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I - 7 Duncan y Miller - La Teoría Del Cambio Del Cliente PDF
I - 7 Duncan y Miller - La Teoría Del Cambio Del Cliente PDF
ERICKSON DE SANTIAGO
CENTRO P ARA EL D ESARROLLO DE LA TERAPIA E STRATÉGICA BREVE
Barry L. Duncan
Nova Southeastern University
School of Social and Systemic Studies
Ft. Lauderdale, FL
Scott D. Miller
The Institute for the Study of Therapeutic Change
Chicago, IL
Resumen
Este artículo es una revisión crítica de la literatura de integración y afirma que, como en la psicoterapia en
general, el cliente ha sido dejado fuera del proceso terapéutico. Se presenta una alternativa que privilegia la voz
del cliente como la fuente de la sabiduría y la solución. Se propone que la terapia efectuada dentro del
contexto de la propia teoría del cambio del cliente ofrece formas de integrar múltiples perspectivas de terapia.
Se argumenta que no sólo debe entregarse el protagonismo al cliente como la estrella del drama de la terapia,
sino que también darle al heroico cliente el control direccional de la acción.
Muchos terapeutas han hecho el triste descubrimiento que todo modelo dado que se
proponga disminuir el sufrimiento humano es limitado. No hay una talla universal. La respuesta del
campo han sido las escuelas rivales, una variedad de nombres y la alta costura en la boutique de
técnicas de la terapia. Así, los terapeutas no han sufrido una disminución de modelos entre los
cuales escoger; por el contrario, ahora hay más opciones que Bassin, Robbins y Howard Johnson
combinados.
1 The Client’s Theory of Change: Consulting the Client in the Integrative Process. (2001) (www.talkingcure.com)
(Traducción: Ps. Mario Pacheco)
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El lado visible, desde luego, es que bajo ciertas circunstancias un sabor dado puede dar
realmente en el blanco. El señuelo de aumentar la eficiencia de la terapia a través de la aplicación
selectiva de modelos distintos ha estimulado el interés en las estrategias integrativas. Los teóricos
eclécticos han buscado características relevantes más allá del diagnóstico para guiar la selección
del proceso (v.g., el revolucionario trabajo de Beutler y Clarkin, 1990). Se han hecho esfuerzos
recientes para añadir el énfasis en métodos que hagan juego con lo relacional (v.g., Blatt, 1992;
Lazarus, 1993; Norcross y Beutler, 1997), buscando las “relaciones de opción” (Norcross y Beutler,
1997, p. 44).
Mientras que el movimiento ecléctico no ha sufrido la mentalidad del “dogma que se
devora al dogma” (Saltzman y Norcross, 1990) de las facciones rivales de la terapia, está
comenzando a reordenarse el campo como un todo con su inmensa heterogeneidad. Norcross
(1997) lo resume del siguiente modo:
Tenemos el eclecticismo prescriptivo, una combinación pragmática de métodos; tenemos a
los integracionistas teóricos, enfrentando teorías activamente; tenemos a los factorialistas comunes,
buscando incansablemente los puntos en común subyacentes; y tenemos a los complementaristas
sistémicos, secuenciando astutamente los sistemas de terapia para maximizar los dominios de la
eficiencia… (p. 87)
A pesar de los avances significativos, Norcross (1997) sugiere que la integración de campos
invita a la confusión y a la irrelevancia, a menos que sean definidas las inmensas diferencias, y sea
establecido el “yo y no yo” (p. 87). En el espíritu de responder a este problema, este artículo coloca
un ojo crítico sobre la literatura de integración y afirma que, como en la psicoterapia en general, el
cliente ha sido dejado fuera del proceso terapéutico. Se presenta una alternativa que privilegia la
voz del cliente como la fuente de la sabiduría, la solución y modelo de selección.
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de una relación amistosa; o en el peor de los casos, apartadas de los problemas, en la búsqueda de
los elementos que verdaderamente necesitan ser erradicados o transformados (Duncan, Miller y
Sárks, 2000).
