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Atheists Who Kneel and Pray Tarryn Fisher PDF Espanol Descarga PDF
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Sinopsis 21 40
PARTE UNO 22 41
EL CORREO 23 42
ELECTRÓNICO 24 43
1
25 44
2 PARTE DOS 49
3 EL CORREO 45
4 ELECTRÓNICO 46
5 26
47
6 27 48
7 28 49
8 29 50
9 30
51
10 31
52
11 32 53
12 33 54
13 34 55
14 PARTE TRES
56
15 EL CORREO
57
ELECTRÓNICO
16 58
17 35
Tarryn Fisher
18 36
37
19
38
Sinopsis
Yara Phillips es una musa errante.
Sale con hombres que la necesitan, pero siempre pasa a algo nuevo,
nunca permaneciendo en un lugar por mucho tiempo.
David Lisey necesita una musa.
Un talentoso músico carente de inspiración lírica. Cuando la ve por
primera vez, sabe que ha encontrado lo que estaba buscando.
Yara cree que puede darle a David exactamente lo que necesita para
alcanzar su máximo potencial: Un corazón roto.
La religión de David es el amor.
La religión de Yara es la angustia.
Ninguno está dispuesto a rendirse, pero la religión siempre requiere
sacrificio.
Para Serena,
Con mucho amor.
PARTE UNO
EL CORREO ELECTRÓNICO
Querida Yara,
La banda estará en Londres el 12 de noviembre. ¿Quieres que
nos veamos?
David
Hola David,
Sí, suena muy bien. Avísame en dónde y cuándo sería.
Yara
1
IOU: según la pronunciación de las sílabas al español sonaría “ai ou iu”, similar a “I owe you”
traducido como “te debo”, por eso de que le prestó el dinero.
—Bueno, eres hermosa, Yara. Podrías estar cubierta de mierda,
caminar por la calle y mugir como una vaca, y la gente aun así pensaría
que eres hermosa.
—Pero, también pensarían que soy una chiflada.
—Ese no es el punto. Dices tonterías —dijo—. Simplemente, había
algo. Miré y lo supe. Eso no me ha pasado antes, así que decidí explorarlo.
Para el momento en que llegamos a mi apartamento, me sentí mejor
de mi nuevo novio. Gracias a Dios me detuve a depilarme después del
mercado esta mañana.
David me desnudó tan pronto como entramos por la puerta de mi
apartamento. Ni siquiera logramos llegar a la cama. Consumamos nuestra
nueva relación con diez maravillosos minutos, durante los cuales él pareció
tenso. Más tarde me dijo que intentó durar más tiempo, pero mi cuerpo
simplemente sacaba todo de él.
—Eres como magia sexual —dijo.
—Siempre es así al principio —le dije—. Pero entonces, algo
cambia.
Estaba tendido en el suelo donde habíamos aterrizado cuando
caímos desnudos y besándonos. Apoyó la cabeza en su codo y me miró
fijamente.
—¿Qué quieres decir?
De repente, deseé poder recuperar mis palabras. Me volví a
desplomar, volviendo la cara a la puerta principal y lejos de David. A
veces, sonaba demasiado cínica, eso es lo que Ann me dijo, lo que Posey
mi mejor amiga en Londres me decía.
—Vamos —instó—. Quiero saber lo que piensas, Inglesa.
—Está bien. —Me apoyé en los codos y él se acercó a acariciar mi
seno. Tan familiar—. Al principio de las relaciones, las cosas son muy
excitantes. El sexo es nuevo, y los toques son nuevos. Eres adicto a todo lo
relacionado con la otra persona, porque todo es tan reciente y sin
contaminar. Entonces la monotonía entra en acción, la lucha por cosas
tontas y la misma cosa que encontrabas excitante se vuelve…
irritante. Aburrido.
—Digo que eso es una mierda —dijo—. Cuando amas a alguien no
pasa de moda.
Me entraron ganas de reír, pero la sinceridad en sus ojos ahogó mi
humor. ¿Quién era yo para arrebatarle a este chico sus creencias? Alguien
más las borraría con el tiempo, y luego él lo sabría, pero hasta entonces
tendría que aprenderlo de la manera más difícil. Me volví a tumbar en el
suelo duro y me quedé mirando el techo. Era uno de esos techos rugosos
que parecían a una enfermedad de la piel. Nunca había yacido de espaldas
en mi cama porque no quería que el techo rugoso con su enfermedad de la
piel sea lo último que viera antes de caer dormida.
—¿Por qué te gusta ser barman? —preguntó.
Resoplé a través de mis labios fruncidos. ¿Cómo le explico algo por
el estilo? Tenía un título en gestión de atención, y sin embargo no tenía
ningún deseo de dejar el bar por un papel más prestigioso en el mundo de
los restaurantes. Me habían ofrecido todo tipo de posiciones y había
rechazado cada una.
—Me gusta el modo en que suena la barra —dije—. El tintineo del
hielo en un vaso, el olor de la lejía, la espuma que deja la pistola de soda
en la parte superior de una bebida. Todo es tan relajante. Puedes ir a
trabajar y hay una fórmula para lo que la gente necesita. Por no hablar de
las personas. Me gusta observarlas, escuchar sus vidas, sin intervenir en
sus vidas. Son como amigos, pero sin la molestia.
David reía. Se sostenía su vientre desnudo de lo fuerte que reía.
—Tienes la personalidad de un artista, ¿lo sabes?
—De ninguna manera —contesté, sacudiendo la cabeza—. No
tengo ni un hueso artístico en mi cuerpo.
—Seguro que sí. Simplemente no lo has encontrado todavía. —Lo
dijo con tanta convicción que empecé a considerar todos los talentos
ocultos que podría tener.
—Un día despertarás y querrás hacer algo. Marca mis
palabras. Quizás sea una pintura, o tal vez un bebé conmigo. —Se encogió
de hombros. Golpeé su brazo y él se colocó encima de mí, mis omóplatos
clavándose al suelo de madera—. Sé lo que podríamos hacer en este
momento —dijo, besando mi barbilla. Levanté la cabeza de modo que
tuviera acceso a mi cuello—. Podríamos hacer…
Puse una mano en su boca para que así no pudiera decir las palabras.
—No —le advertí—. No estamos en una película cursi de los años
ochenta.
Empezó a cantar “I’ll Make Love to You” de Boyz II Men, mientras
yo me encogía y trataba de salir debajo de él, pero al final, me besó tan
bien que perdí la voluntad de escapar.
16
TIPOS
David vivía en un apartamento de un dormitorio
llamado Hillclimb Court, tan cerca del Mercado Pike Place que podía
sentir su pulso a través de las paredes. Era el tipo de construcción que
arquitectos en los ochentas pensaron que era de vanguardia. Me recordaba
a un espacio de oficina o un garaje de estacionamiento; todo de acero y
hormigón con un patio privado para proteger a los residentes de los turistas
que sondeaban la calle fuera. Para añadir un pequeño toque creativo muy
necesario, tenía una pared de azulejos de vidrio. ¡Ooh La La! Los
residentes se habían esforzados para alegrar el lugar con plantas y eso
ayudaba muchísimo. Tenía un ambiente de garaje/invernadero. El
apartamento de David quedaba de cara al Puget Sound donde se podía ver
las montañas Olympic repartidas frente a ti como un buffet de la naturaleza.
Estaba esperando algo pequeño y sucio, tal vez un lugar donde
tuviera compañeros de habitación y un sofá marrón manchado con
quemaduras de cigarrillos. Sin embargo, no era nada de eso. Era industrial.
Imaginé que la luz era hermosa cuando entraba por las grandes ventanas
orientadas al oeste. Las paredes de ladrillo, los pisos de concreto, las luces
Edison que colgaban por encima de la cocina brillando amarillo. Tenía
ollas y sartenes de cobre, y bebía agua de tarros de cristal, cosa que no me
sorprendió en absoluto. Habían cuadros colgados con buen gusto en las
paredes, pinturas al óleo de desnudos femeninos. Y su único mueble era
una sección de cuero con aspecto resbaladizo que se enfrentaba a la
televisión. Me impresionó especialmente cuando busqué una consola de
videojuegos y no encontré ninguna. David accionó un interruptor y un
fuego saltó a la vida por debajo de la televisión. Nos preparó
expreso mientras miraba alrededor y nos sentamos cerca del fuego para
beberlo.
—Te estás preguntando por qué conduzco un auto tan mierda y
tengo un lugar tan agradable —dijo.
—Sí, supongo que sí. —Dejé mi taza de café en el suelo junto a mí.
—Es la casa de mi tía. Ella me lo alquila.
—Oh —dije—. ¿Dónde vive?
—Afuera en Bainbridge. Compró esto hace veinte años, cuando
trabajaba en la ciudad. Supongo que aún está apegada, no quiere venderlo,
así que me permite quedarme en él.
—Qué afortunado —dije.
Una lenta sonrisa perezosa se dibujó en su cara, y me atrajo hacia
él. Me gustó la forma en que olía, y me gustó que llevara bóxer rosa bajo
sus ropas negras. Y me gustó la forma en que me había mirado esta noche
mientras estaba en el escenario. Intentaba ir a la mayor cantidad de sus
espectáculos como podía, sobre todo si no estaba trabajando.
Una vez tuve un amigo músico que me dijo que las horas después
de un espectáculo eran las más solitarias que jamás hubiera sentido.
—Pasas de ciento sesenta kilómetros por hora a dieciséis. En un
minuto todo el mundo está pidiendo a gritos más, al siguiente, estás en
casa en bóxer doblando la ropa y preparando una tostada. —
Quería preguntar a David si alguna vez se sentía de esa manera, pero él no
era la clase de persona depresiva y melancólica. Incluso ahora
estaba limpiando nuestro desorden después del café con una pequeña
sonrisa en sus labios. De repente tuve un anhelo de tostadas y frijoles, y
estaba a punto de preguntarle si tenía cuando salió de la cocina.
—Quítate los pantalones y acuéstate de espalda. Quiero saborearte.
Mis ojos se pusieron vidriosos, abandonando los sueños con
tostadas. De todos modos no necesitaba esas calorías adicionales.
Mi parte favorita del condominio de David era la taberna conectada
a su edificio. Era una de esas tiendas de moda que tienen un calentador
para mini-pretzel y tropecientos tipos de cerveza. Los hípsters
cristianos tenían estudios de la Biblia en las mesas de abajo, y siempre
había al menos cuatro hombres vestidos holgados gorros tejidos y camisas
a cuadros. En las noches de lluvia caminaríamos hasta allí y nos
sentábamos bajo las cadenas de luces Edison, bebiendo pinta tras pinta
hasta que cerraban el lugar. Hacíamos un montón de ruido cuando
Ferdinand y Brick se nos unían, a veces traían chicas que apestaban a
perfume afrutado, escote y decían mierda un montón, eso siempre hacía
que los chicos estudiando la Biblia empacaran temprano y se iban. Cuando
estábamos lo suficientemente ebrios, nos tambaleábamos los diez pasos de
nuevo a su edificio y hacíamos queso a la plancha con las rebanadas de
queso desagradables que vienen en fundas de plástico. Compré un buen
trozo de queso lujoso de Beecher en el mercado, pero se pudrió en su
nevera y con el tiempo lo botamos.
Aprendí que los estadounidenses tienen una gran nostalgia por las
papilas gustativas. Esto me quedó demostrado cuando viví en Miami. Una
chica con la que trabajé de barman quien era originaria de Ohio sugirió un
viaje por carretera a Georgia. Estaba deseando una White Castle, me dijo,
y yo estaba dispuesta a tomar un viaje por carretera de tres días para ir a
comerla. Había esperado magia, quizás amor a primera vista, pero después
de mi primer bocado dejé mi sándwich a un lado y le pregunté si en realidad
habíamos conducido hasta Georgia por hamburguesas o si había algo más
en juego.
—Yara —había dicho ella—. En Estados Unidos, alimentamos
nuestras obsesiones. ¡No nos importa si no son prácticas! —Ella entonces
había comido mi sándwich y tres por su cuenta, luego ordenó una docena
para llevar, que puso en una nevera portátil en el maletero de su Prius—.
No son tan buenos recalentados, pero los mendigos no pueden ser selectos.
Yo había ido a casa preguntándome si nos habíamos drogado con
algún tipo de droga de la que no estaba consciente. Quiero decir,
¿condujimos hasta la península de Florida y fuimos a otro estado solo por
hamburguesas que sabían a pies sucios? Cuando llegué a casa, busqué en
internet y encontré que las personas eran bastante apasionadas por las
hamburguesas a pies sucios. Era una cosa. Además, si ponías queso en
cualquier cosa, se lo comían igual: recubiertos, rellenos, espolvoreados,
saturados… lo que sea. El queso vende, así como el sexo.
También frecuentamos JarrBar al otro lado de la calle. Parecía un
armario más que un bar, apenas lo suficientemente grande para albergar
una docena de personas bien alimentadas, pero me recordó a los bares
íntimos de los barrios en Inglaterra. A veces íbamos después de que saliera
del trabajo. Compartíamos una botella de Lobo y comíamos anchoas hasta
que nuestras lenguas estaban en carne viva de la sal.
—¿Soy tu tipo de mujer? —le pregunté una noche cuando ya
estábamos caminando de regreso a su lugar. Él me miró como si hubiera
dicho lo más loco del mundo.
—Por supuesto que eres mi tipo, nena. —Su voz sonó ronca y el
viento la atrapó y se la llevó.
—¿Con quién saliste antes que yo? —pregunté.
Esperé que se riera de eso, dijera algo para desviar el tema, pero en
cambio, me dio sus recuerdos.
—Mi última novia era italiana. —Lo pronunció exageradamente
para ser divertido—. Era celosa. Incluso si miraba a una cajera en el banco
para agradecerle por mi transacción más reciente, ella no me hablaría
por una semana. Tenía miedo de hacer contacto visual con cualquier mujer
por encima de los dieciocho años y por debajo de los cincuenta.
Me reí a pesar de que sabía que él en cierto modo estaba hablando
en serio.
—No estamos hablando de Elizabeth, ¿verdad? —pregunté,
recordando a la pobre chica con la que había roto para el tiempo en que me
conoció. Pasamos a un par de chicos borrachos en la acera, y David me
pasó rápidamente de mi lado izquierdo a mi derecha, colocándose entre
ellos y yo.
—Inglesa, te he dicho que Elizabeth y yo no éramos pareja. —
Fingió estar molesto, pero era una farsa. Discutíamos sobre Elizabeth todo
el tiempo. Él insistía en que nunca habían sido una pareja y yo insistía en
que lo habían sido.
—Mi última novia de verdad me engañó —dijo—. Es por eso que
terminamos. —Hizo una mueca—. Me estuvo engañando todo el puto
tiempo que estuvimos juntos. Esa es la razón por la que siempre me estaba
acusando de algo, porque se sentía tan condenadamente culpable, ¿sabes?
—¿Cómo era?
Me dirigió una mueca.
—Ah, ya veo por dónde vas con esto. —Se acercó más para hacerme
cosquillas, pero estábamos cruzando la calle y logré esquivarlo
agraciadamente.
—Tenía el cabello oscuro, ojos oscuros. Con curvas.
—¿Y la chica antes que ella, cómo era?
Él sonrió.
—Era pelirroja. Pasé por una etapa pelirroja en la universidad.
—¿Delgadas o con curvas? —pregunté.
—Delgadas. Altas.
Llegamos a la puerta de su edificio y sacó su llave.
—¿Qué estabas diciendo acerca de tu tipo de mujer? —pregunté
riendo.
—No tengo un tipo físico. —Se encogió de hombros—. ¿Eso es lo
que estabas averiguando?
—Sí, a decir verdad lo hacía.
—Me gustan las mujeres inteligentes, Inglesa. Las mujeres
cultivadas. Las mujeres graciosas. Las mujeres amables. Me gusta eso en
todos los tipos de colores y tamaños.
Eso me gustó.
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste a una rubia? —
pregunté. Estábamos subiendo las escaleras y casi estábamos en su puerta.
—Ayer por la noche cuando te tuve.
—Eso no es lo que quiero decir, Lisey.
—Eres mi primera rubia —admitió.
—Así que estás pasando por una etapa rubia —bromeé.
—No —dijo—. No hay más etapas. Ya encontré lo que estoy
buscando.
Y entonces me quedé de piedra y en silencio, reproduciendo sus
palabras una y otra vez en mi cabeza.
—Esto es lo más hermoso que ha sido mi vida alguna vez —dijo
David—. Esto es lo que quiero.
Me pregunté sobre eso cuando estaba lejos de él. David apenas
había dejado el noroeste del Pacífico. Yo había viajado por todos los
Estados Unidos y un poco de Europa, y sin embargo, nunca sentí que
hubiera llegado a un momento significativo. Perseguía ese momento con
tantas ganas que apenas podía permanecer inmóvil en un lugar por más
de seis meses, aun así él podía comer anchoas, mancharse sus dientes con
vino, y decir que esto era lo más hermoso que su vida había sido alguna
vez. Era inocente y sencillo, y todas las cosas que yo quería ser. Así
es cuando me di cuenta que David era quien yo quería ser. Alguien que no
necesariamente había dominado su arte o su vida, pero que estaba
intentándolo con todas su malditas ganas, con todo en él. Sentía esta
sensación extraña arrastrándose por mí, sobre todo cuando estaba sola, que
hacía que mi garganta se cierre como si estuviera comiendo
demasiadas galletas sin nada de beber. David era demasiado y yo
demasiado poco.
17
LA CHICA DE LA GORRITA
Descubrí que David se preocupaba por todo el mundo. El hombre
sin hogar en la esquina de Union con la Segunda al que le compró
sándwiches, la mujer de cuarenta y tantos llorando y caminando fuera del
restaurante de sushi que casi chocó con nosotros, la chica de los piercing
que vendía las gorritas tejidas a mano en el mercado. Incluso quería hablar
de sus apuros en detalle.
—Uno no solo termina en la calle. Él tenía una madre, una
familia. Alguien lo quería, entonces ¿qué es lo que pasó?
Pensé en lo ingenuo que era. Tal vez podría haber sido un niño
adoptivo. Tal vez podría haber tenido una madre desinteresada como yo.
En cuanto a la chica de la gorrita tejida, dijo:
—Tiene los ojos más tristes que he visto en mi vida…
La Chica de la Gorrita, fue la que más me molestó. No pude
entender por qué exactamente. La habíamos pasado para llegar a la tienda
de salchichas que nos gustaba, y una vez David compró dos de las gorritas
tejidas que ella hacía solo para ver si sonreía. Una rosa y otra de gris
moteado. Se quedó con la rosa y me dio la gris, aunque la metí en un cajón
tan pronto como llegué a casa.
—¿Crees que teje las gorritas porque está triste, o que está triste
porque tiene que tejer gorras? —preguntó. Siempre se veía muy estresado
cuando hablaba de ella. Y yo me molestaba bastante por eso.
—Bueno, en primer lugar, tienes que dejar de quedarte mirándola.
Eso la está empezando a poner bastante incómoda. Y ¿por qué tiene que
ser algo? Hace gorros, fin de la historia.
—Está triste. ¿Has visto sus ojos?
Le di un vistazo a él.
—¿Si he visto los ojos de la Chica de la Gorrita? No, David, no lo
he hecho. —Eso no era exactamente cierto. Ella tenía unos sorprendentes
ojos muy, muy azules. Llevaba abundante delineador kohl alrededor de
ellos que los hacía resaltar incluso aún más. ¡Míranos!, decían. ¡Somos tan
vulnerables!
—Bueno, ahí es donde guarda todo. —Hizo círculos con sus dedos
y se los llevó a los ojos como si fueran binoculares—. Todo el mundo tiene
una historia. —Tomó mi mano y la apretó a medida que caminábamos.
—Así he oído —respondí con aspereza.
La última cosa que quería era a David husmeando alrededor de
alguna doble de Olivia Newton-John con intensos ojos azules. Una con
ojos tristes claro está. Los hombres siempre sentían algo por la
vulnerabilidad femenina. Querían ser su héroe.
