Está en la página 1de 7

1

LAS REFORMAS BORBÓNICAS

El siglo XVII fue el virreinato del Perú un periodo de consolidación económica que le permitió convertirse
en el más importante de América. A pesar de que la mina de Potosí no volvió a registrar las exportaciones de
plata que alcanzó en la década de 1590, la economía peruana tuvo un desarrollo notable, gracias a la
expansión de la agricultura, la ganadería y por la multiplicación de los centros obrajeros, principalmente en
el sur del virreinato. Este crecimiento se debió en parte a la retención del circulante que debía ser enviado a
las arcas reales y también al crecimiento del comercio directo, es decir contrabando, con países enemigos de
España. Por otro lado, el miedo a corsarios y piratas hizo que las autoridades peruanas optaran por no enviar
plata por mar, sino que la utilizaran en gastos de defensa y mantenimiento de la armada.
Por su parte, España no tuvo una conducción eficiente tras la muerte de Felipe II. Los reyes que le
sucedieron no tuvieron acertadas decisiones en su política exterior, sumiendo a España en una larga guerra
(La Guerra de los 30 años), que la alejó de sus colonias, y que permitió el afianzamiento de las elites
americanas.
El último rey de la dinastía de los Habsburgo, Carlos II, llamado "El Hechizado", gobernó por casi 40 años,
pero su permanente estado enfermizo y su poca capacidad para sacar adelante a España de la crisis en la que
se encontraba a fines del siglo XVII, permitieron que la nobleza española, conducida por sus nobles o
"Grandes", tomara realmente el poder a través de las Cortes. Mientras tanto, en el Perú la elite afianzó su
condición durante este siglo y los criollos lograron ingresar al mundo administrativo a través de la compra de
cargos. Sin embargo, todos estos "derechos" ganados por los criollos serían recortados con la aplicación de
las Reformas Borbónicas durante el siglo XVIII.
El cambio dinástico en España
Hacia fines del siglo XVII, España, otrora primera potencia europea, se encontraba en un estado de
decadencia, ejemplificada por el reinado de Carlos II, "El Hechizado" (1665-1700). El último de los
Habsburgo españoles resultó un gobernante incapaz, permanentemente enfermizo y sin mayor autoridad
sobre sus dominios.
Las riendas del gobierno se encontraban en las manos de la aristocracia terrateniente, los "Grandes", quienes
dominaban el gobierno central a través de los diferentes consejos (Consejo de Castilla, de Indias, etc.), y a la
vez controlaban enormes feudos en los que su autoridad era casi absoluta. A los privilegios aristocráticos se
agregaban los de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas, que controlaba gran cantidad de tierras y
recursos.
La autoridad del monarca también estaba limitada en el resto de su dominio por los diversos fueros
regionales (por ejemplo, los de Cataluña y Aragón), lo que redundaba en la incapacidad de la Corona para
elevar los impuestos en ellos. Impedida de incrementar la carga tributaria sobre estos reinos, la Corona
dependía de los recursos de Castilla y las Indias para cubrir sus gastos. Al estar la aristocracia y la Iglesia
exentas de impuestos, la presión fiscal recaía sobre los campesinos castellanos, que con el paso de las
décadas se empobrecían cada vez más. La situación era grave, dado que las constantes guerras en Europa
representaban gastos enormes, absorbiendo los ingresos de la Corona. Para cubrir los apremiantes gastos
militares la Corona recurría a un constante endeudamiento y a la devaluación de la moneda, acuñando
crecientes cantidades de vellón (moneda de cobre) con la finalidad de reservar la plata para el pago de los
acreedores reales. A las cargas fiscales del reino se agregaban las cargas señoriales y eclesiásticas sobre una
agricultura en general atrasada. Esta situación devino en la pauperización del campesinado castellano, una
masiva inmigración hacia las ciudades, hambruna y debacle demográfica.
