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HIRIA
La traducción de este libro ha recibido
una subvención del Gobierno Vasco.
Printed in EU.
HIRIA
INDICE
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Mitología vasca conparada
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JUAN INAZIO HARTSUAGA
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2.- MITOLOGIA INDOEUROPEA
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Mitología vasca conparada
Nada malo puede suceder a los reyes de las provincias del país donde vive
Yudhistira. Donde él viva la gente será caritativa, generosa, humilde y sencilla. En el
país donde viva Yudhistira, sus habitantes serán bien educados, de palabra amable,
amantes de la verdad, bien humorados, bien alimentados, limpios y laboriosos. No
habrá entre ellos individuos malvados, envidiosos fatuos o egoístas, sino que bien al con-
trario, cada cual se ocupará de sus asuntos. Allá donde viva abundarán las oraciones
silenciosas y las libaciones derramadas, así como las ofrendas y las limosnas dadas a los
brahmanes. Allí, sin duda, las nubes derramarán lluvias generosas, y tal reino será
valiente y recogerá abundantes cosechas. No faltará grano al arroz ni zumo a las fru-
tas, las guirnaldas de flores serán perfumadas y las charlas de los hombres llenas de
bellas palabras. Las brisas serán agradables, las visitas sin incidentes, y el miedo no
podrá habitar allí donde resida Yudhistira. Allí abundarán las vacas, que no serán ni
débiles ni flacas. La leche, la cuajada y la mantequilla serán sabrosas y nutricias. Toda
clase de granos serán colmados y todos los alimentos llenos de sabor allá donde viva
Yudhistira. Todas las cosas que se refieren a los sentidos,- sabores, tactos, olores, soni-
dos-, estarán llenos de hermosura allá donde él resida. En el país donde viva Yudhistira
los paisajes y las vistas serán agradables. Los dos veces nacidos (?) cumplirán las nor-
mas morales y los principios que las inspiran. A lo largo de este decimotercer año allá
donde viven los Pandava la gente se mostrará alegre y contenta, limpia, constante, entre-
gada a los dioses de todo corazón y muy hospitalaria. Gustarán de dar y cada cual cui-
dará su dharma llenos de vigor. Odiarán el mal y amarán el bien, harán continuos
sacrificios con un espíritu puro, así serán las gentes del país donde habite Yudhistira.
Rechazarán la palabra engañosa y no tendrán más deseo que lograr las ventajas del
hombre virtuoso que no quiere más que las cosas que son motivo de alegría y felicidad.
Dispuestos a hacer el bien, los corazones se dirigirán siempre hacia la virtud, los deseos
serán agradables y su objetivo más deseado será el logro de méritos religiosos.
Sin embargo, si alguna vez sucede que el pueblo depone al rey pues-
to por los dioses y pone a otro de su gusto para disgusto de éstos, el pano-
rama se invierte. El siguiente texto legendario nos habla de la rebelión de
los attacot o agricultores, acaecida en Irlanda2 :
2 Four Masters I , p. 94, nota al pie.
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Los attacot lograron imponerse totalmente a los nobles de Irlanda y los aniquila-
ron, salvo a unos pocos que lograron esquivar la carnicería. A continuación pusieron
como rey a Cairbré Caitcheann, uno de su misma raza. Estos fueron los tres nobles que
sobrevivieron a la matanza, …
La situación de Irlanda se tornó terrible en tiempos del tal Cairbré, porque la tie-
rra negó sus frutos a los attacot tras la carnicería que hicieron con los nobles de Irlanda.
Así, el mijo, los frutos y los productos de Irlanda fueron yermos, porque sólo había un
grano en cada espiga, sólo una bellota en cada roble, sólo una avellana en cada avella-
no. Los puertos vacíos, las vacas sin leche, la hambruna se apoderó de Irlanda durante
los cinco años que duró el reinado de Cairbré. Luego que murió éste los attacot ofrecie-
ron el trono a su hijo Morann Cairbré. Siendo éste un hombre culto e ilustrado, con-
testó que no podía aceptarlo porque carecía de derechos sucesorios. Más aún, predijo que
la hambruna y la escasez no desaparecerían hasta enviara alguien a rescatar del destie-
rro a los legítimos sucesores de la realeza …
Luego trajeron de vuelta a los nobles y los attacot les juraron obediencia a ellos y
a sus sucesores, sobre el Cielo, la Tierra, el Sol, la Luna y todos los elementos, por todo
el tiempo en que Irlanda permaneciera rodeada por el mar.
Por supuesto, tras reponer al legítimo rey las cosas cambiaron radi-
calmente3:
Año 15 de la era de nuestro señor Jesucristo. Primer año del reinado en Irlanda
de Fearadhach Finnfeachtnach. Las cosas fueron bien en su tiempo. Las estaciones fue-
ron regulares, la tierra dio frutos, los ríos abundaban en peces, las ubres llenas de leche,
los árboles frondosos y con anchas cúpulas.
Dejemos por un momento la realeza y vayamos a la Roma republi-
cana. Veremos que incluso en un contexto sin monarquía y con elecciones,
el poder sigue estando reservado a los representantes de la primera fun-
ción4:
3 Four Master’s I , 95 h.
4 Tito Livio, Ab Urbe Condita V, xiv
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He aquí los hechos del año: Llegaba el tiempo de elegir a los tribunos militares,
y ello causó casi más trabajos a los Padres que la propia guerra, porque se daban cuen-
ta que casi más que compartir el poder absoluto con el pueblo, éste se lo había arreba-
tado. Entonces, tras elegir prudentemente como candidatos a personas reputadas,- tan
reputadas que sería un escándalo que no fueran elegidas-, se enfrascaron todos en la cues-
tión como si cada uno de ellos fuera el propio candidato, no renunciando al uso de nin-
guna arma y recurriendo tanto a los hombres como a los dioses al querer sembrar un
miedo religioso en torno a lo sucedido en las elecciones de los dos años anteriores: “El
primer año el invierno fue tan insoportable que verdaderamente parecía una señal del
Cielo. Y al año siguiente, la señal se tornó realidad y la epidemia se extendió en el país
y en la propia Roma,- indiscutiblemente a causa del enfado de los dioses-, y no desapa-
reció hasta que no fueron expuestos los Libros del Destino para aplacarlos. Dado que
las elecciones se celebraban bajo el auspicio de los dioses, éstos no admitían que aquellas
sirvieran para dejar los cargos en manos del pueblo invirtiendo la jerarquía social”.
Tanto la dignidad de los candidatos como el miedo religioso influyeron en los elec-
tores que finalmente eligieron para desempeñar las labores de cónsul en su totalidad a
tribunos militares presentados por los patricios y entre estos además a candidatos que
habían ocupado ya tal puesto con mayor frecuencia: Lucius Valerius Potitus por quin-
ta vez, …
Durante el mandato de éstos nada reseñable ocurrió en Veies: nuestras fuerzas
prosiguieron sus pillajes. Dos de nuestros generales, Potitus en Faleries y Camillus en
Capene se hicieron con magníficos botines no dejando en pie nada que el fuego o el hie-
rro pudieran destruir.
Por tanto, la condición primera para el ejercicio del poder político, es
la de ser el favorito de los dioses,- condición derivada de la sangre-. Sin en
embargo, se necesita algo más que el “pedigree”, ya que la ideología indo-
europea exige otras tres condiciones a los personajes de la primera fun-
ción: Sobriedad, osadía (o ausencia de temor si nos referimos al poder
espiritual) y prudencia. El siguiente relato germánico nos lo ilustra5:
Una noche, hallándose la condesa de Brannenburg afligida por no poder tener des-
cendencia, reparó en unos hombrecillos de apenas cinco pulgadas que danzaban en su
5 L.Gerschel. “Sur un schème trifonctionnel dans una famille de légendes germaniques”. Revue de l’Histoire des religions CL,
1956, p.60
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habitación. Uno de los pigmeos se adelanta y le dice así: “Vamos a hacerte pan”. Cocido
el pan, le advierte: “Tendrás tantos hijos como panecillos comas”. La condesa toma tres
panecillos. Entonces los pigmeos fabrican tres copas y le dicen: “Cuando tus hijos cum-
plan veintiún años les darás una a cada uno. Quien de entre ellos acierte a conservarla
sin daño verá progresar su descendencia; tendrá hijos y riquezas. Sin embargo quien la
rompa correrá la suerte contraria”.
Tal y como se predijo, la condesa dio a luz a tres niños, y llegado el momento cada
cual recibió su copa. Sin embargo los tres deseaban a su prima Arnesie como esposa.
Ella les pide un año y les impone como condición previa que conserven intactas sus
copas. Luego advierte a Hubert: ”Ten cuidado con tu carácter pendenciero. No vayas
siempre con la espada en la mano. Rehúye las peleas y discusiones”. A continuación
advierte a Christian: “Te gustan demasiado la buena mesa y el buen vino. Ten cuida-
do con tu glotonería”. Sin embargo, no realiza ningún reproche a Hamilcar, el tercer
hermano. Hamilcar deposita su copa en la capilla del palacio, a la que acude a diario
a orar para que su virtud sea aún más indestructible que su copa. Hubert el pendencie-
ro celebra un duelo, en el transcurso del cual la espada de su rival golpea la copa hacién-
dola añicos. Christian rompe la suya en medio de una borrachera orgiástica mientras
celebra un banquete. Ni Hubert ni Christian tuvieron descendencia, pero Hamilcar des-
posó a Arnesie y fue el origen de una pléyade de nobles; y es que fue capaz de conservar
su copa.
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Vuelve a coger, por favor, ese regalo para mujeres (desdeñando la cinta de
oro que la reina le ofrece) y adorna con él tu propia cabeza. Los adornos están
bien para Venus, pero ningún hombre bravo los desea. Pues es indecente, para aquellos
que no sueñan más que con las armas, recoger su cabellera con un nudo de oro…
Cruda es la comida de los bravos, y no creo que necesiten una mesa lujosa quie-
nes con corazón valiente se aprestan al combate…
Huimos del vicio de una cocina lujosa, no satisfaciendo nuestro vientre más que
con carnes rancias. Pocos hombres de antaño se complacían con las salsas cocinadas…
Allí se calmaba el primer aguijón del hambre con la carne seca de lo alto de un
jamón y se domaban los ardores del estómago con abundantes y duros picatostes…
El común de los guerreros rehuía las comidas extranjeras y los más grandes no
tenían pasión por los festines.
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Sus almas entregadas al miedo, no menos que sus cuerpos romos y abotagados,
no están dispuestas para el combate.
7 Plutarco, 31,5.
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respeto de ciertos códigos éticos: ambos son sinceros y leales. Ambos res-
petan la palabra dada y la cumplen. Los ámbitos funcionales a los que per-
tenecen respectivamente están caracterizados positivamente: sobriedad y
valentía para la segunda función, y también para la primera, añadiendo a
esta demás la prudencia y la virtud. Por último, y como garantes de todo
lo anterior, ambos ámbitos contemplan la noción de pecado y la posibili-
dad de recibir un castigo divino por ello.
El quebrantamiento del código ético, la inobservancia de la palabra
dada o el incumplimiento de las características funcionales positivas a las
que están obligados, supone para los representantes de las dos primeras
funciones incurrir en pecado y desencadenar el castigo divino correspon-
diente. Los dioses castigan a Yudhistira, a Indra, a Sisupala, a Starkathr, a
Hércules y a tantos otros reyes y héroes que faltan a los valores que están
obligados a observar. Sin embargo, en el ámbito de la tercera función el
panorama cambia radicalmente. El personaje de tercera función carece de
código ético, no respeta la palabra dada, y las características que lo distin-
guen son fundamentalmente negativas. Pero es que además, esto ni siquie-
ra le supone la comisión de una falta o pecado y no merece por tanto el
derecho a recibir un castigo divino. Es malvado, pero no es capaz de caer
en pecado, ya que su maldad es inherente a su caracterización funcional:
no es libre de optar entre el bien y el mal. De este modo, se le niega hasta
su propia condición humana. Dada su inclinación a la avaricia, la debilidad,
la cobardía y la mentira, no es posible esperar nada bueno de él. Sus acti-
tudes y comportamientos impropios han de considerarse normales y los
dioses no se ocupan de castigarlos. Sería el cuento de nunca acabar.
Estas previsiones pueden fallar alguna vez, como por ejemplo en la
Roma sitiada por los celtas8
Las vestales subían a esa colina cuando L. Albinius las vio. Este hombre del
pueblo, incapaz para el combate, se hallaba entre la multitud que huía de la ciudad,
conduciendo el carro en el que llevaba a su esposa e hijos. Incluso en esa situación fue
capaz de apreciar la diferencia entre los asuntos humanos y los divinos. Le pareció un
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sacrilegio que las sacerdotisas del Estado tuvieran que llevar a pie los objetos sagrados
del pueblo de Roma mientras él y su familia iban montados en el carro. Entonces hizo
bajar a su mujer y sus hijos, cargó con las Vírgenes y los objetos sagrados y los condu-
jo hasta Caere, que era a donde se dirigían.
Un comportamiento que hubiera resultado normal en cualquier auto-
ridad o militar se considera sin embargo tan extraordinario en un persona-
je del pueblo que le vale al tal L. Albinius el honor de salir del anonimato
y entrar en la Historia de Roma. De hecho tal comportamiento, conside-
rado una excepción extraordinaria, le supone abandonar el ámbito funcio-
nal al que pertenece, salir de la masa anónima e ingresar en los libros de
Historia. El carácter excepcional de este comportamiento queda reflejado
por el hecho de que ninguno de los que huían de la ciudad junto al tal
Albinius reciba castigo alguno por denegar su auxilio en una situación que
se juzga sacrílega.
La tercera función no merece la atención divina más que cuando pre-
tende dominar a las dos primeras y hacerse con el poder político, es decir,
gobernarse a sí misma. Es entonces cuando, como vimos en la rebelión de
los attacots o en las elecciones romanas del 394 a.C. los dioses reaccionan y
usan su control sobre la Naturaleza para castigar a los rebeldes y hacerles
deponer su actitud.
Cada comportamiento impropio de la tercera función no recibe un
castigo personalizado, pero de algún modo, la maldad inherente al ámbi-
to funcional recibe el castigo general de la eterna incapacitación para
gobernarse a sí mismo. La tercera función ha de estar siempre subordina-
da a las dos primeras y protegida por ellas. Es incapaz de conducirse dig-
namente, y sólo la rectitud impuesta por la Ley y la Religión y el mágico
influjo benefactor que desprende la realeza pueden lograr reconducir la
maldad que la caracteriza. Lo hemos visto ya con Yudhistira, y veremos
aún más ejemplos romanos y escandinavos.
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9 Tito Livio, I, 9
10 Tito Livio, I, 11, 5-9 y I, 12, 1-9
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de piedras preciosas, y que cuando Tarpeia les pidió como recompensa todo lo que lleva-
ban en su brazo izquierdo, éstos le arrojaron sus escudos en lugar de sus joyas…
El fuerte cayó en manos de los sabinos. Al día siguiente, cuando los romanos des-
plegaron sus tropas en la llanura entre el Palatino y el Capitolio, los sabinos no descen-
dieron inmediatamente a terreno llano: al contrario, esperaron a que la cólera y el deseo
de recuperar la fortaleza empujaran a los romanos a atacarla desde abajo. (Abatido
el bravo comandante de la tropa romana) … su armada emprende la huida con
el ánimo encogido y en desbandada. En aquella estampida (los sabinos) empujaron a
los fugitivos hasta la vieja puerta del Palatino y entonces Rómulo alzó sus armas al
Cielo y clamó: “Júpiter!, fiado de tus promesas he puesto aquí en el Palatino las bases
de Roma. El fuerte tomado a traición está ya en manos de los sabinos, que salen del
mismo y cruzan el valle hacia nosotros. Tú que eres padre de dioses y hombres, aleja de
aquí a nuestros enemigos! Haz desaparecer el miedo de los romanos y detén su vergon-
zosa desbandada! Oh gran Jupiter Stator! (Júpiter que detiene la huída), juro que
aquí mismo edificaré un templo en tu honor para que en el futuro conozcan cómo tu
ayuda protectora salvó a Roma”. Nada más acabar su oración sintió que esta sería
escuchada: “Ahora romanos,- exclamó-, Júpiter el Grande y Bueno os ordena que os
detengáis y que volváis al combate!” Los romanos se detuvieron como obedeciendo a una
orden divina, y con Rómulo a la cabeza …
El comandante de los sabinos atacó desde la fortaleza y dispersó a los romanos
en desbandada a lo largo y ancho de lo que hoy es el Foro. No estaba lejos de la puer-
ta del Palatino, …
El joven y valiente Rómulo acudió a su encuentro con otros guerreros. Luchaba
a caballo, por lo que aún fue más fácil hacerle retroceder. Los romanos le hicieron retro-
ceder. Los demás romanos, enardecidos por el valor de su rey, destruyeron a los sabinos
…
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tes cosechas en todas las provincias. Los suecos lo atribuyeron a Freyr y fue adorado más
que ningún otro dios, porque en su época el pueblo llegó a ser más próspero que antes,
debido a la paz y a las cosechas.
Y a continuación conozcamos a Numa12
La inspiración de Numa, plena de mansedumbre y de humanidad, dulcifica las
costumbres de los romanos, modera su carácter hirviente e incontrolado, y les hace amar
la justicia y la paz … Hay que referir, a la mayor gloria de Numa, que es cosa admi-
rable en él y casi divina, que siendo llamado a ocupar un trono extranjero, lo haya cam-
biado todo mediante la sola persuasión; que sin emplear ni las armas ni la coacción,
haya gobernado una ciudad donde no reinaba aún la unanimidad; que, en fin, gracias
a su sabiduría y a su ecuanimidad haya logrado poner en harmonía y fundir a todos los
ciudadanos …
Numa, que quería que sus ciudadanos amaran la agricultura como el modo de
atraerlos hacia la paz y viendo en la misma más un medio de formar los espíritus que
un camino al enriquecimiento, repartió el territorio en porciones que llamó “pagi” …
Sus súbditos, que ven brillar en su rey el más bello modelo de virtud, abrazan
felices la sabiduría; todos unidos por los lazos de la amistad y de la paz, practican con
fidelidad la templanza y la justicia y observan esta conducta irreprochable y feliz que es
el objetivo último de todo gobierno ….
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3. COMPARACION CON
LA MITOLOGIA VASCA
3.1 INTRODUCCION
Resulta casi innecesario afirmar que las mitologías vasca e indoeuro-
pea son del todo distintas. El lector vasco que conoce su mitología, habrá
podido constatar en las páginas precedentes una mitología indoeuropea
que nada tiene que ver con la suya, y es posible que se esté preguntando
incluso si es posible realizar una comparación.
Viendo lo enorme de la distancia entre ambas, dos tentaciones podrí-
an hacernos desviar el rumbo: La primera, caer en un milenarismo antro-
pológico estéril y concluir de antemano que la mitología vasca no es com-
parable a ninguna otra, optando por seguir analizándola en solitario y sin
términos de comparación, y regodeándonos, cada cual, en las fantasías que
más nos gusten. La segunda, analizar una bajo el prisma de la otra,- habi-
tualmente analizar la vasca bajo el prisma de la indoeuropea-, como ya lo
han hecho anteriormente algunos con resultados desalentadores. La mito-
logía vasca carece de panteón de dioses, de héroe nacional y de “grande-
za”. Y a partir de esas premisas rápidamente y con harta ligereza se llega a
la conclusión de que se trata de una mitología pobre y carente de origina-
lidad. Barbaridades como éstas han sido ya desmentidas acertadamente
por los trabajos de José Miguel Barandiarán entre otros.
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Los dioses pueden, si así lo desean, descender sobre la tierra y visitar a los
humanos, pero el Cielo es inalcanzable para quien parte desde la Tierra, a
no ser que sean los propios dioses quienes conduzcan al humano hasta allí.
Esta oposición entre Cielo y Tierra es una constante a lo largo y
ancho de los textos indoeuropeos. Veamos por ejemplo la versión india del
mito de la constitución de una nueva sociedad.13 Por un lado tenemos a
Indra, que tanto por sí mismo como por hablar en nombre y representa-
ción de la sociedad divina, constituye la encarnación de las dos primeras
funciones. Y por otro tenemos a los Asvin, pareja de dioses gemelos, dona-
dores de hermosura y juventud como símbolo de la tercera función. En
esta versión india el conflicto se desarrolla en el plano teológico, y la grieta
mayor entre las funciones toma el aspecto de la separación entre Cielo y
Tierra. Los Asvin, dioses que habitan en la Tierra y frecuentan a los huma-
nos, no son más que los servidores de los dioses celestes cuando acuden
al Cielo. De este modo se subraya la distancia ideológica entre Cielo y
Tierra.
Tenemos también el episodio en el que Yayati cae del cielo por culpa
de un acceso de soberbia, como recordatorio de la fragilidad del privilegio
de residir en el Cielo para un humano. Yayati, el rey trifuncional indio que
ha reinado universalmente, asciende al Cielo tras su muerte, debido a la
inmensidad de sus méritos: Repartió dádivas con generosidad, conquistó
el mundo entero, sus regalos hicieron posible celebrar numerosos sacrifi-
cios, y siempre fue fiel a la verdad. Este rey que se halla por encima de cual-
quier humano e incluso de cualquier otro rey de su tiempo, logra ascender
al cielo gracias a sus innumerables méritos. Pero basta un único instante de
soberbia para anularlos todos y recordarnos la fragilidad de su estatus. Más
evidente aún, si repasamos el origen de dicho instante de soberbia. El epi-
sodio se cuenta en los cantos primero y quinto del Mahabharata.14 El
quinto relata que Yayati tiene un inesperado pensamiento de soberbia que
Indra lee inmediatamente en su corazón, lo que provoca que lo expulse del
Cielo. En el primero sin embargo es el propio Indra quien mediante una
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facilidad con la que éste último rige los destinos de la Tierra. La clave de
lo que acontece en el mundo y del destino de los humanos no está en la
Tierra sino en el Cielo. Los sucesos que conducen a la guerra de Troya
están inducidos por Hera, y el entero desarrollo de la guerra depende de
las alternativas que suceden en la corte celestial. Los que combaten ante las
murallas de Troya no son más que marionetas en manos del designio divi-
no. La subsiguiente expedición de Eneas, sus infortunios y las ayudas que
recibe para escapar de todos ellos no son sino el reflejo de la pugna entre
Zeus y Hera. Las victorias del renombrado general romano Camilo se pro-
ducen siempre a la aurora, porque la diosa Aurora lo protege. Y sin salir de
Roma, ya hemos visto en el capítulo anterior cómo el Cielo muestra al pue-
blo el recto camino enviando un invierno inusualmente duro en vísperas
de las elecciones del 394 a.C., para lograr que se pliegue a sus deseos.
No creo que sea necesario alargar más la enumeración de ejemplos
para dejar establecido que la mitología indoeuropea diseña un Cosmos con
una separación primordial entre Cielo y Tierra. Pasemos pues a ver cómo
se organiza el Cosmos en la mitología vasca.
La representación cosmológica vasca se opone frontalmente a la
indoeuropea, tal y como hemos adelantado anteriormente, al no haber en
la vasca rastro alguno de la grieta mayor. El cosmos de la mitología vasca está
formado, al igual que cualquier otro, por el firmamento, la superficie
terrestre y el subsuelo. Pero la representación mitológica de cada uno de
ellos no es equivalente a las respectivas representaciones indoeuropeas. La
diferencia más destacada se refiere al Cielo, cuya existencia misma es dudo-
sa en la mitología vasca: Firmamento sí, pero no Cielo.16 Es decir, que no
existe el Cielo, entendido como morada de los dioses, sino sólo el firma-
mento, la bóveda celeste por la que pasean Sol, Luna y algunos seres sobre-
naturales, que sin embargo no tienen en dicho firmamento su morada, ya
que residen en el subsuelo. Empecemos a aportar los textos y ciñámonos
primero al caso del Sol, evocando este pasaje del Diccionario de Mitología
Vasca de Barandiarán17
16 Los registros de mitología vasca del XIX y del XX, no muestran resto o evidencia alguna del Urtzi que refiere el
cronista medieval Aymerid Picaud, y justo al contrario, muestran estructuras que desmienten rotundamente el testi-
monio del peregrino francés.
17 J.M. Barandiarán. Diccionario Ilustrado de Mitología Vasca, Obras Completas, tomo I, p. 75 (Eguzki)
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18 B. Estornés Lasa: “Orígenes de los Vascos”, t. IV, p. 68. (Katua, oilarra eta igitaia)
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Así lo hicieron y así sucedió. Cuando el gallo cantó “kikiriki” el día ya se había
abierto. (…)
Este episodio de los hombres que golpean una peña para llamar al día
nos confirma que en la representación cosmológica vasca el sol se halla
bajo tierra desde que se oculta hasta que vuelve a salir. Los hombres del
cuento golpean la tierra para despertar al Sol que se halla en su seno, a fin
de que salga, les caliente y les ilumine, hasta que la invención del gallo les
libera de tan dura tarea.