Era un domingo por la mañana, los chicos estaban tocando un
concierto a dos horas de distancia en Bremerton, y yo tenía todo el día para
estar sola. Esa era una de las cosas que olvidabas extrañar cuando estabas
en una relación, lo bien que se sentía estar desacoplado por un tiempo, para
así disfrutar de tu propia compañía. Elegí un libro de mi estantería, uno que
había estado prometiendo a David leer, y me lo llevé a un pequeño bar de
té asiático que se encontraba en el mercado. Taburetes de colores se
extendían por todo el camino alrededor de una barra baja circular. Hoy la
mayor parte de los taburetes estaban llenos. Vi un asiento vacío y me dirigí
hasta él. No la reconocí de inmediato, su cabello estaba escondido debajo
de un pañuelo de color amarillo brillante. Ella levantó la vista hacia mí
cuando me quitaba la chaqueta y me quedé sorprendida por un momento
cuando reconocí su rostro. Me deslicé en el taburete y
carraspeé preguntándome si debía decir algo. No. Eso era raro. Pedí mi té
y saqué mi libro de mi bolso. Leería algunos capítulos y luego podríamos
hablar de ellos mañana cuando David regresara. Fue entonces que la Chica
de la Gorrita me miró y preguntó si mi libro era bueno.
—En realidad acabo de empezar. Mi novio me ha estado
pidiéndome que lo lea, así que pensé en darle una oportunidad.
—Parece… hostil —dijo, mirando la cubierta.
—Supongo que lo es un poco, sí —dije. Y luego añadí—. A él le
gusta el arte violento. Creo que se siente atraído porque no sabe cómo
hacerlo. —Me sorprendió que dijera algo tan honesto a un completo
desconocido. Pensé en lo mortificado que estaría David si supiera que eso
es lo que pensaba de él y me dio vergüenza.
Ella sonrió. Fue una especie de sonrisa lejana que no llegó a sus
ojos. David tenía razón. Nada llegaba a sus ojos.
—Oye —dije—. Tienes un puesto en el mercado, ¿verdad?
Ella levantó la vista bruscamente y me estudió como si estuviera
tratando de ubicar mi cara.
—Algo así.
Me di cuenta que había cerrado la conversación, me cerró, pero
luego su cara se iluminó en reconocimiento.
—Estás con el músico. ¡Van al mercado todos los jueves!
Me encogí un poco en mi asiento. Lo que dije era aún peor ahora
que ella sabía quién era David.
—Soy buena con las caras —comentó y se encogió de hombros—.
Lo vi tocar una vez en El Cocodrilo.
Ah, el buen y viejo Cocodrilo. Sonreí y cambié de tema. ¿Qué más
podías hacer una vez que has hecho el ridículo?
—¿No trabajas hoy?
Ella asintió.
—Un amigo está cubriéndome. Rompí con mi novio y no pude
soportar la idea de sentarme allí todo el día. Así que, bueno, estoy sentada
aquí.
—¿Un chico malo? —pregunté.
Ya estaba pensando en llamar a David para decirle que tenía
razón. Sin embargo, eso probablemente le haría ser más comprensivo con
ella, y finalmente me di cuenta por qué nunca me ha gustado el aspecto de
ella. ¡Oh Dios mío, estás celosa!, me dije. Eso no era parte de lo que
hacía. Era algo nuevo para mí y me hizo sentir incómoda.
—Sí, se podría decir eso. Hemos estado de manera intermitente
durante unos años —dijo.
—¿Qué se necesita para encontrar a un buen hombre que no sea un
completo imbécil, sabes?
Ella me miró y sonrió de repente.
—Pero, tienes uno, ¿verdad?
Terminé lo que quedaba de mi té y me puse de pie.
—Fue un placer charlar contigo…
—Petra —ofreció.
—Correcto. Entonces encantada de conocerte, Petra. —Vi que ella
estaba a punto de preguntarme mi nombre y quise salir de una jodida vez
de allí antes de que tuviera que decirle.
Y entonces me colgué el abrigo y salí corriendo de la tienda como
si tuviera alguna parte importante en la que estar en lugar de estar ahí con
mis inseguridades. No le dije a David sobre mi encuentro con Petra
también conocida como la Chica de la Gorrita, y la próxima vez que
estuvimos en el mercado, insistí en caminar por un camino diferente a
nuestro lugar de almuerzo. De todos modos, ¿cómo sabía que íbamos allí
todos los jueves? Qué espeluznante. La clase de persona que se ve rubia, y
nerviosa, y un poco inocente, pero que te follaría en todas las posiciones
conocidas por el hombre.
—¿Cuántas chicas ligan contigo en un día cualquiera? —le pregunté
a David un día cuando caminábamos para encontramos con los chicos para
la cena.
David retumbó de risa.
—¿Qué? Esa es una pregunta legítima. Eres músico. Se supone que
son mujeriegos.
Él levantó una ceja y luego anunció:
—¡Estás celosa! —Con emoción extrema—. Esa es mi nueva cosa
favorita de ti, Inglesa.
—¡No! David, no. No estoy celosa, con toda seguridad —mentí—.
Solo es una pregunta.
Se pasó la mano por la cara a medida que pensaba.
—No sé cómo responder a eso. Estoy cerca de las mujeres todo el
tiempo. Son en su mayoría amables, conversadoras incluso, pero ¿cuál es
la línea entre ser una persona amable y coquetear?
—¿Te inspiran?
—Un coño siempre es inspirador, Yara —respondió riendo.
Le di un puñetazo en el brazo y eso lo hizo reír más fuerte.
Era tan ingenuo. Me agarró por la cintura antes de que pudiera decir
nada más y me dio la vuelta para enfrentarme a él. Estábamos en medio de
la acera, nuestros brazos envueltos alrededor del otro, los míos
más vacilantes. Un hombre con sombrero de hongo tocaba un órgano
móvil a unos pies de distancia.
—¿Qué importa? Eres la única que quiero.
—Un coño es un coño —dije—. Cuando las mujeres se ofrecen, los
hombres toman.
—No es cierto —dijo, con el ceño fruncido. Y entonces—: Ah,
bueno ya he sentido el tuyo y no hay vuelta atrás.
Sonreí tristemente, sus palabras sin ofrecerme consuelo. ¿Y por qué
necesito consuelo? David y yo teníamos un acuerdo. Estaba aquí para
inspirarlo, no para enamorarme de él.
—No eres tú quien me preocupa —le dije, con expresión sombría—
. Son todas esas zorras que quieren follarte.
—Las zorras que quieren follarme —repitió, con los ojos brillantes.
—Sí, David. Eres músico. Cuando sostienes tu guitarra, las mujeres
te imaginan sosteniéndote tu verga.
Se aferró el estómago mientras reía.
—¿Por qué querría a alguien más? Mírate, con ese acento lindo y
ese culo —dijo.
—Hay un montón de acentos lindos y traseros de donde vengo —le
dije.
—Oh, mierda, entonces será mejor que nunca vayamos allí —
añadió.
Negué con la cabeza hacia él.
—Te quiero, Inglesa. Pienso en ti todo el tiempo, no, tacha eso. Me
obsesionas todo el tiempo. Eres mi musa. ¿No era ese el trato? Vales la
pena cada centavo.
No sabía qué decir a eso. Me gustó. Me gustó tanto que empecé a
besarme con él justo ahí en la acera.
—Tonto —dije—. Ridículo. —Pero en realidad quise halagarlo con
esas palabras.
—¿Por qué tienes que ser de esa manera, Inglesa? —preguntó,
alcanzándome para aferrar mi trasero—. ¿Cuando tengamos bebés pueden
hablar como tú?
Golpeé su mano para quitármela del trasero. Era tan bueno en esto.
18
PETRA
Petra también conocida como la Chica de la Gorrita no se evaporó
de nuestras vidas como había querido que hiciera. Un viernes por la noche
en agosto llegó al Cocodrilo con medias de red, una minifalda rosa dorada
y un enterizo negro sin mangas. Se había teñido el cabello de plateado
como esas súper elegantes chicas demasiado geniales al estilo Suicide
Girls, y con su sudadera sin mangas se podía ver todos los tatuajes por sus
brazos. Todo su aspecto gritaba “me importa una mierda lo que pienses
porque soy una gatita sexual”. Y realmente me molestó eso. Algunas de
nosotras no éramos gatitas sexuales. Algunas de nosotras llevábamos
pantalones decentes y no teníamos garabatos en nuestra piel, y no sabíamos
exactamente cuál era nuestro lugar en la vida, pero intentábamos
encontrarlo activamente. Las chicas como Petra minaban el proceso. Nos
hacían sentir rechonchas y simples. Tal vez hacían que nuestros novios
pensaran que somos rechonchas y simples. ¿Quién sabe? No quería que
David la vea, pero eso era como pedir un arco iris para no ser visto.
A lo largo de la noche, llevó alrededor una botella de cerveza
orgánica. Velaba por su cuenta incluso cuando se emborrachaba.
Honestamente, quise vomitar de solo verla. No se sentía bien, ella estando
aquí cuando David estaba tocando. ¿Qué es exactamente a lo que estaba
jugando? La banda salió en torno a las diez después del acto de apertura, y
tal vez fue mi imaginación, pero sentí que se arrastró más cerca del
escenario. Había estado bailando durante la última hora con un descuidado
abandono que yo no poseía, como si solo estuviera ella en la habitación.
David probablemente no la reconocería, tenía el cabello diferente, y
no llevaba un gorro tejido. Él estaría en la zona, listo para tocar y
probablemente exaltado. Estaría buscándome en la multitud, no a
ella. Estaba exagerando las cosas. Además, cuantos más mejor,
¿verdad? Queríamos llenar sus espectáculos, llenar la casa, recibir “me
gusta” en las páginas de Facebook e Instagram. Encontré un lugar en la
parte de atrás donde podía ver a todo el mundo observando a David y aferré
mi cerveza caliente en la mano. Me sentía demasiado enferma
para beber. Mi parte favorita de venir a sus presentaciones era el efecto que
tenían en las personas. Era adictivo de ver. ¡Él es mío!, quería gritar.
Estaban a medio camino a través de una canción llamada
“Babilonia” cuando él la reconoció. Fue sutil. Solo lo conocía de unos
pocos meses, pero había visto sus ojos iluminarse cuando me encontraba
en una multitud. Por lo tanto, cuando sus ojos se detuvieron en ella un
segundo más de lo normal, y supuse que hicieron contacto visual incluso a
pesar de que realmente no podía estar segura, sentí escalofríos todo el
camino hacia abajo a los dedos de mis pies.
Petra estaba allí para robar mi hombre. Dejé mi cerveza caliente y
me apoyé en la pared del fondo absolutamente enojada, escuchando
canciones que había oído una docena de veces antes.
Después del espectáculo, me dirigí en línea recta a donde David
estaba de pie rodeado de gente. ¿Qué gente?, pensé, estirando el cuello
para ver. El lugar aún estaba lleno y tuve que abrirme paso más allá de
la muchedumbre de bebedores para llegar a donde había saltado desde el
escenario. Las suelas de mis zapatos se pegaron al suelo donde se habían
derramado las bebidas. Cuando estaba a solo unos pocos pasos de
distancia, vi la parte trasera del cabello plateado de Petra, de pie delante de
David. Ella asentía vigorosamente, tan vigorosamente como su pequeño
cuello le permitiría.
—Absolutamente —le oí decir—. Eso es lo que pasa con el arte,
¿verdad?
Quise resoplar, quise extender la mano y tirar de su cabello de hadas
hasta que gritara de dolor. Deja de hablar con mi novio sobre arte, puta.
David me vio y todo cambió. En primer lugar, sonrió, una profunda
sonrisa que llegó a sus ojos. Luego se excusó del grupo que se reunía
alrededor de él y avanzó hacia mí.
—Hola, Inglesa. —Me agarró la cara y me plantó un gran beso.
Esperaba que Petra estuviera observando.
—Hola tú —le dije. Olía a sudor y adrenalina. Envolví mis brazos
alrededor de su torso y lo abracé. Toda la banda estaba en llamas esta
noche—. Eso fue fantástico —dije. Nos quedamos así durante unos treinta
segundos con todos esos asquerosos cuerpos empapados de licor chocando
con nosotros.
—Hoy tuvimos a un agente aquí —dijo—. De vacaciones con su
esposa. Terminaron entrando en este agujero de mierda y nos escuchó
tocar. Quiere que vuele a Los Ángeles para conocer a algunas personas.
—¿Ah, sí? —pregunté. Buscando en la multitud a una pareja con
una vibra de Los Ángeles, pero todo lo que podía ver eran caras sudorosas,
hinchadas de licor.
—Vamos a tomar una copa para celebrar. —Hizo un gesto a los
chicos que habían terminado de empacar el equipo y estaban mirando a su
alrededor buscándolo. Me sentí tan aliviada. Es por eso que estaba
prácticamente reluciendo, no por Petra. Me imaginé un contrato de
grabación y cuántas Petra más habrían en el futuro.
—Te espero afuera —le dije.
Estaba desesperada por aire fresco, lejos de todas las personas, todas
las cosas, todo el olor. Él asintió y se volvió a ayudar a cargar la camioneta
de Ferdinand mientras me dirigía hacia las puertas. No había divisado a
Petra desde que avancé hasta ellos, y cuando David se acercó a mí, ella
había desaparecido de mi mente por completo. Él había sido tan
tranquilizador en la forma en que tocó y besó, y me adoró. Me sentía tonta
por estar preocupada por la Chica de la Gorrita. No quería pensar en su
nombre nunca más. Eso hacía que su presencia en nuestras vidas fuera
demasiado personal. No era más que la Chica de la Gorrita, la puta del
cabello plateado del mercado que miraba a mi novio con ojos seductores.
Casi me sentí tonta por todo el asunto cuando las puertas del Cocodrilo se
abrieron y David salió con Petra a su lado. Estaban sonriéndose, no, riendo
sobre algo, y por un segundo pensé que él iba a tomar su brazo y caminar
directo más allá de mí.
Me di la vuelta de modo que ninguno de ellos pudiera ver la
expresión de mi cara. La camioneta de Ferdinand llegó rechinando al girar
la esquina y avancé hacia él a toda prisa. No sabía si David conduciría,
pero en ese momento lo único que quería era estar escondida en la cabina
de Ferdinand para que así nadie pudiera ver mi cara. David me llamó, pero
fingí no escucharlo mientras corría a la camioneta. Ferdinand vio mi cara
y abrió la puerta para mí sin decir una palabra. Lo vi mirar por encima del
hombro hacia Petra y David y se encogió de hombros. David parecía
confundido, pero luego Petra dijo algo y se acercó a donde su auto estaba
estacionado en la calle. ¡Estupendo! Así que ahora iban a viajar juntos. Esa
era probablemente la cosa más estúpida que pude haber hecho. Ferdinand
me miraba en el espejo retrovisor. Todo lo que podía ver eran sus ojos.
—¿Qué? ¿Nunca antes habías visto a una novia celosa?
—¿No sabías que David solo sale con mujeres celosas?
—Cállate —dije. Y entonces—: ¿Estás bromeando?
Hizo un giro brusco y mi cabeza chocó contra la ventana. Me froté
mientras él abría una bolsa de carne seca y me ofreció un poco estirándose
al asiento trasero.
—Podrías haberte sentado en la parte delantera, ¿sabes?
—Lo sé —dije, tomando un trozo.
—Es su patrón —dijo Ferdinand—. Todos tenemos patrones. A
David le gusta que las chicas sean unas malditas locas. —Me miró por el
retrovisor de nuevo—. Sin ofender.
—Para nada.
—Creo que se excita con alguien que lo desea tanto. Es el hijo del
medio.
Nunca me había creído todo el asunto del orden de nacimiento,
sonaba como un montón de excusas estúpidas para mí, pero me incliné
hacia delante para escuchar lo que decía Ferdinand.
—No estoy celosa —le dije.
Se rio, sus grandes hombros rebotando de arriba hacia abajo.
—Y no soy estúpida.
Sorbí de mala gana y miré por la ventana.
—No lo soy. Las chicas solo se lanzan hacia él. Es asqueroso.
—Mira —dijo—. ¿Solo tienes qué? ¿Veinticuatro? ¿Veinticinco?
—Veinticinco —respondí.
—Sí, bueno, tienes un montón de tiempo.
No sabía lo que quería decir con eso. ¿Un montón de tiempo para
qué? ¿Para entenderme a mí misma? ¿Para aprender a no ser celosa?
—Si hace alguna diferencia, le gustas más de lo que nunca le gustó
otra mujer.
Sonreí a Ferdinand porque en serio me gustó mucho escuchar eso. Y
nunca nadie me había dicho eso.
Cuando llegamos al bar, un lugar llamado La Boheme, el auto de
David ya estaba allí, estacionado junto al bordillo. Habían tenido tiempo
suficiente para entrar y encontrar asientos. Ferdinand me ayudó a salir de
la camioneta y caminamos juntos hacia la puerta.
—¿Qué es este lugar? —pregunté.
—La Boheme —dijo como si no pudiera leer el cartel por mi
cuenta—. Vengo aquí cuando como hongos, el lugar es estupendo.
La Boheme era de hecho estupendo. Al momento en que entramos
por la puerta me sentí como si hubiera entrado en una novela de Lewis
Carroll. Cada color, cada textura, cada patrón se desplegaba sobre las
paredes. Había cabinas de madera simples en el bar y algunas cimas altas
donde las personas se sentaban y bebían de vasos coloridos. David nos
saludó desde la parte posterior de la barra donde se había asegurado un
gran stand redondo. Petra estaba sentada hacia la parte posterior y el centro
con la chica con la que la había visto entrar en el club. Se veía como una
Doris Day con piercing y cabello rosa. Las ignoré a ambas y le di a David
una sonrisa con los labios apretados cuando él se acercó a mí.
—¿Dónde has estado? —preguntó. Luego empujó a Ferdinand en el
pecho y fingió estar enojado—. Ella es mía —le dijo.
Ferdinand me lanzó una mirada.
—¿Las otras dos también son tuyas?
Me tapé la boca para ocultar mi sonrisa. En dos segundos Ferdinand
se había convertido en mi nuevo mejor amigo y la persona favorita en el
planeta.
David enrojeció.
—Olvidé presentarte, Yara. —Le dio la espalda a las chicas y
articuló—: Esa es la chica de la gorrita del mercado.
Intenté parecer divertida.
—La otra es su mejor amiga, creo —dijo David en voz baja. Miré a
Ferdinand, que levantó las cejas y se encogió de hombros.
—¿Pero por qué están aquí?
—Petra es artista —respondió—. Solía estar en una banda. Pensé
que sería bueno para ella estar alrededor de otros artistas. —Se inclinó
hacia mí—. Acaba de pasar por una mala ruptura.
Quise decirle que lo sabía, pero en su lugar, opté por no ser
predecible. Ferdinand pensaba que era otra de las novias celosas de David
y no lo era.
—Está bien —dije, caminando hacia la cabina con una sonrisa—.
Hola, Petra —dije lo suficientemente alto como para que todos oyeran.
Ferdinand el incrédulo se rio detrás de mí a medida que me movía
en la cabina decidida a no ser esa clase de chica. La misma chica como las
que él había tenido antes. Mi nueva resolución duró aproximadamente diez
minutos.
19
BEBIDAS Y DUDAS
Petra era una de esas chicas que ni siquiera sabías que estaba
coqueteando con tu novio mientras estaba coqueteando con tu novio. Era
una especie de delicia verla si no estuvieras al borde de mandar todo a la
mierda. Se componía sobre todo de sexo y avances casuales. Cuando
tomaba un sorbo de cerveza, por ejemplo, se lamía los labios como si la
propia ambrosía de los dioses hubiera pasado por ellos. Y cuando tenía
que pensar en algo, se mordía el labio inferior y miraba frente a ella con
una mirada seductora. Esta era su norma. Supuse que creció con una puta
como madre y un padre ausente por completo, y esta era la única manera
que sabía cómo hablar a los hombres. Yo estaba metida en medio de ella y
David, pero a veces hablaban alrededor de mí porque los artistas tenían
tanto en común. Cuando hablaba, sus labios gruesos se movían
sensualmente y a ritmo con su parpadeo de ojos saltones.
Ferdinand, que estaba sentado frente a mí y junto a su amiga,
Beatriz, la observaba con la misma atención absorta tanto como yo. Era
difícil no hacerlo, a decir verdad. Si yo fuera un chico, habría tenido
una erección. Brick llegó diez minutos después que nosotros con unas
hermanas gemelas a remolque. Y entonces llegó la pareja de Los Ángeles,
su aura digna de Los Ángeles brillando en ellos con tanta fuerza que deseé
haber traído mis lentes de sol. La mujer llevaba pantalones de color rosa
neón. Todo lo demás llevaba un monograma de Louis Vuitton. El pez
gordo de la música estaba vistiendo unos pantalones color canela y tenía
una gran cantidad de pelo en el pecho sobresaliendo a través de su camisa
blanca abotonada. No era del atractivo vello que David tenía, sino del tipo
rebelde que necesitaba un corte y un buen acondicionador. Todos nos
amontonamos en una cabina y el pez gordo ordenó bebidas para
todos. Froté el pene de David por debajo de la mesa para distraerlo de
Petra, mientras que la mujer del hombre hablaba sobre su reciente estancia
en Italia. Ninguno de nosotros había estado en Italia, de modo que todos
asentimos y bebimos, asentimos y bebimos. Finalmente los chicos
empezaron a hablar de negocios y Petra y yo nos miramos entre sí.
