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T 6 Cap 1 Economia y Sociedad
T 6 Cap 1 Economia y Sociedad
ECONOMÍA Y SOCIEDAD
En los años que transcurrieron de 1808 a 1825 se estableció una nueva
relación entre la economía hispanoamericana y la economía mundial. Si bien los
cambios que siguieron a la consecución de la independencia pueden parecer
superficiales y limitados en comparación con la incorporación mucho más com-
pleta en la economía mundial en expansión que empezó a producirse a mediados
de siglo y que se acentuó a partir de la década de 1870, sin embargo fueron
decisivos en las relaciones entre Hispanoamérica y el resto del mundo.
El viejo sistema comercial colonial se estaba desintegrando desde finales del
siglo XVIH, pero sólo después de 1808 España quedó eliminada en su papel de
intermediaria entre Hispanoamérica y Europa (sobre todo Gran Bretaña). Las
circunstancias que, como un todo, imperaban tanto en Europa como en la
economía atlántica tuvieron graves consecuencias para las futuras relaciones
comerciales de Hispanoamérica. El avance del ejército francés en la península
ibérica, que provocó la separación de las colonias americanas de España y
Portugal, se emprendió para completar el cierre de la Europa continental al
comercio británico. Inglaterra, estando cada vez más aislada de sus mercados
europeos, buscó reemplazarlos con una urgencia que empezaba a parecerse a la
desesperación. Por esta razón la ocasión que representó la transferencia de la
corte portuguesa a Río de Janeiro para comerciar directamente con Brasil por
primera vez se aceptó calurosamente. Y como, tras el derrocamiento de la mo-
narquía española en Madrid, se produjeron los primeros levantamientos políti-
cos en la América española, Río de Janeiro se convirtió en el centro de la
agresiva actividad comercial británica no sólo en Brasil, sino también en
la América española, especialmente la zona del Río de la Plata y la costa del
Pacífico de América del Sur.
En 1809 el último virrey español del Río de la Plata abrió el territorio que
gobernaba al comercio inglés. La expansión posterior de éste en la América del
Sur española seguiría sobre todo la suerte de las armas revolucionarias; aunque
quienes administraban las zonas realistas terminarían por manifestarse dispues-
tos a abrirlas a título excepcional al comercio directo con Gran Bretaña, la
actividad de los corsarios patriotas lo hacía poco atractivo. Chile sólo se abrió
ECONOMÍA Y SOCIEDAD 5
3. Para las cifras de las exportaciones inglesas a América Latina en 1820-1850, véase
D. C. Platt, Latín America and British trade, 1806-1914, Londres, 1973, p. 31. Si estas conclu-
siones —a las que se llega tras examinar las cifras propuestas por el profesor Platt— permiten
o no concluir con él que las cifras de las tres décadas posteriores a la independencia no están
«totalmente en desacuerdo» con «las estimaciones hechas del comercio colonial» depende en
último término de si se considera que un comercio que se ha doblado constituye un cambio
significativo. Desde luego, este cambio puede parecer insignificante si se lo compara con el que
sobrevendrá a partir de la segunda mitad del siglo xix.
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que exigía una inversión importante, mucho mayor que el capital local disponi-
ble. Entonces (al igual que ocurrió un siglo después) a algunos les pareció que si
Gran Bretaña quería retener e incluso expansionar sus vínculos con los estados
latinoamericanos recién independizados, la relación comercial debía ir acompa-
ñada de una relación financiera que proporcionara préstamos al gobierno e
inversiones a los particulares. Esto fue lo que en 1827 propuso para México sir
H . G. Ward, el ministro británico en este país —un observador perceptivo pero
no por ello desinteresado—; según él, lo primero y lo más importante que
debían hacer los inversores británicos era habilitar la industria minera que a la
larga procuraría el capital necesario para poder cultivar las descuidadas y poco
pobladas tierras bajas tropicales, dando así un nuevo impulso a las exportacio-
nes mexicanas. Sin embargo, la rehabilitación de la industria minera a corto
plazo sólo permitió a México pagar sus crecientes importaciones. No es extraño
que Ward rechazara vehementemente otra solución posible: equilibrar la balanza
de pagos restringiendo las importaciones y estimulando la producción local, por
ejemplo, de tejidos.4
La inversión de capital en América Latina no era el principal objetivo de los
comerciantes británicos deseosos como estaban de mantener un flujo comercial
recíproco. Aquélla, en cambio, atrajo a los inversores que buscaban beneficios
altos y rápidos. Sin embargo, sufrieron una desilusión ya que, a pesar de que los
bonos de los nuevos estados y las participaciones de las compañías que se
organizaron en Londres para explotar la riqueza minera de diferentes países
latinoamericanos al principio remontaron fácilmente la cresta del boom de la
bolsa londinense de 1823-1825, en 1827 todos los países, excepto Brasil, dejaron
de pagar los intereses y la amortización de sus obligaciones y sólo algunas
compañías mineras mexicanas pudieron salvarse de la bancarrota.