Un eclecticismo técnica basado en técnicas empíricamente validadas (TEV) sufre los mismos
problemas que las TEV que entregan los terapeutas no eclécticos. La eficacia sobre el placebo o los
tratamientos acostumbrados no es diferente de la eficacia de otros enfoques (Duncan y Miller,
2000). Donde hay diferencias sobre otros modelos, a menudo hay una elección trivial y explicable
por una única alternativa (Wampld, 1997). Además, la eficacia habla más del privilegio por el
enfoque que está siendo investigado (Hubble, Duncan y Miller, 1999), más que cómo podría
privilegiarse la investigación. Finalmente, la eficacia en las pruebas clínicas en grupos asignados al
azar no es igual a la efectividad en los ambientes clínicos; la validez interna no asegura la validez
externa (Goldfried y Wolfe, 1998). Y más importantemente, cualquier técnica, TEV o la mayoría de
las variedades de la práctica diaria, aumenta su poder de cambio al hacer uso de los recursos del
cliente, al aumentar la alianza y al tomar en cuenta la visión del cliente acerca de lo que es útil
(Duncan, Hubble y Miller, 1997).
El problema que plaga los esfuerzos integrativos es el mismo que tienen todos los que
reducen la psicoterapia al diagnóstico médico y a la prescripción de tratamientos empíricamente
validados –la figura clave, el cliente, ha sido dejado fuera. Es más, si es que no todos los esfuerzos
integrativos se enfocan exclusivamente en el marco de referencia del terapeuta, el terapeuta
sobrecarga el marco para la integración, la síntesis del terapeuta de la multiplicidad de modelos
que existen, y la perspicacia del terapeuta acerca de las terapéuticas diferenciales, la técnica
seleccionada o el estilo relacional.
El cliente figura en la educación como un objeto de evaluación e intervención. El terapeuta
conoce a priori qué método es mejor, o a través de la entrevista experta y los test, evalúa las
características del individuo para determinar el tratamiento o el estilo adecuado. El terapeuta es la
estrella, el Herr Doctor, y el cliente es un extra, el paciente. Lo importante de el cliente es disminuido
y sus puntos de vista son excluidos.
Interrogar al cliente acerca de sus expectativas es una notable excepción. Lazarus (1992) y
Norcross y Bleut er (1997) indagan acerca de las expectativas del cliente. Ambos, sin embargo,
agregan una prevención, que sería ingenuo asumir que los clientes necesariamente saben lo que
quieren o lo que es mejor para ellos. Con todo el debido respeto, es precisamente esta actitud la
que hace permeable el campo de la psicoterapia. ¿Y cuál es esa actitud? La actitud que los
clientes son monstruos patológicos o morones esforzados.
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ilustra una categoría diagnóstica nueva. Entonces, en lugar de lo prometido, usted reconoce un
extracto de una película clásica, Godzilla.
Mientras se levantan los cañones, los tanques se desplazan rápidamente, y los técnicos
miran con cara de preocupación unos instrumentos misteriosos, un muy joven Raymond Burr observa
la Bahía de Tokio sirviéndonos de testigo del horror. “Un monstruo prehistórico, que los japoneses
denominan Godzilla, ha emergido de la Bahía de Tokio. Godzilla es enorme, tan alto como un
edificio, y se está instalando la línea de defensa principal de Tokio, una barrera de 300.000 voltios,
una barrera contra Godzilla. “Godzilla alcanza a las líneas de poder y los técnicos encienden
ansiosamente el interruptor, usando todo lo que la ciudad tiene para detener el avance del
monstruo. Godzilla se revuelve y grita tan fuerte que el sonido se parece a un concierto de heavy
metal –pero es inútil. Lo único que ser logra es enrabiar a Godzilla –el cual lanza un poderoso rayo
de luz blanca, llenando Tokio de fuego.
