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Impacto de Roma en El Desarrollo Del Pensamiento Lingüístico de La Antigüedad PDF
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de la Antigüedad
Liliana Pérez
II
1
Podemos señalar como ejemplo el caso del término pagina. El sustantivo deriva del verbo pago: modo
de entrelazar las vides que tenían los campesinos, similar al entrelazado de los hilos que confeccionan una
página.
2
El término catacresis designa un tropo que consiste en utilizar un significante asociado a un significado
definido (pie, por ejemplo) como significante de otro significado que, por analogía con el primero, desata
la asociación, ayuda a suplir un vacío léxico y permite designar aquello que carecía de término de
designación (en este caso, la unidad de medida sobre la que se apoya el verso).
escritura y afectó, además, la norma culta de la oralidad. Sin embargo, en el orden
especulativo, los romanos sostuvieron que las disquisiciones terminológicas sobre la
lengua extranjera debían ser teóricas y reservadas a la escritura.
III
La cuestión descripta se complejiza más aún cuando comprendemos que el contacto
cultural de Roma con Grecia implicó un proceso de traducción que excede lo
estrictamente vinculado al vocabulario lingüístico de la época y que afecta a los géneros
discursivos, a las peculiaridades formales de la métrica y de la prosa, al desarrollo de
teorías del ritmo derivadas de un análisis fonético de la lengua latina, al análisis del
alfabeto latino y las letras inútiles, a la creación de teorías relativas a la enseñanza de la
escritura, entre otras.
Asimismo, en el campo específico de la retórica latina, que constituye la disciplina
complementaria de la Gramática, se tenía en claro la imposibilidad del ejercicio de la
palabra sin el soporte que la da a leer (el cuerpo, el rostro, la gestualidad) o a escuchar
(la voz), se sabía que la misma aireación de la voz, el vaivén de una entonación, o la
leve contorsión de una ceja produce tanto una lectura que fragmenta los discursos en
unidades menores y separadas, como una focalización que traduce, por medio de la
articulación visual de los gestos, el enfoque intelectual del argumento. En síntesis, el
retórico era expresamente consciente, y así lo difundía en sus textos pedagógicos, de
que no hay comprensión que no dependa de las formas en las cuales llega al
interlocutor. Sobre esta matriz cultural debían articularse los conceptos retóricos de
origen griego. Los primeros retóricos latinos tenían en claro, entonces, que esta
disciplina iniciaba el camino de su circulación discursiva como un complejo proceso de
traducción cultural. Es decir, estos especialistas comprendían, del modo en que el
instrumental cognoscitivo de la época lo permitía, que los textos se inscriben en
matrices culturales, que las traducciones los reinscriben en nuevas matrices que no se
corresponden con las de los primeros destinatarios y que permiten una pluralidad de
apropiaciones. Resulta necesario tener en cuenta, además, que las diferenciaciones
culturales no son la traducción de divisiones estáticas y fijas sino el efecto de procesos
dinámicos, y los retóricos percibieron la necesidad de considerar los discursos en sus
dispositivos mismos, sus articulaciones argumentativas o narrativas, sus estrategias
persuasivas o demostrativas. Iniciaron un camino que en el presente acepta como punto
de partida que las disposiciones discursivas y las categorías que fundan los discursos –
sistemas de clasificación, criterios de diferenciación, modos de representación y
figuración– no son en absoluto reducibles a las ideas que enuncian o a los temas que
presentan. Cada serie de discursos debe ser comprendida en su especificidad, inscripta
en sus lugares y medios de producción, analizada conforme con sus condiciones de
posibilidad, relacionada siempre con los principios de regularidad que la ordenan y la
controlan e interrogada en sus modos de acreditación y de veracidad. En este sentido, no
existe una eficacia propia de las ideas y los discursos, separados de las formas que los
comunican, apartados de las prácticas que los revisten de significados plurales y
concurrentes.
