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Stern Alfred La Filosofia de Sartre Y El Psicoanalisis Existencialista PDF
Stern Alfred La Filosofia de Sartre Y El Psicoanalisis Existencialista PDF
La filosofía de
SARTRE
y el psicoanálisis
existencialista
EDIC IÓ N REVISADA Y AMPLIADA
POR E L AUTOR
Traducción de
JU LIO CORTÁZAR
IM PU L S O EN LA AKGENTiNA
PIUM TED IN ARGENTINA
EL T EM A
EL HOMBRE
1 Ibíd., p. 46.
2 Ibíd., pp. 97-99.
3 Le Sursis (París: Gallimard, 1945), p. 215.
* Gastón Bachelard, profesor en la Sorbona, es autor de:
L a Psychonalyse du Feu, L ’Eau et les Reves, L 'A ir et les
Songes, L ’Experience de l’Espace dans la Physique contem-
poraine, La Dialectique de la Durée, Lautréamont, Le P lura
lismo cohérent de la Chinitie m odem e y de otros libros.
mi escritor y filósofo ricamente dotado. ¡E s posible que in
cluso estimule su imaginación! Jules Michelet, el gran histo
riador francés, cuenta que el café concentrado que Diderot
y Rousseau tomaban diariamente en el Café Procope — a unos
piiHos del Boulevard Saint-Germain— '‘redoblaba el ardor
do sus ardientes almas, pues el café es un poderoso alimento
del cereb ro... aclara la im agin ación ... y aumenta la pure-
7.» y lucidez”. 1 Esto puede ser especialmente verdadero con
referencia al café bebido en un establecimiento parisiense,
pues hace ya dos siglos que Montesquieu declaró que en los
cufés de P arís saben cómo preparar esa bebida “de ta l m a
nera que engendra ingenio en aquellos que la toman. Por
lo menos — agrega sarcásticamente Montesquieu— cuando
«filen de allí, todos ellos se consideran cuatro veces m ás in
teligentes que cuando entraron”. 2
Tal vez ésa sea la razón por la cual, al salir del “Café de
Floro" o del “Café Pont Royal”, tantos existencialistas pari-
ulenses consideran como descubrimientos filosóficos revolucio
narios muchas cosas que todo el mundo conocía desde siem
pre —sin filosofar.
Sin embargo, la obra filosófica y literaria de Sartre no es
HÓlo una moda de los cafés de la orilla izquierda y de los
clubes nocturnos. Animados por una búsqueda apasionada,
hondamente seria, de la verdad filosófica, los escritos de Sar-
I rt! revelan algunos problemas básicos de la existencia bu-
imtna, que en las páginas siguientes se tratará de interpretar.
EL PSICOANALISIS D E FR EU D Y EL DE SARTRE
¿EXISTENCIA O SER?
1 Ibíd., p. 116.
2 J. Ortega y Gasset, Obras completas, tomo I, p. 322.
que las pruebas ulteriores consideran necesario dem ostrar
acerca de ella." 1
Sólo desde este ángulo podem os comprender al existen cia-
lista fran cés Levinas, cuando describe el existencialism o di
ciendo :
1 Ibíd., p. 14.
Capítulo 111
LA REVELACIÓN DE LA EXISTENCIA:
CONTINGENCIA, ABSURDO, ANGUSTIA
1 La Nausee, p. 171.
2 L'E xistentialism e caí un Humanisme (P arís: Nagel,
1946), pp. 84-85.
» La Nausee, p. 174.
4 M. Heidegger, Seiv und Zcit, pp. 180, 2G6 y sigs.
mundo, son lo absurdo absoluto. L lega al punto de estable
cer una ecuación entre lo absoluto y el absurdo. Cuando
Spinoza dice “ D eus sive n atura” — D ios o n atu raleza— , S a r
tre dice “ l’absolu ou l’absurde” — lo absoluto o el absurdo— . 1
Lo absurdo es aquello que no puede deducirse lógicam ente.
A sí, S artre se ve obligado a incluir toda la naturaleza en su
absoluto absurdo.
S artre es un habitante de una gran ciudad, y hombre del
café. No tien e verdadera relación con la naturaleza, amor
por la naturaleza, comprensión de la n aturaleza. En ninguna
de sus novelas es posible h alla r una descripción de la
raleza que im presione. Su única reacción ante ella es el
miedo. Su héroe, R oouentin. observa la ciudad de Bouville
(v a le decir. Le H avre) desde lo alto de una colina, y piensa
nue lo s ciudadanos son insensatos al sentirse protegidos con
tra la naturaleza por lo que los rodea.
1 La Naztsée, p. 169.
a /Mrf.t p. 204.
lo absurdo donde está, sino que tam bién lo inventa donde
no está. P arece que lo absurdo se convierte en au razón de
«er, aunque el existencialism o prohíba la búsqueda de tal
rnzón.
La reacción emocional de Sartre h a cia la gratuidad y lo
nbsurdo de la existencia, es la náusea. O bservando a sus se
m ejantes, Roquentin g r ita : "¡M e g u sta r ía v o m ita r!” 1
Ahora bien, el vom itar es la culm inación de la náusea. Y
ruto nos lleva a comprender por qué, en la m ayoría de sus
novelas, Sartre describe a d iferen tes personas vomitando.
Ta! vez lo aprendió de W illiam F aulkner, en muchos aspectos
mu modelo. Tam bién madam e Sim one de B eauvoir, llam ada
/«. grande S a rtre u se , g u sta de ese tem a; como, por ejem plo,
su novela Le S an g des A u tre s . S artre va h a sta el punto
ilo describir con precisión fe n o m e n o lo g ía estos repugnantes
procesos fisiológicos, a sí como su s resultados. A veces, en
un paroxism o de perversión, el vom itar de los personajes de
S artre está unido a deseos sexuales, como en su cuento
tn tim ité, o en su novela L ’A g e de R aison, donde podemos leer
In sigu ien te descripción de una “escena am orosa” entre el
profesor de filo so fía M athieu D elarue e Iw ich, su alum na
borracha:
1 Ib id., p. 160.
a L ’A ge de R aison (P a r ís: Gallim ard, 1945), p. 255.
n La N ausee, p. 176.
filosófica más importante: “Una náusea discreta e insupe
rable revela perpetuamente mi cuerpo a mi conciencia.” La
razón está en que también nuestro cuerpo es hecho puro, sin
necesidad lógica. “Puede suceder que busquemos lo agrada
ble o el dolor físico para librarnos de él, pero apenas el do
lor o lo agradable existen para la conciencia, m anifiestan a
su vez su facticidad y su contingencia, y es sobre un fondo
de náusea que se revelan.” 1
El existencialismo cristiano considera esta encarnación
como un paradójico escándalo. El existencialismo de Sartre,
que al igual que el de Heidegger jam ás se liberó de su he
rencia teológica, parece subrayar a veces este escándalo de
la encarnación, deteniéndose en los detalles más repugnantes
de las manifestaciones carnales; pero el placer mÓTbido que
esto trae aparejado indica que, al fin y al cabo, Sartre no
es enemigo de tal “escándalo”.
Sería erróneo creer que la náusea de Sartre es resultado
de una predisposición fisiológica específica. Para él la náu
sea es algo metafísico. En su principal tratado filosófico,
dice que no debemos entender “el término náusea como una
m etáfora extraída de nuestros disgustos fisiológicos; por el
contrario, sobre su fondo metafísico todas las náuseas con
cretas y empíricas se producen, y nos llevan a vomitar.
(Náuseas producidas por la vista de carne podrida, sangre
fresca, excrementos, etcétera.)”
Digamos unas palabras sobre la relación entre la náusea
y la ansiedad. Más adelante estudiaremos detalladamente
este concepto principal de la ética y la m etafísica existen
cialistas. Sólo queremos recordar aquí que, en su libro Was
ist M etaphysik? (¿Qué es m etafísica?), Heidegger describió
una condición que llama W irbel (torbellino o, en traducción
libre, vértigo), que se parece mucho a la náusea de Sartre.
En el estado de vértigo, sentimos una sensación de “flotar”
(Schwebcn), porque la realidad se desvanece. De pronto, nos
sentimos rodeados por una especie de vacío, acompañado de
una aterradora angustia. E sta angustia — dice Heidegger—
nos revela “la presencia de la nada” a y, básicamente, la nada
de la muerte. 3
1 Le Sursis, p. 168.
2 M orts satis Sepultare (París, 1949), p. 47.
3 La Nausee, p. 171.
ington fue necesario a su nación para lograr su independen
cia, y un Georges Cleraenceau fu e necesario a su patria para
expulsar al invasor. Si esos hombres tenían la convicción de
su necesidad, ¿eran por lo tanto “cochinos”?
Naturalmente que uno puede preguntarse si la indepen
dencia de América y la libertad de Francia son absoluta
mente necesarias al total del universo, incluyendo todos los
planetas y estrellas fija s; y tal pregunta no puede, en ver
dad, contestarse. Pero no es posible negar que la independen
cia de esas naciones es relativamente necesaria para el avan
ce de la civilización. Y la civilización es necesaria con rela
ción a la humanidad.
Aunque es imposible probar la necesidad absoluta de la
existencia de la humanidad, esto es relativamente necesario
para ella; porque si la humanidad no hubiera sentido esta
necesidad, ya habría acabado con la existencia, de conformi
dad con la recomendación de Schopenhauer.