La nueva categoría diagnóstica, Desorden de Personalidad Godzilla, posee las siguientes
características:
§ tan grande como un horroroso monstruo viviente (o al menos es así como se lo siente)
§ emite sonoros chillidos (especialmente entre las sesiones)
§ destruye todo lo que encuentra en su camino, y se irrita realmente cuando le disparan o lo
electrocutan (ningún enfoque es seguro, ninguna intervención tiene una eficacia
demostrada)
§ emite un rayo blanco desde su hocico (insatisfecho con el servicio, emite palabras
pendencieras)
Recuerde el incontable número de descripciones clínicas que usted ha escuchado y leído
que retratan a los clientes, adversarios peligrosos atrapan a los terapeutas entre sus garras. Una
visión del cliente igualmente devaluadota, aunque más sutil, es la que considera a los clientes como
tontos infortunados, morones poco juiciosos que tropiezan con una situación y otra. Otra historia de
dinosaurios ilustra esto:
En el verano de 1964, John Ostrom y Grant Meyer, paleontólogos de Yale, estaban
caminando por el declive de un erosionado montículo en Montana Central. Encontraron los restos
fósiles de una criatura que Ostrom posteriormente denominó Deinonychus (Garra Terrible). Este
descubrimiento lanzó por los suelos las bases del pensamiento paleontológico y alimentó las llamas
de una revolución mayor en la forma en que eran vistos los dinosaurios.
Mientras que antes los dinosaurios eran vistos como pesados, de sangre fría, monstruos que
arrastraban las patas, el Deinonychus, por su esqueleto, indicaba la existencia innegable de un
animal ágil, agresivo, con un gran cerebro, y quizá incluso un cazador de sangre caliente, en lugar
de ser un animal lento y estúpido [como se pensaba que eran los dinosaurios]. Como resultado de la
oportunidad de haber encontrado al Deinonychus, la anterior ortodoxia que tenía su lugar sólido en
la paleontología fue condenada a la extinción como los animales que se presumía que explicaba
(Wilford, 1986).
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El cliente heroico
Las investigaciones han dejado claro que es el cliente el único y más potente contribuyente
a los resultados en psicoterapia –los recursos que el cliente trae a la sala de terapia y lo que
influencia sus vidas fuera de ella (Assay y Lambert, 1999; Miller et al., 1997). Esos factores podrían
incluir la persistencia, la apertura, la fe, el optimismo, una abuela apoyadora, o la membresía en
una comunidad religiosa: todos ellos son factores operativos en la vida del cliente antes que éste
entre a terapia. También se incluyen las interacciones fortuitas entre sus fortalezas internas y los
acontecimientos, tales como un nuevo trabajo o una crisis negociada en forma exitosa. Lambert
(1992) adscribe un 40% de mejoría durante la terapia a esos factores. Resaltando las contribuciones
del cliente al cambio, Tallman y Bohart (1999) arguyen que el infame “veredicto del pájaro dodo”
(Luborsky, Singer y Luborsky, 1975) puede ser explicado por las habilidades de regeneración del
cliente. Afirman que las terapias trabajan igualmente bien, debido a que la propensión del cliente
hacia el cambio trasciende cualquier diferencia entre los modelos.
Así como los clientes tradicionalmente se les ha asignado mal el papel como villanos o los
idiotas del pueblo, las perspectivas del cliente respecto a la terapia con frecuencia se dan por
terminadas en la sala de terapia. Esto es curioso, dado que las percepciones del cliente acerca de
la cualidad de la relación da cuenta del 30% de los resultados exitosos (Asay y Lambert, 1999). La
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visión del cliente de la relación es la “carta de triunfo” en el resultado de la terapia, que sigue en
segundo lugar a las fortalezas del cliente. Por ejemplo, Blatt, Zuroff, Quinlan y Pilkonis (1996)
analizaron las percepciones de los clientes de la relación en el proyecto de investigación del
tratamiento colaborativo de la depresión (TDCRP). Como en centenares de otros estudios, la mejoría
estuvo mínimamente relacionada con el tipo de tratamiento recibido, pero sustancialmente
determinada por la cualidad de la relación (evaluada por el cliente). Además, la alianza ha sido
repetidamente mostrada como uno de los mejores predictores del resultado (Batchelor y Horvarth,
1999). Por ejemplo, Krupnick et al. (1996) analizaron datos del TDCRP y encontraron que la alianza
era predictora del éxito para todas las condiciones.