Por lo que respecta a la luna, tenemos menos información, pero la
suficiente para constatar su paralelismo con el sol: También la llaman
“abuela Luna” en las oraciones que le dirigen, del mismo modo que llaman
“abuela Sol” al sol,19 y según recoge Barandiarán, también la Luna es teni-
da por hija de la Tierra20
Por consiguiente, tanto el Sol como la Luna poseen un estatus fami-
liar similar, y para ambas el firmamento no es más que el lugar de paseo,
ya que residen en el mundo subterráneo. Esto se nos dice explícitamente
en referencia al sol, y como veremos más tarde, basándonos en una expre-
sión lingüística, también es extensible a la luna. La simbología vasca de
ambos astros nos muestra pues una Tierra que todo lo abarca, y la inexis-
tencia de un Cielo entendido como morada. Sin embargo, y dado que en
el cielo pasean más entes, además del sol y la luna, deberemos hacer exten-
siva a todos ellos la demostración y aportar los textos que la confirmen.
En cualquier mitología topamos con otro fenómeno cuya importan-
cia iguala al menos las del sol y de la luna. Nos referimos a la tormenta. En
la mitología indoeuropea las tormentas se originan, cómo no, en el Cielo,
y el rayo suele ser el arma suprema en manos del dios principal, el arma
más destructiva con la que los dioses mantienen su supremacía. Las repre-
sentaciones vascas, sin embargo, nos describen el origen y la autoría de las
tormentas de un modo bien distinto, ya que, también éstas surgen del seno
de la tierra, al igual que el sol y la luna. Veamos en primer lugar lo que un
19 J.M. Barandiarán. “Eusko Folklore”. Obras Completas, t. II, p. 156. (Araotz, Arrasate, Zaldibia, Ataun, Ormaiztegi)
20 J.M. Barandiaran: “Diccionario …” (JMB I) , p.103: “Ilazki”
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27 Ibid. P.20
28 Ibid. P.14
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sobre ella. La yegua se dirige hacia la sima de Obantzun y se precipita en ella con su
jinete. El criado se detiene largo tiempo mirando en vano a la boca de la sima. Por fin,
diciendo para sus adentros “¿qué yegua habrá sido esa?” vuelve hacia su casa. En una
hondonada que existe más abajo halla su verdadera “yegua negrita”. Más tarde apare-
cieron en la fuente de Iturran los pendientes y la sortija de la muchacha.
Por último, también los seres sobrenaturales de aspecto semejante a
los humanos habitan en cuevas y simas. Así, los gentiles y las laminas son dos
tipos principales de seres mitológicos que viven en el mundo subterráneo
formando comunidades. Más tarde los veremos con detenimiento. De
momento y ciñéndonos al tema de este capítulo, mencionaremos otra
característica de la mitología vasca que refuerza aún más si cabe la repre-
sentación cosmológica que todos los ejemplos anteriores nos han dibuja-
do: El origen de los castigos sobrenaturales. Un planteamiento coherente
con lo que hemos visto hasta ahora exige que los castigos sobrenaturales
no provengan del Cielo, ya que el Cielo (entendido como morada de los
dioses), no existe. La justicia divina no ha de ser pues celestial sino terre-
nal. Vayan por delante dos apuntes recopilados por Barandiarán29
La leyenda de la peña de Markola, que citamos arriba, tiene una variante en
Zenarruza, según la cual, en cierto Jueves Santo, un matrimonio de labradores iba con
una yunta de bueyes al monte Oiz, a traer hojarasca para la cuadra de su ganado.
Cuando pasaban por Markola se desprendió del alto de Atxbiribil se desprendió una
peña que sepultó debajo al marido, mujer y bueyes. Desde entonces la peña de Markola
es considerada como instrumento de la justicia divina (…)
Esta leyenda es semejante a la que refieren en Axangiz acerca de un manantial
o pozo artesiano de aquella jurisdicción que tiene por nombre Lezia. En el sitio que hoy
ocupa este pozo araba un aldeano un día festivo. Abrióse la tierra y lo tragó con su
arado y pareja de vacas. Sus restos aparecieron después en la mar. Los niños pasan
todavía temblando por aquel lugar.
El tercer ejemplo proviene de la isla de Izaro, frente a la costa de
Bermeo. La noticia la encontramos en la Crónica de Ibargüen.30 En dicha
29 Ibid. P.100
30 J.J. Mugartegui: “Algunas Noticias de la Crónica de Juan Iñíguez de Ibargüen”, RIEV XXII, 1931, p.34-43
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31 Tullus Hostilius, tercer rey mitológico de Roma tras Rómulo y Numa. Este rey que nunca abandona el ámbito de
la segunda función es abatido por el rayo lanzado por Júpiter, ofendido porque el monarca se equivoca al oficiar una
ceremonia sagrada.
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La sima de Amunda, habitada por diablos, según es creencia entre los niños,
comunica con la cocina del caserío Saaltse, llamado también Andralizeta. Los moros
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33 Ibid. P.370
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34 Ibid. P.372
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35 Ibid. P.485
36 Ibid. P.100
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ra la tierra que contemplan los humanos y que comparte su silla con ellos,
es imposible que haya llegado de lo alto del inalcanzable Cielo.
Otras veces son los humanos quienes se aproximan a las puertas del
mundo subterráneo y sienten la proximidad de los que allí habitan.
Escuchemos de nuevo a Barandiarán37
En el año 1922, Pedro María de Sautua, vecino y sacristán en Olarte de
Orozco, me refirió que su padre, que era pastor, albergaba hace 60 años sus ovejas en
la cueva de Supelaur o Supelegor, del monte Gorbea. Lo mismo hacían otros cuatro pas-
tores. En total se reunían allí 500 ovejas. Estas se levantaban a veces rápidamente y
todas echaban a correr hacia uno u otro lado, sin que los pastores viesen nada que las
pudiera asustar. Sin embargo, en muchas mañanas observaban en el lodo del piso de la
cueva huellas de pies de niños de 6 a 8 años, lo que era atribuido por todos a las lamias
que habitaban en el interior de la cueva.
Si los seres sobrenaturales salen a pasear a la superficie y los huma-
nos entran a cobijarse al mundo subterráneo, no es de extrañar que acaben
encontrándose alguna vez, al hallarse tan cerca unos de otros. Los ejem-
plos que hemos evocado hasta ahora señalaban la proximidad aunque aún
no hemos visto ningún encuentro. Pues bien, tras recorrer los caminos
subterráneos, sentarse en la misma silla donde se sienta la Virgen María y
percibir la presencia de las lamias de Supelaur a la vista de sus huellas, los
siguientes relatos de origen vizcaíno nos conducen a un grado de familia-
ridad aún mayor38
El hijo de la informante… me había comunicado … que su madre le había refe-
rido cómo en Marquina-Echevarri, junto al caserío Iremategui, existe el arroyo llama-
do Altzibar, y que su abuelo le había referido haber visto muchas veces a las lamias
que, saliendo al sol, se peinaban con unas hierbas a las que llaman “peines de bruja”.
Y Pedro Errekalde me dijo que tales lamias fueron expulsadas de aquí mediante leta-
nías, procesiones y plegarias.
También al lado del barrio Muñegui (Ceánuri)dicen que vivían las lamias y que
frecuentemente estaban peinándose.
37 Ibid. p.424
38 Ibid, p.425
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Pero nunca pasó nada con ellas; únicamente las mujeres de Muñegi solían tener
gran miedo porque era fama que a las lamias les gustaba la grasa de las mujeres
Estas sociedades lamias que viven próximas a los caseríos son últi-
ma prueba de cómo humanos y seres sobrenaturales comparten el mismo
espacio. Todos son vecinos y el espectáculo de las lamias peinándose es
harto habitual para los habitantes de Iremategi y de Muñegi. La proximi-
dad con los seres sobrenaturales, e incluso diría la intimidad con los mis-
mos, resulta cada vez más evidente.
Sin embargo aún no hemos expuesto los ejemplos más palmarios de
esa proximidad y de esa intimidad. Ejemplos que casi nos conducirán a
despreciar los que hasta ahora hemos evocado. Pensemos que un cierto
contacto entre humanos y seres sobrenaturales que comparten el mismo
espacio tampoco es tan de extrañar: Quienes diariamente pasean por los
mismos bosques, prados, montes y cuevas, forzosamente han de encon-
trarse alguna vez, por más que sus respectivos estatus sean diferentes.
Veamos algunos ejemplos de este tipo de encuentros inesperados, empe-
zando por el que sucede a un pastor y un gentil39
Ciertos pelotaris jugaban a la pelota en Murumendi. Y se les acercó un gentil y
les preguntó:
¿Qué hacéis aquí?
Jugar a la pelota-, le contestaron.
¿Para qué tenéis esa piedra?
Para piedra de saque
Tampoco ella es mala para lanzarla como la pelota.
Y cogió con sus manos la piedra de saque y la lanzó hacia Aralar con extraor-
dinaria energía. Y según corre esa piedra con tal velocidad en el aire, se hace dos peda-
zos y cayeron, uno al pie de la peña de Gaztelu y el otro a Alotza. La piedra de Alotza
está allá, atravesada en una senda (y) no es una piedra de bromas (es grande). Los pas-
tores la llaman Saltarri.
39 Ibid, p.90
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40 Ibid, p.171
41 Ibid. P.195
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42 Ibid, p.401
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Por increíble que parezca, tales son las reglas de cortesía que hay que
observar con Mari. Tras haber analizado la mitología indoeuropea, la ter-
cera regla se nos antojará insuficiente como muestra de reverencia ante
aquélla que produce las tormentas, en primer lugar porque ningún mortal
debiera estar en su presencia, y si acaso esto sucede alguna vez, debería
estar arrodillado o, aún mejor, postrado a sus pies. Pero no es así, hay que
permanecer de pie ante Mari. La segunda condición la equipara a cualquier
alma errante. Y qué decir de la primera? Pues, por decirlo brevemente y sin
alargarnos demasiado de modo innecesario, que la mitología vasca y las
representaciones de los seres sobrenaturales presentes en la misma no tie-
nen nada que ver con las correspondientes mitologías y representaciones
divinas indoeuropeas, y que ambas reflejan mundos y mentalidades abso-
lutamente contradictorios. La obligación de tutear a Mari refleja quizás,
mejor que cualquier otro dato, la imposibilidad de aproximar ambas mito-
logías.
Una última reflexión para finalizar este capítulo sobre la distancia
entre humanos y seres sobrenaturales: Los únicos personajes indoeurope-
os que hemos evocado en esta discusión sobre la lejanía que se percibe en
la mitología indoeuropea, a saber, Rómulo y Herakles, son ambos hijos de
los respectivos dioses supremos. Todo el resto de personajes que hubiéra-
mos podido evocar para subrayar esa lejanía,- y que no hemos citado por
evitar repeticiones estériles-, hubieran sido igualmente, si no hijos de dio-
ses, al menos grandes personajes: Yayati, el rey universal que ascendió al
Cielo; Eneas, que huyendo de Troya plantó la primera semilla de Roma;
Paris, el del famoso juicio; Starkathr el guerrero y unos pocos personajes
más han tenido el privilegio de experimentar un contacto con los dioses.
Yayati y Paris los han tenido frente a frente. Eneas ha tenido sueños indu-
cidos por aquéllos. Starkathr ha estado frente a Othin, quien lo precipita al
pecado. Aún sin profundizar en las causas de cada encuentro, hay dos
cosas claras: Salvando el caso excepcional de Yayati, el resto de encuentros
se produce en la Tierra y a iniciativa de los dioses, y en absolutamente
todos, el humano involucrado es un rey o un gran héroe. La mitología
indoeuropea no admitiría jamás que el protagonista de un encuentro tal
pudiera ser un pastor o un carbonero, es decir, un personaje de tercera fun-
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ofrecerles sacrificios. Por supuesto que luego los dioses responderán otor-
gando sus favores a los humanos que así les honran obedientemente, pero
el sostén ideológico de tal actividad sacrificial nunca podrá ser la recipro-
cidad, sino que siempre será la impagable deuda original.
La Historia legendaria de Escandinavia y el relato teológico de la
India, aunque con lenguajes distintos, nos proponen la misma conclusión:
La actividad sacrificial es en su origen una tarea impuesta coactivamente
por los dioses a los humanos. La causa no coincide en ambos relatos, pero
podemos considerarlas equivalentes. El texto indio se sitúa en el plano teo-
lógico y por tanto retrotrae la cuestión al origen mismo de dioses y huma-
nos. Desde un punto de vista teológico, la cuestión ha de surgir al mismo
tiempo que el primer humano, para que pueda hablarse de un “estatus ori-
ginal” causado por un “pecado original”. En Escandinavia, sin embargo, al
tratarse de un relato de apariencia histórica, la obligación sacrificial no
puede situarse en la Teología que precede a la Historia, ya que tendría que
salir de su propio ámbito. El texto la sitúa pues en el inicio de la Historia,
lo que le confiere igualmente su carácter “original”. Como consecuencia
del espíritu etnocentrista indoeuropeo, la vida, la realidad, la historia, todo
se inicia con su llegada, nada importante ha sucedido con anterioridad: del
mismo modo que Roma se inicia con Rómulo, igualmente Escandinavia
surge con Othin y con la civilización que éste impone. La irrupción de
Othin en Escandinavia no es un capítulo más, incluso un capítulo impor-
tante, de una larga historia de esa tierra, sino el comienzo de su Historia,
ya que el caos anterior al advenimiento de la civilización indoeuropea no
se tiene en cuenta. Escandinavia, la sociedad escandinava, nace con la lle-
gada de Othin, y ese nacimiento adquiere un valor “original” en el citado
contexto etnocentrista indoeuropeo.
Por tanto, sea por el precio de la vida (India), o por el precio de la
civilización (Escandinavia), los humanos son deudores de los dioses desde
el origen, y la actividad sacrificial es el medio para compensar esa deuda
inextinguible. La actividad sacrificial no se basa pues en una libre opción
de los humanos, no se trata de una iniciativa de estos para alabar, rendir
homenaje y propiciar a los dioses. Por supuesto que siempre que se sacri-
fica se alaba a los dioses, se les ruega para que brinden su ayuda, y éstos se
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alegran por los regalos recibidos, pero la razón última no es ninguna de las
citadas. La esencia de la actividad sacrificial es la obligación de los huma-
nos de ofrendar a los dioses, obligación que se deriva de una deuda primi-
genia.
La mitología vasca no conoce dioses tan usureros como los Aditya
incapaces de prestar ayuda incondicional, ni personajes como Othin llega-
dos para civilizar a la sociedad. Gracias a la ausencia de unos y otros, la
actividad sacrificial va a basarse en un fundamento distinto al de los indo-
europeos. Su nombre: la reciprocidad. Humanos y seres sobrenaturales se
hacen regalos, cada cual en la medida de sus posibilidades, a fin de agradar
al otro. La justificación última de los sacrificios ofrecidos por los humanos
es la ayuda recibida de los sobrenaturales, y no del estatus de sometimien-
to surgido a raíz de una deuda original. Como de costumbre, los textos son
la mejor ilustración. Démosles pues paso, empezando por un relato en el
que veremos las incidencias entre Basajaun y un grupo de pastores49
En otro tiempo había en Esterenzubi, en la frontera con España, cuatro vaque-
ros, uno de los cuales era un muchacho. Cuando dormían en su cabaña, solía venir a
calentarse al fuego Ancho, el señor salvaje (Basajauna). Y tras calentarse, comía de la
comida de los vaqueros. Estos recibirán diariamente un pan y otras viandas, y todas las
noches dejaban un pedazo, la parte de Ancho.
Una noche, viendo que no habían guardado la parte, el muchacho preguntó: -“
¿Dónde está la parte de Ancho?”. –“Déjale tú la tuya si quieres!”- le respondieron los
otros. El muchacho dejó su parte sobre la repisa habitual. El señor salvaje llegó como
de costumbre. Después de calentarse, comió la parte del muchacho. Calentado y alimen-
tado, partió llevándose consigo las ropas de los vaqueros, salvo las del muchacho. Esa
noche nevó copiosamente. A la mañana siguiente, los vaqueros, no pudiendo encontrar
sus ropas, dijeron al muchacho: - “Ve a buscar nuestras ropas”. –“Yo?, No!”. – “Ve,
por favor!” – “¿Qué recompensa me daréis?”. Tenían una mala novilla, y se la prome-
tieron.
El muchacho partió, y llegando a la cisterna donde se encontraba el señor salva-
je le gritó: -“Ancho, dame las ropas de mis compañeros.” –“No te las daré”
49 M. Cerquand: “Légendes et récits populaires du Pays Basque”. Bulletin de la Société de Sciences, Lettres et Arts
de Pau, 1875. “Ancho et les vachers”, no.8, p.281
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52 Ibid, p.435
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País Vasco como en el resto del mundo. Por tanto, si encontramos dos
tipos de descripción de un ser pagano pre-cristiano, una positiva y la otra
negativa, tomaremos la positiva como más fiel reflejo de su ser original. En
efecto, no sólo es posible, sino que además es demostrable, que la cultura
dominante tiende a demonizar las representaciones de la cultura domina-
da, mientras que la inversa no sucede jamás. Por tanto, si tenemos lamias
que vienen a recoger las ofrendas que se les brindan y lamias que entran a
robar la comida, consideraremos a las primeras como la expresión original
y a las segundas como la representación deformada bajo el impulso demo-
nizador del cristianismo dominante.
De todos modos, y aunque la lógica de lo que acabamos de exponer
es meridianamente clara, disponemos además, afortunadamente, de ejem-
plos concretos que confirman lo acertado de la misma. Veamos la entrada
de una nueva lamia53
Una mujer de Sarasketa escardaba su trigo durante los bellos días del verano. Al
mediodía solía entrar a casa a dar de mamar a su niño, y cuando volvía se encontraba
el trabajo adelantado y la herramienta en el mismo sitio. Esto la tenía extrañada.
Finalmente, le picó tanto la curiosidad, que un día fingió entrar en la casa pero
se ocultó y volvió sobre sus pasos, para tratar de sorprender al misterioso trabajador.
Una lamiña escardaba su trigo.
–“Qué haces ahí?”, le preguntó. –“Como puedes ver, estoy escardando tu trigo”,
le respondió la lamiña. –“Quiero ayudarte y me gusta trabajar sola. Si te parece bien,
seguiré así hasta que todo tu campo esté libre de malas hierbas, y no te pediré más sala-
rio que masa de trigo frita en grasa.
La señora accedió y la lamiña no olvidó reclamar por la noche su masa frita.
Volvió la noche siguiente y luego todas las noches, de modo que la señora terminó por
arrepentirse del trato y contó todo a su marido, rogándole que acabara con aquello. “Yo
me ocupo”, dijo el marido. Luego manda a su mujer a acostar y se viste con sus ropas.
A la hora habitual la lamiña llama a la puerta. El marido la hace entrar,
enciende el fuego y se sienta, rueca en mano, junto a la lamiña.
53 M. Cerquand: “Légendes et récits populaires du Pays Basque”. Bulletin de la Société de Sciences, Lettres et Arts
de Pau, 1881-82, n.56, p.507 (La lamigna aveuglée).
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Ella le dice: -“Anoche hilabas tan fino y hoy hilas tan grueso!” –“ Es que ano-
che hacía girar la rueca de un modo y hoy la hago girar de otro.” –“Cómo te llamas?”
–“Me llamo Yo Misma”.
Entonces el hombre pone la sartén al fuego, y un buen pedazo de grasa en la sar-
tén. La lamiña se medio durmió y la grasa hirvió. Entonces el hombre agarró la sar-
tén y arrojó la grasa hirviente bajo las faldas de la durmiente. Ella se levantó profirien-
do gritos y salió de la casa. Una tropa de lamiñas acude a los alaridos: -“Quien te ha
hecho daño?” –“Yo Misma, Yo Misma”. –“Y qué vamos a hacer?”
El sembradío junto a la casa estaba ya trabajado. Esa misma noche las lamiñas
colmaron los surcos y cubrieron el campo de piedras.
Este relato de Sarasketa resulta particularmente interesante por dos
razones: Porque describe el inicio de la relación entre humanos y lamiñas
y porque se queda fosilizado a medio camino en el proceso de demoniza-
ción inducido por el cristianismo dominante. En cuanto a lo primero,
vemos a la lamiña tomar la iniciativa del trato, con una demostración gra-
tuita de su capacidad de trabajo y expresando a continuación su oferta de
escardar y quitar las malas hierbas a cambio de una ración diaria de masa
frita. Es la única versión, la única que conozco por lo menos, que nos
muestra los momentos iniciales del trato. La segunda razón, y la más
importante en este momento, es el hecho de que este relato se halla a mitad
de camino de su metamorfosis. Parte de una lamia trabajadora que recibe
su recompensa y acaba con una lamia ladrona que recibe su castigo, crean-
do una tensión narrativa no resuelta entre ambos extremos irreconcilia-
bles: La ayuda y la reciprocidad del inicio desparecen súbitamente, así
como los elogios al trabajo realizado, para no quedar sino el disgusto de la
señora por tener dar a diario la recompensa prometida. Aunque se nos dice
que la lamiña ayudaba a la señora, dicha ayuda no se vuelve a mencionar,
y el relato pasa a contarnos exclusivamente el asqueo de la señora a causa
de la obligación contraída, como si de súbito olvidara que las ofrendas
nocturnas son el pago de una contraprestación.
Esta falta de memoria resulta de todo punto necesaria para introdu-
cir en el relato el motivo de la lamiña ladrona-abusadora y del subsiguien-
te castigo que esta recibe, pero como la memoria del oyente no es tan
débil, resulta fácil para cualquiera darse cuenta de la contradicción entre la
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56 JMB I, p.298
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habla de la conveniencia de las ofrendas, sin que por ningún lado asome el
concepto de obligación, lo cual nos sitúa ante una divergencia evidente res-
pecto de la actividad sacrificial instituida por Othin, el cual instaura prime-
ro en la nueva sociedad el sacrificio obligatorio, basado en su conquista
militar, y pasa luego a enumerar las ventajas asociadas al mismo. Ofrece su
protección a cambio de los sacrificios e impuestos, pero nadie puede decir
que desea renunciar a la misma. Haciendo un símil automovilístico, la rela-
ción con Othin sería como el seguro obligatorio,- seguro de responsabili-
dad civil-, y la relación con Mari sería como el seguro a todo riesgo, - de
carácter voluntario, como es sabido-.
La segunda precisión procede de la observación de quién es quien
recomienda la actividad sacrificial en cada caso. En Escandinavia es el pro-
pio Othin quien instaura por ley la obligatoriedad del sacrificio. En la mito-
logía vasca, sin embargo, nunca escuchamos a Mari dar indicación alguna
en torno a esta cuestión, ni directa ni indirectamente. Ninguna de sus apa-
riciones nos hace sospechar que Mari haya podido instituir entre los huma-
nos una actividad sacrificial obligatoria, o que haya podido sugerir a algún
humano que una determinada ofrenda vaya a servirle para librarse del
pedrisco. Son los humanos los que aconsejan el sacrificio y proclaman los
beneficios asociados al mismo. Más tarde veremos el porqué, pero quedé-
monos de momento en subrayar que el origen de la recomendación pro-
viene del lado de los humanos.
Las diferencias que empiezan a dibujar las dos precisiones realizadas,
aparecen con mayor nitidez a la luz de dos características de Mari: Su per-
sonalidad, y el modo en que obtiene su sustento.
En cuanto a su personalidad, es imprescindible captar una imagen
precisa de lo que es Mari, para poder comprender a continuación el valor
y el significado de las ofrendas que se le brindan. En los numerosos ejem-
plos expuestos en el capítulo “3.2.Representación Cosmológica”,
hemos podido observar que Mari fragua las tempestades en sus moradas
subterráneas y las lanza luego al exterior, pero aún no sabemos gran cosa
sobre cómo realiza esa tarea: De qué manera produce las nubes de tormen-
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57 Ibid, p.298
58 Eusko Folklore, loc.cit. La historia no confirma hasta ahora la verdad de estos hechos
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el verano siguiente será bonancible y abundante(en cosechas, etc.); pero si en ese día se
halla fuera de la cueva, en el verano siguiente hay terribles temporales y revuelos. Y el
día de Santa Bárbara del pasado año, esa Señora de Amboto anduvo en fuego y llama
por el lado de Mugarra, y por eso son todos los temporales, tormentas y males de este
año.