—Entonces, ¿cuánto tiempo han estado juntos? —preguntó.
Traduje su pregunta: ¿qué fácil sería para que robe a tu novio?
—Dos años —le dije.
—Eso es un largo tiempo.
—Se siente más como dos meses. —Asentí—. Pero eso es lo que
pasa cuando se tiene una buena cosa, ¿no?
Apartó la mirada y tomó un sorbo de su bebida.
—No sabría.
Oh, sí. Una ruptura. Recordé el día en la tienda de té cuando se
sinceró con una británica extraña.
—¿Cómo has estado con eso?
Se encogió de hombros.
—¿David y tú viven juntos?
—Prácticamente —dije—. Aunque mantenemos nuestros lugares
separados.
Inclinó la cabeza hacia un lado.
—Es curioso, dos años juntos y todavía no se han mudado.
—La gente no necesita vivir juntos para estar juntos —respondí—.
Nos gusta nuestro espacio.
Sonrió. Y fue una sonrisa condescendiente, no dulce ni
amable. Hablaba el idioma femenino como una puta experta, ¿sabes?
—Cuando estoy enamorada no puedo soportar estar lejos de la
persona. Es como una droga. Adicción pura. —Levantó la mirada hacia el
techo como si estuviera teniendo un orgasmo y tocó ligeramente su
cuello. Me pregunté cómo sería ser ese tipo de adicta a un ser
humano. Miré a David que estaba observando a Petra con una mirada
vidriosa en sus ojos. Quité mi mano de su entrepierna, molesta.
David me dio una mirada decepcionada y se volvió al Señor LA.
—Debe ser una cosa totalmente nueva salir con un músico —
comentó Petra, en voz baja—. Estar en el otro extremo de toda esa pasión
y creatividad. Ser la musa de alguien.
Necesitaba poner los ojos en blanco, me pedían ponerse en blanco,
pero los mantuve enfocados en Petra. Firmes, chicos. Quise decirle que la
había evaluado y sabía lo que corría por sus venas psicológicas.
Quieres ser para alguien su duda existencial, le dije en mi
mente. Ser lo suficientemente hermosa e importante para inspirar a alguien
que tenía talento real. Era un trabajo mucho más atractivo que ser el artista.
—Lo veo como David —respondí—. El artista es parte de la
persona, no la suma total de ellos.
Petra pareció perpleja.
—No debes ser artista. —Ella sonrió débilmente.
Estaba jugando conmigo, intentando hacerme pensar que no era
adecuada para él. Estaba hirviendo, luchando con mi cólera. La pareja LA
estaba dejando la cabina, ambos despidiéndose de nosotros. Contuve mi
respuesta aguda y me despedí mecánicamente. Las palabras de Petra
resonaban en mis oídos. No era la clase de persona que se enoja. Se
necesitaba mucho para sacarme de quicio, meterse debajo de mi piel, pero
su insinuación impertinente de que no entendía a David agitó un nervio
bastante grande. David puso su brazo alrededor de mi cintura, pero estaba
demasiado rígida e incómoda mientras observaba a la pareja LA caminar
hacia las puertas. Estaba tan distraída que ni siquiera me había aprendido
sus nombres.
—¿Quieres otra bebida o ir a mi casa para que pueda follarte? —
preguntó, en voz baja.
Miré por encima del hombro, a Petra. Ella nos miraba fijamente, y
estaba segura que lo había oído. Decidí sacar el máximo provecho del
asunto.
—Vamos a follar —respondí y luego besé su cuello.
Pude ver la piel de gallina estallando por toda su piel. Nos
despedimos y dejamos la mesa. Cuando avanzamos, su brazo estaba
todavía firmemente posicionado alrededor de mí.
Cuando llegamos a su lugar me instalé en el sofá a medida que él
iba a la cocina. Cuando volvió llevaba una botella de champán y dos copas.
—¿Qué estamos celebrando? —pregunté.
—Nuestro aniversario de dos años.
Me sentí ruborizar de vergüenza.
—Oh, escuchaste eso, ¿verdad?
—Bueno, estaba sentado a tu lado.
—¡Se supone que estabas hablando con tu elegante productor de
LA, no escuchando a escondidas! —comenté riendo.
Dejó el champán y las copas en el suelo y se sentó a mi lado.
—Estaba mostrando un poco demasiado interés en ti. Tenía que
pararla.
—¿Con una mentira? —Estaba sonriendo, cosa que en cierto modo
aligeró la situación, pero todavía estaba demasiado molesta por haber
sido descubierta.
—Pensé que podría desviar sus ojos si sabía que ya llevábamos dos
profundos años —dije, arrancando un hilo que colgaba de mi camisa.
David me llevó a su regazo de modo que terminé a horcajadas de él.
—¿Qué has dicho acerca de lo profundo?
Su voz sonó ronca, cosa que me ablandó y apaciguó. Presioné mi
frente contra la suya y moví mis caderas de modo que estaba frotándome
contra él. David gimió en mi cuello y me agarró de la cintura para ayudar.
—No estás atraído por ella, ¿verdad? —pregunté.
—¿Por quién, Yara? ¿Por qué me preguntas esto ahora mismo?
Dejé de moverme y sus ojos se abrieron de golpe.
—Petra —dije—. La Suicide Girl.
Él gimió.
—Me siento atraído por ti.
Me moví un poco y él se animó como si estuviera absuelto.
—¿Y quién más?
Se puso de pie, levantándome con él y comenzó a caminar hacia el
dormitorio.
—Estoy perdidamente enamorado de Courtney Love…
Me aparté de su pecho y traté de zafarme de sus brazos.
—Eso es jodidamente asqueroso —dije.
—¡Es broma, Inglesa! En serio. Eres la única que sacaste el tema de
Suicide Girls.
Decidí dejarlo pasar. Por ahora, porque él estaba dejándome en la
cama y besando mis muslos.
20
FELIZ CUMPLEAÑOS, PETRA
La siguiente vez que vi a Petra estaba en mi territorio: con el tintineo
de los vasos recién lavados, el olor de las cortezas de naranja, y el traqueteo
de las personas que estaban momentáneamente feliz, sus miserias reales
olvidadas en compañía de amigos y comida. Un buen lugar, un lugar
seguro. Estaba atendiendo el viernes por la noche, levantando algunas
copas calientes de sus bastidores de secado y colocándolas en las
estanterías. No solía trabajar los viernes, pero los chicos estaban tocando
un espectáculo en Bainbridge y había tomado el turno extra para
mantenerme ocupada.
Me había mudado al apartamento de David el mes anterior, cuando
había apelado a mis finanzas, diciendo que era una decisión inteligente
vivir con él y ahorrar dinero. Pensé que era un movimiento inteligente de
su parte. Petra entró con un grupo de amigos, cada uno llevando un paquete
envuelto brillantemente en sus manos. Una fiesta de cumpleaños, pero
¿para quién? Se sentaron en el comedor al alcance del oído en la
barra. Agucé mis orejas para escucharlos. Y hablaron bastante. La lengua
de Petra corrió suelta y libre por las bebidas fuertes que estaba haciendo.
Era su cumpleaños y estaba hablando de David. Pude ver la
emoción en su voz, incluso por encima del ruido de la multitud de la noche
del viernes.
—Solo… tienen que verlo para saber lo talentoso que es.
—Supongo que lo veremos esta noche —dijo una voz
masculina. Podía escuchar la burla en su voz.
—El novio de Petra —añadió alguien riendo—. Ya quisiera —
comentó alguien más. Los oí reír a todos, incluyendo a Petra que no lo
negó.
Hice una mueca, avancé al lado opuesto de la barra de modo que no
pudiera oír nada más de ello. Nunca antes había estado en esta posición,
donde una mujer estaba persiguiendo activamente al hombre que yo estaba
viendo. Su adoración hacia él me hacía sentir desquiciada. No sabía cómo
reaccionar o responder. A David no le importaría si le decía. Los hombres
hacían eso, trataban el fanatismo femenino como si no fuera una cosa,
como si una mujer no pudiera atraerlos con astucia y un coño. Podían. Lo
había hecho un par de veces.
Desde que Petra había entrado en la vida de David había salido a
comprar ropa interior. Nunca había sentido la necesidad de acicalar mis
tetas, ornamentar mi culo con encajes y cintas hasta que una mucho más
bonita y mucho más segura mujer llegó. Y ahora las prendas con volantes
se encontraban repartidas como una enfermedad en el apartamento de
David, llenando cajones y colgando de las puertas, ensuciando el piso de
la habitación en negros, rosas pálidos, y rojo oscuro y profundo.
Cada vez que me las ponía, me sentía barata. David no prestaba
mucha atención a nada de eso. A él le gustaba lo que estaba debajo del
encaje y la seda. Las empujaba a un lado, o las quitaba sin mirar. Él quería
la piel suave y cálida, y aun así, seguía comprándolas, un escudo contra
otras mujeres. Era atractiva, sensual, pervertida, era el tipo de chica del que
quedabas prendado para tener relaciones sexuales. Llegó a ser tanto que en
mi cumpleaños David me dio una caja. Dentro había un camisón de color
lila envuelto en un capullo de papel de seda floral. Tuve ganas de llorar
cuando lo vi. Otro camisón, otro estúpido camisón incómodo.
—¿Te gusta? —preguntó David—. Sé que te gusta ese tipo de
cosas…
Ese tipo de cosas. Pensaba que los camisones eran por mí. El amor
por él agitándose en mi interior por su disposición a comprar atuendos
ridículos porque pensaba que me gustaban. Lo sostuve contra mi
pecho, asintiendo.
Todos los amigos de Petra sabían de su flechazo con David. Iban a
su espectáculo después de la cena, el espectáculo que me estaría perdiendo
porque había elegido trabajar. Me quité el delantal y lo dejé en
el mostrador, luego me fui a buscar a mi gerente. Fingí estar enferma, le
dije que había estado queriendo vomitar toda la noche y que si él no me
dejaba ir yo…
Me dejó irme. Salí de allí antes que Petra y sus amigos hubieran
terminado sus cenas y la observé desenvolver sus regalos. Estaba mal lo
que estaba haciendo. Sin embargo, tenía que verlo por mí misma. Pensé en
llevar un traje, algo que esconda mi cara, una peluca tal vez, pero parecía
tan artificioso y tonto. Por lo tanto, fui como yo misma y esperé cerca de
la barra, que era lo más lejos del escenario que se podía estar.
Llegaron después de mí, con sus piercing y tatuajes, las raíces ya
necesitando teñirse. Petra se movió al escenario mientras sus amigos se
dirigían a la barra para pedir bebidas. El cumpleaños de la princesa. Los vi
pedir una ronda de shots y llevar los pequeños vasos a su reina roba
novio. ¿Qué habría en esos brillantes paquetes de colores? ¿Lencería…?
¿Lápiz labial…?
David dejó la guitarra y empujó el micrófono de pie hasta un
taburete. Con una pierna apoyada en un peldaño del taburete, habló al
tiempo que acomodaba el micrófono, contando chistes para hacer reír al
público. Sonreí sin poder evitarlo. Él era bueno, estaba mejorando cada día.
—Hoy tenemos a alguien especial entre el público —dijo.
Estaba acordonada, mirando alrededor como todos los
demás. ¿Sabríamos quién era la persona especial si la veíamos? Él no había
dicho nada de la existencia de un invitado especial viendo el espectáculo
esta noche. Alguien abrió una puerta cercana y el aire fresco se precipitó
al interior como unos dedos ligeros sobre mi piel caliente. Cerré los ojos
por un minuto deseando no haber ido, sintiéndome como una tonta
paranoica. David me amaba a mí, David iba conmigo a casa todas las
noches. Siempre habría mujeres que enfrascarían sus afectos en él.
Los músicos eran los dioses que daban melodía al dolor, lo resumían
en rima y ritmo. Era fácil sentirse conectado a la persona que entonaba,
tocaba o cantaba el reconocimiento en tu existencia. Y era más fácil creer
que escribían las canciones solo para ti. Ese soy yo, cantan sobre
mí. ¿Cuánto más extrema se volvía esa sensación cuando la persona
cantando de tu dolor se veía como David Lisey?
Abrí los ojos intentando adivinar qué canción sería la siguiente, qué
tocaría para el invitado especial que olvidó mencionarme. Cuando se sentó
en el taburete algo íntimo comenzó a sonar. Su único instrumento sería su
voz y a veces su guitarra. Pero su guitarra se encontraba cuidadosamente a
su lado mientras hablaba por el micrófono, buscando en el público con sus
ojos.
—Alguien especial —dijo. Y luego mi piel hormigueó, mi cabeza
dio vueltas.
—¿Dónde estás, Petra? Feliz cumpleaños. Vamos todos a cantar
“Feliz Cumpleaños” a mi amiga, Petra.
La multitud estalló en una versión inoportuna y mal cantada de la
canción de cumpleaños, mientras que Petra se mecía alegremente frente al
escenario, mirando hacia David con adoración. Sus amigos envolvieron
sus brazos alrededor de sus hombros, tomando vídeos en sus teléfonos. Me
moví hacia la puerta, con la cabeza baja, mi corazón acelerado. Cuando
estuve libre fuera del club tomé profundas bocanadas de aire, pero no pude
conseguir lo suficiente; mis pulmones se sentían pequeños y superficiales.
Caminé hasta la esquina de la calle, luego me di la vuelta y volví al club.
Pisé sobre una gran bola de goma y mis zapatos quedaron pegados a la
acera dejando rastros pegajosos de color rosa. Iría detrás del escenario,
esperaría a que el espectáculo termine, y haría frente a David.
¿Cómo había sabido que era su cumpleaños, o que ella iba a
venir? ¿Se enviaban mensajes de texto? ¿Se verían en el día, mientras yo
estaba en el trabajo? ¿Fue al condominio? Me di la vuelta al
último momento, solicitando un Uber. En dos minutos estaba metiendo
mis piernas en el estrecho espacio detrás del asiento del conductor,
pidiéndole que me lleve al ferry. Era una cobarde pasivo agresiva. Ese tipo
de cosas se aferraban a tu piel como un olor, pudriéndote del revés. La
gente podía sentirlo en ti; les hacía desconfiar en ti. Era difícil hacer
amigos cuando tenías ese olor, difícil mantenerlos cuando los hacías. Te
abstenías a ellos y ellos se abstenían de ti, un intercambio justo de nada. Era
incluso un milagro que David lo hubiera superado, pero ahora él estaba
allí, en el medio, para nada afectado.
El apartamento estaba oscuro cuando regresé. Por lo general, David
dejaba la luz encendida en la cocina cuando no estábamos en casa. Decía
que era deprimente volver a una casa oscura. Sin embargo, esta vez la había
apagado antes de salir. Me pregunté si era un presagio. Cambié los jeans y
la camisa que llevaba y me puse de nuevo mi uniforme. David me envió
un mensaje una hora más tarde y dijo que estaba de camino a casa. Ya
nunca se quedaba con los chicos, que iban por bebidas después. Iba a casa
conmigo, cansado y sudoroso, sonriendo tan grande que no podía evitar
sonreír también.
Cuando entró por la puerta, estaba contando mis propinas en la
cocina. No había encendido la luz, quería ver lo que diría.
—¿Por qué está tan oscuro? —preguntó.
—Olvidaste dejar la luz encendida.
Mi voz sonó acusadora pero no era por la luz, era por Petra y
la canción de cumpleaños que cantó para ella.
—¿En serio? —dijo—. Un error.
Me besó en la sien y pude oler el humo del cigarrillo en su cabello
y en su chaqueta. ¿Podía oler a Petra? ¿Lo abrazó antes de que se fuera, le
agradeció por la canción? Respiré profundamente intentando oler la
verdad, pero solo estaba David.
—¿Qué tal la presentación? —pregunté.
—Estupenda.
Se acercó a revisar el correo, distraído. Esperé a que dijera más, que
dijera que Petra y sus amigos se habían presentado en su cumpleaños, pero
no lo hizo. ¿No éramos la pareja que compartía las cosas de nuestros días,
nuestras observaciones? ¿No nos habíamos enviado mensajes de texto o
volvimos a casa muchas veces diciéndonos el uno al otro: “Vi a Ferdinand
caminando hoy por la calle. Se veía destruido…” o “Recuerdas la chica,
Ginger, aquella extraña que viene a cada presentación, hoy estaba en la
heladería; pidió helado de zanahoria”?
Siempre compartíamos información, éramos
conspiradores, psicoanalistas de nuestros amigos, entonces, ¿por qué no
me diría que vio a Petra, que le cantó una canción?
Algo había cambiado.
21
ADICCIÓN
Usé un montón de drogas en la secundaria. Todo me deprimía: los
ladrillos marrón apagado del edificio, las paredes blancas del piso que
compartía con mi madre, la forma en que las chicas de mi escuela dejaban
el botón en la parte superior de sus uniformes abiertos para llamar la
atención sobre lo que luego alimentaría a sus bebés. No éramos tan
diferentes a los animales, persiguiendo los pequeños nidos y las pequeñas
familias. Acicalándonos, pretendiendo ser algo que no éramos para atraer
un compañero, con las tetas empujadas hacia delante, los labios húmedos
con brillo. Las drogas amortiguaron la dureza del mundo, pusieron una
manta sobre mis sentidos.
Uno de mis maestros, la señorita Mills, me vio tropezando en el
pasillo una vez y me llevó a un aula vacía para decirme que tenía un futuro
brillante por delante de mí y estaba en la vía rápida a arruinar mi vida. Era
el tipo de mujer que llevaba el cabello marrón apagado en una coleta baja
todos los días y esperaba los fines de semana de modo que pudiera usar su
etiquetadora. Sus uñas siempre estaban pintadas, un signo de demasiado
tiempo libre para sus manos. Mis propias uñas llevaban esmalte negro
astillado, pintadas a la rápida. En mi opinión, ella ya había arruinado su
vida, por lo tanto, ¿quién era ella para juzgar la mía?
Una mañana me asomé en su salón de clases para ver si mi amiga
Violet estaba allí, y la había visto inclinada sobre su escritorio engullendo
una pila de galletas. Ni siquiera hechas en casa, sino de las enlatadas. Yo
usaba drogas, ella usaba galletas, prácticamente la misma cosa. Tan pronto
como las palabras salieron de su boca, las descarté, riendo en su cara.
Nadie le decía la verdad sobre las drogas a los chicos; la jerga era
obsoleta y el discurso aburrido. Las drogas eran para ahora, aquí mismo.
Cuando te dicen que vas a arruinar tu vida no estás en el lugar para estar
pensando en el resto de tu vida. Es más, ¿existe? Tal vez no estabas
entusiasmado con el resto de tu vida porque lo que habías vivido hasta
ahora había sido una mierda absoluta. Simplemente no puedes amenazar
a los chicos con su futuro cuando no entienden la gravedad del tiempo.
Había dejado de usar drogas cuando llegué a un acuerdo con el mundo.
Tuve un profesor en la universidad que me dijo que los espectros del dolor
estaban destinados a ser sentidos y que eran hermosos a su manera porque
nos hacían cambiar.
En un primer momento, había estado aterrada, ¿quién querría
experimentar dolor? Y entonces pensé en todas esas chicas con las que
había ido a la secundaria. Aquellas de las buenas familias saludables. Ellas
ya habían comenzado el proceso de establecer sus familias por sí mismas.
Sin embargo, en diez años tendrían una crisis de identidad. Estarían
tan fuertemente envueltas en torno a sus maridos e hijos que no sabrían
quiénes eran. Habrían experimentado su propio dolor. Mi dolor ya me
había hecho cambiar, sabía quién era y lo que quería por eso. Así que hice
las paces con tener una mala madre, y no tener un padre, y dejé toda esa
mentalidad de “esto no es justo”, que me había hecho medicarme. Por
supuesto, la vida no era justa. Una completa obviedad cuando no estabas
siendo narcisista. Sin embargo, usar drogas no iba a cambiar mi mundo. La
aceptación lo haría. Había decidido que quería sentir el espectro
completo. Pero eso no incluía a los hombres. Los hombres podían
hacerte sufrir mucho más fuerte que tus padres o amigos, o cualquier otra
cosa. Los mantengo a cierta distancia. Mi droga era mi pasión por viajar.