La ruina de Castilla llevó a una creciente dependencia de los envíos de la plata de América, pero incluso
éstos venían disminuyendo desde hacía varias décadas. Las razones eran el contrabando, una economía
americana más diversificada, menos dependiente de las importaciones españolas, y los crecientes costos de la
administración colonial. De igual modo, la economía castellana recibía cada vez menos beneficios del
comercio con América, a pesar del monopolio oficial. Los productos exportados de la península a América
eran principalmente agrícolas, pues la mayor parte de las manufacturas en las flotas y galeones (incluso los
mismo barcos) de Indias venían de otros países europeos, principalmente Francia, pero también de Inglaterra
y Holanda. Los mismos mercaderes andaluces se habían convertido en meros intermediarios entre los
grandes comerciantes de Europa y sus clientes americanos.
La debacle alcanzó su punto más bajo entre 1680 y 1685. Hacia este último año se empiezan a percibir
señales de recuperación. Finalmente, la Corona impuso una cierta estabilidad monetaria, volviendo a la
acuñación de monedas de oro y plata. La población experimentó cierto repunte, lo mismo que la producción
2

agrícola, mientras que las epidemias empezaban a ceder. Zonas periféricas del imperio como Cataluña y el
País Vasco mostraban un gran dinamismo económico, pero aún así la situación seguía siendo crítica.
Carlos II no dejó descendencia, por lo que a su muerte en 1700 legó el trono a Felipe de Anjou, nieto de Luis
XIV, quien fue bien recibido por las Cortes de Castilla. Pero su sucesión al trono fue disputada por el
archiduque Carlos de Austria, un Habsburgo quien no sólo tenía el apoyo de su país natal, sino también de
Gran Bretaña, Holanda, Portugal y Saboya, naciones que recelaban que la sucesión de un Borbón en España,
porque aumentaría el poderío francés, alterando el equilibrio de poder en Europa. Además, Carlos contaba
con el apoyo de Cataluña, Aragón y Valencia, recelosas del autoritarismo Borbón, lo mismo que parte de la
aristocracia castellana.
La disputa iniciaría la larga Guerra de Sucesión Española (1701-1713), que culminaría con el tratado de
Utrecht (1713), por el cual las potencias europeas reconocieron los derechos de Felipe (ahora Felipe V) al
trono de España a cambio de varias concesiones: En Europa, España debió ceder los Países Bajos, Nápoles,
Cerdeña y Milán a Austria; Gibraltar y Menorca a Gran Bretaña, y Sicilia a Saboya. En América, España se
comprometió a no ceder ninguna colonia a Francia, y cedió la colonia de Sacramento, en el estuario del río
de la Plata, a Portugal.
Más grave aún fue la ruptura del monopolio comercial español con sus colonias, al tener que ceder el asiento
de esclavos durante treinta años, junto con el navío de permiso, el envío anual de un navío con 500 toneladas
de mercancías. Además, con la cesión de la colonia de Sacramento a Portugal se abrió el camino para un
contrabando masivo.
La guerra demostró la lealtad de las colonias americanas para con Felipe V, pues a pesar de la brillante
oportunidad generada por el vacío de poder en la península, no hubo ninguna rebelión en las Indias. La razón
de esta conducta se encuentra probablemente en los fuertes vínculos de la clase dirigente criolla con España
y la carencia de una fuente de legitimidad alternativa a la figura del Rey. Sin embargo, el conflicto también
trajo ciertas consecuencias indeseables para América. Con el pretexto de proteger el comercio español, se
autorizó a los franceses a enviar barcos de guerra a las Indias, abriendo otra puerta al contrabando. En la
práctica, los franceses llegaron a establecer un comercio directo con América en momentos en que las flotas
y galeones se espaciaban cada vez más. Particularmente en el estrecho de Le Maire en el extremo meridional
de América del Sur, el cual emplearon para comerciar directamente con el Pacífico.
Los monarcas Borbones, comenzando por Felipe V, llegaron decididos a cambiar la ineficiente
administración del estado español, implementando cierto número de reformas. El objetivo en esta
etapa era acabar con el excesivo poder de la gran aristocracia y las autonomías regionales, que habían
impedido el eficiente accionar de la Corona en tiempos de los Habsburgo.