Durante el cuarto de siglo siguiente (1825-1850), la relación económica exis-
tente entre América Latina y el mundo exterior fue básicamente comercial; de
las relaciones financieras establecidas sólo sobrevivieron algunas compañías mi-
neras organizadas en sociedades anónimas (que al no prosperar no tuvieron
imitadores) y algunos comités de detentares de los títulos de la deuda, desilusio-
nados y descontentos, que ansiosamente esperaban un signo de mejora en la
situación económica de América Latina para poder acentuar sus reclamaciones.
Incluso Brasil, que consiguió levantar la suspensión de pagos, durante muchos
años no pudo recurrir de nuevo al crédito exterior.
Como que el desequilibrio comercial no desapareció inmediatamente, debe
pensarse que durante este periodo a pesar de todo existió cierto grado de crédito
y de inversión externa suficiente al menos (ante la ausencia de otros mecanismos
institucionalizados más efectivos) para mantener algún tipo de equilibrio. Para
empezar, desde 1820 se necesitó invertir para establecer el sistema mercantil más
regular que entonces se impuso (almacenes, medios de transporte, etc.), y ade-
más había las inversiones en parte suntuarias: incluso en los centros comerciales
menores, los comerciantes extranjeros generalmente poseían las mejores casas.
Estos comerciantes también invirtieron en otros sectores, ya que emprendieron
actividades industriales o, aún más a menudo, adquirieron propiedades agríco-
5. Los precios de las exportaciones inglesas, en los aflos referidos, se basan en los valores
reales declarados en las exportaciones a Buenos Aires, en Public Record Office, Londres,
Aduanas, serie 6. Para los precios de los cueros rioplatenses, véase T. Halperín-Donghi, «La
expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires», Desarrollo económico, Buenos Aires,
1963, p. 65. Para los precios del café venezolano, véase Miguel Izard, Series estadísticas para la
historia de Venezuela, Mérida, 1970, pp. 161-163. Para los del azúcar y el tabaco, véase M. G.
Mulhall, Dictionary ojstatistics, Londres, 1892, pp. 471-474.
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6. Luis Peftaloza, Historia económica de Bolivia, La Paz, 1953-1954,1, p. 208; II, p. 101.
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7. Robert W. Randall, Real del Monte, a Briíish mining venture in México, Austin,
Texas, 1972, pp. 81, 100-108 y 54-56.
8. John Miers, Travels in Chite and La Plata, Londres, 1826, I I , pp. 382-385.
9. John Fisher, Minas y mineros en el Perú colonial, 1776-1824, Lima, 1977, p. 101.
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12. John L . Stephens, Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatán, New
Brunswick, N..I., 1949, I , pp. 300-301.
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14. Jean Piel, «The place of the peasantry in the national life of Perú in the nineteenth
century», Past and Present, 46 (1970), pp. 108-136.
15. Sobre Venezuela, véase John V. Lombardi, The decline and abolition of negro slavery
in Venezuela, 1820-1854, Westport, Conn., 1971, passim. Sobre Ecuador, véase Michael T.
Hamerly, Historia social y económica de la antigua provincia de Guayaquil, 1763-1842, Guaya-
quil, 1973, pp. 106 y ss.
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venezolana se debió sobre todo a la expansión del cultivo de café. Ésta comenzó
ya en la época colonial y alcanzó su ritmo más intenso en la década de 1830. El
cultivo de café, que en su mayor parte utilizaba mano de obra asalariada, al
expandirse en nuevo territorio requería una espera de tres años entre la planta-
ción de los arbustos y la primera cosecha. Esta expansión estuvo a cargo de
terratenientes que no disponían del capital necesario y que por lo tanto debieron
recurrir al préstamo. La ley del 10 de abril de 1834, que eliminaba las limitacio-
nes a la libertad contractual impuestas por la legislación antiusuraria heredada
de la etapa colonial, perseguía precisamente el propósito de crear un mercado de
capital más amplio y quizá lo logró demasiado bien, ya que la prosperidad
cafetalera impulsó a los terratenientes a tomar dinero a préstamo a un precio
muy alto y cuando esa prosperidad cesó, a partir de 1842, tuvieron sobradas
ocasiones para lamentarlo. Las tensiones existentes entre una clase terrateniente
crónicamente endeudada y un sector mercantil y financiero que quería cobrar
esas deudas serían el trasfondo de la atormentada historia política de Venezuela
durante varias décadas. Sin embargo, al acabarse la prosperidad cafetalera,
debido a la depresión de los precios, el café no perdió su posición central en la
economía exportadora venezolana. El volumen de las exportaciones subió alre-
dedor del 40 por 100 en el quinquenio siguiente a la crisis de 1842 comparado
con el de los cinco años anteriores, y este nuevo nivel se mantuvo hasta que en
1870 comenzó una nueva y gran expansión. A mediados de siglo el café consti-
tuía más del 40 por 100 de las exportaciones venezolanas y en la década de 1870
más del 60 por 100.'6 A diferencia de lo que ocurría en Brasil, donde la expan-
sión del cultivo de la caña en estos años dependía casi totalmente de la mano de
obra esclava, los productores de café venezolanos generalmente empleaban mano
de obra libre. Sin embargo, la creciente penuria financiera de los propietarios
hizo que cada vez se emplearan menos asalariados: ahora se hicieron más fre-
cuentes los contratos con cuneros que a cambio de la tierra recibida trabajaban
los cafetales del terrateniente; este tipo de contratos pasaron a constituir el
sistema de relación dominante entre los propietarios y los trabajadores rurales
en las zonas cafetaleras venezolanas.