De hecho, las percepciones del cliente gobiernan cuando se observan en los resultados. El
cliente, como los críticos de cine del New York Times, debiera ser tomado en cuenta en forma seria si
existe algún deseo por el éxito en la sala de terapia. Las investigaciones que detallan la contribución
del cliente al cambio llevan a la conclusión inevitable que el campo debe trascender a la hoguera
de vanidades que se encuentra en los modelos pasajeros, las técnicas sexy, los gurues carismáticos
y los vendedores de serpientes.
Debido a que todos los enfoques son equivalentes respecto a los resultados, y las técnicas
empalidecen en comparación con los factores del cliente y la relación, proponemos que el mapa
del cliente acerca del territorio terapéutico se revela como la “teoría” para la terapia (Duncan et
al., 1997). La noción que las percepciones del cliente de la formación y solución de los problemas –
la teoría del cambio del cliente– tiene importantes implicaciones para la terapia, como una rica
herencia teórica ignorada en parte.
Como tempranamente afirmó Hoch en 1955:
Hay algunos pacientes a los cuales les gustaría someterse a un procedimiento
psicoterapéutico cuyos fundamentos teóricos concuerden con sus propias ideas acerca del
funcionamiento psíquico. (p. 322)
Cerca de esa misma época, Kelly (1955) enunció que cada individuo tiene una “teoría de
los constructor personales”, una teoría científica “que vale la pena que sea tomada en cuenta” en
el proceso de la terapia (p. 228). Kelly veía el tratamiento como la formulación de hipótesis respecto
a esta teoría, la planificación de pruebas de campo, y evaluación de resultados, permitiendo que el
cliente probara activamente su teoría.
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Posteriormente, Torrey (1972) afirmó que compartir creencias similares con los clientes
respecto a las causas y el tratamiento de los desórdenes mentales, era un prerrequisito para el éxito.
Wile (1977) también creía que los clientes ingresaban a terapia con sus propias teorías acerca de su
problemas, cómo se habían desarrollado éstos, y cómo serían resueltos. Wile (1977) afirmó que
“muchas de las clásicas disputas que surgen entre los clientes y los terapeutas pueden ser atribuidas
a las diferencias en sus teorías de [la etiología y] la cura” (p. 437). En forma similar, Brickman et al.
(1982) hipotetizaron que “muchos de los problemas… surgen del hecho que las dos partes están
aplicando modelos que están desfasados el uno del otro (p. 375).
Erickson (1980) estaba contra la imposición de las teorías del terapeuta sobre los clientes. El
abogaba, por el contrario, en lo que denominó utilización: “Explorar la individualidad del paciente
para estar seguro de cuáles aprendizajes vitales, experiencias y habilidades mentales están
disponibles para tratar con el problema… [y] después utilizar esas respuestas internas exclusivamente
personales para lograr metas terapéuticas (Erickson y Rossi, 1979, p. 1). Construyendo sobre la
tradición de la utilización de Erickson, el Mental Research Institute (MRI) (Watzlawick, Weakland y
Fisch, 1974) desarrolló el concepto de posición, o las creencias del cliente que influían
específicamente en el problema presente y la participación del cliente en la terapia (Fisch,
Weakland y Segal, 1982). El MRI recomendaba una evaluación rápida de la posición del cliente de
modo que el terapeuta pudiera hacer a medida todas las intervenciones. En forma similar, Frank y
Frank (1991) sugieren que “…idealmente los terapeutas debieran seleccionar para cada paciente la
terapia que concuerde, o que pudiera concordar, con las características personales del paciente y
su visión del problema.” (p. xv)
Held (1991) define la teoría informal del cliente como las ideas específicas que sostiene el
cliente acerca de las causas de sus dolencias. Held sugiere que las estrategi as debieran ser
seleccionadas de un modelo congruente con esa teoría informal. Solovey y Rusk (1992) demostraron
ese proceso de selección en su enfoque “dirigido por el client e.”