Me excitaba empezar de nuevo. Siempre teníamos una droga. Podíamos
reemplazar una con otra, pero los seres humanos éramos adictos.
—¿Yara… Yara…?
—¿Sí? —Estaba en la ventana mirando caer la lluvia sobre el piso.
—A veces es como si tu cuerpo está aquí, pero tú no estás —dijo
David.
Sonreí.
—Eso es exactamente lo que pasa.
—¿A dónde vas? —preguntó.
Se acercó por detrás y me besó en un punto detrás de la oreja. Me
estremecí. Sus cálidos labios evocaban pensamientos sucios sin importar
dónde estábamos o lo que estábamos haciendo. Sus labios sabían cómo
hacer las cosas.
—Solía usar un montón de drogas —le dije—. Ahora te tengo a ti.
Y a veces pienso en eso.
Se rio en mi cuello, el olor picante de su cuerpo rodeándome por
completo.
—¿Te aburre esta vida? ¿La convivencia, la familiaridad? —
Empezó a clavar sus dedos en mis costillas en un intento de hacerme
cosquillas. Me moví de su agarre y me volví hacia él.
—No —le respondí con honestidad—. Yo misma me aburro.
—Eso no puede ser posible —dijo.
Su tono era ligero, pero su expresión era seria. En su amor por mí,
no podía comprender la idea de que yo sea aburrida. Estaba obsesionado
conmigo como solía decir.
—Tengo los mismos pensamientos una y otra vez. Estoy cansada de
eso.
—Entonces deja de pensar en ellos, piensa en mí en su lugar. —Se
inclinó para darme un beso, pero volví la cabeza de modo que lo único a lo
que tuvo acceso fue a mi mejilla.
—¿Por qué no me dijiste que Petra fue a tu último
espectáculo? ¿Que cantaste “Feliz Cumpleaños” para ella?
Le tomó un minuto comprenderme. Él había estado hablando de una
cosa y yo había cambiado a otra.
Frunció el ceño.
—No lo sé —contestó.
Le creía, pero eso no era lo suficientemente bueno. Necesitaba que
él supiera.
—Sí lo sabes y necesito una respuesta.
—Muy bien —dijo, lentamente alejándose de mí.
Fue a sentarse en el sofá y yo me quedé donde estaba junto a la
ventana, frente a él. Mientras lo observaba trabajar a través de sus
pensamientos, la imagen más extraña posible vino a mi mente. Una anciana
que había entrado en el bar con su hija. Ella había estado usando una
peluca, pero estaba torcida, de una gama entre rojo chillón y rosa. Se
había puesto un anillo rosado, grueso y llamativo. Se veía extraño en su
mano con manchas de envejecimiento, la piel delgada y arrugada alrededor
de él. Pero me agradó de inmediato, el descaro en ella.
—¿En qué estás pensando? —preguntó David.
—Una anciana con un anillo rosado —dije.
—Ves, ¿cómo puedes aburrir a alguien, mucho menos a ti misma?
Intenté no sonreír.
—No cambies de tema —dije.
Asintió con seriedad.
—Ha estado viniendo a un montón de nuestros espectáculos.
—Una groupie de la vida real. —Puse los ojos en blanco.
—Sabía que iba a hacerte sentir incómoda.
—Entonces, ¿me has estado ocultando cosas porque piensas que me
van a hacer sentir incómoda? —Me crucé de brazos. Estaba lista para la
batalla. Quería pelear.
—Sí —respondió—. Me equivoqué. Lo siento y no volveré a
hacerlo otra vez.
Era un difusor natural. Pero no estaba lista para parar. Sentía cosas
y quería expresarlas.
—Le cantaste “Feliz Cumpleaños”, la hiciste sentir especial…
validada. Es como si quisieras que se enamore de ti.
—Vamos, Yara… —Volvió la cara, restándome importancia.
—No, ningún vamos —dije—. Eso es exactamente lo que hiciste.
—¡Soy un artista! —exclamó—. Complazco al público. Eso es algo
para lo que firmaste al estar conmigo.
—No, firmé para estar contigo, no tu carrera.
—Es un acuerdo global —dijo a través de sus dientes apretados.
Pude escuchar la ira fluyendo en su voz y eso me excitó. David rara
vez se molestaba conmigo.
—Creo que sientes algo por ella —añadí, y David lo negó—.
¡Tienes un complejo de salvador, David! Tú mismo lo dijiste.
Se puso de pie, se dirigió a la cocina, lejos de mí, y luego se detuvo.
—¿Siquiera crees lo que estás diciendo?
—Sabías lo que estabas firmando cuando quisiste estar conmigo.
Me miró largo y tendido.
—Así es —dijo—. No sé cómo un hombre o una mujer podrían
acostumbrarse a la acusación injustificada. No es bueno para el corazón.
—¿Por qué le cantaste “Feliz Cumpleaños”?
—Porque era su cumpleaños —dijo simplemente antes de
marcharse.
Empecé a sentir las retiradas en ese mismo momento. Había
reemplazado la pasión por los viajes con un humano. Y ese era un terrible
error.
Nueva adicción, nuevo problema.
22
SUEÑO PROFUNDO
Era una cosa pequeña, como una piedra en el zapato. A veces sabías
que estaba allí y a veces se movía fuera del camino de los dedos de tus pies
y te olvidabas de ello. Eso era Petra y su presencia en nuestras vidas. Una
persistente incertidumbre en mi mente y posiblemente en la de David.
David se deprimió. Lo llamé el “sueño profundo”. No a él, sino que
así era como lo imaginaba en mi mente. No era frecuente, pero era potente,
y durante nuestro año juntos aprendí a cómo identificar las señales de ello
acercándose. No sabía cómo manejarlo cuando estaba así. No había un
manual, ni un sitio web que me diera respuestas firmes. Se de apoyo,
decían. La depresión es química, y no puedes simplemente esperar a que
salgan de ella de inmediato. Me sentía inadecuada, como si todo lo que
dijera o hiciera no fuera suficiente. Lo tocaba de modo que supiera que
estaba allí, y le daba de comer porque temía que se olvidara de hacerlo. Él
no me hablaría cuando estaba así, pero de vez en cuando pasaba junto a él
y me agarraba por las caderas y enterraba su cara en mi estómago. Dejaría
cualquier cosa que estuviera sosteniendo, el cesto de la ropa, un rollo de
toallas de papel, y aferraba su cabeza. Trataba de hablar con él, incluso si
no me regresaba las palabras. Por lo general cosas sin sentido de algún
programa de televisión o clientes que iban al bar. Cuanto más hablaba sin
sentido, menos profunda me sentía. No estaba diciendo nada para
ayudarlo, solo estaba tratando de ayudar a llenar el silencio.
Lo observaba desde la cocina, sentada en la silla junto a la ventana,
sabiendo que no entendía su depresión. Y tal vez no estaba en mí
entender; los seres humanos siempre quieren arreglar las cosas. Claro,
tengo problemas como todos los demás, pero esto era algo más. Para
David, la depresión era una marea onda, no algo que se pueda arreglar con
un nuevo día y perspectiva.
Estaba en la cocina limpiando después de la cena, cuando alguien
llamó a la puerta. Me asomé alrededor de la esquina, justo cuando David
abrió la puerta. Estaba sin camisa, en pantalones deportivos, y una gorra
de los Seahawks hacia atrás en la cabeza. Pensé por un momento en lo
gracioso que sería si abría la puerta de esa manera, justo cuando sumergía
el último plato en el agua jabonosa. Me sentía un tanto complacida esa
noche. Mi risotto había hecho a David sentir algo. Había dicho que era el
mejor que había probado. Me sequé las manos en un paño de cocina y entré
en la sala de estar. Era Ferdinand. Me alegré que viniera. David estaba
mejor cuando él estaba cerca. Sin embargo, me detuve en seco al doblar la
esquina. Ferdinand no estaba solo… con él estaban Petra y una chica a la
que no reconocía, aunque ella pareció reconocerme. La vi intercambiar una
mirada con Petra y tuve la sensación de que había sido el tema de una de
sus conversaciones.
—Yara —dijo David—. Mira quiénes vinieron a vernos.
Miré a Ferdinand, quien bajó la cabeza, a modo de disculpa. Era uno
de los pocos que sabía lo que sentía por ella.
Petra me saludó tímidamente mientras su amiga se veía estoica.
—Bebidas —dije, aplaudiendo con entusiasmo. David me guiñó un
ojo, lo que provocó un aluvión de mariposas entrando en erupción en mi
vientre. ¡Sí, sí, sí!, quise decir. Regresa a mí.
Fui a la cocina a buscar una botella, la sonrisa de mi cara
desapareciendo tan pronto como di la vuelta. Estaba equivocada. No tenía
ninguna razón para detestar a estas personas. Mis inseguridades apartarían
a David. Tenía que bloquearlas.
Cuando regresé llevando una botella de vino, todos estaban sentados
alrededor de la sala de estar, hablando. David estaba animado, su sonrisa
contagiosa cuando me quitó la botella de vino y el abridor y se puso
a trabajar en abrirlo.
—No soy tan bueno en esto como Yara —bromeó, y me incliné para
besarlo en la cabeza.
Fui a buscar las copas, mirando a Petra y a su amiga que estaban
sentadas en el sofá en el lugar en el que David y yo más que a menudo
hacíamos el amor. Se sintió como un sacrilegio que se sentaran allí. David
y Ferdinand habían acercado las sillas de la mesa que habíamos elegido
recientemente juntos. Cuando regresé con las copas, David se levantó para
ayudarme. Se había puesto una camisa, pero el daño ya estaba hecho, una
imagen grabada en sus mentes. Prefería que no supieran lo que había bajo
la camisa de mi novio. Prefería que se pregunten. Una vez que tienes la
imagen de David sin camisa en la cabeza, era difícil sacarla.
Observé a las chicas con sospecha, por encima del borde de la copa
de vino, buscando cualquier señal de adoración. Por supuesto, ellas lo
adoraban, ¿quién no lo hacía? Era el tipo de persona con la que todo el
mundo quería estar. Busqué otra botella de la cocina y serví más vino,
sonriendo. David también estaba sonriendo. Me pregunté si era auténtica o
si estaba fingiendo como yo. Todos sonriendo como si no estuviéramos
muriendo de nuestra soledad. David y yo nos sentíamos menos solo porque
nos habíamos encontrado el uno al otro, pero había lobos como Petra que
querían aprovecharse.
En la universidad, había habido una chica en mi clase de Psicología
101 que nos había dado una conferencia sobre los hombres frente a las
mujeres.
—Si un hombre presenta a su amigo masculino a su extraordinaria
nueva novia, su amigo pensará: quiero una chica así. Si una mujer
presenta a su nuevo novio a su amiga, la amiga no pensará: quiero un
hombre como él, sino más bien, quiero a ese mismo hombre. —Nunca
pensé mucho en lo que dijo en ese entonces, después de todo, nunca había
codiciado al novio de una amiga, pero aquí estaba, viendo como Petra
escuchaba con gran atención cada palabra que escapaba de su boca.
Escapaba… y escapaba… y escapaba.
David estaba hablando con ella, mientras el resto de nosotros nos
sentábamos y escuchábamos. Ella le preguntó sobre su proceso. Tal forma
barata de conseguir que un artista siga hablando. Todo el mundo sabía que
si le preguntas a un artista sobre su proceso, se verían encantados de
contarlo felizmente. Es como si ella lo supiera sin saberlo. Los miré y mi
estómago se revolvió. ¿Estaban inclinados el uno hacia el otro o estaba en
mi cabeza?
David se sentaba frente a uno de los grandes ventanales, una silueta
contra la luz moribunda, dando más atractivo a su experiencia.
—¿Y cuando la inspiración llega de repente, desaparece la
depresión? —preguntó Petra.
—No siempre, pero a veces es suficiente.
—¿Tienes una musa? —La sala se había quedado en silencio
cuando se volvió a mirarme. Y entonces, toda mi incertidumbre se
desvaneció. Éramos solo David y yo en la habitación cuando me miraba de
esa manera.
—Así es —dijo, sin apartar los ojos de mí. Sonrió y pese a los celos
que sentía, mis labios se curvaron hacia arriba. Una dulce muestra de
propiedad por ambas partes.
—¿Qué hay en Yara que te inspira? —preguntó Petra.
Había una verdadera curiosidad en su voz. Sin embargo, eso no es
lo que me molestó, lo que más me molestó era su motivo para hacer la
pregunta.
—Solo mírala —dijo David.
Todos los ojos se volvieron a mirarme, pero fue en David quien me
enfoqué. El calor en mi vientre. Se veía como mi David, no la cáscara de
ser humano que había sido estas últimas semanas. Estábamos bien. Sentí
que podía respirar otra vez.
Petra pasó a otra cosa sin problemas, dirigiendo el tema lejos de mí
y hacia algo nuevo. Es entonces cuando me di cuenta el tipo de mujer que
era. Probaba los puntos débiles y tomaba notas. Era imperturbable, sin
inmutarse.
Terminamos la segunda botella y la amiga de Petra, Kelsey, se
ofreció a correr a la tienda y conseguir otra. La idea de tener que pasar más
tiempo con ellas, con la falsa sonrisa estampada en mi cara, me hizo sentir
enferma. David debe haber visto el pánico en mis ojos.
—Tal vez en otro momento —dijo, mirándome—. Yara y yo
tenemos planes para reunirnos con unos amigos por unas bebidas. —Dijo
cada palabra meticulosamente. Así lo hacía cuando mentía, como si cada
sílaba, cada letra, fuera más convincente que hablar con perfecto énfasis.
Una mentira. Estaba agradecida por ello.
Asentí hacia ellos a modo de disculpa y todos se pusieron de pie a
la vez.
Me despedí mientras David los acompañaba hasta la puerta. Ni
siquiera se me había ocurrido hasta ahora que Petra ahora sabía en dónde
vivíamos.
Cuando se fueron, David me apretó contra su pecho y besó la cima
de mi cabeza a medida que yo lloraba.
—Lo siento —dijo, una y otra vez—. Yara, lo siento mucho. Volví.
No le creía. Me dejó sin previo aviso y con tanta facilidad. Era como
si estuviera atrapado en una sala insonorizada y ninguna cantidad de
esfuerzo de mi parte podía liberarlo. A pesar de que me sostenía, temí que
sucediera de nuevo. Y ¿qué haría la próxima vez si Petra no estaba allí para
ayudarme?
23
MADRES
—Háblame de tu madre —preguntó.
Había pasado una semana desde que Ferdinand llevó a las
chicas. Una semana de un David coherente y feliz. Estaba sacando la
lavandería, apilándola en pequeñas pilas ordenadas en sus cajones. Me
había negado a su solicitud para reunirnos con su madre dos veces. No
estaba lista para eso, y ahora estaba preguntando por la mía. Prefería
encontrarme con la suya a que hablar de la mía, pero no lo dije. Estaba de
espaldas a él de modo que no vio la mirada que cruzó mi cara ante la
mención de mi madre.
David siempre quería saber cosas. ¿Quién fue tu primer
beso? ¿Quién fue el primer hombre que te provocó
mariposas? ¿Dónde estabas cuando te enteraste que Heath Ledger estaba
muerto? Respondí sus preguntas con una mezcla de cautela y
emoción. Nadie me había preguntado estas cosas antes, pero sentía la
sensación persistente de que sus preguntas eran una trampa, que estaba
tratando de encontrar algo que no le gustara de mí.
—Tu madre —dijo de nuevo—. Tienes una, ¿verdad?
Lo dijo a modo de broma, su voz ligera, pero igual escoció. Sí, tenía
una, pero apenas.
Me sentía quejumbrosa y vieja cuando pensaba en mi madre, el
fantasma doloroso como una cadena antigua del pasado tirando en mi
tobillo. Pero David estaba preguntando y me encontraba cada vez más
incapaz de negarme a David.
—Tuvo otro bebé —le dije—. Cuando tenía siete u ocho años. No
puedo recordar. —Le di estos datos, aquellos que pensé que querría
saber. Después de todo, era su musa; mi alma destrozada podía
alimentarlo. Me limpié las manos en mis jeans, estaban sudadas. Me
acerqué a él, queriendo tranquilizarlo. No venía de donde él vino. No tenía
nada que ofrecer.
Se veía firme como si esto no le perturbara en absoluto, frotando
pequeños círculos en la piel de mi brazo con su pulgar cuando me detuve
cerca de él. Me relajé. Todo lo que tenía que ver con mi madre hacía que
sienta vergüenza.
—Recuerdo su creciente barriga. Al principio, pensé que estaba
engordando, pero apenas la veía comer. Entonces, un día que estaba en la
cocina y agarró su estómago con un grito, dijo que estaba pateando. Le
pregunté qué estaba pateando y ella agarró mi mano y la acercó a su
vientre. Casi nunca me dejaba tocarla, decía que siempre tenía las manos
pegajosas.
Me detuve para observar su rostro, sus ojos
ligeramente entrecerrados ahora como si no pudiera imaginar el mundo en
el que una madre podría pensar que las manos de su hija fueran demasiado
pegajosas.
—Su estómago se sentía tan fuerte, que recuerdo pensar, cómo las
personas obesas tenían tales duros vientres. —David sonrió, más o menos,
y asintió para que siguiera adelante—. No vino a casa un día, y el vecino
vino a llevarme comida y ver cómo estaba. Ni siquiera estaba asustada de
estar sola en el piso de noche, estaba tan acostumbrada a eso. Pero luego,
llegó a casa y su vientre se había ido, su estómago estaba plano,
completamente firme y plano, como siempre solía ser. Cuando le pregunté
dónde estaba el bebé, no me lo dijo.
—¿Crees que lo dio en adopción? —preguntó.
Me encogí de hombros.
—Por lo que sé, podría haber muerto, o tal vez el padre se lo llevó,
o tal vez sí, lo dio en adopción.
—Podría haber sido una madre sustituta —dijo.
—Sí, esa no es realmente mi madre —le dije—. Nunca ha llevado
un estilo de vida desinteresado y caritativo. Aunque, tu conjetura es tan
buena como la mía.
Frotó mis hombros, y me dio un beso detrás de la oreja.
—¿Estás preguntando por mi madre para poder descubrir por qué
soy tan desprendida y evasiva al compromiso? —pregunté riendo.
—Sí —dijo David.
Mi madre. Casi no tenía cuello. Eso es lo que no le dije a
David. Esos detalles se sentían como si fueran solo míos. Me dejaba
perpleja cómo su cabeza se unía al resto de ella. Pasé mucho tiempo
tratando de averiguarlo. Solo una pelota de cabello rubio unida a un
torso. Su cabello era como el mío, la gente se paraba a admirarlo. Pero
había demasiado de él, espeso y pesado. Acentuaba su falta de cuello aún
más. No era abusiva, aunque desde una temprana edad supe que era
desinteresada. Le gustaban los hombres; mantenían su interés. Su vida
consistía en una búsqueda sin fin para encontrar a la pareja perfecta,
aquella que no la dejaría. Y sin embargo, ella me dejó. Un ciclo.
Fui un proyecto que salió mal y ahora tenía cosas mejores que
hacer. Lo prefería así. Mi amiga, Moira, tenía una madre que criticaba todo
lo que hacía: deberías pintarte los labios; estás pálida. Llevas demasiado
lápiz de labios; pareces una puta. Si ejercitaras más, podrías tener una
hermosa figura. ¿Por qué pasas tanto tiempo dibujando? Deberías
ejercitar o no encontrarás un hombre.
Moira era lesbiana, así que por suerte para ella su búsqueda de
hombre no era una prioridad. Se quejaba de su madre con gran detalle, cosa
que me parecía fascinante. Una madre que se preocupaba demasiado por
cada pequeño detalle… dime más.
Las madres, en especial las madres terribles, hacían que sus hijos se
sintieran culpables por existir cuando estaban bajo estrés.
—Te di la vida —era muy popular, así como—: ¡Trabajo duro para
poner comida en tu plato!
Quisiste tener un bebé, o tal vez no lo hiciste y simplemente optaste
por conservar a tu bebé, aun así, no era nuestra elección estar aquí, así que
deja de arrojarnos en la cara que tienes que mantenernos.
