Está en la página 1de 1

Herencia

Luego que la noche llenara todo los rincones de sus pensamientos, Julio quiso vacunarse
de la rabia, salir del estado de incubación en donde se había distraído por 3 meses.

La cama latía junto con sus parpados, una sensación de alivio invadió la superficie de su angustia,
sabía que su inminente suicidio no serviría como objeto de interés para nadie, pero era inteligente
al divertirse con la muerte.

El terror había desaparecido hace mucho. Ahora que nada iluminaba, su imaginación rompió la
cuarta pared de su retina. La imagen de la madre y el padre representaron la escena que ocultaba
amargamente.

Julio, la soledad y la relación enfermiza. El vicio de obligar a la mente a no imaginar lo que no se


quiere recordar, hizo que Julio mire, repetidamente, las mismas figuras abstractas de los senos de
su padre, y el bigote de mamá.

La cama, cada resorte impulsaban el meloso estado de centrifugación de sus padres. La cama, el
símbolo que despertaba el incesto.

Julio no moriría en un estado tan cobarde como ese, viendo a sus progenitores sostener relaciones
sexuales transgresivas, en la misma cama donde esperaba colgarse. Contó hasta trece, cuando la
última gota del grifo metálico cayó. Fue entonces que Julio interpretó el papel de supersticioso.

Admitió que todos sus problemas finales los causaba esa destornillada cama, que pertenecía a
toda una estirpe de antepasados que ahora él ignoraba, y que la adquisición de un colchón nuevo
no bastaría, tendría que ser todo el mueble íntegro.

Preocupado por las amistades que había perdido, caminó hacia el departamento de Miguel, un
chico bien, que se ganaba la vida experimentando con drogas y con quien alegraba sus tardes,
como mejores amigos, por casi 6 años de confianza adolescente.

-No - Respondió Miguel a una pregunta que no había oído y cerró la puerta del departamento-.

Sin sorpresas. Julio suspiró, tiró su cigarro por debajo de la puerta y se dirigió hacia Judith, la ex.

-Tendrás que acomodarte como puedas – Dijo Judith luego de escuchar la petición de Julio- Mi
piso es tu piso, quédate el tiempo que necesites.

Judith introdujo un vinilo en el aparato, sacó una botella de vino que Julio recibió con vergüenza, y
retomó su posición en la cama. Julio volvió a representar.

Aquella cama era muy distinta a la suya, era chica y dura como una piedra. La delgadez de una
cortina sucia permitía que la habitación se iluminara, con el farol amarillo y parpadeante de la
calle. Entre todos los planes que anticipaba alegremente en su vida junto a Judith, Julio imaginó
cómo sus hijos morían en la misma cama donde hoy haría el amor y en la que mañana sus nietos
cometerían suicidio. En esa misma almohada, donde reposaba el silencio y la paz de judith.

También podría gustarte