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LA LUCHA POR EL C O N T R O L DEL ESTADO: ADMINISTRACIÓN


Y ÉLITES COLONIALES EN HISPANOAMÉRICA

Jorge Gelman

Desde mediados del siglo XVIII, y sobre todo durante el reinado de Carlos III
(1759-1788) y la presencia en el Consejo de Indias de José de Gálvez (1776-
1787), la Corona española lleva adelante grandes reformas político-administra-
tivas en sus colonias americanas, con impulso, masividad y coherencia, no vistos
desde la época de las reformas toledanas a finales del siglo xvi.
Estas reformas, que ya habían comenzado dentro de la propia Península Ibé-
rica con la llegada de los Borbones al trono de España a inicios del siglo, sólo se
empiezan a aplicar tímidamente en América durante el reinado de Fernando VI
(1746-1759), una vez que el final del asiento inglés de esclavos en 1748 y el tra-
tado de limites con Portugal en 1750, despejan el horizonte de conflictos euro-
peos inmediatos.
Pero sólo a la muerte de este último monarca y con la ascensión al trono de
Carlos III, las reformas adquieren el ritmo y la coherencia que permiten hablar
de un verdadero plan de conjunto para transformar las estructuras de poder im-
perantes en América durante casi dos siglos.
Este intento de transformación política era, en realidad, parte y condición
previa de reformas más amplias, que buscaban consolidar los límites y la seguri-
dad del Imperio, promover el crecimiento económico español y asegurar a la Co-
rona un volumen creciente de ingresos fiscales, para permitirle recuperar su ran-
go en el mundo.
No nos ocuparemos aquí de estas reformas económicas, militares, religiosas
y fiscales, pero resultaba claro para la Corona y para todos los impulsores inte-
lectuales de aquéllas que a fin de reorganizar la economía, cobrar mejor y más
impuestos, defender el territorio, terminar con el contrabando y disciplinar a la
población de las colonias, era menester primero realizar, una profunda reforma
político-administrativa en América, fortalecer el aparato estatal, instalar en el
mismo a funcionarios honrados y fieles, terminar con la corrupción generalizada
y con la influencia de las élites locales en la administración.
Nuestro objetivo será entonces analizar las transformaciones de las estructu-
ras del poder en Hispanoamérica a lo largo del siglo XVIII y, en particular, la in-
cidencia de las reformas políticas realizadas por los Borbones en la segunda tai-
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tad del siglo. Nos centraremos para ello en el ámbito de la administración del mayores. Estos funcionarios, impuestos por la Corona a finales del siglo xvi
Estado, en la constitución de las élites americanas y en su relación cambiante para limitar el poder de los encomenderos, organizar la explotación de la pobla-
con las estructuras del poder a lo largo del siglo. Esta doble aproximación al ción indígena en beneficio del conjunto de los colonos españoles y de la Corona
problema, Estado-élites locales, parte de la concepción dé que la estructura del —aunque también se suponía que para defenderlos frente a las excesivas preten-
poder y las definiciones políticas en América no eran sólo el resultado de la vo- ciones de los primeros— se convierten, por su papel de bisagra en una pieza cla-
luntad de la Corona y sus ministros metropolitanos, sino de la combinación de ve del sistema colonial. Muy pronto las élites procurarán influir sobre estos fun-.
la misma con los factores de poder de las colonias, los propios funcionarios y so- cionarios para acceder más fácilmente a la mano de obra indígena y sobre todo,
bre todo, las poderosas élites locales. desde la segunda mitad del XVII, para convertir a esa población en un mercado
cautivo, donde colocar mercancías, en cantidades y condiciones que el corregi-
dor podía imponer por su posición de fuerza. Esta aspiración de las élites se va a
LAS ESTRUCTURAS DEL PODER ANTES DE LA OFENSIVA BORBÓNICA ver favorecida porque desde 1678 se empiezan a vender oficialmente estos car-
gos, con lo cual los sectores más adinerados de las colonias tendrán la posibili-
Conocemos hoy bastante bien cómo funcionaban las estructuras del poder en dad de adquirirlos directamente (Tord, 1974; Moreno Cebrián, 1977; Larson y
América antes de las reformas borbónicas. Aunque la mayoría de los estudios rea- Wasserstrom, 1982; Hamnett, 1977).
lizados al respecto versan sobre el siglo XVII, para dar luego un salto a la segunda También conocemos bastante bien el caso de los oficiales de real hacienda,
mitad del XVIII, los pocos trabajos que han incluido la primera mitad de este últi- en el período preborbónico y así podríamos seguir enumerando (Andrien, 1985).
mo siglo nos lo muestran como un período donde se mantienen y aun se acentúan Esta amplia influencia directa e indirecta de las élites sobre el poder se va a
ciertos rasgos del anterior1. manifestar de manera evidente en el desarrollo a gran escala de actividades, no
El historiador británico D. Brading resume lo que sabemos sobre el poder siempre legales, amparadas por el Estado y que favorecían a estos sectores.
antes de las reformas con una frase contundente: «... en cada provincia del Im- Ya hemos mencionado el caso de los «repartos de mercancías» que impo-
perio, la administración había llegado a estar en manos de un pequeño aparato nían los corregidores a los indígenas, repartos que adquieren tal magnitud en la
de poder colonial, compuesto por la élite criolla —letrados, grandes propieta- primera mitad del siglo XVIII, que la Corona se verá forzada a legalizarlos en
rios y eclesiásticos—, unos pocos funcionarios de la Península con muchos 1754, para tratar de limitarlos y a la vez obtener algún provecho de ellos.
años de servicio y1os grandes mercaderes dedicados a la importación. Prevale- Otro fenómeno que se desarrolla a gran escala es el contrabando, que parece
cía la venta de cargos en todos los niveles de la administración» (Brading, ser de lejos la principal forma de comercio exterior americano en el siglo XVII y
1990). la primera mitad del siguiente (Morineau, 1985).
