Está en la página 1de 306

Garrí Kaspárov

Hijo del cambio

Colección Hombres de hoy / 1


Garri Kaspárov

Hijo del cambio

Traducción de
Elvira de Riquer

EDICIONES TEMAS DE HOY


Colección: Hombres de hoy
Título original: Child of Change
© Garrí Kaspárov, 1987
©EDICIONES TEMAS DE HOY, S. A. (T.H.), 1987
Paseo de la Castellana, 93, 28046 Madrid
Diseño de cubierta: Hans Romberg
Primera edición: octubre 1987
Depósito legal: B. 35.480-1987
ISBN: 84-86675-17-0
Compuesto en FOINSA (Barcelona)
Impreso en Talleres Gráficos «Duplex, S. A.». Barcelona
Printed in Spain - Impreso en España
lo dice

Agradecimientos . 8
1. Por qué he escrito este libro 11
2. Un chico de Bakú . 19
3. Camino de ser un maestro . 39
4. Escalando al Olimpo del ajedrez . 53
5. Avisos de tormenta . 68
6. ¡Viva el rey! . 83
7. Guerra y paz . 103
8. En el fuego . 123
9. El circo de campo 151
10. En la cima del mundo . 179
11. Regreso a la tierra . 204
12. Del amor y el dinero . 219
13. Puñaladas por la espalda 231
14. Hombres contra máquinas . 24.8
Final de partida. Tanto y tan pronto 256
Bibliografía . 261
Partidas ilustrativas 263
Indice onomástico . 271
A la memoria de mi padre,
Kim Moiseyevich Weinstein,
1 931-1 971
AGRADECIMIENTOS

Este libro es una aventura llevada a cabo por un ciudadano so­


viético y un escritor inglés, colaboración inimaginable antes de
la política de glasnot ( apertura) del seiior Gorbachov. No hubie­
ra sido posible sin la ayuda de la VAAP, agencia soviética de
derechos de autor, cuya cooperación se reconoce con gratitud.
Durante el pasado año los autores se reunieron para discutir el
material en varias ocasiones y ciudades como Moscú, Bakú,
Dubai, Londres, Zurich y Bruselas. Desean dar las gracias a mu­
chos amigos del mundo del ajedrez, procedentes de diversos paí­
ses, que les proporcionaron gran ayuda, facilitándoles el acceso
a torneos, contándoles anécdotas personales o que son autores
de los libros enumerados en la bibliografía. Asimismo debemos
dar las gracias a los periódicos y revistas que se citan en el texto.
También, y muy especialmente, a Clara Kasparova y a Leonid
Weinstein por confiamos sus recuerdos; a Raymond Keene, a An­
drew Nurnberg y a Andrew Page por su constante consejo y es­
tímulo; a Andrew Wilson, el corresponsal de The Observer en
Moscú, por ser un intermediario tan dispuesto y competente; a
Natalia Pavluchenko por su traducción; y a Barbara Rieck por
mecanografiar los varios borradores, volverlos a mecanografiar
y luego, sin protestar, mecanografiarlos todavía otra vez, sujeta
a un amenazador plazo límite.

8
Todo es un tablero de ajedrez de noches y
[días
donde el Destino juega con los hombres
[como piezas;
aquí y allá mueve y da jaque y mate,
y una tras otra las vuelve a guardar en el
[armario.

EDWARD FITZGERALD,
El Rubaiyat de Ornar Khayyam

Tengo siempre un ligero sentimiento de pie­


dad hacia el hombre que no tiene conoci­
mientos de ajedrez, igual que compadecería
al que ha ignorado el amor. El ajedrez,
como el amor, como la música, tiene el
poder de hacer felices a los hombres.

Doctor SIEGBERT TARRASCH

El escolasticismo, el pensamiento doctrina­


rio y el dogmatismo han ido poniendo tra­
bas a un genuino avance del conocimiento.
Llevan al estancamiento de las ideas... Por
duro y reacio que el pasado pueda parecer,
hay que seguir adelante.

MIJAIL GORBACHOV

Si nunca comiste carne con el cuchillo,


serás sólo un espectador pasivo.
Si nunca peleaste con un canalla o un ver­
[dugo,
te ha faltado todo en la vida.

VLADIMIR VISSOTSKY
CAPÍTULO 1

POR QU É H E ESCRITO ESTE LIBRO

El 10 de noviembre de 1985, el día después de que me con­


virtiera en campeón del mundo, Rhona Petrosian me dijo algo
muy raro : «Garri, lo siento por ti.» Yo sabía que Rhona era
una mujer de fuerte personalidad que a menudo decía cosas
sorprendentes, a veces, incluso, en voz muy alta al oído de
su marido, Tigran, el gran maestro soviético ya difunto, y de
sus adversarios en el tablero de ajedrez . En mi corazón re­
chacé sus palabras inmediatamente. Sin embargo, la observa­
ción me desconcertó. Parecía muy perversa. Provocó una nota
perturbadora y discordante en el momento en que estaba ce­
lebrando mi victoria en Moscú con los amigos que me habían
ayudado en los buenos tiempos y, especialmente, en los malos
de mi larga marcha hacia el Olimpo del ajedrez. Tenía veinti­
dós años, el campeón de ajedrez más joven de la historia. En
aquel momento tenía el mundo a mis pies, como el poeta dijo,
«como una tierra de sueños, tan diversos, tan hermosos, tan
nuevos». ¿ Por qué, entonces, Rhona Petrosian me compade­
cía ? Se lo pregunté. <<Lo siento por ti, Garri, porque el día
más feliz de tu vida ya se ha terminado.»
No puedo decir si tenía o no razón. Es demasiado pronto
para estar seguro; después de todo, sólo tengo veinticuatro
años . Por una parte, puedo ver lo que quería decir, porque
hasta entonces no había tenido más que un solo propósito en
mi vida: ser el campeón del mundo y de este modo llegar a
la cumbre de la profesión que había elegido. De ahora en ade­
lante, las cosas nunca irán tan directas hacia adelante. Pero
también percibí un significado más profundo en sus palabras.
Era, creo, un presagio o, quizá, incluso una advertencia de
los problemas que vendrían, porque Rhona estaba cerca de
los acontecimientos y a veces sabía más de lo que era capaz

11
de decir. Tenía buenas razones para confiar en su instinto en
estos asuntos, ya que no era la primera vez en mi vida en
que Rhona me había formulado una advertencia importante.

Se podría perdonar a mi madre por creer que el día más


importante de mi vida fue otro, el 13 de abril de 1963, el día
que ella me trajo al mundo. De hecho fue casi un día más
tarde, porque un cuarto de hora antes de la medianoche Clara
empezó con los dolores de parto. En cierto modo ella hubiera
preferido que yo naciera unos minutos más tarde, el 14 de
abril, porque creía que esta fecha traería más suerte. Sin em­
bargo, da la casualidad de que el 13 ha llegado a ser mi nú­
mero de la suerte y todavía lo pido siempre que puedo en los
hoteles y otros lugares alrededor del mundo. Fui el decirno­
tercer campeón del mundo en la historia, ganando el títu­
lo por 13 partidas a 1 1 en el año 85 de este siglo ( 8 y 5 su­
man 13).
Sin embargo, a excepción de una pequeña ondulación en
Bakú, en la república soviética de Azerbaiján, a las orillas del
mar Caspio, ningún cataclismo parecía haber sucedido ese día
en el resto del mundo. En las naciones cristianas era sábado
de Pascua. Veinte centímetros de nieve, fuera de temporada,
cayeron en Gran Bretaña. El presidente John, F . Kennedy go­
bernaba en la Casa Blanca, el general De Gaulle en el palacio
del Elíseo, Harold Macrnillan en Downing Street, Nikita Jrus­
chov en el Krernlin. Ninguno de estos caballeros viviría mucho
tiempo. En la Unión Soviética la gente acababa de volver al
trabajo después de un día de fiesta, el día del cosmonauta,
que conmemoraba el segundo aniversario del histórico vuelo
de Yuri Gagarin por el espacio en el primer Sputnik. El pala­
cio de los Pioneros en Bakú, donde aprendí a jugar al aje­
drez, llevaba el nombre de este gallardo héroe soviético. En
el teatro de Variedades de Moscú, Tigran Petrosian, el mari­
do de Rhona, estaba en la mitad del encuentro en el que fi­
nalmente arrebataría la corona mundial de ajedrez de la noble
frente de Mij ail Botvinnik, el hombre que se convirtió en mi
gran maestro.

En cuanto a mí, escogería otra fecha corno la más impor­


tante de mi vida, antes que la de mi nacimiento o el día en
que me convertí en campeón mundial. Esta fecha es el 15 de
febrero de 1985, un día de vergüenza en la historia del aje-

12
drez, el día en que mi primer desafío por el título mundial
fue frustrado en Moscú, no por mi contrincante en el tablero
del ajedrez, Anatoli Kárpov, sino por la organización mundial
de ajedrez, FIDE, cuyo presidente, Florencio Campo.manes, in­
tervino, con el consentimiento de las autoridades soviéticas,
para proteger a su campeón después del encuentro de ajedrez
más largo de la historia. Las repercusiones de esta decisión
injusta e incorrecta todavía resuenan a pesar de los años pa­
sados. No cesaré de luchar hasta que, finalmente, se haga jus�
ticia. Mirando ahora hacia atrás, puedo ver esto en los pocos
segundos que tardé en caminar aquel día los dieciocho me­
tros, más o menos, que hay hasta el estrado, para protestar
ante todo el mundo esta decisión: estaba haciendo la elección
más importante de mi vida. La suerte fue echada ese día. Mis
luchas privadas se volvieron públicas finalmente.

El ajedrez es una imagen adecuada para las luchas de la


vida. Hay una amenaza, incluso una pizca de malevolencia,
mientras los símbolos bélicos se enfrentan unos con otros en
medio de un tenso silencio. Las piezas blancas y negras pare­
cen representar divisiones maniqueas entre la luz y la oscuri­
dad, el bien y el mal, en el mismo espíritu del hombre. El
propósito del juego implica lucha, una batalla de las mentes
por el control de lo material, por el control del territorio, por
el control de uno mismo. Es una pelea contra las propias li­
mitaciones de la mente en una infinidad de complicaciones.
Raras veces. esos valores y fuerzas simbólicas han estado tan
dramáticamente demostradas como el 15 de febrero de 1985
en el hotel Sport en las afueras de Moscú, cuando Kárpov y
Campomanes se mostraron al mundo como criaturas de la os­
curidad, temerosos de la luz.
Lo que sucedió ese fatídico día fue felizmente presenciado
por millones de personas de todo el mundo, ya que Campo­
manes había convocado una conferencia de prensa televisa­
da. Sin embargo, yo no había sido invitado, y llegué sólo en
el último momento después de que una repentina intuición
de peligro me aconsejó estar allí. Evidentemente, no se espe­
raba mi asistencia. De hecho se le había dicho al jefe de la
delegación que me impidiera ir. Mi llegada, que fue también
atestiguada por las cámaras de televisión, causó gran cons­
ternación detrás del escenario momentos antes de que la con­
ferencia empezase. Hubo un retraso no programado e inexpli­
cado. En un momento del vídeo, que a menudo vuelvo a con-

13
templar a solas, hay un plano revelador de una cámara en
que se ve a un agente soviético atisbando detrás de la cortina
para comprobar si yo realmente estaba allí entre el público,
porque esto significaba que debían cambiar sus planes y anun­
ciar algo diferente de lo que tenían intención de decir.
Nunca sabremos los detalles del arreglo privado tramado
por adelantado entre Campomanes y Kárpov, o «Karpomanes»,
como Boris Spassky llamó a esta astuta parej a . Más adelante
especulo con varias posibilidades. Pero de una cosa podemos
estar seguros : no estaba concebido para dar ventaj a a Kaspá­
rov. Y sin embargo, tras un curioso giro de las circunstan­
cias - de una especie que se ha repetido en varios dramáti­
cos momentos de mi vida - fui capaz de cambiarlo para mi
provecho. Cada vez que detengo la imagen de la cara de Cam­
pomanes en aquel momento, con su expresión de hurón caza­
do, me fortalezco en la fe de que la lucha que empecé ese día
es una buena lucha, que afecta a asuntos fundamentales, como
la forma en que la gente debe y no debe comportarse, unos
con otros, en este mundo.
Lo que la gente vio en esta conferencia de prensa fue a
Campomanes andando con indecisión hasta que Kárpov, que
había sido convocado apresuradamente, pudiera llegar a su
lado. Entonces se vieron las más extraordinarias escenas, aún
más extraordinarias por tener lugar en Moscú, con un minis­
tro de Asuntos Exteriores soviético en la presidencia. Hubo
gritos y discusiones, idas y venidas al micrófono, de una es­
pecie nunca oída en una ocasión pública en la Unión Soviéti­
ca. A veces el público reía en voz alta ante las payasadas del
estrado . La gente podía ver que algo bastante insólito estaba
sucediendo, pero era difícil para ellos entender su verdadera
importancia histórica, porque mucho queda sin explicar bajo
la superficie. Pudieron ver que yo estaba enfadado y excitado,
pero creyeron que era simplemente por razones deportivas,
porque quería que el encuentro continuara. La realidad, como
explicaré, era mucho más profunda que eso.
Mi aparición ante la prensa del mundo en esa ocasión fue
sólo la punta del iceberg. Era la culminación de una batalla
subterránea que se había ido librando durante años y abar­
caba cuestiones mucho más amplias que el ajedrez . Ahora,
por fin, el submarino había salido a la superficie. Era el co­
nocimiento de esto lo que explicaba mi regocijo, porque lo que
yo había sospechado durante mucho tiempo estaba ahora al
descubierto para que lo viera todo el mundo. Ahora el enemi­
go estaba claramente ante mí. Ellos mismos se habían descu-

14
bierto. No habían más dudas. El campo de batalla estaba dis­
puesto y yo conocía mi puesto en él . Como los soldados en la
guerra, había un sentimiento de alivio, incluso de alegría, por­
que el largo período de espera había terminado . La guerra
falsa había terminado. La batalla iba a empezar.
Esta lucha no era por mí mismo, porque ¿qué más tenía
que ganar? Ya soy campeón del mundo . Soy joven, sano y
rico. La gente se pregunta por qué sigo tan empeñado en este
asunto. Verdaderamente, podría hacerme un favor olvidando
esta pelea, porque me enfrento con grandes riesgos persona­
les al seguir adelante con esta tenaz campaña . Pero no puedo
ni quiero abandonarla, porque están involucrados importan­
tes principios. Negar eso sería negar una parte de mí mismo
y de la clase de hombre para la que he sido educado. Sería
traicionar los valores que dan significado a mi vida.
É sta no es sólo una batalla sobre la justicia en el ajedrez .
Al luchar por la pureza de los ideales que deben gobernar
este juego estoy luchando por los valores que tienen impor­
tancia más allá del ajedrez. Estos valores tienen especial rele­
vancia en la Unión Soviética, porque no es sólo nuestro juego
nacional, sino que la lucha llega en un momento importante
de cambio en nuestra historia. Yo soy un hijo de este cam­
bio. Lo que está sucediendo ahora en la Unión Soviética no
es sólo social y económico sino también psicológico, una rees­
tructuración de las actitudes humanas ante la vida y el tra­
bajo. El viejo aparato está siendo desmantelado, pero no desea
ser disuelto, por lo que hay una lucha . Mi batalla es un sím­
bolo de otras más amplias entre el blanco y el negro, lo viejo
y lo nuevo, que se están librando en muchos lugares de nues­
tra sociedad . Mijail Gorbachov no necesita mi humilde apoyo,
porque es el jefe de una de las naciones más poderosas de la
tierra . Pero sin sus reformas esta batalla no se podría librar
tan abiertamente y con tantas posibilidades de éxito. Creo que
en mi rincón de la sociedad estoy defendiendo los ideales de
apertura y democracia que él ha dispuesto para todos noso­
tros.
Mi tesis en este libro es que la llegada de Anatoli Kárpov,
que heredó el título mundial sin haber luchado por él, coinci­
dió con un período en la vida soviética marcada por la iner­
cia y corrupción burocrática. É l se asoció con estas fuerzas
en una alianza creada para mantener el poder para sí misma
y para aquellos que se agarraban a sus faldones. Gobernó
como un zar del ajedrez y resistió, por medios lícitos o su­
cios, cualquier intento de usurpar su trono.