Como veremos más adelante, al discutir la ética de* exis
tencialismo, Sartre rechaza todos los valores dados, consti
tuidos, como limitaciones de nuestra libertad, y otorga a to
dos la libertad de inventar su propio sistema de valores, sin
posibilidad alguna de verlo legitimizado por cualquier auto
ridad supra-individual. De uno de sus héroes dice Sartre:
"No habría ni Bien ni Mal, salvo que los inventara.” 1
E s extraño que un filósofo que, por este camino, ha elimi
nado toda base para los juicios de valor de validez supra-in
dividual, se muestre tan profuso en pronunciar los más ofen
sivos juicios de valor referentes al comportamiento moral de
otras gentes, con la certeza más apodíctica, y que reclame
validez universal para “categorías filosóficas” tales como
“cobarde” y “cochino”. Sólo después de haber examinado la
teoría de la libertad de Sartre y su filosofía de los valores,
comprenderemos el hecho trastornador de que el mismo filó
sofo que quiere enseñar a los trabajadores que el existencia
lismo y no el marxismo conduce a la verdadera revolución
social, pueda, al mismo tiempo, condenar implícitamente a
los hombres que dieron a Francia los D roits de l'Hommc et
du Citoyen, y a los Estados Unidos el Bill of Rights, al pro
clamar que “nadie tiene derechos".
Si los héroes de Sartre encuentran insoportable la exis
tencia porque no ofrece necesidad absoluta, ello muestra tan
sólo que son absolutistas filosóficos incurables. Me parece
que ésta es la verdadera enfermedad moral de los existen
cialistas. Por cierto que su filosofía es cabalmente irraciona
lista, y, sin embargo, los existencialistas tienen un tempera
mento racionalista. Su filosofía debe ser llamada “irracio-
nalismo”, porque piensa que el universo no está sometido a
leyes racionales y por esto no es deducible lógicamente.
También es irracionalista el existencialismo porque adscribe
a estados emotivos como la angustia, la pena y la náusea,
un poder superior al de la razón, refutando todas las pre
tensiones de la razón y derrotando todos los esfuerzos de la
razón. A pesar de esto el temperamento existencialista es
racionalista. En mi opinión hay dos clases de racionalistas:
la primera consiste en aquellos que, como Descartes, Spino
za, Leibniz y Hegel, creen en la posibilidad de deducir las
relaciones del mundo material como si fueran relaciones
formales de lógica y matemáticas. E l segundo grupo de ra
cionalistas está formado por aquellos que —como los existen
cialistas— no creen en tal posibilidad y, sin embargo, man
tienen, empecinadamente, su exigencia de un mundo demos
trado more geométrico, un mundo deducible con absoluta ne
cesidad. Ya que no pueden tener semejante mundo, huyen
a la enfermedad, su enfermedad m etafísica que llaman “náu
sea”. Me da la impresión de que la mayoría de los existencia-
listas son racionalistas frustrados.
“Quiero todo o nada” (Je veux tovA ou ríen ), escribe lite
ralmente Albert Camus en su M ythe de Sisyphe i, sin darse
aparentemente cuenta de que se limita a repetir el clamor
del Brand de Ibsen, cuya búsqueda de lo absoluto en la reli
gión se vio tan trágicamente condenada al fracaso.
Ya antes que Ibsen, Balzac había mostrado que la búsque
da de lo absoluto está condenada en otros campos; en el
arte, por el fracaso de su héroe Frenhofer (L e Chef d'Oeu-
i>re Ineonnu); en la ciencia, por la ruina de su héroe Bal-
thazar Claés (La Recherche de l’Absolu).
Ambos son antecesores de Brand de Ibsen, quien resulta
sólo una copia ficticia de Soeren Kierkegaard, el fundador
» Ibíd., p. 78.
a Bertrand R ussell, A H isto ry o f W estern P h ü o so p k y
(N ueva York, Sinion and Schuster, 1945), p. X IV .
11 C í, especialm ente K. Jasp ers, T ra g ed y is N o t E nough
( Uoston, The Beacon P ress, 1 9 5 2 ), p. 105.
4 L'Etre et le N éant, p. 721.
Capítulo V
1 La Nausée, p. 228.
2 Ibíd.
8 F. Nietzsche, D ie Geburt der Tragodie, en Geaammelte
Werke, III (1920), p. 46.
y su resignación a nada, salvo una inteligencia que fabrica
apariencias y cubre con imágenes aquello que carece de ra
zón”. Y agrega que si el mundo fuera comprensible, no ha
bría arte algu no.1
Sin embargo, el escape al imaginario mundo “no existen
te” del arte no se convirtió para ninguno de esos pensadores
en un refugio permanente y en un medio verdadero de salva
ción de los sufrimientos de la existencia. En la pura con
templación de ideas platónicas en el arte, Schopenhauer sólo
halló alivio momentáneo, y decidió que la salvación de la
existencia, la verdadera “redención”, sólo podría alcanzarse
en la negación de la voluntad de vivir.
De manera similar, Nietzsche superó su periodo de “ilu-
sionismo”, donde había situado el “evangelio del artista”,
con sus hermosas mentiras, por encima de la terrible verdad
del hombre de ciencia. Creó finalmente el ideal del “super
hombre”, el hombre lo bastante fuerte para afrontar la ver
dad, sin necesidad de cubrirla con el hermoso velo de la
ilusión.
También Camus nos previene contra el ver en el arte un
santuario contra el absurdo. El arte en sí —dice—, “es un
fenómeno absurdo. . . No ofrece una salida al mal del espí
ritu. Por el contrario, es uno de los signos de ese m a l...
Pero, por primera vez, hace salir al espíritu de sí mismo y lo
pone frente a otro, no para que se pierda en él, sino para
mostrarle, con dedo preciso, el camino sin salida donde todos
están embarcados”. 2
Así, sin sucumbir a las ilusiones del arte, Camus perma
nece con él, dándole al vacío sus colores, pero sin olvidar un
solo instante que es vacío.
E ste es el punto donde los caminos de Sartre se desvian
de los de Camus: Sartre va más allá del arte. Su Roquentin,
superando la náusea mediante la evasión al mundo no-exis-
tente del arte, sólo simboliza una estación en el calvario de
la existencia. E l arte es sólo refugio temporario de lo ab
surdo de la existencia. El novelista Sartre que, en 1938,
publicó La, N ausee, se convierte en el filósofo y metafísico
sistemático que, en 1943, publicará su gigantesco tratado
L’E tre et le N éant.
EXISTENCIA Y ESENCIA
SER Y NADA
i Ibíd., p. 716.
Capítulo VIH
LIBERTAD Y VALORES:
SARTRE Y NIETZSCHE
1 L ’A y c de Ra-ison, p. 249.
2 Les Manches, pp. 100-101.
fórmula que Sartre adopta en su obra teórica. 1 Unos años
antes, Ortega y Gasset había dicho lo mismo, en las famosas
palabras: “soy por fuerza libre, lo quiera o no”. 2 La “angus
tia moral” (angoisse éthique), la conciencia de nuestra li
bertad en la elección de valores, se explica por la responsa
bilidad individual que esta elección implica.
1 L'Existentialisme, p. 95.
2 Ibíd., pp. 89-90.
3 Nietzsche, Ais o xprach Zarathv.nt.ra, prólogo, p. 12.
“Valuar es crear. ¡Oídlo, vosotros los creadores! La va
luación en sí es el tesoro y la joya de las cosas valuadas.
“Sólo por la valuación hay valor; y sin valuación estaría
hueca la nuez de la e x is te n c ia ...” 1
1 Jbirl. p. SI.
2 A. Stern, "Le Probléme de l’Absclutisme et du Relativismo
axiolosiques”, Kevue Internationale de Philosophie (Bruselas,
1939); “The Current Crisis in the Realm of Valúes”, The
Personalist (Los A ngeles), XXXI (Verano, 1950), pp. 245-
-O'.l.
moral o estética, rechazando los que no lo son, e inventar va
lores nuevos allí donde lo consideramos necesario. En algunos
de mis libros he tratado de mostrar los principios sobre loe
cuales está construida nuestra conciencia moral, estética o,
en resumen, axiológica; pero no cabe repetirlo aquí. 1
Con esta re-valuación de valores constituidos que propone
mos, nos quedaría aún libertad suficiente para inventar nue
vos caminos axiológicos, especialmente en aquellos casos don
de los valores constituidos resultan insuficientes para guiar
nuestra conducta. En casos donde la acción llega a ser una
respuesta creadora a una situación única, nuestra libertad
para inventar valores puede m anifestarse de lleno.
Sin embargo, en aquellos casos donde los sistemas de valo
res constituidos son capaces de guiarnos, no deberíamos re
chazarlos por el solo hecho de que están constituidos y pue
den, por ello, trabar nuestra libertad de elección. Más bien
deberíamos re-valuar esos valores constituidos y tratar de
comprender por qué fueron preciosos para nuestros padres y
abuelos. Después, los aceptaríamos o rechazaríamos, confor
me a sus méritos y a nuestra conciencia axiológica.
Deberíamos entender en ese sentido la admonición de Goe
the: “Lo que heredaste de tus padres, adquiérelo para hacer
lo tuyo.”
» Ibíd., p. 95.
- B. Croce, Estética (Bari, 1928), p. 14.
:l B. Croce, Problemi di Estética (Bari, 192cl) p. 471. La
doctrina estética de Croce ha sido sumamente criticada. En
su excelente Introduction to Aesthetics (Nueva York, 1952),
especialmente en las páginas 145-147, Hunter Mead insiste
en la influencia reciproca que ejercen entre sí la idea del ar
tista, y la materia en que es expresada. En el proceso de la
expresión artística, que requiere la solución de numerosos
problemas técnicos, el artista se ve obligado, muchas veces,
a modificar su idea original. El profesor Mead afirma que
ningún lego culto puede reproducir estas experiencias crea
doras del artista, de manera que la apreciación no puede ser
considerada como una subforma de creación. La objeción de
Mead se refiere principalmente a la pintura, la escultura y
la música, pero — aunque en menor medida— es igualmente
válida para la literatura; también el idioma presenta proble
mas materiales y formales, desconocidos para el lector, que
el esci'itor debe resolver. En mi opinión, si bien el espectador,
el oyente o el lector no pueden reproducir verdaderamente
la experiencia creadora del artista, deben realizar al menos
esos procesos mentales y emocionales que el pintor, músico o
■escritor sugieren con su obra.
