna
(o Musa), y dice que este sigue siendo el lenguaje de la verdadera poesía. Señala que “este lenguaje fue
corrompido al final del período minoico (1200 a. c. isla de Creta) cuando invasores de Asia Central
comenzaron a sustituir las instituciones matrilineales por las patrilineales y remodelaron o falsificaron los
mitos para justificar los cambios sociales”. Luego ‒agrega‒ vinieron los primeros filósofos griegos que se
oponían firmemente a la poesía mágica porque amenazaba a “la religión de la lógica”. Ver: Graves, R., La
Diosa Blanca. Historia comparada del mito poético, Losada, 1970.

[10] Lacan, J., “Alocución sobre las psicosis del niño” en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, p. 389.

[11] Hay un fin de análisis para los niños” en Hay un fin de análisis para los niños, Colección Diva, 1999,
Buenos Aires, p. 23.

[12] Ibíd., p. 41.

[13] Freud, S., Freud, S., “Tres ensayos de una teoría sexual”, en Obras completas, t. VII, Amorrortu, Bs.
As., 1978, p. 214.

[14] Kreszes, D., “El lazo filiatorio y sus paradojas” en Superyó y filiación. Destinos de la transmisión,
Laborde Editor, Rosario, 2000.

[15] Lacan, J., El Seminario, libro 11, op. cit., p. 212.

[16] Cottet, S., “El sexo débil de los adolescentes: sexo-máquina y mitología del corazón”, Virtualia N°17
Revista Digital de la EOL, 2008.
[17] Sibilia, P., La intimidad como espectáculo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008.

[18] Trobas, G., “La crisis de la adolescencia precoz”, Revista Lacaniana de Psicoanálisis N°19, Grama,
Buenos Aires, 2015.

[19] Miller, J.-A., En dirección a la adolescencia, op. cit.

[20] García, G., “La enseñanza extracurricular o la fuga de eros” en Revista Estrategias -Psicoanálisis y
Salud Mental, antes publicado en Revista Anales de la Educación Común, Año 2, n°3, p.121/ Filosofía
política de la enseñanza. Publicación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de
Buenos Aires, 2008.

[21] Ibíd.

[22] Bonazzi, M., El lugar político del inconsciente contemporáneo, Grama, Buenos Aires, 2014.

[23] Miller, J.-A., En dirección a la adolescencia, op. cit.

[24] Agamben, G., Infancia e historia, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2011.

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