Mi madre me gritó un día. Fue después que el hombre con el que
había estado viéndose de repente rompió con ella, y su maquillaje estaba
embarrado por toda su cara hinchada. Había respondido a una pregunta que
me había hecho con un gruñido y ella perdió el control, lanzándome una
barra de pan a la cabeza.
—¡No me hables así! —gritó—. Te di la vida. ¡Puse comida en tu
plato!
Había tenido suficiente. Había estado alimentándome por mi cuenta
durante años, trabajando en la caja del mercado local de comestibles. La
mitad del tiempo era yo quien le daba de comer.
—Tú me trajiste aquí —le dije a mi madre—. Querías una
compañera, algo a que amar, ¿verdad? Debiste haberte conseguido un
perro, mamá. Mucho más fácil que un puto humano. Ahora alimenta tu
error sin sentirte como una salvadora. —Me dirigí a mi habitación y la dejé
ahí de pie en la cocina, con los brazos caídos a sus lados, derrotada.
Ella no se había disculpado y tampoco lo hice, ninguna de las dos
lo sentía. Y así es como nos separamos finalmente, ambas un poco aliviada
por haber terminado con la otra. Continuando con nuestras vidas alegres.
24
MEMO DEL LUNES
Se suponía que todo iba a ser como una parada en los boxes: Seattle,
David, la relación. Me recordé eso el lunes cuando me encontré
tambaleando en el trabajo derrumbándome por el fin de semana. Pero para
el viernes estaba totalmente inmersa en mi vida con David, mi memo
olvidado en medio de la felicidad que encontraba con él.
Quizás esta vez es diferente, me dije. Era mi artista, no cualquier
artista, aquel que se ajustaba a mí.
Íbamos a correr cuatro días a la semana alrededor del lago Union.
Los martes yo cocinaba, los jueves él lo hacía. Hacía la lavandería, él
limpiaba el baño, y ambos discutíamos por el lavavajillas. Hacíamos el
amor todos los días, la novedad del asunto no había desaparecido todavía.
Comíamos en el Pike Place Market los domingos y ordenábamos para
llevar las noches de los fines de semana, cuando David tenía una
presentación. Me compró flores cada semana. Yo salía de mi turno en El
Jane y habría un ramo del mercado en la pequeña mesa donde comíamos
nuestras comidas, y una bolsa abierta de Cheetos, envejeciendo, como él
le decía. Veíamos Homeland y Game of Thrones, con un tazón de
palomitas entre nosotros. Discutíamos por el dinero (él no aceptaba nada
de mí), y sus viajes a los bares a última hora con Ferdinand eran un tema
de controversia (Ferdinand era un alcohólico). Todo era tan hermoso, mi
vida con él, y tan diferente a todo lo que había tenido antes. Y entonces el
lunes vendría otra vez, y me recordaba que todo esto terminaría pronto. No
podía vivir esta vida para siempre. Lunes, lunes, lunes. Lo odiaba por
razones diferentes a todos los demás.
Y entonces, un lunes en noviembre, un año para el día en que sacó
la astilla de mi dedo, me pidió que me case con él. Fue algo como esto…
Estaba sentada en el suelo delante del fuego, con la espalda apoyada
en el sofá y mis piernas extendidas frente a mí. La cabeza de David estaba
descansando en mi regazo, y mientras hablábamos yo jugaba con su
cabello.
—Es un lenguaje completamente diferente —bromeé—. Cuando
llegué aquí no tenía ni idea de lo que estaban hablando.
—Vamos —dijo—. No puede ser tan diferente.
David tenía un plato de dulces equilibrado sobre su pecho. Se veían
como gemas a la luz del fuego. Se turnaba poniéndolos en mi boca y luego
en la suya. Me sentía perfectamente rechoncha, feliz y contenta. Él
estaba sin camisa, sus pantalones cayendo bajo en su cintura. Podía ver la
tira logotipo de sus calzoncillos. Pasé una mano por su pecho caliente antes
de decir:
—De acuerdo, chico americano. Entonces, ¿estás listo? ¿Para una
verdadera lección en la jerga británica?
Se llevó un par de M&M a la boca y me guiñó un ojo antes de cantar
unas cuantas líneas de “American Boy”.
Esperé a que terminara antes de decir:
—Uña y mugre significan hermana.
—¿Qué mierda? —dijo—. ¿Cómo significa eso?
—No lo sé. Supongo que las hermanas se pegan como la mugre en
las uñas. —Esto pareció aplacarlo porque él asintió solemnemente. Me
había dicho que su hermana lo atormentó durante toda su infancia.
—Se pone mejor —dije—, así que calla. Manzanas y peras… son
escaleras.
Se sentó.
—Estás jugando conmigo. —Su cabello caía sobre sus ojos y quise
tocarlo y dejarlo al mismo tiempo.
Me reí.
—No lo hago. Acuéstate. —Hizo lo que le dije, pero tenía una
mirada divertida en su rostro.
—Pete Tong significa que estás mal.
—Está bien, dame esa en una oración. —Puso un M&M rojo entre
mis labios y fruncí el ceño a medida que masticaba.
—¿Toda esta situación ha salido Pete Tong? —ofrecí.
—Pobre Pete —comentó David—. ¿Qué hizo ese chico tan
mal? Toda Inglaterra la tiene contra él.
—Sí —dije—. Imagínate cómo se siente Jesús. Él es una palabra de
incredulidad. Parece bastante irónico.
—Ni siquiera voy a tomar el nombre del Señor en vano otra vez —
juró David, con una mano sobre su corazón.
—Deberías permanecer lejos de Pete Tong. Ese pobre hijo de puta.
Dejó el cuenco a un lado y frotó la parte interior de mi muslo con
una de sus manos. Sabía a dónde iba esto.
—Las chicas dicen que gastarán un centavo cuando necesitan ir a
orinar. Tengo que ir a gastar un centavo.
—Esa es fantástica. Es mi favorita —dijo—. Ahora, ¿estás lista para
un revolcón?
Eché mi cabeza hacia atrás y reí.
—Eso es lo único que sabes.
Se dio la vuelta hasta quedar boca abajo y besó mis muslos subiendo
lentamente.
—Tú. (Beso) Tienes. (Beso) Razón. —Y luego de la nada se puso
serio—. Tu visa de trabajo expira pronto.
Mi mano se congeló en su cabello. Eso era cierto.
—Sí —respondí.
—Cásate conmigo, Yara.
Pensé que solo estaba soltando una idea, y yo estaba a punto de
descartarlo cuando sacó un anillo de la parte inferior del tazón de
M&M. Mi boca se abrió.
Derribamos el recipiente cuando ambos nos pusimos de pie y óvalos
del mismo color que las gemas se extendieron por el suelo. Volví la cabeza
para mirarlos, mi sorpresa pegada al paladar.
Fue un error, decir que sí. Lo supe incluso entonces cuando mis ojos
viajaron de un M&M a otro: rojo, azul y amarillo. Me recuerdo de ellos
esparcidos por el suelo así por una eternidad, su propuesta aún reciente en
sus labios húmedos. El fuego ardiendo en sus ojos.
—Somos la química precisa, Yara. Estamos tan bien que se siente
como un sueño. Maldita sea, me quiero casar contigo.
Y en ese preciso momento, pensé en Petra, la forma en que se
arrastraba hacia él, y mi boca se abrió para decir que sí.
—Sí, David —respondí, con los ojos llenos de lágrimas.
Y luego deslizó un diamante ovalado en mi dedo anular. Me quedé
mirándolo a medida que reflejaba la luz, demasiado hermoso para las
palabras. David me besó y yo me envolví en torno a él, eufórica, mi memo
del lunes olvidado, todo olvidado.
25
MATRIMONIO
Había una vez una chica que nunca soñó con una boda. Las bodas,
el matrimonio, y el compromiso eran para la gente que quería lo mismo
durante un largo periodo de tiempo. La misma persona. Me burlaba de ese
tipo de mentalidad, lo básico que era. Esos sueños eran como dulces
vibraciones de estabilidad que te arrullaban en un sueño profundo,
psicológico. No quería dormir. Y todo comenzaba con flores, seda, y
los muñecos de torta frente a frente sostenidos de la mano. Sabía que quería
estar despierta. Quería que mi ingenio y mi sentido, y por Dios, quería tener
mi propio corazón. Así que cuando David me pidió matrimonio, estuve
sorprendida cuando le dije que sí. Y no cualquier sí, sino el tipo de sí que
una chica que siempre soñó con una boda diría. Lo dejé deslizar el anillo
en mi dedo, y luego lancé mis brazos alrededor de su cuello, subiendo
sobre su cuerpo en entusiasmo hasta que mis piernas se envolvieron
alrededor de su cintura. Alcé mi mano detrás de su cabeza para así poder
ver mi anillo nuevo. Y entonces volví a envolver mis brazos alrededor de
su cuello y apreté y apreté hasta que me dijo que lo estaba ahogando.
—Acostúmbrate —le dije—. Esta es tu vida ahora.
Nos tatuamos a juego al día siguiente para celebrar. David lo sugirió
y me gustó la permanencia de mi marca estando en su cuerpo. Terminaron
en nuestros hombros, su derecha y mi izquierda.
—Ahora hay amor marcado en tu piel —me dijo después, besando
el lugar.
—¿Estás seguro? —seguí preguntándole.
Durante semanas después que él me dio ese anillo todavía seguía
preguntando: “¿Estás seguro?” Con base diaria como si él fuera quien
tuviera duda en lugar de mí. Nuestros tatuajes sanaron, y seguí
preguntándole: “¿Estás seguro?”
—Estoy seguro —decía, firme y estable, completamente seguro, de
manera inequívoca. Decidimos que no queríamos una boda grande. No
tenía mucho de mi parte de la familia, solo unos pocos amigos íntimos que
había cosechado en los últimos años, y David tenía una familia muy
grande, la mayoría de los cuales, según dijo, se embriagarían demasiado o
no se embriagarían en absoluto.
—Los he visto arruinando bodas antes —me dijo. Y luego los
empezó a enumerar como lo hacía cada vez—: Mi prima Lidia, mi
hermano, mi tía abuela Angela… se emborracharían hasta los pelos,
o empezarían a juzgar cualquier mierda, y entonces comenzarían
discusiones por estupideces. Y luego está Sophia, pero eso es un asunto
completamente diferente.
Y después, como siempre, fascinada por el concepto de una familia,
le pregunté:
—¿Y por qué pelean? ¿Qué dijeron los novios? ¿Cuánto tiempo les
llevará reconciliarse? —Estaba más interesada en Sophia, así que también
le pregunté por ella.
Él respondió a todas mis preguntas con paciencia, su voz
retumbando en su pecho, a pesar de que ya las había respondido una docena
de veces antes. A medida que sus labios gruesos formaban las palabras,
trazaba los espacios entre mis nudillos con la punta de sus dedos. Siempre
estábamos tocándonos, no podíamos dejar de tocarnos. Nunca antes había
estado enamorada, no de esta forma. Pensé que lo había estado, pero todo
antes que esto se sentía como una mentira.
—Mi prima Sophia tuvo un aborto cuando tenía veinte años,
marchaba en manifestaciones pro-opción —explicó—. Mis tíos son
católicos. La propia madre de Sophia la terminó repudiando. Sophia se
niega a venir a los asuntos familiares por ellos. Creo que la apreciarías,
tiene la misma vibra de “me importa una mierda” que tú tienes.
—¿Cómo la tratan cuando aparece?
—La ignoran, susurran a sus espaldas, hacen comentarios groseros.
—¿Y cómo reacciona?
—No lo hace. Solo vive su vida.
Sophia era más fuerte que yo, decidí. Yo ni siquiera me molestaría
en ir. Si mi familia me tratara de esa manera, con amor condicional,
también los renegaría. Ella era la que demostraba el amor verdadero:
apareciendo, sin tomar represalias.
—¿Y qué piensas de todo esto? —le pregunté.
—No creo que haya nadie correcto o mal. Tenemos que dejar que
las personas sean lo que son. Sophia hace un buen trabajo con eso,
¿sabes? Ella no lucha con ellos ni los condena. Los deja en paz.
—Pero, ¿qué hay de tus tíos? Para ellos cometió un pecado
atroz. No puedes pedirles que se rebajen a su nivel, un nivel en el que no
creen.
—No es cierto. Nadie lo está. En realidad les estoy pidiendo que
suban un nivel. Que demuestren su amor en lugar de juicio. Porque si están
en lo cierto en cuanto a su sistema de creencias, hay un juez último de todos
modos, ¿cierto? No necesitamos jueces humanos.
Hecho: David me gustaba más cada día. Por lo general, cuanto más
tiempo pasaba con alguien menos me gustaban.
Una buena señal. Para el tiempo que tuviéramos sesenta estaría tan
enamorada que estaría a punto de estallar.
Compré mi vestido de novia en una tienda de consignación en
Queen Anne: de encaje blanco con mangas largas y un cuello en V
profundo que casi alcanzaba el ombligo. Había una mancha de sangre en
el dobladillo, dos gotas de rojo oscuro. Cuando le dije a Ann hizo una
mueca de disgusto.
—Qué asco, llévalo a la tintorería.
Asentí, pero no había manera de que borrara la historia de alguien
de mi vestido. ¿Cómo llegó hasta allí? ¿Fue por amor o lujuria, ira o
alegría? Pasé tantos días imaginando ese escenario que casi estuve tentada
a volver a la tienda y preguntar por su propietario original. Decidí no
dejarlo en la tintorería, sino llevarlo tal cual con toda la mala o buena vibra
todavía unida a la tela. Habíamos planeado casarnos en Vancouver, una
ciudad favorita para los dos, con solo unos pocos amigos a remolque.
David encontró un traje de terciopelo azul en la parte posterior del armario
de su tía y me dijo que lo usaría. Me dijo que Lazarus Come Forth cantaría
a capella mientras caminaba por el pasillo.
—¿Qué pasillo? —le pregunté, y luego me dijo que había reservado
una iglesia y un restaurante para después de que hubiéramos recitado
nuestros votos, donde todos pudiéramos celebrar. No había hecho nada, no
había movido ni un dedo. Era como si él pudiera sentir mi vacilación y se
puso en acción al hacer los planes.
—¿Te gustaría invitar a alguien de tu hogar? ¿Como a una amiga…
algunos familiares lejanos?
—No —respondí rápidamente—. Mi vida está aquí ahora, mi gente
es tu gente.
—Yara —insistió—. No puedes simplemente cortar a la gente de tu
vida cuando sientes que has terminado con ellos. Son parte de tu tapicería.
Observé sus labios a medida que hablaba. Era cautivante la forma
en que se movían. Se humedecía los labios con frecuencia y siempre
terminaba deseando que lamieran otra cosa.
—No quiero que nadie más venga —dije con firmeza.
Me sentía culpable. Pensé en Posey, quien ni siquiera sabía que me
iba a casar. Todavía me escribía una vez por semana y le había dicho de
todo menos de David. Había un puñado de otros más que podía llamar.
Todos estarían contentos y sorprendidos al escuchar las noticias, algunos
de ellos incluso se ofrecerían para volar hasta la boda. Pero, al final, opté
por no decir a nadie. Lo que tenía con David se sentía muy privado, como
si necesitara protegerlo del exterior.
Y entonces llegó el momento de conocer a sus padres, que estaban
enojados con David y sospechosos de mí. No los culpaba. Le pidió a una
chica que se case con él, una chica que aún no habían conocido. No sabían
si era mi culpa y no la suya, que había estado esquivando su invitación de
cenas y los viajes de fin de semana durante casi un año. Pero acepté el
anillo, y compré el vestido, y ahora era el momento.
PARTE DOS
EL CORREO ELECTRÓNICO
Querida Yara,
La banda estará en Londres el 12 de noviembre. ¿Quieres que
nos veamos?
David
Hola David,
Sí, suena muy bien. Avísame en dónde y cuándo sería.
Yara
Es tan fría.
26
RECUERDO
Recuerdo el olor de su ropa, su perfume, su piel. La inclinación de
su barbilla cuando estaba ofendida y la forma en que su boca tiraba de las
esquinas cuando tenía dudas sobre tus motivos. Recuerdo la forma en que
la punta de su lengua asomaba y tocaba su labio superior cuando estaba
teniendo un orgasmo. Y la forma en que tomaría el primer sorbo de vino
en su boca durante lo que parecía un minuto entero antes de tragarlo. La
forma en que cerró los ojos y gimió cuando tragó… el vino. Y a mí.
Recuerdo que no aceptaría ninguna mierda de mí ni de nadie más. No le
importaba lo que pensabas de ella, le importaba lo que ella pensara de ti.
Ella no te dejaría entrar así como así. Tenías que probar tu valor. Recuerdo
las bolsas abiertas de Cheetos, todas alineadas en su despensa. La primera
vez que las vi todas alineadas así, saqué un par de bandas de goma de mi
muñeca y comencé a cerrarlas para que no se pusieran rancios.
—¿Qué estás haciendo? —había dicho, cuando me sorprendió
amarrando una.
—Alguien las dejó abiertas —contesté—. Se pondrán rancios.
—Ese es el punto. —Ella me había quitado la bolsa, le quitó la goma
y me la devolvió.
—Los Cheetos rancios son mis favoritos. —Se lo había metido entre
los labios, sacudiéndome las cejas. Y luego, mientras se alejaba, añadió—
: ¿Vas a escribir una canción sobre eso?
Recuerdo la forma en que siempre decía: ¿Vas a escribir una
canción sobre eso?
Y nunca olvidaré que escribí una canción sobre eso. Todo ello. Y
esas canciones. Escribí una canción, escribí dos canciones, escribí tres
canciones, escribí cuatro canciones. Yara me dio un regalo: inspiración sin
fin.
Una canción, dos canciones, tres canciones y cuatro canciones van
a platino. Hacemos dinero, adquirimos fama, viajamos por todo el mundo
y vivimos los mismísimos sueños que soñamos.
Pero soy pobre.
No tengo nada más que dinero.
Y su suéter, todavía tengo uno de sus suéteres. Hace mucho que su
olor se desvaneció, pero si miras detenidamente el manguito de la manga,
puedes ver pequeñas motas de naranja atrapadas en la lana. Polvo de
Cheeto.
Lo levanto a mi nariz antes de cada show, intentando encontrarla en
alguna parte. El suéter viene conmigo cuando estamos de gira. Lo guardo
en una caja que parece un ataúd. Los muchachos me dan mierda por eso,
pero no me importa.
Hubo una vez que olvidé la caja en un camerino en Albuquerque;
solo me di cuenta cuando llegamos a Reno y nos estábamos preparando
para una presentación.
“No estoy jugando”, les dije. “Todo se irá a la mierda sin el
suéter”.
A veces un hombre se deja llevar, pero ¿qué importa? Es un asunto
de hombres. Me convencieron de seguir de todos modos; dándome
palmadas duras en la espalda y miradas que me hicieron sentir como si
estuviese exagerando. El sonido se detuvo durante la primera canción.
Había funcionado bien durante el ensayo, pero no olfateé su suéter, así que
dejó de funcionar. Luego, durante la mitad del espectáculo, la directora de
escena comenzó a vomitar violentamente. Fue llevada de urgencia al
hospital en medio de nuestro set después de desmayarse y luego fue
diagnosticada con norovirus y agotamiento severo. Nuevamente, el suéter.
Entonces Ferdinand rompió tres cuerdas de la guitarra, y olvidé la letra de
“My Wife's Wife”. Cuando salimos del escenario y regresamos al autobús
de la gira, todos los muchachos estuvieron convencidos del suéter.
—No más presentaciones sin el suéter de Dave —dijo Brick.
Apestaba a cerveza y sudor, y no quería que él estuviera cerca del
suéter de Yara.
—¿También tenemos que olerlo? —preguntó Ferdinand.
Ferdinand de algún modo comprendió un poco mi dolor por Yara:
después de haber visto cómo se desenredaba toda la relación, nunca lo
cuestionó.
—Nadie huele el maldito suéter, excepto yo —le dije.
Así que el suéter se convirtió en una especie de Arca del Pacto para
nosotros, conmigo como su guía y los muchachos como creyentes firmes
en su magia. No salimos de gira sin él, y está en la portada de nuestro
segundo álbum.
A veces contamos la historia en nuestros shows y la multitud ruge.