Así pues, pese a la necesidad de capital y de mano de obra, en Venezuela la
agricultura cafetalera encontró el modo de sobrevivir y de expansionarse en una
etapa en que la plantación con mano de obra esclava ya no era una solución
viable a largo plazo. Por otro lado, el cultivo de la caña de azúcar en toda
Hispanoamérica se basaba en el sistema de la plantación que empleaba mano de
obra esclava (las reducidas zonas productoras de México eran una solución sólo
parcial) y le resultó difícil salirse de él. En la costa peruana, la agricultura
azucarera utilizaba mano de obra esclava al igual que durante el periodo colo-
nial. Los plantadores azucareros siempre mencionaban la imposibilidad de obte-
ner más esclavos como una de las causas principales del estancamiento de la
producción (hasta la década de 1860). Sin embargo, parece que la falta de
mercado es una explicación más satisfactoria.
En Cuba —que con Puerto Rico fueron colonias españolas a lo largo del
periodo— la agricultura tropical, concretamente el cultivo de la caña de azúcar,
17. Franklin W. Knight, Slave society in Cuba during the nineteenth century, Madison,
1970, pp. 22 (tabla 1) y 86 (tabla 8). Para más cuestiones sobre la industria azucarera cubana y
la esclavitud, véase Thomas, HALC, V, capítulo 5.
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18. Un excelente análisis de este proceso se debe a Manuel Moreno Fraginals, El ingenio:
el complejo económico-social cubano del azúcar, vol. I : 1760-1860, La Habana, 1964.
22 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
dad estaba estructurada sobre líneas menos rígidas que las del Chile central. Sin
embargo hay pocos ejemplos tan claros como éste e incluso en este caso su
impacto en el conjunto de la sociedad chilena fue relativamente ligero. Los otros
casos de sectores exportadores en expansión, desde el gran éxito de los cueros de
la región del Río de la Plata y del café venezolano hasta los más modestos como
el de la lana en el sur de Perú, tienden a confirmar el punto de vista de que el
esfuerzo de incrementar las exportaciones sólo podía tener éxito si sus protago-
nistas aprendían a adaptarse a la estructura social que estaba cambiando lenta-
mente pero sobre la cual su propia influencia era marginal. Como que a lo largo
de la mayor parte de la Hispanoamérica continental, desde México hasta Cen-
troamérica, desde Nueva Granada (actual Colombia) a la costa peruana y Boli-
via, la expansión del sector de exportación era inesperadamente débil en este
periodo, es necesario observar otros factores que influenciaran en la fijación del
rumbo del cambio social. Sobre todo hay que tener en cuenta la crisis del viejo
orden colonial (y no sólo de su estructura administrativa, sino también del
conjunto de normas que regulaban las relaciones entre los grupos sociales y
étnicos) y la apertura de Hispanoamérica al comercio mundial con todo lo que
significaba (y no sólo en su dimensión económica).
Las guerras de independencia desde luego socavaron al Antiguo Régimen en
la América española. Se trató de las primeras guerras que desde la conquista
afectaron directamente a casi toda la América española. No sólo contribuyeron
a destruir sus riquezas, como se ha visto, sino también a cambiar las relaciones
existentes entre los diferentes sectores de la sociedad hispanoamericana. La frag-
mentación del poder político, la militarización de la sociedad y la movilización,
a causa de la guerra, de recursos y, sobre todo, de hombres comportaron que el
viejo orden social y en especial el control social ejercido sobre las clases subor-
dinadas no se restableciera completamente nunca más, por ejemplo, en la llanu-
ra y en la región de oriente de Venezuela, en la sierra peruana, en Bolivia y en
los llanos de Uruguay.
