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Las “edades” del Latín

Lorelei Cisneros
I

La concepción que se tiene del latín es, con demasiada frecuencia, la de una lengua
no sólo unida sino también fijada como inmutable de una vez y para siempre. Esta
creencia se explica por el hecho de que el latín literario, establecido desde el siglo III
a.C., parece haber conservado una misma estructura general durante casi ocho siglos
sucesivos, trazando un desarrollo que suele dividirse según la siguiente periodización:

I.- Latín arcaico y preclásico: desde los orígenes hasta mediados del siglo I a.C.
Aparece testimoniado en inscripciones grabadas, en fragmentos de cantos rituales y de
fórmulas legales, en actas oficiales, en los comienzos de la poesía, conservados
fragmentariamente desde la primera mitad del siglo III, y debidos a Livio Andrónico y a Nevio.
La fuente más antigua es la inscripción en la fíbula de Preneste, de hacia el año 600. Entre los
monumentos epigráficos más importantes, conservados a partir del siglo V, figuran los epitafios
de los Escipiones.
El latín es por entonces una lengua de campesinos, el resultado de la fusión de elementos
rústicos y extranjeros con un fondo indígena y urbano. Muchos de sus términos son de origen
itálico o dialectal. Tales características las comparte el latín con otras hablas itálicas con las que
está emparentado como el umbro y el osco. Poco a poco y por medio de vacilaciones y tanteos,
durante esta etapa la lengua literaria se libera de arcaísmos y se unifica. Pertenecen a este
período: Ennio, primer poeta original, cómicos como Plauto y Terencio y prosistas como Catón,
el viejo, y Lucilio. Entre esta etapa y la siguiente, se ubican: Varrón, Lucrecio y Catulo.

II.- Latín clásico: desde la mitad del siglo I a. C. hasta la muerte de Augusto (14.dC)
Durante este período, se produce el apogeo de las letras romanas, que coincide con el auge
de la política de Roma. La figura más destacada de la retórica y la filosofía es Cicerón, que
depura la lengua y crea la prosa artística, el llamado “latín clásico”. La historia está representada
por César, Salustio y Tito Livio, la poesía épica llega a la cima con Virgilio, la poesía moral con
Horacio y la elegíaca con Tibulo, Propercio y Ovidio.
III.- Latín posclásico: desde la muerte de Augusto hasta el año 200.

En esta etapa, la lengua latina está caracterizada por la afectación del estilo y la
aceptación de elementos populares y arcaicos. Séneca y Petronio son algunos de los
representantes más destacados.
IV.- Latín tardío (Bajo Latín): desde alrededor del año 200 hasta el comienzo de las
lenguas romances.

El latín tardío se extiende hasta el final de la latinidad propiamente dicha. Comprende un


proceso de disgregación que no excluye la reacción y el retorno a los clásicos, como es el
caso de Lactancio, del filósofo Boecio y el historiador Amenio Marcelino. Se distinguen, por
otra parte, los autores eclesiásticos que desaprueban las normas clásicas, entre los que
sobresalen el africano Tertuliano, San Agustín y San Jerónimo, a quien se debe la traducción
latina de la Biblia, la Vulgata. También se destaca la poesía cristiana representada por San
Ambrosio y San Hilario, entre otros.

En general, el nivel gramatical y literario del bajo latín va descendiendo gradualmente desde
el siglo VI hasta la reforma carolingia en el siglo VIII. Esta transformación del latín, patrimonio
ya de la Iglesia y de los cultos, comenzada por Pipino el Breve, coincide aproximadamente con
la génesis del romance.

Esta relativa estabilidad del latín literario sobre la que se realiza la cronología no ha
sido, sin embargo, más que la máscara de numerosos cambios y transformaciones
capitales realizados en la lengua hablada, espontánea, popular y poco atenta a las
convenciones gramaticales: la modalidad denominada latín vulgar.