Y en el mismo sentido, esto es lo que cuentan en Amezketa61
También se traslada con alguna frecuencia de Txindoki a Muru, o viceversa.
Cuando se halla en Txindoki, no cae ningún pedrisco en Amezketa, ni en los pueblos
circunvecinos; pero sí, cuando se halla en Muru.
Igualmente en Oñati, Aretxabaleta y Orozko62
Dicen en Oñate y Aretxabaleta que cuando Mari se halla en Anboto llueve
copiosamente; cuando en Aloña, hay sequía pertinaz. En Orozko dicen que cuando se
halla en Supelegor o Supelaur, se recoge abundante cosecha.
La lectura de estos últimos textos nos conduce a la siguiente conclu-
sión: Estas representaciones de Mari son puramente naturalistas, y por
consiguiente, no contienen atisbo alguno de propósito o voluntad. Las
alternativas de la meteorología no dependen del mejor o peor humor de
Mari sino simplemente del lugar preciso en el que se halle en cada momen-
to. Estos textos nos sitúan frente a una representación de una fuerza físi-
ca. El poder indomable de la meteorología se reúne y representa en Mari,
se encarna en Mari, pero no se halla bajo el control de Mari. Se manifies-
ta en forma de lluvias benéficas en Txindoki y en Anboto, y en forma de
furia desatada en Aloña y en Muru.
Por consiguiente, esta mitología construida sobre los datos de la
experiencia popular en torno a la meteorología, carece absolutamente de
una dirección o de un designio divinos. El saber popular basado en la
experiencia de que cuando las nubes asoman por Anboto o por Txindoki
vierten lluvias moderadas y cuando asoman por Aloña o por Muru, traen
vientos y tempestades, nos muestra estos fenómenos como causados por
los cambios de morada de Mari, ya que es ella quien está tras todos esos
fenómenos. Pero dicho saber popular nunca pretende explicarlos recu-
61 JMB I, p.287
62 Ibid, p.298
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66 JMB I, p.297
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por Mari, sin importar de quién se trate. Al contrario que en los textos
indoeuropeos, en este caso incluso la gente del común es merecedora de
recibir el castigo de la Madre Tierra. El señor de la casa de Montes en
Ikaztegieta, o cualquier baserritarra o pastor.
Esta exposición nos muestra que no hay divisiones funcionales en la
mitología vasca. Pero el sustento de Mari nos enseña además que cuando
el fundamento de la actividad sacrificial no puede ser la pura reciprocidad,
el desequilibrio entre las fuerzas respectivas no conduce a instituir un
sometimiento injusto. Los escandinavos estaban obligados a pagar el
impuesto a Othin, porque éste es el más fuerte y porque emplea su fuerza
en someter a los humanos. La inmensa fuerza de Mari, capaz igualmente
de someter a los humanos no se emplea sin embargo para ese fin, sino para
establecer las reglas de juego de una convivencia armoniosa: El compro-
miso con la verdad y la ayuda mutua. En efecto, “eza” significa la negación
tanto de los propios bienes como de la prestación del socorro solicitado,
como expondremos más adelante67
Podríamos alargarnos bastante siguiendo con el ciclo de Mari y expo-
niendo algunos otros aspectos que suscitan bastante discusión. Por ejem-
plo podríamos profundizar en su doble personalidad y en las representa-
ciones simbólicas que reciben cada una de ellas: Cuando se traslada de
cueva aparece en el firmamento en forma de una hoz de fuego, avisando
así de la proximidad de una violenta tormenta. Y junto a este tipo de repre-
sentación naturalista que nos recuerda que Mari es la encarnación de las
fuerzas de la Naturaleza, nos hallamos también en presencia de una joven
y bella señora que al auxiliar a un ferrón u ofrecer sidra a un pastor, nos
muestra las reglas de juego para la armonía social, a saber, el compromiso
con la verdad y la ayuda mutua. Estas representaciones que se hallan mez-
cladas y confundidas en la mitología vasca son el exponente de dos tipos
de relación de Mari con los humanos. La representación naturalista nos
habla de los intentos de los humanos por domar la Naturaleza y recondu-
cir su enorme fuerza en provecho propio, intentos que resultan ideológi-
camente pertinentes al no ser la Naturaleza un instrumento en manos de
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muestra ya desde el inicio una oposición frontal con las actitudes de los
dioses indoeuropeos.
No faltan en la mitología vasca noticias y leyendas de los juegos de
los gentiles. Al contrario, son muy numerosas, y se trata siempre de juegos
populares. Veamos algunos ejemplos69
En el barranco de Urdiola (Arrankudiaga), situado entre el monte de ese nom-
bre y el del Castillo de Arakaldo(donde se ven ruinas de un antiguo castillo que el vulgo
dice que perteneció a los moros), existen dos o tres piedras redondas, a modo de bolas
muy grandes. Cuentan los habitantes de Arrankudiaga que antiguamente jugaban a
bolos los gentiles de uno a otro monte; pero habiendo chocado las bolas, cayeron al
barrando, donde se han conservado hasta ahora.
Cuentan en Orozko que los gentiles jugaban a la pelota con piedras redondas de
cuatro o cinco arrobas, colocándose unos en el monte Untzeta y otros en el de Santa
Marina.(…).
En la falda occidental del monte Mendibeltzburu (Motriko) distante unos 200m.
a SW del caserío Mendibeltzu, y a otros tantos de altitud sobre el nivel del mar, hay
una peña caliza que mide 3,70m de largo, por 2,75 de ancho y 2,75 de alto. Se halla
apoyada en dos salientes rocosos del subsuelo. Su forma un tanto redondeada explica el
nombre de Aitzbiribil (peña redonda) con que es conocida por los habitantes de aque-
llos contornos. Refieren que con ella jugaban a la pelota los jentiles y últimamente fue
lanzada por uno de estos desde Santakruzmendi (monte de Santa Cruz), que dista
varios kms. y cuya ermita se ve hacia SW, en jurisdicción de Ondárroa o Berriatúa.
Amil es el nombre de otro término de Motriko, situado a la orilla del mar. En
él se ve un peñasco al cual rodea el agua en mareas altas. Dícese que los gentiles, que se
divertían jugando con él a la pelota, lo lanzaron desde el monte Arno.
Los gentiles tampoco se incomodan por jugar a los juegos más sim-
ples y humildes70
Buxtarri: Se llama así en Oyartzun al juego de tabas tan conocido en que suelen
divertirse las niñas. En el monte Urkabe del mismo pueblo existe una piedra grande
69 Ibid, p.89
70 Ibid, p.138
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sobre la cual meriendan muchos que van a pasar tardes de campo por aquellos parajes.
De ella dicen que la usaba Sansón en el juego de buxtarri.(…)
Al boche llaman en Atáun “prottea”, en Oyartzun “txulo”, en Markina
(Bizkaya), “potxillue”. Es un hoyo que los muchachos practican en el suelo, general-
mente junto a una pared, y sirve para jugar al boche con nueces. En un monte de
Markina llamado Beñepena, no lejos del caserío Barrueta, existe una sima cuyo nom-
bre es “Jentilen potxillue” (el boche de los gentiles). Cuéntase en Marquina que los gen-
tiles jugaban al boche lanzando enormes piedras a dicha sima desde el monte de Santa
Eufemia.
En el primer ejemplo los gentiles nos han mostrado que pueden
divertirse tanto como los humanos practicando los mismos juegos que
estos últimos, aunque eso sí, siempre con objetos a la medida de sus her-
cúleas fuerzas, tomando piedras enormes cual bolos o pelotas. Igualmente
los hemos visto luego practicando sin desdoro los mismos juegos con los
que se divierten los muchachos y muchachas. Y anteriormente ya había-
mos visto a uno mezclarse con los pastores en su juego de pelota.
Aunque en toda mitología los seres sobrenaturales dedican tiempo a
los juegos, los de la mitología vasca y los de la indoeuropea no se aseme-
jan entre sí. Los juegos de los dioses indoeuropeos no pueden parecerse a
los que practican los humanos, y menos aún los humanos corrientes. Si
algún día llegamos a encontrar un ejemplo en el que se muestre a los dio-
ses indoeuropeos divirtiéndose en un juego que también practican los
humanos, se trataría de algún juego que los humanos han aprendido de
ellos y se trataría por supuesto de algunos humanos muy especiales. Y lógi-
camente, cada cual jugará con sus congéneres: los humanos con los huma-
nos y los dioses con los dioses.
En todo caso, dejemos los juegos y vayamos a analizar otro ámbito
en el que se nos va a dibujar una oposición aún más evidente. Si estamos
tratando de establecer las actitudes de los seres sobrenaturales ante las acti-
vidades humanas, tendremos que fijarnos en la que es probablemente la
actividad humana por excelencia: el trabajo. Todos los seres humanos han
de trabajar si quieren vivir. Sin embargo, tal necesidad no se plasma siem-
pre del mismo modo. En el caso indoeuropeo por ejemplo, la necesidad de
trabajar o de producir algo con el propio esfuerzo es una obligación que
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sólo atañe a los humanos. Más aún, es una característica que sirve de defi-
nición funcional de la tercera función. Las representaciones mitológicas de
primera y segunda función, imaginadas a imagen y semejanza de la corte
celestial, nunca realizan ningún tipo de trabajo productivo, justamente por-
que los dioses tampoco lo hacen. Esta ausencia de trabajo productivo
encaja perfectamente con el modo de sustento de los dioses basado en
impuestos y sacrificios obligatorios. Los dioses indoeuropeos pueden gue-
rrear, o incluso crear alguna invención, si es que están muy aburridos y
necesitan ocuparse en algo, pero limitándose siempre a un trabajo intelec-
tual, sin obligación de producir algo y sin ensuciarse las manos. Nunca los
veremos trabajar para satisfacer sus necesidades más básicas como comer
o beber, porque tales trabajos indignos no convienen a los dioses: Para eso
están los de la tercera función. Para producir.
El imaginario vasco plantea una oposición radical con el indoeuropeo
en torno al eje ideológico del trabajo. Los seres sobrenaturales de la mito-
logía vasca no le hacen ascos a trabajar. Pero esto no debería extrañarnos,
porque no es más que la lógica consecuencia de lo que ya hemos visto en
las respectivas actividades sacrificiales: los dioses indoeuropeos se niegan
a trabajar, porque los humanos a los que tienen sometidos ya se encargan
de trabajar y de producir para ellos los alimentos y bebidas que puedan
requerir. La actividad sacrificial vasca basada en la reciprocidad muestra a
su vez, que los seres sobrenaturales también se ganan el sustento diario
con su trabajo, al igual que los humanos. Pero además de trabajar para
merecer las ofrendas que se les brindan, los seres sobrenaturales de la
mitología vasca pueden ser observados trabajando en cualquier lugar y cir-
cunstancia.71
Cuentan que el gentil de Arrola, deZeráin, se fue a Alava a buscar trigo. Volvía
cargado de un pellejo de buey, lleno de trigo, cuando tropezó con su hija, en Bostaitzeta,
en los confines de Zerain y Zegama.
–“ Descansa hasta beber agua”, le dijo la hija.”
–“Si hubiese sabido lo que era descansar, hubiera traído otro tanto de trigo”
71 Ibid, p.26
91
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72 Ibid, p.210
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Mitología vasca conparada
vinieron en construir el templo en aquel lugar a donde llegase una piedra lanzada por
uno de ellos desde aquella sierra. La piedra se detuvo en el sitio que hoy ocupa la ermi-
ta. Junto a la puerta de entrada del viejo edificio se halla un pedrusco que muestra cier-
tas marcas, que dicen ser de los dedos del gentil que lo lanzó.
Igualmente la casa Otume de Meñaka, las ermitas de San Miguel y de
Aitziber y las iglesias de Ataun, Ondarru, Ibarrangelua, Gernika, Opakua,
Zurbano y Oñati, son todas ellas obras hechas por los gentiles. No es de
extrañar que teniendo semejantes ejemplos por parte de sus seres sobrena-
turales, circule entre los vascos la expresión “lanak ez du lotsik” (el traba-
jo no avergüenza).
El trabajo de los gentiles no se limita por tanto a hacer lo imprescin-
dible para procurarse el sustento. Hemos visto al gentil de Arrola de
Zerain ir a por trigo, pero los siguientes gentiles que hemos visto, se dedi-
caban a construir ermitas e iglesias, como si fuera un pasatiempo, ofrecien-
do una imagen y un ejemplo idealizados de lo que es el trabajo. En
Oyartzun traían los bloques por barco, pero el transporte puede llegar a ser
aún más sencillo. Los jentiles que levantaron la iglesia de Markina-Xemein,
emulando a los de Zumarraga, lanzaron los sillares con honda desde el
monte Santa Eufemia. La idealización alcanza también a la propia cons-
trucción. Para construir dicha parroquia de Xemein los jentiles no levan-
taron nada parecido a los actuales andamios. A medida que crecían los
muros, iban levantando amplios terraplenes exteriores para trabajar sin
riesgos. Para hacer la casa Otume de Meñaka tampoco usaron andamios,
pero esta vez fue porque lanzaban las piedras desde abajo73, exactamente
del mismo modo que lo hicieron también los gentiles que construyeron la
iglesia de Ondárroa74.
Si comparamos a los gentiles con los dioses indoeuropeos, vemos
una diferencia radical en el uso que respectivamente hacen de su mayor
vigor, unos y otros. Los últimos lo usan para someter a los humanos y vivir
a cuenta de su sudor, ofreciéndonos una definición ciertamente negativa
del trabajo, una actividad indigna que no sólo se realiza porque no hay más
73 Ibid, p.212
74 Ibid, p.213
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remedio. Sin embargo los gentiles nos ofrecen con el ejemplo de sus tare-
as, un modelo de trabajo idealizado, una actividad lúdica, sin riesgos ni
penalidades, lo que significa una definición positiva del trabajo. El trabajo
es una actividad honorable y ejemplar, puesto que los gentiles, que son más
fuertes y poderosos que nosotros, se dedican a él con entusiasmo y satis-
facción. En efecto, el trabajo no avergüenza.
Por otro lado es de subrayar la solución ideológica que resuelve el
problema de los riesgos y penalidades asociadas necesariamente al trabajo.
Por supuesto que riesgos y penalidades son conceptos objetiva y universal-
mente negativos, y que ambos están íntimamente ligados al trabajo. Sin
embargo, en lugar de extender su negatividad al concepto mismo de traba-
jo, como sucede en otros casos, la representación mitológica vasca rompe
ese vínculo para ofrecernos la imagen idealizada de un trabajo-juego sin
riesgos ni penalidades, una imagen que hace posible la apología del traba-
jo en su sentido más abstracto.
De todos modos los gentiles no son los únicos personajes que mues-
tran su disposición a remangarse y trabajar. En efecto, en la mitología
vasca nadie está ocioso. No lo están los gigantescos gentiles, ni tampoco la
Virgen María, que a priori pudiera parecer más debilucha. Veamos un par
de ejemplos75
A varias personas de Ataun oí decir, cuando era niño, y aun en época posterior,
que la Virgen de Arantzazu se ausenta muchas noches del Santuario en que tiene su
morada habitual. Añadían que el motivo de sus salidas eran las necesidades y peligros
de sus devotos, a quienes ella iba a ayudar, y que muchas veces se había observado, cómo
a la madrugada, de vuelta ya de sus correrías nocturnas, traía su ropa llena de arena
de mar y mojada en agua salada. (…)
De la Virgen de la Antigua, de Ondárroa, cuyo santuario se halla en paraje ele-
vado dominando a aquella villa, cuentan que en otro tiempo se ausentaba de noche, en
épocas de tempestad, a proteger a sus devotos que navegaban en el mar. Volvía a la
mañana a su hornacina y traía las ropas mojadas. (…).
75 Ibid, p.225
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empezó a buscar un buen sitio; pero el prado de Arritxa le pareció paraje limpio y llano.
Se lo comunicó a sus vecinos, y hallándose todos conformes, acometieron el trabajo en el
prado de Arritxa. Lo que construían de día, lo hallaban derribado de noche, y además
todas las piedras y las tablas bajadas a Ezozi. A la mañana siguiente subieron estas
piedras al prado de Arritxa y empezaron a construir esa iglesia, y a la noche (ocurrió)
lo de siempre: todas las piedras trasladadas abajo. Se cansaron de andar así, y el hom-
bre de Irigoin se quedó a hacer guardia de noche. Así a la media noche vio a la Madre
Virgen, con traje de plata, y que bajaba estas piedras con dos vacas a Ezozi, diciendo:
–“Aida blanca y amarilla, a ese que está mirando sáquele el ojo!
El hombre de Irigoin se quedó con un solo ojo, y unas once generaciones (de
Irigoin) han tenido algo en el ojo.
Empezaremos haciendo el mismo comentario que en el caso ante-
rior: El hecho de que veamos a la Virgen transportando las piedras con la
yunta de vacas no ha de ser interpretado como signo de menor poder.
Queda claro que deshacer en una noche lo que de día construyeron entre
muchos hombres y transportar todos los materiales a otro emplazamiento
es un trabajo que supera la capacidad de cualquier humano. La dimensión
del trabajo nos revela el carácter sobrenatural del trabajador. Pero en la
mitología vasca los seres sobrenaturales gustan de trabajar a imagen y
semejanza de los humanos y es por eso que la Virgen María se vale de la
yunta de bueyes para realizar tan ardua tarea. De nuevo el punto de vista
antropocéntrico.
Pero lo más interesante del análisis es la propia imagen de la Virgen:
Tirar de los bueyes con su vestido de plata es una imagen que no repugna
al imaginario vasco, aunque pueda resultar extraño. El trabajo no deshon-
ra ni avergüenza. Ni siquiera la Virgen, con su manto plateado, tiene repa-
ro en conducir la yunta de vacas para conseguir que los vecinos edifiquen
la ermita donde ella ha indicado, aunque bien pudiera limitarse a realizar
una aparición maravillosa para conseguirlo, sin involucrarse directamente
en tan arduos trabajos.
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Para completar este recorrido por las actividades de los seres sobre-
naturales vascos, traemos a continuación un par de textos breves referidos
a las lamiñas, antes de terminar con Mari. Veamos el primero78
Un hombre de Ceánuri, que subió a Karkabeta a retirar sus cabras, vio allí a
las lamias que estaban hilando con rueca. Al verlas empezó a decir Kirie eleyson y al
instante las lamias se metieron en la cueva.
Y en este otro nos muestran una nueva actividad79
De noche, en la fuente de Etxemendi, el difunto Miguel de Etxeto oía a las
lamias limpiar ropa de la colada. Después al acercarse, nada veía.
Como podemos observar, después de terminar los trabajos que rea-
lizan en los caseríos a cambio de las ofrendas que les brindan, a las lami-
ñas aún les quedan tareas pendientes en su propia casa. No, por supuesto
porque la necesidad les apriete,- recordemos que las riquezas presentes en
las cuevas de las lamiñas son de sobra conocidas-, sino porque la actitud
habitual de los seres sobrenaturales vascos es el trabajo, y no el ocio. Los
dioses indoeuropeos suelen ser ociosos, y los vascos, trabajadores. Claro
está que también saben divertirse, pero no le hacen ascos al trabajo diario.
Tras ver a los gentiles levantar iglesias y a la Virgen María acudir al resca-
te de los marineros, las lamiñas se nos aparecen ejecutando sencillas tare-
as del día a día como lavar la colada o hilar con rueca, al igual que cualquier
señora de cualquier caserío. La ausencia de necesidad, junto con la senci-
llez y cotidianeidad de estas tareas, nos revelan su dimensión ejemplar.
Y vamos a terminar con Mari, el ser sobrenatural de la mitología
vasca que, por representar las fuerzas más poderosas de la Naturaleza,
mencionamos siempre en último y definitivo lugar, para garantizar la vali-
dez de lo predicado respecto de los demás seres mitológicos. Veamos qué
cosas hace Mari cuando no está ocupada fraguando tormentas o lanzán-
dolas desde su sima al exterior80
78 Ibid, p.424
79 Ibid, p.426
80 JMB I, p.163: Mari
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Refieren en Cegama que muchas veces se deja ver Mari en la cocina de su man-
sión (Aketegui), sentada junto al fuego arreglando su caballera. En Oñate la han visto
hilar.(…)). En Goyaz cuentan que se ocupa en desmadejar hilo en el portal de su habi-
tación de Muru, sobre todo cuando hace sol y hay nubarrones tempestuosos. (…).
En Zuazo de Ganboa dicen que Mari hace ovillos con hilo de oro en su cueva de
Anboto, colocando la madeja en los cuernos de un carnero que le sirve de devanadera.
En Aketegui hace su colada y cuece su pan en viernes: una nubecilla junto a la boca de
aquella caverna anuncia tales operaciones. Los vecinos de Ispáster, al ver una nube en
el monte Otoyo, dicen que Mari ha encendido su horno.
Empecemos desde el principio: La Madre Tierra aparece a menudo
sentada en su cocina. Alguien ha visto alguna vez a un dios indoeuropeo
en la cocina? Por otra parte las informaciones de Goyaz y de Zuazo de
Ganboa nos presentan una de las tareas favoritas de Mari: hacer madejas.
La segunda nos cuenta que las hace con hilo de oro, distinguiendo así el
quehacer del ser sobrenatural. Lo que distingue a Mari de cualquier seño-
ra de su casa no es que esta trabaje y aquella permanezca ociosa. En abso-
luto. Porque en esta tierra nadie permanece ocioso. Ambas realizan el
mismo trabajo, sólo que el ser sobrenatural se distingue del mortal por rea-
lizarlo con hilo de oro, mil veces más hermoso que el hilo normal de cual-
quier señora.
En cuanto al resto de las ocupaciones y aunque no lo hallamos expli-
citado, podemos suponer que no habrá colada más blanca ni pan más
sabroso que los de Mari, en consonancia con la excelencia habitual de
todos los seres sobrenaturales. Pero lo más destacable sería la no necesi-
dad de dichos trabajos, al igual que hemos subrayado en el caso de las lami-
ñas. El ser más poderoso de la mitología vasca, que vive del sí y del no,
fácilmente puede reunir todas aquellas cosas que necesita, tales como
comida, bebida, vestido y riquezas, ya que la verdad y la solidaridad no son
desgraciadamente universales. Pero el mismo pueblo que conoce todo eso,
la representa sin embargo hilando, devanando, lavando su colada o encen-
diendo su horno, significando que el estatus de ser sobrenatural no es
razón suficiente para no trabajar. Más aún, todo lo contrario, el estatus de
ser sobrenatural obliga a la excelencia y a la ejemplaridad en el trabajo, en
la ideología que rezuman estos relatos. Los seres sobrenaturales realizan
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los mismos trabajos que los humanos, sólo que mucho mejor y más rápi-
do: los gentiles construyen iglesias medio jugando, la Virgen María desha-
ce de noche todo el trabajo realizado durante el día por una cuadrilla de
hombres y transporta además todo el material a otro emplazamiento, el
pan de las lamiñas es de una blancura nunca vista, como veremos en segui-
da, y las ovillos de Mari son de oro.
Esta actitud unánime de los seres sobrenaturales vascos hacia el tra-
bajo conduce a una definición positivamente caracterizada del mismo, una
definición cargada de consecuencias: es un reconocimiento al valor del tra-
bajo manual y de las tareas diarias: el trabajo de cantera, de construcción,
el transporte con carros de bueyes, el lavado de la colada, el hilar, el hacer
ovillos, cocer el pan, etc., son tareas importantes, no hay razón para
menospreciarlas, ya que los propios seres sobrenaturales son los primeros
en realizarlas. Subrayemos, a propósito, que ningún ser sobrenatural de la
mitología vasca posee sirvientes que realicen por ellos estas tareas, por más
que pueda resultarnos increíble, imbuidos como estamos de ideología
indoeuropea. La misma Mari que encarna a la Madre Tierra, la que abre el
día, saca el sol y la luna y lanza vientos y tormentas, la que instaura el com-
promiso universal obligatorio con la verdad y la solidaridad, lava ella
misma su colada, cuece ella misma su pan y hace ella misma sus hilos y sus
ovillos, sin un triste sirviente o criada. Verdaderamente, una sociedad
modelada a partir de representaciones mitológicas como las descritas no
tendría gran cosa que ver con la que conocemos.
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ciones sociales. Por tanto, también la mitología vasca nos habrá de mostrar
a sus seres sobrenaturales practicando con ejemplaridad las costumbres
que regulan las relaciones de vecindad en el auzo.
Los exponentes más destacados de estas conductas ejemplarizantes
son las lamiñas y los gentiles. Ambas sociedades sobrenaturales, cada una
por su lado, nos surten de ejemplos de conductas apropiadas para la armo-
nía en el seno del grupo y del vecindario. Veamos un primer relato, atribui-
do a los gentiles de Jentilbaratza83
Dicen que antiguamente solían vivir los gentiles en Jentilbaratza. Que muchas
veces acostumbraban bajar de noche a Agerre, y que allí se dedicaban al juego hasta
que cantase el gallo en la madrugada.