Durante y después de las guerras de independencia hispanoamericanas las
relaciones sociales también se vieron profundamente afectadas por una nueva
ideología liberal e igualitaria que rechazaba la característica sociedad jerarquiza-
da del periodo colonial y que aspiraba a integrar los diferentes grupos sociales y
étnicos en una sociedad nacional a fin de reforzar la unidad de los nuevos estados.
Sobre todo tres rasgos de la sociedad hispanoamericana se oponían a la
corriente liberal e igualitaria de principios del siglo xix: la esclavitud negra, las
discriminaciones legales —tanto públicas como privadas— existentes sobre los
individuos de razas mezcladas, y la división de la sociedad, tan vieja como la
misma conquista, en una república de españoles y en otra república de indios,
las barreras entre las cuales —si bien eran fáciles de cruzar— aún estaban en pie
en 1810.
A principios del siglo xvm la esclavitud en ningún punto de la Latinoaméri-
ca continental era tan importante como en Cuba y, por supuesto, Brasil. La
mayoría de los gobiernos revolucionarios abolieron la trata, en algunos casos ya
en 1810-1812. Se dictaron leyes que liberaron de la esclavitud a los hijos de
esclava por ejemplo en Chile (1811), Argentina (1813), Gran Colombia (1821) y
Perú (1821), si bien en algunos casos se estableció un periodo de aprendizaje o
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demográfica retrasaron esta agresión, pero en ello aún influyó más la falta
de un desarrollo importante de la agricultura comercial. En suma, la principal
explicación de la estabilidad social de las áreas habitadas masivamente por
indios radica en el lento impacto de los nuevos nexos externos sobre las comple-
jas y desarticuladas estructuras de la economía hispanoamericana (por ejemplo,
el aislamiento económico real de la región andina).
En una zona muy vasta de Hispanoamérica, la falta de estímulos (que hubie-
ran podido aparecer por una expansión del mercado) debilitó la tendencia hacia
una concentración mayor de la tierra y el avance de la hacienda a costa de las
comunidades campesinas indias. La propiedad de la tierra fuera de las comuni-
dades indias por supuesto continuó estando muy concentrada, pero las propieda-
des cambiaron de manos más frecuentemente durante los años de guerra civil y
de conflictos políticos que durante el periodo colonial y algunas veces las gran-
des propiedades se dividieron. El estudio efectuado sobre un área cercana a la
Ciudad de México revela cómo una gran propiedad se convirtió en botín, apenas
disimulado, de la victoria política y militar; Agustín de Iturbide fue el primer
gran propietario nuevo y después pasó a manos de Vicente Riva Palacio que
pertenecía al grupo liberal que emergió por primera vez en la década siguiente.
Sin embargo, a la larga, este botín se hizo menos atractivo, en parte porque la
debilidad del sistema tradicional que proporcionaba mano de obra rural hizo
que la explotación de estas tierras resultara menos rentable que en tiempos
anteriores.20 En Jiquetepeque, en la zona costera del norte de Perú, en este
periodo se acentuó la consolidación de una clase de grandes propietarios criollos
formada en parte por individuos que habían sido enfiteutas de tierras anterior-
mente eclesiásticas y en parte por civiles y oficiales militares de la nueva repúbli-
ca.21 En Venezuela, el general Páez, entre otros, se convirtió en propietario,
clase con la que se había identificado políticamente. En la región de Buenos
Aires había tanta tierra disponible para la cría de ganado que pudo dividirse en
grandes propiedades y distribuirla sin grandes conflictos entre los nuevos y los
antiguos propietarios. Sin embargo, es peligroso sacar alguna conclusión general
sobre la propiedad después de la independencia dada la dimensión y la diversi-
dad de Hispanoamérica y la escasa investigación que se ha hecho sobre el tema.
En las ciudades, la élite criolla fue la principal beneficiaría de la emancipa-
ción política; consiguió sus objetivos de desplazar a los españoles de los cargos
burocráticos y del comercio, a la vez que la creación de gobiernos republicanos
independientes hizo aumentar las oportunidades de pcupar puestos gubernamen-
tales y políticos. Sin embargo, la élite urbana, comparada con la del periodo
prerrevolucionario, ahora era más débil por diversos factores: por la eliminación
del patrimonio y del prestigio de los mismos españoles que habían sido una parte
muy importante de ella; por la entrada, si bien no la completa integración, de
los comerciantes extranjeros que tan a menudo sustituyeron a los españoles; por
la movilidad ascendente de los mestizos, y sobre todo por la sustitución de
20. John M . Tutino, «Hacienda social relations in México: the Chalco región in the era
of Independence», Hispanic American Histórica! Review, 55/3 (1975), pp. 496-528.
21. Manuel Burga, De la encomienda a la hacienda capitalista. El valle de Jiquetepeque
del siglo xvi al xx, Lima, 1976, pp. 148 y ss.