15
Haciendo esto trató de apropiarse de un completo aparato
de poder del estado soviético. Como no pude ser vencido en
un combate limpio sobre el tablero de ajedrez, se utilizaron
una serie de trucos sucios para mantenerme a raya desde el
principio. Aunque habían fallado en repetidas ocasiones, to­
davía seguían buscando nuevas tretas con la esperanza de que
un día tuvieran éxito y que yo cometiera un desliz . A veces
han estado muy cerca , como los generales alemanes cuyos
prismáticos enfocaban Moscú desde treinta y cinco kilómetros.
Mi fe en la humanidad y en las sagradas normas de la amis­
tad, la lealtad y la honradez se han visto puestas a prueba
en diversas ocasiones, la más notable fue el caso de mi entre­
nador Yevgeny Vladimirov, que abandonó mi bando en lo que
yo consideré sospechosas circunstancias en un momento cru­
cial de mi partida en Leningrado y yo le creía un buen amigo
mío. Este libro está escrito para·que el mundo pueda enten­
der la verdadera naturaleza de la batalla en la que continúo
activo y la verdadera naturaleza de las fuerzas alineadas con­
tra mí . Mi esperanza radica en las palabras del señor Gorba­
chov, que adopté como lema personal cuando él las pronun­
ció hace dos años : «Por duro y reacio que el pasado pueda
parecer, hay que seguir adelante. » Tampoco yo puedo retro­
ceder.

Ha habido momentos en mi vida en que el ajedrez se ha


convertido, si no en la vida misma, sí en un sustituto creíble
de la vida. No es tanto que uno posea un don divino, sino
que está poseído por este don . A veces puede tener un efecto
similar al de una poderosa droga a la que uno es adicto sin
esperanza. Nadie puede ser un campeón sin estar bajo este
poderoso hechizo. Al mismo tiempo, nadie puede seguir sien­
do un ser humano completo sin saber cómo romper el hechi­
zo cuando es necesario. Este antiguo juego del ajedrez, <da
piedra de toque del intelecto» de Goethe, vive en un mundo
abstracto de encanto y simetría seductora . Su fascinación sin
límites puede embrujar e incluso trastornar la mente. Un viejo
maestro alemán avisó una vez : «El noble juego tiene sus abis­
mos, en los que por desgracia muchas veces un alma noble y
gentil ha desaparecido .» No he conocido al legendario Bobby
Fischer, yo sólo tenía nueve años cuando él ganó el campeo­
nato mundial a Boris Spassky en Reykjavik, pero por todo lo
que he oído supongo que era el clásico caso de alguien que
se encuentra mentalmente atrapado dentro del juego, un pri-

16
sionero del ajedrez que se encuentra perdido en sus profundi­
dades y no puede estar cómodo en el mundo «real» exterior,
una víctima sacrificada de la obsesión descrita en un cuento
corto que leí en el colegio, «El real juego» de Stefan Zweig.
La vida de Paul Morphy, el genio americano del siglo XIX
que se volvió loco en sus últimos años, proporciona un aviso
parecido . Dijo que el ajedrez «no debería absorber la mente o
monopolizar los pensamientos de los que oran en su templo».
Yo no quiero ir tan lejos. Uno no puede orar con éxito en el
templo del dios del ajedrez Caissa sin dedicar todas sus ener­
gías y esfuerzos mentales a la tarea emprendida . Pero se
puede obtener gran fuerza en la preparación para una parti­
da de ajedrez concentrando la mente y el corazón en otros
horizontes . Por esta razón mis entrenadores en el campeona­
to mundial estaban muy contentos de encontrarme leyendo
una novela de asesinatos de Maigret o algo más serio como
las historias de Séneca o Montaigne, o escuchando las can­
ciones de mi querido Vissotsky, como volviendo a jugar una
y otra vez las partidas de los grandes maestros del ajedrez .
Estoy contento de que mi familia, mis entrenadores y mis
amigos de Bakú hayan asegurado que, mientras mi cabeza
podía estar en las nubes, mis pies siempre tocaban el suelo,
¡ aunque sólo fuera para jugar al fútbol ! De hecho, cuando a
veces la vida parece opresiva, busco un antídoto que nunca
falla : un vídeo casero en el que marco un gol con la pierna
izquierda, como Maradona, rodeado de mis amigos en el
campo de entrenamiento en Bakú . Después del controvertido
final del desafío mundial en 1 98 5 , dejé salir el vapor marcan­
do tres goles contra un equipo de la prensa. Eso me propor­
cionó casi tanto placer y satisfacción como el ajedrez, quizá
más en este caso, ya que demostraba que a pensar de la cari­
ñosa preocupación manifestada por los funcionarios del aje­
drez sobre mi salud, yo estaba en bastante buena forma. Al­
gunos podrán decir que esto sólo demuestra que en el fondo
todavía soy un niño . Creo que lo que demuestra en realidad
es que he conseguido conservar un sentido del equilibrio en
el revuelto mundo en el que ahora vivo.

Deseo que este libro pueda servir también para un propó­


sito más amplio. En lo que a la Unión Soviética se refiere,
espero que pueda hacer algo para acabar con el deprimente
estereotipo de nuestra gente que he visto demasiado a menu­
do en mis viajes por el oeste, porque esta caricatura es una

17
barrera para el mutuo entendimiento y por consiguiente un
peligro para la paz. Espero que también ilumine la lucha de
valores rivales que tiene lugar en nuestra sociedad . Tales lu­
chas no son únicas en la Unión Soviética, y ésta no es sólo
una historia soviética . Algunos de los enemigos aquí expues­
tos - Campomanes de las islas Filipinas, Kinzel de Alemania
occidental, Torán de España- son de países occidentales. En
cada caso estas naciones han visto un movimiento de recuer­
do vivo lejos del fascismo hacia la democracia. Por desgra­
cia, parece haber dej ado atrás a algunos de sus ciudadanos .
En cada sociedad, en el este y oeste, norte y sur, hay lu­
chas como en la mía. Son necesarias para una regeneración
de la sociedad . Los asuntos concernientes son antiguos y uni­
versales. Mi lucha ha tomado una forma particular a causa
de mi persona y de la especial historia de mi país. Para en­
tenderme a mí y a mi historia necesitamos ir a más de cien­
to sesenta kilómetros al sur de Moscú, a las orillas del mar
Caspio.

18
CAPÍTULO 2

UN CHICO DE BAKÚ

La gente que procede de Bakú se siente excepcionalmente or­


gullosa del lugar. Esto ha sido observado a menudo por los
visitantes . Hacia la época en que nací, en 1 96 3 , el explorador
Laurens van der Post describía una conversación con un hom­
bre del lugar : «Como todos los naturales del Azerbaiján que
me encontré, estaba profundamente orgulloso de Bakú . Esto
es algo que aún no había encontrado en mi viaje. Me había
topado con otras muchas formas de orgullo, como el orgullo
por la grandeza de la Unión Soviética y sus éxitos técnicos,
pero esta intensa conciencia metropolitana era nueva para mí.»
A ningún visitante de Bakú se le permite escapar sin dar un
paseo alrededor del parque Kirov en la parte alta de la ciu­
dad, cerca de la nueva torre de televisión y del hotel Moscú,
al que se llega por las vías de un funicular que trepa por la
colina. Allí se domina la amplia bahía en forma de media luna
y las azules aguas del mar Caspio, el atareado puerto, las lim­
pias calles bien construidas con fuentes, flores y esculturas
y el ancho paseo marítimo. ¿No es igual que Nápoles ?, pre­
guntamos. El visitante es demasiado educado para contrade­
cirnos.
Pero nuestro orgullo no radica sólo en el aspecto físico del
lugar, sino en el carácter especial de la gente. Un escritor so­
viético, Bretanickij , ha captado el espíritu de Bakú como una
ciudad del sur y relaciona la personalidad de su gente con
los que viven alrededor del Mediterráneo. Van der Post tam­
bién lo vio así, y quizá esto ayude a explicar por qué yo soy
tan diferente del austero estereotipo de ruso familiar que se
tiene en el oeste. «Consecuentemente y en cada forma demos­
trable, esta orilla sudoeste del Caspio era parte de la Unión
Soviética, pero en mi mente no había duda de que por instin-

19
to e intuición sus lealtades se inclinaban a la forma medite­
rránea. Repetidamente me encontré con una amplitud de ade­
manes y una personalidad que me hizo pensar más en la tie­
rra de Mario que en algo ruso o asiático . La esencia del
hombre de este mundo, como yo le conocí, estaba en la creen­
cia en la belleza del gesto. La moralidad no era un sentimien­
to puritano o de las leyes del Antiguo Testamento, sino una
prolongación de la belleza; las estéticas internas se convierten
en conductas externas, los trapos y harapos no le preocupan.
Sólo la figura que él corta en su propio espíritu era impor­
tante : él sólo podía ser pobre si esa figura era fea o mezqui­
na. De hecho, la realeza estaba implícita en el hombre . . . »
He citado a este testigo extranjero porque es independien­
te y porque dice muchas cosas que son ciertas y reveladoras
sobre la atmósfera.en Bakú y sobre la gente que vive allí . Y
quizá su descripción explica algo de mi propia actitud en mis
luchas ante el tablero de ajedrez y todo lo que le rodea. É l
cita la palabra alamys para describir el profundo código del
honor personal que encontró en la vecina Georgia. En Rusia
tenemos la palabra nyespraverdlevos t, que se traduce tosca­
mente como un sentido de justicia . En mí esta característica
siempre ha estado muy desarrollada. Con ella va otro rasgo
que siempre ha sido evidente en mi familia, bezkomprom­
misny, que quiere decir «no compromiso». Entre los dos, estos
dos· conceptos guías me han traído tantas complicaciones en
mi vida como he descubierto en el tablero de ajedrez .
Mi madre encuentra estas cualidades en mi padre, Kim
Moiseyevich Weinstein, que murió cuando yo tenía siete años.
Era ingeniero, pero procedía de una familia de músicos. Su
padre era un compositor, un miembro de la Unión de Compo­
sitores, que formó el primer colectivo musical en Bakú . Hacia
1930 estaba encargado de la música de la radio en Azerbai­
ján y más tarde trabajó como director de ópera en la Socie­
dad Filarmónica. Su madre era una profesora de música . Su
hermano menor, mi tío Leonid, es hoy un compositor de cier­
to renombre. Ha escrito dos ballets, una ópera para niños y
muchas canciones. Parte de su música de orquesta y de cá­
mara ha sido estrenada y grabada en discos en Moscú . Fue
una gran sorpresa para su familia cuando mi padre decidió a
los diecisiete años no continuar en la escuela de música, por­
que era un violinista de talento y también tocaba el piano, y
se matriculó en la Facultad de Energía en la Universidad .
Energía era una elección natural, porque Bakú había sido
durante cien añ.os un centro de la industria petrolera. Muchas

20
de las refinerías estaban en manos extranjeras en la segunda
mitad del siglo XIX, todavía hoy quedan vestigios de las com­
pañías Nobel y Rothschild, especialmente en los edificios y
en las casas de los trabaj adores. A principios del siglo xx la
península Apsheron, en la que está Bakú, daba cuenta no sólo
de la mayoría de la producción del petróleo ruso sino de una
gran parte de la extracción mundial. Era tan vital para el es­
fuerzo bélico soviético que, en 1 94 1 , los alemanes hicieron
grandes esfuerzos para cortar el suministro . Su contribución
es mucho menor ahora, pero hay muchas industrias relacio•
nadas con el petróleo. Los campos petrolíferos de Bakú pro­
ducen un petróleo de gran calidad, bajo en sulfuro, que es
enviado para mezclar. Hasta la revolución del ayatollah Jo­
meini hubo mucho comercio a través de la cercana frontera
de Irán. De hecho, hay cerca de dos veces más gente de Azer­
baiján en Irán que en la misma república .
Desde 1 9 35 el petróleo se ha obtenido del fondo del mar
construyendo islas artificiales en mar abierto. Antes de esto
el área se notaba por sus llamas de petróleo, que todavía pue­
den verse a veces por la noche. En tiempos antiguos aquí
había adoradores zoroástricos del fuego. A causa de esto, Bakú
es conocida, al igual que Isfahan en Persia, como la «ciudad
de las luces eternas)). Marco Polo escribió sobre sus «fuegos
inextinguibles)). Yo había oído que estos chorros de gas aún
podían ser encendidos desde la tierra si se sabía dónde en­
contrarlos . Un día, después de mi primer encuentro con Kár­
pov, salí con unos amigos a dar una vuelta. Finalmente, cuan­
do logramos encender una llama de gas, yo salté gritando con
deleite : « ¡ Es mi fuego, mi fuego!))
El mar Caspio está rodeado de tierra, convirtiéndolo en el
lago más grande del mundo o mar interior, con un área de
9 0 000 kilómetros. La línea de la orilla ha cambiado mucho
durante mi vida. Cuando era niño recuerdo que el mar llega­
ba hasta la Torre de la Doncella, del siglo XI I , una señal que
se levanta como un enorme peón en la ciudad viej a de Bakú .
De hecho, la doncella de la historia se arrojó al mar desde la
parte más alta de esta torre porque fue forzada a casarse con
el gobernante local, el shirvan Shah, cuyo palacio todavía exis­
te. Hoy en día, hubiera caído en el cemento, porque el mar
se ha retirado unos cientos de metros de la torre. En cual­
quier caso ella estaba cometiendo un trágico error, porque la
leyenda local cuenta que su joven amante había matado al
shirvan Shah y estaba escalando la torre para dej arla en li­
bertad cuando ella saltó para matarse .

21
El salado mar Caspio proporciona mucho del mejor caviar
y esturión del mundo y la comida en Bakú es famosa. En
ocasiones especiales la mesa crujirá bajo el peso del caviar rojo
y negro, judías con nueces, tomates selectos y berenjenas re­
llenas con hierbas y ajo, esturión ahumado y arenques, len­
gua de buey, ensalada de cangrejo, carnes de pescado ahu­
madas, verduras mezcladas con hierbas, judías y remolacha,
kutabs (tortitas) con hierbas, pescado y carne revueltos, acei­
tunas negras, berenjenas, berros (mis favoritos ), perejil, sopa
doshbara seguida por shashlik o pescado asado. Un visitante,
viendo todo esto esparcido en mi campo de· entrenamiento,
me dijo una vez : «Así que esto es lo que usted quiere decir
sobre sus famosos entrenamientos de ajedrez en Bakú.» Uno
de mis entrenadores dij o al volver de un encuentro en ultra­
mar : «Hay de todo en los Estados Unidos, pero no tienen los
tomates de Bakú.»
Bakú ocupa un lugar especial en la historia de la Unión
Soviética. Revueltas en 1 90 3 y 1 905 entre los trabaj adores de
la industria petrolífera a causa de sus condiciones de vida cau­
saron agitación revolucionaria por todo el país. Gorki descri­
bió las condiciones : «Cuando pienso en la industria del petró­
leo, veo un oscuro infierno pintado por un artista de talento;
tuvo un efecto frustrante sobre mí. En medio del caos de la
torre de perforación, las barracas de los trabajadores se man­
tenían pegadas al suelo, largos barracones apresuradamente
levantados con piedras rojas colocadas una encima de otra,
tal como las encontraban; esos barracones se parecían mucho
a las guaridas del hombre prehistórico.»
Después de 1 9 1 7, Bakú fue sitiada por fuerzas contrarre­
volucionarias de rusos blancos, ayudados por los británicos,
alemanes y turcos. Veintiséis comisarios locales, que fueron
muertos a traición, ahora tienen un sitio venerado en el pan­
teón de los héroes de la ciudad . Fue cuatro años antes de
que Kírov y el ejército rojo condujeran a Bakú bajo el control
soviético. Ahora generalmente se cree que Stalin disparó con­
tra Serguéi Kírov en Leningrado, en 1 93 4, pero él todavía es
un héroe en Bakú y su nombre es honrado allí tanto como el
de Lenin . Hay una estatua en su memoria, en lo alto de la
ciudad, atrayendo a los marineros a la playa.
Mis raíces están en Bakú. Este conocimiento me da fuer­
za cuando voy fuera, a conquistar otros mundos, y me da
tranquilidad cuando vuelvo. Es difícil explicar exactamente lo
que esto significa para mí, porque Bakú es muchas cosas di­
ferentes . Contiene muchos contrastes . Es a la vez negra y do-

22
rada, negra por el petróleo, dorada por el algodón. Está en
contacto con el mundo antiguo y con el moderno, con blo­
ques de apartamentos trepando por la colina sobre los mina­
retes y mezquitas de la ciudad antigua. Está cerca de las ciu­
dades orientales de Sheki y Shemakha, que el mismo Ornar
Khayyam reconocería hoy como una reliquia de su mundo de
Las mil y una noches. Pushkin escribió un cuento sobre una
princesa Shemakha. La región ha sido gobernada por los per­
sas, árabes, turcos y, finalmente, rusos durante los últimos
quince siglos. Contiene docenas de nacionalidades, reflej adas
en muchas lenguas y en la diversidad cultural de sus edif!­
cios.
Arriba, en las colinas, mirando sobre las torres de perfo­
ración petroleras, están los salvajes venados caucasianos,
cuyas cornamentas son un rico premio para los cazadores, al­
gunos de los cuales vienen hasta de América. Antiguas artes
como tejer alfombras coexisten con el turismo moderno, un
contraste simbolizado en el Caravanserai, antes una posada
para mercaderes itinerantes de Bhukara, que ahora es el más
típico restaurante de Azerbaiján.
El tiempo, también, tiene violentos contrastes. En verano
es como la Riviera francesa, con doscientos días de sol, de­
masiado calor a veces para entrenarse en ajedrez, con fami­
lias paseando por las avenidas de olivos y palmeras como en
una noche mediterránea. Hay maravillosas playas de agua ca­
liente en Zagulba, al norte de la ciudad, emplazamiento de
mi campo de entrenamiento, donde han aparecido focas cerca
de la costa . En invierno el viento sopla sin piedad, silbando
alrededor de los grandes edificios y rompiendo cristales, re­
cordando a todos que la palabra Bakú originariamente quería
decir «ciudad de vientos». Ahora es la cuarta ciudad más gran­
de de la Unión Soviética, con mucho más de un millón de
habitantes. Pero se ha extendido tan ampliamente y ha creci­
do de una manera tan desordenada, como una planta salvaje,
que trata de retener el calor y la escala humana que falta en
otras ciudades.
El padre de mi madre, Kaspárov, se graduó en el Institu­
to Industrial en 1 935 y se convirtió en una prominente figura
en la producción del petróleo y su extracción . Durante los tres
últimos años de su carrera fue ingeniero jefe, encargado de
toda la producción petrolífera del mar alrededor de Bakú . Su
madre se graduó en el Instituto Económico de Moscú el
mismo año, pero tuvo que dedicar l� mayor parte de su vida
a educar a sus tres hijas. Los Kaspárov son armenios y los