Tras la firma del tratado de Utrecht (1713), España se vio obligada a realizar profundos cambios en su
política, tratando recobrar el terreno perdido ante sus pares europeos. Así, desde las primeras décadas
del siglo XVIII, los reyes Borbones implantaron una serie de reformas que cambiarían el sistema
español de antiguo régimen por una administración moderna y centralizadora. Uno de los puntos
centrales en el cambio fue volver los ojos a las colonias y hacerlas partícipes de las transformaciones.
Los Borbones se dieron cuenta que necesitaban tener una real presencia en América, si es que
buscaban obtener algún rédito de ella.
Las principales reformas se aplicaron recién durante el reinado de Carlos III. Carlos III fue un
monarca muy distinto a los anteriores Borbones españoles. De carácter fuerte, estaba dispuesto a
convertir a España en una gran potencia. Dio un renovado impulso al programa de reformas, centrando
su atención en América como fuente de recursos para emprender una activa política exterior en
Europa.
El catalizador de este programa fue la Guerra de los Siete Años (1756-1763), la cual enfrentó a
Inglaterra y a Francia en una escala global. Tras un largo período sin victorias decisivas, la balanza se
inclinó hacia el lado inglés. Entonces, en una discutible decisión, por las consecuencias que trajo para
España, Carlos III renovó el pacto de familia con los Borbones franceses (1761), entrando España en
la guerra del lado francés. Pronto se hizo evidente que el ejército y marina españoles no podían
competir con sus contrapartes ingleses. Los ingleses capturaron La Habana y Manila, mientras los
españoles sólo pudieron tomar Sacramento de manos de los portugueses. En el tratado de paz de París
(1763), Inglaterra devolvió ambas conquistas, pero obtuvo a cambio la Florida y la restitución a
Portugal de la colonia de Sacramento. En compensación, Francia cedió Louisiana a la corona
española. La derrota hizo más evidente la necesidad de un cambio radical y que este debía partir de
una adecuada explotación de las riquezas americanas.
3

Reformas comerciales
Las reformas comerciales constituyen una de los más importantes del programa reformista borbónico.
En este aspecto, la política de la Corona se basó en el mercantilismo francés, ejemplificado por el
ministro de Luis XIV, Jean Baptiste Colbert (1619-1683). El mercantilismo se basaba en la idea de que
los metales preciosos son la base de la riqueza de una nación, por lo tanto debe hacerse todo lo posible
para aumentarlos. Esto se traducía en medidas proteccionistas del comercio y la industria con la
finalidad de obtener una balanza comercial favorable. Es decir, debían ingresar más metales (en la
forma de moneda) de los que salían para pagar las importaciones.
El vínculo entre el mercantilismo francés del siglo XVII y el español del siglo XVIII está dado por la
obra de Jerónimo de Ustáriz, "Theórica y práctica del comercio y de marina", publicada en 1724 y
reeditada varias veces después. En esta se planteaba la protección de las manufacturas nacionales
mediante altos aranceles, la eliminación de las aduanas internas y una activa política estatal a favor de
la industria española, a través de la compra de armas, barcos y provisiones para el ejército y la marina.
De esta manera, se vinculaba la recuperación económica con la expansión del poderío militar español.
Inspirada en los escritos de Campillo y Cossio ("Nuevo sistema de gobierno para la América"), España
eliminó el sistema de flotas y galeones, que se había caracterizado por su ineficiencia y poca utilidad
para los comerciantes americanos. Sin embargo, no abandonó el monopolio, pues América debía ser el
gran mercado para las manufacturas españolas. Estas serían pagadas mediante unas remozadas
agricultura y minería coloniales. Los indios serían importantes clientes en este sistema,
incorporándolos de lleno al sistema de mercado, a través de una redistribución de la tierra.