Que una vez enfermó el señor de Agerre y que iba a recibir el Viático. Al saber
esto, los gentiles, aunque no eran cristianos, bajaron a Agerre una sobrecama de oro, y
con ella cubrieron la cama del enfermo, antes que llegara el Viático.
Que sin duda codiciaban los de Agerre la sobrecama de los gentiles, y que así, la
clavaron a la cama, y poco después hicieron cantar al gallo. Que al oír los gentiles el
canto del gallo, agarraron su sobrecama y echaron a correr precipitadamente; mas una
parte de la sobrecama quedó clavada a la esquina de la cama. Que entonces los gentiles
gritaron que mientras Agerre fuera Agerre, no faltaría en aquella casa algún manco o
paralítico. I dicen que desde entonces ha habido siempre en Agerre algún manco o para-
lítico.
En este otro relato de Kortezubi, las lamiñas son las que protagoni-
zan una leyenda semejante84
Un estudiante se enamoró de una lamiña. Los padres no le permitían tratar con
la lamiña. Luego enfermó el estudiante, también murió. A la tarde llevaron el féretro
(andas) al portal de la casa del estudiante. Llegó la gente a velar y a rezar el rosario en
la cocina. Y mientras ellos (la gente) estaban rezando llegaron al portal las lamiñas y
pusieron las andas (adornadas) con una hermosa “sábana de andas”. Cuando las gen-
tes notaron cómo estaba la “sábana de andas”, la sujetaron con clavos a las mismas
andas. Después las lamiñas, a la media noche, se marcharon arrancando la sábana de
andas.
83 JMB II, p.24
84 Ibid, p.195
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cantes, revela el punto de vista pagano desde el que ambas leyendas están
contadas. El proceso de demonización de las divinidades paganas previas,
que el Cristianismo impulsa, al igual que cualquier ideología dominante, no
se ha culminado aún en estos relatos. Ya está iniciado, pero no ha logrado
aún cambiar el sentido de las leyendas. Los gentiles de Jentilbaratza, como
malignos seres nocturnos, huyen raudos al escuchar el canto del gallo, y de
las lamiñas de Kortezubi se nos dice, por si alguien no se hubiera dado
cuenta, que no eran cristianas. Unos y otras desprenden un cierto halo de
riesgo a causa de la influencia desacreditadora de la religión dominante,
pero no se trata más que de una influencia bastante superficial, porque esas
criaturas sobrenaturales siguen siendo las que ejercen la función de mos-
trar la conducta ejemplar que garantiza la armonía en la vecindad. Una
conducta basada en el mutuo socorro que sin duda suscribiría la propia
doctrina cristiana. Estas pervivencias de paganismo en el siglo XX resul-
tan altamente interesantes y reveladoras, aunque como es previsible, no las
encontraremos con demasiada frecuencia. Es mucho más habitual hallar
que el proceso de demonización de las antaño ejemplares criaturas sobre-
naturales se ha culminado por completo, aunque a veces incluso en tales
casos quedan aún restos que nos permiten reconstruir el estado primitivo
del relato85
Nuestros antepasados decían que en Jentilzulo vivieron los gentiles. Que eran
amigos de los (caseros) de Ozparrun. Que una vez los gentiles trajeron el fuelle de
Ozparrun y que los de Ozparrun llevaron la raspa de oro de los gentiles. Cuando los
gentiles fueron en busca de la raspa, robaron algo en Ozparrun. Y que después cuan-
do los gentiles volvieron a pedir el fuelle, no se lo dieron. Y que entonces los gentiles lan-
zaron la maldición: que la que fuese señora de esa casa, no gozase de salud.
Da la impresión de que la clave de esta historia pudo estar alguna vez
en la raspa de oro, y que fue dicha raspa el origen de la maldición, ya que
no se entiende muy bien cómo los gentiles, que además de ricos son bue-
nos vecinos, pues prestan una raspa de oro a los de la casa de Ozparrun,
se convierten súbitamente en ladrones y se llevan algo de dicha casa.
Conociendo la historia de Agerre que acabamos de ver, no resulta difícil
85 Ibid, p.26
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86 Lamiña
87 JMB II, p.19
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88 Ibid, p.50
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Refiérese que en su cumbre vivía antiguamente una mujer que todas las noches bajaba
al pueblo a hilar.
Esta última proviene igualmente de Atáun89
Una gentil de Armontaitz ayudaba en sus trabajos de campo a sus vecinos de la
casa Ayarrea.
De nuevo en estas tres informaciones, el punto de vista que prevale-
ce es el del antiguo paganismo, en el que vemos a los gentiles como adali-
des ejemplares de las costumbres de buena vecindad, sin que reciban nin-
gún tipo de mención negativa. Aún siendo más vigorosos que los huma-
nos no emplean su mayor fuerza para someterlos, sino para ayudarles en
sus tareas, mostrando que el mutuo socorro es el camino a seguir.
Si nos situamos nosotros mismos en el plano de los seres sobrenatu-
rales, vemos que hay dos caminos para lograr que se extiéndanlos compor-
tamientos basados en la ayuda recíproca: Uno es que los propios seres
sobrenaturales aparezcan poniendo en práctica dichos comportamientos,
mostrando su conducta ejemplar. Esto es lo que hemos visto hasta ahora:
no han sido los humanos los que han acudido a la morada de los gentiles
o de las lamiñas en cumplimiento de algún deber de socorro, sino a la
inversa, han sido los gentiles y las lamiñas los que han tomado la iniciativa
a la hora de acompañar a un enfermo, rezar por un muerto, hilar en comu-
nidad, ayudar en las labores del campo o cuidar de un bebé que se encuen-
tra solo. El segundo camino, es que, cuando sean los humanos quienes
observan una conducta ejemplar, reciban la merecida recompensa, como
sucede en esta leyenda90
Antiguamente vivían los gentiles en la cueva de Santimamiñe y una mujer (de los
gentiles) se hallaba encinta, y llamaron a la señora de Lezika para auxiliarle en el
parto. Y cuando se libró la mujer dieron de comer a ella (a la señora de Lezika), y al
ver pan blanco, guardó un trozo a fin de mostrarlo en (su ) casa, y cuando empezó a
levantarse para volver a su casa, no pudo levantarse y los gentiles le dijeron: “señora,
Ud. tiene alguna cosa de aquí”. Y la señora (decía) que no, y los otros (decían) que sí.
Y después la señora les dijo que sí, que había tomado un trozo de pan con el fin de mos-
89 JMB I, p.49: Auzo
90 JMB II, p.202
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trarlo en casa. Y entonces los gentiles le dijeron que dejara allí mismo el trozo de pan
que allí había tomado, y le dieron un pan entero para (su) casa.
Por otra parte, en un relato publicado por Jean Barbier91 en Senpere
(Lapurdi, en el País Vasco-Francés), vemos a la señora de la casa Gaazetxe
acompañar a una lamiña moribunda de la vecindad en su lecho de muerte.
El narrador, que en el nuevo contexto cristiano no reconoce la normalidad
de una práctica de buena vecindad, se ve en la necesidad de ofrecer una
explicación un tanto rebuscada, según la cual, la lamiña no puede morir si
antes un humano no la acompaña y reza una oración por su alma. En agra-
decimiento por la visita y la oración, las lamiñas la obsequian con una
comida, más cincuenta francos y una pitillera de oro. La supuesta imposi-
bilidad de las lamiñas para rendir el último suspiro sin la intervención
humana no reaparece en ninguna ocasión a lo largo y ancho de toda la
mitología vasca, por lo que no resulta descabellado interpretarla como lo
hemos hecho. Por tanto, y haciendo abstracción de dicha invención, lo que
nos queda es un relato ejemplarizante en el que los seres sobrenaturales
recompensan al humano que ha cumplido con las normas de la buena
vecindad.
Teniendo presente todo lo anterior, vamos a resumir en una última
reflexión las conclusiones principales que podemos extraer de este capítu-
lo. En la mitología vasca, los ejemplos de conductas sociales son ofrecidos
por los gentiles y las lamiñas. Hay algunos elementos que podrían indicar
que originalmente los gentiles eran quienes ejercían en exclusiva dicha fun-
ción, más aún, que el ejercicio de dicha función era su cualidad más carac-
terística. Pero es un tema que requiere más espacio que el que aquí pode-
mos dedicarle, amén de no estar además debidamente analizado aún.
Quede pues en espera de un futuro estudio.
De cara a formular los mensajes ideológicos que se desprenden de
estos relatos de gentiles y lamiñas y establecer las correspondientes oposi-
ciones con los mensajes que para el mismo ámbito se derivan de los mate-
riales indoeuropeos, tan importante como analizar lo que dicen, es reparar
en lo que no dicen, y en lo que dan por sabido. Todo eso lo tendremos en
91 Jean Barbier: “Légendes du Pays Basque” pp. 7 y 22
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des Attacots de Irlanda o en las elecciones míticas de Roma en 394 a.C., los
dioses muestran claramente su preferencia por la estructura social trifun-
cional, es decir, por una sociedad regida por una élite político-religiosa con
el apoyo de otra élite militar, que domina y explota a una masa social de
tercera función, sin posibilidad de autonomía, y muestran dicha preferen-
cia además usando todos los medios a su alcance.
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la, éxito que sólo ha sido posible gracias a la eficacia sobresaliente del
esquema ideológico que la acompaña. Recordemos pues cómo se justifi-
can las estructuras sociales impuestas en nombre del derecho divino y con
ayuda de la superioridad militar: los especialistas en el ejercicio de la auto-
ridad son amantes de la verdad, generosos y virtuosos; los militares son
fuertes, valientes e igualmente amantes de la verdad y las personas de ter-
cera función son mentirosas, codiciosas, cobardes egoístas y corrompedo-
ras. Tras instaurar las clases en el seno de la sociedad, se caracteriza a cada
una de ellas de modo que la división funcional quede justificada. El rey, el
sacerdote, el juez, son virtuosos, prudentes y amantes de la verdad para así
poder ejercer sus funciones; no cabe acordar el poder a los militares por-
que su bravo temperamento les conduce a menudo a perder la prudencia;
las personas de tercera función tampoco son adecuadas para ejercer el
poder, siendo como son un saco de vicios. Si los codiciosos que no cono-
cen la generosidad se hicieran con el poder no lo usarían más que para
enriquecerse; el mandato de los cobardes codiciosos que usan la riqueza
para corromper conduciría al caos y a la derrota ante cualquier enemigo.
Los sabinos y el populacho de Roma son un claro exponente de tales mal-
dades y cobardías.
De todos modos la pincelada más demoledora del retrato ideológico
de la tercera función es, a mi juicio, la ausencia de castigo divino. En efec-
to, los pecados del rey y del guerrero reciben el oportuno castigo de parte
de los dioses y sin embargo, los personajes de tercera función no se hacen
dignos del mismo, a pesar de reunir en ellos todas las faltas imaginables, a
no ser que pretendan hacerse con el poder. La persona de tercera función
nunca recibe un castigo divino, por lo que hemos de considerar que el cas-
tigo a su maldad se expresa en la negación a poder gobernar su propio des-
tino. Al fin y al cabo, podríamos pensar que ni siquiera es culpable de sus
muchas faltas, producto de su inexorable caracterización funcional, y que
lo que necesita es alguien por encima que vigile esa personalidad tan nega-
tiva. La historia del ciudadano romano L. Albinius nos ha mostrado que si
alguna vez sucede una excepción y el egoísmo de tercera función se torna
en virtud, el hecho es tan extraordinario que merece ser citado en los libros
de Historia. Es decir, que no se puede exigir al personaje de tercera fun-
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92 JMB I, p.297
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Las lamias eran semejantes a las brujas y estaban o vivían en la orilla de los ríos.
A fin de que nadie las viera, al acercarse alguno, se introducían en las aguas. Se ali-
mentaban con el “no”, esto es, por ejemplo, un labrador creía poseer veinte fanegas de
trigo y si alguien le preguntaba cuántas fanegas esperaba tener y él contestaba por ejem-
plo, dieciséis; después, tuviera catorce o bien dieciocho o bien veinte, a causa de la men-
tira que había dicho, las lamias le quitaban cuatro fanegas, esto es. La diferencia entre
lo que él había declarado y lo que esperaba.
Con lo dicho hasta ahora queda suficientemente demostrado que la
fidelidad a la verdad queda instaurada en la mitología vasca con carácter
universal, y que no se usa, al contrario que en la indoeuropea, como ins-
trumento para crear clases en el interior de la sociedad y relaciones de
dominación entre ellas. Sin embargo los ejemplos de la exigencia ética uni-
versal y de los castigos para quienes la incumplan no se acaban aquí.
Veamos otra noticia, esta vez de Bermeo, que plantea una cuestión rela-
cionada con el ámbito ideológico de la verdad94
Es creencia en Bermeo que si alguno muere sin cumplir la promesa (o voto hecho
a Dios o a los santos) permanece en el Purgatorio hasta que otro lo cumpla en su lugar.
Frecuentemente suelen aparecer las almas de los que así mueren. Y dicen que aquel a
quien (un alma) se aparece, suele preguntar:
–“tienes algún pañuelo?”
–“sí”
–“dámelo pues, por favor”
Y cuando el alma toca el pañuelo, (este) se quema. Entonces al alma le dice: -
“Acompáñame por favor a San Juan (Gaztelugatx) a cumplir una promesa que hice en
vida”. Vanse pues. Y algunas casas de Arene, Agarre, San Miguel y otros barrios del
lado de Burgo, suelen estar iluminados y otros muy oscuros. Y el alma dice al compa-
ñero:
–“Ves allá unas casas muy iluminadas?”
–“Sí”
–“ Y otras my oscuras?”
94 Ibid, p.53
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Mitología vasca conparada
–“ Sí” –“Pues en las casas que se hallan iluminadas han rezado hoy rosario, en
las que están oscuras, no”
Dicen que en San Juan, incluso siendo noche, suelen estar abiertas las puertas. Y
cumplida la promesa el alma y el compañero vuelven al sitio de antes, y entonces el alma
le dice: “Dame la mano”. Y no suele estar caliente la mano. Y el alma le dice, “Ahora
me voy al cielo y muchas gracias a ti.”
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ría que presentar un ejemplo de condena del robo no aporta ningún valor
suplementario a los textos que ya hemos visto y que es tarea un poco inútil.
Sin embargo el relato de Eskoriatza que mostramos a continuación, ade-
más de indicarnos que tomar lo que no es de uno no está bien, nos apor-
ta algún extra interesante97
En Anboto vive una señora muy hermosa y diariamente pasaba antiguamente a
Kurtzebarri, lanzando por detrás fuego y mucho ruido. Al atravesar el cielo pasaba pei-
nando su cabello rubio y largo. Esta señora se peinaba con un hermoso peine, producía
pir-pir con su peine, pero una joven malavenida se lo robó. Mas como la Señora de
Anboto era lista, lo advirtió y fue a la casa de la joven y le dijo que devolviera el peine,
que lo dejara en la cueva de Kurtzebarri; de lo contrario la convertiría en fuego.
Entonces la joven asustada llevó el peine que hacía pir-pir y lo dejó en el sitio que seña-
lara la Señora de Anboto. Al día siguiente se fueron a la cueva; pero el peine no esta-
ba allí, porque la Señora de Anboto lo había llevado.
La Señora de Anboto, el ser sobrenatural más importante, se presen-
ta personalmente en la casa de quien le ha robado su peine maravilloso, y
por subrayar la ejemplaridad contenida en el relato, no se lo arrebata direc-
tamente, sino que la amenaza y le ordena que lo deje en la boca de la cueva.
Nadie hay en la mitología vasca que no merezca la amenaza directa de los
seres sobrenaturales, porque la dignidad y la responsabilidad son las mis-
mas en todos los humanos. La muchacha anónima de una casa anónima
nos lo acaba de demostrar, al igual que nos lo demuestran también las lami-
ñas en este relato de Azkarate de Iparralde (País Vasco Francés)98
Dícese que en Caverna Negra de Ahaxe se hallaban las lamias. Junto a la caver-
na existe un prado. En aquel prado un hombre halló un hermoso peine y lo llevó a su
casa. Al día siguiente halló el prado totalmente lleno de piedras. Una lamia se le acer-
có y le dijo: -“Me has robado un peine. Si lo devuelves, todas las piedras serán retira-
das.” Les devolvió el peine y al día siguiente todas las piedras estaban retiradas.
Los últimos testimonios nos muestran tres conclusiones: La primera,
que el comportamiento modélico es universalmente exigible, sin hacer
diferencias que sirvan para instaurar clases distintas. La segunda, que igual-
97 JMB II, p.399
98 JMB II, p.427
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99 Ibid, p.96
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muestra con la verdad es lo bastante notable como para que nos detenga-
mos un instante a comentarlo. Cuando el carbón se vuelve oro, el hombre
vacila ante cuál ha podido ser la intención de la lamiña: Regalarle carbón o
regalarle oro? Y porque no sería honorable aprovecharse de un malenten-
dido, vuelve a la cueva, mostrando que le importa menos perder el oro que
faltar a la honradez, y exhibiendo un desapego por las riquezas absoluta-
mente ejemplar. Y todo esto además nos es referido con una evidente sen-
cillez y llaneza, porque tal comportamiento es lo que cabe esperar de cual-
quiera, y no solamente de reyes semi-divinos. Antonio de Etxenagusia no
ingresa en los libros de Historia como ejemplo de virtud. Sus descendien-
tes de Etxenagusia lo recordarán como el antepasado que tuvo un encuen-
tro con las lamiñas, pero no se esforzarán en subrayar el desapego ejem-
plar que su antepasado mostró hacia el oro de la lamiña. Al fin y al cabo,
qué tiene de destacable, …?
En la jerarquía de valores de la mitología vasca, lo mismo que la fide-
lidad a la verdad se halla por encima de la riqueza, otro tanto sucede con
la caridad. La riqueza, que no está a priori caracterizada negativamente, sí
que llega a estarlo cuando, negando la caridad, se convierte en avaricia. Así
nos los pone de relieve este precioso cuento suletino101
Había en otro tiempo en España un pueblo llamado Ahurhutxe102 (“mano
vacía”). Cierto sábado, una mujer cocía su pan. Una vieja mendiga se presentó en su
puerta y le rogó una limosna de una galleta cocida en el horno. La mujer introduce en
el horno un poco de masa, y súbitamente aquel pedacito se transforma en un hermoso
pan. Juzgando que aquel pan es demasiado para darlo como limosna, vuelve a meter al
horno un pedacito de masa aún más pequeño. Pero del segundo pedacito sale un pan tan
grande que apenas puede sacarlo del horno. Entonces toma una migajita de masa en la
punta de su dedo y de esa porción minúscula surge un pan que colma el horno entero y
que la mujer no puede ya extraer. Entonces le dijo la vieja mendiga: “Yo soy la Santa
Virgen; el sábado es mi día, y por haber juzgado que tu limosna era demasiado gran-
de para un pobre, en adelante no se cosechará más trigo en este pueblo. Y dicho esto des-
apareció. Desde entonces, cuando las mujeres meten la masa en el horno suelen rogar,
“que el buen Dios los haga crecer como los panes de Ahurhutxe”.
101 M. Cerquand: Bulletin SSLA de Pau, 1875. “Les pains de la Sainte Vierge”, n.5, p.278
102 Ahur: Concavidad de la palma de la mano. Huts: Vacío
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106 J.M. Lekuona, comunicación personal a propósito del origen foráneo del canto “Arrosa xuriaren azpian”.
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Primero fueron los Celtas,- aunque los vestigios de dicha convivencia sean
hoy día casi imperceptibles-, luego fue Roma quien ejerció una influencia
profunda y de muy larga duración, y por último los pueblos germanos y las
monarquías peninsulares. Entre todos lograron cierta penetración de los
esquemas indoeuropeos que han contaminado y desfigurado en alguna
medida las instituciones anteriores. Sin embargo, y quizás debido a la radi-
cal oposición entre unas propuestas ideológicas y otras, el pueblo vasco ha
sido capaz de conservar en algunos casos sus propios modelos, que ade-
más han tenido el vigor suficiente como para teñir y desfigurar la capa
indoeuropea que los cubre. Cuando el reino se constituye como unidad
social en detrimento del vecindario-conjunto de casas autárquicas, el vecin-
dario ha seguido siendo la unidad y las casas han mantenido su inviolabi-
lidad y derecho de asilo. Cuando la vida social ha pasado a estar regulada
por el Derecho promulgado por el rey, las relaciones sociales de vecindad
han permanecido reguladas por la costumbre ancestral. Cuando la iglesia
de Roma ha monopolizado la vida religiosa, la práctica popular ha conser-
vado los vestigios de la autarquía original y el protagonismo del culto.
Cuando, como ha sucedido en el País Vasco, se produce un conflic-
to entre dos ideologías opuestas, la supervivencia de la más débil puede
producirse por dos medios distintos: mudando el aspecto y ofreciendo una
apariencia más humilde, o si no, vaciando de contenido los esquemas e ins-
tituciones dominantes y rellenándolos a continuación con los de los domi-
nados. Ya hemos ofrecido algunos ejemplos del primer procedimiento
durante el análisis de las propuestas de los seres sobrenaturales para la
organización social. La leyenda de los gentiles de Jentilzulo, y la de las lami-
ñas que acuden al velatorio del muchacho difunto, estaban ambas referidas
desde el punto de vista del paganismo pre-cristiano: eran los seres sobre-
naturales paganos quienes mostraban el comportamiento ejemplar, y los
humanos cristianos quienes aparecían como mentirosos y ladrones. El pre-
cio a pagar por mantener el punto de vista pagano en plena era cristiana es
tener que revestirse de apariencia modesta: las enseñanzas de gentiles y
lamiñas no pueden erigirse en religión oficial y quedan relegadas al ámbi-
to de las “historias de viejas”, al igual que el eco de las romerías celebradas
junto a la cueva de Mari, y otras tantas historias semejantes.
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una palmada en la puerta. Más tarde inquirieron qué había sido y había vestigios de
cinco garras en la puerta.
La fuerza terrible del diablo de fuego no consigue más que dejar el
vestigio de sus garras en la puerta infranqueable de la casa, porque la casa,
cualquier casa, es inviolable. La inviolabilidad de la casa está por encima de
todo.
Los relatos anteriores nos hablan sobre un tabú, -el tabú de no con-
testar a los irrintzis en horas nocturnas-, pero el mensaje más importante
es el de que la casa es siempre refugio para el que huye, incluso a causa de
faltas más importantes que las anteriores. Según otra leyenda de Ataun111,
la Santa Extremaunción de le apareció a un tal Javier de Artiñe cuando vol-
vía a su casa, después de que durante una reunión con sus amigos realiza-
ra una parodia de la sagrada comunión, dándoles a comulgar castañas coci-
das. A pesar de que el sacrilegio es una falta gravísima, como el tal Javier
pudo alcanzar su casa, la figura o fuerza que le perseguía tuvo que quedar-
se en el umbral de aquélla, sin poder entrar, y allí permaneció durante toda
la noche, como lo atestiguaron los mugidos y choques de cuernos de las
vacas del establo. Incluso el espíritu o demonio que viene a castigar un
sacrilegio ha de someterse a la inviolabilidad de la casa. No cabe duda de
que el punto de vista del relato no es el del cristianismo dominante, por
más que se mencione el sacramento de la comunión. El punto de vista del
relato es el mismo del paganismo que hace que ni Mari ni los gentiles
irrumpan nunca en casa ajena.
Todas estas leyendas han podido conservar, rebajando su estatus a
cuentos de vieja, el principio de la inviolabilidad de la casa; pero además
este principio ha sido incluso capaz de “contaminar” las nuevas institucio-
nes de poder en varios momentos históricos. El texto que presentamos a
continuación nos muestra cómo se incrustan ciertas ideas de la ideología
vasca sobre el poder en las instituciones indoeuropeas, desfigurando el
sentido ortodoxo de las mismas. Las siguientes noticias están extraídas de
la obra titulada “Crónica General Española y Sumaria de la Casa Vyzcaina”
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cuyo autor es Juan Iñiguez de Ibargüen. Sólo nos interesa una de ellas, pero
acompañamos algunas más para contextualizarla mejor112:
«Primer Batzarra en Vizcaia fue en Soluegana, en tiempos de
Kacos Licinio, 1.303 años antes de Christo.»
«Barrurdin de los Alpes fue bencido cerca de Portogalete, y se
le tomo su Idolo, y fue puesto en Guernica.»
«Los Parientes Maiores de Vizcaia descienden de los 47 Capitanes primeros que
hubo electos en ella.»