23
Weinstein judíos, así que yo soy mitad y mitad . Me imagino
que los Kaspárov originariamente debían de haber venido de
Armenia, a través del Cáucaso, pero han estado en Bakú du­
rante muchas generaciones . Mi tío Leonid cree que los Wein­
stein posiblemente llegaron a Bakú procedentes de Alemania
en la época de la gran avalancha del petróleo del siglo XIX,
pero esto es pura especulación a causa del nombre. Mi bisa­
buelo paterno murió cuando mi abuelo tenía sólo cuatro años,
en el caos del período revolucionario, así que tenemos poca
información sobre los orígenes de este lado de la familia. Ni
siquiera estamos seguros de dónde está su tumba.
Mi padre y mi madre se encontraron por primera vez en
un Instituto de investigación, donde él trabajaba en un labo­
ratorio. Después de graduarse, ella era ingeniero electrónico,
especializada en armas automáticas y telemecánica. Más tarde
fue jefe de investigación y secretaria científica en otro institu­
to en Bakú hasta que dejó de trabajar la jornada completa
para ayudarme en mi carr�ra de ajedrecista en 1 98 1 . Aunque
sólo tenía dieciocho años, ya era un gran maestro, había sido
campeón mundial junior y me había unido al equipo a la ca­
beza de la liga soviética, así que por entonces estaba claro
que el ajedrez iba a ser mi profesión.
El recuerdo de mi padre es vago puesto que yo era muy
pequeño cuando murió. Todavía llevo una fotografía de él a
todas partes en mi cartera. Inevitablemente, lo considero como
un héroe o un santo. Su cara se parece mucho a la mía, ex­
cepto la nariz. Es un rostro fuerte y bello. Todo el mundo
dice que era un hombre de firmes principios, de modo que,
quizá, yo he heredado la testarudez de él. Mi madre afirma
que su carácter era una mezcla del mío y el de mi tío Leonid,
que es más alegre, abierto y sociable, alrededor del cual siem­
pre hay muchas risas y buen humor. La gente dice que soy
igual que mi padre cuando hablo por teléfono o gesticulo .
Como yo, solía estallar por alguna cosa que luego olvidaba
rápidamente. Como dicen en Azerbaiján, nunca guardó una
piedra escondida en sus ropas . Como yo, él no podía decir
cosas que no sentía sólo por el efecto que pudieran ocasionar.
Estuvo recibiendo tratamiento médico en Moscú durante
muchos meses antes de que finalmente muriera de cáncer de
pulmón a la edad de treinta y nueve años . Yo estuve con mis
abuelos Kaspárov durante este tiempo y después de su muer­
te. Mi padre no quería que yo le viera durante el final de su
enfermedad porque no quería que le recordara de esa mane­
ra, y también creía que podía asustarme.

24
Yo comprendía que algo anormal estaba sucediendo, pero
no sabía qué . Creía que quizá estaba en un viaje de trabajo,
aunque podía ver que mi madre estaba profundamente preo­
cupada y que no era feliz . Mi madre había ido a ver a mi
profesora, Rosa Azatorovna, para explicarle que ella tenía que
estar en Moscú con mi padre y que por favor cuidase de mí .
Poco antes de su muerte, mi padre fue a mi colegio a ver a
Rosa y le pidió que se preocupase mucho de mí. Ella le dijo
que debía estar contento de tener un hijo tan bueno y él le
dio las gracias . No me llevaron a su funeral porque la familia
creyó que me encontraría demasiado desconcertado, como el
chico en la primera escena del Doctor Zhivago de Pasternak.
A la gente no le gustaba hablarme directamente de la
muerte de mi padre, y creo que yo quería esconderme a mí
mismo su completo conocimiento . Así que se convirtió en un
tema prohibido. Tenía miedo de preguntar. Continuaba hablan­
do sobre mi padre como si todavía estuviera vivo, casi desa­
fiando a la gente a que me dijera la verdad que yo conocía
en mi corazón . Mi profesora nunca se refería a ello, porque
sabía que podía ser penoso para mí. Pero un día le llevé una
fotografía mía y la comparé con una de mi padre a la misma
edad, de modo que ella supiese que estaba preparado para
hablar de mi padre. El día internacional de la mujer, el mes
de marzo justo antes de mi octavo cumpleaños, envié a mi
madre una postal de felicitación porque sabía que mi padre
siempre lo hizo cada año y que ya no podría hacerlo más . No
quería que ella fuera la única mujer en la Unión Soviética que
no fuera felicitada por sus hombres en ese día. En mi nervio­
sismo confundí el texto de la postal. Clara, conocida por sus
íntimos amigos en Bakú como «Aida», se dedicó a mí y me
impregnó con su gran entusiasmo por la vida.
Aunque murió demasiado joven, mi padre también supu­
so una influencia importante en mi vida y en especial en mi
educación. Acostumbraba enseñarme geografía e inculcó en
mí un interés que todavía poseo por el ancho mundo . Cuan­
do tenía cinco años se presentó ante mí con un gran globo y
me explicó los famosos viajes de Magallanes, Colón y Marco
Polo. Nuestro juego favorito era seguir las rutas que aquellos
viejos exploradores habían tomado. Como resultado de esto
en el colegio siempre tuve altas puntuaciones en geografía.
También desarrollé un temprano interés por la historia,
especialmente la de la antigua Roma, y los reyes y reinas de
Francia, España e Inglaterra . Leí un libro sobre Napoleón
cuando era muy joven y me produjo una gran impresión.

25
Siempre quería leer sobre personajes fuertes que habían for­
jado su propio destino; de hecho todavía lo hago .
Una vez, durante una gira por España, sorprendí a Ray­
mond Keene, el gran maestro británico, por mis conocimien­
tos sobre los viajes de Aníbal y la historia de las guerras pú­
nicas, tema en el que él es un experto . Estos intereses se los
debo a mi padre.
Mis padres tenían que decidir, cuando yo aún era un niño,
si debería cursar estudios especiales de música, como espera­
ba la familia de mi padre. É l no veía sentido en esto a menos
de que yo tuviera aptitudes para ello. Sabían que tenía talen­
to para el análisis. Todavía estaban discutiendo sobre qué afi­
ción debían animarme a seguir cuando mi habilidad para el
ajedrez emergió repentinamente, clara como el cielo azul .
Nadie lo esperaba. Mi madre dice que fue como si Dios hu­
biera hablado justamente en el momento oportuno . Mi padre
no era un gran jugador, pero mi madre había mostrado una
precoz habilidad por el juego a los seis años. Era considera­
da una wunderkind y jugaba con niños e incluso con hom­
bre s . Pero era el principio de la guerra y nadie prestaba
mucha atención al ajedrez. En esos horribles días sólo se pen­
saba en cómo conseguir comida.
Una tarde de primavera, poco antes de mi sexto cumplea­
ños, mis padres estaban tratando de resolver un problema de
ajedrez en el periódico, propuesto por el viejo maestro Abra­
mian. Yo nunca había jugado al ajedrez, pero los miraba aten­
tamente mientras se esforzaban en resolver el problema y al
final abandonarlo desesperados. A la mañana siguiente les
mostré un movimiento que resolvía el problema . Se quedaron
atónitos . Después de desayunar mi padre sacó un juego de
ajedrez y me enseñó los movimientos y anotaciones. Aunque
antes nadie me había enseñado, conocía el tablero de ajedrez
de memoria. «Si sabe el final del juego, sería mejor enseñarle
el principio», dijo mi padre, enseñándome las reglas de aper­
tura. Medio año después pude vencerle. A los seis años esta­
ba siempre jugando. Desafiaba a todos los amigos que venían
a casa. Algunos de ellos todavía recuerdan con orgullo que
me ganaron cuando yo tenía seis años .
Por qué algunas personas se convierten .en campeones de
ajedrez y otros no es más misterioso y difícil de explicar que
cualquier cosa en el tablero de ajedrez . De hecho, la verdade­
ra naturaleza del genio del ajedrez es incluso más difícil de
precisar que la del escurridizo Campomanes, pero intentaré
estas dos imposibles tareas en posteriores capítulos. Como yo,

26
algunos campeones empezaron muy pronto . El ejemplo más
famoso fue el campeón mundial cubano, José Raúl Capablan­
ca, que aún no tenía cinco años cuando vio a su padre hacer
un movimiento erróneo y se lo hizo notar. Sammy Reshevsky,
el polaco nacionalizado estadounidense, que fue un aspirante
al campeonato mundial de 194 8 , fue también un famoso aje­
drecista prodigio, empezando a los cuatro años y jugando en­
cuentros contra grandes maestros en Europa y los Estados
Unidos a la edad de ocho años. Otros dos campeones mun­
diales, Max Euwe y Alexander Alekhine, empezaron a los cinco
y siete años.
Nigel Short, el jugador británico que está destinado, en
mi opinión, a ser pronto el principal gran maestro de occi­
dente, también empezó a los seis años y venció a Victor Korch­
noi en una partida simultánea a los ocho años . De hecho, su
carrera ha ido muy paralela a la mía, venciendo a grandes
maestros a los doce años, convirtiéndose en campeón nacio­
nal a los trece y ganando una competición internacional en
mi propia ciudad natal de Bakú a los dieciocho, uno de los
pocos occidentales que ha ganado un torneo en suelo soviéti­
co. Todo lo que ahora parece haber entre Nigel y la posibili­
dad de la corona mundial es el desgraciado hecho de que el
destino le ha traído a este mundo, ¡ sólo dos años después de
Kaspárov !
El mismo Korchnói, el último más famoso desertor juga­
dor de ajedrez soviético, también empezó a los seis años. Su
madre era una pianista, que cultivó otros aspectos interesan­
tes sobre el genio del ajedrez, ya que la música, las matemá­
ticas y el ajedrez, tres de los más hermosos logros de la mente
humana, suelen agruparse. Una habilidad por uno parece estar
acompañada por una aptitud por una de las otras por lo
menos.
En mi propio caso, es verdad que encontré las matemáti­
cas bastante sencillas en el colegio, e incluso disfrutaba con
los problemas, tanto que uno de mis profesores fue tan ama­
ble que quiso darme clases extras para desarrollar este talen­
to a un nivel más alto, cosa que mi madre no permitió. Ella
consideraba que la combinación de matemáticas y ajedrez
tenía pocas probabilidades de producir un completo ser hu­
mano e insistió en que estudiara literatura. Estoy seguro de
que tenía razón.
Kárpov tuvo un problema similar, pero lo resolvió de di­
ferente manera . Al principio se matriculó en la Facultad de
Matemáticas y Mecánica en la Universidad de Moscú, pero

27
no era posible combinar este exigente curso con la carrera de
ajedrecista, así que se cambió a la Facultad de Económicas .
Quizá esto e s e n parte l a razón d e por qué hemos resultado
ser personas tan diferentes, con estilos tan distintos ante el
ajedrez y la vida. Nuestras diferencias, por supuesto, también
eran heredadas.
Mi tío Leonid, un distinguido compositor, cree que podía
haber desarrollado la afición por la música demostrada por
parte de la familia de mi padre. Basa su opinión en un con­
cierto al que me llevó a la recargada y llena de hojas doradas
Sala Filarmónica, en Bakú, cuando yo era niño ; cuando oí
Guía de Orquesta de un joven de Benjamin Britten, reaccioné
con gran entusiasmo infantil al sonido de cada uno de los
instrumentos. Me gusta mucho la música, pero no he tenido
tiempo de aprender a tocar ningún instrumento. Otros creen
que podría haber sido un científico o un diplomático, pero
dudo bastante de tener el temperamento adecuado.
Mi opinión es diferente, y quizá sorprendente. Creo que si
no me hubiera convertido en campeón de ajedrez, podría haber
desarrollado una habilidad literaria. En mi corazón soy un
poeta, un hombre de instintos y sentimientos, por lo menos
así es como me gusta verme. Esto sólo sorprende a la gente
que cree que el ajedrez es esencialmente una actividad cientí­
fica, jugada por computadoras humanas. Como espero demos­
trar en este libro, el ajedrez también implica cualidades de
imaginación y creatividad, incluso fantasía, que son igualmen­
te importantes al más alto nivel.
A diferencia del ajedrez o la afición musical, el genio lite­
rario no emerge normalmente en la infancia . No hay adoles­
centes Tolstóis o Pushkins en cochecitos , y por una buena
razón. Las grandes formas de escritura, como la novela, re­
quieren conocimiento del mundo y alguna experiencia de las
relaciones humanas (aunque un don sin estropear por el len·
guaje poético se puede encontrar en niños ) . La música, las
matemáticas y el ajedrez, a causa de su naturaleza abstracta,
no requieren esta clase de experiencia. Así encontramos a Mo­
zart componiendo a los seis años, a un chico llamado Kim
Ung-Yong en Corea del Sur realizando cálculo integral a los
cuatro años, a Capablanca venciendo al mejor del Habana
Club de Ajedrez a los cuatro años, y a Kaspárov retando a su
tío al backgammon a la misma edad . ¡ Mi madre tiene una
fotografía como prueba!
El lingüista y filósofo norteamericano George Steiner, que
fue testigo de la victoria de Bobby Fischer sobre Boris Spassky

28
en el encuentro del campeonato mundial en Reykjavik en 1 972,
adelantó después la teoría de que la habilidad para el aje­
drez, la música y las matemáticas están relacionadas con una
poderosa área estrechamente especializada de la corteza del
cerebro humano . Esto puede, de algún modo, ser puesto en
funcionamiento en la vida de un niño muy pequeño, y sugie­
re que puede desarrollar un aislamiento del resto de la psi­
que . Esta teoría explicaría al niño virtuoso o al maestro de
ajedrez de menos de veinte años que en todos los otros asun­
tos es inmaduro social y sexualmente.
Cuando yo tenía siete años, me llevaron al Palacio de Jó­
venes Pioneros en Bakú para una especial instrucción en aje­
drez y a los diez fui a la escuela Botvinnik, dirigida por el
gran maestro soviético y antiguo campeón mundial . Pero las
lecciones de ajedrez sólo eran dos veces por semana . El resto
del tiempo iba a un colegio en Bakú, la Escuela 1 5 1 , y apren­
día las otras materias . El colegio se llamaba como una famo­
sa chica partisana soviética, Zoja Kosmodemjanskya, que se
convirtió en heroína nacional cuando la mataron los invaso­
res alemanes cerca de Moscú . Recuerdo que cuando estaba
en el segundo grado, a los ocho años, teníamos una clase de
competición y yo era el capitán de nuestro equipo. Mi tarea
consistía en hacer una lista de los cuentos de hadas que co­
nocía; recordé veintiuno, lo que muestra que mi memoria era
muy buena desde temprana edad . Era muy bueno en álge­
bra. Era el primero de los cuarenta y seis alumnos de la clase,
pero un chico llamado lgor era mi principal rival .
Otra profesora que fue muy importante para mí fue Ale­
xandra Pavlovna, que es ahora directora del colegio. Trato de
ir a ver a mis profesores antes y después de cada torneo . Re­
cientemente encontraron algunas de las redacciones que es­
cribí cuando era niño, y al leerlas ahora parecen interesantes
(y a veces embarazosas ) . A los siete años decía que quería
ser un ciruj ano militar para salvar las vidas de los soldados .
No sé si inconscientemente estaba influido por la enfermedad
de mi padre y su estancia en el hospital . Quizá, a mi infantil
manera, estaba pensando que si fuera un méd�co podría haber
·

salvado su vida .
Empecé a ir al extranjero a jugar torneos de ajedrez desde
los trece años. Cada vez comentaba el país que iba a visitar
con el profesor, y a mi vuelta contaba a los otros alumnos lo
que había visto con mis propios ojos. Alexandra me recuerda
que cuando hice mi primera visita a Francia, no podía deci­
dir lo que ansiaba más, si ver el bello París, la llamada capi-