26 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
22. Para un sugerente examen de estos cambios en Santiago de Chile, véase Luis Alberto
Romero, La Sociedad de la Igualdad. Los artesanos de Santiago de Chile y sus primeras
experiencias políticas, 1820-1851, Buenos Aires, 1978, pp. 11-29.
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tes—, creó una demanda de más modistas y sastres en las ciudades donde se
concentraba su consumo. En general, si bien no del todo, se produjo más bien
un aumento que una decadencia de los sectores más prósperos de las clases bajas
en las ciudades hispanoamericanas en el periodo que siguió a la independencia.
Ello en parte explica que las élites urbanas a menudo se mostraran preocupadas
por el orden social que se creía amenazado, pero que a pesar de ello no afronta-
ran desafíos abiertos.
Sin embargo, había pocas oportunidades de que los sectores no primarios de
la economía hispanoamericana se desarrollaran de forma autónoma en el nuevo
orden económico internacional tras la independencia. La dependencia económi-
ca —entendida, para este periodo, sobre todo como la aceptación de un lugar en
la división internacional del trabajo fijado de antemano por la nueva metrópoli
económica— impuso limitaciones rígidas sobre las posibilidades de diversifica-
ción económica en las áreas así incorporadas más estrechamente en el mercado
mundial. Hasta finales del periodo que se está analizando, México fue de hecho
el único país de Hispanoamérica que pudo crear una industria textil capaz de
transformar su proceso productivo y pudo competir con las telas que se impor-
taban. Cuando se examinan las razones de este triunfo de México, parece que
los factores más importantes fueron las dimensiones del mercado y la existencia
desde el periodo colonial de un activo comercio interno que hizo económicamen-
te posible la producción a la escala que la nueva tecnología requería. Además,
en esta primera etapa existía una gran cantidad de artesanos concentrados en el
centro urbano de Puebla para emplear en la nueva y más claramente industrial
fase de la producción textil mexicana.23 En los otros países, el mercado interior
o bien era mucho más limitado —menos gente, y a menudo con ingresos inferio-
res que los de México— y estaba suministrado por los comerciantes extranjeros
(como era el caso de la región del Río de la Plata), o bien continuaba siendo
muy pequeño, desintegrado y muy aislado del mundo exterior, como en toda la
región andina. Ahí sobrevivió el sistema tradicional de la confección de tejidos
y también de otras muchas cosas.
En este repaso necesariamente breve de las continuidades y de los cambios
que se dieron en la sociedad hispanoamericana en el periodo que siguió a la
independencia no se ha mencionado una variable que podía esperarse que fuera
básica: la evolución demográfica. Este silencio se debe en parte a que se sabe
muy poco de las características demográficas, pero sobre todo porque lo que se
sabe de ella permite concluir que no fue un factor decisivo en la evolución de la
sociedad a diferencia de lo ocurrido en el periodo colonial o como lo sería a
partir de 1870. En México, después del aumento de la población que se había
dado en el siglo xvm, las primeras décadas del siglo xix parecen reflejar una
caída de la población en algunas áreas y un estancamiento general. En el resto
de Hispanoamérica la tendencia fue claramente ascendente si bien naturalmente
estaba sujeta a grandes variaciones de una región a otra. Nicolás Sánchez-Albor-
noz considera que se puede distinguir, por un lado, un crecimiento más rápido
de la población en las regiones de asentamiento español más antiguo (Cuba, la
23. Jan Bazant, «Evolución de la industria textil poblana», Historia Mexicana, 13 (Méxi-
co, 1964), p. 4.
28 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
El tercer cuarto del siglo xix fue una etapa de transición en la historia
económica de América Latina entre el periodo de estancamiento económico de
24. Nicolás Sánchez-Albornoz, La población de América Latina desde los tiempos preco-
lombinos al año 2000, Madrid, 19772, pp. 127 y ss.
ECONOMÍA Y SOCIEDAD 29
26. Los trabajos posteriores no han superado el de H . S. Ferns, Britain and Argentina in
the xixth Century, Oxford, 1960, pp. 342 y ss.
32 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
privada mexicana cuyos fondos en parte fueron avanzados por las fuerzas de
ocupación francesas, que por motivos militares necesitaban acelerar su cons-
trucción.27
La participación creciente de la economía metropolitana en la de la periferia
a través, por ejemplo, del sistema bancario incipiente y de las compañías ferro-
viarias no sólo fue necesaria por el crecimiento del volumen de producción de
los sectores de exportación hispanoamericanos; también se necesitó para hacer
posible que Hispanoamérica pudiera producir a precios competitivos. La ventaja
de que habían gozado en términos de intercambio las economías hispanoameri-
canas en la etapa anterior (1808-1850) empezó a hacerse menos evidente, y a
finales de la etapa de transición (1850-1873) había desaparecido o por lo menos
había descendido notablemente. Las economías periféricas ya no crecían más
lentamente que las de los países metropolitanos, a pesar de que se había produ-
cido la expansión geográfica del área metropolitana en la Europa occidental
continental y en Norteamérica. Ahora, dentro de la periferia, las economías
hispanoamericanas no sólo tenían que competir entre ellas o con las viejas
economías periféricas de la Europa oriental, sino con otras nuevas áreas, desde
Canadá hasta África y Australia. Sin una transferencia de capital y de tecnolo-
gía lograr un boom exportador sostenido era más difícil que en el periodo
inmediatamente posterior a la independencia.