II

El latín vulgar

Desde que el latín literario había sido creado por Ennio y los escritores del período
arcaico (y efectivamente desde entonces se hace la distinción entre sermo urbanus y
sermo plebeius1), la lengua de Roma, con el creciente prestigio de la capital, se había
convertido en la norma para todos los escritores, que en su mayor parte provenían de las
provincias y muy raramente de la misma Roma. El ideal de la buena lengua latina era el
latín de la urbs: todo lo provincial, que en Roma no parecía correcto, pertenecía a la
rusticitas. Ahora bien, una forma de rusticitas, proscrita en Roma por obra del purismo
lingüístico, podía vivir aún en el exilio en el campo. Y, si por casualidad aparecía en la

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Entre los romanos existían distintas maneras de expresarse. Los patricios, por ejemplo, usaban en el
Senado, al tratar cuestiones jurídicas, una lengua escrita o literaria. En cambio, cuando se encontraban en
sus casas, en los círculos de los familiares y amigos, con sus hijos y sus siervos, hablaban una lengua
culta pero corriente, un sermo plebeius, vulgaris o cotidianus, en que el adjetivo vulgaris indica,
simplemente, el latín no clásico, la lengua de uso común, que tenía un aire más popular.
lengua literaria que cubría la popular, era considerada un vulgarismo o un arcaísmo.
Con el tiempo, sin embargo, muchos de estos vulgarismos fueron acogidos por todos los
grupos sociales de la sociedad romana en el llamado latín vulgar, una lengua hablada
por todos los estratos de la población y en todos los tiempos de la latinidad. La
expresión “latín vulgar” designa, así, las particularidades y tendencias más o menos
vivas, propias de la lengua popular y familiar y que se substraen a la norma clásica y, en
general, literaria2. Comprende los estados sucesivos desde la fijación del latín común, al
terminar el período arcaico, hasta la víspera de la consignación por escrito de textos en
lengua romance, en el período del latín tardío o bajo latín 3.
Muchos son los ejemplos que muestran que entre las fases más antiguas y las más
recientes del latín vulgar no hay una línea de separación sino que más bien existe una
continuidad. Las correspondencias entre el latín arcaico y el latín vulgar de los siglos IV
y VI son numerosas y corroboran este hecho.
Así, el latín vulgar resulta ser una corriente subterránea, sepultada por el latín de la
cultura que oculta su curso natural y obliga a excavar hasta en el margen de la literatura,
en los autores y textos secundarios o no literarios para hallar muestras de esta lengua
hablada. Aparece en las obras de carácter técnico, en las inscripciones funerarias, allí
donde se hace hablar a personas comunes de la sociedad romana, por ejemplo, a nuevos
ricos como Trimalción4 y sus compañeros y libertos, o en los casos en que los
gramáticos, en ciertas obras, hacen algún sitio al latín hablado para señalar
pronunciaciones o formas deficientes (Varrón, por ejemplo) y, finalmente, cuando
hablantes de elevada condición se dirigen al pueblo y hacen concesiones para ser
entendidos, como ocurre con los predicadores cristianos.

III

La difusión del latín vulgar y el nacimiento de las lenguas romances

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No es correcto, sin embargo, exagerar la oposición entre lengua hablada y escrita, pues pueden señalarse
numerosos puntos de contacto entre la lengua popular y el estilo poético. De hecho, la vacilación entre la
forma rústica y la culta se manifiesta de manera muy característica en las lenguas romances. Muchas
formas de estas lenguas confirman la inseguridad que existía en la lengua de uso común en Roma y
demuestran que resultaría equivocado enfrentar las formas rústicas a las cultas en una rígida oposición.
3
Véase, por tanto, que es igualmente erróneo considerar al latín vulgar como la lengua usual del período
imperial y como sucesor del latín clásico.
4
Trimalción es uno de los principales personajes de la novela el Satiricón, de Petronio. Se trata de un
liberto riquísimo, extravagante y caprichoso cuyo lenguaje se ha convertido en una fuente importante para
el estudio de la lengua coloquial, espontánea y popular.
Las características del latín que desde Roma fue llevado a difundirse por todo el
Imperio constituyen uno de los factores más notables para el origen de las lenguas
romances. Del estudio del proceso de romanización aparece claramente que tales
lenguas no son las continuaciones del latín clásico, del latín de la cultura, sino por el
contrario, del hablado, del latín vulgar. De hecho, el destino de esta modalidad va parejo
con la historia del poder político y de la civilización romana, primero y de su
decadencia, después. En este sentido, pueden distinguirse en su difusión dos tiempos
claramente diferenciados: bajo el signo de la unificación (romanización) y bajo el de la
disgregación (caída del imperio de Occidente, su dislocación lingüística y el nacimiento
de las lenguas romances).