29
tal de Europa, o luchar por el honor de mi patria. Solía vol­
ver tan lleno de impresiones que no podía dormir. Mi mente
infantil estaba muy impresionada, por ejemplo, por el hecho
de que todo el mundo podía sentarse en la verde hierba en
París . Allí no había reglas .
Solía comparar Bakú con las otras ciudades, en algunos
aspectos para desventaja suya, porque veía lo bueno y lo malo
en todas partes . Esto, ocasionalmente, me causó problemas
cuando hablé más tarde en una reunión de alumnos, profeso­
res y padres, algunos de los cuales dijeron que era desleal
criticar las cosas de nuestro propio país, o admirar las de
otros lugares . Yo siempre creí que debía ser honesto sobre
nuestros propios problemas y estar dispuesto a modernizar y
mej orar nuestro país donde fuera necesario para solventar
estos problemas . Para mí, el saber es el secreto de la vida .
Nunca podía disimular lo que pensaba.
En una redacción escolar, escrita a los catorce años, digo
que la vida es una lucha por la belleza y amabilidad. De acuer­
do con esta filosofía adolescente, cada profesión ha de ser juz­
gada por el grado en que contribuye a estos fines . Los cientí­
ficos, los profesores y los artistas obviamente tienen éxito en
esta prueba, porque abren el conocimiento o belleza a los
otros . Digo que cada uno debe definir lo que será y lo que
hará con su vida. En mi caso, digo que desde los siete años
había tenido claro que el ajedrez sería mi vida . Al principio
era sólo un entretenimiento, pero ahora no puedo imaginar
mi vida desconectada del ajedrez. Deja poco tiempo para otras
cosas, exigiendo toda mi salud, fortaleza y fuerza de volun­
tad. Digo que disfruto con el ajedrez de la misma manera que
un músico disfruta tocando el violín o el piano o un pintor
encuentra satisfacción en pintar un cuadro.
Es evidente por esta redacción que los grandes ideales que
hoy aprecio, la visión deportiva y artística que trato de repre­
sentar en el ajedrez, estaban inculcados en mí desde la niñez
y no es algo que inventé más tarde para atacar a Campoma­
nes y a aquellos que están tratando de degradar el juego. In­
sistí, incluso a esa temprana edad, en que el público aficio­
nado anhela algo diferente del juego estrictamente lógico, algo
imprevisible o inusual. y ésta es la verdadera belleza del aje­
drez . Escribí que en el ajedrez se unían las mejores cualida­
des de la inteligencia y la imaginación en una persona, y que
era bueno para el desarrollo del carácter.
Hay una referencia a Stefan Zweig en esta redacción, lo
que sugiere que yo ya estaba bajo la influencia embrujadora

30
de su cuento corto ccEI real juego¡¡, en el cual escribe sobre la
eterna magia romántica, el misterio y la belleza del ajedrez .
cc¿Pero no es una construcción ofensivamente limitada lla­
mar juego al ajedrez ? Acaso no es una ciencia, una técnica,
un arte que oscila entre estas categorías como el ataúd de
Mahoma lo hace entre el cielo y la tierra, y al mismo tiempo
es una unión de todos los conceptos contradictorios ; es pri­
mitivo aunque todavía nuevo ; mecánico en operación aunque
efectivo sólo a través de la imaginación ; moviéndose en un
espacio geométrico aunque sin límites en sus combinaciones ;
siempre desarrollándose aunque estéril; una reflexión que no
conduce a nada ; matemáticas que no producen resultados ;
probado por la evidencia, más duradero en su existencia y
presencia que todos los libros y logros ; el único juego que
pertenece a todas las gentes y a todas las edades ; del cual
nadie conoce la divinidad que otorgó en el mundo : matar el
aburrimiento, avivar los sentidos, alegrar el espíritu . Se bus­
can sus principios y sus fines. Los niños pueden aprender sus
simples reglas, los zoquetes sucumben a su tentación, aun­
que su inmutable y apretado cuadrado crea una particular es­
pecie de maestro que no se puede comparar con ningún otro,
personas destinadas a jugar solas, genios específicos cuyas
visiones, paciencia y técnica son operativos a través de una
distribución no menos precisamente ordenada que en los ma­
temáticos, poetas, compositores, sino simplemente unidos en
un nivel diferente.))
En otra redacción escolar, ésta escrita a los doce años,
rindo homenaje a las personas que más me han ayudado en
mi vida : principalmente, por supuesto, a mi madre y a Bot­
vinnik, mi gran profesor de ajedrez . Sobre mi madre escribí :
ccElla tuvo una gran parte en mi vida. Me enseñó a pensar y
a trabajar independientemente. Me enseñó a analizar mi con­
ducta. Me conoce mejor que nadie porque discuto todos mis
problemas con ella, problemas escolares, de ajedrez, de lite­
ratura. Me enseñó a amar la belleza, a tener principios , a ser
honesto y sincero.)) Sobre Botvinnik decía : ccHa ayudado al
desarrollo de mi voluntad y de mi carácter . El comunicarme
con este hombre inteligente, este jugador de ajedrez y cientí­
fico, me ha hecho examinar detenidamente las cosas. Pedía
mucho de mí. Pedía dedicación al ajedrez y al trabajo. Me en­
señó a continuar mirando y a encontrar, a dudar, a abandonar
y a volver a mirar una y otra vez. Gracias a esto, he apren­
dido muchas cosas útiles.» Sólo tenía la mitad de mi edad
actual cuando escribí esto, pero no lo podría mejorar ahora .

31
Me enamoré del poema de Lérmontov «Los demonios» y
de los versos de Pushkin. Mi tío Leonid me enseñó a amar
las historias de O. Henry, de Robert Louis Stevenson y Jero­
me K. Jerome. Solía leer a Conan Doyle y a Kipling, y más
tarde a Jack London y a J . R. R. Tolkien. Mi madre me leyó
traducciones rusas de Byron, Burns y Shakespeare. Conocía­
mos las historias de Robín Hood y de Ricardo Corazón de
León. Me pregunto por qué los ingleses no aprenden tanta
historia rusa como nosotros estudiamos la de ellos. Fue por
aquella época cuando desarrollé un gran interés por los tra­
bajos de Bulgákov, especialmente por su gran obra maestra,
El maestro y Margarita, que sólo se publicó en la Unión So­
viética hacia 1 960, más de veinte años después de su muerte.
Es un cuento al estilo de Fausto acerca del demonio que se
aparece en el Moscú contemporáneo. Mi madre me enseñó a
amar el teatro. Lo que más busco en las artes es la pasión.
Si no está presente en una obra de arte o en una representa­
ción, en seguida me aburro .
Una vez, cuando sólo tenía ocho años, dejé estupefacto al
director adjunto del colegio, que entró en una clase. Estába­
mos estudiando las canciones revolucionarias de Radin, es­
critas a finales del siglo XIX. Yo estaba diciendo que había
leído un cuento de este autor, sobre un viajero que va de San
Petersburgo a Moscú y que describe las condiciones feuda­
les que se encuentra en su viaje. En realidad estaba confun­
diendo a Radin con Radishchev, un escritor de finales del si­
glo XVI I I , pero yo seguía insistiendo en que tenía razón y re­
pitiendo la historia con detalles gráficos. El director adjunto
preguntó después a mi profesor : «¿ Es éste un chico normal?»
El profesor dij o : «Sí. es normal. Lo que pasa es que sabe un
montón de cosas .» Rosa le contó a mi madre que preparaba
sus clases cuidadosamente porque notaba que yo podía seña­
lar cuándo cometía un error. Decía que a veces no se atrevía
a mirarme directamente a los ojos en clase por no ver mi mi­
rada desaprobadora.
Pero estoy contento de decir que no siempre fui un mode­
lo tan insufrible de alumno. Mi mejor amigo del colegio era
un chico llamado Vadim Minasian, un vecino armenio que
sigue siendo mi amigo y viene a ver mis encuentros cuando
puede. Después del colegio, estudió geografía en el Instituto
de Geofísica y ahora es ingeniero. Juntos nos metimos en mu­
chas peleas escolares, yo reñía y peleaba como cualquier otro
chico. Algunas de mis aventuras tuvieron algo que ver con el
fuego; en una ocasión, por ejemplo, encendimos un fuego en

32
el suelo de piedra de la Sala de Conciertos del colegio y saltá­
bamos sobre él para demostrar nuestro valor y forma física a
los otros alumnos, especialmente a las chicas. Aunque no
sabía bailar (en realidad todavía no sé), ¡ estaba bailando una
danza del fuego ! Era un corredor rápido y un buen saltador,
pero demasiado impulsivo para aprender los movimientos for­
males del baile.
Aunque estaba ausente bastante tiempo a causa del aje­
drez, no tuve dificultades para seguir las clases , porque por
naturaleza era muy rápido y podía ponerme al día con el tra­
bajo en una noche. En una ocasión, sin embargo, me compa­
decí de mis compañeros cuando nos amenazaron con un exa­
men extra de matemáticas que nadie quería hacer. Así que
nos deslizamos dentro de la sala de profesores y sacamos clan­
destinamente la lista de preguntas en mi cartera. Luego la
quemamos ceremoniosamente en el patio. A causa de mi ener­
gía y osadía los otros chicos recurrían a menudo a mí para
encabezar alguna broma. Una vez había de tener lugar una
fiesta en el colegio para conmemorar nuestra graduación, pero
a causa de que éramos menores de edad (dieciséis o diecisie­
te años) se suponía que no beberíamos bebidas alcohólicas .
Sin embargo, logré apoderarme de una botella de vodka y ofre­
cí compartirla con uno de los padres . En ese momento se oyó
al director del colegio por el pasillo, de modo que todos los
chicos huimos horrorizados, dejando al pobre hombre, que era
un activo miembro del comité de padres, con la botella de
vodka en la mano mientras el director entraba, causando a
ambos el lógico embarazo.
Las chicas no impresionaron mi mente muy fuertemente
hasta los dieciséis años más o menos. De hecho, siendo sólo
un niño, era bastante desdeñoso y quizá me daban un poco
de miedo. Mi madre recuerda que estando en una parada de
autobús un día conmigo, yendo a visitar al tío Leonid, yo dije:
«¿ Por qué las chicas pasan tanto tiempo estudiando sus lec­
ciones? ¿ Por qué son gente tan limitada? Las odio .» Cuando
cuenta esta historia añade entre carcajadas : «Sólo seis meses
más tarde se enamoró por primera vez, aunque no por úl­
tima.»
Cuando estaba en el tercer curso, con ocho o nueve años,
una niña pasó una nota para mí por toda la clase. Cuando
me llegó, la abrí y leí : « ¡ Te quiero ! ¡ Deseo casarme contigo !»
Lamento que mi respuesta no fuera nada galante, diciendo
que no estaba interesado en su estúpida boda . Por desgracia
o quizá no, según las circunstancias, esta nota fue intercepta-

33
da por Rosa, la profesora, antes de que rompiera el corazón
de mi admiradora . Rosa le contó luego a mi madre esta in­
fantil pasión .
Cuando finalmente me enamoré, fue típico que lo hiciera
al ciento por ciento, no de una forma pusilánime. La chica
era más joven y estaba en otra clase, así que necesité atraer
su atención de una manera que me hiciera aparecer de una
forma favorecedora. Arreglé con mis amigos para manipular
la situación. Ellos pretenderían amenazarla en el patio - era
a principios de verano - y yo aparecería en la escena como
un heroico guerrero para salvar a la doncella en apuros. Fun­
cionó a las mil maravillas . Para declararle mi amor lancé un
despliegue de fuegos artificiales, incluyendo cohetes, que todo
el mundo aún recuerda. Era siempre extremista, todo o nada.
¡ No uno que esconde su luz bajo un celemín !
Cuando tenía nueve años me operaron de apendicitis . Mi
tío Leonid me llevó al hospital y volvió a primera hora, al día
siguiente, para ver cómo me recuperaba de la operación. Cuan­
do vio mi cama vacía se alarmó . La enfermera le llevó a la
sala de los doctores y dij o : «No se preocupe, está bien . Mire
ahí.» Leonid miró y vio que estaba juganto una partida si­
multánea de ajedrez con los diez doctores .
El pobre tío Leonid fue la única persona a mi lado en una
anterior crisis médica, cuando tenía cinco años y me tragué
una moneda de veinte kopeks. Mi abuela le llamó porque mis
padres estaban trabajando y él, al ser un compositor, traba­
jaba en casa. Me llevó al hospital, donde una radiografía mos­
tró que la moneda estaba en mi estómago. ¿Qué se podía
hacer? La respuesta c;iel médico fue simple : «Llévelo al lava­
bo y espere.» Tres horas más tarde, la moneda salió.
Leonid también había de acudir en mi ayuda en uno de
los primeros encuentros de ajedrez cuando tenía siete u ocho
años, cuando estaba jugando con un hombre de cincuenta .
Cometí un error en el tablero. Después dije a mi oponente :
«Si pudiera hacer este movimiento de nuevo, le ganaría.» Lo
decía tristemente a causa de mi error, pero el hombre lo en­
tendió mal y creyó que quería cambiar el movimiento y em­
pezó a pelear conmigo . Leonid tuvo que intervenir físicamen­
te para salvarme de la paliza.
Cuando tenía diez · años los médicos empezaron a preocu­
parse por mi corazón . Dijeron a mi madre que era importan­
te que no me resfriara porque eso podría cansar mi corazón,
así que ella siempre llevaba una jeringa para inyectarme cada
veintiocho días con una vacuna antibiótica. Tenía que llevar-

34
la a los lugares en que me entrenaba, a veces en lo alto de
las colinas, donde no había médico. De modo que ella era mi
madre, mi padre y mi médico a la vez . En ocasiones incluso
inyectaba a mis entrenadores . El doctor dijo a mi madre que
debía abandonar las competiciones de ajedrez a causa del es­
fuerzo, pero ella sabía que era vital para mí tener este interés
después de la muerte de mi padre. Este régimen siguió hasta
los catorce años, entonces volví a la vida normal, nadando,
jugando al fútbol, a badminton, montando en bicicleta. No
he tenido desde entonces ningún problema.
Después del colegio fui al Instituto de Lenguas Extranje­
ras en Bakú, o para darle su título formal, el Instituto Peda­
gógico de Lenguas Extranjeras de Azerbaiján, que en 1 97 3 se
convirtió en una academia aparte. En el colegio cada uno de
mis profesores había aconsejado a mi madre que debía conti­
nuar con su asignatura, especialmente matemáticas y litera­
tura . Pero decidimos que los idiomas serían un complemento
más valioso para mi formación como jugador de ajedrez . Ya
que los torneos me llevaban muy a menudo al extranjero,
podía combinar mis estudios con mi trabajo. Era afortunado,
ya que el Instituto de Bakú es uno de los más avanzados en
la Unión Soviética, con todas las más modernas ayudas téc­
nicas en el laboratorio de idiomas, incluyendo los últimos apa­
ratos para lingüística aplicada y fonética experimental. La
fuerza conductora detrás del trabajo del Instituto, desde su
separación, ha sido nuestra rectora, la profesora Z. N. Ver­
dieva, que no es solamente una enérgica administradora y la
editora de un diccionario inglés en cuatro volúmenes, sino
también, si se me permite decirlo, una mujer sorprendente­
mente atractiva de cabello negro como el azabache.
Hay más de dos mil estudiantes en el Instituto, unas tres
cuartas partes aprendiendo inglés . Yo mismo me especialicé
en inglés, pero también estudié alemán. La memoria que había
desarrollado en el ajedrez obviamente me ayudó para estu­
diar el vocabulario, de manera que podía ponerme al día en
el trabajo muy rápidamente después de haber estado ausente
jugando en torneos. El inglés que aprendíamos en el Institu­
to era el llamado London English, que no quiere decir el dia­
lecto cockney, sino el inglés estándar, el inglés de la reina.
En otra s palabras, no aprendíamos inglés norteamericano. De
hecho, a veces me cuesta entender las expresiones america­
nas de la televisión hasta que me acostumbro a ellas . Mu­
chos de los graduados en el Instituto se convierten en profe­
sores de idiomas, sobre todo en áreas rural� s . Me fue permi-