Los estudios sobre distintos ámbitos de la administración le dan plenamente De estas y otras razones se derivaba que la Corona perdiera progresivamente
la razón. Si tomamos el caso de las Audiencias, la mayor instancia judicial en el control directo de la situación colonial y que se redujera también la recauda-
América, sabremos que entre 1687, en que se empiezan a vender los cargos, y ción fiscal, recaudación que por otra parte se delegaba cada vez más en particu-
1750, se nombran 138 criollos y 157 peninsulares. La mayoría de los primeros lares, a quienes se arrendaba el derecho a percibir los impuestos a cambio del
había comprado el cargo y se destacaban los miembros de la élite limeña, que ha- pago de sumas fijas.
bían instalado oidores no sólo en la Audiencia de Lima, sino en muchas otras. A Toda esta situación ha llevado a algunos autores a plantear que el grado de
su vez, una gran parte de los peninsulares que figuraban en esta institución estaba control de las élites locales sobre el aparato del Estado, la generalización de la
fuertemente ligada a las élites locales (por matrimonio, compadrazgo, transaccio- corrupción y el no respeto a la legislación real, permiten hablar de la existencia
nes económicas, etc.), con lo cual la influencia de estos sectores era ampliamente en los hechos de una primera independencia americana en el siglo XVII y la pri-
mayoritaria (Burkholder y Chandler, 1977; Phelan, 1972; Campbell, 1972) mera mitad del XVIII (Lynch, 1964-1969; Muro Romero, 1987)2.
Algo parecido sucede en el resto del aparato estatal. Dejando a un lado los Esta idea parte de una vieja concepción de la historiografía americanista que
cabildos, la instancia más baja del poder en las ciudades, que de partida —y así consideraba al Estado implantado por la Corona en América como una entidad
fueron pensados—_eran una virtual representación de las élites urbanas, encon- fuertemente centralizada, que excluía la participación de los factores de poder
tramos una situación similar en el caso de los corregidores de indios o alcaldes local (Haring, 1949). De esta manera, la presencia de estos últimos y el desarro-
llo de la corrupción serían una aberración del sistema, cuya magnitud en este pe-
ríodo lo pondría francamente en crisis.
1. En este sentido, el trabajo más sistemático es el de los historiadores norteamericanos M.
Burkholder y D. Chandler, sobre la composición de las audiencias americanas entre 1687 y 1808,
donde los autores no dudan en incluir la primera mitad de! siglo XVIII en lo que llaman la «Edad de la
Impotencia» (de la Corona frente a sus colonias), siendo la segunda mitad del siglo la época de la res- 2. Lynch ha modificado posteriormente (1991) su percepción de este período, hablando de la
tauración de la «Autoridad». (Burkholder y Chandler, 1977). existencia de un gobierno de «consenso», que no cuestionaba el vínculo colonial.
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Sin embargo, es posible considerar la evolución en las estructuras del poder De la misma manera, aparece como algo natural la participación de las élites
en América de otra manera. locales en las estructuras del poder colonial. Aunque esto también tiene que ver
Algunos trabajos plantearon ya, hace más de dos décadas, una interpreta- con las características de estas élites.
ción diferente de la tradicional sobre el sistema de gobierno en Hispanoamérica No es nuestro propósito, ni sería posible en estas páginas, resumir y discutir
y el fenómeno de la corrupción, aunque luego los trabajos de investigación em- todas las investigaciones que se han hecho últimamente sobre las élites colonia-
pírica hicieran poco caso de estos planteamientos 3 . les americanas. Sólo queremos retener algunos elementos generales que tienen
En estos estudios se concibe el Estado colonial, por lo menos durante el lar- que ver con el tema de las estructuras del poder y su evolución en el siglo XVIII
go reinado de los Austrias y en el primer período borbónico, no como una insti- (Bronner, 1986; Mórner, 1983).
tución fuertemente centralizada y excluyente de los factores de poder local, Estas élites, definidas como los sectores que concentran en mayor grado el
sino, por el contrario, como un sistema de una gran flexibilidad, que buscaba poder, la riqueza y los honores en las ciudades hispanoamericanas, no tienen por
constantemente un delicado punto de equilibrio entre los intereses —a veces lo mismo un solo rasgo que las caracterice, sino que reúnen un vasto conglome-
confluyentes, a veces contradictorios— de las autoridades metropolitanas y los rado de actividades y atributos. La riqueza (y por ende el comercio, una de las
factores de poder local, sobre todo las élites, pero también los demás sectores, pocas actividades que daba acceso a la misma en la colonia) era una condición
inclusive los burócratas coloniales, con sus propios intereses. Esto último era sine qua non, para acceder a la élite, pero ésta se consolidaba con el poder y el
algo que se reconocía de partida y no era contradictorio con la lealtad al Rey, honor, a la vez que con una diversificación económica, que permitía conservar,
dada la característica patrimonial del Estado, que se hacía extensiva a los pro- algo más tranquilamente, la riqueza obtenida generalmente a través de la riesgo-
pios funcionarios. sa actividad comercial.