«Ascoeta desciende de uno de los Capitanes franceses que vinieron a Cathaluña.»
«San Cerni, discípulo de San Pedro, predico en Vizcaia.»
Los Parientes Mayores de Bizkaia, son la clase dirigente local que
surge en la Edad Media emulando el contexto feudal general. Como ya
hemos comentado, el País Vasco no es ajeno al devenir histórico de su
entorno, y por tanto también aquí surge una nobleza guerrera de tipo feu-
dal, debido a la influencia germánica imperante en toda Europa. He aquí
que la sociedad empieza a constituirse según el esquema trifuncional, pero
… he ahí también la labor subterránea de la ideología vasca, royendo los
cimientos ideológicos de la cultura dominante a la cual debe necesaria e
inexorablemente plegarse debido a la relación de fuerzas. Se inicia la ins-
tauración de una casta de nobleza guerrera porque así lo dispone el con-
texto circundante, pero incluso en ese momento en el que la sociedad
empieza a dividirse en clases, la preponderancia de la primera función no
va a ser legitimada por un origen divino, como en los esquemas indoeuro-
peos, sino recurriendo a unas legendarias elecciones celebradas en un tiem-
po mítico. Esta noticia sobre el origen de los Parientes Mayores de Bizkaia
nos revela la presencia de una ideología sobre el poder manifiestamente
incompatible con el esquema indoeuropeo, una ideología que parte de la
autarquía individual universal y que por eso recurre a unas elecciones míti-
cas para legitimar la prevalencia de los señores feudales. El origen del
poder que estos detentan no se halla en la preferencia de unos dioses
112 J.J. Mugartegui: Algunas noticias de las Crónicas de Juan Iñíguez de Ibargüen, sacadas de las Antigüedades de Vizcaya de
Iturriza, RIEV XXII, 1931, pp-34-43, p.36
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reyes y pontífices, es decir, de arriba abajo. Al igual que en India los dioses
Aditya imponen a la humanidad la obligación del sacrificio, de arriba abajo,
del mismo modo Numa y Freyr instituyen la religión de arriba abajo, en
Roma y Escandinavia respectivamente. El tercer rey mitológico de Roma,
que sucede a Rómulo y a Numa, es el rey guerrero Tullus Hostilius que
representa a la segunda función y cuya muerte es fiel exponente del carác-
ter impuesto y de la orientación de arriba debajo de la religión indoeuro-
pea: Este rey guerrero que nunca en su vida se ha ocupado de la religión,
muere fulminado por el rayo que le lanza Júpiter, cuando, interpretando
mal los libros sagrados comete un torpe error al oficiar una ceremonia de
culto.
Los esquemas religiosos indoeuropeos nos proponen una estructura
piramidal en cuya cúspide se sitúa el rey-pontífice mitraico. Este tipo de rey
protagoniza la vida religiosa y especializado en el sacrificio y la oración,
conduce al pueblo por el camino de la virtud. Numa en Roma y Yudhistira
en la India consiguen gracias a su habilidad funcional que el amor por la
religión prenda en el corazón del pueblo, con el efecto de que la avaricia y
falsedad habituales se tornen en amor por la verdad y generosidad. En
manos del rey mitraico, la religión se convierte, en instrumento ideológico
para la consecución de una armoniosa estabilidad social. Y continuando
del vértice hacia abajo, topamos con una clase sacerdotal jerarquizada bajo
cuya guía se realiza la labor de educar al pueblo. Esta estructura, como tan-
tas otras se entiende perfectamente desde la óptica de la representación
cosmológica indoeuropea. En un cosmos constituido por un Cielo vence-
dor todopoderoso y una tierra sometida y débil, sólo al Cielo compete ins-
taurar la religión. Son los dioses quienes van a decidir cómo van a ser las
cosas en la tierra, y por tanto son los dioses quienes van a decir a los huma-
nos cómo quieren recibir el culto. Las normas y ceremonias que regulan el
culto , la oración y el sacrificio son “reveladas”, lo que supone automática
y necesariamente el advenimiento de una clase especializada en interpretar
dichas revelaciones, una clase sacerdotal que va a constituirse en la prota-
gonista de la vida religiosa.
La mitología vasca, que ha contrapuesto la autarquía personal a la
caracterización funcional de primera función indoeuropea en el ámbito del
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nos y a echar una mano; si las normas de comportamiento que hay que
observar en presencia de Mari ya las conocemos todos, para qué necesita-
mos un intermediario entre los humanos y los seres sobrenaturales?. En
una cultura en la que invocando por tres veces al grito de Aketegiko
Dameaa!, la representación de las más poderosas fuerzas de la Naturaleza
viene a posarse sobre la cabeza del invocante, no hay espacio para la inter-
mediación religiosa. En una cultura en la que los seres sobrenaturales
manifiestan abierta y claramente sus deseos a cualquier persona ante la que
se aparecen, el monopolio de una clase especializada en interpretar la
voluntad de dichos seres superiores carece de sentido. Es por ello que la
ausencia de vestigios de una clase sacerdotal pagana anterior a los sacerdo-
tes cristianos no ha de interpretarse en clave de pérdida u olvido, sino que
dicha ausencia encaja a la perfección en la ideología que desprende la mito-
logía vasca en su conjunto. Esto no significa que en la cultura pagana vasca
nunca haya existido ningún tipo de especialización dentro del ámbito reli-
gioso ; sería afirmar demasiado, además de ser indemostrable. Pero si algu-
na vez ha existido tal cosa, parece razonable sostener, por lo visto hasta
ahora, que en cualquier caso tal especialización no ha podido constituir un
monopolio en las celebraciones más significativas que constituyen el
núcleo de la vida religiosa. Es decir, que si, por ejemplo, ha podido existir
una especialización en magia, ello no es óbice para que las principales cere-
monias religiosas se hayan seguido desarrollando en el ámbito doméstico
y vecinal de manera autogestionada.
Ya que hemos mencionado la magia, vamos a abrir un paréntesis para
referirnos a la misma como parte integrante de la primera función indoeu-
ropea.
La fuerza de la magia, por tratarse de una fuerza que no está en
manos de cualquier persona, evoluciona fácilmente hacia su conversión en
eje alrededor del cual se constituye una clase social. A nadie puede extra-
ñar que, en un ejemplo de corporativismo vulgar y corriente, surja una
clase alrededor de una habilidad que no todo el mundo posee; sin embar-
go, por más que lo dicho pueda ser corriente o frecuente, no es sin embar-
go inexorable. En los ejemplos que mostramos a continuación veremos
que ciertas personas conocen los gestos y las fórmulas que hay que invo-
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car para verse libre de los daños de una tormenta. Una habilidad sobresa-
liente , sin duda, que no está tampoco al alcance de cualquiera. Y sin
embargo no da lugar al nacimiento de una clase especializada en diluir o
desviar las tormentas. Veamos el primer ejemplo114
Una mujer del caserío Semeola (Aya), dirigíase a la nube tempestuosa, agitando
con la mano un “matazuki” (instrumento con que se hace la madeja) y diciendo al
mismo tiempo estas palabras:
“Carga la Izarraitz, Descarga la Erniyo, Guarda la Altzola, Endemás
Semeola”
(Carga en Izarraitz (montaña de Azpeitia) y descarga en Ernio (montaña sobre
Asteasu y Bidania), y protege Alzola, en particular Semeola (caserío de Aya)).
Una fórmula parecida se usaba igualmente en el caserío Iturriotz de
Ataun, según recoge Barandiaran115
“Endamea Semeola, Guarda mi Altzola, descarga la montaña”
La que hacía este conjuro aseguraba que con su virtud dividía en dos partes la
nube tempestuosa
Otro más, en este caso de Orendain, también estaba al tanto de cómo
desviar a voluntad la tempestad116
“Karga Murumendi, Pasar Oreindaindi, Deskarga Gorrimendi”
También en Bizkaia conocen estos conjuros. De nuevo
Barandiaran117
Un vecino de Ipiñazar, desvía las tempestades, según me refirieron en Orozko.
He aquí el procedimiento: Cuando ve que se acerca la nube tempestuosa, arrolla en la
muñeca de la mano izquierda una yerba llamada “uztai-bedarra” (Rumex Crispus?)
y con la mano derecha señala a la tempestad el rumbo que ha de seguir.
Y por último, un ejemplo navarro de Ergoiena118
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sia es de la Iglesia, y por tanto el pueblo que allí se reúne no está en su casa.
Esta oposición es la que da origen al jarleku. Bajo el imperio de la
Cristiandad, el pueblo que se reúne en la iglesia y se somete al culto esta-
blecido por Roma, crea en el interior de la misma el jarleku, como expre-
sión camuflada de la ideología autárquica. Veamos de qué se trata, escu-
chando el comentario de Barandiaran119
JARLEKU, “asiento”. En ciertas regiones del país, cada casa ha tenido su
sepultura en la iglesia durante varios siglos, por lo menos. La cubierta de la sepultura
o una losa en el pavimento era, y aún es en muchos pueblos, la parcela que corresponde
a la casa como sitio donde ejecutar ciertos actos de culto doméstico. En ella se practican,
en efecto, diversas funciones, como la recitación y canto de responsos litúrgicos, la ofren-
da de luces de cera, de comestibles y de dinero, en sufragio de los difuntos de la casa. En
ella, al igual que en el hogar, son invocadas las almas para que asistan a sus familia-
res vivos en sus necesidades. Así, el “jarleku” aparece como un caso de adaptación de
una antigua costumbre indígena a las exigencias de la liturgia cristiana y viceversa, y
los actos cultuales que se efectúan hoy en aquel lugar, son un reflejo de los que se prac-
ticaban en la propia casa antes de la introducción del cristianismo en el país. Añádase
a esto la costumbre, vigente aún en algunas localidades, de que, al casarse el heredero de
una casa, el cónyuge adventicio se incorpore al hogar de su marido e ingrese en la comu-
nión de los antepasados de éste, ofrendando luces y panes en el “jarleku” de su nueva
casa. Esto se hacía, al parecer, en la propia casa antiguamente, según se desprende de
la costumbre, conocida en Soule, de que el criado que entre a servir en una casa dé vuel-
tas alrededor del hogar de la misma para que se acostumbre a su nueva morada.
El “jarleku” es una parte inseparable del “etxe” (casa). Por eso en las inscrip-
ciones sepulcrales como en las de los jarleku, se indicaba su pertenencia a la casa. Tal
aparece en las siguientes inscripciones de Sara: LEÇABEAKO THOMBAC 1838
(tumbas de Lezabea, 1838) ; HARZMENDICO YARLECKHUA 1824 (el
asiento de Arizmendi 1824).
Pero antes de la introducción del Cristianismo la casa debió servir de sepultura
familiar. Y en ella se hacían las ofrendas a los muertos. De esto quedan vestigios, como
los citados arriba; pero sobre todo, la práctica observada hasta nuestros días de enterrar
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Mitología vasca conparada
bajo el alero de la casa o en el “baratz” (huerto contiguo a la casa) a los niños muer-
tos sin bautismo; la creencia, estereotipada en dichos populares, de que la persona cuya
conducta no se ajusta a normas cristianas, debe ser enterrada a su muerte bajo el alero
de su propia casa; la costumbre de encender luces y de depositar ofrendas (comestibles o
dinero) para los difuntos de la casa en las ventanas de la misma, es decir, sobre el
“baratz” o el supuesto cementerio doméstico, en la creencia de que aquellas luces velan
por los difuntos, alumbrándoles realmente en su vida subterránea y de que aquellas
ofrendas, -o su fuerza nutritiva-, son consumidas por las almas; la creencia de que no
se pueden dar tres vueltas seguidas alrededor de la casa, lo que equipara a esta a la igle-
sia y al cementerio parroquiales, que también son objeto de igual creencia, etc.
El jarleku es pues la solución de compromiso que se deriva del con-
flicto entre dos ideologías incompatibles. La casa ha perdido su autarquía
en el ámbito religioso, y la iglesia se alza como clara vencedora. El pueblo
se reunirá en la iglesia a celebrar los ritos, y el culto doméstico desparece-
rá casi por completo no dejando más que el recuerdo de un par de prácti-
cas semi-fósiles. Pero el nuevo ámbito que monopolizará la práctica reli-
giosa vecinal va a perder su significación ideológica original en la confron-
tación: la iglesia vasca no será el lugar de reunión temporal de los vecinos
y la residencia permanente de la clase sacerdotal. Desde la óptica indoeu-
ropea, el templo pertenece a la Iglesia, es patrimonio de la Iglesia, y los que
a ella acuden, acuden a la casa de la Iglesia. En el cristianismo rural vasco
sin embargo, quien acude a la iglesia no va a un sitio extraño y en realidad
no sale de su propia casa, ya que una losa del templo pertenece justamen-
te a su casa. Es de su casa (con genitivo locativo en euskera, no con geni-
tivo posesivo), porque el asunto no es discutir sobre la propiedad de la losa
de piedra. No se trata de saber de quién es el jarleku, sino de dónde es, y
como lo atestiguan las inscripciones de Sara, HARZMEDICO YARLEC-
KHUA no es la losa que compró o adquirió por algún medio la familia de
Harzmendi, sino un pedazo de la propia casa, un pedazo que se encuentra
en medio de la iglesia. De este modo, el templo cristiano rural vasco, el
lugar de culto, está constituido por un conjunto de porciones de las casas
de la vecindad, albergados en el interior de la Iglesia, en lo que constituye
una solución intermedia de compromiso entre la ideología de la religión
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Mitología vasca conparada
do para ello a cada familia. A tal sitio llaman “sepultura”. Hoy no creen muchos en
estas cosas y la luz la ofrecen sólo al Señor.
Hace dos años, el rector de la iglesia mandó que sólo se encendieran dos o tres
luces, porque se ennegrecían las paredes con el humo; pero la gente no recibió bien la
orden del Rector, y (éste) tuvo que repetirla cuatro o cinco veces del púlpito de la iglesia.
Sobre todo las mujeres se enojaron, porque tenían que dejar sin luz a las almas de sus
difuntos. En aquellos días me entrevisté con una mujer y como (ella) estaba un tanto
enfadada, le pregunté si creía que las almas de los muertos necesitan luz para ir al cielo.
–“Sí. A no necesitarla no se la pondríamos. Mire, lo que yo sé es que no hace
mucho tiempo, que en una galería minera (creo que en Bizkaya) la tierra cogió debajo
a un grupo de mineros. Que la madre de uno de aquello mineros encendía diariamente
la luz en la iglesia; sólo un día dejó de encenderla. Pasados unos días extrajeron vivo de
debajo de la tierra a aquel minero, y dijo que sólo en un día estuvo sin comida, sin bebi-
da y sin luz. Sacadas las cuentas (resultó) que aquel día era en el que su madre no
había encendido la luz.
En otro relato similar registrado en Kortezubi, el hijo cuya madre
enciende diariamente la luz es el único que al final es rescatado con vida,
dándose además la circunstancia de que en esta ocasión transcurren varios
años entre el accidente y el rescate.
Aunque el contenido de estos relatos es de gran interés y se presta a
debates jugosos, nuestra reflexión no versará más que sobre un único
aspecto. En efecto, lo que muestran, entre otras cosas, es la necesidad de
realizar dichas ofrendas a los difuntos diariamente. Dado que la calidad de
vida en el otro mundo de nuestros seres queridos difuntos depende de las
ofrendas que les brindemos, la realización diaria de dichas ofrendas se
erige en celebración religiosa principal, por encima de cualquier otra. Esta
actividad sacrificial que no tiene nada que ver con la ortodoxia y con el
culto cristianos, ha constituido durante siglos el núcleo del culto en la tra-
dición vasca y el eje sobre el que gira la mayor parte de la vida religiosa, lo
que ha podido producir fricciones como la que nos ha referido el relato de
Berastegi.
Resumiendo las oposiciones principales entre los esquemas indoeu-
ropeos y vascos, en relación al lugar donde ha de celebrarse el culto y en
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JUAN INAZIO HARTSUAGA
relación al contenido del mismo, diremos que según los primeros, el tem-
plo es el lugar centralizado y único de la vida religiosa pública, y que el pue-
blo resignado que a ella acude, cumple periódicamente y en los momentos
señalados sus deberes religiosos bajo la conducción del sacerdote especia-
lista, siguiendo las pautas y normas rituales establecidas en la cúspide de la
clase sacerdotal. Sin embargo,, según los segundos, el eje del culto es la
actividad sacrificial debida a los parientes difuntos, por lo que el culto tiene
una dimensión esencialmente doméstica y se celebra, basado en el uso y
costumbre, sin el auxilio de especialista religioso alguno, con regularidad
responsable, cada cual en su “jarleku”, en el interior de una iglesia consti-
tuida por la multiplicidad de porciones de las casas del vecindario.
En último término estas oposiciones remiten a la oposición entre el
ser humano desprovisto de dignidad de la tercera función indoeuropea y
el ser humano autónomo y autárquico de la mitología vasca, en su doble
vertiente de las capacidades y de las responsabilidades atribuidas al mismo.
En cuanto a las capacidades, el esquema indoeuropeo no atribuye más que
al sacerdote especialista la capacidad de celebrar el culto, o al menos las
manifestaciones más importantes del mismo. El culto no es algo que se
pueda dejar en manos de cualquiera. Sólo tendrá derecho a celebrarlo aquel
que llega a ser especialista del mismo, tras asimilar arduas enseñanzas y
sufrir duras privaciones. Y junto a la ausencia de capacidad, la ausencia de
responsabilidad, naturalmente. El personaje de tercera función ni tiene
capacidad para celebrar el culto ni tampoco obligación de responsabilizar-
se del mismo. Si el sacerdote no oficia la Santa Misa, se frustra la celebra-
ción del culto cristiano, pero si algún miembro de la comunidad se ausen-
ta, dicha ausencia no trae más consecuencia que el pecado para sí mismo.
En la medida en que es incapaz de oficiar el culto, tampoco ha de respon-
der ante nadie por faltar al mismo.
Según la óptica autárquica, sin embargo, la celebración del culto es un
derecho y una obligación de todo ser humano, y no por tanto patrimonio
exclusivo de una casta de especialistas religiosos. La celebración más
importante es la realización de ofrendas a los parientes difuntos, y cada
casa ha de responder ante sus propios difuntos, en la medida en que cual-
quiera tiene la facultad de hacerles llegar la luz y el alimento. Si alguno falla
150
Mitología vasca conparada
Del mismo modo que la gran incidencia del culto a los difuntos de la
casa en las celebraciones cristianas vascas reivindica el protagonismo autár-
quico en la vida religiosa, dicho protagonismo autárquico tiene además
otras manifestaciones. En efecto, aunque el eje sobre el que gira la celebra-
ción ritual principal del cristianismo vasco sea el de las ofrendas domésti-
cas a los difuntos, la religión adolece también de una dimensión social que
trasciende las paredes de la propia casa; y no nos estamos refiriendo ahora
a la reunión vecinal para celebrar la Santa Misa, sino a diversas celebracio-
nes que se dan en el ámbito del auzo o vecindario, tales como recogida de
limosnas, romerías, etc. La constante en todas estas celebraciones que a
continuación vamos a ver con más detenimiento, es el protagonismo
popular. Por más que se presenten revestidas de una apariencia cristiana en
el uso de nombres y categorías, y por más que a menudo se celebren bajo
la conducción aparente de un sacerdote, la comunidad se aferra a su pro-
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ma por todos los costados una ideología autárquica que contradice abso-
lutamente los fundamentos de la Iglesia, tanto por el manifiesto protago-
nismo vecinal como por la facultad de bendecir el agua que vemos reco-
nocida a los oficiantes. La comitiva de Kortezubi nos ofrece el retrato de
una comunidad que se erige en protagonista de su vida religiosa.
Se acepta con naturalidad el statu quo determinado por la religión
dominante, mientras que los vestigios de las antiguas prácticas rituales
socavan los cimientos ideológicos de aquella con idéntica naturalidad. Del
mismo modo que el rito de bendecir el agua que acabamos de ver desmien-
te el monopolio del sacerdote especialista, también sus capacidades mági-
co-religiosas quedan en entredicho ante la reflexión sobre las colectas veci-
nales que ya mencionamos páginas atrás122
Se cree que la cantidad mediante pequeñas limosnas de muchas personas, tiene
una fuerza o virtud mística que no tendría en otra forma. Por ejemplo, en algunos sitios
se cree que haciendo celebrar una misa para conseguir la curación de una persona enfer-
ma, el éxito será más seguro si el estipendio dado al celebrante ha sido recogido entre
vecinos. Si un niño tarda en aprender a hablar, se le hacen comer, pan, frutas, etc., reco-
gidos de limosna en la vecindad (Ataun y Sara).
Lo que dicha reflexión pone de relieve, con gran finura y diplomacia,
es que la fuerza mística que puede determinar la curación reside en la soli-
daridad vecinal y no en la capacidad mágico-religiosa del sacerdote. Nos
dice que la voluntad de los vecinos por ayudar al enfermo tiene un influjo
místico mayor que los ritos oficiados por el especialista religioso, lo que
es absolutamente incompatible con el monopolio religioso excluyente que
crea el punto de vista indoeuropeo.
Si se entiende que cualquier individuo tiene la facultad de hacer lle-
gar a los difuntos la energía de las ofrendas cuando oficia el culto domés-
tico, automáticamente se extiende con carácter universal la responsabilidad
de proveer a los difuntos de lo que necesiten. Y otro tanto sucede en el
ámbito de la religiosidad social que se desarrolla en la vecindad o pueblo:
cada individuo es protagonista en cuanto que es capaz de ejercer influjo
místico; y en cuanto poseedor de dicha facultad, automáticamente deviene
122 JMB I, p.83: Eskeko
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Cuéntase a este propósito, que un muchacho robó una vez el dinero que halló en
la huella de la Virgen; mas luego enfermó, y no curó hasta que hubo confesado su falta
y ordenado fuese celebrada una misa entregando como estipendio la cantidad robada.
Si bien el destino último al que han de llegar las limosnas son algún
santuario o ermita, las rocas descritas son auténticos altares donde se des-
arrolla un culto que afecta a la comunidad entera. Esta costumbre nos
muestra hasta qué punto la religión se halla integrada en el devenir diario.
La obligación de llevar la limosna depositada en la roca hasta el santuario
más próximo se le puede presentar a cualquiera que pase por allí, es decir,
que cualquiera, en cualquier momento, puede verse obligado a cumplir una
obligación religiosa. Es difícil imaginar un contexto más opuesto a la espe-
cialización religiosa.
El hecho de que tales limosnas se encuentren en altares expuestos a
la intemperie, junto a caminos transitados, nos da cuenta del contexto de
honradez generalizada. Quien deposita la moneda confía en que quien
venga por detrás la recogerá y la depositará fielmente en donde correspon-
da, ya que tal es la conducta virtuosa que se puede esperar de cualquiera.
Estos textos se oponen frontalmente a la historia del romano L. Albinius,
y nos muestran dos puntos de vistas que no pueden ser más contradicto-
rios. El romano L. Albinius destaca de entre la muchedumbre que huye,
por un comportamiento de cumplir con las obligaciones religiosas al asis-
tir a las Vestales que portan los objetos sagrados. Esto supone para él la
salida del anonimato funcional y la entrada en las páginas de la Historia, al
tiempo que no hay castigo alguno para todos los que junto a él, pasaron de
largo incumpliendo dichas obligaciones, ausencia de castigo que se explica
por la caracterización funcional negativa de la tercera función. Sin embar-
go, la liturgia que se desarrolla en estos altares rocosos a la intemperie, nos
presenta el comportamiento virtuoso como una característica habitual de
todas las personas; la maldad o la codicia no son sino la excepción. Y en
consonancia con que el comportamiento virtuoso no sirva en este caso a
nadie para entrar en los libros de Historia, cualquiera que acredite una con-
ducta deshonesta se hará merecedor del castigo sobrenatural, incluso tra-
tándose del vecino más humilde. Justamente porque la ideología de la
mitología vasca no cae en la ingenuidad, la honradez universal no se pre-
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sitúa el honor de la persona más pequeña por encima de las alabanzas a los
héroes, porque no hay personas pequeñas.
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por eso ese triángulo es el Mundo, porque cumple todas las condiciones
para serlo.
Del mismo modo que la personalidad diferenciada de cada una de las
manifestaciones de Mari, contribuye a crear la plenitud cosmológica de
cada unidad de paisaje, dicha plenitud cosmológica sostiene a esa persona-
lidad diferenciada, porque impide que surjan las razones que pudieran
impulsar a la persona a transcender dicho ámbito y salir al exterior del
mismo; y mientras la persona no dirija su vista más allá de los límites de
ese ámbito, no podrá ver a la Dama del mismo como una simple manifes-
tación de un ente más general, sino que seguirá viéndola como la única
encarnación de la Madre Tierra, de su Tierra.