«in mencionar a su autor tiene varias explicaciones posibles:
podría no conocerla y haber arribado independientemente a
idénticas conclusiones que el filósofo italiano, o haber leído
largo tiempo atrás esas teorías estéticas y haberlas asi
milado tan enteramente que llegó a creer por último que
li. pertenecían. El análisis de su relación con Nietzsche ha
mostrado ya que Sartre tiene mi enorme poder de asimila
ción de los pensamientos de los demás. Tal don ofrece tam
bién sus aspectos positivos, porque lo conduce, a veces, a un
Interesante desarrollo de las ideas ajenas que ha adoptado.
Ksto se confirma especialmente en el caso de la doctrina
otilética de Croce.
Puesto que la creación del escritor sólo puedo realizarse
[llenamente a través de la actividad intelectual y emocional
del lector, Sartre concluye que el escritor apela a la liber
tad del primero para que colabore en la producción de la
obra. Con esta conclusión Sartre va más lejos que Croce. Si
o! lector presta fe a lo que narra el escritor es por su libre
elección de creer en él, por una especie de "voluntad de
creer’', para emplear una expresión de William James, aun
que sin sus connotaciones teológicas. Al desarrollar su doc
trina, Sartre trata de mostrar que los sentimientos del lector
tienen su fuente en la libertad y son, por lo tanto, generosos.
"R1 autor escribe pata dirigirse a la libertad de los lecto
res y necesita de ella para hacer existir su obra.” 1
A más de esto, el escritor necesita que el lector reconozca
mi libertad creadora, y de tal manera la lectura se convierte
en un pacto de generosidad entre el autor y el lector. Deben
confiar el uno en el otro, y esta confianza brota de la gene
rosidad. En las obras de arte toda aparente casualidad se
bnsa en nna finalidad. Sartre muestra el ejemplo del árbol
de un primer plano de un cuadro de Cézanne, que aparece
en ese lugar, no por causas naturales, sino obedeciendo a
un plnn total, o sea a una finalidad cuya fuente se halla
en la libertad creadora del artista.
Con el concepto de finalidad, Sartre retoma una idea básica
de la estética de Kant, a pesar de criticarla, y, en muchos
sentidos, la estética de Sartre es una síntesis de las teorías
de Kant y de Croce. El arte, dice Kant, debería parecer
'Vomn si” fuese naturaleza; debe ser el resultado de la finn-
i Ibíd.
* Ib íd.
u n ir en cndn situación histórica. Pero, para poder cumplir
phlu misión, el novelista debe escribir para un público que
tenga ln libertad de transformarlo todo, comprendida la abo-
liqión de las clases y la realización de la meta final con que
sueña Sartre y a la que denomina una "democracia socia
lista”. Así, pues, el público ideal que Sartre desea no es,
según su propia confesión, la clase burguesa, sino la clase
revolucionaria de los trabajadores. Con todo, ésta ha demos
trado muy escasa voluntad, hasta ahora, en aceptarlo corno
líder literario.
Para Sartre, la literatura es “la subjetividad de una socie
dad en permanente revolución", en constante renovación da
sus instituciones y órdenes, cada vez que éstos revelan una
tendencia a petrificarse. Tal concepción corresponde a ese
ideal de fluidez y evolución creadora míe, según Bergson, es
lino de los rasgos de la vida, y que el existencialismo trata
de estimular en todo lo que se vincula con la existencia
humana.
En la undécima de sus fam osas tesis contra Feuerbach.
Karl Marx había declarado que hasta ese día “los filósofo?
se habían limitado a interpretar al mundo de diversas mane
ras, pero lo que interesa es transformarlo”. 1 Sartre, obvia
mente, adopta este grito de batalla al escribir: “No estamos
más con los que desean poseer el mundo, sino con quienes de
sean transformarlo”, 2 exhortando a los escritores a que se
consagren a la tarea de revelar el mundo dentro de la pers
pectiva de un cambio posible. Adopta también el ideal de
Marx de una futura "sociedad sin clases” que liberaría a
la literatura. '
Todo esto induce a pensar, a cierta gente, que Sartre se
halla muy próximo al comunismo, pero pasan por alto las
profundas disensiones que separan la filosofía del comunismo
de la filosofía existencialista. Sartre rechaza la ontología
m aterialista del marxismo y su deterninismo basado en la
lógica dialéctica de Ilegel, que despojaría al hombre de su
1 Ibíd., p. 245.
- Ibíd., ¡i, 251.
desde Fichte, quien — y no fue por mero azar— escribió su
filosofía de la libertad durante la ocupación de Prusia por
las tropas francesas de Napoleón I.
Pero el concepto existencialista de libertad está íntima
mente ligado con el de situación, como hemos visto en el
capítulo anterior y como veremos luego de manera más deta
llada en un próximo cap ítulo.1
Hemos dicho ya que para los existencialistas la libertad
no es, sino que se conquista a sí misma en una victoria sobre
una situación concreta, que es en muchos casos una situación
histórica. Vimos que, según Sartre, no hay libertad sino en
una situación dada, y tratamos de aclarar esta tesis em
pleando la metáfora de que nadie puede sacudirse cadenas
que no lo hayan oprimido. Estas cadenas son todos los he
chos y las situaciones externas que el hombre encuentra en el
mundo, en el ser-en-sí. La libertad, como hemos visto, con
siste en superar y trascender estas situaciones dadas, o la
totalidad de los hechos y obstáculos dados, que Sartre llama
“facticidad”. Debemos superarlos, proyectándonos hacia metas
elegidas por nosotros. Tal como Simone de Beauvoir la defi
ne, la ética es “el triunfo de la libertad sobre la facticidad”. 2
Todo esto nos ayuda a comprender por qué la situación
histórica extrema de 1940-45 ejerció tan fuerte influjo sobre
la ética existencialista y la teoría de la libertad en Francia.
Era la “piedra de toque” de la libertad existencialista, de
manera que Sartre pudo form ular la siguiente declaración,
que sólo en apariencia resulta paradójica:
1 P. 177.
2 La Murt dans I'Ame (París, 1949).
ei) la tercera novela, La Mort dans 1’Am.e, se ha producido la
situación extrema de la derrota de Francia, y por primera
vez vemos comprometerse a Delarue en una acción de resis
tencia militar contra el invasor, en los días del verano de
1940, cuando, en el resto del frente, la resistencia del ejército
francés había cesado. Militarmente, esta acción solitaria de
un puñado de soldados franceses, que actuaban como volun
tarios bajo el comando de un teniente, es insignificante, pero
desde el punto de vista moral resulta sumamente significati
va, pues, por su decisión, compromiso y acción, el héroe se
sobrepone a una situación abrumadora, ganando su libertad,
afirmándose como un libre proyecto humano — un ser-para-
sí— negando que el hombre sea una cosa —un ser-en-sí,
enteramente sujeto a la facticidad de una situación. Obtiene
una victoria de la existencia sobre el ser.
Hallamos una evolución similar en Jean Blomaert y Héié-
ne, los héroes de la novela de la Resistencia de Simone de
Beauvoir, Le S miq dea Antres.
Todo esto revela que el propósito que animaba al movi
miento de la Resistencia francesa no era únicamente m ilitar
y político, aunque se proponía estorbar las operaciones mili
tares enemigas y hacer brotar un espíritu que tornara impo
sible la colaboración política; los existencialistas insisten en
que, en realidad, el principal objetivo de la Resistencia era
filosófico y moral. Simone de Beauvoir escribe, por ejemplo:
“La Resistencia no pretendía tener una eficacia positiva; era
negación, rebelión, martirio, y en ese movimiento negativo la
libertad era absoluta y positivamente confirmada”. 1
Aparte de esta filosofía de libertad, la Resistencia francesa
necesitaba asimismo de una nueva filosofía de los valores
subjetivistas. Y también esto le era proporcionado por el
existencialismo. Para comprender la necesidad de semejante
filosofía, en esa época, debemos reparar en que durante los
cuatro años de la ocupación alemana los jóvenes franceses v i
vieron en un “vacío de valores”. No podían creer ya en la
jerarquía de valores bajo la cual habían sido educados —la
de la Tercera República— , puesto que esos valores habían
demostrado ser demasiado débiles y decadentes para impedir
la catástrofe de su país. Pero tampoco eran capaces de creer
NUESTRO "SER-PARA-OTROS"
Y SU "MIRADA"
ELECCIÓN Y COMPLEJO
1 Ibíd., p. 537.
2 Ibíd., p. 551.
El hombre que elige ser un artista inferior, necesariamen
te elige también querer ser un eran artista. De otro modo,
según Sartre, la inferioridad no sería sentida o reconocida.
La elección de la inferioridad implica advertir permanente
mente la distancia entre el objetivo y los resultados reales.
El artista que quiere ser grande y elige para sí la inferio
ridad, mantiene intencionalmente esa distancia, como Pené-
lope que destruye de noche lo que ha hecho de día. PeTo
ese artista es de mala fe, porque huye del reconocimiento
de los verdaderos objetivos que ha elegido, y trata de ocul
társelos. Estudiaremos más adelante este concepto de mala
fe, especialmente en relación con el “ inconsciente”, en el
sentido en que ese término está empleado por Freud y Adler
y rechazado por Sartre.
Este breve análisis de la interpretación sartriana del com
plejo de inferioridad, muestra que el existencialismo francés
está mucho más próximo a Alfred Adler de lo que supone
o quiere admitir; ya que al sostener, como lo hace Sartre,
que la elección de la inferioridad implica la deliberada vo
luntad de superioridad, coincide con Alfred Adler, quien dice:
“Un estudio concienzudo nos ha enseñado que es posible
comprender mejor los varios y diversos movimientos de la
psiquis, tan pronto se reconoce nuestra presuposición más
general: la de que la psiquis tiene como objeto el alcance
de la superioridad.'’ 1 Y Adler enseñó, asimismo, que esta
voluntad de superioridad es una sobrecompensación de un
complejo de inferioridad.
No es ésta la única semejanza entre Sartre y Adler. Des
cubriremos otras, y algunas aún más básicas.