Estos burócratas, a su vez, no formaban una estructura vertical de poder, en La estrecha relación entre las élites y el aparato del Estado colonial parece
la que cada miembro era parte de un engranaje con peldaños sucesivos, sino que haber sido desde muy temprano una regla en la realidad americana. Algunos au-
aparecían todos vinculados directamente al monarca (quien, en última instancia, tores señalan incluso la dificultad de separar Estado y élites, cuando investiga-
era el responsable de los nombramientos y a quien todo funcionario podía recu- mos algún caso en particular.
rrir en caso de conflicto con otros funcionarios) y con poderes imprecisos, que Las modalidades de acceso a la administración y al poder por parte de estas
permitían gran flexibilidad, ambivalencia y negociación a todos los niveles. élites eran múltiples y, si bien la venta de los cargos favoreció enormemente este
Este sistema de gobierno se apoyaba, según lo define un estudio reciente, en proceso, sería un error considerarla como su causa y forma excluyente. De he-
una «matriz filosófica» que lo justificaba (MacLachlan, 1988). El origen del po- cho, además de ocupar directamente cargos en la administración, por compra o
der del monarca era divino, pero por lo mismo tenía límites, ya que debía gober- por designación, estas élites accedían al poder, quizás sobre todo mediante la in-
nar con amor y protección hacia sus súbditos y debía conseguir cierto consenso, corporación de los funcionarios a su mundo. Casando a sus hijas con los buró-
lo cual admitía la negociación con los subordinados. En la relación monarca- cratas más altos o ubicados en lugares estratégicos para sus negocios; estable-
súbditos primaba la lealtad sobre el cumplimiento estricto de las órdenes reales. ciendo relaciones de compradazgo, lazos económicos diversos; promoviendo la
En este sentido, la famosa fórmula «se acata pero no se cumple», empleada una corrupción en todos los niveles, las élites conseguían en general integrar a los
y mil veces por los funcionarios para salvar la lealtad al Rey y no aplicar una funcionarios en su ámbito.
real orden, era algo consagrado por las ideas imperantes y aun por la misma le- ¿Significaba esto la creación de un aparato de poder autónomo de la me-
gislación de Indias. trópoli?
En esta línea de interpretación, la corrupción se puede entender, no como La respuesta a esta pregunta resulta difícil, pero una serie de estudios tienden
una aberración del sistema o un conjunto de excesos, sino como uno de los me- a mostrarnos cómo esta integración élites-Estado no cuestionaba la dominación
dios privilegiados del sistema para permitir esta búsqueda de equilibrio entre in- colonial, en tanto que los intereses de la metrópoli eran, en buena medida, coinci-
tereses a veces contradictorios, salvando a la vez la autoridad del monarca. La dentes con los de las élites, y, sobre todo, que se necesitaban mutuamente. La Co-
corrupción era una verdadera válvula de escape a las contradicciones del siste- rona carecía de un aparato de facto capaz de mantener la disciplina de las colo-
ma, e incluso algunos autores consideran que éste sólo funcionaba gracias a ella nias en contra de la voluntad de éstas y las élites necesitaban la legitimidad que
(Moutoukias, 1988). les brindaba el poder real y todo su aparato filosófico-religioso. Por otra parte,
los intereses divergentes de los sectores americanos, aun dentro de las mismas eli-
tes, facilitaban la labor de la Corona como mediadora indispensable, una de cu-
3. Los trabajos más importantes en este sentido fueron: Eisenstadt, 1963; Sarfatti, 1966; y yas armas más eficaces fue el uso de la justicia (Taylor, 1987; Spalding, 1982).
Phelan, 1967, donde no sólo se avanza en una nueva concepción teórica del Estado colonial, sino En este sentido la idea de una primera independencia americana durante el
que se aplica en el estudio de un caso concreto. Sólo muy recientemente se han dado algunos pasos
significativos en esta nueva interpretación del Estado colonial, ver por ejemplo Pietschmann, 1982 siglo XVII y parte del XVIII aparece cuestionada, así como también la idea de las
y 1987. reformas borbónicas como una reconquista. Más bien, lo que las reformas van a
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intentar es un cambio —radical— en el sistema de dominación colonial y en la cesario disponer de un verdadero Estado burocrático, con funcionarios fieles que
participación que en éste va a dejar para las élites locales y los burócratas. cumplieran sin titubeos las medidas ordenadas.
Los nombres de José del Campillo y Cossío, Pedro Rodríguez de Campo-
manes o Baltasar M. G. María de Jovellanos, son sólo algunos de los altos fun-
DIAGNÓSTICO Y CURA cionarios metropolitanos, que van a defender estas ideas. El primero, en su
Nuevo sistema de gobierno económico para la América, escrito en 1743, va a
Los diagnósticos que se formulaban en España sobre lo que sucedía en América proponer que se realicen «visitas generales» a toda América, que se eliminen el
desde hacía largas décadas eran casi todos coincidentes hacia mediados del siglo poder de las élites locales y la riqueza de la Iglesia, que se implanten las inten-
XVIII: imperaban allí la corrupción generalizada y el control de las élites locales dencias y se construya un aparato administrativo fiel y eficaz (Campillo y Cos-
sobre el aparato administrativo. En esta situación estaban implicados desde los sío, 1762).
funcionarios más inferiores y locales, hasta las instancias más altas y generales En realidad, muchas de estas propuestas no eran nuevas, pero sólo hacia me-
del poder. Las élites constituían facciones que se disputaban constantemente el diados del siglo XVIII existe un consenso generalizado en los ámbitos de poder
control del Estado en provecho propio, desconociendo las normas emanadas de metropolitanos sobre la necesidad y oportunidad de llevarlas a cabo 4 .