Durante la primera mitad del siglo XVIII el comercio legal trasatlántico había languidecido a causa del
contrabando y las concesiones hechas a Inglaterra en el tratado de Utrecht. Tras las reformas, el
resultado de estas medidas fue el incremento masivo del comercio trasatlántico, en particular cuando
el fin de la Guerra de Independencia con Estados Unidos (1783) trajo la paz con Inglaterra. Pronto las
mercancías europeas invadieron los mercados americanos, causando las protestas de los tribunales del
Consulado de Lima y México. La sobreoferta de manufacturas causó el desplome de los precios en
América, reduciendo considerablemente los beneficios de estos grandes mercaderes. En cambio,
resultaron beneficiados una nueva generación de comerciantes pequeños y medianos (en su mayoría
nuevos inmigrantes españoles), dispuestos a trabajar con menores márgenes de ganancias. En cuanto a
las regiones, los puertos venezolanos y los del río de la Plata lograron incrementar considerablemente
su participación en el comercio trasatlántico.
Del lado americano el incremento de la producción de plata cubrió buena parte del incremento
comercial, aunque su participación se redujo de un 75% a un 60%. El resto de las exportaciones a
Europa estaba compuesto por productos agrícolas: índigo, cacao, tabaco, azúcar, en su mayor parte
provenientes de la región del Caribe, lo que revelaba la creciente importancia de regiones antes
consideradas marginales del imperio. Las plantaciones se vieron beneficiadas con las Reformas
Borbónicas. El mejor ejemplo de ello es Cuba, donde la Corona favoreció la importación de esclavos
africanos y harina barata de los Estados Unidos para incentivar la producción azucarera. Esta se vio
favorecida por la Revolución de Santo Domingo en 1789, que sacó a esta isla francesa del negocio del
azúcar. Además, Cuba producía tabaco, pero no en grandes plantaciones sino en propiedades más
pequeñas. Para la década de 1790, la isla exportaba alrededor de 5 millones de pesos, creciendo hasta
los 11 millones en la década siguiente. Un éxito similar se logró en Venezuela con la producción de
cacao, aquí también sobre la base de la mano de obra esclava.
Sin embargo, el aumento de las exportaciones coloniales españolas se debe contrastar con las cifras de
las colonias inglesas y francesas. Entre 1783 y 1787 los ingleses importaron productos de las Indias
Occidentales (un puñado de islas en el Caribe) por un valor de alrededor de 17 millones de pesos
anuales. Los franceses hacia 1789 importaban de Santo Domingo alrededor de 27 millones de pesos
(30 millones según otras fuentes), en su mayor parte en azúcar, algodón y café. En contraposición, las
cifras para toda la América Hispánica a comienzos de la década de 1790s (la mejor época del comercio
trasatlántico) sólo llegaba a 34 millones de pesos. Esto da una medida de la persistente ineficiencia del
gobierno español en América.
El notable incremento del tráfico trasatlántico a raíz del "Libre Comercio" redundó en mayores
ingresos para la Corona, sin colmar las expectativas que en él se ponían. En particular, resultaba obvio
el fracaso de las manufacturas españolas para sacar beneficios de las Américas. Las mercaderías
españolas enviadas a América seguían siendo en su mayor parte productos agrícolas, mientras que las
4

manufacturas (inclusive los barcos mercantes) seguían llegando de otros países europeos. Incluso
parece que las manufacturas registradas como españolas (principalmente textiles) eran reexportaciones
de manufacturas de otros países con una mínima reelaboración. De igual manera, el comercio seguía
estando concentrado en Cádiz, pero dominado por casas comerciales extranjeras.
Reformas político-administrativas
La reforma de la administración colonial partió por el reordenamiento de las divisiones administrativas
americanas. Ya se había dado un paso en esta dirección con la creación del virreinato de Nueva
Granada (con capital en Bogotá), el cual fue luego abolido y reestablecido definitivamente en 1739.
En 1776 se creó el virreinato del Río de la Plata (con capital en Buenos Aires) al cual se anexó el Alto
Perú, pues se consideraba que las minas de plata de Potosí resultaban imprescindibles para asegurar la
viabilidad económica del nuevo virreinato.