Duncan y Moynihan (1994) afirman que al utilizar le teoría del cambio del cliente se facilita
una relación favorable, se aumenta la participación del cliente y, por consiguiente, se facilitan los
resultados positivos. Duncan et al. (1997) ven a la teoría del cambio del cliente como la clave del
éxito, independientemente del modelo usado por el terapeuta, y especialmente en esos casos con
múltiples tratamientos fracasados. En forma similar, Frank (1995) concluye, “Estoy inclinado a
proponer que la noción que la relativa eficacia de la mayoría de los métodos psicoterapéuticos
depende casi exclusivamente de cuan exitoso es el terapeuta en hacer que los métodos encajen
con las expectativas de los pacientes.” (p. 91)
Muchos teóricos, provenientes de una var iedad de inclinaciones teóricas, tienden a estar
de acuerdo en que las percepciones acerca de la etiología y resolución del problema son las que
probablemente impactan al proceso y al resultado de la terapia. ¿Tienen un soporte empírico esos
impactos hipotetizados?
Investigación de la atribución
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Los psicólogos han investigado crecientemente el rol que juegan en la terapia las
atribuciones causales. Martin (1988) propuso la siguiente interrogante para identificar la relación
entre las teorías del terapeuta y el cliente; “¿El grado de similitud entre las teorías del cliente y el
consejero predicen el éxito en la consejería?” (p. 263). Un número creciente de estudios responden
a esta interrogante.
Por ejemplo, Claiborn, Ward y Strong (1981), colocaron a los clientes en condiciones que
fueran discrepantes y congruentes con las creencias del terapeuta acerca de la causalidad del
problema. Los clientes en la condición congruente mostraron mayores expectativas para el cambio,
lograron un mayor cambio y marcaron niveles más altos de satisfacción que los que estuvieron en
condiciones discrepantes. Tracey (1988) investigó la congruencia atribucional respecto a la
responsabilidad por la causa del problema, y encontró que el acuerdo entre el terapeuta y el
cliente estaba relacionado en forma significativa con la satisfacción del cliente y el cambio de éste,
y la condición inversa se relacionó con el término prematuro [de la terapia].
Dos estudios (Atkinson, Worthington, Dana y Good, 1991; Worthington y Atkinson, 1996)
encontraron que las percepciones del cliente respecto a la similitud con sus terapeutas respecto a
las creencias acerca de la causalidad estaban relacionadas con una mayor credibilidad del
terapeuta, cuán bien se habían sentido comprendidos por el terapeuta, y su satisfacción con la
terapia. Worthington y Atkinson (1996) concluyen que los terapeutas cuyos clientes perciben que
poseen atribuciones similares de la etiología, son juzgados como más creíbles y cercanos.
Similarmente, Hayes y Wall (1998) encontraron que el éxito de tratamiento depende de la
congruencia entre las atribuciones del cliente y el terapeuta respecto a la responsabilidad del
cliente acerca de sus problemas. Sugieren que cuando se toman en cuenta las atribuciones del
cliente y las intervenciones son estructuradas de acuerdo a aquellas, se favorece la efectividad.
Esos estudios apoyan el argumento que las atribuciones similares entre el terapeuta y el
cliente son beneficiosas para el cambio.
Expectativa y aceptabilidad
Las expectativas de los clientes respecto a la credibilidad del procedimiento terapéutico
también son importantes en la predicción del beneficio que se obtendrá en la terapia (Frank y
Fkrank, 1991; Lambert, 1992). Por ejemplo, Safran, Heimberg y Juster (1997) examinaron las
expectativas de los clientes con fobia social respecto a sus prospectos de mejoría en un tratamiento
cognitivo conductual grupal. Encontraron que las puntuaciones de las expectativas iniciales dieron
cuenta de una modesta, pero significativa, porción de la varianza en la severidad de la fobia social
después del tratamiento. Safran et al., (1997) sugieren que la detección temprana de las
expectativas acerca de los resultados del tratamiento debiera ser una prioridad, incluso cuando el
tratamiento ha establecido su eficacia en otros casos.