la Corona, desarrollando el contrabando, evadiendo impuestos, etc. Se señalaba
Había por supuesto algunas voces disonantes, sobre todo del otro lado del
también que en la raíz de estos problemas se encontraba la práctica de la venta
Atlántico, que vale la pena mencionar porque tienen que ver con la resistencia
de los puestos de la administración, que habiéndose iniciado a finales del siglo
que las reformas van a suscitar en distintos puntos de América. Las élites locales,
XVI para los cargos más bajos, se había extendido progresivamente hasta incluir
criollos o no, se creían con derecho a ocupar cargos en la administración de sus
a los más altos, y había permitido a los sectores más poderosos de América ins-
lugares de residencia. Es interesante citar las palabras del fiscal de Cartagena de
talarse a lo largo y ancho de toda la estructura del poder, más allá de cualquier
Indias (en la actual Colombia), don Pedro de Bolívar y de la Redonda, que en
consideración de capacidad para la función de lealtad hacia la Corona. De la
misma manera se habían inutilizado los mecanismos de control de la burocracia, 1667 defendía la presencia de los criollos en el Estado, alegando que la corrup-
ya que hasta los juicios de residencia que debían realizarse al final del mandato ción se podía combatir mejor colocando en los cargos a criollos ricos (y por lo
de cada funcionario se vendían y compraban con asiduidad. tanto —decía él— desinteresados en usufructuar los mismos en provecho perso-
nal), que a peninsulares pobres (susceptibles de todo tipo de tentaciones) (Burk-
Uno de los relatos más gráficos y completos al respecto son las llamadas No- holder y Chandler, 1977).
ticias Secretas de América, escritas por los marinos españoles Jorge Juan y Anto- Pero más allá de este tipo de consideraciones, la Corona española, y sobre
nio de Ulloa en 1747, que si bien se publicó por primera vez en Londres en todo Carlos III y sus ministros, van a emprender reformas políticas de amplio al-
1826, circuló intensamente en los medios ministeriales españoles en la época en cance, que marcarán toda la última etapa de dominación española en América.
que fue escrito como informe para la Corona, luego del viaje que ambos realiza-
ran al Perú (Juan y De Ulloa, 1826). En este largo «discurso y reflexiones», los
autores describen con lujo de detalles todos los abusos que perpetraban los fun-
LAS REFORMAS BORBÓNICAS:
cionarios, la corrupción del clero, el contrabando, etc. En la relación incluyen a
OFENSIVA, RESISTENCIAS Y RESULTADOS CONTRADICTORIOS
los virreyes, que no pueden resistir el insistente cortejo a que los someten los po-
derosos locales. Hasta los más honrados terminan sucumbiendo y lo único que
Tomando como problemas principales la debilidad y el descontrol del aparato es-
los diferencia es «... que su entereza a no admitir obsequios de valor ha durado
tatal, la presencia de las élites y la corrupción, las reformas borbónicas se enfren-
más tiempo en unos que en otros, pero al fin se han dejado llevar todos de la te-
tarán al conjunto de estos fenómenos con un impulso inicial de gran magnitud.
naz porfía de estos tan poderosos ruegos...» (p. 374).
El globo de ensayo de las reformas fue la isla de Cuba, considerada pieza
Partiendo de este diagnóstico, las soluciones que van a proponer, tanto estos clave del sistema defensivo del Imperio, donde se organizó una fuerte guarnición
marinos, como muchos otros personajes influyentes en la Corte, son también militar regular y se instaló, en 1763, el primer intendente de América. Pero el
coincidentes. Era necesario terminar con este estado de cosas, suprimir la venta gran impulso reformador se dio con el envío de visitadores generales a América,
de los cargos que era «el origen de todos los excesos», crear un aparato estatal el primero de los cuales, José de Gálvez, asignado al virreinato de Nueva España
fuerte, con funcionarios que tuvieran salarios adecuados para impedir su partici-
pación en actividades ilegales, que fueran honrados, de carrera y con un sistema
de ascensos por buen desempeño. Había que alejar a las élites locales de la admi- 4. Por ejemplo, se pueden citar en la temprana década de 1620 las ideas del conde duque de
nistración y aislar de su influencia a los funcionarios. Sólo de esta manera se po- Olivares, que parecen preludiar, con 150 años de anticipación, las medidas que se tomarían sobre
drían aplicar las medidas orientadas a incrementar la recaudación fiscal, a fin de todo bajo Carlos III. Claro que la situación en los ámbitos de poder español era muy diferente, y el
promover el crecimiento económico y garantizar la defensa del Imperio. Era ne- Consejo de Indias desoyó las propuestas de Olivares. Ver toda esta discusión en Phelan, 1967: 157-
159, 221 y ss.
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entre 1765 y 1771, considera unánimemente la pieza clave de la ofensiva borbó- quitándoles atribuciones a los cargos que eran más difíciles de controlar, como
nica en América. Gálvez comienza personalmente a tomar medidas reformistas los virreyes (a través de los superintendentes, por ejemplo).
en el virreinato norteño y entre 1776 y su muerte en 1787 se incorpora al Conse- Los estudios recientes sobre la composición del aparato estatal en este período
jo de Indias, desde donde organiza el envío de las visitas generales al virreinato coinciden en señalar un hecho irrefutable: si antes de las reformas todas las instan-
del Perú (el visitador José Antonio de Areche, en 1776) y al virreinato de Nueva cias de la administración estaban controladas por funcionarios criollos, miembros
Granada (en 1778, el visitador Juan Francisco Gutiérrez). de las élites locales, o por funcionarios peninsulares con muy estrechos vínculos
Aparte de medidas trascendentes, como la organización de una fuerza mili- con aquéllos, en la segunda mitad del siglo XVIII, empiezan a predominar clara-
tar en las colonias o la expulsión de los jesuítas en 1767, que son tratadas en mente los «hombres nuevos», peninsulares, funcionarios asalariados y de carrera.