Sin embargo, el principal problema de la administración colonial era el control ejercido por las elites
criollas sobre las instancias de poder locales. Ello había sido facilitado por las ventas de cargos
(anuladas recién en 1750), pero no se limitaban a ellas. En territorios tan lejanos a España era
inevitable que los funcionarios reales se vincularan a las sociedades locales a nivel económico e
incluso, mediante matrimonios, a nivel personal. Ello formaba una comunidad de intereses entre
ambos grupos, redundando en que la elite criolla era quien en la práctica controlaba el gobierno. La
Corona se veía perjudicada por esta situación, pues al no poder hacer valer sus intereses en sus
colonias, era constantemente defraudada, sus leyes no eran observadas, al mismo tiempo que el
contrabando se incrementaba.
Para resolver esta situación, la Corona emprendió la reforma de la administración colonial, como
requisito indispensable para las reformas económicas. El medio usado por Carlos III para llevar a la
práctica los cambios administrativos fue la antigua visita general de los Habsburgo, resucitada para
nuevos propósitos. Entre 1765 y 1771 José Gálvez, realizó la visita del virreinato de Nueva Granada
con gran éxito, al punto que fue recompensado con el marquesado de Sonora. Posteriormente se
emprenderían visitas en el virreinato del Perú (1776) y de Nueva Granada (1778).
Uno de los primeros frutos de las reformas administrativas fue la segregación de los criollos de los
principales cargos de la administración colonial. Esta labor fue también realizada por José Gálvez,
ahora secretario de Indias, de tal manera que la proporción de criollos en las audiencias se redujo de
ser la mayoría a sólo entre un tercio y un cuarto. Al mismo tiempo, al haberse abolido las ventas de
cargos se restableció la progresión en los nombramientos de oidores, los cuales pasaban de audiencias
menores a cargos más importantes en las capitales virreinales como Lima y México, y de allí al
Consejo de Indias, en España. De más está decir que esta marginación causó profunda desazón en los
círculos criollos.
Paralelamente, se instituyeron nuevos cargos. Para reducir la omnipotencia de los virreyes se creó el
puesto de Regente, encargado de asumir las funciones del virrey como presidente de la Audiencia. Un
intento similar de nombrar un encargado de los aspectos económicos de los virreinatos no alcanzó el
éxito esperado. Para ello se había creado el cargo de Superintendente de la Real Hacienda y una Junta
Central de Hacienda, con lo que los virreyes veían reducida su jurisdicción a lo civil y militar. Sin
embargo, la oposición fue demasiado grande y este cargo fue suprimido tras la muerte de su impulsor,
el secretario de Indias José Galvez, en 1787.
Las reformas no se limitaron a los cargos más altos. Un problema de particular preocupación era el de
los Corregidores. Los anteriores monarcas Borbones habían limitado e incluso reducido sus sueldos en
la península y las Américas. Para compensar esta pérdida, en 1751 se legalizó el Repartimiento. Esta
era una vieja costumbre de los corregidores de indios, hasta entonces practicada profusamente a pesar
de su ilegalidad. Tenía dos formas, en la primera el corregidor repartía mercancías a los indios a su
cargo, quienes debían aceptarlas obligatoriamente y pagarlas a precios elevados. En la segunda forma,
los corregidores repartían dinero para luego recuperarlo en productos tales como la cochinilla o el
índigo, lo que convertía a esta forma de repartimiento en una especie de crédito forzado. La primera
estaba generalizada en los Andes, mientras que la segunda predominaba en la Nueva España.
Al autorizar los Repartimientos, la Corona se limitó a regular los precios de los bienes distribuidos,
pero esta regulación no tuvo mayor éxito, dado que en el corto período de gobierno de los corregidores
(generalmente cinco años) éstos debían recuperar la inversión hecha y pagar a las grandes casas
comerciales de México y Lima, que eran las que los proveían de crédito y mercancías. El
Repartimiento se convirtió en causa de profundo descontento entre las masas indígenas, sobre todo en
5

los Andes.