El psicoanálisis existencialista de Sartre parte de la pre
misa de que ni los complejos de Freud y Adler, ni sus instin
tos (THebe), son realmente proyectos fundamentales, elec
ciones originales. A los ojos de Sartre, la libido freudiana y
su complejo de Edipo, el objetivo de superioridad adleriano
y su complejo de inferioridad, son tan sólo “residuos psico-
Liológicos”, no evidentes por sí mismos; no pueden constituir
e! último término de nuestro análisis. Fácilmente puede con
cebirse a un hombre cuya libido no fuera su elección original
EL EXISTENCIALISMO ES UN
PERSONALISMO
1 De Poética, 1450 a.
Capítulo XVII
INCONSCIENTE Y MALA FE
1 L ’E tr e el le N é a n t, pp. 60G-607.
"Un judío no es p r im e r a m e n te un judío, y luego está a v e r
gonzado u orgulloso, sino q ue su orgullo de ser judío, su
vergüenza o indiferencia, le revelarán su ser-judío; y este
ser-judío no es nada fu era de la libre manera de asu m ir
lo . . . En el furor, el odio, el orgullo, la asqueada repulsa
o la reivindicación jubilosa, es px*eciso que yo elija aquello
que soy.” 1
1 Ib id., p. 612.
2 Tel. Quel (P a rís, 1943), II, p. 193.
Sufrió de ellos todas la s hum illaciones, sin hablar. Pero mi
raba a sus torturadores, y su m irada los cambió en objetos.
P odían violar su cuerpo, pero no su libertad.
"No m e han tocado — dice— . N ad ie me ha tocado. Y o era
de piedra, y no sentí sus manos. Los m iraba y pensaba:
nada sucede. Nada ha sucedido.” 1
1 Ibíd., p. 463.
2 F, M auriac, Fleuve de Feu (P a rís, 1923), pp. 124-25.
en-el-mundo del amado se ju stifica , y uno de los am antes se
convierte en la verdadera base de la existencia del otro. Se
convierte en la fu en te absoluta de todos los valores, y está
protegido contra cualquier desvalorización. Llega a ser el
centro absoluto de referencia para el otro, y su valor ab so
luto. M uchísim as veces oímos que u n a m ujer enamorada di
ce de su amado: “ [Robaría, m ataría, por é l! ” E sto sig n ific a
que ha sacrificado la ética trad icion al por su amado, y lo
considera la fu en te absoluta de todos los valores.
A ntes de ser amados, dice Sartre, n uestra existencia era la
de una “protuberancia”, com pletam ente in ju stifica d a e in ju s
tificable. Pero al ser la elección “ absoluta” de quien nos am a,
habiendo sido “creados” por él o por ella, sentim os que n u es
tra existencia es deseada en cada detalle por una libertad
absoluta: la de quien nos ama. A sí, ya no nos sentim os co
mo supernum erarios (de. t r o p ) , “ E sta es la base de la alegría
del am or: sentir ju stifica d a n uestra ex isten cia .” 1
A sí, el amor sería el medio para superar nuestra náusea, el
sentim iento de la contingencia y gratuidad de n u estra e x is
tencia. En el existencialism o sartriano, el amor tiene, como
se ve, un verdadero significad o m etafísico.
Sin em bargo, tam bién el amor es un proyecto condenado
al fracaso. En su prim era película existen cia lista , Les Jeux
807it faits, obra de alto valor artístico, Sartre m uestra el
destino de un hombre y de una m ujer, quienes, encontrándo
se después de la m uerte en un fan tástico mundo de som
bras, descubren que habían sido “creados el uno para el
otro”. Se les perm ite volver a la tierra, y v iv ir nuevam ente
sus vid as. Pero sólo podrán perm anecer en la tierra si su
proyecto de amor absoluto y mutua ju stificación tien e éxito.
De lo contrario, volverán a morir veinticuatro horas m ás
tarde. Y ambos m ueren, porque el proyecto de amor está
condenado al fracaso.
¿A qué se debe ese fracaso? li e aquí las razones genera
les, según S artre: Hem os visto que el amor es el proyecto
de recobrarse a sí mismo desde otro individuo, de llegar a
ser la elección absoluta del otro, y ju stifica rse a sí por la
elección del otro. E ste proyecto puede realizarse solam ente
si el am ante logra ser amado, pues sólo entonces habrá con
quistado al otro como un individuo, como una libertad, como
un su jeto, como una trascendencia que lo m ira como él desea
ser m irado. “Parece así que el amor, en su esencia, es el
proyecto de ser am ado.” 1
N o obstante, S artre piensa que este proyecto es un ideal
contradictorio. Cada uno de los am antes quiere que el otro
lo am e, sin darse cuenta de que el amor es el deseo de ser
am ado; es decir que, por ejem plo, cuando quiero que mi am a
da me ame, lo que en realidad quiero es que ella quiera que
yo la am e. Sartre concluye que la relación am orosa es un
sistem a de reflejos in fin itos, un juego de espejos engañosos,
que lleva consigo su propia frustración. E l amor es un a es
pecie de duperie, de engaño.
Si nuestro proyecto fu era abolir la libertad y su b jetivi
dad de la otra persona, eso sería el odio; el amor no requie
re la abolición de la libertad del otro, sino sólo su auto-
esclavización. Pero siempre queda la posibilidad de que mi
am ada despierte de la auto-esclavización de su libertad, que
es su amor, y use entonces su nuevam ente conquistada liber
tad para esclavizar la mía, para cambiarme en un objeto. Y
viceversa. D e esto nace la perpetua inseguridad de loa amantes.
Sartre piensa, en fin , que el amor está siem pre relativiza-
do por la presencia de otras gentes. En el amor, cada con
ciencia trata de guarecer su ser-para-otros en la libertad es
clavizada — y por tanto benévola— de la persona amada.
Pero tan pronto los dos am antes son v isto s ju n tos por otras
gentes, cada uno de ellos no sólo siente su propia objetiva
ción, sino la del otro. En seguida, uno de los enam orados no
es ya la absoluta trascendencia que con stitu ía la base y la
justificación del ser del otro enamorado, sino una trascen
dencia trascendida; no sólo trascendida por el otro enam ora
do, sino por la s otras gentes. El cobarde desertor Garcin, en la
poderosa pieza Huís Clos, quiere guarecer su ser-para-otros
y, a través de ello, su ser-p ara-sí, poseyendo y esclavizando
la conciencia de E stelle. Si elia lo am a, su propia imagen
repugnante se reflejará para sí misino en total pureza. Y si
amara a E stelle, ella verá su propia im agen en la esclavizada
conciencia de él, no ya como la de la in fan ticid a que es, sino
m aravillosam ente tran sfigu rad a.
E s así que el amor, com o ten tativa de poseer la libertad
de otra persona como u n a libertad —pero libertad au to-es
clavizad a—, es tam bién una de esas “avenidas de fu g a ” que
el hombre encuentra para escapar hacia la mala fe y hacia
una existencia inauténtica.
En Hitis Clos, cuyo escenario es el infierno, las ten ta tiv a s
de Garcin y E stelle se fru str a n por la permanente presencia
de una tercera persona, Inez, que representa a “los d em ás”.
Su m irada p etrifica a los am antes en objetos, los compele a
ser lo que son a los ojos de otras gentes, y a través de ellas,
a sus propios ojos. Y comprendem os por qué, al fin a l de este
sombrío dram a, Garcin exclam a: “ {N o hacen fa lta hierros
candentes! ¡E l infierno son los o tro s!” 1
Pero si el amor es un proyecto condenado al fracaso, ¿sal
dremos m ejor librados con el odio? En absoluto. E l odio es
resignación, porque en él el individuo abandona la ten ta tiv a ,
hecha en el amor, de recobrar su ser-p ara-sí m ediante la
unión con otra persona. Un hombre que odia proyecta cesar
de ser un objeto para otra persona, m ediante la destrucción
de ésta. E l odio apunta a la m uerte del sujeto odiado. Pero
lo que el hombre quiere alcanzar m ediante la m uerte del otro
es, sim bólicam ente, la destrucción de todas las otras gentes.
“ La persona que odio representa, de hecho, a todas la s de
m ás.” - A l destruir todas las otras conciencias, yo me libe
raría de la posibilidad de ser esclavizado por otros, y reco
braría mi absoluta libertad no-sustancializada como ser-pa-
ra-mí.
Pero, al ig u a l que el amor, tam bién el odio está condenado
a 1 fracaso. E l hombre que odia no puede m atar a todos los
hombres. Y aun si m ata a aquel que odia especialm ente, no
será capaz de elim inar el hecho de que esa persona ha ex is
tido. Al m orir, lu otra persona se ha convertido en una parte
del niuudo-en-sí. En tanto esté viva, siem pre puedo tra ta r de
m odificarm e en su conciencia, de cam biar la im agen que soy
en su conciencia. Pero cuando su conciencia h a desapareci
do, aquello que fu i para é) es petrificado por su m uerte y
será irrem ediablem ente esa im agen en sí, en el pasado, sin
ninguna posibilidad de reconquistar jam ás mi im agen y cam
"¿No sab éis que los m uertos son despiadados? Sus agra
vios son im borrables, porque su cuenta ha sido cerrada para
siem pre. ¿E s m ediante buenas acciones, N icias, como cuentas
borrar el mal que hiciste a tu madre? ¿Pero qué buena acción
podrá alcanzarla jam ás? Su alm a es un tórrido mediodía,
sin un soplo de viento; nada se mueve allí, nada cam bia,
nada vive; un gran sol descarnado, un sol inm óvil la consume
eternam ente. Los m uertos ya no e s t á n . . . y por eso se han
convertido en los guardianes incorruptibles de nuestros crí
m enes.” 1
1 Ibíd., p. 704.
2 S. Freud, A n Outline of Psyckoanalysia (N u ev a York,
1949), p. 28.
cía propia, como resultado de Jas experiencias de sus ante
pasados”. 1 Sartre, por el contrario, piensa que la naturale
za objetiva de] orificio que el niño percibe en el mundo, es
lo que le aclarará la estructura objetiva de la zona anal, y
dará una "significación trascendente” a las zonas erógenas
que el niño solamente había “existido”.