otros capítulos de esta obra, las medidas más importantes de estas reformas ad- Esto sucede tanto en las audiencias como en las intendencias que reemplazan
ministrativas son: la creación de nuevos virreinatos (en 1739 ya se había creado a los corregidores y alcaldes mayores, así como en las nuevas instituciones fisca-
el de Nueva Granada, que abarcaba la región norte del antiguo virreinato del les y los monopolios del Estado (Lynch, 1964-1969; Fisher, 1970; Barbier,
Perú y en 1776 se desgaja también de este último, el virreinato del Río de La Pla- 1980; Arnolds, 1988; Bradíng, 1973a; Wortman, 1982; Socolow, 1987).
ta, que incluía todo el territorio desde la actual Bolivia hacia el Sur, con capital Aunque no todos los autores coinciden en la interpretación de lo que signifi-
en Buenos Aires); el establecimiento de nuevas capitanías generales (Chile y Ve- ca la instalación de estos nuevos funcionarios peninsulares, todos señalan esta
nezuela), nuevas Audiencias (Buenos Aires, Cuzco y Caracas) y, finalmente, la transformación radical en quienes serán los nuevos encargados de llevar las rien-
instalación de intendencias en casi todo el territorio, suprimiendo los corregido- das del Estado. Esta vasta ofensiva, que algunos autores no dudaron en calificar
res y alcaldes mayores, que habían sido señalados reiteradamente como uno de de «reconquista» española de América, hoy puede sin embargo interpretarse de
los sectores más corruptos del sistema. Estos intendentes tendrían poderes muy otra manera y aun es posible matizar ampliamente la extensión de sus resultados
amplios en sus territorios, serían funcionarios peninsulares muy bien selecciona- (Brading, 1971b)5.
dos y gozarían de salarios elevados, para evitar cualquier posible corrupción. Se Si el diagnóstico que formulaban los reformistas metropolitanos de lo que
establece un servicio regular de correo (1764) que permita una fluida comunica- sucedía en América hasta mediados del siglo XVIII parece correcto (corrupción
ción entre las diversas instancias del poder y con la metrópoli, se crean las supe- generalizada, excesivo poder de las élites, etc.), el análisis de sus causas era limi-
rintendencias de real hacienda para desplazar a los virreyes del control financie- tado y, por ende, las soluciones propuestas buscarán atacar los problemas evi-
ro de las colonias, se incrementa notablemente la burocracia fiscal asalariada, dentes, sin tener en cuenta fenómenos estructurales de la sociedad colonial, ni
que recupera además el cobro de impuestos que antes se arrendaba a particula- las resistencias que generarían los intentos reformadores.
res, se establecen nuevos monopolios reales, etc. Las reformas borbónicas, por un lado, significan cambios importantes en la
A primera vista, el resultado de las reformas es impresionante. Con todo, concepción de la monarquía y el Estado en España y América. El poder real deja
vale la pena señalar que estas reformas no se realizan todas simultáneamente, ni de aparecer como esencialmente de origen divino y paternalista, para asociarse
con la misma intensidad, como es el caso de las intendencias, que se instalan pri- más directamente a los resultados materiales y económicos que consiguiera para
mero masivamente en el Río de La Plata (1782), dos años más tarde en el Perú y sus reinos. Desde este punto de vista, la Corona se hacía más terrenal y suscep-
dos después en Nueva España y que no se aplicarán a Nueva Granada y Quito. tible de ser juzgada por los resultados obtenidos (MacLachlan, 1988). Para con-
Esto, como veremos luego, tiene que ver con las resistencias potenciales o reales seguir los objetivos materiales que se proponía, era necesario transformar la
a las reformas en América, que desde temprano empezarán a minar el ímpetu re- estructura del Estado, convirtiéndolo en una institución centralizada, con estruc-
novador metropolitano. Algo similar, aunque no es nuestro tema, se puede seña- tura jerárquica, cuyos funcionarios, ateniéndose a normas estrictas, aplicasen las
lar con la aplicación del llamado «comercio libre», que, habiendo sido decretado medidas ordenadas para promover el crecimiento económico, recaudar más im-
en 1778, no se pondrá en vigor hasta varios años más tarde en el virreinato de puestos, etc.
Nueva España, sede de la más poderosa élite comercial del Imperio. Este nuevo sistema desconocía la necesidad de lograr el consenso político
Pero lo que las reformas administrativas buscan y a primera vista parecen con los subditos y destruía la flexibilidad del sistema anterior, que se había mos-
conseguir es crear una aparato estatal más fuerte y, sobre todo, en manos de bu- trado capaz durante dos siglos de absorber tensiones y resolver conflictos.
rócratas peninsulares, de carrera, alejando a las élites locales del poder y comba- Como señala un autor, las reformas borbónicas desconocían de esta manera
tiendo la corrupción. En las nuevas instituciones y allí donde el aparato estatal la «constitución no escrita», que había regido por mucho tiempo la vida de las
previo a las reformas era casi inexistente fue posible instalar de un plumazo toda
una cohorte de «hombres nuevos», acordes al ideal reformador; donde había ya
fuertes aparatos administrativos previos se trató, más o menos rápidamente, de 5. Uno de los más decididos defensores de la idea de la reconquista española en el período
ir reemplazando a los viejos funcionarios por otros nuevos, suprimiendo la venta borbónico es David Brading, quien concibe las reformas como una verdadera «revolución en el go-
de los cargos, nombrando burócratas peninsulares de confianza de la Corona, y bierno».