Siguiendo el presente recorrido, el proceso de latinización de la retórica griega
llevado a cabo por Cicerón, entonces, se realizó sin perder de vista el hecho de que se
estaba frente a un complejo ejercicio de traducción cultural, en la medida en que no sólo
resultaba necesario instaurar las categorías de lengua capaces de representar en el
dominio léxico a las categorías griegas (puesto que la disciplina estaba en plena
formación y lo que hoy denominaríamos vocabulario técnico se expresaba en griego),
sino también era preciso traducir géneros discursivos —con sus respectivas leyes
internas, tópicas, estrategias de legitimación, configuraciones narrativas,
argumentativas, descriptivas y sus respectivas modalidades enunciativas. Es decir, era
preciso traducir los modos de hacer creer. Todas estas operaciones se tornaron
imprescindibles para la nueva disciplina. Al mismo tiempo, también era necesario
traducir, en términos de prácticas propias del mundo romano, aquellas ligadas a la
constitución y organización social del mundo griego.
Las opiniones ciceronianas manifiestan que su empresa de traducción procede menos
de una voluntad de difusión de la cultura griega que de una fuente de emulación para la
cultura latina. El propósito evidente consiste en darle al latín las obras capaces de
rivalizar con sus modelos griegos. En este autor, por caso, el programa de traducción
cultural remite a tres planes:
a). crear, como señalamos, una retórica latina. Esta intención se nos ofrece
planteada desde las obras juveniles como De inventione a las maduras como De
Oratore, Orator, Brutus, De Optimo Genere Oratorum, Partitiones Oratoriae,
Topica;
b). crear una historiografía romana, esa misma que le demanda a Attico en De
Legibus, I, 5, pero que no será llevada a cabo por Cicerón mismo sino por su gran
enemigo, Salustio, y por su discípulo Tito Livio;
c). crear una filosofía romana. Esta es la tarea sobre la que Cicerón lleva a cabo
mayores referencias, en la medida en que plantea la necesidad de la creación de un
vocabulario técnico filosófico con el que no cuenta la lengua latina.
3
En este sentido y para ilustrar con un caso cómo opera el conjunto, consideremos un fenómeno, algo
dado para nuestra cultura: como señala Gadamer, todos usamos los símbolos arábigos y nos hemos
apartado definitivamente de los números como denotación de la cantidad a partir de uno, como en latín,
donde se enunciaba primero, segundo, tercero, cuarto y luego, como unidad, quinto, sexto, y así
sucesivamente. Todos los números romanos constituían aún una suma de unidades. Nosotros, por el
contrario, ya no pensamos en esa primera fase. ¿Cómo traducir al español los basia mille de Catulo si
provienen de una cultura matemática que desconoce el cero? En el tema que nos ocupa, el problema se
complejiza más aún cuando nos encontramos en el proceso de análisis de la traducción latina de
terminología lingüística griega. Por caso, una pregunta consistiría en cuestionarnos qué queda del
tekmérion griego en el signum latino.
bifacial del mundo romano posterior a la conquista de Grecia sobre el plan cultural no
faltan tampoco durante el Imperio, como lo representan las dos bibliotecas del Forum
Traiani o las dos bibliotecas de Trimalción.
Por todo lo expresado, cada lectura que hacemos de un texto escrito en latín es –
como sabemos–, por un lado, un proceso de traducción que se detiene en los aspectos
léxicos, sintácticos, semánticos, discursivos inherentes a todo proceso de tránsito de una
lengua fuente a una lengua meta y, por otro, es la profunda desazón de que las palabras
laboriosamente acomodadas en la página no despliegan el sentido que desplegarían en
su propia lengua, que el aparato de notas y consideraciones que deberíamos hacer sobre
los sistemas de referencias de los términos traducidos, sobre las relaciones sistemáticas
de esos términos en ese estado del desarrollo de la disciplina, es mucho más extenso y
complejo que el texto mismo a traducir. La situación se torna mucho más difícil de
resolver si al hecho problemático del acercamiento a la memoria sincrónica de los
términos se le añade el que deriva del uso diacrónico que recibieron, de las sucesivas
apropiaciones de las que fueron objeto, tanto en el campo de los estudios del lenguaje
como en el de otras prácticas culturales. Esas sucesivas apropiaciones han cargado a los
términos de teoría, y el proceso de desmontarlos resulta a menudo mucho más complejo
que el de describirlos sincrónicamente.