35
tido prolongar mi curso un tiempo más a causa de mis
frecuentes ausencias, especialmente los cinco meses del ma­
ratón del campeonato mundial en Moscú contra Kárpov en el
invierno 1 98 4- 1 98 5 . Finalmente me licencié el pasado año con
un diploma rojo, que significa que había obtenido excelentes
puntuaciones en todas las materias . También significaba que
estaba cualificado como profesor de idiomas . ¡ Por si alguna
vez sucede que no tengo futuro en el ajedrez !
No era el único deportista en el Instituto en Bakú, que
también presume de haber enseñado a Rizvan Seidaviev, el
boxeador y maestro del Deporte, y a una de nuestras mejores
jugadoras de tenis, Natalya Gishiyan. El Instituto proporcio­
na muchas facilidades para el deporte, música, danza, teatro
y gimnasia, así como conferencias para los futuros profeso­
res en la ideología y el espíritu del comunismo . Como en el
colegio, vuelvo tan a menudo como puedo al Instituto para
hablar sobre mis aventuras como jugador de ajedrez .
En parte es una muestra de mi gratitud, no sólo por el
entrenamiento que me dieron, sino también por la tolerancia
que demostraron al permitirme ausentarme tan frecuentemen­
te en el curso de mi carrera como jugador de ajedrez y exa­
minarme más tarde. En una ocasión, llamado por un confe­
renciante, me pidieron que fuera a la parte delantera de la
clase para hablar, pero varias chicas bloquearon mi camino.
Siendo demasiado tímido para pedirles que se apartaran,
causé risas al saltar sobre los bancos para llegar a la pizarra .
Mis condiscípulos siempre me enviaban mensajes de apoyo
en mis encuentros . Incluso la rectora, que no juega al aje­
drez, apareció un día en Moscú sentada junto a mi madre
durante el campeonato mundial . En la ciudad casi todo el
mundo conoce mi cara ahora, y los extranjeros a menudo me
paran para hablarme en la calle. Estaban vitoreando en la
plaza Maiakovski el día que gané el título mundial, porque
sabían que no sólo lo estaba ganando para mí, sino también
para Bakú. Además, el equipo de fútbol lo estaba haciendo
tan mal que necesitaban alguna otra victoria que celebrar.
La gente se muestra desconcertada por haber cambiado
mi apellido de Weinstein en Kaspárov hacia los once años y
creen que lo hice para disfrazar mis antecedentes judíos . Esto
es un completo error. En cualquier caso, tomando un nombre
armenio estaba simplemente cambiando una minoría por otra.
No había diferencia políticamente hablando. La razón era que
yo había ido a vivir con la familia de mi madre, los Kaspá­
rov, cuando mi padre cayó enfermo por primera vez y me pa-

36
reció más natural usar su nombre. Mis padres tenían un pe­
queño apartamento en el mismo patio en la Perspectiva Yere­
van . Los Kaspárov tenían tres hijas, de modo que no había
ningún chico para continuar el apellido. Cuando mi tío Leo­
nid tuvo un hermoso hijo, Timur, había otro Weinstein para
continuar esta línea de la familia en la próxima generación.
Es hermoso oírles a los dos tocando un dúo, con Leonid al
piano y Timur tocando la armónica. La última vez que estu­
ve en su apartamento estaban interpretando una melodía de
Stevie Wonder, pero hubiera podido ser igualmente música
clásica o una canción escrita por Leonid o algo de Dave Bru­
beck o Charlie Parker.
No está muy claro por qué me llamaron Garik. Mi padre
se interesaba mucho por los nombres, pero en esta ocasión
no se podía decidir, así que no tuve nombre durante dos
meses . Cuando su hermano nació, catorce años menor que mi
padre, él estaba leyendo Espartaco y sugirió Leónidas. Nunca
descubrimos qué libro estaba leyendo cuando yo nací . En
casa, en Bakú, mucha gente pronuncia mi nombre «Harry» a
causa del sonido de la «G» suave en ruso.
Mi abuelo Weinstein, el músico, murió pocos meses antes
de que yo naciera, así que nunca le conocí . Pero a mi abuelo
Kaspárov, el ingeniero del petróleo, llegué a conocerle muy
bien . Llegó a la edad de la jubilación cuando yo era un niño,
de manera que yo solía llegar a casa a las dos y comíamos
juntos cada día, porque mi madre no volvía de su trabajo
hasta las seis. É l me enseñó política y filosofía. Era un viejo
comunista, así que me introdujo a una temprana edad en la
literatura política . Leíamos juntos muchos documentos sobre
las cuestiones que afectaban a nuestra patria. Teníamos un
mapa del mundo, de modo que nuestras charlas se extendían
ampliamente. Nuestras discusiones no siempre se resolvían a
su favor. Después de la muerte de mi padre era natural que
yo me volviera muy importante para él, como otro hijo.
Desde muy pronto aprendí a percibir, analizar y contrape­
sar todas las cosas con un cierto escepticismo. Acepté los pun­
tos generales que me daba mi abuelo, pero traté de desarro­
llar un punto de vista individual, que inevitablemente era di­
ferente del suyo. Tenía pocas fuentes fiables de información
con las que comparar las opiniones de mi abuelo, pero leí
mucho y también saqué provecho de las inusuales percepcio­
nes de mi tío Leonid, el compositor.
A causa, en parte, de la educación política que me dio mi
abuelo, me convertí en miembro candidato del Partido a los

37
veinte años y miembro a los veintiuno. Más tarde me uní al
Comité Central del Komsomol, la organización juvenil del Par­
tido en mi propia república. Ahora he sido elegido para el
Comité Central del Komsomol de toda la Unión Soviética, lo
que es un gran honor. Tenemos muchos problemas que abor­
dar con la juventud de nuestra patria y yo quiero desempe­
ñar un papel importante.
Mi predecesor, cuando era campeón mundial, aceptó por
lo menos un cargo como quien añade un sello a su colección,
en cambio yo creo que sólo debo aceptar un cargo público
cuando puedo dedicar el tiempo suficiente a participar acti­
vamente en él.
Para bien o para mal, todas estas fuertes influencias per­
sonales en mis primeros años me ayudaron a hacerme el hom­
bre que hoy soy. Llegué al ajedrez con una personalidad que
ya estaba forjada en varios aspectos positivos. Entenderme
como era es entenderme como soy ahora. Soy de una pieza .
El Garik W einstein que escribió esas redacciones en la Es­
cuela 1 5 1 es el mismo Garri Kaspárov que lucha contra Kár­
pov y Campomanes hoy. Los valores que represento son los
mismos . No han cambiado y no cambiarán, no importa qué
éxitos o fracasos tenga en esta vida. La lección más impor­
tante que aprendí en el colegio fue que uno ha de tener liber­
tad de expresión y yo siempre he sido fiel a ese principio. No
me imaginaba entonces cuántos conflictos me ocasionaría esto
con el mundo exterior. Pero no tardé mucho en descubrirlo.

38
CAP ÍTULO 3

CAMINO DE SER UN MAESTRO

Mi padre me enseñó los movimientos del ajedrez a los cinco


años. Empecé a jugar seriamente a los siete, el año en que
mi padre murió. A los diez, estaba bajo la influencia de Bot­
vinnik; quedaba claro que tenía un talento especial . A los ca­
torce años supe que el ajedrez dominaría toda mi vida.
Esto suponía una brusca separación durante largos perío­
dos de la compañía de otros chicos de mi edad . Añadiendo
esto a los constantes viajes, quería decir que perdería el con­
tacto con muchos de mis contemporáneos . En cierto modo me
he visto privado de mi niñez. Siempre estaba con gente mayor,
un rasgo de mi vida que no ha cambiado mucho. Esto era
bueno para mí cuando era un niño, porque los hombres me
servían como sustitución por la temprana muerte de mi padre
y aseguraban la existencia de elementos masculinos en mi edu­
cación para equilibrar la fuerte influencia de mi madre. La
contribución de mi tío Leonid fue también importante en este
aspecto . Pero estaba viviendo una vida artificial en un am­
biente parecido a un invernadero, como una planta tropical
que es cultivada para un propósito especial . A veces ansiaba
ser normal .
Por supuesto seguía mi amistad con Vadim Minasian y
todavía me gusta pasearme por Bakú con él recordando nues­
tra niñez . Pero había muy pocos chicos de mi edad con los
que me podía mezclar tan fácilmente. Mis compañeros en el
ajedrez realmente eran rivales y de todos modos ellos tampo­
co vivían vidas normales . Los chicos de mi edad gradualmen­
te encontraron difícil hablar conmigo, porque yo estaba lleno
de aventuras y anécdotas de otro mundo que para ellos era
extraño, como si viniera de otro planeta. No me sorprendería
que alguno de ellos estuviera un poco envidioso o resentido,

39
pensando que estaba alardeando con mis historias cuando
todo lo que hacía era tratar de llenar el vacío que había entre
nosotros, y hacerles compartir mi buena suerte. Inevitablemen­
te, a medida que pasaba el tiempo, me fui alej ando de ellos
en mi nuevo mundo detrás del espejo.
Cuando fui por primera vez al Palacio de Jóvenes Pione­
ros en Bakú, un edificio blanco de dos pisos que daba al mar
Caspio, me pareció como una especie de reino de un cuento
de hadas para un jugador de ajedrez . Me llevó allí un chico
llamado Rostik Korsunsky, que tenía siete años más que yo y
que vivía en un apartamento vecino . Ahora es uno de los
maestros de ajedrez de Bakú . El círculo de ajedrez de los Jó­
venes Pioneros había empezado treinta años antes y ha pro­
ducido más de trescientos jugadores de primera categoría,
veinticinco aspirantes a maestros - Vladimir Bagirov fue el
primer gran maestro - , una mujer aspirante al campeonato
mundial, Tatiana Zatulovskaya, y ahora, por supuesto, un
campeón mundial .
El ajedrez tiene fuertes raíces en Azerbaiján que se remon­
tan al siglo VI . Hay muchas alusiones a él en las obras de los
poetas del siglo XI I . El juego moderno llegó a Bakú de la mano
de los hermanos Makogonov, Vladimir y Mijail, en la década
anterior a la Gran Guerra Patriótica . Ahora hay unas veinte
escuelas de ajedrez en la república y revistas de ajedrez en
dos idiomas .
M e produce verdadero orgullo y placer e l saber que mi
propio éxito ha inspirado a miles de jóvenes a dedicarse a
este juego. En estos momentos hay dos chicas jóvenes en Azer­
baiján que son capaces de rivalizar con las grandes jugado­
ras de Georgia.
Siempre voy al Palacio de Jóvenes Pioneros en mis visitas
a Bakú para animar a los niños que están tratando de seguir
mis pasos . Les cuento cosas de los torneos. Hay un chico allí
de seis años cuyos padres no sólo le enviaron a la escuela
porque yo había ido sino que también le llamaron Garri en
honor mío. Mi amigo Alex Genrichovich, un profesor del Ins­
tituto de Lenguas Extranjeras, jugó una partida de ajedrez
contra el joven Garri en su última visita y tuvo alguna difi­
cultad en vencerle . Hay unos quinientos niños allí aprendien­
do a jugar al ajedrez dos veces por semana. Van al colegio
por las mañanas y a la escuela de ajedrez por las tardes . Al­
gunos niños viven tan lejos que los instructores de ajedrez
van a sus colegios . Hay doce instructores de ajedrez en el Pa­
lacio de Pioneros.

40
Cuando yo era un nmo, los padres y los profesores eran
conscientes de que el ajedrez era una distracción de las cla­
ses escolares. Por esta razón yo siempre tenía que llevar mis
libros de texto cuando iba fuera a jugar torneos. Hoy en día,
de acuerdo con el instructor de ajedrez del Palacio de Jóve­
nes Pioneros, Schichaliev Nadir Zauzovich, el ajedrez es visto
por las autoridades como una ayuda positiva para el estudio
porque ayuda a desarrollar la memoria y favorece la concen­
tración . A los niños se les enseñan los movimientos en el par­
vulario a los cuatro años, como si estuvieran aprendiendo un
juego educativo.
Esto demuestra que la actitud hacia el ajedrez de los pri­
meros líderes soviéticos ha sido justificada . Hubo peligro de
que el juego fuera prohibido después de la Revolución de 1 9 1 7 ,
por ser un derrochador pasatiempo burgués; recientemente ha
sido prohibido en Irán por el ayatollah Jomeini . Sin embar­
go, afortunadamente, Lenin jugaba al ajedrez y también había
leído a Benjamin Franklin, filósofo de la Revolución america­
na que escribió : «El juego del ajedrez no es simplemente una
diversión ociosa; varias cualidades muy valiosas para la mente
y útiles en el curso de la vida, pueden adquirirse y reforzarse
por medio de él. . . ya que la misma vida es una especie de
ajedrez .»
Los ideólogos soviéticos vieron el ajedrez como cmna ver­
dadera arma y una pieza viva de propaganda». Estimula los
poderes del análisis lógico. Desarrolla «valiosas cualidades
educativas». Con ocasión del primer gran éxito internacional
de Botvinnik en Nottingham, en 1 93 6 , cuando empató con Ca­
pablanca, Pravda escribió : «Nuestros grandes líderes Marx y
Lenin se dedicaron con entusiasmo al ajedrez en sus horas
libres . Lo veían ante todo como un medio para reforzar la
voluntad, un campo de entrenamiento para resolver y fortale­
cer la energía .»
N . V. Krylenko, la figura más poderosa en el ajedrez so­
viético en los años veinte y treinta justificaba su valor social
de esta manera : «En nuestro país, donde el nivel cultural es
relativamente bajo, donde hasta ahora el típico pasatiempo
de las masas ha sido la elaboración de licor, la embriagu éz y
las peleas, el ajedrez es un poderoso medio de elevar el nivel
de cultura general . En estas condiciones el crecimiento y la
propagación del ajedrez es parte de la lucha por la cultura
y se transforma en un arma política que no puede ser igno­
rada.»
Todos los jugadores soviéticos de ajedrez de nuestro tiem-

41
po deben reconocer su deuda a los pioneros del ajedrez como
Krylenko. Fue gracias a su pasión por el ajedrez y la dedica­
ción de grandes jugadores como Botvinnik, que el juego flore­
ció como un pasatiempo popular en la sociedad soviética y
adquirió condición oficial respaldado por grandes maestros.
Esto fue una revolución . La imagen del jugador de ajedrez
llegó a corresponder al ideal del hombre soviético, lleno de
lógica, voluntad y decisión; el pensador y el hombre de ac­
ción se convierten en un solo hombre . Yo absorbí esta tradi­
ción cuando era un niño casi sin darme cuenta. Ciertamente
nadie antes había hablado sobre el ajedrez en estos términos
ideológicos . Para mí era sólo el juego nacional, como el cric­
ket para los ingleses, el béisbol para los americanos y el fút­
bol para el resto del mundo .
Mi primer entrenador en los Jóvenes Pioneros fue Oleg l .
Privoretsky, a l cual s e l e oyó observar después d e mis prime­
ras lecciones : «No sé si otras ciudades tienen principiantes
similares ; ciertamente no hay nadie como él en Bakú.» Co­
mentó sobre mi excepcional memoria para los movimientos y
resultados de los encuentros del campeonato mundial y sobre
mi capacidad para aislarme totalmente de mi alrededor mien­
tras desenmarañaba complejos problemas . En una de las pri­
meras sesiones me mostró una partida en la que pequeños
peones salían victoriosos sobre lo que parecía un enemigo más
poderoso. Esto me cautivó y desde entonces me ha gustado
atacar. De niño tenía una secreta debilidad por el alfil. Una
vez jugué una curiosa partida con Rostik Korsunsky en la que
todas mis piezas se movían como el alfil y todas las suyas
como el caballo.
Cuando tenía nueve años llegué a la final de un campeo­
nato relámpago en Bakú y por este medio gané mi primera
mención de honor en la prensa local. Un año después, a los
diez, me inscribí para aspirante a maestro de la Unión Sovié­
tica en un torneo en Bakú, el más joven que nunca había ha­
bido. Después jugué mi primera partida nacional en serio, el
equipo más joven del campeonato en Vilnius. No perdí, inclu­
so contra aspirantes a maestros que eran muchos años ma­
yores que yo. Sin embargo, más importante que el resultado
fue que en Vilnius me encontré por primera vez con mi que­
rido amigo Alexander Nikitin, d fornido moscovita que es mi
entrenador hasta hoy . E incluso más importante que esto fue
que Nikitin consiguió que fuera invitado a una sesión de la
Escuela Botvinnik.
Mij ail Moysevitch Botvinnik, nacido en 1 9 1 1 , campeón so-