Para el psicoanálisis existencialista, el orificio ea el sím
bolo de un modo de ser. E s el símbolo de la nada que tene
mos que llenar con nuestra carne. De ahí que el niño no
pueda impedirse meter los dedos en los orificios de su cuer
po. Según Sartre, el orificio nos presenta la imagen de la
nada en el hombre.
i Ibid., p. 706.
Capítulo XX
FILOSOFÍA Y PSICOLOGÍA DE
LA MUERTE
Pero aun como fenóm eno hum ano, la muerte es, por lo co
mún, un concepto genera] o colectivo. Y una filo so fía de la
m uerte puede todavía ser un sistem a abstracto, u n iversal, ba
sado en el hecho de que todos los seres humanos tienen que
morir. N o obstante, Friedrich Schiller había escrito y a:
D iese S pin nw eben vo n S y e te m e n ze rre isst das ein zig e PFori:
Du m u sst ste rb e n ! (E sa s telarañ as de sistem as son destx'oza-
das con la sola fr a se : ¡H a s de m o r ir !)1 Por ello el ex isten
cialism o no sólo tra ta de hum anizar la m uerte, sino tam bién
de individualizarla, reemplazando el problema genera] de la
m uerte por el problema individual: “Yo tengo que m orir.”
La filo so fía sartriana de la m uerte se opone en muchos as
pectos a la de H eidegger. P uesto que la s ideas del ex isten
cia lista fran cés se desarrollaron en una polém ica con su
mentor alem án, será necesario considerar prim eram ente la
filo sofía de la m uerte de este últim o.
La m uerte, como fin a l de nuestro estar-en-el-m undo, perte
nece a la existencia, “ lim ita y determ ina la posible totalidad
de la existen cia ”. En consecuencia — escribe H eidegger—
nuestra existen cia es “ser hacia la m uerte” (S ein zu m T ode).
Ya que la existen cia es libertad, proyecto, anticipación, nada
es sufrido pasivam ente por ella; la existen cia debe ser la
anticipación y el proyecto libre de su propia m uerte, como
"la posibilidad de n o-ser-cap az-d e-existir-m ás”. 2
El hecho de ser “arrojado a la m uerte” —continúa H eideg
g e r — se revela en la an gu stia. Muchos seres hum anos tra ta n
de escapar a la an gu stia ingresando en la trivialid ad de la
m ultitud anónim a, que dice: “ Uno tiene que m orir algún día.”
Pero este G erede (habla su p erficia l) de que “uno tien e que
m orir” busca dar la im presión de que la m uerte concierne
ni "uno”, a la m ultitud anónim a, no al m ism o que habla.
“ El uno — dice H eidegger— no es nadie.” 3 A sí, la ex isten
cia en la m ultitud anónim a (das M an ) es una perpetua eva
sión de la certeza de la m uerte como m uerte individual, una
falta de “ valor para encarar la an g u stia de la m uerte”. A
esta evasión H eidegger la llam a “ser inauténtico para la
m uerte”. 4
No obstante, nuestra ex isten cia se torna a u tén tica por la
resuella decisión de liberarnos de la s ilu sion es de la m u lti
tud anónim a, y acep tar nuestra m uerte como nu estra posi
bilidad m ás personal, que puede ocurrir a cada mom ento, y
que debemos esperar. Aceptando librem ente la an gu stia de
la m uerte como una m uerte que nadie puede morir por nos
1 Ibid., p. 266.
2 Shakespeare, M aebeth, IV , iii, 109-111
3 B. P ascal, P en sées, III, 211, p. 429.
negador, cuando ya no hay m ás tiempo para el sí; así entien
de él la muerte y la vida.” 1
1 L ’E tre e t le N é a n t, p. 620.
2 Ibíd., p. 168.
existencia hum ana, son fa lta , fa lta de coincidencia consigo
misma. E sas cosas que cada ser-para-sí considera como fa l-
ta n tes, son sus posibilidades. Todo hombre se proyecta hacia
sus posibilidades, que son su s valores. ¿Pero dónde están esas
posibilidades? En el futuro. Por lo tanto, m ientras el hombre
vive, se proyecta hacia su fu tu r o a fin de unirse con lo que
le fa lta , y devenir así lo que es. N o obstante, siem pre hav
una posibilidad de que yo y erre el fu tu ro hacía el cual me
proyecto, y ésta es otra fu e n te de angustia. Sólo de m anera
problem ática puedo ser mi fu tu ro , porque estoy separado de
él por la nada que soy, por mi libertad, que puede siem pre
“ annihilar” m is proyectos an teriores y perm itirm e siem pre
proyectarm e hacia otro futu ro.
Tenemos, fin alm ente, la dim ensión del pasado, y es ella la
que explicará el “ ser” del m uerto. M ientras el presente es
para-sí, el pasado es en-sí, como la s copas inanim adas. E s
siem pre e] pasado de un presente definido. Según S artre, no
tevfjo mi pasado, so y mi pasado. E l pasado es la siem pre
creciente totalidad del ser-en -sí que somos. V ale decir que,
como ser-para-m í, soy mi presente y mi proyección hacia el
fu tu ro, m ientras que mi pasado se ha convertido en una
parte del mundo en-sí, algo com pletam ente inm utable, que es
mi esencia y que tiene la solidez de una cosa. En este sentido,
dice Sartre que nuestro pasado e3 la totalidad perpetuam en
te creciente del ser-en-sí que somos.
Ahora bien, en el momento de mi m uerte, seré enteram ente
mi pasado y, así, una parte del mundo en-sí. Por la m uerte,
el ser-para-sí deviene enteram ente un ser-en-sí, habiendo
cesado de ser un presente y un posible futuro, y devenido
totalm ente pasado. Y el pasado es el ser-en-sí, la esencia
de un hombre que, como sabemos, se cristaliza en el mom ento
de su m uerte.
Como ser viviente, no puedo deslizarm e otra vez en mi pa
sado, porque este pasado es en-sí, m ientras yo soy para-m í.
E l pasado es eso que yo soy, sin ser capaz de vivirlo. Si
decimos de un hombre que es un bebedor, o un com positor, o
un buen padre, nos referim os y sólo podemos referirn os a su
pasado, porque solam ente en el pasado som os lo que som os,
en la form a de un inm utable ser-en-sí. En el presente, como
ser-para-nosotros, no som os sino que estam os devin ien do, so
mos proyectados hacia un incierto futuro, hacia posibilidades
que pueden siempr* ser “annihiladaa” por n u estra libertad.
P ero en el pasado, en el mundo del ser-en-sí, no hay libertad.
F a c ta in fecta fie r i nequeunt, cosas hechas no pueden ser des
h echas, como decían loa rom anos; porque la s cosas pertene
cen al mundo en-sí. Y tam bién nuestro pasado pertenece
a este mundo, y no puede ser cambiado por nuestra liber
tad. T al es el sentido de la afirm ación de S artre: L e paseé
o’e s t i’en so-i que je suis en ta n t que dépassé (el pasado es
el en -sí que soy en tanto que so b r ep a sa d o ).1
E n el momento de la m uerte, “ las su ertes están echadas”,
ya no se puede apostar m ás. La m uerte nos p etrifica para
siem pre, tal como éram os en el momento en que nos golpeó.
V ivo, soy un ser-para-m í en tan to soy mi presente, un ser-
en-sí en tanto so y mi pasado, y un ser-para-otros en tanto
soy una trascendencia trascendida, pero siem pre capaz de
trascender a otro ser por mi m irada, y recobrar mi libertad.
M uerto, no soy m ás un ser-para-m í, m e he convertido en te
ram ente en un ser-en-sí, porque mi presente se ha escapado,
m is posibilidades fu tu ra s han desaparecido, y he devenido
enteram ente m i pasado. M uerto soy tam bién un ser-para-
otros, d efinitivam ente trascendido por la m irada del otro,
porque y a no soy una trascendencia, una libertad capaz de
dominar a otra libertad e in flu ir en mi ser-para-otros. “ E star
muerto sig n ifica ser la presa de los vivos.” 2 )
En tanto estam os vivos, estam os “en aplazam iento”. E l
hombre que fu e cobarde en su pasado, y vive todavía, ha
m antenido su libertad para “ an n ih ilar” este pasado, para
proyectarse hacia un fu tu ro heroico, y refu ta r así la opinión
de los otros sobre él. U n cobarde vivo es un cobarde en su rsis
^en aplazam iento), que puede todavía morir como un héroe.
Pero cuando m uere como un cobarde, es un cobarde para
Siempre, su esencia se ha cristalizado como la de un cobarde.
En ese sentido podemos decir que la m uerte *nos p etrifica para
siempre en lo que somos en el momento en que nos fulm ina.
Y entonces nuestro ser es dejado en la s m anos de otras g en
tes, como una capa que lea abandonam os en el momento de
nuestra desaparición. Pueden hacer con él lo que quieran.
La m uerte da la victoria fin a l al punto de v ista de lo» otros.
1 Jbíd., p. 162.
2 Ibíd., p. 628.
Los personajes de las novelas y dram as de Sartre lo saben.
E stá por ejem plo Sorbier, en la vigorosa tragedia M o rís saris
S ép tü tu rc, hombre de la R esisten cia que, junto con sus am i
gos, ha caído prisionero de los fa scista s. Todos ellos están
esperando su interrogatorio, v a le decir su tortura y su m uer
te. Sorbier tiene un ánim o heroico, pero sabe que su cuerpo
es débil y sensibles su s nervios, que pueden traicionarlo cuan
do lo torturen, llevándolo a revelar el escondite de los otros
com batientes clandestinos. N o tem e la m uerte, pero sí el do
lor físic o y su propia debilidad moral bajo el dolor. D ice a
su cam arada C anoris:
m
pared no tiene ninguna comunidad moral ni esp iritu al con sus
sem ejan tes de antes. Sólo aquellos que en fren tan la m ism a
pared pertenecen a su especie.