Por consiguiente, la organización espacial simbólica que se despren-
de de la mitología vasca, consta de una multiplicidad de minicosmos autó-
nomos y autosuficientes, siendo dicha multiplicidad indefinida sobre todo
debido al hecho que la plenitud cosmológica de cada uno de ellos hace que
la definición de su número sea una cuestión irrelevante. En efecto, la exis-
tencia de uno más o uno menos de dichos ámbitos en nada afecta a la ple-
nitud cosmológica del propio.
Podemos decir entonces que la mitología vasca no posee un concep-
to del “Mundo” en el sentido indoeuropeo.- como de hecho tampoco tenía
la lengua vasca el término equivalente hasta que lo tomó prestado-, e inclu-
so es posible que no lo haya tenido nunca. Por eso la indefinición es la res-
puesta del saber popular a la cuestión del tamaño del mundo y de sus lími-
tes.
Por otro lado casi huelga decir que la representación simbólica de un
mundo construido como una amalgama de unidades con plenitud cosmo-
lógica, colisiona frontalmente con el principio indoeuropeo de organizar el
espacio en torno a un centro mitológico, ya que éste contiene la negación
implícita de la posibilidad de plenitud cosmológica de cualquier unidad de
paisaje. El centro mitológico que se constituye a modo de embajada del
Cielo en la Tierra es el que da sentido a todo el mundo, que se agrega en
derredor suyo. Centro o periferia, no hay más alternativas. Ser el centro de
la periferia o constituir la periferia de algún centro. Pero lo que la organi-
zación espacial de la mitología indoeuropea en ningún caso permite es la
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REPRESENTACIONES ESPACIALES
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3.8. LA HISTORIA
Junto a la dimensión política, las representaciones del mundo tienen
también consecuencias a nivel individual, que van a determinar y caracte-
rizar la actitud de la persona ante la vida. Todos los humanos tenemos que
vivir en la Tierra. El aprecio que sintamos por ella dependerá de la imagen
que nos transmita el ideario mitológico que constituye nuestro contexto.
Ciñéndonos a las mitologías vasca e indoeuropea, cualquiera puede intuir
que las actitudes ante la vida no serán muy semejantes. Aunque todos
hollamos la misma Tierra, siguiendo los dictados de la primera, el indivi-
duo vive sumergido en la plenitud y autosuficiencia del cosmos, sin salir de
su unidad de paisaje, pero quien está bajo el influjo de la segunda, posará
sus ojos en el Cielo, donde reside todo lo que es grande y bueno, mientras
permanece inexorablemente atado a una Tierra mezquina e incompleta.
Estas dos situaciones dan origen a dos actitudes distintas ante la vida: Una
sedentaria y tranquila, y otra inquieta y dinámica.
La representación cosmológica de la mitología vasca tiene como con-
secuencia ideológica principal el sedentarismo: sedentarismo espacial,
como ya hemos subrayado en el capítulo anterior, e igualmente sedentaris-
mo espiritual, en la medida en que al habitar un cosmos de plenitud auto-
suficiente no hay necesidad de salir de él para ir a buscar nada; cada cual
nace, vive y muere en su casa, y tras la muerte sigue integrado en la comu-
nidad que constituyen los vivos y los antepasados difuntos, donde gozará
de las ofrendas de luz y alimento que diaria y puntualmente le ofrendarán
sus descendientes. El ciclo del nacimiento, la vida, la muerte y el más allá,
se inicia, se desarrolla y se culmina en el interior del minúsculo ámbito cós-
mico autosuficiente.
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EL FIN DE LOS GENTILES
INTRODUCCION
Esta segunda parte titulada “El fin de los gentiles”, nos propone un
punto de vista totalmente nuevo para el estudio de la mitología vasca, radi-
calmente distinto del tipo de aproximación que hemos intentado en la
“Mitología Vasca Comparada” en la primera parte de este libro. Dicha
aproximación ha consistido en intentar aflorar el contenido ideológico de
la representación cosmológica y de los modelos de conducta social trans-
mitido por los mensajes mitológicos, tomados estos en su conjunto:
Hemos hablado de las representaciones del mundo, del simbolismo asocia-
do a las fuerzas de la Naturaleza, de las actitudes de los seres sobrenatura-
les hacia las actividades humanas, de las propuestas de conducta social, y
de otros temas semejantes. Sin embargo ahora, vamos a situarnos más
cerca de la Historia que de la sociología. Nuestro propósito no va a ser ya
estudiar los restos originales de una mitología con una visión de global y
de conjunto, para deducir de los mismos una serie de pautas ideológicas
comunes. Nuestro propósito en esta segunda parte, va a ser simplemente
reconstruir la historia de un mito concreto, del que se han registrado
numerosas versiones en el País Vasco, y tratar de establecer con precisión
su origen y distribución, y de describir las modificaciones que haya podi-
do sufrir. Un punto de vista historicista, una actitud de reconstrucción y
un propósito que casi podríamos tildar de arqueológico. Analizaremos las
distintas versiones vascas del fin de los gentiles, y trataremos de encontrar
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relatos fuera del País Vasco, que pudieran estar emparentados con el
mismo. O quizás, siendo más precisos y más humildes, trataremos de
encontrar motivos (subunidades de relato) que puedan estar relacionados
con los motivos que aparecen en el fin de los gentiles. Por último, habrá que
formular las hipótesis que arrojen más luz y que mejor se avengan con el
significado del mito y con la distribución geográfica que el estudio revele.
Establecer una comparación entre las versiones vascas del fin de los
gentiles y los materiales comparables que vayamos encontrando aquí y allá,
conducirá a tener que formular hipótesis sobre el origen del mito, y a dis-
cutir también sobre el origen de los vascos. Todo este tipo de debates, del
que hemos prescindido en la primera parte del libro, -ya que eran irrele-
vantes a la hora de determinar las pautas ideológicas contenidas en la mito-
logía vasca-, van a cobrar protagonismo en adelante, porque así lo dicta
nuestro nuevo objetivo: la reconstrucción histórico-arqueológica del ori-
gen y el significado de un mito concreto.
Si hemos de triunfar en un empeño reconstructivo tal, necesitamos
en primer lugar una completa caja de herramientas metodológicas, para
que el análisis sea ágil y penetrante, al tiempo que prudente y pertinente.
La metodología que emplearemos descansa en tres pilares: el primero, un
conocimiento profundo de las leyes que gobiernan la evolución de los rela-
tos orales, entre los que se incluyen los mitos; el segundo, una imagen níti-
da de lo que son la mitología vasca y la indoeuropea, basada en las conclu-
siones de la Mitología Vasca Comparada; y el tercero, el más escrupuloso res-
peto por la Arqueología, que nos servirá para guiar nuestras hipótesis ini-
ciales y para validarlas en su caso, en último término. Veamos con más
detenimiento cada uno de ellos.
Los relatos orales, en tanto que orales, tienen una existencia inestable
y cambiante, hasta que el bolígrafo o el magnetófono los hace presos. Los
límites de las capacidades humanas para escuchar y recordar, se constitu-
yen en factor de inestabilidad para cualquier narración que deba ser trans-
mitida de boca a oído.
Se podría pensar que el conjunto de cambios y transformaciones que
un relato oral puede sufrir como consecuencia de los factores que provo-
can tal inestabilidad (los factores que perturban la comunicación) es exce-
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ANÁLISIS DEL RELATO
Dicen que viviendo los gentiles en una cueva de Leizai, apareció en el cielo una
estrella de singular hermosura. Al verla, se asustaron los gentiles, y andaban inquirien-
do lo que iba a acontecer en el mundo. En cierta ocasión sacaron del interior de su cueva
a un anciano medio ciego, abriéronle los párpados con una pala de hornos, lo pusieron
mirando al cielo, pensando que él conocería qué significaba la estrella. En cuanto la vio,
exclamó: “¡Ah, niños míos! ha nacido el Kixmi, ahora somos perdidos. Lanzadme por
este precipicio”. Los gentiles llamaban Kixmi a Jesucristo, y dicen que Kixmi significa
mono. Como lo dijo, precipitáronle por los peñascales abajo, y así murió el anciano gen-
til. Después, al empezar a difundirse el cristianismo por el mundo, los gentiles se despa-
rramaron y se perdieron luego.
Lo que se nos refiere en esta leyenda es pues, que una estrella mara-
villosa fue la que hizo saber a los gentiles la nueva del nacimiento de
Jesucristo, y que desde entonces, a partir de la expansión del cristianismo,
fueron despareciendo paulatinamente. El viejo gentil interpretó acertada-
mente el significado de la estrella maravillosa que apareció en el firmamen-
to,- quizás la misma estrella que guió a los Reyes Magos hasta Belén-,
como la señal que anunciaba el advenimiento de Cristo y el cristianismo, y
la consiguiente extinción de los de su raza. El viejo gentil, que quizás no
quiere ser testigo de tal extinción, pide a los otros gentiles que le ayuden a
acabar con su vida, favor que estos ejecutan al punto. Por último la leyen-
da refiere la progresiva y completa desaparición de los gentiles que siguió
al evento. El propio Barandiarán llega a una conclusión semejante cuando
comenta a propósito de esta leyenda139
La significación histórica del relato aparece clara, puesto que todo él tiende a con-
memorar dos acontecimientos históricos: la venida de N.S. Jesucristo y la destrucción del
gentilismo
Sin embargo, todos estos comentarios son fruto de una primera
aproximación, son conclusiones inmediatas y precipitadas derivadas de
una lectura superficial. En efecto, si le damos un segundo vistazo con un
poco más de atención y con una mirada más crítica, inmediatamente sal-
tan a la vista dos irregularidades bastante evidentes. Una se refiere a un
punto del texto, y la otra al relato en su conjunto y a su significado.
139 Ibid, p.31
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El punto en el que hay que detenerse con calma y mirar con pruden-
cia es en el episodio del levantamiento de los párpados el viejo gentil. El
relato nos habla de la avanzada edad y de la ceguera del viejo gentil para
explicar la curiosa operación de levantar sus párpados con palas de horno
a fin de que pueda ver la aparición que los asusta. Curiosa y extraña en ver-
dad. No se puede ocultar el aroma de racionalización que se desprende de
tal explicación. Es evidente que la ceguera no consiste en la imposibilidad
de erigir los párpados, y de hecho en cuanto esta operación es ejecutada
por los demás gentiles, vemos que el viejo goza de una vista excelente con
la que divisa la estrella maravillosa sin problema alguno. Por tanto, pode-
mos pensar que no está ciego y que la ceguera tiene muchas probabilida-
des de ser una racionalización tardía, que se habría incorporado al relato
para explicar el significado de un gesto que nos parece totalmente extraño,
pero cuya extravagancia habría derivado de la pérdida de la información
contextual que podía aclarar su significación original.
La segunda cuestión hace referencia al significado de la leyenda. Éste,
según hemos avanzado, sería que la aparición de la estrella maravillosa que
anuncia el nacimiento de Jesucristo, supuso el inicio de la desaparición de
los gentiles. Es evidente que, contemplado desde una óptica cristiana, sería
de esperar una leyenda que contara la conversión de los gentiles a la nueva
doctrina, y no el relato que nos encontramos, según el cual el nacimiento
de Jesucristo es causa de muerte de estos seres, que como ya sabemos, son
bondadosos y solidarios. El discurso cristiano sobre la evangelización de
los paganos europeos es muy claro en este sentido: los paganos suelen ser
fuertes y bárbaros, cualidades a las que se oponen, por parte de los cristia-
nos, la mansedumbre, la piedad, la caridad , el abrazo del martirio y la capa-
cidad de obrar milagros. Este cocktail de virtudes se lleva en último térmi-
no siempre la victoria, victoria que se plasma en la conversión de los paga-
nos a la verdadera fe, tras lo cual se manifiestan la rectitud y nobleza que
anidaban en sus corazones. Todos estos aspectos faltan por completo en
el texto que analizamos: La conversión al cristianismo ni siquiera se men-
ciona como opción y lo que es peor aún, el anuncio del nacimiento de
Jesucristo se convierte en causa de muerte ante nuestros ojos. La estrella
anunciadora conduce a la desaparición, a la muerte de los gentiles, en lo
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que parece ser, a juzgar por la leyenda, un destino inexorable. Ese mensa-
je de muerte que la narración no consigue ocultar del todo, se antoja bas-
tante incompatible o incluso plenamente contradictorio con la esencia y el
contenido del discurso ideológico de la religión cristiana cuyo advenimien-
to anuncia supuestamente. Por tanto, las dos reflexiones que acabamos de
evocar nos conducen a pensar que la significación original del relato pudie-
ra ser bastante distinta de la que actualmente se le atribuye. A continua-
ción, intentaremos avanzar en esta duda, mediante el análisis de las restan-
tes versiones del mito. Empezaremos con una de Oiartzun140
Dicen que los moros141 vivían en las cuevas. Entonces, sin duda, no se veían
nubes; mas he aquí que una vez aparece en el cielo una hermosa nube, y todos queda-
ron maravillados. Tenían un abuelo muy anciano, ciego ya hacía tiempo. Pensando que
este sabría qué significaba la nube, sacáronle del rincón de la cueva en que se hallaba,
a la luz del zaguán. Como estaba ciego, abriéronle los ojos con horquillas de haya, que
ex profeso habían hecho en el bosque. El anciano abuelo al ver la nube dijo: “jóvenes,
ha pasado nuestro tiempo: Jesús ha nacido al mundo y nosotros somos perdidos”. Al
decir esto, todos encogidos mentiéronse en la cueva y se acabó: nunca más volvieron a
salir. Por eso cuando caíamos al suelo al tropezar con algo, nos decía el abuelo: “habrá
que abriros los ojos con horquillas de haya como al moro?”
En esta versión, la relación entre el anuncio del nacimiento de
Jesucristo y la extinción de los gentiles, es si cabe más vinculante y más
inmediata que en la versión anterior. En aquella de Leizadi se nos decía que
a raíz de la aparición los gentiles iniciaron su declive y se sugiere que la
extinción se produjo de modo gradual y paulatino. Sin embargo en esta de
Oiartzun, el fin de los gentiles (de los moros),- simbolizado por esa entra-
da en la cueva de la nunca volverán a salir, es la consecuencia inmediata y
directa de la profecía del viejo vidente invidente. La ausencia del despeña-
miento de éste da a esta versión un aspecto más amable que la anterior de
Ataun, pero la extinción de todos los gentiles, “enterrados” en las entrañas
de la tierra es la consecuencia evidente que no podemos ignorar.
140 Ibid, p.31
141 Denominación alternativa de los gentiles. La tendencia a nombrar a los gigantes haciendo referencia a una etnia
extranjera fuerte y temible la encontramos igualmente en Alemania donde conviven los términos Hühnen (Hunos) y
Riesen (Gigantes)
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echadme por el vecino precipicio”. Y los suyos le echaron peñas abajo y, seguidos de la
nube luminosa -huyendo de la misma-, corrieron hacia Occidente, y al llegar al valleci-
to de Arraztaran, se metieron precipitadamente debajo de una gran losa que desde
entonces se llama Jentillarri “sepultura de los gentiles” o “piedra de los gentiles”: es el
dolmen de este nombre, tumba de doble cámara que años más tarde exploré en compa-
ñía de los Dres. Aranzadi y Eguren. Así tuvo fin la gentilidad, según la leyenda.
Esta versión que olvida erigir los párpados del gentil sabio presenta
dos características reseñables: Por un lado es capaz de dar salida a la con-
tradicción observada en versiones anteriores entre la nube anunciadora y
la nube ejecutora del fin, haciéndola asumir ambos papeles sin ningún tipo
de incompatibilidad. Esta nube, que posiblemente se ha vuelto luminosa
para justificar mejor su carácter maravilloso o extraordinario nos es pre-
sentada en primer término como anunciadora del nacimiento de Jesucristo
y por consiguiente del fin de los gentiles, al igual que en la mayoría de las
otras versiones; y a continuación, se abalanza sobre los aterrados gentiles
hasta que acaban su huida bajo las piedras de Jentilarri, lo mismo que
vimos en la versión de Zaldibia. De este modo se confirma el carácter
temible y maligno de la nube, aunque sigamos sin poder determinar cuál
su fuerza y por qué resulta tan maligna. La segunda característica reseña-
ble, -estrechamente vinculada a la actuación de la nube-, es que aunque esta
versión meta al cristianismo en el asunto, esto no produce un efecto edul-
corante, y el relato presenta la extinción de los gentiles en toda su crude-
za, aun relacionándolo con el nacimiento de Jesucristo. Recordemos que
en las versiones que habíamos visto hasta ahora, las menciones a la religión
cristiana conducían a una expresión más eufemística del fin de los gentiles.
Esta versión refuerza nuestra impresión en el sentido de que la leyen-
da del fin de los gentiles hablaba originalmente precisamente de eso, de la
extinción súbita y masiva de estos seres, y que el advenimiento del cristia-
nismo ha podido ser una incorporación tardía al relato para facilitar su
comprensión, tras la pérdida de los elementos contextuales que la dotaban
de sentido.
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Próxima a Jentileioa, existe en la misma peña una oquedad, que se dice fue coci-
na de los gentiles. En ella vivió el último superviviente de esta raza, anciano a quien
levantaban los párpados con pala de horno, a fin de que observase las estrellas. En cier-
ta ocasión, después de haberlas observado, dijo esta sentencia: “Akabau da jende uma-
146 JMB II, p.212
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A los gentiles de Akotain (Idiazabal) se les presentó como una pequeña estrella.
____________________________________
En Cerain los gentiles reconocieron a Kixmi en una nube que venía del mar, la
primera que veían en su cielo. Su viejo jefe les dijo que aquello era un caldero que traía
agua del mar.
____________________________________
Los gentiles del monte Iturbei (Hernani), saliendo de su caverna, vieron que
había nevado, y su viejo jefe y asesor les dijo que su casta se acababa, pues venían los
pilistriak (cristianos)
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en todos los casos el resultado es la muerte del “viejo” gentil. Este deceso
de aspecto bastante salvaje, siempre es solicitado por el propio gentil pro-
feta justamente tras haber pronunciado su oráculo de muerte para toda su
raza. No quedan muy claras las razones que pudiera tener para pedir tal
favor, pero podría interpretarse como que no se resigna al destino que
acaba de profetizar y que no quiere ser testigo de la muerte de sus compa-
ñeros. Sin embargo, estas explicaciones, las mejores que me vienen a la
mente, siguen sin resultar completamente satisfactorias. Sin caer en discu-
siones estériles sobre la lógica o el sentido común de los que adolece o
carece la decisión del vidente, consideremos algo bastante evidente: Si
alguien quiere quitarse la vida despeñándose, puede hacerlo sólo y sin
requerir asistencia alguna de nadie. La supuesta vejez del gentil tampoco es
excusa, porque, además de ser probablemente una característica tardía
inducida por la pérdida de informaciones contextuales, no aparece en la
versión Azkue, donde nos es presentado como el jefe de los gentiles, a
pesar de lo cual también él solicita esa asistencia a sus compañeros. Y en
todo caso, despeñarse por un barranco es algo que está al alcance incluso
de una persona mayor y débil. Sin embargo las tres versiones son rotundas
en su coincidencia: El profeta, que desea suicidarse, pide la asistencia de
sus compañeros para culminar su propósito. Si olvidamos por un instante
las palabras que adornan el relato y nos fijamos simplemente en la suce-
sión de los hechos, veremos que los gentiles arrojan al abismo al compa-
ñero profeta que acaba de augurar el fin de su raza. He ahí el hecho incon-
testable que deberemos intentar comprender con una explicación mejor
que la que nos ofrece la leyenda.
Aunque podríamos evocar diversas posibilidades para justificar tal
comportamiento, dos ideas acuden a la mente de manera inmediata:
Castigo y sacrificio.
Según la primera, el comportamiento de los gentiles sería la enésima
manifestación del viejo reflejo de matar al mensajero. Los gentiles arroja-
rían al vidente por el precipicio para castigarlo por el destino fatal que les
ha anunciado. Sin embargo, esta hipótesis plantea algunas objeciones: Por
ejemplo, no se entendería que tratándose de un castigo, la versión Azkue
nos muestre a los gentiles enterrando con pompa a quien acaban de ajus-
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ticiar. Pero aún hay más: Las versiones Leizadi y Barandiaran muestran con
claridad que los gentiles saben que la señal que ven el cielo es un mal pre-
sagio, porque se asustan al verla. La estrella misteriosa de una y la nube
luminosa de la otra son vistas desde el inicio por los gentiles como temi-
bles y amenazantes; saben que no anuncian nada bueno, y no disimulan su
inquietud y su temor. En este contexto, podríamos decir que la profecía del
gentil vidente es algo esperado, que no es más que la confirmación de las
sospechas que abrigaban. Y esta atmósfera de resignación parece debilitar
la hipótesis del castigo, que percibimos como algo excesivo, dadas las cir-
cunstancias. Más aún en el caso de la versión Barandiaran,- donde la nube
luminosa asume el doble papel de objeto anunciador y ejecutor de la ame-
naza-, en la que la hipótesis del castigo debería ser totalmente descartada,
ya que no resulta creíble que la comunidad de los gentiles, que desde el ini-
cio ha percibido claramente la amenaza y que en unos instantes van a que-
dar sepultados huyendo del ataque de la nube, pierdan los pocos instantes
que les quedan en castigar al compañero profeta que no ha hecho sino
confirmar sus temores y anunciar ese fin que llega de modo inmediato.
Parece más adecuado, pues, considerar el despeñamiento una modalidad
de sacrificio humano, destinado quizás a aplacar o a propiciar a las fuerzas
ocultas en la nube misteriosa, y a conseguir que esta no ejecute su amena-
za. El sacrificio no alcanza su objetivo, pero esto no debilita la hipótesis,
hipótesis que encaja a la perfección con la versión Azkue del relato y expli-
ca de modo convincente el entierro, como una celebración en honor del
quien ha sido ofrecido en sacrificio. La hipótesis del sacrificio humano se
acuerda bien además con el carácter amenazante y agresivo que muestra la
nube en las versiones que consideramos más cercanas al original. El sacri-
ficio del profeta sería el vestigio de un ritual, de una técnica sacrificial pre-
cisa, el último recurso mágico-religioso que emplean los gentiles en un des-
esperado intento por evitar el destino que les aguarda a la vuelta de la
esquina.
Poco podemos decir sobre las características de tal supuesta actividad
sacrificial humana: solamente constatar diversos aspectos que aparecen en
la leyenda. El sacrificado es siempre el profeta y la técnica sacrificial es
siempre el despeñamiento. El ejecutor es la comunidad en pleno, es decir,
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mágica, aunque no podamos precisar nada sobre el tipo de magia que sim-
boliza.
Lo que falla en este balance, es una prueba que valide de forma feha-
ciente esta hipótesis, que en este momento no puede reivindicar más que
su plausibilidad, pero en ningún caso su certeza. Nuestras hipótesis son las
más lógicas, las más reveladoras y las más satisfactorias a la hora de orde-
nar y explicar el corpus de leyendas que hemos reunido149, pero no es lo
mismo ser “las más satisfactorias” que ser “satisfactorias”. El trecho se
salva con la ayuda de una prueba definitiva de la que aún carecemos. Y
teniendo en cuenta el tiempo histórico al que nos remite nuestra hipótesis,
la esperanza de encontrar una prueba definitiva tal, parece tener bastante
de ensoñación.
Avancemos, no obstante, que el sueño se cumplió y que dicha prue-
ba definitiva finalmente apareció. Sin embargo, dado que el evento se pro-
dujo en el último momento, de modo inesperado y tras haber culminado
la encuesta bibliográfica sobre la que se construyó la investigación, encues-
ta que se había dirigido por otros derroteros, seguiremos nuestra exposi-
ción en el mismo orden cronológico en que se desarrolló el trabajo.
149 El comentario hace referencia a la tesis doctoral del autor, “Études de Mythologie Basque et Indo-européenne”, del que
están extractadas estas páginas.
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LA NUBE ANUNCIADORA
lo mismo el humo que la niebla, aunque en el texto se salte sin más del pri-
mero a la segunda. Todo lo anterior nos lleva a formular como hipótesis
que la imagen de una nube de niebla pudo ser percibida como temible por
los aborígenes, y que los celtas pudieron usar ese temor para fabricar una
representación, racionalizándola para adaptarla a su punto de vista.. Al
igual que en el caso de Balor, los celtas echan mano de la mitología que
traen consigo y extraen de la misma los materiales para elaborar dicha
racionalización. En este caso usan el tema del manto de invisibilidad que
oculta las tropas al enemigo,- bien conocido en la mitología indoeuropea-
, y lo acoplan al motivo de la nube de niebla, que resulta temible para los
naturales.