Hester, Miller, Delaney y Meyers (1980) compararon la efectividad del tratamiento
tradicional del alcoholismo con un enfoque basado en la teoría del aprendizaje. Los clientes que
creían que los problemas con el alcohol est aban causados por una enfermedad, era mucho más
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probable que se convirtieran en sobrios en seis meses si habían recibido el tratamiento alcohólico
tradicional. En contraste, los clientes que creían que los problemas con el alcohol eran un mal
hábito, era más probable que tuvieran éxito si habían participado en la terapia basada en la teoría
del aprendizaje. Probó ser crucial el enfoque terapéutico que hacía juego con las creencias y
expectativas de los clientes.
Hace tiempo Crane, Griffin y Hill (1986) encontraron que el tratamiento que parecía
“encajar” con la forma en que los clientes veían sus problemas daba cuenta del 35% de la varianza
de los resultados. Concluyeron que la habilidad del terapeuta para presentar la terapia como
consistente y congruente con las expectaciones del cliente era crítica.
Un constructo relacionado con la expectativa, que surge de la literatura conductista, es la
aceptabilidad. Kazdin (1980) afirmó que aunque el tratamiento puede haber demostrado su
eficacia, aun así el tratamiento puede haber sido visto por el cliente como inapropiado, injusto, no
razonable o muy invasor. La aceptabilidad del cliente de un procedimiento es un determinante
principal en su uso y, por último, en su éxito (Elliot, Witt, Galvin, y Peterson, 1984; Reimers, Wacker,
Cooper, y De Raad, 1992; Witt y Elliot, 1985). Por ejemplo, dos estudios (Conoley, Close, Conoley,
Ivey, y Scheel, 1991; Scheel, Conoley, e Ivey, 1998) compararon intervenciones racionales que
hacían y no hacían juego con maestros y parejas, respectivamente. Ambos estudios encontraron
una mayor aceptación y confianza con el tratamiento con las intervenciones eran congruentes con
las percepciones de los clientes acerca de si mismos, el problema blanco y su teoría del cambio.
La investigación de la expectativa y la aceptabilidad llega a una conclusión similar a la de
la literatura acerca de la atribución. La credibilidad de un procedimiento dado, y por consiguiente
los efectos de la expectativa positiv a, es aumentada cuando es complementario a las creencias
preexistentes de los clientes respecto a su(s) problema(s) y el proceso de cambio.
La alianza
Gaston (1990) divide a la alianza en cuatro componentes: (1) la relación afectiva del cliente
con el terapeuta, (2) la capacidad del cliente para trabajar en la terapia, (3) la comprensión
empática y el compromiso del terapeuta, y (4) y el acuerdo cliente-terapeuta en las metas y tareas
de la terapia. Mientras los componentes uno y tres capturan la relación, Gaston sugiere que los ítems
dos y cuatro se refieren a la congruencia entre las creencias del cliente y el terapeuta acerca de
cómo cambian las personas en terapia.
Acomodarse a la teoría del cliente, por consiguiente, construye una fuerte alianza. Los
terapeutas atienden a lo que el cliente considera importante, toman en cuenta lo que los clientes
indican que es relevante, e individualizan las intervenciones para llevarse a cabo dentro y fuera de
la sesión para lograr las metas especificadas por el cliente. El terapeuta y el cliente trabajan para
construir intervenciones que encajen con la experiencia del cliente y su interpretación del problema.
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Comprobar las preguntas o preguntar verificando que la terapia está en la vía correcta y
considera los asuntos claves que son lanzados con libertad en el recipiente conversacional, asegura
que los clientes encuentren el diálogo delicioso y se estimulen sus apetitos para el cambio. La
medición del proceso y los resultados contribuye a la conversación. Toda la asignación de puntaje e
interpretación de los instrumentos es hecha con los clientes, dándoles una nueva forma de mirar y
comentar su propio progreso en la terapia. Por lo tanto, la evaluación no antecede ni dicta la
intervención, sino que es un componente central de la relación terapéutica y el cambio en si
mismos.
La terapia, entonces, entrelaza en forma singular las percepciones del cliente con las ideas
que surgen en la terapia, formando una teoría del cambio que explica y predice las circunstancias
específicas del cliente. Desde esta perspectiva, la última variable que hace juego con el cliente es
esta teoría del cambio que se desarrolla [en la conversación]. Los clientes están, en esencia, a
“cargo” del contenido de sus vidas, mientras los terapeutas están a “cargo” de desplegar ese
contenido y canalizarlo hacia el cambio. La decisión que hace juego está basada enteramente en
la riqueza del contenido de la descripción de las posibilidades de cambio que se despliegan en la
conversación terapeuta-cliente-
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• ¿Qué ideas tiene respecto a lo que se necesita para que ocurra una mejoría?