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colonias y, por lo tanto, no preveían las resistencias que iban a generar. (Phelan, De hecho, los problemas estructurales que estamos mencionando y la fuerte
1978)6. Estas resistencias tenían que ver, por una parte, con la larga tradición de resistencia que en algunos casos se produjo van a provocar que en algunas déca-
negociación y participación de las élites locales en el poder, y por otra con ele- das, el impulso de las reformas vaya decayendo y que se cometan una serie de in-
mentos estructurales de la economía y la sociedad coloniales, que la legislación coherencias, que a su vez van a ir minando los logros inciales de las reformas9.
difícilmente podía cambiar. Un ejemplo evidente de esto último es el problema Ya mencionamos la tardanza en aplicar ciertas medidas en lugares claves
de los corregidores y los «repartos de mercancías», que las reformas pretendie- como Nueva España; en Nueva Granada nunca se llegó a instalar las intenden-
ron suprimir. La Corona anuló el cargo de corregidor, prohibió los repartos, cias; los superintendentes de la Real Hacienda, que debían limitar las atribucio-
nombró a los intendentes, y, sin embargo, los repartos continuaron, con mayor nes fiscales de los virreyes, se suprimieron finalmente; incluso poco a poco los
o menor intensidad, según los casos7. criollos van a reaparecer en los cargos al Estado 10 . Algunos virreyes que inicia-
Al mismo tiempo, como decíamos, las soluciones propuestas para ciertos ron su mandato siendo férreos defensores del ideal reformista terminaron que-
problemas van a incidir sólo sobre las causas aparentes, dejando intactos los jándose de la rigidez impuesta por las reformas y adaptándose muy bien a la rea-
problemas de fondo y a veces sin proporcionar los medios necesarios ni siquiera lidad colonial (MacLachlan, 1988).
para esas soluciones limitadas. Así, por ejemplo, van a suprimir la venta de los Por lo demás, los resultados de las reformas y las resistencias que generaron,
cargos y van a nombrar funcionarios peninsulares en todas las instancias posi- fueron muy dispares en distintos lugares de América11. Al recorrer muy rápida-
bles de la administración; sin embargo no van a lograr erradicar totalmente la mente la geografía hispanoamericana, de Norte a Sur, encontramos grosso
corrupción, ni la influencia de las élites. modo los siguientes resultados:
Esto se debió, en parte, a que no suministraron los medios para promover la En México, las reformas parecen provocar una «revolución en el gobierno»,
fidelidad y honradez de los nuevos funcionarios, garantizándoles medios de vida desplazando a las élites locales del poder (aunque algunos autores discrepan so-
adecuados a su categoría y función. Los salarios que cobraban distaban en gene- bre los alcances de esta revolución). La medidas generan inicialmente resisten-
ral de satisfacer sus necesidades, debían seguir pagando altas fianzas para poder cias violentas, como sucede con los levantamientos provocados por la expulsión
ejercer el cargo, etc. Incluso algunos funcionarios importantes —como es el caso de los jesuítas, y más sutiles luego, como las presiones del Consulado de México
de los subdelegados—, que bajo la supervisión de los intendentes debían reem- para retrasar y limitar la aplicación del «comercio libre» (Pérez Herrero, 1988),
plazar de hecho a los corregidores y alcaldes mayores, no cobraban salario di- que van a ir minando poco a poco el impulso de las reformas, hasta provocar su
recto, sino un porcentaje de lo recaudado entre la población indígena, con lo fracaso final. Una de las medidas emblemáticas de las reformas, la supresión de
cual se mantuvieron propensos a continuar las prácticas de los funcionarios que los repartos de mercancías, llegó incluso a ser revocada por el virrey Branciforte
venían a reemplazar (Salvucci, 1983)8. (1794-1798).
Por otra parte, la ecuación criollos=corrupción/ peninsulares=honradez iba a De América Central carecemos de estudios detallados sobre el tema, pero si
resultar errónea, y los medios de las élites para influir sobre el aparato del Esta- nos referimos a la ciudad de Guatemala, el centro comercial por excelencia de
do no pasaban únicamente por colocar a sus miembros directamente en el mis- ese ámbito, las reformas no parecen haber producido grandes cambios en las es-
mo. De hecho, el medio más importante parece haber sido (y se refuerza después tructuras del poder, ni haber encontrado mucha resistencia.
de que las reformas dificulten el acceso directo a la administración) la incorpora- En Cuba, las reformas iniciales parecen haber tenido éxito desde el punto de
ción de los funcionarios a la élite. A través de formas que ya mencionamos, vista metropolitano y, al mismo tiempo, haber sido recibidas con cierto beneplá-
como el matrimonio, los lazos económicos, etc., las élites van a conseguir en mu- cito por las élites locales (Kuethe, 1981).
chos casos mantener una fuerte influencia en el Estado y, en algunos casos, aún En Caracas, sucede algo similar a Cuba, mientras que en Nueva Granada y
superior al período pre-borbónico (Kicza, 1986; Arnold, 1988; Socolow, 1987; Quito las reformas provocan inicialmente cambios importantes y encuentran
Barbier, 1980). fuertes resistencias que, por lo menos en el caso neogranadino, van a frenar los
impulsos reformadores12.