Esta hipótesis se ve apoyada cuando empiezan a surgir en Irlanda
más nubecillas misteriosas, ninguna de las cuales alberga soldados en su
vientre. Los ejemplos que vamos a presentar resultan aún más significati-
vos si pensamos que son los únicos que existen en todo el mundo. Una
soledad comparable a la que hemos observado en la encuesta sobre la erec-
ción de los párpados151. Encontramos el primer ejemplo en una leyenda
que curiosamente nos refiere el nacimiento de Jesucristo152
Pero cuando la Virgen María estaba dando a luz a su hijo, todos los elementos
estaban quietos y en silencio, sin movimiento, como si estuvieran glorificando a su
Creador, pues no había entre los seres de la Creación ninguno que no estuviera esperan-
do al Creador, salvo los judíos infieles. Luego, estando José en el zaguán y María en el
interior, una nube luminosa y brillante apareció de súbito y descendiendo del firmamen-
to quedó suspendida sobre la cueva y sobre la ciudad, y pareciera que estaba saliendo
el sol sobre la cueva y sobre la ciudad (p.47ss)
Así andábamos (los pastores) con gran alegría y contento, cuando hacia la media-
noche vimos acercarse desde el oriente una nube luminosa que iluminó toda la planicie
de Belén. La nube tenía en su centro una forma brillante, agradable y venerable y de
su seno salían melodías a cual más dulce. Cuando la aparición llegó hasta donde está-
151 Las encuestas sobre cada uno de los motivos contenidos en el mito del fin de los gentiles se realizaron basándo-
se en el índice de Stith Thompson, en el que están representados casi todos los cuentos y leyendas registrados en el
mundo.
152 Royal Irish Academy Todd Lectures Series VI, 1894-95, p.47ss, p.53ss
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153 Existen otros dos ejemplos de nubes que podrían encajar en nuestra encuesta,- uno en Irlanda y otro en
Inglaterra-, pero la ausencia total de información en cuanto a su simbolismo o actividad las deja al margen de nues-
tro estudio. En ambos casos sus apariciones no anuncian nada, no realizan ninguna acción, y ni siquiera inducen a
quienes las observan a formular algún tipo de pronóstico o a especular sobre su significado. El primer ejemplo está
extraído del Tripartite Life of St. Patrick de W. Stokes (I,p.27): “Cainnech,- hallándose en el mar-, vio que la nube negra de los
demonios le adelantaba”. El segundo ejemplo nos muestra una nube sanguinolenta, junto a otros varios fenómenos
extraordinarios. Los presenta E.D. Giles en su obra Anglo-Saxon Chronicle publicada en Londres en 1941. Así reza el
texto (p.85): Año 979. (…). En el mismo año apareció con frecuencia una nube ensangrentada, como con aspecto de fuego; aparecía
destacada a medianoche y tenía rayos de colores: desaparecía al amanecer.
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154 M.L. Sjoestedt: Le siège de Druim Damhghairé. Revue Celtique VII, 1926
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casi todos los temas importantes: Expediciones militares, … Los oráculos de los drui-
das solían basarse en dos tipos de datos; por un lado en la observación de algunos fenó-
menos u objetos naturales, y por otro en ciertos ritos artificiales: Y cuando se hallaba
en estos menesteres el druida se convertía en “faith”, es decir, en profeta.
También sacaban conclusiones de la observación de las nubes. Una víspera de
“Samain”(1º de noviembre), hallándose Dathi, rey de Irlanda (405-428 d.C.)en Cnoc-
nan-druad (“la colina del druida” en el actual Mullaroe) en el municipio de Skrean del
condado de Sligo al oeste de la bahía de Ballysadar, donde tenía entonces su residencia,
ordenó a su druida adivinar los eventos más importantes que sucederían en su reinado
desde aquel Samain hasta el siguiente. El druida subió a lo alto de la colina y tras pasar
allí la noche volvió al amanecer y como hiciera la bruja con Macbeth, se dirigió al rey
de este modo: -“Estás despierto, oh rey de Erin y Alban (Irlanda y Escocia)?”
–“Por qué ese apéndice a mi título?,- preguntó el rey-, yo no soy rey de Alban.
Y el druida le contestó que “había consultado las nubes de los hombres de
Irlanda” y que por ellas había sabido que el rey emprendería una expedición victoriosa
y plena de éxitos a Escocia, Inglaterra y Galia. Y así sucedió algo más tarde, según lo
pronosticado.
A esta noticia sobre la adivinación por las nubes, debemos añadir la existencia
en la lengua irlandesa del término “neladoir” para designar a un astrólogo o adivino: y
del término “neladoracht” que designa la piromancia (adivinación por el fuego) en un
viejo texto irlandés sobre la declinación latina. Pero el significado primigenio de “nela-
doir” es el de “adivino de nubes” y el de “neladoracht”, “adivinación mediante las
nubes”, porque “nel, neul, nell”, significa aún hoy “nube”, y no “estrella” ni “fuego”.
Formulemos para cerrar este capítulo, la conclusión principal que se
deriva de la aparición del término “neladoir”: el gentil adivino es también
un lector de nubes, y gracias a la prueba que aporta este nuevo dato pode-
mos concretar con mayor precisión el significado de la acción de levantar
los párpados, que desde el inicio, venimos considerando un gesto de carác-
ter mágico: Podemos afirmar ahora, con mayor seguridad, que la alzada de
párpados es el gesto mágico aparente que hace visible y manifiesta a quie-
nes lo contemplan la acción adivinatoria. Las nubes que hemos encontra-
do en Irlanda y esta mención postrera del neladoir borran definitivamente
cualquier sospecha que se pudiera albergar en torno a que la alzada de pár-
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LA RAZA DE PARTHOLON
Aunque nos quedan aún otros dos caminos que andar en nuestro
estudio, este es un buen momento para realizar un balance provisional del
mismo. Tras concluir las encuestas sobre la alzada de párpados y la nube
misteriosa, cuáles son los avances conseguidos?
En cuanto a la primera, no podemos decir que hayamos conseguido
el objetivo, aunque sí que hemos dado algunos pasos en la buena dirección
hacia el éxito. Por un lado hemos confirmado que las referencias al naci-
miento de Jesucristo y al advenimiento del cristianismo contenidas en casi
todas las versiones de la leyenda vasca, son inserciones tardías de propósi-
to racionalizador, que no guardan relación con el significado original del
mito. Todas las correspondencias que hemos hallado en Irlanda, -salvo las
nubes luminosas de Belén,- para los dos motivos estudiados, no han apa-
recido en contextos cristianos (Batalla de Moytura y sitio de Drum
Damhghairé), y esto nos ha confirmado en la convicción que ya poseíamos
sobre la ausencia de significación cristiana del relato original. Sin embargo,
se trata de una simple confirmación de algo que ya estaba argumentado
con bastante solidez, por lo que este avance no puede considerarse de
mucha relevancia. Lo que sí puede considerarse más importante es el avan-
ce en la comprensión del significado de la erección de los párpados del
gentil adivino, cuya consecución se debe al hallazgo del “neladoir”. La
figura del “lector de nubes” permite interpretar el gesto chocante del gen-
til profetizador, como un gesto ritual asociado a una actividad adivinatoria
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156 D’Arbois de Jubainville. Le cycle mythologique irlandais et la mythologie celtique. Paris, 1884, p.50ss.
157 Census of Ireland for the year 1851, p.41
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I.- Luego Neimid murió víctima de la epidemia (Tamh), junto con sus tres mil
compañeros en la isla de Ard Neimhid en Crichliathain , en Munster, en el lugar que
hoy se llama Barrymore o Isla Mayor, cerca de Cork. Tras esta era, según los analis-
tas, Irlanda permaneció vacía durante 200 años.
Esta sucesión de pasos, llegada-colonización-mortandad súbita-vacío, apare-
ce un poco edulcorada en las siguientes colonizaciones, pero las súbitas
mortandades siguen tiñendo con frecuencia el destino de los habitantes de
la mitología irlandesa.
Hace un momento nos preguntábamos si podíamos albergar alguna
esperanza de encontrar vestigios del fin de los gentiles en Irlanda. Pues
bien, esta mortandad que afecta a la raza de Partholon puede ser la res-
puesta afirmativa que nos haría tan felices. Pero, es acaso la raza de
Partholon una raza de gentiles o gigantes? Veamos cómo nos los describe
el Leabhar Gabhala159
Los hombres honestos excavaron las tumbas. No se puede encontrar fuerza com-
parable a la de aquellos, ni siquiera entre los santos. La epidemia acabó con sus fuer-
zas, no fue aquel un final dulce para estos hermosos héroes. Hombres y mujeres, mucha-
chos y muchachas, todos murieron en el llano boscoso de Moteir.
Fuertes como los gentiles, y como los gentiles, usan sus fuerzas para
trabajar, y no para guerrear. Escuchemos lo que nos dice Giraldus
Cambrensis a este respecto160
Pero en tiempo de este Bartholeno, encontramos pocas acciones importantes que
reseñar. No más que las siguientes: Cuatro lagos de gran extensión que surgieron súbi-
tamente de la tierra; cuatro bosques convertidos en tierra de labranza, tras talarlos com-
pletamente e incluso extraer las raíces con gran sudor de muchos. Porque en aquel tiem-
po toda la tierra estaba cubierta de selvas enormes y de bosques fructíferos, salvo algu-
nos pocos montes, y así casi no había tierra arable. De hecho aún hoy son pocos los sem-
brados en comparación a los bosques. Pues Bartholeno, junto con sus hijos y sobrinos,
empezaron a conseguir una gran abundancia, tanto en el fruto de su trabajo, como en el
de su descendencia.
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LA NUBE EPIDÉMICA
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es el tema tratado en la saga “la nubecilla azul”, la más bonita que conocemos en
Twente.
Sin embargo, de esta saga existe también una variante, de cuya existencia me
enteré por el viejo Andrés, del caserío Meuienboer, en Rutbeek, un domingo por la tarde.
“En Aamsvene,- me dijo- ,vieron una vez una pequeña nubecilla azul acercán-
dose por el campo. La gente pensó que podría tratarse de una nubecilla de la Peste. La
atraparon en el hueco de un árbol y la encerraron tapando el hueco con una madera que
clavaron al árbol. Al año siguiente pensaron que sus efectos maléficos ya habrían des-
parecido, y llenos de curiosidad de ver lo que habría quedado de ella, quitaron la made-
ra. Y he aquí que salió la nubecilla con una fuerza terrible, y de nuevo la gente empe-
zó a morir a miles. Después de que los campos habían permanecido en gran abandono
un año o más, vinieron los gitanos de Hungría, quienes se repartieron los campos. Pero
en el Hölterhof no ha vivido nadie desde entonces.”
Resumiendo, según la tradición oral, el Hölterhof quedó despoblado por la epide-
mia de peste de 1350.
En efecto, en unos libros agrarios en Enschede, que datan de los siglos XVI y
XVII encontré una mención a Hölteresch (campos de Hölter), de un modo que hace
suponer que ya entonces estos terrenos estaban en total abandono, confirmado por exca-
vaciones que se han hecho con posterioridad.
El siguiente texto está compuesto por la traducción de dos versos
originalmente en dialecto sajón y de los comentarios sobre las estrofas que
les siguen, todo ello referido al mismo suceso anterior165
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Mitología vasca conparada
Pero he dicho que una densas nieblas, unas tinieblas pútridas y malolientes pro-
venientes del campo Salopiense (Shropshire) y llevadas con calma por los vientos por toda
la Anglia fueron la causa de este suceso. Era fácil de reconocer por su aspecto y hedor,
pero también por los efectos que producía, si alguien quisiera considerar ambos aspectos
separadamente. Pues desde su primera aparición un hedor pesado delataba el mal, y se
vio una especie de nube desplazarse de un lugar a otro impulsada por el viento, y se
observó que esta peste siguió las huellas de esta nube, hasta que enrarecida la nube en
el espacio e instalado el contagio en la atmósfera circundante, a causa de las continua-
das partes del aire que acogían y devolvían el contagio o peste, la enfermedad se nos ino-
culó furtivamente y sin darnos cuenta.
Pasamos a Alemania, en concreto a la región de Oldenburg, de donde
nos llega la siguiente noticia. Este relato, que en seguida nos recordará a
otro que ya conocemos, fue recogido por Strackerjan y traducido al inglés
por Frazer, que es la fuente que hemos usado. Helo aquí169
En tierras de Neuenkirchen, en Oldenburg, existe un caserío, al que en tiempo
de la guerra de los treinta años llegó la peste, proveniente de la vecina ciudad, en forma
de un vapor azul. Entró en la casa, y se introdujo rápidamente en una oquedad de un
poste de la puerta de una habitación. El señor de la casa vio su oportunidad y rápido
como el rayo cogió un pasador de madera y lo clavó en el agujero con un martillo, dejan-
do a la peste presa. Sin embargo, transcurrido un tiempo, y pensando que la amenaza
se habría extinguido, extrajo el pasador. Horror!, el vapor azul sale del agujero rizán-
dose y reptando. La peste así liberada se cebó en todos los miembros de aquella pobre
familia y no dejó uno solo con vida.
Seis ejemplos parecen suficientes, si no para definir un ámbito espa-
cial definitivo, sí al menos para desvelar una orientación del mismo, con
sus tendencias, inclusiones y exclusiones. Vemos que dicho ámbito está
incluido en el continente europeo, y más precisamente en su borde atlán-
tico y en las Islas Británicas. Hay que subrayar además que esta distribu-
ción de motivos se ha obtenido partiendo de una encuesta no orientada,
basada en índices de motivos de ámbito universal, a pesar de lo cual los
ejemplos hallados se empeñan en concentrarse en esa región del planeta.
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Mitología vasca conparada
dad: no se trata de un indio o paquistaní, por más que ese sea el territorio
de donde proviene la noticia, sino un soldado británico, ya que toda la his-
toria transcurre en el interior de una instalación militar británica: la nube
pasa sobre la tropa que acude a la iglesia y las víctimas son soldados, como
con toda seguridad lo es también el testigo, aunque también pudiera ser
médico, enfermero o periodista. En cualquier caso, dado que las epidemias
no aparecen en realidad con aspecto de nube, y dado que dicha imagen no
es real sino perteneciente al acervo mítico-cultural de quien cuenta que la
ve, situaremos este ejemplo como producido en las Islas Británicas, y no
en el subcontinente indio.
Sin embargo las sorpresas no acaban con el ejemplo paquistaní. La
siguiente noticia, si nos fijamos en el apellido de quien nos la facilita, debe-
ría provenir del ámbito germánico, pero luego no ocurre así en realidad,
porque el título de la obra del tal Schreibner reza así: “Observationes et cogi-
tata de Pestilentiae que in Ucrania grassata est” He aquí la sorpresa y he aquí los
párrafos que nos hablan de la nube171
Según refirió aquel cirujano, digno de confianza, no observó aves sobre los luga-
res contaminados, pero sí una bruma flotando en el aire sobre ellos. A mediados de sep-
tiembre hacia el mediodía de un día despejado, entré en la fortaleza que había perma-
necido cerrada durante tres meses, donde pude ver un joven muerto por carbunclo, y
observé una bruma parecida. Los habitantes y la guarnición confirmaron que dicha
bruma solía permanecer allí.
La aparición de nuestra nube en tierras ucranianas, extiende conside-
rablemente su ámbito de influencia. Pero, se trata en realidad de un testi-
monio ucraniano? Veamos algunos datos más extraídos del mismo libro y
otros datos complementarios. Según cuenta el propio doctor Schreibner,
recibe el encargo de seleccionar un emplazamiento para que una parte del
ejército, que retorna victorioso, pase allí el invierno, ya que la peste empie-
za a dejarse sentir en Ucrania. Los comentarios que hemos visto los reali-
za mientras escudriña una ciudadela fortificada, acompañando a las tropas.
Por lo que he podido averiguar, la guerra a la que se refiere el texto es la
ruso-turca de 1735-39. En aquella guerra la alianza de rusos y austríacos se
171 J.F.Schreibner, “Observationes et cogitata de Pestilentiae que in Ucrania grassata est”, Petropoli, 1750 p.6
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Mitología vasca conparada
Restan tres ejemplos por mostrar: dos de ellos nos van a alejar de
nuevo de la costa atlántica, de la que apenas nos hemos movido hasta
ahora, para situarnos en los valles suizos. El primero nos conduce al can-
tón de Berna172
Cuando hace 200 años asoló el valle de Habkern en Berna procedente de la ciu-
dad de Brienzergrat, una terrible epidemia de pulmonía, llegada bajo la apariencia de
un pequeño vapor azul, vieron a la Muerte (masculino en el original alemán) pase-
ando por el valle segando con su guadaña dando alaridos. Le seguía una figura femeni-
na que barría con su escoba lo que aquel cortaba. La gente la llamaba Señora Muerte.
El segundo testimonio suizo procede de los alrededores de la ciudad
de Lucerna, concretamente de la localidad de Meggen, a orillas del lago de
los Cuatro Cantones. Es un ejemplo un poquito irregular, porque nos
habla de una nubecilla de humo azul, en lugar de describir la nube de vapor
azul que conocemos, pero a la proximidad ideológica y gráfica entre ambos
motivos, se une en este caso una semejanza funcional que no deja lugar a
dudas y nos induce a incluir finalmente este testimonio en el conjunto de
testimonios válidos. Escuchemos pues la historia, que desgraciadamente
no hemos podido hallar en su versión original completa, aunque tampoco
resulte difícil adivinar lo que falta173
Una peste devastadora dejó vacío el barrio de Meggen, a una hora de camino de
Lucerna. Allí vieron un pequeño humo azul llegar volando hacia un orificio de una
vieja casa de madera situada en el borde del lago, e introducirse en una grieta de la pared
de una habitación. “Eso es la peste”,- dijo uno de los presentes, y acto seguido se acer-
có y taponó la grieta con una cuña. Automáticamente desapareció la enfermedad en la
vecindad. Transcurridos muchos años, uno de la casa partió al extranjero como solda-
do. Cuando volvió a casa, dirigió su mirada a aquel lugar, y recordando el suceso dijo
medio en broma: “Veamos si aún está ahí el humillo”. Dicho y hecho, extrajo la cuña,
aunque alguien le insistió en que no lo hiciera, …
La misma recopilación de leyendas suizas nos facilita una referencia
que nos conducirá de nuevo a Prusia, a encontrar el último caso de nube
epidémica de esta encuesta. Se localiza en Tormersdorf, un pueblo cuya
172 A. Lütolf. Sagen, Bräuche und Legenden aus den Fünf Orten. Hildesheim, New York, 1975, p.114
173 Ibid, p.114 nº50: PESTRAUCH DER KEILT
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Mitología vasca conparada
lítica. Un caso único, un pequeño milagro que vale para redondear una
demostración.
Vamos a terminar comentando la distribución geográfica que nos
muestra el motivo de la nube epidémica. Su límite occidental se sitúa en el
País Vasco, el meridional en los Alpes suizos, el septentrional en la costa
atlántica, incluyendo las islas británicas, y el oriental en el río Elba. Este
límite oriental se justifica porque todos los ejemplos más orientales han
sido hallados en ambiente cultural germánico, y han de ser explicados por
las migraciones medievales de grupos germánicos, a partir de los siglos XII
y XIII.
Es de destacar además la ausencia total de testimonios válidos en
toda la cuenca mediterránea europea, y la querencia por la costa atlántica,
tanto en el continente como en las islas, de la gran mayoría de los ejemplos
presentados. Dos aspectos notorios que sin duda requieren una explica-
ción, explicación que, a no tardar, intentaremos esbozar en el capítulo
dedicado a la correspondencia arqueológica.
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LOS HALLAZGOS DE ÚLTIMA HORA
175 L. Strackerjan. Aberglaube und Sage a.d Herzogtum Oldenburg, Oldenburg 1909, t.I, p.411, nº258
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Mitología vasca conparada
zar el puente, temerosos de que éste se hundiera por el peso de la carga, y le pidieron que
dejara la piedra allí mismo. Nuestro protagonista accedió finalmente y la descargó, con
gran enfado, camino de Grobin, cerca de Rattenhof. Allí sigue hoy día, y los letones que
pasan por allí suelen mostrarla con asombro.
La versión original del relato subraya con más claridad el carácter
gigantesco del personaje y de sus herramientas177
Antes de la Peste (la última fue en 1709),- así cuenta la leyenda-, un hombre
forzudo de nombre Kinte vivía en la comarca de Hasenpot, en el Kintegesinde de los
Dzerven. Este Hércules letón podía cortar y alisar piedras enormes; incluso el bloque
más grande lo podía transportar con ayuda de su yegua blanca, y por dejar para la pos-
teridad el recuerdo de su fuerza, levantó su casa y todas las construcciones a su alrede-
dor con enormes bloques de piedra, y cerró sus campos con muros gigantescos.
Sin embargo, la información más reseñable que nos proporciona este
gigante, que al igual que los gentiles vascos se dedica a realizar grandes
construcciones en piedra, es la que hace referencia al tiempo en que ocu-
rren estas cosas, el tiempo de los gigantes, que nos es descrito por ese
“Antes de la Peste” que inicia la narración. Una peste es lo que separa nues-
tro presente del tiempo mítico de los gigantes, una peste que del mismo
modo que el Diluvio bíblico divide el tiempo en dos eras distintas, acaban-
do con el mundo antiguo y dando paso al nuevo.
El relato kurlandés no aparece relacionado con un sitio megalítico,
pero esto no va en menoscabo de su valor, ya que no se trata de una ver-
sión del fin de los gentiles, sino de una narración de un suceso del tiempo
de los gigantes, y por tanto el motivo de la peste no sirve más que para fijar
el marco temporal del relato. En cualquier caso, el uso de esa fórmula
introductoria revela que en el contexto donde se cuenta el relato ha tenido
que existir una leyenda que refiere cómo una peste causó la extinción de
todos los gigantes y el fin de su era. Desgraciadamente no conocemos la
versión kurlandesa de tal mito, pero podemos imaginar que no sería muy
distinta de las otras tres que conocemos.
177 Watson. Artículo sin título en la revista Jahresverhandlungen der Kürlandischen Gesselschaft für Litt. Und Kunst,
nº2. Mittau 1882, p.311
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Estos dos últimos ejemplos cierran el dossier del motivo del fin súbi-
to total de los gigantes, motivo que constituye sin duda el meollo ideoló-
gico de la cuestión y muestra el verdadero significado del mito del fin de
los gentiles: Un auténtico fin del mundo, comparable al Diluvio bíblico en
sus consecuencias de aniquilación del mundo antiguo y renovación total.
Un fin del mundo que separa el tiempo de los gigantes del tiempo de los
humanos. La escasez de apariciones del motivo, junto con la amplitud del
ámbito geográfico que nos muestra la distribución de los cuatro ejemplos
encontrados, coincide con lo que ya hemos visto en el dossier de la nube
epidémica y nos sugiere de nuevo una antigüedad notable. Por último, la
querencia atlántica mostrada por la nube epidémica se muestra aún más
exagerada en este caso, ya que los cuatro ejemplos evocados aparecen real-
mente pegados a su costa, desde Irlanda y el País Vasco a lo largo del con-
tinente europeo.
Hablamos de cuatro ejemplos porque en este momento tenemos en
mente la distribución geográfica, pero en realidad los ejemplos son más
numerosos. Incluso si tomamos como una sola las tres versiones distintas
que se cuentan a propósito del dolmen de Jentilarri, aún nos quedan diez
versiones distintas del mito en el País Vasco. Diez en el País Vasco, una en
Irlanda (recogida en múltiples registros pero todos referidos a la única tra-
dición de Tallaght), una en Oldenburg y una en Kurlandia. Si aún hay
alguien que quiera explicar esta distribución como procedente de una tra-
dición indoeuropea, realmente se esfuerza en vano.
El último fruto de nuestra encuesta bibliográfica es un dato que viene
a confirmar las hipótesis formuladas en torno a la alzada de párpados y al
origen doble de la personalidad de Balor.
Tras haber andado tanto camino en el estudio, quizás contemplamos
tales cuestiones con menor excitación y mayor lejanía. Las encuestas que
hemos culminado sobre la nube epidémica y la súbita extinción de los
gigantes, bastan de largo para dejar sentada la adscripción del mito del fin
de los gentiles a un estrato cultural preindoeuropeo, y nos facilitan los
medios semánticos para que lleguemos a comprender el significado de sus
motivos más oscuros. Las conclusiones obtenidas hasta ahora son sufi-
cientes, si no para probar definitivamente y más allá de toda duda, sí al
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tar el veneno de su ojo maligno, (un gesto que estaría relacionado de algún
modo con lo que hace el gentil clarividente del mito vasco), y que efecti-
vamente los celtas deformaron su significado original para adaptarlo a su
necesidad. Probado este extremo, el camino de la demostración queda des-
pejado.