42
viético de ajedrez desde 1 93 1 , campeón mundial tres veces
entre 1 948 y 1 963, es mi gran profesor. Es también una figu­
ra legendaria del juego. Estar bajo su guía personal fue el
primer hito importante en mi carrera como jugador de aje­
drez . No hay precio que yo pueda poner al valor de lo que
me dio. Se decía justamente de Botvinnik que «él sabía ayer
lo que nosotros sabemos hoy y él sabe hoy lo que sabremos
mañana».
Es a Botvinnik a quien la mayoría de la gente tiene en la
mente cuando hablan de la llamada «escuela soviética de aje­
drew. É ste es el estilo científico que personificaba ante el
mundo exterior en las dos décadas posteriores a la guerra .
Pero él siempre insistía en que el estilo no era estático o uni­
forme, incluso en la cumbre de la ortodoxia estalinista. Escri­
bió en 1 95 1 :
«¿Cuáles son los principios de nuestra escuela ? Antes que
nada debo mencionar nuestro planteamiento científico del aje­
drez . Esto implica una actitud realista hacia el juego y un
acercamiento crítico hacia el propio mundo creativo. Así, los
maestros soviéticos están continuamente buscando algo nuevo,
explorando continuamente nuevos caminos en los terrenos de
la teoría y práctica del ajedrez. Por ejemplo, ciertos maestros
de tiempos pasados jugaban la misma apertura año tras año;
pero nosotros consideramos este problema de una manera di­
ferente. Cuando estudiamos algunos sistemas de apertura, es­
tamos desarrollando una "nueva técnica de producción", ha­
cemos uso del sistema con la única condición de que sea ven­
tajoso y, después, lo rechazamos y reanudamos la búsqueda
de una nueva arma.»
La Escuela Botvinnik había empezado en 1 963 como parte
de la sociedad deportiva c<Trud» y en su primera fase sólo
duró dieciocho meses . Kárpov estaba entre los primeros alum­
nos . La escuela se abrió de nuevo en 1 969, al principio muy
silenciosamente, luego hacia 1 975 empezó a llamar la aten­
ción cuando algunos de sus discípulos ganaron torneos im­
portantes. Losev, Kharitonov y Akhsharumova se convirtieron
en maestros; Akhmylovskaya fue un gran maestro y aspirante
al campeonato mundial; Zaitseva fue la campeona femenina
en Moscú ; Yusupov y Dolmatov ganaron el campeonato mun­
dial junior en sucesivos años, y alguien llamado Garik Kas­
párov se convirtió en el campeón escolar de la Unión Sovié­
tica.
El principal trabajo de la escuela se hace por correspon­
dencia. Los alumnos se encuentran en dos sesiones cada año

43
en vacaciones . Yo solía estar en tres, pero ahora Botvinnik
dice que es demasiado viejo y yo estoy demasiado ocupado
estos días . Botvinnik ha descrito el trabajo de estas sesiones :
«Yo dirijo los estudios de acuerdo con un sistema intenta­
do antes de la guerra en el Palacio de Pioneros de Leningra­
do. Trabajamos juntos, pero examinamos el juego de uno de
los estudiantes. É l hace comentarios sobre sus partidas e in­
formes de sus intentos de solucionar los trabajos hechos en
casa. É ste es el camino para llegar a conocer el espíritu del
jugador, para estudiar sus buenas cualidades y sus fallos . En
el curso de la discusión yo le aconsejo y critico, mientras los
demás estudiantes toman nota de esto y participan en la dis­
cusión. Finalmente se da al estudiante una evaluación oral
de su naturaleza creativa y competitiva y se le da un conjun­
to de trabajos para hacer en casa que le ayudarán en su pos­
terior progreso.»
Yo ahora me estoy preparando para hacerme cargo de la
Escuela Botvinnik. Comparto la enseñanza con él. Después de
la última sesión en marzo dij o : «Ahora ya puedes hacerlo
solo.» Mi sueño es tener varias escuelas como ésta atendien­
do a las diferentes categorías de los jugadores jóvenes por toda
la Unión Soviética, pero trabajando juntos.
Por lo menos tan valioso como las lecciones formales fue
el hecho de que Botvinnik me enseñó a prepararme para un
torneo. Aprendí que ésta es una labor altamente profesional,
con períodos aparte para estudiar y analizar, con una cuida­
dosa preparación de los movimientos de apertura y variacio­
nes, así como ejercicios para promover la salud física y men­
tal. Una simple lección que nunca olvidé fue la importancia
de pasear para despej ar la cabeza antes de un torneo, cosa
en la que Botvinnik había siempre insistido en todos sus en­
cuentros . El régimen era un poco como el de un boxeador en­
trenándose para pelear un campeonato.
El poder de Botvinnik residía en que dejaba que desarro­
llaras tus propias aptitl.Ides . Nunca trataba de imponer su es­
tilo a sus alumnos. No obligaba. Sólo trataba de mostrar la
dirección correcta. Nunca trató de que hicieran lo que no les
parecía natural . Pero te ayudaba a analizar los resultados de
tus propias acciones y en consecuencia a aprender sus lec­
ciones .
Trataba de quitar misterio al ajedrez, comparándolo siem­
pre con los problemas de la vida ordinaria. Solía decir : «El
ajedrez es un típico problema inexacto parecido a los proble­
mas que la gente siempre tiene que resolver en su vida coti-

44
diana, como cruzar la calle, componer melodías, dirigir una
empresa. Lo que importa es que para resolver estos proble­
mas inexactos es esencial ante todo limitar el ámbito del pro­
blema (si no podrías enredarte en él ) y sólo entonces existe
la oportunidad de una solución más exacta . Por lo tanto es
un error "creer que el ajedrez no refleja la realidad objetiva".
Reflej a el pensamiento del hombre.»
Esto es típico del enfoque científico de Botvinnik respecto
al ajedrez y de su planteamiento humano de la vida, siempre
tratando de reducir los problemas a una escala manejable. Es
un hombre bueno y sabio, el maestro cuyos pasos trato de
seguir.
Sin embargo, tanto mi estilo como mi personalidad siem­
pre fueron muy diferentes de los de Botvinnik. Muy pronto
en nuestra relación él entendió mi deseo de emular el dinámi­
co estilo del primer gran campeón del mundo nacido en Rusia,
Alexander Alekhine, que arrebató la corona a Capablanca en
1 927 . Alekhine, nacido en la aristocracia zarista, tuvo dificul­
tades en sus relaciones con el nuevo estado soviético, espe­
cialmente cuando eligió vivir exiliado en el extranjero, en la
Alemania nazi, y una serie de artículos aparecieron con su
firma sobre «El ajedrez judío y el ario». También tuvo mu­
chos problemas personales con el alcohol y las mujeres . No
es necesario admirar a Alekhine como hombre para apreciar
la rica complejidad de sus ideas ante el tablero de ajedrez . Se
decía que sus ataques llegaban como «destructoras tormen­
tas que surgen de repente en un cielo claro» . Max Euwe, que
cde tomó prestado» el campeonato mundial entre 1935 y 1937
decía : «Es un poeta que crea una obra de arte a partir de
algo que apenas inspiraría a otro hombre a mandar una pos­
tal . Cuanto más extraña y complicada es una situación, más
hermosa es la concepción que él puede desarrollar.» Este es­
tilo era lo que yo admiraba y quería emular . Me inspiraba
ternura .
Hubo un período en mi evolución como jugador de aje­
drez en el que me encontré fascinado por las infinitas varia­
ciones que se podían lograr. Es un hecho, por ejemplo, que
hay muchos más movimientos potenciales en una partida de
ajedrez que átomos en el universo . Alguien ha calculado que
si se planeara una nueva versión del tablero cada minuto, se
tardarían cuarenta mil años, día y noche, en agotar las
208 089 907 200 maneras de colocar las piezas en el tablero.
Después de tres movimientos de cada jugador, son posibles
más de nueve millones de posiciones .

45
Constantemente me sorprendo de la inagotabilidad del aje­
drez y me convenzo más y más de su imprevisibilidad . Millo­
nes de partidas se han jugado, miles de libros se han escrito
sobre varios aspectos del juego, sin embargo no hay una fór­
mula o un método que pueda garantizar la victoria. No existe
un criterio matemático válido para evaluar un solo movimien­
to y mucho menos una situación. Ningún genio puede domi­
nar todas las aperturas y líneas de defensa : la Ruy López
abierta o cerrada, la Benoni, la defensa Grunfeld, la Nimzo­
India, la defensa Caro-Kann, el gambito de la reina aceptado
o rechazado y tantas más . Lo mismo con Cleopatra que con
Caissa : «La edad no puede marchitarla, ni una costumbre
echar a perder su infinita variedad .»
Por mi propio bien, Botvinnik me advirtió a una tempra­
na edad contra ese amor por las complicaciones : «Nunca serás
como Alekhine si dejas que las variaciones te gobiernen, en
vez de hacer todo lo contrario .» Naturalmente esto me preo­
cupó mucho y durante largo tiempo le di muchas vueltas. Pero
como siempre, él tenía razón. Escribió más tarde sobre este
episodio :
«Estaba claro desde el principio que sobresalía entre otros
chicos a causa de su habilidad para calcular las variaciones
muy hábilmente y muchos movimientos con anticipación. Pero
Garri era un chico muy nervioso. Yo tenía que insistir para
que pensara antes de hacer un movimiento. También le solía
decir : "Garri, hay el peligro de que te conviertas en un nuevo
Larsen o Taimanov. " Incluso a una edad madura estos apre­
ciados grandes maestros a veces hacen primero un movimien­
to y luego piensan.»
Debo de haber seguido el consejo de Botvinnik porque tuve
cuatro victorias y unas tablas cuando jugaba con el equipo
de Jóvenes Pioneros de Bakú, en unos encuentros eliminato­
rios en Kíev, en un acontecimiento del Komsomolshaya Prav­
da. Mis amigos Magerramov y Korsunsky estaban también
en este equipo ganador. Había seis chicos y una chica en cada
lado, con un gran maestro entrenador que jugaba una simul­
tánea con cronómetro contra cada uno de los otros equipos.
Sorprendimos a todos ganando a Kíev, el siguiente equipo,
por cuatro puntos . Nadie se imaginaba que Bakú pudiera ser
tan bueno. Teníamos un equipo muy fuerte de la Casa de Pio­
neros, incluyendo a una chica, Elena Glaz, que llegó a ganar
el título de Azerbaiján y ahora es campeona de Israel.
En la final de Moscú jugamos contra Riga en la primera
vuelta y me encontré jugando contra el legendario Mij ail Tal,

46
que había sido campeón del mundo en 1 96 0 . Todavía recuer­
do el nerviosismo del primer encuentro con «el Brujo de Riga»
en persona . ¡ Tal allí delante, Tal haciendo movimientos ! ¡ In­
cluso podía estrechar su mano ! Para un chico de Bakú esto
era mágico. Fue porque recordaba estos sentimientos tan vi­
vamente que continué jugando en la competición de los Pio­
neros, asistiendo tres veces después de llegar a ser un gran
maestro. Imaginaba una nueva generación de chicos estrechan­
do la mano a Kaspárov, igual que yo temblaba al estrechar
la de Tal. Sentí que tenía un deber que transmitir en este ner­
viosismo a la nueva generación. Es bueno para los chicos en­
contrarse con tales héroes y enardecer su ambición, y tam­
bién es bueno para el ajedrez.
Conocer a Tal fue una emoción especial para mí a causa
de su estilo dinámico. Tal había surgido de repente de la nada
para aplastar al gran Botvinnik y dej ar estupefacto al mundo
del ajedrez. Era elegante y brillante ante el tablero de ajedrez,
siempre dispuesto a sacrificar piezas para atacar, creando una
atmósfera eléctrica a su alrededor. Su estilo arriesgado a veces
se venía abajo, lo que añadía un sentido de peligro.
Muchos jugadores tienen extrañas costumbres para libe­
rar la tensión. Steinizt, el primer campeón mundial, solía ta­
rarear a Wagner, Alekhine se retorcía el cabello, Botvinnik la
corbata, Lasker fumaba cigarros. Morphy nunca miraba a su
oponente hasta que hacía el movimiento decisivo . Tal tenía
una intimidante e hipnótica mirada feroz hasta el final, que
desconcertaba a sus contrincantes, tanto que un gran maes­
tro húngaro, Pal Benko, se presentó llevando gafas de sol (Tal
inmediatamente se vengó poniéndose un par más grande) . Tal
perdió el encuentro de vuelta con Botvinnik; por esto pasó a
la historia como el campeón mundial con el reinado más corto
(un año y cinco días ) . Tenía un malestar renal que le acom­
pañó durante toda su carrera.
Tal no creía que necesitara mirar airadamente a un chico
de once años de Bakú para ganarle, lo que por supuesto hizo
debidamente. Pero el conocerle fue una memorable experien­
cia en mi joven vida. También perdí contra Mark Taimanov,
ahora comentador de ajedrez en la televisión soviética y asi­
mismo con Polugayavsky, con el que más tarde libré gran­
des batallas. Pero logré vencer a Averbakh e hice tablas con
Kuzmin.
La noticia del boletín del Central Club de Ajedrez de 1 97 4
atrajo una amarga atención sobre mí, fue el principio de mu­
chas valoraciones protectoras de Moscú que subestimarían o

47
quitarían importancia a mi potencial durante los próximos
años :
«Su básica limitación en el ajedrez es su carácter excesi­
vamente efusivo, el defecto de los que llegan apresuradamen­
te a conclusiones agradables . Como resultado, hay equivoca­
ciones. Todavía es sólo un niño ; naturalmente se volverá más
sólido sin esforzarse. Sin embargo, Garri debería tener un pro­
fesor experimentado en ajedrez que, esperamos, seleccionará
cuidadosamente sus partidas, y especialmente aquellas con
grandes maestros .» Todo esto, recuerden, sobre un niño de
diez años de Bakú .
El año siguiente debí de mostrar un progreso sorprenden­
te, porque mi aparición en el campeonato juvenil de la Unión
Soviética, en Vilnius, inspiró una valoración bastante diferen­
te a Leonard Barden del The Guardian de Londres : «Pase lo
que pase con el título mundial de 1 97 5 , muchos expertos pre­
dicen que Kárpov será el sucesor de Fischer, este año, en 1 978
o en 1 98 1 . Pero ¿quién será el campeón del mundo después
de Kárpov? . . . En mi opinión hay un favorito muy claro para
1 990. Tiene once años y es Garri Weinstein de Bakú, prepa­
rado por l. M. Bagirov, el jugador más joven del campeonato
juvenil de la Unión Soviética y el más joven aspirante a maes­
tro desde Kárpov.»
El pronóstico del señor Barden se equivocó en cinco años,
pero merece especial agradecimiento aquí. ¡ Al menos por ha­
cerme la primera crítica en la prensa capitalista ! Retrospecti­
vamente, es quizá una buena cosa que nunca viera este juicio
halagador en aquella época, porque hubiera podido haber tras­
tornado mi impresionable y joven cabeza.
Fui séptimo en el torneo, todo el mundo dijo que era un
lugar muy respetable si se tenía en cuenta mi edad. Pero en
realidad podría haber sido el segundo . Nadie más supo esto,
pero es cierto. En la última vuelta jugué con un chico llama­
do Yermolinshy de Leningrado y fallé un fácil truco. Hubiera
podido ganar, pero perdí. Estaba tan enfadado que dejé el
lugar del torneo y fui a buscar a mi madre y lloré, lloré mucho
rato. ¡ Cómo lloré ! No estaba llorando porque había perdido,
sino porque estaba furioso conmigo mismo por perder una
posición ventajosa . Cuando cometía un error me ponía furio­
so. Esto afecta a la belleza del ajedrez . El ganador, irónica­
mente, fue Yevgeny Vladimirov, que más tarde se convertiría
en uno de mis entrenadores y el supuesto «espía en el campo»
en mi encuentro de vuelta contra Kárpov en Leningrado en
1 986. Tenía diecisiete años entonces, seis más que yo. Parte

48
de su problema personal más tarde fue, creo, que siempre re­
cordó la vez en que pudo vencerme y nunca aceptó realmente
la situación de su papel de auxiliar en mi grupo. Esto dio un
triste matiz de envidia a nuestra relación que finalmente le
condujo a la traición.
En noviembre de este año, 1 97 5 , conocí a Anatoli Kárpov,
que acababa de heredar el título mundial cuando Bobby Fis­
cher rehusó defenderlo. Nos vimos en el encuentro entre el
Komsomolskaya Pravda y los Jóvenes Pioneros en Leningra­
do. Tenía veinticuatro años, yo doce . Una foto de este históri­
co primer encuentro todavía cuelga del pasillo de mi viejo co­
legio de Bakú . Ninguno de nosotros - ni nadie allí presente­
podía imaginarse que terminaríamos jugando cientos de par­
tidas durante más de cuatrocientas cincuenta horas uno con­
tra otro en los años siguientes . Tengo que admitir que desde
el principio nunca me gustó el estilo de Kárpov. Nuestra quí­
mica siempre ha sido diferente. Estaba interesado en sus par­
tidas, por supuesto, pero nunca me gustó su estilo . Perdí ju­
gando las negras, pero en cierto momento tuve una situación
bastante buena. La gente se sorprende de que yo dijera esto
después, pero era verdad, como los documentos muestran .
Exactamente diez años más tarde le sustituí en el título mun­
dial.
Aunque él adquirió el título en 1 97 5 , ya estaba excesiva­
mente celoso de su reputación, lo mismo que la gente que le
rodeaba . En esta ocasión traté de inspirar a mis jóvenes cole­
gas para que no estuvieran intimidados por jugar contra el
campeón mundial y dije cosas como : cc É l puede ser el cam­
peón del mundo, pero todavía puede cometer errores», y otras
por el estilo. Uno de los de su equipo me oyó decir estas cosas
y llamó a mi madre para regañarla por mi arrogancia juvenil.
Aparte de esto, fue un buen torneo para mí. En otras par­
tidas hice tablas con Korchnói y con Polugayevsky, ambos
muy famosos. Fue después de las segundas tablas cuando Bot­
vinnik pronunció su famosa atrevida profecía : ccEn las manos
de este joven está el futuro del ajedrez .»
Mi siguiente reto fue el campeonato juvenil de la Unión
Soviética (de menores de dieciocho años ) en Tblisi, Georgia .
No esperaba ganar, ya que todavía era mucho más joven que
la mayoría de mis oponentes . Pero en mi corazón sabía que
había una oportunidad, a causa de la posición aventajada que
había desaprovechado el año anterior. Esta vez tenía un año
más, un joven de doce años, pero aún muy bajo para mi edad .
Algunos de los jóvenes de diecisiete años me empequeñecían