• Muchas veces las personas tienen una buena corazonada no solamente respecto a qué
está causando el problema, sino también cómo se resolverá éste. ¿Tiene alguna teoría
acerca de cómo sucederá el cambio aquí?
• ¿En qué formas me ve a mí y a este proceso de ayuda para alcanzar sus metas?
También es útil simplemente escuchar o preguntar acerca de los métodos usuales o
experiencias de cambio del cliente. La credibilidad de un procedimiento es aumentado cuando
está basado en, o aparejado, o extrae experiencias exitosas previas del cliente.
• ¿Cómo ocurren usualmente los cambios en la vida del cliente?
• ¿Qué hace el cliente o los otros para iniciar el cambio?
Finalmente, la discusión de las soluciones anteriores también suministra una excelente forma
de averiguar el modus operandi preferido del cliente. La exploración de las soluciones intentadas
permite que el terapeuta escuche la evaluación franca del cliente de los intentos previos y el
encaje de éstos con lo que el cliente cree que es útil.
• ¿Qué ha intentado para ayudarse con el problema/situación? ¿Ayudó? ¿Cómo lo ayudó?
¿Por qué no lo ayudó?
Dada la frecuente promoción excesiva del método del mes, hay una tentación por llevar la
teoría del cambio del cliente a una prescripción invariable. ¡Preguntarles que les gustaría hacer (o
prescribir un ritual, o un movimiento de los dedos, o etc.) y observar cómo los milagros se desenrollan
en la puerta de la oficina! Todos los casos no florecerán a partir de la primera pregunta respecto a
la teoría del cliente. La teoría del cambio del cliente es una “realidad emergente” que se despliega
en una conversación estructurada por la curiosidad del terapeuta acerca de las ideas, act itudes y
especulaciones del cliente respecto al cambio.
Además, centrarse en la perspectiva de los clientes no prohíbe que el terapeuta ofrezca
ideas o sugerencias, o contribuya a la construcción de la teoría del cambio del cliente. La
exploración y el descubrimiento de la teoría del cliente es un proceso co-evolutivo; un
entrecruzamiento de ideas que genera una conexión sin parches de significados construidos
socialmente. El grado de intensidad de la actividad del terapeuta varía y es impulsada por las
expectativas del rol del terapeuta que tiene el cliente.
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experiencias e interpretaciones que los clientes ofrecen acerca de sus problemas, así también como
sus pensamientos, sentimientos e ideas respecto a cómo pueden esos problemas ser mejor
enfrentados. A medida que el cliente desarrolla su teoría, implementamos las soluciones
identificadas por los clientes o buscamos un enfoque que encaje con la teoría del cliente y
suministre posibilidades para el cambio.
Lo importante no es lo correcto de los contenidos seleccionados, sino la relación entre el
contenido y la teoría del cambio del cliente que provee el cambio potencial. El terapeuta puede
responder al cliente a partir de diversas fuentes de contenido: 1) problemas específicos; 2) enfoques
específicos; y más probablemente 3) sólo en base a las descripciones y experiencias del cliente. Los
casos no intentan captar las sutilezas y complejidades del evento interpersonal denominado
terapia, sino que sólo ilustrar las tres áreas de contenido. Consecuentemente, los casos no muestran
adecuadamente las contribuciones del cliente o resaltan la importancia de la alianza.
Los problemas específicos son construidos a partir de pautas de respuestas genéricas y
áreas particulares de contenido. Las pautas de respuesta genéricas (v.g., el proceso de duelo,
trauma ante una violación, estrés postraumático, etc.) describen fases típicas de respuesta a
transiciones del desarrollo o crisis incidentales. Por otro lado, los contenidos derivados de un área
particular de interés (v.g., ansiedad, Sida, etc.) pueden suministrar y organizar un marco para la
introducción de ideas en la conversación.