El dato que reclamamos sólo puede proceder del folklore, y tenien-
do cuenta la edad del mito y su adscripción a una cultura sepultada bajo
capas posteriores, su supervivencia se antoja improbable. Y sin embargo
ese dato precioso existe. Ha pervivido en un lugar eminentemente aislado,
conservador y rico en tradiciones folklóricas, pero incluso en ese lugar se
extinguió su recuerdo hace mucho tiempo, y no sabemos de él más que
gracias a la bendita casualidad de que a un tal M. Martin, se le ocurriera
hacer trabajo de campo etnográfico en una fecha tan antigua como el final
del siglo XVII, cuando visitó las islas occidentales de Escocia. Entre las
noticias que reúne en su libro, figura una referida a una extraña facultad
que poseen algunos de los naturales de esas tierras178
La “segunda vista” es la curiosa facultad de ver las cosas que normalmente no
pueden ser vistas, para lo cual el vidente no realiza ningún tipo de preparación; la visión
produce una vívida impresión a los videntes, y mientras dura, estos no son capaces de
ver o pensar en ninguna otra cosa: y luego se muestran alegres o apesadumbrados, según
sea lo que se les ha aparecido.
Cuando se le aparece una visión, se produce una erección de los párpados de esa
persona, y los ojos permanecen fijos hasta que desparece la visión. Cuando a alguien se
aparece una visión, los que le rodean se dan cuenta en seguida, y así sucedió más de una
vez, que tanto yo mismo como los que estaban a mi alrededor nos dimos cuenta de ello.
Hay uno en Skye que,-según cuentan los que le conocen-, cada vez que tiene una
visión se le vuelve tan hacia arriba el interior de los párpados, que cuando ésta acaba,
tiene que usar sus dedos para volverlos a su posición, y a veces deja que otros le ayuden
en esta tarea, ya que juzga más cómodo que se lo hagan así.
Digamos en primer lugar que las islas occidentales de Escocia y la isla
de Irlanda constituyen una misma comunidad cultural desde antiguo, y que
178 M. Martin, A description of the Western Islands of Scotland, London 1716, p.300
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cia,- con las diferencias de matiz que ya hemos comentado-, pocas dudas
se pueden albergar sobre el carácter ritual y simbólico de dicha asistencia.
Gracias a este hallazgo, podemos desnudar a las versiones vascas de los
ropajes racionalizadores con los que se ha vestido y recuperar de modo
fehaciente su significación original. Confirmando nuestras sospechas ini-
ciales, el gentil profeta no es ciego, ni necesariamente viejo. Sus párpados
no son alzados de esa manera porque sea ciego, viejo o porque alguna
enfermedad le impida abrir los ojos, sino porque han de ser ritualmente
alzados de ese modo para que se sumerja en el trance adivinatorio en el
que “verá” la nueva de la extinción de su raza.
La mayor diferencia entre el vidente escocés y el gentil vasco estriba
quizás en el hecho de que a aquel se le aparecen las visiones súbita e incon-
troladamente, mientras que en el caso del gentil vasco parece que tiene
cierto control sobre su facultad, que aparentemente puede ejercer en el
momento que desee, como si se tratara de una técnica trabajada.
El testimonio de Martin no incluye referencia alguna a videntes que
tuvieran sus visiones a petición de sus compañeros, y sin embargo tal es la
situación en el caso de la leyenda vasca, donde las habilidades visionarias
del profeta no se despliegan más que cuando el resto de los gentiles lo soli-
citan expresamente. Lamentablemente, la evidente escasez de testimonios
hace imposible que podamos inclinarnos por alguna de las hipótesis que a
priori pueden imaginarse: Quizás los videntes escoceses tienen un cierto
autocontrol sobre su facultad, que no vendría explicitado en el testimonio
de M. Martin; quizás los gentiles sitúan al vidente ante la nube y esperan
pacientemente hasta que la visión lo asalte, ya que él no puede decidir
cuándo sucederá; quizás erigirle los párpados provoca automáticamente la
caída en el trance adivinatorio, … La respuesta es insegura. En cualquier
caso, incluso si existiera una divergencia a este nivel, tampoco sería de
extrañar que se hubiera producido, si reflexionamos que estamos hablan-
do de dos variantes de una misma tradición que han permanecido incone-
xas y alejadas durante varios miles de años.
La explicación que hemos hallado al gesto de la alzada de párpados,
ayuda igualmente en un punto que hemos comentado ya, al inicio de la
encuesta sobre la nube epidémica. En efecto, en cuanto hemos sido cons-
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cientes de que la nube del fin de los gentiles era una nube epidémica, ha
surgido una duda sobre la pertinencia de una de las impresiones deducidas
del análisis de las distintas versiones de la leyenda, en concreto, de la que
reza que la acción del gentil vidente tenía que ser entendida en función de
la nube.
La nube epidémica y la amenaza que contiene son bien conocidas de
los gentiles, y basándonos en ese conocimiento evidente hemos reflexio-
nado entonces que la acción del profeta se dirigía a determinar la dimen-
sión de los daños que la nube iba a producir, más que a explicar a sus com-
pañeros su significado, cosa que demuestran conocer de antemano, a juz-
gar por el miedo que su aparición les ha provocado. A esta consideración
se le añade ahora la aclaración, gracias al testimonio escocés, del significa-
do del gesto de alzar los párpados: la “segunda vista” asociada a dicho
gesto no se halla exclusivamente vinculada a la aparición de una nube. Se
trata de un arte adivinatorio de amplio espectro, y de hecho, ninguna de las
visiones escocesas menciona o se relaciona con una nube tal. Es cierto que
una gran parte de dicho espectro está constituida por anuncios de defun-
ción, visiones de funerales y de incendios, etc., pero las visiones también
incluyen bodas, nacimientos felices y llegadas de algún viajero. Siempre
sucesos que se salen de lo ordinario, y no sabríamos decir si la mayor pro-
porción de sucesos funestos es una característica de la “segunda vista”, o
si simplemente se debe a que en una pequeña sociedad agrícola, como la
sociedad en la que se circunscribe su práctica, tales sucesos funestos cons-
tituyen de modo natural la mayor parte de los sucesos extraordinarios que
se producen. Lo que queda claro es que el vínculo que muestra el mito del
fin de los gentiles entre la “segunda vista” y la nube epidémica, no refleja
más que una de las múltiples posibles aplicaciones de dicho arte adivinato-
rio.
De nuevo, y aunque a estas alturas del estudio resulte casi superfluo,
subrayaremos que la mitología indoeuropea carece de cualquier referencia
a una facultad adivinatoria que se manifiesta por la erección de los párpa-
dos; pero en fin, las apelaciones a un sustrato común indoeuropeo nunca
estarán lo bastante justificadas.
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Se puede comprobar que hace veinte años estaba más extendida que lo que lo está
ahora; porque si entonces lo veían diez, hoy día sólo lo ve uno.
La “segunda vista” no se circunscribe exclusivamente al ámbito de estas islas occi-
dentales, ya que poseo noticias de que la misma facultad existe también en varios luga-
res de los Países Bajos. Especialmente en Bommel, hay una mujer vidente, que debido
a su don provoca la amistad de unos y el miedo de otros. Esta ve un humo delante de
la cara de alguno, y esto es señal de la defunción de quien así ha visto; y de hecho anun-
ció la muerte de varios que vivían allí: Aún vivía en esa ciudad el pasado invierno.
Según el primer pasaje de este autor, que hemos evocado anterior-
mente, parece deducirse que la erección de los párpados es el gesto que
acompaña siempre al trance adivinatorio, aunque el hecho de recibir asis-
tencia para retornarlos a su posición lo hayamos encontrado sólo en un
caso en Skye. Por tanto si nos fiamos del señor M. Martin, habría que
extender el ámbito de influencia de la erección de los párpados al conjun-
to de las islas occidentales que visitó. Sin embargo no tenemos argumen-
tos que justifiquen extenderlo hasta los Países Bajos, porque aunque
Martin da por hecho que la “segunda vista” holandesa es exactamente la
misma que él observa en Escocia, no queda claro y explícito que dicha
apreciación incluya el gesto de la erección de los párpados, que es lo que a
nosotros nos interesa. El autor no realiza ningún comentario sobre este
detalle,- quizás porque lo dé por incluido en la identificación, pero nada se
puede construir sobre una base tan débil-, y en todo caso tampoco nos
habla desde su propia experiencia, sino basándose en noticias que le han
llegado. Es una pena, porque por otro lado además, ese humo que ve la
vidente de Bommel delante de la cara de los que van a fallecer, sugiere irre-
mediablemente que se puede tratar de una imagen asociada a la mortal
nubecilla de vapor, más aún cuando ya hemos visto en un ejemplo suizo
que el paso de vapor a humo no es en absoluto inverosímil. Y por supues-
to, a nadie extrañaría que el ámbito del motivo pudiera extenderse hasta los
Países Bajos. Pero,- digámoslo una vez más-, desafortunadamente el dato
que necesitaríamos, a saber, la alzada o erección de párpados, no aparece.
El ámbito de la adivinación y la clarividencia es excesivamente extenso y
resbaladizo como para adentrarse en el mismo sin un apoyo robusto. Un
motivo tan preciso y extraño como el de la erección de los párpados ofre-
ce la garantía de que podremos establecer que las distintas apariciones del
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mismo estén vinculadas. Pero siendo el mundo de las visiones, de los sue-
ños y de las adivinaciones un campo tan fecundo y tan extenso del espíri-
tu místico humano de todos los tiempos, no hay manera de adentrarse en
él a intentar establecer asociaciones o vinculaciones entre sus diversas
manifestaciones, a no ser que contemos con signos externos característi-
cos y significativos.
La conveniencia de formular estas reservas queda en evidencia a la
vista de las áreas de influencia que nos proponen los dos autores más rele-
vantes que han cultivado el tema de la “segunda vista”. Por un lado
Zurbonsen181 nos habla de las Hébridas escocesas, de Laponia, de las islas
Feroe, de Dinamarca, de Bretaña y de algunas regiones de Alemania, defi-
niendo un ámbito que, salvo por la mención a Laponia, tendría un buen
encaje en nuestra tesis. Pero a continuación, encontramos que la fuente de
la que bebe Zurbonsen, a saber, Du Prel182, añade a los anteriores la región
de París, la India, África y multitud de ejemplos clásicos griegos y romanos.
Es evidente que está mezclando realidades etnológicamente distintas.
En cualquier caso ambos autores olvidan citar muchas de las fuentes
escritas u orales en las que se basan para sugerir tales áreas de influencia,
lo que me hace temer que el motivo de la erección de los párpados no se
haya registrado jamás fuera de las Hébridas escocesas, y esto es cuanto
puedo decir sobre este punto. Quizás sólo añadir que visto lo escaso e
impreciso de la información que nos ofrecen, considero bastante difícil
que en el futuro tengamos la suerte de encontrar alguna sorpresa agrada-
ble que nos permita retomar y proseguir la investigación.
Es hora pues de cerrar este capítulo, con la siguiente conclusión en
torno al ámbito de influencia del motivo de la erección de los párpados:
Tenemos el círculo formado por el País Vasco, Irlanda y las islas Hébridas
escocesas, y aunque es más que razonable suponer que ha debido existir en
más lugares dentro del ámbito general que dibujan la totalidad de los moti-
vos del fin de los gentiles, no ha sido posible encontrar pruebas fehacien-
tes de su presencia fuera del círculo citado.
181 F.Zurbonsen. Die Sage von der Völkerschlacht der Zukunft, “an Birkenbaume”. Colonia 1897, p.51 ss.
182 Du Prel. Das Zweite Gesicht. Breslau 1882 (Deutsche Bücherei XIX)
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zas-, en cuyo caso los puntos se agolpan literalmente a la orilla del océano,
dibujando una franja costera alargada imposible de explicar desde un ori-
gen indoeuropeo.
Hasta aquí los comentarios sobre los progresos realizados en torno
al primero de los objetivos, que era, recordémoslo, la adscripción del mito
a una cultura determinada y el establecimiento de su ámbito de influencia.
Sin embargo, creo que no puede dudarse de que el mayor progreso
se ha obtenido en relación a la comprensión de los motivos que constitu-
yen mito, y de la significación del mito en sí. En el primer balance realiza-
do hemos tenido que confesar el distinto grado de consecución de ambos
objetivos. Las cuestiones sobre la adscripción cultural del mito y su área de
distribución se hallaban bastante bien encaminadas, pero las preguntas en
torno al significado de cada uno de los motivos y del mito en su totalidad
distaban mucho de estar contestadas. Ahora sin embargo, podemos decir
que esa diferencia se ha desvanecido ya que hemos encontrado la mayoría
de las respuestas que buscábamos, en el transcurso de los dos últimos capí-
tulos, al menos en lo que se refiere al significado de cada uno de los moti-
vos constituyentes. Estas respuestas nos han permitido recuperar datos
etnográficos de gran antigüedad, milagrosamente rescatados del olvido, y
completar con ellos el vacío contextual que hacía incomprensible el relato
del fin de los gentiles y había provocado el inicio de su deformación
semántica, y su deslizamiento hacia otro tipo de significaciones sin vincu-
lación con el mensaje original. Hemos aprendido que se cree que la nube
extiende la peste. El saber que la sola presencia de la nube es capaz de con-
taminar una gran área en su derredor, nos ha permitido comprender el
terror que sintieron los gentiles al avistarla, y cómo es posible que una ima-
gen en apariencia tan inocente pueda resultar tan temida. El testimonio
escocés de última hora por su parte, nos ha revelado que la erección de los
párpados es el gesto ritual que revela la caída en el trance adivinatorio, tran-
ce que debió estar extendido en el País Vasco pero que había desapareci-
do sin dejar rastro alguno. Y los relatos que nos han hablado de la extin-
ción física masiva y total de la raza de los gigantes, y la muletilla kurlande-
sa, nos han hecho ver que lo que cuenta la leyenda del fin de los gentiles
es un auténtico fin del mundo, un fin que separa el tiempo de los gigantes
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tes. Este comportamiento social es un calco del que ya hemos visto des-
plegar a los gentiles vascos, que se caracteriza igualmente por una apolo-
gía del trabajo, de la solidaridad y del mutuo socorro. Y tras este primer
capítulo que muestra el modelo de comportamiento para la vida, ya sólo
resta a los compañeros de Partholon mostrar el modelo de comportamien-
to ritual, y entonces se mueren y se sepultan bajo construcciones megalíti-
cas que guardarán su memoria, para instaurar la costumbre de enterrar a
los muertos en estructuras aparentes y guardar su memoria, cerrando así el
círculo del mensaje global que transmiten a la humanidad. La correspon-
dencia vasca viene dada por el hecho de que junto a la apología del traba-
jo y las costumbres de buena vecindad y auxilio social que vertebran la vida
diaria, el recuerdo y el culto a los difuntos de la casa constituye el eje sobre
el que gira la vida religiosa. Un culto que aún en el pasado inmediato se
celebraba incluso dentro de la iglesia, sobre la losa del suelo de la misma
que pertenece a la casa y se llama “etxeko sepultura”, “la sepultura de la
casa”, y siempre en cualquier caso sobre el lugar donde reposan real o sim-
bólicamente los difuntos.
Los gentiles vascos y las leyendas que hablan de ellos muestran por
supuesto los mismos tipos de conducta. Su actitud en la vecindad,- siem-
pre haciendo gala de una solidaridad ejemplar-, y su continua predisposi-
ción al trabajo son las bases ideológicas de las propuestas que nos trans-
miten para la vida. Y su muerte y sepultura mostradas en el mito del fin de
los gentiles, reivindican el mismo mensaje que transmite la colonia de
Partholon. Sin embargo hemos preferido trabajar la demostración basán-
donos en los materiales irlandeses, por un lado porque la cronología intro-
ducida por los cronistas, aparta y encierra en un ámbito cercado todo el
mensaje teológico de los gigantes, ofreciendo una imagen nítida de dónde
empieza, dónde acaba y en qué consiste dicho mensaje. Y por otro lado, la
crónica del fin de los gigantes irlandeses nos da la auténtica medida ritual
de su significado con más claridad que las versiones vascas contaminadas
con el motivo del nacimiento de Jesucristo, ya que al contrario que en el
País Vasco, donde las tumbas ya existen y aparecen allí como por casuali-
dad, en Irlanda vemos a los gigantes excavando las tumbas que en breve
los cobijarán para siempre. En cualquier caso es claro que si en aquella
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reflexiones son los últimos ingredientes para elaborar una definición defi-
nitiva que resuma y concentre el significado del mito estudiado. Por consi-
guiente, el fin de los gentiles (y el fin de los gigantes en general), es el mito
fundador de una nueva religión, cuyo eje ritual gira alrededor del culto a
los antepasados difuntos, culto cuya primera premisa es la de enterrar a
dichos difuntos en estructuras megalíticas aparentes que aseguran que no
se pierda su recuerdo.
Queda por tanto cumplido con creces el objetivo de desentrañar el
sentido último del mito, ya que no sólo hemos descifrado su significado,
sino que además nos ha sido posible establecer la función instauradora y
fundadora que ejerce en el conjunto de la mitología de los gigantes.
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vida religiosa. Estos dos pilares permiten proponer el vínculo del mito con
la cultura dolménica.
El mapa siguiente, que muestra la extensión de la cultura de los dól-
menes, está extractado de la tesis doctoral del profesor Ángel Arizmendi.
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trucción de los dólmenes. Dicho de otro modo, es el relato que nos cuen-
ta las creencias de quienes los construyeron, y eso nos supone la posibili-
dad real de atribuirle una edad precisa, basándonos en las dataciones
arqueológicas existentes.
Resumiendo brevemente la historia de la construcción de los dólme-
nes, digamos que los primeros, según el conocimiento arqueológico actual,
son los de Dissignac y Barnenez en Bretaña, con una datación respecto del
presente de 6.275 (+150) y 5.775(+150) años respectivamente. En fechas
muy próximas a éstas aparecen los primeros dólmenes portugueses, con
una antigüedad que supera los cinco milenios. Esta clasificación permane-
ce invariable desde hace ya más de medio siglo, aunque las nuevas datacio-
nes de C14 se hayan multiplicado espectacularmente en ese período, y por
tanto el conjunto de los arqueólogos se muestra hoy de acuerdo sobre la
hipótesis del origen bretón del movimiento megalítico, y rechaza la otra,
popular en el pasado, que establecía dicho origen a orillas del Mar Egeo.
La expansión de la construcción de dólmenes sigue dos direcciones.
Por un lado, desciende por el golfo de Bizkaia y toda la vertiente atlántica
de la península ibérica, pasando más tarde a la vertiente mediterránea y de
ahí al resto de regiones bañadas por dicho mar: Córcega, Cerdeña,
Península Itálica, Sicilia, y más tarde Grecia, las islas del Egeo y Creta de
modo destacado. Y por otro lado se extiende por casi toda la Francia actual
y remonta por la costa atlántica hacia el norte,- dejando un hueco entre los
ríos Somme y Rin-, extendiéndose por las actuales Holanda, Alemania,
Dinamarca, Suecia y Polonia, y atravesando el mar para arribar a las costas
de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda.
La característica más destacable de los primeros dólmenes es sin
duda su enorme tamaño. Esto puede explicar un hecho que deja perplejos
a algunos folkloristas, y es la paradoja de que incluso dólmenes posterio-
res de mucho menor tamaño, que escasamente pueden acoger el cuerpo de
un humano normal, sigan siendo llamados “tumbas de gigantes”. La exis-
tencia de estas “tumbas de gigantes” llamadas así por el dicho popular a
pesar de su evidente modestia, ha sido en el pasado la causa de no pocas
especulaciones en torno al “verdadero tamaño” de los antiguos gigantes.
Sin embargo hay que vincular el nombre no al tamaño sino a la morfolo-
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FINALES
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185 A. Kuhn. Sagen, Gebräuche, und Märchen aus Westfalen, p.342: "Hay un gran dolmen en los alrededores de
Wunbüttel, en el que se cree que están enterrados todos los muertos en la guerra de los Siete Años (1756-1763)"
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posterior, cosa que se vería avalada por la ausencia del motivo incluso en
varias de las versiones vascas. Pero la víctima es justamente el gentil pro-
feta, y este tiene un homólogo en Escocia. En última instancia parece más
razonable acordar verosimilitud a la autenticidad del motivo, y sostener,
incluso en ausencia de correspondencias europeas, que forma parte del
mito original del fin de los gentiles y que sólo ha logrado permanecer en
el recuerdo en unas pocas de las versiones vascas de la leyenda. En nues-
tra opinión, el grado de arcaísmo y de preservación que dichas versiones
han demostrado a lo largo del estudio avala la pertinencia de esta postura.
La ausencia del motivo del despeñamiento asistido de un personaje
prominente como medida profiláctica contra la epidemia, contrasta con la
abundancia de testimonios de otro tipo de profilaxis, a saber, el enterra-
miento en vida de un sacerdote para el mismo fin, del que hemos reunido
tres ejemplos, sin ni siquiera haberlos buscado. Pero lo más curioso de esta
tradición es que una de sus variantes es precisamente el relato de
Tormersdorf que ya conocemos, en el que el mago resulta finalmente
sepultado en la tumba junto con la nube epidémica. Obviamente no pode-
mos compara a este mago con nuestro gentil, ya que aunque ambos son
personajes prominentes, el resto de sus características no guardan semejan-
za, como tampoco lo hacen sus respectivas maneras de morir: El mago
queda enterrado en vida y el gentil profeta ni siquiera es enterrado en dos
de las versiones.
Dos de los restantes tres ejemplos (el origen del tercero no se espe-
cifica) vienen de Suiza y Baviera. Por tanto, los tres ejemplos con origen
conocido, se sitúan bien en el exterior del área megalítica, bien en el borde
de la misma. Podría pensarse que los pueblos germánicos han podido des-
arrollar un discurso original relacionado con el motivo de la peste.
El propio relato de Tormersdorf,- siempre Tormersdorf-, nos sugie-
re una nueva sospecha que no estamos en condiciones de demostrar: El
motivo podría estar relacionado con el de los otros relatos de atrapar la
nube y dejarla encerrada, y la función de todos ellos podría ser la de dotar
a las tumbas de un discurso mítico que garantice su inviolabilidad, discur-
so que habría estado bastante extendido en el pasado. En efecto, la leyen-
da de Tormersdorf cita explícitamente las palabras del mago, que antes de
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dad del objeto de nuestro estudio, pero pensamos que incluso en su esca-
sez hacen que la nuestra no sea la hipótesis peor sustentada de cuantas
intentan explicar el misterio del “ídolo megalítico”.
Tras este divertimento especulativo, pasamos a resumir en dos pala-
bras las conclusiones más relevantes de este trabajo y las consecuencias
principales que de las mismas se pueden derivar.
Podemos añadir al éxito obtenido en aflorar el significado oculto del
mito y de sus motivos constituyentes, el haber podido establecer una
correspondencia arqueológica, gracias a la cual ha sido posible incluso
determinar con exactitud la antigüedad del mismo, superando las expecta-
tivas más optimistas que se hubieran podido albergar al inicio del estudio.
La correspondencia entre el fin de los gentiles y el primer megalitis-
mo dolménico, y en general, la correspondencia entre la mitología de los
gigantes en su conjunto y el movimiento dolménico, además de confirmar
la unidad tipológica que subyace bajo toda la diversa nomenclatura de gen-
tiles y gigantes europeos, abre el camino para sacar a estos del cajón de sas-
tre de un folklore puramente anecdótico y fantasioso, y situarlos en el lugar
que les corresponde como los representantes genuinos (aunque posterior-
mente mil veces deformados bajo el peso de las distintas aculturaciones)
de una religión concreta que se extendió por el continente junto con su
reflejo megalítico. La consecuencia inmediata de este cambio de enfoque
es abrir la puerta a la posibilidad de estudiarlos con el rigor que merecen.
La base de dicho estudio sería el conocimiento que hemos extraído ya del
análisis de los gentiles vascos, que han podido sobrevivir sin apenas defor-
mación y guardar con fidelidad su ser original, gracias a la mayor levedad
del estrato indoeuropeo en nuestro país. Y a estos habría que añadir el
estudio de los gigantes de otras regiones europeas que, como hemos visto,
también han escapado en gran medida a la deformación. Así, cuando
encontremos una narración en la que un gentil estúpido, glotón, feo y cruel
es finalmente muerto por un héroe lleno de virtudes, y junto a ésta otra
que muestra a los gentiles trabajando codo con codo en buena relación
vecinal, podremos establecer, gracias a lo que ya sabemos, que la última es
una leyenda que predica los valores originales que adornaban a los gigan-
tes en su mitología, y que la primera es, sin embargo una imagen caricatu-
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