Durante en tercer cuarto del siglo xix, la continuación, e incluso la intensifi-
cación, de los conflictos políticos y militares que destruyeron activos, absorbie-
ron recursos que hubieran debido emplearse en objetivos productivos y alejaron
el capital extranjero constituyó un obstáculo al crecimiento económico de los
países latinoamericanos. En ello se encuentra también una explicación de la
diferenciación creciente que se percibe en las distintas economías hispanoameri-
canas. A lo largo de la mayor parte de este periodo, México, y en menor medida
Venezuela, por ejemplo, se vieron profundamente conmocionadas por guerras
civiles, las peores desde la independencia. La guerra civil mexicana se complicó
además con una intervención extranjera. Incluso en Argentina, el ministro de
Hacienda en 1867 calculó que el coste de las guerras civiles de los años cincuenta
y sesenta junto con la guerra con el Paraguay (1865-1870) igualaba al total de
los créditos extranjeros recibidos por el Estado argentino durante este periodo.
En las dos décadas que siguieron a 1850, Cuba —que era una colonia
española— tuvo la economía exportadora más desarrollada de Hispanoamérica;
en 1861-1864 sus exportaciones alcanzaron un valor promedio de 57 millones de
pesos anuales y no bajaron de este nivel ni en la primera fase de la guerra de los
Diez Años, que empezó en 1868. A principios de la década de 1870, las exporta-
ciones cubanas todavía eran casi el doble de las de los países latinoamericanos
independientes que habían desarrollado más considerablemente sus exportacio-
nes: Argentina, Chile y Perú exportaron por valor de alrededor de 30 millones
de pesos, que a su vez superaban a México (que en 1870 exportaba por valor de
24 millones de pesos), cuyo estancamiento económico reflejaba tanto las conse-
27. Margarita Urias Hermosillo, «Manuel Escandón, de las diligencias al ferrocarril, 1833-
1862», en Ciro F. S. Cardoso, ed., Formación y desarrollo de la burguesía en México. Siglo xix,
México, 1978, p. 52.
ECONOMÍA Y SOCIEDAD 33
28. Sobre las exportaciones de Hispanoamérica, véase F. Martin, The Statesman's Year-
book, Londres, 1874, passim.
34 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
te, había también una diferencia en la relación geográfica entre el área guanera
y las zonas nucleares de la economía peruana: el guano provenía de un área
marginal y minúscula, formada por un conjunto de islas relativamente alejadas
de la costa. Todos estos factores influyeron en el impacto de la expansión
guanera en la economía peruana. Su capacidad de suscitar directamente transfor-
maciones de otros sectores, mediante una combinación de avanzar y retroceder,
fue extremadamente limitada. Sin embargo, gracias a la situación de proveedor
monopolístico de que gozaba Perú, el Estado peruano pudo retener una parte
muy importante de los beneficios del sector (parece ser que por encima del 50
por 100,29 una proporción sólo alcanzada por Venezuela con el petróleo durante
la Segunda Guerra Mundial).
Hasta 1860 el comercio del guano estuvo en manos de casas mercantiles extran-
jeras, entre las que dominaba la firma inglesa de Anthony Gibbs and Sons. Pero
las regalías obtenidas por el fisco (más los ingresos derivados del hecho de que,
debido a su solvencia, Perú de nuevo tuvo acceso al crédito nacional y extranje-
ro) pronto se tradujeron en un aumento del gasto público que básicamente se
dirigió a aumentar las retribuciones de los funcionarios y los militares. En
cambio, sólo una parte reducida de los ingresos que proporcionaba el guano
sirvió para obras públicas e incluso para la adquisición de armas. Por otro lado,
la consolidación de la deuda interna, que transfirió recursos muy vastos a manos
particulares (a menudo con derechos muy dudosos), en términos de su impacto
político y social, fue un aspecto esencial de esta primera fase del boom del
guano peruano.