T al es, en general, la idea expresada por S artre no sólo en
su extraordinario libro de cuentos titulado Le M ur, sino en
muchos otros de su s escritos literarios, espscialm euta cm la
traged ia M o rts satis S ép u ltu re.
E n Le M ur, por ejem plo, vem os a Pablo Jbbieta, un esp a
ñol republicano, en su celda de condenado a m uerte, esperando
junto con dos compañeros la ejecución a m anos de los solda
dos de Franco. l i e aquí algu n as de sus reflexion es a propósito
de su cam arada de prisión, Tom:
1 Ibid., p. 25.
Ibíd., p. 26.
L u c ie : Y o soy otra. N o me recono 2 co a mi m is m a ... E stá
bien, me am as: ¿y e n to n c e s ? ... N u estro am or está tan le
jos, ¿por qué vienes a hablarm e de él? Realm ente no tenía
ninguna im portancia.
J e a n : ¡ M ie n te s ! ... ¡E ra nuestra vida!
L u c ie : N uestra vida, sí. N uestro fu tu ro. Yo vivía a la ex
p ectativa . . . E speraba el fin de la guerra, esperaba el día en
que podríam os c a s a r n o s ... Te esperaba todas la s n o c h e s ...
Y a no tengo futuro, ya no espero m ás que mi m uerte, y
moriré sola." 1
E sta s palabras: “ Moriré so la ” (Je vioicrrai seu le) son casi
exactam ente las m ism as pronunciadas por P ascal ( On m ou rra
st.u l), y que expresaban la idea de la individualización de la
m uerte, cara al existencialism o.
¿Qué son el amor y el m atrim onio? U n proyecto humano
com partido. Pero si uno de los am antes se encuentra sú b ita
m ente delante de una pared, la pared de la m uerte que le
im pide proyectarse hacia el fu tu ro, ya nada le queda en
común con el x>tro am ante, quien continúa avanzando en su
condición hum ana, su libertad de proyectarse h acia sus posi
bilidades. E sta trem enda escena m uestra que si el amor, para
escritores id ealistas, pareció siem pre m ás fu erte que la m uer
te, para el realista ex isten cia lista Sartre, la m uerte es m ás
fu erte que el amor.
E sta psicología de la m uerte, sim bolizada por la pared, ha
sido en verdad brillantem ente desarrollada por Sartre. Cabe
decir, empero, que esto no es nuevo. E l célebre escritor
vienés A rthur Schnitzler la había desarrollado ya a fin e s del
siglo x ix , sin em plear la palabra “pared”, pero en el m ism o
sentido que Sartre. La única diferencia es que Schnitzler era
médico y vivió en un mundo p acífico; por consiguiente, sus
m oritu ri no han sido condenados a m uerte por la sentencia
de un tribunal de guerra, sino por el diagnóstico de un m édi
co. En el m agnífico relato de Schnitzler, S tc rb e n (M orir),
publicado en 1892, el joven F élix es inform ado por su médico
que sólo le queda un año de vida, pues la tisis lo está m atan
do lentam ente. Colocado de pronto ante una pared, m ás allá
de la cual no puede ver ni sentir ni pensar, F é lix pierde toda
su comunidad moral y esp iritu al con sus am igos, y h asta con
M arie, su novia, quien, en un prim er mom ento, se decide a
] V E t r c et le N éa n t, p. 651.
Capítulo XXI
"Es como ser que ea lo que 110 es, y que 110 es lo que es,
que el p ara-sí proyecta ser lo que es; es como conciencia que
quiere tener la im perm eabilidad y la densidad in fin ita del
en-sí; es como annihilación del en-sí y perpetua evasión de
la contingencia y la facticidad que quiere ser su propio fu n
dam ento.” 2
1 Ibíd., p. 285.
- L 'E tre et le N éant, p. 653.
3 Ibíd., pp. 653-654. V er Ja m ism a definición en A. Mal-
raux, La Covcliiiov humuine (P a rís, 1933), p. 271,
Pero si ello es así, si el hombre no puede elegir más que ser
Dios, ¿no es esto la negación total de su libertad de elección?
Sartre lo niega, diciendo que si el proyecto de devenir Dios
ea el sentido de nuestro deseo fundamental, el deseo concreto
no está jamás constituido por este sentido, y es siempre una
invención particular de objetivos, con relación a la situación
empírica del hombre. E l deseo de ser se realiza a sí mismo
como el deseo de un cierto modo de ser. Y este deseo por
cierto modo de ser se expresa como el sentido de estos m i
llones de deseos concretos que constituyen la m alla de nues
tra conciencia.
A sí, partiendo de esta premisa ontológica, el psicoanálisis
existencialista ve en log deseos empíricos del hombre una sim
bolización de su manera personal de alcanzar ese proyecto
humano general y fundamental. Sólo puede aprehendérsela
en esos deseos empíricos, y por medio de ellos. La manera
por la cual el hombre trata de realizar el proyecto humano
fundamental de ser Dios en sus deseos empíricos, concretos,
caracteriza y aun crea su personalidad. Este deseo funda
mental expresa concretamente en el mundo, y en la situación
definida de una persona, una estructura abstracta general,
que es la realidad general del hombre en una persona. Esto
permite al psicoanálisis existencialista sostener que hay una
realidad humana general, y no sólo individualidades incom
parables. La libertad se expresa en las innumerables formas
concretas en las cuales las personas humanas manifiestan su
elección de ser, y tratan de realizar su ser “en-sí-para-sí”.
Cada deseo concreto, el de comer, dormir, crear una obra de
arte o ayudar a otra persona, expresa el proyecto personal
do un hombre para realizar su ser-en-sí-para-sí, y caracteriza
así, en una concreción individual, su entera personalidad,
asi como el hombre en cuanto tal. Es ésta una de las ideas
básicas del psicoanálisis existencialista.
El deseo del hombre no sólo se define por la Telación "en-
si-para-sí”, o la idea de Dios-hombre. También es relativo a
use ser concreto y bruto llamado el objeto del deseo. Puede
ser cualquier cosa — un pedazo de pan, un automóvil, una
mujer—. El deseo del hombre es uoo de los aspectos de su ser-
en-el-mundo. Si deseo un cuadro, esto significa que quiero
comprarlo a fin de tenerlo. Si deseo escribir un libro, signi
fica que quiero hacerlo. Si una mujer se pinta los labios,
significa que quiere ser bella. He aquí las tres grandes ca
tegorías de la existencia humana: tener, hacer, se rj y el
psicoanálisis existencialista trata de estudiarlas.
De esas categorías, la de tener parece, al principio, la más
importante en el psicoanálisis existencialista de Sartre; ya
la hemos encontrado bajo el nombre de posesión. Recuérdese
que Sartre definía la esencia de las relaciones humanas, in
cluyendo el arpor, como una tentativa mutua de seres difé-
1 entes para posesionarse de la libertad del otro ser, de apro
piárselo para sí, de esclavizarlo. Y veremos ahora que el
mismo frenesí de apropiación y posesión domina asimismo la
relación del hombre con las cosas, con el ser-en-sí.
Heidegger ha dicho que el conocimiento, en el sentido de
descubrimiento de la verdad, es Raub, es decir robo o pira
tería. 1 Sartre adoptó esta primitiva teoría del conocimiento
heideggeriana,. que aquél había explicado asimismo en su
opúsculo Vom. W esen der W ahrhcit (1943). Para Sartre, la
investigación científica no es sino una tentativa de apropia
ción. Una verdad descubierta, es m i saber. Es una síntesis
del ego y el no-ego, expresada por el pronombre “mío". La
relación entre el descubridor y el objeto descubierto es la de
una “violación por la mirada”. Esta idea conduce a Sartre
a establecer iel primer complejo de su psicoanálisis existen-
cialista denominado el complejo de Actcón. En la mitología
antigua, Acteón es el cazador que apartó los juncos para es
piar la desnuda belleza de Diana, mientras la diosa se baña
ba. Sartre piensa que el hombre de ciencia es un cazador que
sorprende una desnudez blanca, y la viola con la mirada.
Pero el complejo de Acteón no impide a Sartre admitir
también la interpretación opuesta del conocimiento: al cono
cer, la conciencia atrae su objeto hacia sí, y se lo incorpora
sin destruirlo, como la ballena tragó a Jonás. El psicoanáli
sis existencialista sartriano admite también un complejo de
Jonás, conforme con el cual conocer es comer lo de fuera, sin
consumirlo. Sartre supone aquí que “el objeto conocido no es
afectado por el conocimiento”, y esta idea constituye la esen
cia de su complejo de Jonás. Pero parece que la mecánica de
los “quanta”, conjuntamente con la relación de indetermina
ción de Heisenberg y la teoría de la complementaridad de
EL PSICOANÁLISIS EXISTENCIALISTA
Y LA ÉTICA
1 Baudelaire, p. 31.
- Le Sureis, p. 107.
sitaba para saber quién era, y para justificar su ser. En su
peor libertinaje con prostitutas, se imaginó como estando bajo
la severa mirada de una de esas mujeres semejantes a diosas,
que lo verían como era, y lo liberarían de la responsabilidad
de sus actos libres. Con frecuencia, en sus poemas, Baude-
laire pareció identificarse con Satán, y el psicoanálisis exis
tencialista de Sartre encuentra que también esto sirve al
mismo propósito.
1 Baudelaire, p. 88.
2 Réjlcxions sur la Que3tion Jiiive, pp. 67-68.
del joven Lucían Fleurier, que va hacia la viscosidad de una
existencia inauténtica, alejándose de la libertad y de la
responsabilidad.
Además de constituir un fascinante retrato psicológico del
poeta, el Baudelaire de Sartre traza el esquema general de
la evolución moral del hombre, según lo ve el psicoanálisis
existencialista. E l niño considera a sus padres como dioses.