IV
En el terreno de los estudios del lenguaje, la experiencia lingüística, la experiencia
romana no fue una excepción a la condición general de sus relaciones con la producción
intelectual griega. La lingüística romana representaba, por un lado, una reflexión sobre
la lengua latina4, originada a partir de las cuestiones lingüísticas presentadas por los
griegos5 y surgidas de la indagación sobre su propia lengua y, por el otro, una
problematización –inscripta en la incipiente tradición lingüística– acerca de la
posibilidades representacionales del lenguaje, de la vinculación del lenguaje con el
mundo y su capacidad de simbolizarlo. Cuestiones relativas al signo, el índice, el
símbolo, a la motivación y la convencionalidad de la lengua, a la verdad y lo verosímil
(sólo por citar algunos casos) hunden sus raíces en el pensamiento antiguo y encuentran
4
Las estructuras relativamente similares de las dos lenguas y cierta unificación cultural conseguida en el
mundo grecorromano orientaron las reflexiones metalingüísticas.
5
En tiempos de Varrón (116-27 a.C.) se conocían y discutían las opiniones alejandrinas y las estoicas
sobre el lenguaje. Su De lingua latina, donde expone sus opiniones lingüísticas, comprendía veinticinco
volúmenes, de los cuales se han conservado los libros V a X y algunos fragmentos de otros.
respuestas diversas en el mundo griego y en el mundo romano e, internamente, en las
distintas escuelas lingüísticas y filosóficas.
Durante el período clásico de Roma, las obras de Varrón (S I a.C.) y de Quintiliano
(siglo I d.C.), por ejemplo, muestran el proceso de absorción de la teoría lingüística, las
controversias y las categorías griegas en su aplicación a la lengua latina. Pero el saber
lingüístico romano es conocido sobre todo por la formalización de la gramática
descriptiva y didáctica, que se convertiría en base de toda la educación en el período
posterior de la Antigüedad y en la Edad Media, y en parte de la enseñanza escolar
tradicional del mundo moderno.
La serie de gramáticos latinos a través de los cuales la descripción gramatical
aceptada de la lengua llegó a su perfección y fue transmitida a la Edad Media se
extendió a lo largo de los cinco primeros siglos de la era cristiana. Este período abarcó
la pax romana y la civilización grecorromana unitaria del Mediterráneo, que duró los
dos primeros siglos, seguida de la ruptura de la paz imperial en el siglo III y su final
destrucción en los siglos IV y V en las provincias occidentales, incluyendo Italia, por
obra de las invasiones provenientes de más allá de las anteriores fronteras del Imperio.
Históricamente, estos siglos presenciaron dos acontecimientos de permanente
significación en la vida del mundo civilizado de entonces. En primer lugar, el
cristianismo, que habiendo surgido como religión de una minoría, se difundió y
extendió su influencia a todo lo largo y ancho del Imperio hasta que a comienzos del
siglo IV, como señaláramos, tras haber resistido sucesivas persecuciones, fue
reconocido como religión oficial del Imperio por el emperador Constantino. El segundo
acontecimiento, menos gradual, fue la división del mundo romano en dos mitades,
oriental y occidental. Después de un siglo de confusión y presión de los pueblos
bárbaros, Roma dejó de ser la capital administrativa del Imperio en tiempos de
Diocleciano (284-305) y su sucesor posterior, Constantino, transfirió su gobierno a una
nueva ciudad, construida sobre la antigua Bizancio y denominada por él Constantinopla
en 330, en la Tracia oriental, que se corresponde con la actual ciudad de Estambul,
capital de Turquía.