49
ante el tablero. É ramos treinta y ocho de toda la Unión So­
viética compitiendo en nueve series.
Cuando llegó la última vuelta yo iba el primero igualado
en seis puntos y medio con un chico llamado Gabdrakhma­
nov. Pero luego él perdió con un georgiano, Zurap Sturua, que
puso a Georgia por delante con siete puntos. Yo necesitaba
un punto en mi encuentro final para ganar y medio punto
para ser el primero empatado a puntos con el otro chico . Pero
jugué una partida fatal . Tuve una mala posición después de
la apertura, después mejoré, luego volví a estar mal de nuevo,
entonces la partida se suspendió.
Todo el mundo creía que iba a perder, todo el mundo ex­
cepto Alexander Aslanov, que era el entrenador juvenil del
equipo de Bakú . No era mi entrenador, pero estaba con nues­
tra delegación, ocupándose de Magerramov y de una de las
chicas . É l y mi entrenador, Privoretski, comentaron mi situa­
ción. Primero creyeron que yo estaba acabado, después alguien
de nuestro equipo tuvo una idea, una fantástica idea, defen­
der la situación. La analizamos cuidadosamente y cuando se
reanudó la partida estábamos seguros de que podría forzar
las tablas.
Por supuesto, había un gran obstáculo . Incluso si llegaba
a las tablas, sólo sería el primero empatado a puntos y pare­
cía que Sturua iba delante por el sistema tie-break de Buch­
holtz . Era un complicado sistema que tenía en cuenta mu­
chos factores, incluyendo las piezas que se habían comido uno
a otro, cuántas victorias habíamos tenido y cuántos puntos
habían conseguido nuestros distintos oponentes . Este último
factor cambiaba constantemente, por supuesto, mientras que
la última partida todavía se jugaba. Se necesitaba una com­
putadora para elaborar todas las posibles variaciones .
Mientras tanto, los georgianos estaban seguros de que ha­
bían ganado y ya celebraban un doble triunfo en su provin­
cia, puesto que María Chiburdanidze ya estaba segura de su
victoria y se convertiría en la campeona soviética femenina.
No creían que yo pudiera salvar mi partida aplazada y supo­
nían que Sturua ganaría el tie-break si era necesario.
Ciertamente, yo parecía estar varios puntos detrás cuando
se sumaron las puntuaciones combinadas de mis anteriores
oponentes . Pero, de pronto, por ninguna razón obvia, mi an­
terior oponen�e emppZÓ a ganar sus últimas vueltas, mientras
que el de Sturua empezó a perder. Noté que algo extraño
podía suceder, pero como tenía que estar muy concentrado
en mi duelo no podía ver las otras partidas ya que no había

50
marcador y yo no podía calcular exactamente los puntos . Era
muy complicado y nadie se preocupaba de sumar los puntos
oficialmente porque los organizadores georgianos creían que
su representante ya había ganado.
Entonces, después de cinco movimientos de mi aplazada
partida, de repente se dieron cuenta los espectadores que des­
pués de todo yo estaba logrando las tablas. Esto lo cambió
todo. La gente que estaba a mi alrededor empezó a contar
con los dedos y a comprobar las otras partidas para ver quién
estaba ganando el tie-break. Yo aún creía que era el segundo,
porque no podía imaginarme que todos los resultados de las
partidas de mis oponentes pudieran de repente volverse a mi
favor. Pero entonces vi a Alexander entre la multitud . Era un
tipo guapo y muy popular, siempre rodeado de chicas hermo­
sas . Algo estaba pasando a mi alrededor.
Veía que él estaba nervioso y creaba un murmullo entre
los que se encontraban a su alrededor. Estaban contando con
sus manos. Yo intentaba interpretar el lenguaje de los signos
y podía decir por sus gestos que algo bueno me estaba suce­
diendo. Las otras partidas habían terminado . Empecé a en­
tenderlo. ¡ Sí, sí, sí !
En cuanto lo comprendí, me aparté corriendo de mi table­
ro para unirme a él. Me confirmó que si podía conseguir las
tablas me pondría por delante. Volví corriendo a mi mesa y
vi que en unos diez movimientos podría lograr las tablas.
Todo lo que recuerdo después es a Alexander, una figura
alta y exuberante, precipitándose hacia mí y gritando : «j Garri,
Garri, eres campeón ! » Nunca olvidaré estas palabras mien­
tras viva. Apenas puedo transmitir todo lo que esto significa­
ba para mí. Era aún más maravilloso por la incertidumbre
que le precedió : ¿lograría las tablas, podría ganar el tie-break ?
Durante la hora siguiente, continué repitiéndome una y otra
vez : «Soy un campeón.» Incluso cuando me convertí en cam­
peón mundial no sentí nada como la pureza de esa alegría,
porque entonces la victoria había sido parcialmente amarga­
da por la política y las recriminaciones . Como el año ante­
rior, lloré, pero no de la misma manera que entonces : esta
vez lloraba de completa felicidad .
En la ceremonia de clausura el jefe de nuestra delegación
y entrenador del equipo juvenil, Bikovsky, que conocía a todos
los grandes maestros y había trabajado muchos años en el
ajedrez juvenil soviético, tuvo que pron':lnciar un discurso.
Pero no tenía palabras, casi literalmente. ¿Qué podía decir?
«Kaspárov es el campeón de esta competición. ¿Qué puedo

51
decir ? Nada . Si fue campeón a los doce años, es difícil pen­
sar algo más que decir. Es suficiente. No se pueden aña­
dir comentarios.» Era la primera vez que había silenciado a
mis comentadores, pero no la última, de lo que estoy satis­
fecho.

52
CAPÍTULO 4

ESCALANDO AL OLIMPO DEL AJ EDREZ

Mi primera visita al oeste fue en julio de 1 976, cuando jugué


en el campeonato mundial juvenil en Wattigny, cerca de Lille,
.
Francia. Nadie menor de trece años hab ía jugado antes re­
presentando a la Unión Soviética en un equipo deportivo en
el extranjero. Fue un viaje decepcionante, en más de un as­
pecto .
Compartí el tercer lugar en el torneo entre treinta y dos
jugadores juveniles, pero noté que había jugado mal contra el
mejor de ellos. Fue también triste que los encuentros de aje­
drez me dejaran tan poco tiempo para ver algo de Francia .
Me había preparado en el colegio para el viaje leyendo todo
lo que pude encontrar sobre la historia y la cultura de Fran­
cia, pero pasamos a toda velocidad por todos los lugares his­
tóricos que yo deseaba ver. El fallo oficial de mi actuación en
64, la revista quincenal de ajedrez fue «nye plokho" (no mala).
Mi fallo privado fue : «no lo suficiente buena».
Antes de ir a Francia había estudiado un gran mapa del
país que pertenecía a mi abuelo Kaspárov. Por supuesto, pude
ver inmediatamente la diferencia en las vidas que llevaban la
gente del oeste, pero era demasiado joven para absorber la
importancia política de lo que estaba viendo. Era obvio que
la Unión Soviética estaba bastante atrasada en algunos as­
pectos, pero yo tomé esto simplemente como un hecho de la
vida, un producto de nuestra difícil historia.
Cuando volví a Francia por segunda vez a la edad de ca­
torce años, escribí una redacción a mi vuelta que comenté con
mis profesores . De hecho, en aquella época mantenía una
mejor relación con mis profesores que con los alumnos de mi
,edad, porque podía hablar con ellos más fácilmente sobre mis
experiencias . Esta asociación con gente mayor, más que con

53
los de mi edad, ha sido un problema constante en mi vida
que todavía no he resuelto adecuadamente.
Oleg Romanishin, el gran maestro ucraniano, fue invitado
de honor en Bakú aquel año en el encuentro de zonas del
Komsomolskaya Pravda. Jugó una simultánea contra dieciséis
jóvenes, sólo perdió con dos de ellos. Yo era uno de éstos y
le gané con las negras en una partida marcada por varios au­
daces movimientos . Eric Schiller, el maestro norteamericano,
dijo de mi juego en este encuentro : «El puro chutzpah es bas­
tante impresionante.»
Defendí mi título juvenil de la Unión Soviética en Riga, en
enero de 1 97 7 . Es una cosa peligrosa porque se puede perder
fácilmente y caer estrepitosamente del Olimpo. Petrosian ganó
este título dos veces a las edades de dieciséis y diecisiete años,
y Alexander Khalifan lo repetiría más tarde a las edades de
diecisiete y dieciocho, pero yo sólo tenía trece y mis resulta­
dos recientes no habían sido demasiados buenos. Y había va­
rios jugadores muy fuertes entre los participantes, incluyen­
do a Chernin, Yusupov y mi antiguo enemigo Sturua.
En aquel campeonato logré el tanteo más alto en su histo­
ria, ocho puntos y medio de un posible nueve, venciendo a
Chernin por dos claros puntos. Nadie se imaginaba que pu­
diera jugar tan brillantemente. Los comentadores notaron que
con frecuencia adoptaba variaciones del repertorio de apertu­
ras de Botvinnik, que me sirvieron de mucho en esta ocasión.
Fue mi victoria más aplastante hasta entonces y me animó
después de la primera decepcionante visita a Francia.
Sin embargo, pronto volví a Francia para el campeonato
mundial juvenil de 1 977 en Cannes, en la Riviera, que me re­
cordó un poco a Bakú en verano, con sus grandes paseos junto
al mar y sus olivares. Aunque los participantes eran más fuer­
tes que el año anterior y todavía mucho mayores que yo,
quedé el tercero. Botvinnik creyó que era un buen resultado,
especialmente porque había ganado al vencedor, Jon Arnason,
un islandés de dieciséis años. Nigel Shmt hizo su primera apa­
rición en este torneo, dos años y dos puntos menos que yo.
De hecho, fue un contratiempo personal para mí. Había esta­
do jugando bien y tenía una buena oportunidad de ganar, pero
acabé con tres sucesivas tablas contra los oponentes más dé­
biles. Fue un fallo de temperamento por mi parte y no pude
encontrar la energía cuando realmente importaba.
Arthur Yusupov, que a los diecisiete años era tres mayor
que yo, me ganó por medio punto en Leningrado el derecho a
representar a la Unión Soviética en el campeonato de meno-

54
res de veinte años en Colombia, en América del Sur. Hice ta­
blas con él en las partidas y noté que yo estaba jugando con
mucha energía.
Fue una época crítica para mí, uno de los momentos deci­
sivos en mi vida. Era el principio del año 1 978, meses antes
de mi decimoquinto cumpleaños, y sabía que si no me califi­
caba pronto para ser un maestro ya podía ir pensando en en­
contrar otra profesión . Mi madre y yo habíamos decidido
hacer esta amarga prueba. Si fallaba, tendría que considerar
el prepararme para otra carrera, quizá ingeniero como mi
padre, o matemático trabaj ando con computadoras, o profe­
sor de lengua y literatura. Había prometido mucho, pero ahora
tenía que enfrentarme con los resultados .
Ninguno d e nosotros s e daba cuenta d e que y o estaba en
equilibrio al borde de mi gran progreso en los niveles más
altos del ajedrez. Porque fue entonces cuando encontré mi ver­
dadero estilo, el auténtico estilo Kaspárov.
Había aprendido de Botvinnik cómo estudiar el ajedrez,
cómo encontrar nuevas ideas, seguir explorando en busca de
nuevas ideas en todas las situaciones. Es un método científi­
co, estudiando los viejos movimientos, luego tratando de me­
jorar las famosas posiciones, encontrando nuevas aperturas,
nuevas variaciones, nuevos métodos a mitad de la partida,
un nuevo plan para toda la partida y muchas cosas más. Todo
el mundo estudia las antiguas partidas de ajedrez, como el
que aprende un idioma . Pero una vez que sabes el vocabula­
rio tienes que usarlo, hacer tu propio acto creativo y, si quie­
res ser un campeón, éste ha de ser tu p ropio acto creativo,
impreso con la marca de tu propia poderosa individualidad .
De repente comprendí esto. Era como un pájaro aprendiendo
a volar, una gran liberación.
Mi progreso llegó en dos gigantescos pasos hacia adelan­
te . El primero fue ganar el trofeo A. P. Sokolsky Memorial en
Minsk, contra catorce importantes jugadores internacionales
con unos asombrosos trece puntos de un máximo de diecisie­
te. Sólo necesitaba nueve puntos y medio para alcanzar la ca­
tegoría de maestro. Pocos meses después, en la ciudad letona
de Daugapils, llevé a sesenta y cuatro maestros y grandes
maestros a clasificarse en la cumbre de la liga soviética de
ajedrez, lo que significa, por supuesto, la cumbre de la liga
mundial. En dos zancadas, como El gato con botas de la ópera
infantil que mi tío Leonid había escrito, cambié de junior a
senior, de la escuela primaria a la Universidad, de la catego­
ría nacional a la internacional. Ya no tenía que pensar más

55
sobre el futuro fuera del ajedrez. Me sentía extraordinariamen­
te füerte y jugaba bonitas partidas . Había llegado. Todas las
dudas sobre mi futuro se desvanecieron. Desde este momen­
to mi vida sería el ajedrez y el ajedrez sería toda mi vida .
Mi meteórico avance en este período ha sido comparado
al de Capablanca al vencer al norteamericano Frank Marshall,
en 1 909, una victoria asombrosa en aquella época que cata­
pultó al desconocido cubano a la fama y fortuna . O el avance
de Tal en el título mundial entre 1 957 y 1 960 . Pero Capablan­
ca tenía veinte años y Tal era un poco mayor. Yo sólo tenía
quince años. La única comparación histórica válida que se
puede hacer es con Bobby Fischer, que fue campeón de los
Estados Unidos a los catorce años y gran maestro a los quin­
ce. Aun así, Fischer no fue campeón mundial hasta los vein­
tinueve, siete años mayor que yo.
A menudo me preguntan sobre Fischer, probablemente por­
que es el único jugador en la historia con una categoría Elo
más alta que la mía . Para los no iniciados explicaré qué es
este sistema internacional de valoración. Está basado en las
actuaciones contra otros jugadores en torneos clasificados . Lo
inventó un profesor norteamericano de Milwaukee, Arpad Elo,
en 1 97 1 . No es de ninguna manera un sistema perfecto de
cálculo, y a veces puede usarse mal, pero proporciona una
aceptable medida común para comparar los jugadores de todo
el mundo.
La gente siempre me pregunta : «¿Te gustaría haber juga­
do con Fischer?» O : ¿Te gustaría jugar con Fischer ahora, que
sólo tiene cuarenta y cuatro años ? ; después de todo, es más
joven que muchos actuales grandes maestros, doce años
más joven que Víktor Korchnói, por ejemplo, que todavía gana
competiciones . » Pero es imposible, así que no hay que seguir
pensando en estas preguntas. Yo pertenezco a la siguiente ge­
neración de jugadores de ajedrez . Fischer, comprensiblemen­
te, no podría competir contra los mejores jugadores de hoy
día después de estar quince años apartado del juego . Botvin­
nik dice que la fobia de Fischer fue un profundo miedo a em­
pezar un encuentro y que por esta razón impuso tales impo­
sibles condiciones. Si él no pudo superar esta fobia en su apo­
geo, seguramente ahora no podría hacerlo. Sería un fantasma.
El interés especial de Fischer ahora es para la historia del
ajedrez . É l es parte de la mitología del juego. Sería negativo
si volviera ahora y estropeara esta imagen. Creo que será re­
cordado no sólo por su original y preciado talento, aunque
era claramente notable, sino por ciertos aspectos marginales