6. Phelan analiza la rebelión comunera de Nueva Granada como esencialmente conservadora


y que pretendía defender esa «constitución no escrita» frente al nuevo sistema borbónico. 9. A esto contribuye también la muerte, en 1787, del influyente y militante secretario de In-
7. Ver al respecto la polémica entre S. Stein por un lado y J. Barbier y M. Burkholder por el dias, José de Gálvez.
otro, en donde el primero sostiene que el fracaso en suprimir los repartos se debió a la resistencia de 10. Esta evolución en los nombramientos se puede ver en las audiencias, donde los criollos re-
los funcionarios y comerciantes ligados al lucrativo comercio forzoso, mientras los segundos defien- cuperan un nivel del 30% entre 1778 y 1808. Ver Burkholder y Chandler, 1977.
den la tesis de que los repartos se mantuvieron sobre todo por ser una actividad irreemplazable, 11. En este apartado no citaremos la bibliografía para cada caso, ya que, salvo algunas excep-
dada la estructura de la economía colonial (Stein, 1981; Barbier y Burkholder, 1982). ciones que referiremos, es la citada anteriormente.
8. Salvucci sostiene estas razones para explicar la continuidad en la corrupción de los buró- 12. Ya nos referimos al levantamiento neogranadino de 1781, que va a culminar con impor-
cratas fiscales en la Nueva España borbónica, quienes, a pesar de ser «hombres nuevos», adoptaron tantes concesiones de la Corona, como bajas de impuestos, no implantación de las intendencias, etc.
«costumbres viejas». Sobre el caso de Quito ver A. McFarlane, 1989, donde se analiza una importante rebelión de 1765,
262 JORGE GELMAN LA LUCHA POR EL CONTROL DEL ESTADO: HISPANOAMÉRICA 263

En Perú la situación es más compleja. Las élites se resisten, pero parecen la creación de nuevos cargos administrativos, oportunidades económicas vincu-
asumir una actitud más ambigua que sus homólogos mexicanos y finalmente ladas al desarrollo del aparato estatal-militar, etc.
logran ir debilitando los aspectos más irritatantes de las reformas. Al principio Un segundo factor que en varios casos moduló el impacto de las reformas fue
reciben al visitador Areche con cierta complacencia, aunque luego organizan la coyuntura económica de cada región y el grado en que las reformas económicas
una fuerte oposición al mismo, alrededor del virrey Manuel de Guirior, aliado afectaron a sus élites. En esto parece haber una clara diferencia entre las dos gran-
de la aristocracia local. Aunque Guirior es reemplazado como virrey en 1780, des capitales, Lima y México, ya que el territorio controlado por la primera venía
por sus supuestas simpatías con los opositores, también el visitador es desplaza- arrastrando una larga crisis y, con las reformas, pareció recuperarse, mientras que
do al año siguiente, a favor de un negociador más hábil, Jorge de Escobedo. el territorio de la segunda conoció una fuerte expansión bastante antes de las re-
Este último, si bien aplica el Corpus principal de las reformas (creación de las formas y éstas, al parecer, contribuyeron a iniciar un ciclo de signo inverso13. Por
intendencias en 1784 y de la superintendencia, que él mismo encabeza, supre- el otro lado, regiones como Cuba, Caracas o Buenos Aires, con economías de ex-
sión de los repartos, etc.), irá buscando acomodos con las élites locales. De he- portación en crecimiento, acogieron bien las nuevas posibilidades comerciales.
cho, las élites van a influir directa o indirectamente en las intendencias y, sobre
Un tercer elemento importante, y vinculado a los anteriores, es el carácter de
todo, en sus cargos subalternos (los subdelegados), y a través de ellos a conti-
las élites y de las sociedades en que se asientan. Las élites de las grandes capitales
nuar los repartos de mercancías. El cargo de superintendente se va a suprimir a
y centros comerciales se dedican primordialmente al comercio, pero tienen a su
la muerte de Gálvez.
vez intereses diversificados. En estos núcleos urbanos hay una fuerte integración
En Chile, si bien formalmente se constituye un Estado burocrático con fun- entre criollos y peninsulares, con una movilidad social importante; allí, más tar-
cionarios peninsulares, el éxito político de las reformas parece haber sido nulo, de o más temprano, las élites parecen haber ido incorporándose a los nuevos
habiendo logrado la élite incorporar a los mismos. No existe aquí resistencia funcionarios. En ciudades como México, Lima o Buenos Aires resulta casi irrele-
aparente. vante medir el mayor o el menor acceso de las élites al Estado, por la mayor o la
Por fin, en Buenos Aires, las reformas alcanzan éxito al principio, se crea un menor presencia de criollos o peninsulares, ya que aquí existían desde hacía
aparato estatal fuerte a manos de «hombres nuevos», si bien las «costumbres tiempo mecanismos que permitían una aceitada integración de los comerciantes
viejas» tienden a imponerse a la larga y las élites parecen acoger con beneplácito y burócratas peninsulares en las filas de las élites criollas (Brading, 1971b; Soco-
los cambios. low, 1978; Flores Galindo, 1984)14.