A finales del siglo IV el Imperio estaba formalmente dividido en un reino oriental y
un reino occidental, gobernado cada uno por su propio emperador; la división se
corresponde a grandes rasgos con la separación de la antigua zona helenizada que había
sido conquistada por Roma, pero continuaba siendo griega en cultura y lengua, e Italia y
las provincias occidentales. Constantinopla, acosada por el este y el oeste, continuó
siendo la capital del Imperio Oriental (Bizantino) durante mil años, hasta que cayó en
manos de los turcos en 1453. Durante el desmembramiento del Imperio Occidental y
después de él, Roma se mantuvo como capital de la Iglesia Católica, mientras que el
cristianismo de oriente evolucionaba gradualmente en otras direcciones hasta
convertirse en la Iglesia Ortodoxa Oriental.
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Un pidgin es una lengua caracterizada por combinar los rasgos fonéticos, morfológicos y sintácticos de
una lengua con las unidades léxicas de otra. Suele ser la lengua que emplea un inmigrante en su nuevo
país de residencia, o una lingua franca empleada en una zona con intenso contacto de poblaciones
diferenciadas lingüísticamente. El hablante de un pidgin emplea las estructuras formales de su lengua
materna y las completa con elementos léxicos de la lengua de su interlocutor. Comúnmente se trata de
una gramática reducida a su mínima expresión. El uso del término pidgin que se establece en este artículo
es metafórico y remite al fenómeno más que a los resultados en una lengua pidnigizada de la que, por
cierto, dado su marcado carácter oral, no existen registros.
la actividad artesanal y mercantil se refuerza en los burgos, los centros urbanos, donde
comienza a afirmarse también una cultura laica.
VI
VII
En síntesis, la lengua latina continuó, por el mundo conocido entonces, la expansión
sin precedentes del poder romano. A comienzos de la era cristiana, la mayor parte de
Italia estaba latinizada por completo. Se cree que, para entonces, el véneto, el celta, el
ligur, el etrusco, el umbro, el mesapio, entre otros, se habían extinguido ya o bien
agonizaban. El osco tal vez haya sobrevivido un poco más y, sin duda alguna,
sobrevivió el griego, pues todavía tenía bastante importancia en la Edad Media. Llevado
más allá de Italia, el latín se estableció en forma permanente en la Península Ibérica, en
Galia y en parte de los Balcanes. Casi hasta el fin de la Edad Media, el latín fue el
vehículo principal de la ley, la administración y la erudición de Europa occidental. Su
posición era particularmente dominante en aquellos países en los que se hablaban
lenguas vernáculas derivadas del latín. El cultivo del latín implicaba necesariamente el
correspondiente descuido de las lenguas vernáculas, que comenzaron a documentarse
sólo a partir de una época relativamente tardía.
Los principales descendientes modernos del latín son el italiano (documentado desde
el siglo X), el corso (siglo X), el español (siglo XI), el portugués y el catalán (ambos a
fines del siglo XII), el francés (siglo IX), el rumano (a principios del siglo XVI).
Aunque reducido actualmente al nivel de un dialecto hablado, el provenzal fue una
lengua medieval importante, cuyos textos datan del siglo X. Formas menores de lenguas
vernáculas constituyen el rético o romanche, en el sudeste de Suiza, que se registra en
cinco variantes dialectales diferentes, documentado en un texto primitivo y aislado del
siglo XVI; el sardo, por lo general una lengua exclusivamente oral, conocida desde el
siglo XI; y el dálmata, hablado en la costa oriental del Adriático, pero extinguido desde
fines del siglo XIX. Como resultado de la colonización americana han surgido lenguas
criollas, muchas de las cuales derivan del francés, entre ellas el más importante es el
haitiano, otras derivan del español y del portugués. Una de éstas, el papiamentu,
combina elementos de ambos.