Pat, una dueña de casa de 38 años, fue remitida por el director de si hija porque Pat había
erizado a la escuela con su apasionada preocupación respecto a la depresión transmitida
genéticamente de su hija de nueve años. La escuela no estuvo de acuerdo con la evaluación de
Pat y vio que ella tenía un problema. Ella citó como evidencia de su conclusión su propia historia de
depresión, así como también la historia de depresión de su madre. Pat, una madre amante, temía
que su hija fuera dominada por los ataques de depresión que habían aterrorizado a las dos
generaciones anteriores. Las creencias de la cliente acerca del riesgo biológico, genético, de su hija
y si deseo de ayudarla sirvieron como un marco para la conversación, la teoría que dirigió el
proceso.
El terapeuta utilizó el contenido derivado de la perspectiva biológica/genética de la
depresión, y la unió a un paradigma del estrés (Davidson y Neale, 1986). El terapeuta sugirió que,
dada la predisposición familiar para la depresión, los factores ambientales eran críticos en la
expresión de la predisposición. Con este marco, el terapeuta y la cliente resolvieron las formas en
que Pat podía ayudar a su hija a aprender a hacer frente a su depresión. Ella implementó una
versión creativa de la discusión con el terapeuta y reportó que su hija parecía más feliz. Pat también
agregó que quizá su hija solamente tenía una predisposición moderada para la depresión.
Con algunas quejas, ha sido establecida la eficacia de enfoques particulares. El estudio de
de la literatura y la selección de intervenciones asociadas con resultados exitosos también provee
opciones para discutir con los clientes. Similarmente, la presentación de un cliente debiera ser
congruente con una orientación teórica particular, o si el cliente requiere un enfoque específico, el
terapeuta puede usar ese enfoque para suministrar estímulos y dirección. Como hemos dado énfasis
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Conclusiones
Este artículo afirma que el mapa del cliente suministra la mejor guía para el territorio
terapéutico. El terapeuta es un co-aventurero, explorando el paisaje y encontrando múltiples puntos
ventajosos mientras se cruza el terreno de la teoría del cambio del cliente. Cuando nos detenemos
a la vera del camino, nos unimos a los clientes para mirar y explorar tutas alternativas en sus propios
mapas. En el proceso, los clientes descubren atajos que nunca soñaron que existían.
No seguimos este mapa solamente para obtener rapport, aunque por cierto busca la
participación del cliente, o para obtener cooperación con el tratamiento, aunque probablemente
consiga una impresión favorable. Honramos la teoría del cambio del cliente y, en este proceso, se
desarrolla un modus operandi y emergen posibilidades para resolver las dificultades del cliente.
Históricamente, el discurso de la salud mental ha relegado a los clientes a jugar un papel
anónimo en el cambio terapéutico. Independientemente de las etiquetas intercambiables,
identificadas solamente a través del diagnóstico o el tipo de problema, los clientes emergen como
los verdaderos héroes y heroínas de la escena terapéutica. Este artículo propone que la teoría del
cambio del cliente ofrece formas para la integración de perspectivas de terapia múltiples. Honrar la
teoría del cambio del cliente es una iniciativa preactiva que requiere la conducción de la terapia
dentro de las ideas y circunstancias del cliente. Ya que el modelo y la técnica sólo representa el 15%
de la varianza del resultado, quizá sean mejor vistas como áreas de contenido, posibilidades
metafóricas que pueden probar que son útiles o no.
Es tiempo de reasignar los roles en el drama de la terapia. Todas las historias –escritas,
editadas y dirigidas por los terapeutas– repiten la historia épica del heroico terapeuta montado en
un semental blanco de pureza teórica y eficiencia técnica, rescatando al unidimensional, torpe,
pero trágicamente patológico cliente, son esperanzadoramente esperadas que salgan de la
imprenta. La voz del cliente, formalment e utilizada en todos los aspectos de la terapia, establece un
drama completamente diferente del cambio –un drama en el cual el personaje principal se le
otorga todo el control editorial y de dirección de la acción que se desarrolla.
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