Quieren ver el suéter. Pero el suéter gris desgastado de Yara es solo para
mí. Me pregunto si alguna vez ha visto la portada de nuestro álbum y lo
reconoció; me pregunto eso muy a menudo en realidad. Lo más retorcido
de ser artista viene cuando comprendes que estás creando para una persona
específica. La parte dolorosa es darte cuenta quién es esa persona, y la parte
devastadora es saber que la compulsión nunca desaparecerá. Y en su
mayoría provienen de una muerte: emocional, física, no importa. Mueren
para ti y sus cosas se vuelven sagradas. Ella no se lo merece; es una
cobarde. Pero tratar de controlar quién te controla es como dictar lo que el
clima debería hacer todos los días.
Nos mudamos de Seattle a Los Ángeles para perseguir la música.
Ferdinand, Brick y nuestro miembro más nuevo, a quien llamamos
Keyboard Carl. Carl fue el último, pero a mí me gusta más. Tiene el cabello
grasiento colgando alrededor de su rostro de un modo que me recuerda a
Kurt Cobain, y usa camisetas de bandas de chicos de los 90. Le da a
Lazarus Come Forth una agradable vibra sólida de rock&roll.
Los chicos encontraron la transición a LA más fácil que yo. Por mi
parte, estaba dejando recuerdos; ellos querían hacer otros nuevos. A decir
verdad, siempre les ha encantado la idea de la fama más que a mí. Solo me
encanta la música.
Firmamos con una pequeña disquera independiente: unos esposos
llamados Rita y Benny. Son tan apasionados con la música que hacen poco,
pero comen, duermen y hablan música. Me hacen sentir inferior pero bien
cuidado. Todos tienen un apodo en nuestro círculo, así que los llamamos
Los Músicos. Nos quedamos en su casa cuando visitamos y al final del
largo fin de semana, creyeron en nosotros y nosotros creímos en ellos.
Supongo que el resto es historia.
Ferdinand compra a su madre una casa en el lago en Chelan, y Brick
le compra a su novia tetas nuevas del tamaño de melones. Keyboard Carl
dice que está ahorrando lo suyo para comprar una isla. Creo que es una
idea excelente, pero no hay nadie a quien quisiera llevar a la isla conmigo,
así que deposito mis cheques e intento olvidar que el dinero está allí.
Algunos chicos lo usarían para aliviar el dolor, supongo, del mismo modo
que algunas personas usan drogas. Quiero que el dolor permanezca donde
está, duro y pesado. Me hace sentir cerca de ella. Estoy inspirado, pero
estoy vacío. El mes después de que termina la gira, Ferdinand viene a mi
apartamento, el cual le había comprado a mi tía.
—Ahora tienes barba —dice, rascándose la cabeza—. ¿Cómo te
comes los coños con barba?
Me rio y nos abrazamos como lo hacen los hombres con algunos
golpes firmes en la espalda. Siempre he pensado que es gracioso que
incluso al abrazar, los hombres muestran agresión. Ferdinand se queda
conmigo por una semana y, antes de irse, me dice que necesito encontrar a
Yara.
Está nervioso cuando lo dice. Lo he visto tocar ante multitudes de
ochenta mil personas sin ni siquiera sudar ni vomitar como lo hizo Brick
antes de un gran espectáculo. Ahora se sienta en el brazo de mi sofá, con
las piernas abiertas. Su cuerpo está doblado de modo que sus codos
descansan sobre sus rodillas, sus manos colgando entre ellas. Me mira a
los ojos, pero tiene problemas para hacerlo.
—Mira —dice—. Tengo un amigo en Londres. Vino a uno de
nuestros shows una vez…
—¿Cuál? —pregunto.
—Red Rocks. Vino a Red Rocks y le pedí que vigilara a Yara.
—¿Cómo se puede vigilar a alguien que nunca han conocido, en una
ciudad con millones de personas?
—Le mostré su foto. Escribe reseñas de restaurantes para un blog,
así que pensé que si frecuentaba la escena de bares en Londres, era
probable que se topara con ella.
—¿Y lo hizo?
—No.
No puedo ocultar la decepción de mi cara.
—Entonces, ¿por qué me estás diciendo esto?
—Porque realmente me importa una mierda a quién te follas. Pero
cambiaste después de que ella se fuera, y follarte a todas esas chicas no te
ayudó. Tampoco el éxito del álbum, hombre, cosa que sospecho que en su
mayoría fue escrito sobre ella.
Me detengo a pensar en “Atheists Who Kneel and Pray”. La noche
en que me había caído ebrio en el césped de un extraño en algún lugar de
North Bend, en mi camino de regreso desde un bar. La nieve caía alrededor
de mí, impactando en mi cara y mano con pequeños pinchazos cuando
aterrizaba. Miré hacia el cielo y pensé en cómo ya no creía, ni en Dios ni
en su creación. Definitivamente no en el amor. Ella había venido como una
ladrona en la noche y se había llevado todo. ¿Cómo podía una persona
hacer eso? ¿Cómo podían tener tanto poder? Y mientras yacía allí, en un
estado de ebriedad y angustia, había escrito la canción que nos había puesto
en el mapa.
—Tienes que encontrarla —dice Ferdinand—. Hombre, necesitas
un cierre. O algo más. Encuéntrala y dile que todo fue por ella. Lo que sea
que necesites hacer.
La madre de Ferdinand era psiquiatra. Supongo que sacó toda su
sabiduría de ella.
Me froto la cara con la mano.
—Hombre, está bien —le digo—. Está bien.
27
CORREO NO DESEADO
Reviso mis correos no deseados por su correo electrónico. Cuando
solía enviarme correos electrónicos iban directamente a esa carpeta, nunca
entendí por qué. Traté de configurarlo de modo que se dirigieran a mi
bandeja de entrada, pero ella me envió un correo electrónico y de todos
modos lo clasificaría como basura. Una advertencia tal vez. El correo
electrónico que estoy esperando es en el que me ofrece una disculpa sincera
y desconsolada. En el que me da una razón decente para dejarme seis
semanas después de que nos casamos.
Me imagino que leeré su correo electrónico y diré: “Ajá, ahora lo
entiendo. Gracias por explicar todo tan bien de modo que ya no tenga que
seguir sufriendo”.
Todos los días reviso mis correos no deseados por ese jodido correo
electrónico, pero nunca llega. ¿Acaso los culpables no envían correos
electrónicos? Estoy revisando mi correo electrónico un día (los correos no
deseados) cuando veo un título en la barra de asunto que dice: SI
NECESITAS UN INVESTIGADOR PRIVADO, SOY TU HOMBRE. Lo
abro en parte porque es cursi y creo que este tipo, Ed Berry es su nombre,
podría pensar en un mejor eslogan para su negocio. Ed afirma que puede
encontrar a cualquiera, y que puede hacerlo de modo que se ajuste a tu
presupuesto. No sé de dónde se va Ed pensando que alguien lo llamaría
después de ese horrible eslogan, pero lo llamo porque imagino que Ed
necesita que alguien crea en él. Dejo un mensaje y él me devuelve la
llamada en dos minutos.
—¿Qué puedo hacer por ti? —dice en un acento raro. No puedo
decir si es de Nueva York, Texas o Minnesota—. Las tres —dice
después—. Soy un hombre que se mueve.
Casi le cuelgo, pero recuerdo lo que dijo Ferdinand sobre eso de
necesitar un cierre. Yara y yo celebramos nuestro segundo aniversario de
boda el mes pasado. Me hice un tatuaje para compadecerme, y luego me
emborraché. ¿Dónde está mi esposa? Ese es el trabajo de Ed ahora.
Necesitaba un investigador privado y él es mi hombre.
Le digo a Ed que necesito encontrar a alguien y él me dice que el
trabajo internacional no es barato. Le aseguro que puedo pagarlo. Cuando
cuelgo el teléfono, sé que he cruzado una línea, no hay vuelta atrás. Cuando
te propones a buscar a alguien, no te detienes hasta que lo haces. Y luego
tienes que lidiar con lo que encuentras.
Ed me envía fotos. Grandes 8x10. También envía los archivos a mi
correo electrónico. No van a mi correo no deseado. Reviso los correos no
deseados antes de abrir los archivos. Nada.
En las fotos, veo a Yara detrás de una barra. No es de extrañar, tenía
un título de maestría y aun así se negó a trabajar más que como barman.
La veo caminando por la calle con bolsas de plástico, con la barbilla
apoyada en el pecho. La veo sonreír mientras se sienta en una mesa exterior
con otra mujer. Ed etiqueta cada foto con lo que está haciendo. El sujeto
femenino come en The White Knight a las once cien horas. Está
acompañada por otra mujer. Se van juntas caminando hacia el oeste en…
No me gusta que la llame sujeto femenino. Es Yara.
Reviso mis correos no deseados por su correo electrónico.
Sé dónde está, ahora solo es cuestión de ir. Mi tatuaje se infecta.
Considero en removerlo. Es mal yuyu cuando el tatuaje que te hiciste para
compadecer tu segundo aniversario con tu mujer fugitiva se infecta.
Cuando sana, hay un punto en el medio donde desapareció la tinta. Es
perfecto de una manera espeluznante, así que lo conservo. Cuando reviso
mi correo electrónico, froto el lugar vacío en el medio de mi tatuaje. No
era algo que sabía que hacía hasta que Brick lo señaló. Brick puede ser
muy observador cuando no hay mujeres cerca.
—Amigo, ¿por qué haces eso? Es lo mismo todos los días.
Me encogí de hombros, pero eso me hizo pensar. Había una historia
de un hombre cuya esposa murió. Fue al cementerio todos los días, le llevó
las mismas flores, usó la misma corbata. Se sentó al lado de su tumba y le
contó a su esposa muerta sobre lo que había desayunado, cómo la vecina
había levantado la mano en señal de saludo mientras pasaba. Esa era la
forma en que se afligía por al amor de su vida, con un ritual y consistencia.
Era como tenía el control después de que sucediera lo incontrolable. La
muerte. Yo tocando el espacio en blanco de mi tatuaje, buscando su correo
electrónico en mi basura. Estaba perdido para siempre en mi dolor.
Odio estar en casa, casa siendo el hogar de mi familia, donde mis
padres tienen un carrito de golf verde lima que conducen alrededor de la
propiedad orgullosamente con el número 12. Mi hermana tiene juguetes
para que jueguen sus hijos cuando los trae los fines de semana. La casa
siempre huele a vinagre de sidra de manzana, que a su vez huele a pies
sucios. Mi madre se ha convertido en una consumidora de vinagre de sidra
de manzana.
—Mata las bacterias malas en tu intestino —me dice.
Para ilustrar esto, palmea mis tripas justo donde vive la bacteria
mala, y luego señala la suya. Tomo un trago de eso para apaciguarla y me
dan arcadas. Nadie habla de Yara, esa es la regla. Continuamos como si
nunca sucedió. A veces puedo decir que mi madre quiere hablar de eso,
preguntar si he escuchado algo, pero en cambio contiene las preguntas en
sus ojos. Por primera vez en mi vida, estoy agradecido de que seamos el
tipo de familia que evita hablar sobre las cosas.
Es el sonido de los hijos de mi hermana montando sus triciclos a lo
largo de la acera frente a la casa lo que más me molesta. Siempre me
levanto y pongo una almohada sobre mi cabeza para matar el sonido de las
ruedas de plástico sobre el asfalto caliente. El roce de ellas, la risa. Lo odio.
Me recuerda una felicidad que probablemente nunca conoceré: una familia
propia, pequeños humanos llamándome papá o papi, una mujer con la que
quiero tenerlos. Cuando le di un beso de despedida a mi madre después del
fin de semana y volví a la ciudad, me sentí aliviado. ¿Quién soy? No el
hombre al que le gustaba salir con su familia. No el hombre que estaba
sediento de música. Me voy a dormir en mi propio apartamento; el
zumbido de los motores adormeciéndome y es el mejor sueño que he tenido
en días. La próxima semana será mejor. La próxima semana intentaré con
más ganas seguir con mi vida. La próxima semana tocamos en un festival
en Seattle.
Reviso mis correos no deseados por su correo electrónico.
28
COLMILLOS
Ella tenía colmillos. Figurativos, pero además sus incisivos eran
afilados cosa que la hacían parecer un vampiro.
La primera vez que la vi pensé en los libros que todas las chicas
estaban leyendo cuando estuve en la secundaria, aquellos del hermoso
vampiro que se enamora de una chica mortal. Yo era el chico mortal y esta
chica, divina, me hizo sentir insuficiente y aburrido. Después me dijo que
la hice sentir de la misma manera, y tal vez así es como debía ser: dos
personas asombradas entre sí, que se sienten afortunadas de estar el uno
con el otro. Volví a verla una vez más, sediento por su atención. No estaba
exactamente hambriento por atención, pero últimamente la suya era la
única atención que quería. Quizás la primera vez fue una casualidad, una
mala racha para mi masculinidad. Pero cuando volví, sentí lo mismo, si no
más fuerte. Coqueteé con ella y ella me respondió, pero no con la sutil
flexibilidad con la que la mayoría de las mujeres flirteaban.
—¡Hola, chico astilla! —diría ella porque sabía que me molestaba—
. ¿Vas a escribir una canción sobre eso?
Lanzaba indirectas, muy bien apuntadas que me hacían reír. Si fuera
un hombre diferente, tendría el ego magullado. Acepté sus bromas y las
moldeé para mí. Ella era algo que sabía que existía pero que nunca había
conocido: el Monstruo del Lago Ness, Pie Grande, el duende al final del
arcoíris. Terribles analogías, lo sé.
Yara.
Y entonces me lo dijo, después de un montón de insistencia.
Su nombre era música.
Me iría del bar y pensaría en su cabello. No en sus tetas ni su culo;
su cabello. ¿Qué mierda era esa?
Le conté a mi mejor amigo, Ferdinand, sobre su cabello y me llamó
un marica.
Una pequeña marica es lo que era.
—¿Quieres pasar los dedos por él? —me preguntó—. ¿Meter tu
rostro en él y ver qué tan bueno huele?
Así era.
—Jódete —le dije, pero él solo había reído.
—Prefiero tener los dedos y la cara en otro lado, pero como quieras.
La invité a mi presentación. Una, dos, tres veces. Nunca antes tuve
que suplicarle a una mujer que viniera a una de mis presentaciones. Y para
empeorar las cosas, nunca fue. Cada espectáculo subiría al escenario y la
buscaba, su cabello rubio; incluso si estaba atado, podría verlo. Y luego
bajaría del escenario decepcionado. Ella no funcionaba de la misma
manera que otras mujeres. Otras mujeres tenían botones, perillas; nada
estaba etiquetado. Yara tenía solo un interruptor y bien estaba Encendido
o Apagado, más nada. Quería hablar su idioma. Quería ser su idioma. Esta
era una obsesión y la recibí con agrado. Un buen cambio a no sentir nada
o sentirse decepcionado.
Tocamos en El Cocodrilo el último sábado del mes. Había
invitado a Yara otra vez, pero para entonces esperaba que no fuera. Por lo
general, nos sentábamos en la sala verde bebiendo hasta que llegara el
momento de que fuera nuestro turno de tocar. Pero, en esa noche en
particular, no podía quedarme quieto.
—Dale un poco de eso a David —le dijo Ferdinand a Brick, que
estaba fumando un porro.
Los descarté.
—Hombre, es como si estuvieras drogado con algo.
Ferdinand me conocía muy bien, pero no quería hablar de
eso. Yara había sido diferente conmigo las últimas veces que fui al Jane,
no tan habladora y amistosa. Le di una calada para apaciguarlos unos
minutos antes de que comenzara el espectáculo.
—¿A quién estás buscando? —preguntó Ferdinand a medida que
caminábamos hacia el escenario. Ferdinand sabía a quién estaba buscando
pero a él le gustaba atormentarme con eso.
—Yara —dije, sin pensarlo.
—¿Aquella con la que has estado obsesionando? Colega…
—No la has visto. No sabes nada. En realidad, no quiero que la veas.
—Tomé mi Charvel e ignoré la forma en que me estaba mirando.
Ferdinand era el bajista, pero conseguía más culos que yo. Como el rostro
de la banda, los cantantes principales recibían mayor cantidad de
traseros; sus nombres eran los más clamados y recordados. Medía un metro
noventa y era tan ancho como un toro, las mujeres pensaban que Ferdinand
era una combinación de misterio y peligro. En realidad, era un hombre de
pocas palabras que tenía un gatito como protector de pantalla en su
MacBook. No le gustaba hablar a menos que se tratara de música o de su
madre, y lloraba cuando sangraba por la nariz, pero bueno, la ilusión era
parte de la diversión. Funcionaba bien para su vida social.
—¿Quién es esa? —preguntó Ferdinand.
Apuntó su barbilla hacia la barra mientras ajustaba la clavija E de
su Fender. Levanté los ojos, intenté ver más allá de las luces brillantes que
relucían en el escenario. Un destello de cabello platinado, pero podía ser
cualquiera. Chicas con ese color de cabello eran como una moneda de diez
centavos. Su cabello era tan largo que acariciaba sus caderas, unas caderas
que se pavoneaban cuando ella caminaba.
—Una rubia —dije—. No la correcta.
—Hay muchas rubias que puedes elegir aquí —dijo Ferdinand—.
Un buffet completo de rubias.
Le enseñé mi dedo medio y levanté mi guitarra. Un buffet. Seguro.
En eso se había convertido. Podías escoger izquierda o derecha, y
conseguir dos ligues en una noche. Si no te gustaba una, había otra. Ibas
alrededor, y más jodidas groupies, chicas en Tinder que decían que querían
pasar una buena noche pero en realidad estaban buscando un
marido. Podías follar todo el camino a lo largo del Noroeste Pacífico si eras
medio apuesto y llevabas una guitarra. Era tan insatisfactorio. Una
experiencia estéril tras otra experiencia estéril.
Tiempo de empezar. Brick estaba en la batería.
—Uno… dos… tres…
Era ella. Me di cuenta de eso a la mitad de nuestra primera
canción. Energizado, me moví por el escenario con nuevo
vigor. Ferdinand levantó las cejas, inclinando la cabeza ligeramente hacia
ella como si preguntara: ¿Es ella? Yo asentí. Él frunció los labios,
empinando su bajo y cerrando los ojos. Esta era su parte favorita de la
canción. ¿Cuál sería la de Yara? Canté, y toqué para impresionar. No
quería asustarla y por esa razón no hice contacto visual hasta que tocamos
tres canciones. Ella estaba aquí, había venido. Estaba interesada. No solo
iba a ser mi musa, iba a hacerla mi esposa.
Mucho bien que me hizo. Maldita sea, muchísimo bien.
29
MENDIGOS
Cuento los días que ella se ha ido. Los cuento hasta que se vuelve
doloroso saber que de hecho hay un número importante entrometido entre
nosotros, un número que solo creció. Solo crecería. Días, luego meses,
luego años. Te dicen que mejora, pero no es así. Hago una lista de cosas
que quiero olvidar porque duele mantenerlas a la vanguardia de mi mente.
Esa vez que maldijo a mi hermano cuando él me dijo que
consiguiera un trabajo real.
Esa vez que estábamos tocando en un show y la vi en la multitud
con los ojos cerrados y las manos levantadas como si estuviera
alabándonos.
Esa vez que estaba tan enojada conmigo que arrojó una barra de
pan en mi cabeza y me dijo que me ahogase con ella.
Esa vez que lamió las lágrimas de mi cara y dijo que estaba
deseando algo salado.
Esa vez que me sentí mal por mí y le dije que era un pésimo artista
y me dijo que escribiera una canción sobre eso.
Esa vez que llenó la botella de vodka con vinagre y cuando comencé
a toser y ahogarme me dijo que tenía que dejar de beber tanto.
Esa vez que me convenció para dejarla depilar mis bolas y me dijo
que no me dolería en absoluto.
Esa vez que dibujó tetas en mi cara con un Sharpie mientras yo
estaba durmiendo y luego tuve que tocar un show más tarde esa noche.
Esa vez que me cantó cuando ya no cantaba y fue tan malo y tan
bueno al mismo tiempo.
Esa vez que nos casamos.
Esa vez que se fue.
¿Cuándo se pone mejor? ¿Alguien puede darme un marco de
tiempo?
Si alguien no te quiere, lo único respetable por hacer es dejarlos
ir. La verdad, completamente honesta, no te estoy mintiendo. Es eso o una
orden de restricción. He visto a esos tipos que no lo dejaron ir. Sus chicas
se irían en paz y ellos perderían la cordura. Hombre, esos cabrones me
recordaban a los mendigos; con sus hombros encorvados, ojos llorosos
como si acabaran de golpearse un dedo. Hombre, ¿cómo te permites llegar
a ese punto? Eso es patético. Lo que más me molestaba de esos tipos era la
clase de chicas por las que estaban de duelo. Chicas superficiales, chicas
de portada, chicas con lápiz labial excesivo, ninguna de ellas ni siquiera un
poco similar a Yara. Juzgaba tanto a esos tipos y supongo que no debí
haberlo hecho. Todos tenemos a alguien por quien sentir duelo, incluso si
es no Yara.