Por supuesto, además de estas diferencias entre los grandes territorios colo- Sin embargo, no todas las élites eran iguales a las de Ciudad de México o de
niales, hubo variaciones en el interior de los mismos, como se puede observar en Lima. En muchos lugares de provincia, en pequeños pueblos, éstas tendían a ser
el caso del Perú, con una mayor resistencia a las reformas en algunas provincias grupos más cerrados, mucho más fuertemente apegados a la tierra y a la explo-
que en Lima (Brown, 1986; Ramírez, 1986). tación directa de la mano de obra. Estas minorías provinciales eran menos per-
Todas estas situaciones que presentamos tienen que ver, en parte, con la di- meables al acceso de forasteros y, a la vez, mucho más duraderas en el tiempo.
ferente aproximación metodológica de los autores que estudiaron los diversos Aquí sí es más posible que la liberalización del sistema comercial en el período
casos. Sin embargo, creemos que también tienen que ver con diferencias reales borbónico y la llegada de innumerables pequeños y medianos comerciantes —y
en cada una de las regiones y que es posible deducir ciertos modelos sobre las ra- también funcionarios— peninsulares en la segunda mitad del siglo XVIII haya ge-
zones del mayor o menor éxito y resistencia generados por las reformas, compa- nerado una serie de conflictos, que se hayan expresado de manera evidente
rando las regiones en cuestión. como enfrentamientos entre criollos y peninsulares. De hecho, muchos de los au-
En primer lugar, lo que distingue claramente a las regiones americanas en tores que insisten en la existencia de estos conflictos en el período colonial tar-
cuanto a los resultados de las reformas, es su carácter central o no, en el esque- dío parten de estudios de regiones secundarias, de provincias.
ma de poder previo a las mismas. Así, México y Lima, las dos grandes capitales Aquí probablemente tenga algún sentido el cambio de criollos a peninsula-
de los únicos virreinatos pre-borbónicos, con élites muy poderosas y acostum- res, en el Estado y en otras instancias, a lo largo del siglo XVIII, y quizás sea sólo
bradas a gobernar amplios territorios, verán las reformas como una amenaza
potencial y real, ya que cercenan sus jurisdicciones políticas y ponen en tela de
juicio sus monopolios, entre otras consecuencias. Por el contrario, las regiones
antes marginales y ahora realzadas en la nueva división político-económica (Ca- 13. Sobre la situación de Lima ver Haitin, 1983, quien no está de acuerdo con Flores Galindo,
racas, Buenos Aires, Chile, etc.) tenían poco que perder y mucho que ganar con 1984 en su imagen pesimista de la situación del comercio y las élites limeñas a finales del período co-
lonial. En esto Haitin coincide mas bien con Fisher, quien había mostrado que este sector se benefi-
cia del boom minero tardío y logra también continuar con los repartos de mercancías.
14. Otros casos no referidos a capitales virreinales, aunque sí a centros comerciales y/o mine-
ros, en donde se detectaron los mismos comportamientos y se puso en cuestión la validez de la dico-
«policlasista», pero en la cual parece jugar un papel importante la resistencia del «patriciado local» tomía criollos-peninsulares, por ejemplo: Colmenares, 1983; Lindley, 1983; Webre, 1989; McKin-
a las reformas. ley, 1985; etc.
264 JORGE GELMAN

aquí donde la formación de una incipiente «conciencia criolla» adquiera alguna


relevancia (Lavallé, 1987).
Por supuesto, habría que agregar muchos elementos más a esta primera
aproximación, entre los cuales, la actitud de los primeros reformadores, que a
veces sabían granjearse la enemistad inmediata de los sectores del poder local;
pero creemos que los arriba señalados pueden dar cuenta de algunas de las coin-
cidencias y diferencias observadas en las distintas regiones americanas, frente a
las reformas borbónicas.

ALGUNAS CONCLUSIONES

A lo largo de este trabajo hemos visto cómo las reformas borbónicas intentan al-
gunos cambios importantes en las estructuras de poder en América. Sin embar-
go, abordando algunas causas aparentes de la corrupción y el poder de las élites
locales, no llegaron a cuestionar las razones más profundas que las explicaban.
Unas y otras generan resistencias, a veces violentas, a veces —quizás más exito-
sas— de fondo, que a la larga hacen naufragar muchos éxitos iniciales de los re-
formadores. En diversos lugares, las reformas generaron frustación —algunos
autores hablan de alienación— en las élites, cuyas consecuencias se harán paten-
tes unas décadas más tarde.
Con todo, es llamativo que precisamente en los lugares donde menos resis-
tencia aparente hubo contra las reformas, y donde más provecho sacaron las éli-
tes de los cambios, fue justamente donde éstas encabezaron más decididamente
el movimiento revolucionario, ante la caída del poder real en la metrópoli. Pro-
bablemente esto se explique porque en estos lugares, las reformas generaron po-
der y expectativas para las élites, que luego no se vieron colmadas.
Al mismo tiempo, la realidad parece haber confirmado la tesis de que sólo la
flexibilidad y no la autoridad podía salvar al Imperio. Una prueba de esto puede
ser que los altos funcionarios borbónicos que mejor se adaptaron a la situación
colonial, se aliaron a las élites locales, y defendieron la continuidad del sistema
ante la crisis metropolitana, mientras que los funcionarios bajos, honrados y fie-
les al ideal borbónico, pero frustrados por los bajos sueldos, la falta de perspec-
tivas de promoción y las propias incongruencias de la Corona, parecen haber
apoyado más decididamente el cambio (Socolow, 1987).
Los Borbones no comprendieron que si el Imperio había sobrevivido tanto
tiempo, había sido gracias a ese viejo sistema de gobierno donde todo se podía
negociar, donde la corrupción era un arma para garantizar el equilibrio de inte-
reses y el apoyo de las élites. Claro que los Borbones se preguntarían de qué les
servía la longevidad de un Imperio, si de él apenas podían sacar un mísero pro-
vecho material. Y sin lugar a dudas, las reformas les permitieron incrementar
sustancialmente los beneficios materiales que obtenían de las colonias. Pero tam-
bién es cierto que con esta nueva política, contribuyeron a que estos beneficios
perduraran sólo por corto tiempo.
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