Para implementar una solución final al problema de los corregidores, la Corona decidió trasplantar a
Indias el sistema de Intendencias implementado en España. Ello causó gran polémica, pues se
consideraba que si los indígenas se veían libres de los repartos dejarían de participar en la economía de
mercado y se volcarían a la autosubsistencia, causando la ruina de los virreinatos. El primer paso hacia
el cambio se dio con el establecimiento de la primera Intendencia en Cuba, de forma experimental en
1763. El siguiente paso no se daría hasta que José Galvez ocupó la secretaría de Indias (1775-1787).
Gracias a su gestión, en 1782 se crearon 8 intendencias en el virreinato del Río de la Plata. En 1784 se
crearon 4 más en el virreinato del Perú y en 1786, otras 12 en el de Nueva España. Además, se crearon
5 en Centroamérica, 3 en Cuba, 2 en Chile y 1 en Venezuela, pero no llegaron a implementarse en el
virreinato de Nueva Granada.
Los intendentes concentraban una enorme autoridad en el plano local, a lo que se agregaba que sus
jurisdicciones eran mucho más grandes que las de los corregidores, controlando las esferas judicial,
económica e incluso religiosa. Para ayudarlos a gobernar existían subdelegados encargados de
jurisdicciones más pequeñas. Los resultados obtenidos por los intendentes fueron exitosos hasta cierto
punto, beneficiándose sobre todo las ciudades donde se asentaban. Sin embargo, el escaso tiempo en
que pudieron desarrollar su actividad (pues la Independencia hispanoamericana estaba a la vuelta de la
esquina) no permite hacer un juicio preciso sobre los resultados obtenidos.
La expulsión de los jesuitas
Desde el gobierno de Fernando VI, e incluso antes, los jesuitas habían estado en el centro del debate
entre regalistas (partidarios de la autoridad de la Corona sobre la Iglesia) y anti-regalistas (partidarios
de la supremacía papal). A ello se agregaban los problemas generados por la guerra en Paraguay, a raíz
del tratado de 1750. Y en general, los jesuitas no eran bien vistos por su notoria influencia en la corte,
y por sus vínculos con Roma. Incluso se les atribuía un cierto carácter subversivo y regicida. En suma,
su carácter independiente e internacional los hacía incompatibles con el ideal de absolutismo de los
Borbones.
Razones similares habían llevado a la expulsión de la orden jesuita de Portugal (1759) y de Francia
(1762). Pero lo que desencadenó su expulsión de España fue un motín en Madrid en 1766, del que se
culpó a los jesuitas, desatándose una fiebre anti-jesuita. Al año siguiente, Carlos III decretó en secreto
la expulsión de los jesuitas de España y América. Sus órdenes fueron acarreadas con desusada
eficiencia y gran celeridad. Se embarcó a los miembros de la orden hacia Italia, y se expropiaron sus
bienes y propiedades en favor de la Corona. Pero ni siquiera en Roma encontraría refugio la orden,
pues el Papa Clemente XIV la suprimió en 1773. Sólo sería restaurada recién en 1813.
Esta medida no dejó de traer consecuencias para América. Buena parte de los miembros de la orden
expulsados eran criollos con fuertes vínculos en sus regiones de origen, por lo que la medida causó
gran descontento. Más aun, algunos de los expulsados desde el exilio se convertirían en activistas en
contra del dominio español en América, como por ejemplo Juan Pablo Viscardo y Guzmán, quien
escribió la conocida Carta a los Españoles Americanos (1792).
Reformas de la Iglesia
La expulsión de los jesuitas fue sólo el primer paso para un programa más amplio de reformas de la Iglesia
en América, por parte de los Borbones. La finalidad era reducir el poder de la Iglesia en América y liberar
sus propiedades y bienes para beneficiar el resto de la economía.
La primera medida fue la expulsión de los jesuitas y la expropiación de sus tierras y censos. Para administrar
estas adquisiciones crearon el Ramo de Temporalidades, institución encargada de vender por subasta las
antiguas propiedades jesuitas. Las condiciones de venta resultaban sumamente atractivas para los
compradores, pues los precios eran menores al valor real de las propiedades. Además, se concedían créditos
para el pago a plazos. En cuanto a los censos, las rentas que antes le correspondían a la orden, pasaron a ser
remitidas directamente a España.