IV

La Romanización: la unidad latina

La romanización, el fenómeno de asimilación cultural y lingüística de los diversos


pueblos sometidos, no se efectuó en todas partes de la misma manera. En Italia
propiamente dicha, este proceso fue relativamente rápido y profundo gracias a las
afinidades étnicas y lingüísticas de los habitantes y gracias también a la habilidad de los
vencedores.
En otras provincias periféricas, la romanización fue, en cambio, más débil. Mientras
que territorios como la Galia o Hispania fueron centros romanos florecientes, otros,
como el de los Alpes desde el San Gotardo hasta el este de Brennero, fueron
romanizados sólo superficialmente.
Pero en todos los casos, la lengua latina se impuso a los vencidos, no por la violencia
sino por el prestigio de los vencedores. Servía de instrumento de comunicación entre los
autóctonos y los romanos y era la señal exterior de la comunidad romana y el vehículo
de la cultura greco-romana como, más tarde, del cristianismo.
Uno de los factores más notables de la romanización fue el ejército romano. En Iliria
y en la Dacia, el latín siguió las huellas de las legiones romanas; los elementos latinos
en Oriente, por ejemplo en el griego, se deben a los soldados. Las zonas militares, las
colonias de veteranos y los matrimonios de soldados romanos con las mujeres de los
territorios conquistados eran los vínculos más poderosos para la difusión del latín. Al
lado del ejército, mercaderes y terratenientes, funcionarios y empleados de la
Administración romana tuvieron una parte importante en esa expansión. Pero quienes
colonizaron las provincias del Imperio romano no venían, naturalmente, sólo de Roma y
de Italia, sino también de otras provincias ya romanizadas. Se sigue de esto que el latín
vulgar hablado en cualquier provincia era el lenguaje normal, el del uso habitual de
todos aquellos soldados, veteranos y colonos que hablaban de manera diversa, pues
provenían de distintas partes del Imperio. Esta koiné5 latina vulgar debía haber surgido a
causa del prestigio y potencia de Roma y de la necesidad que todos los hombres de
distinta lengua, habitantes en el amplísimo territorio del Imperio y ligados entre sí por
fuertes lazos, tenían de una lengua común más o menos homogénea.

La disgregación: la diversidad románica

El comienzo de la diferenciación del latín vulgar en las diversas provincias está en


relación estrecha con la relativa descentralización. Sólo cuando los lazos con Roma se
debilitaron, surgió la posibilidad de que el latín de la Galia, de Hispania y de la Dacia
pudiese desenvolverse individualmente.
Los acontecimientos políticos disminuyeron, a partir del siglo III, el poder de Roma
y, por ende, también el de la lengua literaria. La separación entre rusticitas y urbanitas
se redujo, el latín se fue democratizando paulatinamente y los romanismos se
desarrollaron cada vez con más fuerza. Después de la caída del Imperio Romano, el
contraste entre latín clásico y latín vulgar llegó a nivelarse definitivamente a favor de
este último —que por tanto tiempo había sido tachado de impropio— y de esta manera
se dejó el camino libre para el nacimiento de las lenguas romances.

5
Se denomina así a la lengua común que resulta de la unificación de varias modalidades idiomáticas.
Proviene de la voz griega κοινή (común) que se empleó para designar la lengua derivada del ático, usada
y compartida por los diferentes pueblos de la cultura helenística tras la muerte de Alejandro Magno.

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