Encarnan la razón universal, el mundo de los valores abso
lutos. Cuando los padres lo miran, el niño se siente ju stifi
cado. Ya que los padres no pueden equivocarse, el niño es
como sus padres lo ven. Esencia verdadera entre esencias
verdaderas, el niño tiene su lugar en el mundo. Todas las
cosas que encuentra están ya clasificadas para el niño, tienen
una especie de etiqueta sobre la cual los padres han escrito
el valor de cada objeto.
Al crecer, sin embargo, el niño pierde esta seguridad abso
luta en el reino de los valores. De pronto, el chico o la chica
son más altos que papá y mamá, han ido a la escuela, y un
buen día descubren que papá y mamá no lo saben todo, y que
pueden equivocarse; no son infalibles, sino gentes como todas.
El niño los ve súbitamente en su tamaño normal, injustifica
dos e injustificables, con sus majestuosas ideas degradadas
al nivel de opiniones personales.
El adolescente advierte entonces que todo el sistema de
valores que recibió debe ser reconstruido, y que la severa
mirada de sus padres ya no fija y justifica su esencia. El
niño pierde su verdad.
EXISTENC1ALISM0 Y PSIQUIATRÍA
i Jbíd., p. G22.
- IbicL, p. f¡24.
En lo cjue a esta última concierne, el doctor Abély propo
ne diferentes métodos, tales como la lobotoniía prefrontal,
el shock eléctrico, la disminución de la presión sanguínea del
enfermo, todo menos el psicoanálisis existencial. Y esto nos
parece perfectamente justificado, puesto que todos los mé
todos mencionados pueden proporcionar al paciente la li
beración do la ansiedad, en tanto que el psicoanálisis existen-
cial sólo le ofrece libertad con ansiedad.
En el capítulo anterior insinuamos que si el psicoanálisis
existencial no es una terapéutica médica, podría ser conside
rado una terapia moral, que se propone curar al hombre de
la enfermedad infantil de la inautenticidad y que lo con
duce a la edad de la razón, donde podrá quedarse solo, apto
para asumir su libertad, su autonomía y las responsabilida
des que ésta implica. Pero sucede que desde el punto de vista
de la psiquiatría esta terapia moral del psicoanálisis exis
tencial puede resultar muy peligrosa. Tal es la opinión ex
presada en un interesante estudio debido a una psiquiatra
suiza, Louisa Duss, de Ginebra. Fue publicado en el mismo
tomo de los Anuales médico-psycholoffiques donde figura el
informe del doctor Abély. No puede haber escapado a la
atención de Robert Campbell, pues ocupa cuarenta y tres
páginas del número mencionado, en tanto que el informe de
Paul Abély sólo alcanza a cinco páginas. No obstante lo
cual, Campbell no menciona el estudio de la señora Duss,
mientras insiste en cambio en el del doctor Abély. ¿Se debe
rá, acaso, a que el primero es menos favorable a Sartre? Sea
como fuere, el estudio de la señora Duss merece cuidadosa
consideración. Se titula Critique psychiatrique de VExisten-
tialisme ("Crítica psiquiátrica del existencialismo”) y lleva
el siguiente subtítulo: Expérience existentialiste ckez un
Schizophréne (“Experiencia existencialista de un esquizofré
nico”) . 1 La señora Duss estudió el caso de una muchacha
esquizofrénica llamada Renée y halló en él extrañas relacio
nes con la filosofía existencial. Tres años después de la pu
blicación del estudio de la señora Duss, el caso de Renée
fue conocido en los Estados Unidos, pero sólo bajo sus as
pectos psiquiátricos y psicoanalítieos, sin ninguna referencia
1 Ibíd, p. 25.
2 La Nausee, pp. 105-113.
3 Symbolic R ealkation, p. 25.
4 Le Sur sis, p. 133,
« Ibíd., p. 362,
o Sechehaye, Symbolic Realization, p. 73 .
un jarro que servía para contener agua o leche, o una silla
hecha para se n ta rse ... Habían perdido su nombre, su fun
ción, su significado, y se habían convertido en 'cosas’ que
em pezaron... a 'existir’. Esta existencia fue la causa de mi
gran miedo. Dentro del decorado irreal, dentro del silencio
opaco de mi percepción, de pronto surgía la ‘cosa’, el jarro
de b a r r o ... está allí, frente a mí, desafiándome con su pre
sencia, con su e x is te n c ia ...” 1
1 Autobioyraphy, p. 23.
2 Duss, op, cit., p. 572.
!t Autobioyraphy, p. G8.
versales sobre el bien y b1 mal y de categorías generales o
esencias lógicas, retornó, en una forma patológica, a un mun
do de esencias, clases, normas, categorías universales: el
mundo de su delirio nue llamaba "el sistema”. A los existen-
cialistas les parecería que canjeó su libertad por la seguridad
y les inspiraría desprecio. De todo esto la señora Duss infie
re que los principios del existencialismo no son compatibles
con la vida. El hombre es incapaz de valerse constantemente
de su libre arbitrio y juicio sin poder apoyarse en ningún
principio universal ni ser guiado por ninguna norma general.
A una persona que desee llevar a la práctica hasta el últi
mo extremo este principio de libertad en la elección indivi
dual sin ser guiado por normas generales y con la total res
ponsabilidad personal exigida por el existencialismo, sólo le
queda una alternativa, según la señora Duss: el suicidio o la
locura. Renée evitó el suicidio sólo porque se hundió en la lo
cura. Era el único camino para escapar a la terrible respon
sabilidad que su filosofía existencialista hacía pesar sobre
sus hombros. Mediante su construcción psicótica de un siste
ma “universal” en el cual podía descargar su responsabilidad
hacia el mundo, Renée logró reducir su ansiedad para no ser
totalmente aplastada por ella.
Tratando de aplicar la técnica psicoanalítiea freudiana al
mismo psicoanálisis existencial, la señora Duss opina que
este último constituye un retorno al estado sadomasoquista
de nuestro psiquiamo. E sta fijación, cree, explica la apa
rente necesidad de los filósofos existencialistas de abrumar
a sua discípulos bajo una terrible responsabilidad; explica
igualmente la especie de placer morboso que parecen sentir
los maestros del existencialismo al desarrollar las consecuen
cias irracionales, casi inhumanas, de esta responsabilidad,
que al fin y al cabo es exagerada.
¿Significa esto que el existencialismo es una filosofía de
lunáticos? T,a lectura de las confesiones del Roquentin de
Sartre o del Joseph IC. de Kafka producen verdaderamente
esta impresión. Pero tal conclusión sería excesiva. Según la
señora Duss la diferencia entre un filósofo existencialista
normal y un existencialista patológico, como Renée, reside
en que el primero se disocia emocionalmente de su tesis inte
lectual y no la aplica, en verdad, a su propia vida. Esta
“mala fe ” del filósofo existencialista es, en cierta manera,
una autodefensa contra un autodestrucción nvantal a través
de esta filosofía de la desesperación y de la nada. Pero el
existencialista patológico, como Renée, carece de esta espe
cie de autodefensa mediante la mala fe. Ella es sincera, y se
pliega hasta el fin a las exigencias de la filosofía existencia-
lista, poniendo a prueba hasta el último extremo la tesis de
la responsabilidad total en un mundo sin noi'mas. El resul
tado es la completa locura. Podría haber una buena porción
He verdad en las conclusiones de la señora Duss, pero me
parece que éstas no resultan lógicamente del caso de Renée.
La señora Duss presenta el caso de esta muchacha esqui
zofrénica como si su principal necesidad mental insatisfe
cha fuese de un carácter intelectual, gnoseológico: la nece
sidad de un sistema de categorías y normas de validez uni
versal. Pero de la lectura de la obra de la señora Sechehaye,
Si/mbolic Rcalization, y de su “interpretación analítica” del
diario de Renée se desprende claramente que las necesidades
psíquicas de la muchacha eran fundamentalmente emociona
les. El núcleo de su enfermedad estaba en que cuando era
niña se había visto privada del amor materno. Madame Se
chehaye explica:
1 Ibíd., p. 135.
2 Ibíd., p. 136.
8 Ibíd., p. 45.
* Ibíd,, p. 51.
“ Comí, o mejor dicho, bebí mi leche. Una indecible felici
dad llenó mi corazón ... Plenamente feliz, con una tranqui
lidad pasiva de niño pequeño, con un gozo inconsciente que
no habría podido e x p lic a r ... me fu i con la en ferm era ... y,
cuando me encontré afuera, me di cuenta de que mi percep
ción del mundo había cambiado: en lugar de ver un espacio
infinito e irreal en el que todas las cosas se destacaban
desnudas y aisladas, vi por primera vez la Realidad, ¡la ma
ravillosa realidad!” 1
1 Ibid., p. 707.
2 Husserl, “Philosophie ais strenge W issenschaft”, Logos I
(1910), p. 311.
nocimiento de nuestra libertad, el psicoanálisis existencialis
ta no nos libera de nuestro sufrimiento, sino que nos trae ul
sufrim iento de un vivir en autenticidad. Dando a esta auten
ticidad un valor positivo absoluto, considerándolo como un
ideal absoluto que justificaría los sufrimientos de nuestra an
gustia, el existencialismo sartriano puede ser interpretado
como un idealism o ético absoluto, y, al mismo tiempo, como
un irracionalism o; porque la aceptación de los sufrim ientos
de una existencia auténtica no puede ser justificada por la
razón. Al contrario, la razón muestra que aquellos que llevan
una vida inauténtica, no sufren en absoluto. Viven en “mala
fe ”, escapando de la admisión de su libertad, y evadiéndose
así de su responsabilidad por la elección de valores. Tratan
do de evadirse de la angustia, viven cómodamente en mala
fe, aceptando valores fabricados de antemano, y considerán
dose justificados por sus pequeñas funciones dentro de la
sociedad, de cuyos valores no son responsables.