El segundo paso consistió en la desamortización de censos y otras cargas eclesiásticas, es decir, liberaron la
tierra de los pagos debidos a la Iglesia. A la vez, se buscó eliminar el régimen de "manos muertas" impuesto
sobre ciertas tierras, que impedía su venta legal. No obstante, el inicio de la desamortización se dio en una
fecha tardía: 1804. El ministro de Carlos IV, Godoy, decretó la medida intentando consolidar los juros
emitidos por la Corona para la guerra con Inglaterra. Ello implicó el pago directo al Estado de todas las
cargas eclesiásticas sobre la tierra, asumiendo éste el pago de los intereses sobre estos capitales. Por permitir
liberar las propiedades rurales de los pesados vínculos eclesiásticos, esta medida tuvo gran popularidad en
6

España, pero no tanto así en América, porque significó un drenado de importantes recursos hacia la
península, sin mayor beneficio para la economía local. El tercer y último paso de las reformas de la Iglesia
fue la supresión de la Inquisición. Igualmente, los bienes y censos de este tribunal fueron a beneficio de la
Corona.
Por otro lado, la recaudación del diezmo pasó, por decreto real, a juntas controladas por funcionarios reales.
En general, estas medidas más bien económicas estuvieron acompañadas por un ataque enfocado a los
privilegios eclesiásticos. En 1795 se eliminó la inmunidad del clero ante los tribunales civiles para los delitos
graves.
Este conjunto de medidas contra el poder de la Iglesia finalmente probó ser más bien contraproducente para
los intereses de la Corona, porque socavó uno de los pilares de la autoridad real en España y América, con lo
cual socavaba los fundamentos del absolutismo.
Reformas militares
Habiendo quedado patente la debilidad del imperio colonial español durante la guerra de los Siete
Años, una de las primeras medidas tomadas por la Corona fue reforzar sus defensas. Se enviaron
inspectores a Cuba y a México, al poco de terminar la guerra, con la finalidad de reorganizar las
defensas y reclutar las tropas necesarias. En 1768 se emitieron las Ordenanzas Militares de Carlos III,
que buscaron imbuir de un nuevo espíritu a las tropas hispanas. Para 1771 la situación había mejorado
considerablemente, contándose en toda Hispanoamérica 42995 hombres en armas. Sin embargo, estos
estaban repartidos de manera desigual, ya que se otorgó prioridad a la región del Caribe y a la del Río
de la Plata, donde el peligro de un ataque inglés era mayor. Por esta razón, cuando hacia 1780 se
desatan grandes rebeliones en los virreinatos del Perú y Nueva Granada, las fuerzas realistas estaban
mal preparadas.
El considerable aumento de las tropas coloniales sólo pudo lograrse gracias al enrolamiento de la
población local, incluyendo gran número de indígenas y mestizos en los virreinatos del Perú y Nueva
España. En todos los casos fueron los criollos quienes más se beneficiaron de la expansión de las
milicias, pues coparon la mayor parte de la oficialidad. Así, la carrera militar se convirtió
progresivamente en un excelente medio para lograr ascendencia social, sobre todo en momentos en
que los peninsulares ocupaban los altos cargos de la administración. De allí que no es de extrañar que
los protagonistas de los movimientos emancipadores a comienzos del siglo XIX fuesen casi todos
militares.
El refuerzo de las posiciones militares españolas en América rindió pronto sus frutos. En 1776 se logró
conquistar Sacramento por tercera vez, gracias a una expedición militar proveniente de Buenos Aires.
Esta conquista se convirtió en definitiva gracias al tratado de San Ildelfonso (1778). Similares
resultados se obtuvieron durante la Guerra de Independencia estadounidense (1779-1783), cuando
España y Francia intervinieron en favor de los rebeldes: desde Louisiana se organizó un ataque hacia
la Florida, ocupando Pensacola. Y en Centroamérica se expulsó a los ingleses de la Costa de los
Mosquitos, (aunque no pudo hacerse los mismo en el caso de Belice). En el subsiguiente tratado de
paz, España recuperó la Florida, lo que aunado a las expediciones hacia California y Texas, realizadas
desde Nueva España, consolidaron las fronteras del imperio colonial español.
7

También podría gustarte