La segunda fase estuvo marcada por la concesión del monopolio del comer-
cio del guano, con el mercado más importante, el británico, a un grupo de
concesionarios peruanos. El periodo de expansión se había terminado y el teso-
ro, acostumbrado a un incremento constante de sus ingresos, empezó a sentirse
en la penuria. Entonces recurrió cada vez más al crédito de los mismos concesio-
narios guaneros, que tuvieron una influencia creciente en la vida financiera y
política del Perú. En 1869, un gobierno de tendencias conservadoras encabezado
por el general Balta, que contaba con más apoyo en el ejército y en el sur de
Perú que en Lima, rompió esta ligazón financiera al transferir la concesión del
comercio del guano a Auguste Dreyfus, un comerciante francés. Una vez obte-
nida la concesión no le resultó difícil encontrar el respaldo financiero necesario
en Europa. Volvieron a crecer los ingresos fiscales procedentes del guano y el
crédito, y estos nuevos recursos se volcaron en un ambicioso programa de cons-
trucciones ferroviarias destinadas a conectar las sierras sureña y central con los
puertos del Pacífico. Mientras tanto, a pesar de que el boom del guano sin duda
había contribuido a la recuperación de la agricultura azucarera y algodonera de
la costa peruana, no había logrado crear un grupo vigoroso de capitalistas
nacionales. Ello se debió en parte, parece ser, a que el grupo peruano activo en
la exportación del guano tenía una independencia financiera limitada; desde el
principio dependía de créditos chilenos y británicos. En particular la participa-
29. Según las cifras presentadas por Shane Hunt en Heraclio Bonilla, Guano y burguesía
en el Perú, Lima, 1974, p. 144. Pueden verse más aspectos del impacto del guano en la
economía peruana en Bonilla, HALC, V I , capítulo 6.
ECONOMÍA Y SOCIEDAD 35
„ La presencia de una mano de obra abundante y barata fue una ventaja para
la agricultura chilena frente a la competencia creciente de la argentina, que
contaba con una extensión de tierras superior, y de la estadounidense y canadien-
se, que gracias a la mecanización y a la selección de semillas producían a costes
más bajos a la vez que lograban una mayor calidad. Este recurso consistió en un
sistema de producción arcaico que empleaba una gran cantidad de mano de obra
pero que invertía muy poco capital, excepto en obras de irrigación. Sin embargo
no era un recurso muy seguro: la primera víctima fue la industria harinera,
complementaria de la agricultura cerealística. Chile pronto perdió la batalla ante
los centros productores europeos y norteamericanos que utilizaban los nuevos
molinos de cilindros de acero; además, los agricultores chilenos dejaron de
producir el trigo duro que estos molinos necesitaban y, a consecuencia de ello,
en veinte años el trigo chileno fue barrido del mercado internacional.
A mediados de la década de 1870 este proceso de involución se encontraba
sólo en su inicio y sobre todo se reflejaba en el descenso del volumen de las
exportaciones agrícolas y especialmente de los beneficios. Pero no todo el mun-
do advirtió que no se trataba de circunstancias temporales. En la minería la
decadencia fue vertiginosa; a finales de la década de 1870 Chile, que como
productor de cobre había gozado de una posición que el país nunca había
alcanzado como productor de cereales, fue barrido del mercado mundial. Ello se
debió a que los Estados Unidos, con un sistema minero que había incorporado
nuevos procedimientos tecnológicos, empezó a producir cobre a un precio infe-
rior al de Chile; los empresarios mineros del Norte Chico no tenían ni los
capitales ni el acceso a innovaciones tecnológicas que les permitieran competir.
En el siglo xx se produciría un nuevo resurgir del cobre chileno gracias a la
ayuda de los que indirectamente lo destruyeron en el siglo anterior.
Así, Chile aprendió que el nuevo clima económico mundial, si bien abría
nuevas oportunidades a las economías periféricas, las sometía a unas condicio-
nes más duras a cuyo rigor la prosperidad no siempre sobrevivía. La decadencia
del cobre coincidió con un renacimiento de la plata, pero a pesar de que se debió
a mineros chilenos, se produjo en el litoral norteño que todavía pertenecía a
Bolivia. Estuvo acompañado sobre todo de la expansión del nitrato en las regio-
nes costeras de Perú y Bolivia. Paradójicamente, sin embargo, la guerra del
Pacífico, que otorgó el control político del área a Chile, debilitó el predominio
de los explotadores chilenos y anglochilenos sobre las nuevas regiones norteñas
del nitrato. La victoria no trajo, por lo tanto, la extensión al nuevo territorio del
sistema que había dado a Chile una efímera prosperidad en el tercer cuarto del
siglo xix y en la que los protagonistas habían sido una clase terrateniente, mer-
cantil y empresarial que, aunque en parte tenía origen extranjero, era esencial-
mente local. Por el contrario, el resultado se parecería al del Perú del guano: el
nexo principal entre el sector exportador del nitrato, cada vez más controlado
desde el extranjero, y la economía chilena lo constituía el Estado, que recibía de
los impuestos a la exportación del nitrato una parte muy considerable de sus
acrecidos ingresos.30
30. Para más información sobre la economía chilena antes de la guerra del Pacífico,
véase Collier, HALC, V I , capítulo 7.