Hice una nueva lista de cosas que quería olvidar.
La forma en que preparaba mis comidas cuando era un zombi y me
las llevaba, colocaba el tenedor entre mis dedos, y me decía con su voz
suave que coma.
Sus dedos fríos cuando acariciaban las líneas en mi cara.
Cómo nunca se quejó de los meses cuando desaparecí, nunca los
mencionó después.
La forma en que me atacaría, acusándome de engañarla.
Esas chicas, aquellas que no eran Yara, su habla era inconstante, sus
voces altas y gangosas. Nunca hacían una pregunta real, solo la
insinuaban. Sonaban baratas, como esas grabadoras de plástico que te
enseñan a tocar en la escuela secundaria. Había tenido esas chicas, las
escuché hablar, y decir mi nombre, y preguntarme sinsentidos. La voz de
Yara era profunda… elegante. Su acento era real y su tono relajante. Añadí
algo que quería olvidar a la lista de preguntas de Yara.
¿Por qué follarte a una chica y engañarla si no tienes intención de
tener una relación con ella?
¿Por qué te quejas que no puedes escribir una canción cuando no
has intentado escribir una canción?
¿Por qué dejas que tu hermano te hable así?
¿Por qué quieres casarte conmigo de todos modos?
Después de que una relación terminaba y pasabas por la pena inicial,
era hora de la humillación (o negociación como lo llamaban los
psiquiatras). Humillarse era un rito de paso. Es cuando te ves tan patético
que nadie te querría de todos modos, pero estabas lo suficientemente triste
como para intentarlo. No sabía en dónde estaba Yara para arrastrarme o lo
hubiera hecho. Mierda, habría ido los nueve metros de humillación,
mendingando. Me salté esa etapa y fui directamente a la etapa del imbécil.
Esa es la mejor. Tienes la oportunidad de beber un montón de mierda, y ni
siquiera te importa lo que estás bebiendo. Hay una gran cantidad de “Qué
se joda esa perra”. Y, “estoy mejor sin ella”. Cuando te cansabas de las
resacas, y tu verga ya no se pone dura, dejas de beber y te medicas con
nuevas cosas divertidas: amigos, gimnasio, arroz integral y pechugas de
pollo perfectamente racionadas, y ligues al azar con chicas que conoces en
el gimnasio.
Un duelo sin peleas, un duelo sin disculpas, un duelo sin cierre. El
sofocante y espeso duelo se envuelve fuertemente alrededor de una
mujer. Y con tanto duelo reprimido que tienes por una mujer, estás
metiendo tu polla en otra. Es enfermizo.
Orgullo, tuve demasiado. Maldita sea, si realmente quisiera, podría
haberla encontrado. Ahora lo sé. Debí haber rogado y humillado, gatear
hacia ella sobre mis manos y rodillas para que así ella pudiera ver el efecto
que tenía sobre mí. Tal vez podría haberla traído de vuelta.
La lapicera estaba allí ese día, puesta en mi mesita de noche. No la
reconocía, ¿de dónde venía? Era una pluma de turista, algo que comprarías
en el mercado: un horizonte de Seattle detrás de una cúpula de plástico
diminuta. Había motas de purpurina en el agua. La tomé, la observé
mientras nevaba sobre Seattle. Y entonces, así como así, las palabras
aparecieron en mi cabeza.
¿Vas a escribir una canción sobre eso?
Por qué sí, así era. Llamé “Mendigo” a la canción. Era la segunda
canción que escribía sobre Yara y me llevó veinte minutos conseguirlo.
Tenía su ritmo: suave, suave, duro, duro. Cuando terminé, sentí…
menos. Solo menos, como si hubiera transferido parte de mi dolor a un
libro de composición en lugar de dejarlo reposar en mi pecho. Esto era lo
que Yara me había dicho que pasaría si mi corazón se rompía. Odiaba la
canción por eso; odiaba cada canción sobre ella, y todas eran sobre
ella. Odiaba a la chica que nos hizo famoso. Me odiaba a mí mismo por
amar a la chica que me hizo un mendigo. Amargado, muy amargado como
cortezas de naranjas.
Ella me había hecho esto a propósito, me había lastimado con
intención. Cambié por ella, pero ella no había cambiado por mí. Esa era la
diferencia. Ella solo me dejó.
Reviso mis correos no deseados por su correo electrónico.
30
BUSCANDO
Tengo un sueño en el que Yara está encerrada en un armario
llamando mi nombre. Cuando despierto estoy cubierto de sudor y mi
corazón late con fuerza. Miro mi teléfono. Son las cinco en punto de la
mañana. Saco las cuentas en mi cabeza mientras balanceo mis piernas por
un lado de la cama. Dos años este mes, ese es el tiempo que ha pasado
desde que ella se fue. Me ducho, me preparo una taza de café, pero no
puedo quitarme el sueño de la cabeza. Podía verla tan claramente, su largo
cabello trenzado por su espalda, sus ojos con delineador rojo. Me esfuerzo
por no mirar fotos viejas porque cada vez que lo hago, siento que vuelvo
al primer día, el primer día después de que ella me dejó, pero no puedo
detener los sueños. Me devuelven su rostro en detalle. Mis amigos me
dicen que necesito un cierre. Antes de que el residuo del sueño se haya
disipado, reservo un boleto de ida a Londres.
Es ahora o nunca, me digo a mí mismo. Empaco una pequeña bolsa
y me voy sin avisarle a nadie.
—¿Negocios o placer? —pregunta la mujer en el asiento contiguo.
Se abrocha el cinturón de seguridad y luego me mira expectante. No
tengo plan para pasar el vuelo hablando con un extraño.
—Negocios —digo.
—¿Qué tipo de negocio?
—Voy a buscar a mi esposa. —Y luego apoyo mi cabeza contra la
ventana, la almohada apoyada contra el vidrio, y duermo.
Me quedo en un hotel del que una vez me habló, en el Strand. Ella
trabajó allí durante unos meses antes de que decidiera aventurarse en
América. ¿Cuáles son las grandes diferencias entre Londres y Seattle? El
clima es el mismo. Al poner un pie delante del otro y dirigir mi cuerpo por
las calles, estoy empapado por la lluvia de la misma manera que me
sucedería en casa. No camino con la cabeza baja como todos los demás
porque los estoy mirando a la cara, a las personas que llevan sombrillas (en
realidad no hacemos eso en Seattle, llevar sombrillas). Estoy buscando a
Yara, quien ya no trabaja en el mismo lugar que Ed Berry me informó. El
agua de la lluvia gotea por mi cara, en mi boca porque no voy a inclinar la
cabeza contra la lluvia.
Estoy buscando a Yara. Estoy buscando a Yara…
Pienso en llamar a Ed, pero ya estoy aquí. Puedo encontrarla. Eso
es lo que me digo mientras camino a través de las calles. Incluso antes de
conocerla parecía que estaba buscando a Yara. Sabía que ella luchaba para
aceptar el amor. Y yo era demasiado joven para comprender las
consecuencias. Pensé que todo saldría bien mi vida, que los errores se
corregirían y que eventualmente ella estaría bien. Así no es
como funciona. Ahora lo sé.
Todos los bares aquí tienen nombres de cosas con un artículo al
principio: El Puerco Espín, El Imperial, La Sopladora de Vidrio, La Ostra
y La Alegría. Miro dentro de sus ventanas, estudiando los cantineros. Estoy
buscando a Yara.
Está en todas partes y en ninguna parte. La veo en la gente. Se
americanizó para encajar, pero ahora veo que ella es Londres. ¿Cómo
puede una persona ser como una ciudad? Su actitud en cuanto a la vida es
húmeda, pero sigue adelante con una vieja elegancia. No se queja de lo que
le sucedió o por qué. Es la humedad en la que vive, es parte de lo que ella
es y está bien con eso. He visto a tantos otros preguntarse, y llorar, y rabiar
contra los porqués de su vida. Yara no pierde el tiempo en eso. Tiene un
lugar en el que estar y solo va. Creció con adjetivos. Es interesante y vieja
como los edificios góticos que bordean la calle. Si entras en muchos de
ellos, son modernos y jóvenes, eso también es como Yara.
Amo Londres.
Por la tarde, estoy cansado de caminar y mirar, mirar y
caminar. Encuentro un lugar para sentarme y comer llamado El Mostrador
en el Delaunay. Hay un patrón azul y blanco en el piso que no puedo dejar
de mirar. Me siento frente a unos abuelos que han traído a sus pequeños
nietos a almorzar. Todos estamos en una cabina junto a la ventana. El niño
y la niña parecen gemelos.
—¿Puedo ver tu encantadora sonrisa? Muéstrame tu encantadora
sonrisa —dice el abuelo mientras sostiene una cámara en alto.
—¿El Señor y la Señora Malhumorados necesitan ir al baño? —
pregunta la abuela—. Me avisan, ¿de acuerdo? Tal vez un poco más tarde
entonces.
Estoy fascinado por la forma en que hablan el uno al otro, la
atención y el tono.
No hablamos a nuestros hijos de esa manera en Estados Unidos. No
usamos tantos adjetivos con ellos. Pienso en los compositores que amo,
todos de aquí, este lugar de autobuses rojos gigantes y agujas
góticas. Steve Mac; Camille Purcell; Paul Epworth; Goddard, Worth y
Lennon. Sus abuelos deben haberlos llevados a comer y les dijeron que les
mostraran sus encantadoras sonrisas, y les ofrecieron bocados de sus rollos
de tocino…
—Entonces, ¿quieres un pequeño mordisco? Es crujiente por
dentro, pero el pan es muy suave y cálido… ¡lo juro! ¡Mira cuántas formas
arremolinadas y diseños hay en esta mesa! Son tan elegantes, ¿verdad, mis
encantos? Elegantes y perfectamente encantadores…
Ahora entiendo más a Yara al escuchar a su gente. Cuanto más
camino, y escucho y me quedo, más de ella tiene sentido para mí. Los
tigres no tienen sentido en un zoológico: se ajustan al zoológico, pero no
le hacen tener sentido. Pido un té como ella solía beberlo, y algo llamado
gachas de avena y plátano. La chica que me los trae pregunta si quiero miel
para mis gachas.
—Sí, por favor —le digo.
Yara solía ponerle miel a sus hojuelas de avena, lo recuerdo. Estoy
haciendo esto para sentirme cerca de ella. Quizás entonces pueda
encontrarla.
Las gachas son deliciosas. ¿Cómo alguna vez comió hojuelas de
avena cuando estaba acostumbrada a comer esto? Es cremoso y
decadente. Dejo miel por todos lados: mis manos, la mesa y mi
ropa. También quiero escribir una canción sobre eso: siguiendo a tu chica
a Londres y dejando miel en todos lados. Ella me hace escribir canciones
sin saberlo.
El quinto día que estoy allí recibo una llamada de mi madre. Mi
padre tuvo un ataque al corazón. Corro hacia mi hotel y arrojo todo en mi
equipaje. Todo es borroso después de eso: el viaje en taxi al aeropuerto, el
vuelo hasta mi casa en el cual el wifi no funciona, el café caliente se
derrama en mis pantalones. Mi prima está ahí para recogerme. Su rostro
luce severo. No pienso en Yara de nuevo hasta después del
funeral. Entonces me siento más desesperado. La gente muere. No somos
permanentes. Tenemos que apurarnos si queremos las cosas.
31
EL PASADO VUELVE
Tocamos en Bumbershoot en septiembre, seis meses después de la
muerte de mi padre. Es un festival muy aclamado de arte y música en
nuestro estado natal, algo que hemos soñado durante años. Subimos al
escenario y solo puedo describir la experiencia como uno de los momentos
más surrealistas de nuestras vidas. Hace solo unos años teníamos los ojos
iluminados y esperanzados, de pie en la audiencia y soñando con el día en
que estaríamos en el escenario. Y ahora aquí estamos. El clima es gentil,
el sol golpeando a Seattle en su entera majestad. Alzo la vista y observo
las pequeñas nubes que salpican el cielo. Hoy no habrá lluvia. Mi madre y
hermana también están en la multitud, vistiendo viseras rojas a
juego. Saltan de arriba abajo y saludan cuando me ven mirarlas. Están
usando sus camisas Pixies y sé que se dirigen a la reunión post presentación
después de esto. Es desde el escenario que veo otra cara familiar. Recuerdo
una pelea, gritos, Yara lanzando una barra de pan en mi cabeza y
diciéndome que me ahogue con ella. Ahora suena cómico, pero no lo fue
en el momento. La ira rugió como un tornado, destrozando lo que habíamos
estado construyendo juntos. Ella dijo cosas esa noche que preferiría no
recordar, cosas horribles sobre mí y la banda… mi familia. Era un recuerdo
doloroso, una puerta de entrada al final. Capto la mirada de Petra y ella
sonríe a medida que se balancea con la música que ya hemos comenzado a
tocar. Su cabello es de un color amarillo ceniciento y está vestida en un
vestido blanco puro. Puedo ver su contorno debajo de la tela, los círculos
oscuros de sus pezones. Quiere que la reconozca; usó ese vestido para así
tener más posibilidades de hacerlo. Las mujeres usan sus cuerpos como
armas.
Después del espectáculo, Petra me espera al fondo del
escenario. Hay mucha gente allí llamando mi nombre, pero ella está en
silencio, con las manos juntas frente a su cuerpo como si ya supiera que
me detendré. Si no pudiera ver sus malditos pezones, diría que se veía
santa. Me paro frente a ella incluso aunque la seguridad me tiene por las
bolas. Un tipo fornido con un chaleco de cuero dice:
—Tenemos que seguir moviéndonos.
—Hola, Dave. —Ella se coloca el cabello detrás de la oreja y me
mira con timidez.
Es tan íntimo, la forma en que ella me llama Dave. Desencadena
algo, tal vez mi profunda soledad, y es por eso que levanto la barrera y
espero a que ella se agache para unírseme. Ella se despide de sus amigos
como si este fuera el plan desde el principio y une su brazo con el mío.
No hablamos hasta que estamos en el tráiler que compartimos con
otras dos bandas. Dado que están tocando lo tenemos para nosotros solos
por unas horas. Los muchachos sacan cervezas de la nevera y limpian la
parte posterior de sus cuellos con lujosas toallas blancas, mientras que
Petra y yo avanzamos a la pequeña habitación trasera donde hay una cama
matrimonial. Me siento en el borde y ella se sienta a mi lado.
—No estoy tratando de acostarme contigo —le digo. Aunque
decirlo en voz alta hace que parezca que lo hago.
Ella sonríe con esa sonrisa de labios cerrados que domina y se
encoge de hombros como si pudiera darle igual lo que pase. Se me ocurre
un pensamiento del que me avergüenzo de inmediato: ¿Y si debí haber
estado con Petra todo el tiempo y Yara era el error? Bueno,
claramente Yara fue un error, pero siempre había culpado a Petra por las
peleas iniciales en nuestra relación. Totalmente injusto tal vez, pero eso es
lo que Yara puso en mi cabeza: Petra estaba allí para causar problemas,
Petra estaba esperando que termináramos. Petra había estado callada en
esos días, detrás de la banda presentación tras presentación, apareciendo
con tanta frecuencia que se convirtió en una de nuestra comitiva por
defecto. Entonces había sucedido la cosa con Yara. Ella apareció por un
tiempo después de eso, pero una noche después de haber bebido
demasiado, le había ordenado que se fuera del maldito apartamento. De
acuerdo con Brick, en un insulto ebrio, le dije que era culpa de ella que
Yara y yo hubiéramos roto. Pienso en eso ahora mientras sorbo agua de
una botella y la observo estudiarme con cautela. ¿Está buscando venganza?
—Lo siento —le digo—. Por lo que dije. Estaba sufriendo y quería
arruinar todo.
—Eso fue hace mucho tiempo. —Se encoge de hombros. Y luego
dice—: Ella tenía esta manera de volverte loco. Era como si disfrutara
torturarte.
La miro fijamente. Tal vez era cierto, pero nadie lo había dicho
antes en voz alta. No quiero hablar sobre Yara. Debe verlo en mi cara
porque se levanta y agarra mis manos, poniéndome de pie.
—Salgamos de aquí —dice—. Te compraré la cena.
Solo dudo por un momento. No he estado con una mujer en un
año. Eso fue después del año inicial cuando me acosté con cualquiera que
fue como un juego. Me gusta sostener su mano, pero más que eso, me gusta
la forma en que me mira.
Es el primer día que no verifico mi correo no deseado por el correo
electrónico de Yara.
32
CONOCIENDO A LA GENTE
La emoción en torno a una boda era contagiosa. Todos quieren saber
los detalles. Muchas felicitaciones, palmadas en la espalda y consejos
injustificados. Aunque disfrutaba de la felicidad de todo eso, mi futura
esposa lucía más marchita cada día.
—¿Qué pasa, Yara? —pregunté—. ¿No quieres hacer esto?
Ella pareció sorprendida por mi pregunta.
—No, no —me aseguró—. No soy esta persona… que planea una
boda, ¿sabes?
Lo sabía y me gustaba eso de ella.
—Me encargaré de todos los arreglos —prometí, besándola en la
frente—. Será pequeña. Minúscula. Solo amigos cercanos y un puñado de
mi familia. ¿Hay alguien a quien quieras invitar de tu casa? —Ella estaba
sacudiendo la cabeza antes de que terminara la pregunta.
—Una vez fui dama de honor, justo después de la escuela, me
refiero a la universidad —dijo—. Una chica con la que había ido a la
secundaria, bonita y popular en ese entonces. Su nombre era Angie. Estaba
fuera de mi liga en la secundaria, y yo estaba fuera de la suya cuando me
mudé a Londres. No me di cuenta que éramos amigas hasta que me pidió
que llevara un vestido de talle alto color menta y sostenga un puñado de
flores silvestres.
—¿Nunca pasaban el rato? —pregunté.
—No. Y estaba a punto de rechazarla. Me sentí incómoda por ser su
dama de honor cuando ni siquiera éramos verdaderas amigas, y luego me
dijo que siempre me había admirado, y aunque el resto de ellos les
importaban las cosas estúpidas yo hacía lo mío. En realidad, creo que sus
verdaderos amigos se habían alejado y la abandonaron de alguna
manera. Verían su matrimonio temprano como algo que podría ser
viral. De todos modos, lo hice. Fui su dama de honor. Recuerdo sentir
pánico por ella mientras caminaba por el pasillo, incluso aunque ella no lo
sintió por sí misma. ¿Cómo sabía que todo estaría bien, que él cuidaría de
ella, que ella permanecería fiel a sí misma? Ahora sé que no lo sabía, que
el amor era un acto de fe, y que el amor era solo una palabra hasta que
alguien le diera una definición.
Asentí lentamente, no queriendo que ella dejara de hablar. Era tan
raro que compartiera cosas de su pasado como esto.
—No sé si John, el hombre con el que se casó, la satisfizo de la
manera que ella estaba esperando, si fue un buen esposo y padre. Nunca
hablamos de nuevo después de su boda. Pero a veces tengo estos agudos
momentos de realización cuando me doy cuenta que esta es mi boda, y que
voy a casarme. Pienso en Angie y me pregunto cuánto puedo confiar en
todo esto.
Aunque no podía relacionarme con su idea, hice todo lo posible por
entenderla. Vengo de personas casadas, duras e inquebrantables católicos
dedicados a la familia. Era lo que hacías, y era lo que siempre había
querido.
—¿Te preocupa que te decepcione de alguna manera? —le
pregunté.
Ella sonrió.
—No, me preocupa decepcionarte de alguna manera —respondió
ella—. Que no seré suficiente.
La tomé en mis brazos y la abracé tan fuerte.
—Imposible, Yara —dije—. No tienes que ser suficiente para mí o
para cualquiera. Te amo como eres. No quiero que te sientas presionada a
ser algo por mí. Eso resta la tranquilidad del amor real.
Ella me miró duramente, como si hubiera dicho algo escandaloso.
—Ese no es el trato que hicimos, ¿verdad? —preguntó entonces.
—¿Trato? ¿Qué trato? —El ferry atracó y puse el auto en marcha
para seguir la fila de autos bajando del barco.