U na vida auténtica, según la predica Sartre, nos da sola
mente una recompensa por los sufrimientos que nos impone:
la satisfacción moral de no vivir ya en mala fe, de ser sin
ceros, de no ser más salattds (cochinos). Pero sólo un enfoque
irracionalista de la existencia puede considerar esta satisfac
ción moral como una recompensa adecuada de los sufrimien
tos de la angustia; sólo un idealista irracionalista como el
Orestes de Sartre puede alabar “la libertad del prisionero
cargado de cadenas en el fondo de su calabozo, y la del es
clavo crucificado”. 1
Nuestra primera conclusión, por tanto, será que el exis-
toncialismo de Sartre no es un nihilismo, como nos pareció
anteriormente, sino una especie de idealismo ético absoluto,
aunque el valor absoluto que adscribe a la autenticidad y a
la sinceridad no alcance justificación en su misma filosofía:
porque sabemos que la filosofía sartriana no admite ningún
valor de validez supra-individua], dado antes de una elección
individual, y Sartre piensa que cada individuo debe elegir
libremente sus valores y puede, incluso, revocar su elección
y reemplazarla por otra. Según su filosofía, la aceptación de
la autenticidad como un valor absoluto podría basta ser ca
racterizada como manifestación del espíritu de seriedad, que
considera los valores como datos trascendentes, independien
tes de la subjetividad humana. Con todo, ése es el modo con
que Sartre acepta el valor absoluto de la autenticidad y la
sinceridad, al punto que parecería como si sólo por una afor
tunada inconsecuencia, su filosofía escapa al nihilismo y se
torna un idealismo absoluto irracionalista.
N os parece que la guerra de Sartre contra la comodidad
de una vida inauténtica, una vida de mala fe, y su enseñanza
de una vida auténtica, en la sinceridad, con todos los sufri
mientos vinculados a ella, es sólo una nueva forma del men
saje que en la segunda mitad del siglo XIX nos trajo Hen-
drik Ibsen. No hay duda de que el gran noruego predicó
igualmente contra la facilidad de una existencia inauténtica,
de mala fe, y nos incitó a aceptar una existencia auténtica,
en la sinceridad, al precio del sufrimiento moral. Hallamos
este mensaje en la mayoría de los dramas de Ibsen, comen
zando por "El pato silvestre”. He aquí a Hialmar Ekdal,
que vive en la mala fe, plenamente satisfecho de su existen
cia inauténtica, construida sobre una mentira, esa mentira
que Ibsen llama “mentira vital” (en noruego, Livslognen).
Recordamos que Sartre definió la mala fe como una mentira,
una mentira a sí mismo, y la mentira vital ibseniana, o ilu
sión vital, es también una mentira a sí mismo. Ibsen la lla
ma “el principio estim ulante” de la vida, y la “mala fe ” de
Sartre tiene exactamente la misma intensa función esti
mulante.
Aparece entonces Gregers Werle, el idealista, y trata de
arrancar a Hialmar de ese “pantano ponzoñoso” de una vida
inauténtica. En nombre de la "exigencia del ideal”, quiere
que Hialmar acepte una vida auténtica, construida sobre la
sinceridad, con todos los sufrimientos que implica. Pronto
aparecen esos sufrimientos: la vida fam iliar de Hialmar se
destruye, y su hija se suicida.
En “Un enemigo del pueblo", hallamos un mensaje simi
lar. Figura allí el doctor Stockmann, que quiere liberar a
toda una ciudad de la m ala fe, y guiarla a la autenticidad.
Finalmente, se queda solo, y se consuela diciéndose que “el
hombre más fuerte del mundo es el que se queda solo”. 1
1 L'Existentialisme, p. 62.
2 “La liberté cartésienne”, SUuations I, p. 333; L ’E tre et
le Néant, p. 567.
3 Ibíd., p. 516.
píos presupuestos, no hay valoras de validez universal. Cada
individuo tiene que inventar su propio sistema de valores, y
puede revocarlo y reemplazarlo por otro, tan pronto quiera
hacer una nueva elección. Sartre nos ha dicho que los valo
res sólo son válidos dentro de un proyecto individual y de
finido.
Si, por consiguiente, el cobarde tiene por su libre elección
la oportunidad de volverse valiente, y el vil puede transfor
marse en noble, esto no indicaría el progreso del mundo ha
cia un grado superior de perfección moral, puesto que sólo
el “podrido” espíritu de seriedad puede adscribir a los valo
res del coraje y la nobleza un valor superior, de validez im
perecedera y universal. De este modo, si el existencialismo
sartriano quiere ser optimista, a pesar de haber secado to
das las fuentes del optimismo, el suyo parece ser un opti
mismo de desafio.
Pei'o lo más extraño es que Sartre cree realmente en el
valor superior del coraje y del Bien, independientes de cual
quier proyecto definido, aunque su sistema excluya esa
creencia. Si esto es así, entonces la filosofía de Sartre es a
la vez más moral y más dogmática de lo que es capaz de
conceder teóricamente o está dispuesta a admitir emocio
nalmente.
A pesar del carácter vago de la nada sartriana como
base de la libertad humana, esta libertad parece tener cier
tos derechos de ciudadanía en la conciencia humana, aun
que no sean tan absolutos como Sartre los otorga. No hay
duda que el sujeto se siente libre y responsable. Pero, tan
pronto como trata de pensarse, tiene que pensarse como de
terminado; puesto que pensar significa determinar. Tan
pronto el sujeto se determina, conviértese en un objeto de
terminado. Como objeto determinado, está determinado y no
es más lib re.1
Podría así afirm ar que, subjetivam ente, la existencia del
hombre es sentida y vivida como libre, pero que objetivamen
te debe ser pensada como determinada.
Todo eso explica que, aunque los libros de Sartre hayan sido
incluidos en el Index librorum prohibitoruvi de la Santa Sede,
algunos pensadores católicos han adoptado una actitud favo
rable hacia la filosofía sartriana. Aun Maritain no es ente
ramente adverso a Sartre, y en Etlenne Gilson y Emmanuel
Mounier encontramos una disposición todavía mayor a com
prender a Sartre y a coincidir con algunas de sus tesis. He
aquí la traducción de algunos comentarios a la filosofía sar
triana hechos por Emmanuel Mounier, eminente pensador
cristiano francés:
1 Ibíd., p. 22.
2 Ibíd., p. 31.
iueal futuro, marcará, según Sartre, el fin del marxismo y el
principio de una filosofía de la libertad. Pero este futuro
cntá lejano, y, mientras tanto, el marxismo, para no dege
nerar en una “antropología inhumana” i, debe ser comple
tado por el existencialismo sartriano, que le proporciona su
fundamento subjetivo, humano, existencial. E s exactamente
la “expulsión del hombre” del mundo puramente objetivo del
n.arxismo que, según Sartre, tuvo que producir el renaci
miento del existencialismo. Las nociones utilizadas por el
marxismo —el trabajo, la explotación, la alienación, la reifi-
eación, etc.— requieren una investigación de su base existen
cial. Sartre insiste en que el trabajo humano — concepto bá
sico del marxismo— no tiene sentido si su estructura funda
mental no es el proyecto humano, concepto básico del exis
tencialismo. Por esto, Sartre piensa que “la comprensión de
If. existencia se presenta como el fundamento humano de la
antropología m arxista” - —fundamento que le hace falta.
Así se ve de qué manera Sartre justifica la razón de ser
<lel existencialismo al lado o dentro del marxismo. Mientras
el marxismo base su doctrina en la dialéctica de la natura
leza — esta “m etafísica dogmática”— en vez de basarla en la
comprensión del hombre existente y de su “praxis”, el exis
tencialismo continuará sus investigaciones. Pero el mismo
Sartre anuncia la abdicación futura del existencialismo en
favor del marxismo, con esta frase decidida: “A partir del
día en que la investigación marxista tome la dimensión hu
mana (es decir el proyecto existencial) como fundamento del
saber antropológico, el existencialismo no tendrá ya razón
<le ser.” s
La clarificación de las relaciones entre el existencialismo y
el materialismo dialéctico es uno de los problemas básicos de
lu nueva obra de Sartre. Pero investiga también muchos
otros problemas. Quiere saber, por ejemplo, si la razón po
sitivista de las ciencias naturales es suficiente para la com
prensión del hombre y de su historia o si esta compi'ensión
requiere otro tipo de razón: una razón dialéctica. Sartre pa
rece ignorar el hecho que José Ortega y Gasset ya ’dio una
1 Ibíd., p. 109.
2 Ibíd., p. 108.
» Ibíd., p. 111.
contestación afirmativa a esta pregunta, estableciendo su teo
ría de la razón vita l o histórica. La contestación de Sartre
es también afirmativa. Negándose a reducir al hombre a la
naturaleza y el orden cultural al orden natural, Sartre puede
mantener su concepto existencialista de libertad humana.
La mayor parte del primer tomo de la nueva obra de Sartre
e>tá consagrada al establecimiento de las estructuras ele
mentales de la “praxis” humana. Por ejemplo, el trabajo es
una "praxis", cuyo fin es la satisfacción de las necesidades
humanas dentro de la “rareza”. Es esta última la que explica
la lucha de clases y, en general, la violencia, ya que, debido
a la rareza, no todas las necesidades humanas pueden ser
satisfechas. Dentro de la rareza, v iv ir es sobrevivir, y la
existencia de cada uno implica el riesgo de la no-existencia
del otro.
La razón dialéctica es el movimiento de la historia, hacién
dose y tomando conciencia de sí misma. Sartre está conven
cido de que el marxismo es la historia de nuestro tiempo,
temando conciencia de sí misma. Así, toda su nueva obra
gira alrededor del marxismo. Tal como Jacobo luchó con el
ángel de Dios, diciéndole “no te dejaré si no me bendices”,
así Sartre lucha con el dios del socialismo moderno. A juzgar
por la manera en la cual las revistas m arxistas han acogido
el nuevo libro, este dios sigue rehusándole su bendición.
ÍNDICE
Primera Parte