ECONOMÍA Y SOCIEDAD 37
des fue muy pequeña. Por otro lado, en Chile, Santiago superó la población de
Valparaíso en este periodo.3'
El comercio exterior no ocupaba directamente a un número importante de
personas; su inñuencia sobre el crecimiento urbano, en cambio, se hacía sentir a
partir de la expansión del Estado y del número de sus funcionarios y también de
la modernización de los transportes que, si bien disminuyó el personal vinculado
a esta actividad, tendió a urbanizarlo (los empleados del ferrocarril y de los
tranvías sustituyeron a los carreteros y muleros). A l mismo tiempo, el proceso
de modernización no afectó otros aspectos de la vida urbana: el comercio al
detalle y el servicio doméstico continuaron absorbiendo una parte desmesurada
de la creciente población activa de las ciudades. La modernización quizá fue
superficial, pero fue muy evidente por ejemplo en la adopción de innovaciones
como el alumbrado de las calles por gas y, como resultado de la prosperidad
pública y privada, en la construcción de teatros y en la actuación de artistas de
renombre internacional. A medida que las ciudades fueron creciendo, aumentó
la segregación social por barrios; si en el pasado no habían faltado los barrios
caracterizados a la vez por la pobreza y la mala vida, al mismo tiempo las
razones por las cuales ricos y pobres habían encontrado conveniente vivir cerca
unos de otros habían pesado más que ahora en las ciudades ampliadas y renova-
das. Ciertamente, las mayores ciudades crecieron lo suficiente para dar paso a la
especulación. En la década de 1850, la Ciudad de México conoció la creación de
sus primeras «colonias» urbanas; en Buenos Aires la parcelación especulativa de
tierras no comenzó hasta casi dos décadas más tarde, pero se impuso muy
rápidamente.32 Simultáneamente, nació el transporte público; la aparición de los
tranvías tirados por caballos fue su primera manifestación importante. El creci-
miento urbano, al crear un mercado potencialmente más grande, también impul-
só la aparición de actividades artesanales y algunas industrias que concentraban
mano de obra, como la cervecera y las fábricas de cigarros. Sin embargo, la
población perteneciente al sector terciario era superior a la del secundario, y el
proletariado moderno emergió más a menudo en las empresas de transportes que
en las industrias.
La prosperidad de estas ciudades burócrato-comerciales en crecimiento de-
pendía de la expansión del sector primario exportador. Su estructura social se
volvió más compleja, pero también más vulnerable a los efectos del desarrollo
de una coyuntura cada vez más definida fuera de Hispanoamérica. Por otro
lado, el crecimiento urbano no comportó, sino excepcionalmente, un aumento
del peso político de la ciudad, que por un momento a mediados de siglo pareció
que se volvía más importante. Sin embargo, hasta mediados de la década de
1870 la fragilidad del proceso expansivo y las posibles consecuencias políticas de
la inestabilidad de las bases económicas de la expansión urbana no constituyeron
un motivo de alarma.
31. Para las cifras relativas a la población de estas ciudades en este periodo, véase
Richard M . Morse, Las ciudades latinoamericanas, I I : Desarrollo histórico, México, 1973,
passim.
32. María Dolores Morales, «El primer fraccionamiento de la Ciudad de México, 1840-
1899», en Cardoso, Formación y desarrollo, op. cit.; James R. Scobie, Buenos Aires, plaza to
suburb, 1870-1910, Nueva York, 1974.
ECONOMÍA Y SOCIEDAD 41
Una de las razones de que fuera así se debió a que, a través de la expansión
de la burocracia y de las obras públicas, el Estado pudo controlar indirectamen-
te, más que en el pasado, sectores cada vez más amplios de la población urbana.
Otro factor que también pesó fue el hecho de que existiera una proporción muy
alta de extranjeros en la economía urbana, y ahora no sólo en la clase social más
alta. Ello limitó la capacidad de expresión política de una fracción de la pobla-
ción urbana. Si bien casos como los de Buenos Aires y Montevideo (donde a
mediados de siglo la mayoría de la población económicamente activa era oriun-
da de ultramar, y su proporción aún aumentaría más tarde) no fueron los más
típicos, en la mayor parte de las ciudades con un crecimiento más rápido la
proporción de extranjeros fue notable en la venta al detalle y en la industria ligera.
La creciente debilidad de cualquier expresión política específicamente urbana
se debía a la peculiar posición que ocupaba la ciudad en el sistema económico y
fiscal consolidado por el avance constante y regular del sector exportador de
productos agropecuarios. Las decisiones de los gobernantes se ajustaban cada
vez más al carácter ya especificado de las economías latinoamericanas. Por ello,
la prosperidad y la estabilidad tanto del Estado como de las ciudades dependían
ahora del crecimiento constante del sector agropecuario exportador de estas
economías.