—En el que salgo contigo para inspirarte —dijo en voz baja—. Ser
tu musa.
Había olvidado eso. ¿Hace cuánto tiempo que había
pasado? ¿Cuánto había pasado desde entonces?
La miré y ella estaba mirando por la ventana, su puño apretado
contra su boca.
—Yara, nunca hablé en serio con respecto a ese trato —
dije. Extendí la mano y le apreté la rodilla—. Solo estaba siguiéndote la
corriente para llegar a ti. Si recuerdas, estaba hablando de matrimonio
antes de saber tu nombre.
—Oh, recuerdo —dijo.
Estaba preocupado. No me gustaba cuando me excluía. Decidí
cambiar de tema, lejos de las bodas, y mi familia, y su ansiedad sobre
ambos.
—Deberíamos irnos por unos días —dije—. Ir a un lugar para
relajarnos y simplemente estar juntos.
Su mano cayó a su regazo y se volvió para mirarme.
—¿En serio? —preguntó—. ¿Dónde?
—Algún lugar donde solo estemos tú y yo.
Ella asintió.
—Sí. Me gustaría eso.
Estábamos caminando por la puerta de entrada de nuestro
apartamento cuando mi teléfono zumbó en mi bolsillo. Un mensaje.
No reconocí el número.
Hola, espero que no te importe, Brick me dio tu número. Es Petra.
Miré a Yara, que caminaba hacia el baño. Yara no le gustaba Petra,
había dejado eso perfectamente claro. A pesar de mi buen juicio
escribí: ¡Hola! Está bien. ¿Cómo estás?
La burbuja pareció indicarme que estaba escribiendo, pero luego
escuché que se abría la puerta del baño y metí mi teléfono en mi bolsillo
trasero.
No sé por qué lo hice. ¿Por qué no lo dije a Yara en ese mismo
momento que Petra me había escrito? Una estúpida elección.
—¿Qué pasa? —preguntó Yara cuando vio mi cara.
—Nada —dije—. Solo estoy cansado.
Ella asintió como si comprendiera, y se me ocurrió que debía haber
sido un día muy largo para ella. Avancé detrás de ella y masajeé sus
hombros a medida que se quedaba ahí de pie en su lugar favorito mirando
fuera de la ventana que daba a Elliott Bay.
—Quítate la ropa y vete a la cama —le dije—. Te daré un masaje
entero.
—¿Con tu lengua o tus manos? —preguntó.
—Ambos.
Ella me arqueó sus cejas y luego caminó hacia la habitación.
Antes de seguirla saqué mi teléfono. Después de todo, Petra no
había enviado un mensaje en respuesta. Debe haber cambiado de opinión
sobre lo que iba a decir. Eliminé su mensaje y puse mi teléfono en el
cargador antes de seguir a Yara al dormitorio.
33
LA BODA
Hubo severas tormentas el día de nuestra boda. Nos casamos en
febrero en una pequeña capilla en Vancouver. La iglesia tenía un
campanario que prometieron que tocarían una vez que
estuviéramos casados. Esperábamos la lluvia, pero nada como la lluvia
torrencial que recibimos.
—Relájense —dijo el fotógrafo—. Lluvia en el día de su boda es
buena suerte.
Entonces me relajé. Necesitábamos toda la suerte que pudiéramos
tener. Las calles estaban abarrotadas de charcos y nuestro puñado de
invitados tuvo que jugar a la rayuela para llegar a la iglesia. Mi madre entró
al lugar donde me estaba preparando diez minutos antes de que comenzara
la boda. Besó una de mis mejillas y palmeó la otra.
—Nunca te había visto tan feliz —dijo—. Eso me alienta hasta el
alma.
—¿Sam está aquí? —pregunté.
Ella asintió.
—Tu hermano no se perdería tu boda, muchacho. —Sonrió—. Sé
que son cabezas huecas, pero él todavía te ama.
Me encogí de hombros como si no importara pero lo hacía. La
relación que tenía con mi hermano no era mi elección. Siempre me odió,
incluso cuando era niño, y con los años su resentimiento se había
profundizado. Cuando ella se fue escribí a Yara.
Aún quieres hacer esto, ¿verdad?
¡¿POR QUÉ?! Escribió en respuesta de inmediato. ¿Acaso
Ferdinand dijo que estaba pensando en fugarme?
Me reí mientras miraba mi teléfono. Lo había hecho.
Incluso con toda su inquietud acerca de la boda, nunca dudé que no
apareciera. Ferdinand preguntó cuál era el riesgo a que se fugara, y lo
rechacé a pesar de que sabía que hablaba en serio.
Estaré allí, Lisey. Te amo profundamente.
Cuando Yara entró en la iglesia, sus hombros y rostro estaban
brillando con gotas de lluvia. Se veía etérea… reluciente en la tenue
iluminación de la capilla. Mi corazón latía salvajemente en mi pecho y
sonreía tanto que me dolían las mejillas. Ella me miró fijamente a medida
que caminaba por el pasillo, sus ojos clavados en mi cara, sosteniendo un
pequeño ramo de flores blancas. No me devolvía la sonrisa, su rostro era
neutral. Parecía que estaba intentando ser valiente, pero no lo vi en ese
momento, eso fue algo de lo que me di cuenta después.
Al tomar nuestros votos, fuimos interrumpidos por el retumbar del
trueno. Tuve que pausar dos veces solo para que ella pudiera
escucharme. Y cuando Yara dijo “acepto”, las luces parpadearon y todo el
mundo jadeó sin aliento. Qué premonición. La única vez que fue ella otra
vez en toda esa noche entera fue cuando estuvimos solos por unos
pocos minutos en el baño mientras sostenía su vestido para que pudiera
orinar. Ella soltó una risita y se tapó la cara mientras la molestaba por no
poder valerse por su cuenta. Nos besamos contra el lavabo a medida que
ella se lavaba las manos. Y luego más tarde cuando caminamos mano a
mano de regreso a nuestro hotel en lugar de detener un taxi, dejamos que
la lluvia empape nuestra ropa de bodas de modo que cuando finalmente
llegamos al vestíbulo dejamos charcos por todo el piso.
Reservé una suite en el décimo piso; el viaje en ascensor fue largo
e insoportablemente frío. Cuando alcanzamos la puerta, la detuve para así
poder cargarla adentro. Ella hizo un espectáculo al poner sus ojos en blanco
y actuando irritada, pero sabía que le gustaba.
—Eso fue divertido —dijo Yara, una vez que estuvimos dentro de
la habitación.
—¿La boda? —pregunté, solo medio serio.
—La lluvia —respondió simplemente, dándose la vuelta para que
así pudiera abrir su vestido.
Tuve una idea.
—¿Puedes irte a parar allí… junto a la ventana? —Me quité la
chaqueta del traje y la arrojé sobre una silla.
Ella entrecerró los ojos, pero sorprendentemente hizo lo que le pedí,
caminando rígidamente para pararse frente a la pared de vidrio. Detrás de
ella estaba la ciudad, las luces de colores y centelleantes. Tomé una foto
de ella de pie allí, su máscara corriéndose, y su vestido blanco pegado a su
cuerpo. Podía ver sus pezones y el rosa de sus muslos donde el material se
adhería a su piel. Los largos rizos de su cabello estaban pegados a su cuello.
Se veía más hermosa como nunca la hubiera visto en ese momento, y tuve
que mirar hacia otro lado para que no viera la emoción en mi cara.
—Yara Lisey —dije, bajando mi teléfono.
Cuando sonrió sus labios se fruncieron como si intentara reprimir la
risa.
—Suena bien —comentó—. Como la mujer de un músico. —Ella
movió las cejas y se puso las manos en las caderas—. Ayúdame a quitarme
esta cosa, ¿quieres?
Se volvió de espaldas a mí otra vez y bajé la cremallera del vestido,
lamiendo riachuelos de agua por su cuello y espalda. Se estremeció y no
estaba seguro si era por el frío o por mí. Cuando se dio la vuelta había un
fuego hambriento en sus ojos, así que le di un gran beso a medida que ella
desabrochaba los botones de mi camisa.
Más tarde nos acostamos en la cama, esperando el servicio de
habitaciones y tocándonos entre sí casi con timidez, como nunca antes lo
habíamos hecho.
—Ahora eres un marido —dijo—. ¿Es raro?
—No, ni siquiera un poco. Sabía que iba a serlo tan pronto como te
vi, Inglesa.
—No me has llamado Inglesa en semanas —dijo—. Lo echaba de
menos.
Pensé en eso, tratando de recordar por qué.
—Creo que hemos estado ocupado.
—¿Ocupados? —preguntó y frunció el ceño—. ¿Demasiado
ocupados para los apodos?
—Demasiado ocupados para el afecto. ¿No es eso jodido? Durante
las semanas antes de una boda desaparece toda la delicadeza en
una relación. —No habíamos peleado mucho, pero había habido días de
rígido silencio cuando ninguno de los dos elegimos hablar con el otro.
Ella rio.
—Bueno, ya terminó, gracias a Dios. Podemos volver a vivir.
—Yara Lisey —dije.
Y entonces sonó el timbre con nuestra comida y me puse de pie para
ponerme mi bata. Estaba feliz, tan feliz; la forma en que te sientes cuando
te das cuenta que de los mil millones de personas en el planeta has
encontrado la indicada para ti.
No se quedó el tiempo suficiente para cambiar su nombre.
34
EL CASO
En aquel entonces Yara se preocupaba más por Petra que por
mí. Pensé que su fijación se detendría después de que estuviéramos
casados. Pero creo que Petra es en última instancia la razón por la que se
fue. O tal vez solo necesito una razón para entender por qué se fue y esa es
la única que tengo.
—¿Piensas que es bonita? —preguntaba.
Lo hacía.
—Sí.
—¿Crees que ella siente algo por ti?
Lo hacía.
—Sí.
—¿Crees que ella te entiende mejor que yo?
No lo hacía.
—No. ¿Por qué me preguntas estas cosas, Inglesa?
—Porque sé que dices la verdad.
Ella tenía razón. Era difícil para mí, no decir la verdad y ella solía
usar eso en mi contra. A veces se sentía como si estuviera construyendo un
caso con mi verdad. Empecé a ser un tipo de omisión, para evadir la
búsqueda de Yara de la verdad. Me dije que estaba protegiendo nuestra
relación. Durante las primeras seis semanas después de que estuvimos
casados estaba feliz. Yara también parecía feliz. Empezó a hornear, cosa
que nunca antes le había visto hacer. Cuando le pregunté por eso, ella se
sonrojó y dijo que hornear era lo que se suponía que hacías cuando te
casabas.
—Creo que eso era lo que pasaba en la década de los cincuenta. —
Me reí.
Yara agitó una espátula hacia mí.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora en esta época?
Me detuve detrás de ella y besé su cuello.
—Follamos —dije—. Es la nueva forma de hornear.
Echó los brazos alrededor de mi cuello, todavía con la
espátula. Sentí masa del pastel cayendo sobre mi cuello a medida que me
besaba.
—Bien —dijo cuando se apartó—. No me gusta hornear, es tan
jodidamente aburrido.
Vi a Petra unas pocas semanas después de que Yara y yo nos
casáramos. Estaba en la casa de Ferdinand con un par de otras personas
viendo un partido de los Seahawks. Yara estaba trabajando el turno de
noche en el restaurante. Había olvidado el mensaje hasta que ella apareció,
y entonces me sentí culpable. Lo había eliminado de modo que mi esposa
no lo viera; o más bien para que no tuviera una razón para enojarse
conmigo.
Estaba sentado en el sofá de Ferdinand entre Brick y un tipo con el
que Ferdinand creció llamado Erick. Cuando Erick fue a la cocina para
buscar otra cerveza, Petra tomó su lugar junto a mí.
—Hola —dijo.
—Hola.
—Lamento el mensaje —dijo ella, agachando la cabeza—. Estaba
ebria.
—Escribir mensajes estando ebrio nunca es bueno —le dije. Estaba
intentando hacer las cosas ligeras, pero ella asintió con aire sombrío y
mirando hacia sus manos.
—Lo sé. Uno de mis amigos me quitó el teléfono antes de que
pudiera enviarte otro. —Se echó a reír entonces y sonreí con rigidez
deseando que el juego volviera a continuar y me diera una excusa para
poner fin a la conversación—. La verdad es que tenía que decir esto en
persona. —Se aclaró la garganta y miró a su alrededor con
nerviosismo. También lo hice. Los chicos estaban todos en la cocina con
su cerveza esperando los comerciales—. Yo… eh… bueno, estoy
enamorada de ti, David —dijo—. Sé que estás casado, y sé que esto debe
ser incómodo, pero tenía que decírtelo.
La miré fijamente. ¿Por qué esto se sentía como un montaje?
—¿Por qué tenías que decírmelo? —pregunté.
Petra pareció herida. Abrió y cerró la boca y luego miró por encima
del hombro para ver dónde estaba todo el mundo.
—Creí que debías saberlo —tartamudeó.
—Estoy enamorado de Yara. Estoy casado con Yara. ¿Por qué
necesitaría saber eso? —Parecía como si quisiera llorar. Suavicé mi tono—
. Petra, estoy con Yara.
Se puso de pie bruscamente y asintió.
—Ya veo —dijo—. Solo pensé…
—Pensaste mal —dije con firmeza.
Se fue antes de que pudiera decir nada más. Ferdinand se acercó tan
pronto como ella se fue.
—Hombre, ¿qué fue eso?
—Nada —dije—. Escucha, me tengo que ir. Creo que voy a pasar
por El Jane para ver a Yara.
Él asintió aún mirando hacia la puerta.
Necesitaba tocarla. Ver su cara. Ella había tenido razón sobre Petra,
a pesar de que nunca la hubiera acusado directamente, había actuado
sospechosa con ella desde que se conocieron. Intuición femenina,
mi madre siempre lo decía, nunca se equivocaba.
Cuando entré en El Jane no tuve la acogida que esperaba. Yara me
vio justo de inmediato, pero en lugar de saludarme, se dio la vuelta y
avanzó a la cocina. Agarré el único taburete de la barra disponible,
diciéndome que estaba ocupada y no lo había hecho con mala intención.
Esperé a que regresara, mi inquietud escalando por minutos. Cuando por
fin salió de vuelta, estaba llevando una bandeja de comida y no me
miraba. Esto no era propio de ella. Sin importar donde estábamos, siempre
captábamos nuestras miradas. Siempre la encontraba desde el escenario
cuando ella estaba en uno de nuestros espectáculos.
—Yara —dije cuando regresó alrededor de la barra. Ella agarró un
vaso y me miró mientras servía una cerveza.
—¿Viste el Instagram? —preguntó.
—No.
—Bueno, yo sí.
Abrí la aplicación y allí estaba, la primera imagen que apareció fue
una foto grupal que Brick había publicado hace treinta minutos, justo
después que me fui. No me había dado cuenta que alguien había tomado
una foto. Petra estaba sentada a mi lado en el sofá y ella debe haber dicho
algo justo en ese momento porque estábamos mirándonos entre sí. Me pasé
la mano por la cara y miré a Yara, que estaba apoyada sobre la barra
hablando con un cliente. Ella señaló algo en el menú y luego volvió la
cabeza para mirarme. Pude ver el dolor en sus ojos. Intenté ver la foto
como ella la veía: Petra en pantalones cortos muy cortos, inclinándose
hacia mí en lo que parecía una conversación íntima, con un hombro
descubierto cuando su camisa se deslizó hacia abajo. Mi boca estaba
ligeramente abierta, como si acabara de decirle algo. Parecía que
estábamos pasándola en grande en lugar de la incómoda situación que era
en realidad.
Me quedé hasta que el juego terminó y el bar cerró. Yara aún no se
había acercado y no la culpaba del todo.
La comprensión llega con el conocimiento. El conocimiento llega
con el tiempo. Me digo que con el tiempo, Petra va a hacer por mí lo que
Yara hizo. Llenará el vacío, me consumirá con sus peculiaridades, y el
amor prevalecerá sobre las dudas.
No lo hace. Pero esa es mi culpa, no la de Petra. No es cierto lo que
dicen, que solo puedes dar tu corazón una vez. Esa es la filosofía de los
jóvenes. El viejo sabe mejor, sabe que no es tu corazón lo que entregas,
sino la mente. Mierda… maldición… la mente es algo muy
poderoso. Controla el corazón, pero la mayoría de la gente no sabe eso.
Tengo que encontrarla.
PARTE TRES
EL CORREO ELECTRÓNICO
Querida Yara,
La banda estará en Londres el 12 de noviembre. ¿Quieres que
nos veamos?
David
Hola David,
Sí, suena muy bien. Avísame en dónde y cuándo sería.
Yara
Querida Yara,
Vivo en una pequeña casa en Manchester. Odiarías el color:
beige. Pero el frente de la puerta es de color azul brillante, un cobalto.
Se ve como una casa, un hogar como el que nunca te proporcioné. Hay
más que Frosted Flakes en la despensa, y hay cuadros en las paredes.
No soy muy buena con el arte, pero tengo cosas colgadas que creo
que te gustarían. Hay un árbol de jacaranda en el frente, y pienso en
ti cada vez que lo veo. Mantengo mis cortinas abiertas, incluso por la
noche cuando la gente puede ver hacia mi sala de estar, de modo que
siempre pueda estar a la vista. Ese árbol eres tú. Suena tan
estúpido, ¿verdad? No importa. Ese árbol eres tú, Yara. Mi hija
perdida. ¿Si recuerdas lo mucho que amabas los jacarandas? ¿Cómo
siempre querías correr a través de las flores cuando caían a la calle?
Todo ese púrpura.
Trabajo para una escuela primaria católica. Soy secretaria del
director. Veo todas esas pequeñas caras todos los días y pienso en tu
pequeña carita, en todo ese cabello rubio platinado. Me verías como si
no fuera una madre terrible, como si esperaras que velara por ti.
Nunca lo hice. Y me duele terriblemente. Qué puedo decir, Yara,
excepto que fui una mujer egoísta, depravada y no sabía cómo ser una
madre para ti. Tuve otro bebé. Tenías cerca de siete años de edad y no
sabía si entenderías lo que estaba ocurriendo. Era un niño. Una pareja
de Irlanda lo adoptó. Lo sostuve una vez antes de que se lo llevaran, y
recuerdo pensar en lo mucho que se parecía a ti. Solo que él tenía el
cabello negro, Yara. Tanto cabello. Me encontró hace un año, apareció
en mi puerta con un puñado de margaritas. Su nombre es Ewen y vive
en Londres. A menudo me pregunto si los dos se han cruzado en la
calle. Claro, eso si todavía vives en Londres. Contraté a alguien para
encontrarte, sin suerte. No sé dónde estás, pero puedo sentirte. Estaba
equivocada, mi amor. No espero que me perdones, pero rezo porque
lo hagas.
Rezo para que un día vengas a buscarme de modo que pueda
mirarte a los ojos y pedirte que me perdones.
Tu madre,
Grace
FIN
Tarryn Fisher
Soy una villana de la vida real, de verdad. Bebo cantidades enfermas
de café. La mayoría del tiempo, mi cabello huele a café. Nací en Sudáfrica,
y viví allí durante la mayor parte de mi infancia. Me mudé a Seattle solo
por la lluvia. Roma es mi lugar favorito en el mundo hasta el momento,
París viene en un cercano segundo lugar. Leo y escribo más de lo que
duermo.
Cuando tenía once años, escribí una novela entera sobre huérfanos
fugitivos, utilizando solo tinta púrpura. Soy adicta a Florence and the
Machine y viajaré a ver sus conciertos. Me encantan las películas de terror
y las jirafas. Me paso demasiado tiempo en Facebook. ¿Nos vemos ahí?
Me gustaría escribir una novela que a todas las personas les gustara,
pero ni siquiera JK Rowling podría hacer eso. En cambio, trato de escribir
historias que mueven las emociones de las personas. Creo que la tristeza
es la emoción más poderosa, y si se une con pesar, los dos se convierten en
una fuerza dominante. Me encantan los villanos. Tres de mis favoritas son
la madre Gothel, Gaston y la Reina Malvada ya que todos sufren de un
caso bastante malo de vanidad (como yo). Me gusta hacer este tipo de
personalidades el centro de mis historias.
Me encanta la lluvia, la Coca-Cola, Starbucks y el sarcasmo. Odio
los malos adjetivos y la palabra “caliente”. Si lees mi libro, te quiero. Si no
te gusta mi libro, aun así te quiero, pero por favor no seas malvado, porque
soy medio ruda, medio llorona.