56
del tablero de ajedrez . Otros grandes maestros, como Tal, han
tenido un brillante talento para el ajedrez. Fischer, en mi opi­
nión, fue el primer verdadero jugador profesional . Nos hizo
aparecer incluso a nosotros, los rusos, como aficionados en
nuestra preparación. El ajedrez absorbía todo su ser. Desa­
rrolló nuevos métodos de preparación para las competiciones.
Sus análisis eran más largos y más globales . Profundizaba
en el espíritu de las situaciones. Su mentalidad como jugador
de aj edrez iba quince años delante de su tiempo. Fue una pá­
gina completamente nueva en el ajedrez, una nueva era . Fue
el modelo del moderno jugador de ajedrez .
Otro profundo valor de Fischer fue que popularizó el juego
al ser el único campeón mundial occidental desde la segunda
guerra mundial. El holandés Max Euwe lo fue en 1 9 3 5 . No
sólo hizo el juego más popular en occidente sino que demos­
tró que era posible promocionar el juego comercialmente a tra­
vés de los medios de comunicación, creando un gran interés
popular por los encuentros como una lucha de gladiadores .
En esto también se adelantó muchos años a su época . Sólo
ahora empezamos a ponernos al corriente en estas materias.
Fischer seguramente habría vencido a Kárpov si hubieran
jugado en 1 97 5 , y toda la vida de Kárpov hubiera cambiado
a causa de este resultado . Podría ser ahora un jugador dife­
rente por este motivo . De modo que la influencia de Fischer
en el ajedrez podía haber llegado indirectamente hasta mí.
Supe de él en otra ocasión, por vía de Botvinnik, que jugó
sólo una vez con Fischer, en la Olimpiada de 1 962 en Arenas
Doradas, en Bulgaria. Fue un encuentro histórico, terminando
con unas polémicas tablas que han sido examinadas por ex­
pertos muchos años después . Se aplazó la partida con un peón
menos por parte de Botvinnik y Fischer indicó que suponía
que el ruso renunciaría . Durante la noche, Geller sugirió a
Botvinnik un ingenioso contrajuego para salvar la partida. Im­
plicaba tender una trampa, y Fischer, que sólo tenía dieci­
nueve años, cayó en ella cuando se reanudó el juego . Había
lágrimas en los ojos del joven norteamericano cuando se dio
cuenta de lo que estaba sucediendo.
Botvinnik aseguró al capitán de su equipo, Abramov, que
la partida terminaría en tablas. Al ver esto, el muy turbado
Fischer se precipitó hacia el juez y protestó porque el equipo
soviético estaba sugiriendo movimientos a Botvinnik. ( É sta es
una acusación dirigida frecuentemente contra los equipos so­
viéticos en la Olimpiada, más recientemente por los ingleses
en Dubai el año pasado, que protestaban bastante injustamen-

57
te de que habíamos entrenado al equipo español para ganar­
les . ) Finalmente, cuando las cosas se calmaron, Fischer dejó
la sala blanco como una hoja de papel. Siempre creyó que
debía haber ganado esta partida.
Más tarde Botvinnik publicó un detallado análisis del final
de la torre, que demostraba que la partida hubiera podido
acabar también en tablas si Fischer no hubiera caído en su
trampa. Pero Fischer no podía aceptar esta conclusión y en
un libro en 1 969 ponía en duda el análisis de Botvinnik y se
proponía demostrar que debía haber ganado. Muchos años
después, como un ejercicio en la escuela Botvinnik, nos hicie­
ron analizar esta situación. Yo encontré otra forma de que
Botvinnik forzara las tablas, demostrando que Fischer, con
toda su obsesión por esta partida en particular, estaba equi­
vocado. De modo que después de todo el genio norteamerica­
no no era infalible. En el fondo creo que necesitaba probar a
la historia que él podía ganar al gran Botvinnik, habiendo
anunciado por adelantado que lo haría.
Leonid Shamkovich, un maestro ruso exiliado que ahora
vive en los Estados Unidos, me une con Fischer en otro as­
pecto, en una historia sobre un problema de ajedrez . Había
.

mostrado el mismo problema a varios campeones mundiales .


Petrosian, que era bastante perezoso, sonrió y respondió : «No
quiero romperme la cabeza con esto; dime la respuesta .»
Smyslov le dedicó diez minutos, luego también pidió la solu­
ción.
Shamkovich se lo enseñó a Bobby Fischer durante un des­
canso para comer en Pasadena, y se ofreció a darle la solu­
ción. «No, la encontraré yo solo», dijo Fischer y solucionó el
problema con su ajedrez de bolsillo en un par de minutos.
Según Shamkovich, la única otra persona en resolver este pro­
blema fui yo. Lo resolví en mi cabeza, lo que impulsó a Misha
Tal a decirle a Shamkovich : «No sabías lo que este chico
puede hacer, ¿verdad?»
Lo que este chico hizo después, en enero de 1 97 8 , en
Minsk, fue ganar a su primer gran maestro, Lutikov, en un
igualado encuentro - lo que siempre es una gran marca en la
carrera de un jugador de ajedrez - y ganar el título soviético
de maestro del Deporte. Como siempre, pasé un poco por en­
cima y cumplí ampliamente la norma requerida para este
honor por tres puntos y medio.
Botvinnik logró mi participación en este torneo. De otra
manera no hubiera podido jugar nunca. Los bielorrusos siem­
pre tratan de llevar a todos sus aspirantes a maestros a este

58
torneo nacional para darles una oportunidad de convertirse
en maestros . Pero era una práctica inaceptable. Botvinnik in­
sistió en que yo debía tener mi oportunidad . Después, cuan­
do volví a Bakú, me dejó trabajar como su ayudante por pri­
mera vez en la Escuela Botvinnik. Le ayudé con un análisis
de las aperturas en la sesión de exámenes.
Más importante incluso que el resultado en Minsk había
sido el estilo de mi victoria. Fue descrito como una «verdade­
ra contienda» y un «enfoque constantemente creativo» (es
decir, innovador e improvisado ) . Pero no todos estaban con­
tentos de mi actuación en Minsk. Un espectador, desconcer­
tado al ver que un joven vencía a los grandes maestros, se
quejó a los organizadores bielorrusos : « ¡ Nuestros maestros
están perdiendo ante críos !» El veterano campeón de Letonia,
Janis Klovan, normalmente un hombre tranquilo, fue incita­
do a contestar : «Se está enfadando sin razón. Ya oirá hablar
más de este crío.»
Así fue, efectivamente, en el torneo eliminatorio Otboroch­
nii en Letonia algunos meses más tarde, cuando gané mi pues­
to en la máxima liga por medio de otro Buchholz tie-break
sobre lgor 1 vánov.
Para el torneo de la liga, ganado por Tal en diciembre, yo
era el único jugador sin la categoría Elo. Lo más importante
era terminar entre los nueve primeros, que automáticamente
se clasificaban para la liga del año siguiente. ¡ Era una inti­
midante tarea para un chico de quince años enfrentarse con
los grandes maestros soviéticos ! Empecé haciendo tablas con­
tra Geller, Bagirov (perdiendo quizá una oportunidad aquí) y
Makarichev. Luego gané a Polugayevsky, anterior campeón de
la Unión Soviética y uno de los jugadores más fuertes del
mundo, en una emocionante partida que él recordó en Bugoj­
no cuatro años más tarde, con una forzada sonrisa. Pero perdí
con Timoschenko ( más tarde uno de mis entrenadores ) y con
Razuvayev, de modo que tenía una partida en mis manos para
sobrevivir.
Noté, no por última vez, que el dar la espalda a la pared
daba rienda suelta a mi talento natural y a mi energía. En
vez de callarme como un muerto, como mucha gente hace en
tales situaciones, yo estallaba como si la adrenalina liberase
mi tensión. El problema temperamental que había experimen­
tado en Francia desapareció completamente. Como resultado
de eso, forcé una desigual victoria sobre Belyavsky, que me
dio ocho puntos y medio, los suficientes para seguir en la liga
otro año . En una entrevista Tal dijo de mí : «Es un joven con

59
un talento asombroso. El resultado de su primera actuación
en la liga es un destacado logro deportivo. Es razonable su­
poner que Garik hará posteriormente grandes progresos .»
El siguiente «gran progreso» llegó pocos meses después en
un torneo en Banja Luca, Yugoslavia, que empezó el día de
mi decimosexto cumpleaños. Quizá fue el cumpleaños lo que
me trajo suerte. Fuera lo que fuese, llevaba una vida estu­
penda y jugaba partidas maravillosas . Fue mi primer gran tor­
neo extranjero y los participantes eran muy buenos, incluido
un anterior campeón mundial, Tigran Petrosian, y otros trece
grandes maestros.
Petrosian, un saturnino jugador defensivo, tenía un gran
sentido del peligro . Solía decir que preparaba sus defensas
para contestar a los ataques de sus oponentes incluso antes
de que ellos los pensaran. Un notable jugador internacional
dijo una vez : «Si Petrosian hubiera adoptado alguna vez un
estilo ofensivo, todas las cabezas habrían sido decapitadas,
sin excepción.» También se decía que si Tal hubiera tenido el
entrenador de Petrosian, y viceversa, ninguno de los dos ha­
bría llegado a la cumbre.
Yo traté de salvar mi cabeza haciendo tablas contra el as­
tuto armenio, luego gané a Sibarevic, Browne, Hernández y
Marovic, hice tablas con Smejkal, y gané a Marjanovic y Kne­
zevic. En este punto me tropecé con dos grandes maestros
yugoslavos llamados, confusamente, Bukic y Vukic. Yo nece­
sitaba vencer a los dos para lograr mi norma de maestro in­
ternacional .
Pero entonces llegó un problema que nadie esperaba. Antes
del torneo, Vukic se había quejado en alta voz del hecho de
que nadie me conocía. Yo no tenía aún una clasificación de
la PIDE. ¿ Por qué un gran maestro debía jugar contra un ju­
gador tan flojo? Se quejó a los funcionarios : «Los rusos nos
envían niños. ¡ Nos están insultando ! »
Luego, cuando los vencí a ambos, Vukic s e enfadó aún
más y empezó a gritar a la multitud que estaba en la sala, en
servocroata, que por supuesto yo no entendía. Yo estaba sor­
prendido porque él hablaba bien el ruso. No sabía qué esta­
ba pasando. Luego vino a mi mesa y dijo que todo esto era
inaceptable. Que yo no estaba jugando correctamente. ¿Qué
quería decir? ¿Qué iba yo a hacer? Había demasiadas pala­
bras, demasiado ruido, yo no entendía nada.
Entonces un hombre mayor que estaba en la sala empezó
a gritarles a ellos en servocroata. «Por favor, explíquenme qué
pasa», les pedí. Ante esto se aplacaron. «Este hombre está a

60
favor tuyo - dijo Bukic, el más tranquilo de la pareja- . Dice
que estamos insultando a Kaspárov . Tómatelo con calma .
Todo va bien.»
Inspirado por este disparatado interludio, hice tablas con
Anderssen y Matanovic (de este modo me aseguraba el pri­
mer lugar) y con García (para alcanzar mi segunda norma de
gran maestro internacional ), después tablas con Kurajica y
Adorjan para terminar vencedor invicto, con dos claros pun­
tos por delante. Había alcanzado mi norma de maestro cinco
vueltas antes del final. De hecho, había subido tres peldaños
diferentes en la escalera del ajedrez en el mismo torneo, cosa
nunca vista. Bob Wade, el anterior campeón británico, escri­
bió después en términos de gran entusiasmo : «Su notable ac­
tuación aquí hará que este torneo se recuerde como uno de
los más épicos de la historia. ¿Había algún precedente en la
historia del ajedrez? ¿Robert J. Fischer en Zurich en 1 959 (ter­
cera partida con Tal ) ? ¿Quizá Boris Spassky en Bucarest en
1 9 5 3 ? Ambos tenían dieciséis años .»
Después de mis luchas en la cumbre de la liga, pedí si
podía tener mi categoría Elo, que debía ser 2 545 . Los funcio­
narios no tenían prisa en dármela. «Hay mucho tiempo para
esto», dijeron . Pero después de Banja Luca mi categoría in­
ternacional había subido rápidamente hasta 2 695, una cifra
increíble. Así que las autoridades cedieron y dijeron que podía
tener mi categoría soviética después de los 2 545 puntos.
Ya dije antes que por esta época había encontrado mi pro­
pio estilo de jugar al ajedrez. Debería explicar qué quería decir
con esto. Todos tenemos un estilo diferente a causa de nues­
tras distintas naturalezas . El estilo refleja al hombre. Para mí,
entrenado en el método científico por Botvinnik, la concentra­
ción es la clave de todo. Demasiado a menudo tenemos pro­
blemas en el ajedrez por falta de concentración. Parece una
cosa muy simple, pero es la virtud más importante, ser capaz
de concentrarse en los momentos realmente importantes de
una partida.
Por desgracia, la vida moderna es mala para la concen­
tración . Ahora se lleva una vida muy activa, muy rápida. Es­
tamos acostumbrados a tratar con muchos asuntos, incluso
con muchos problemas al mismo tiempo . Tenemos que leer,
ver la televisión, escuchar conversaciones, todo al mismo tiem­
po. Cuando yo tenía dieciséis, diecisiete, incluso veinte años,
me podía concentrar mejor que ahora, porque ahora tengo más
intereses, más problemas concernientes al ajedrez internacio­
nal. La importancia de la concentración radica en que es la

61
umca manera de encontrar algo nuevo y original ante el ta­
blero de ajedrez, la única forma de crear asombro con nue­
vas ideas . La gente espera esto. Contemplan a los campeones
por esto. Creen que es un don del cielo, una bomba que cae
de las alturas . Pero no es así. Está dentro de nosotros. Estoy
seguro de que todo el mundo puede hacerlo, pero hemos de
preparar nuestras mentes. Debemos concentrarnos .
Algunas personas, a l ver m i intensa concentración ante el
tablero, con la cabeza entre mis manos y una mirada fija en
mis ojos, creen que es un acto destinado a asustar o intimi­
dar a mi adversario, como la famosa mirada de Tal . No es
así, aunque debo admitir que a veces puede producir este efec­
to ante un débil o impresionable oponente. Todo esto es real­
mente en mi propio provecho, para excluir cualquier distrac­
ción exterior y forzarme a excavar profundamente en el inte­
rior de mi mente para lograr las combinaciones correctas. Hay
que mantener los pensamientos unidos, no permitir que se
dispersen bajo la presión.
Con esto no quiero decir que haya algo místico en este
proceso. No es como un éxtasis religioso o un médium en tran­
ce. Es más como un artista o un científico que recurre a su
entrenamiento disciplinado, uno en las técnicas de su arte y
el otro para dominar las leyes de la naturaleza, y así lograr
un inspirado y original descubrimiento de sí mismo. Hacien­
do esto uno debe llegar hasta lo más profundo de su ser, a
las raíces de su propia naturaleza y, sobre todo, a la concen­
tración.
Una de las razones por las que hago objeciones al juego
de la época de Kárpov es que esta básica lección, la fuente
de toda la creatividad, está olvidada. Kárpov insistía en la
buena preparación, en aprender los movimientos correctos
para ganar torneos. No es necesario alcanzar una concentra­
ción máxima para esto. Sólo se debe aprender a mover bien
las piezas. Ni siquiera se necesita encontrar el mejor movi­
miento, sólo lo suficiente para ganar. Si no se puede ganar,
entonces hay que contentarse con unas tablas . De esta clase
hay muchos jugadores. El ajedrez así sería muy aburrido. No
habría necesidad de j ugar bien mientras se obtuvieran bue­
nos resultados. Yo me rebelé contra esta idea. Incluso los ex­
pertos en ajedrez se vuelven aburridos .
N o sería buena cosa para e l público que e s realmente afi­
cionado al ajedrez. Quieren movimientos brillantes, ideas atre­
vidas, una fuerte contienda. Lo que no sea esto es estafarles .
É sta e s l a razón d e que e l público m e acepte con entusiasmo

62
y las autoridades soviéticas no. Yo soy un extremista, en la
vida lo mismo que en el ajedrez . Me gustan las complicacio­
nes, en el ajedrez lo mismo que en la vida. Hubo un período
en la vida soviética cuando esto era desaprobado. Pero ahora
creo que no. Mi hora ha llegado.
Ahora todo está cambiando, porque es el campeón mun­
dial el que impone su estilo. Adonde él va, los demás le si­
guen. Kárpov llevó el mundo del ajedrez a una habitación di­
minuta y sofocante. Yo lo he conducido de nuevo a la luz del
sol y a pleno aire. Esto plantea especiales problemas para el
campeón porque tiene una carga adicional y una responsabi­
lidad al ser el iniciador. Es más fácil seguir que conducir. A
causa de mi iniciativa, incluso Kárpov ha tenido que alterar
su propio planteamiento. Ya no es suficiente contentarse con
tablas; ha tenido que aprender a atacar. Como el gran maes­
tro yugoslavo Ljubomir Ljudbojevich, que dijo en la época de
mi primera victoria sobre Kárpov : «Afortunadamente para el
ajedrez, p ero desgraciadamente para Kárpov, Kaspárov ha
hecho su entrada en escena.»
En la época de Kárpov como campeón mundial, su estilo
dominaba. Esto creó una ortodoxia que tuvo un efecto frus­
trante para el ajedrez . Era estático, no dinámico. Como en
muchas áreas de la vida soviética, el ajedrez debió abrirse a
las nuevas ideas y al honesto examen. É sta es la batalla que
yo he estado librando durante muchos años. Creo que la estoy
ganando.
Para ser creativo hay que ser aventurero, tener instinto,
esto no exime de la necesidad de estudiar mucho. Por el con­
trario, se debe trabajar constantemente en la partida, en las
aperturas y finales , con un profundo análisis . Pero nada en
este juego es sagrado . El ajedrez no es un cuerpo de conoci­
mientos fijo o estático. Es dinámico. Incluso mis escritos sobre
el ajedrez, los comentarios anotados de mis encuentros, no
son la biblia. Me gusta ponerlos al día, porque deben ser un
constante interrogatorio de viejas ideas, incluso de las viejas
ideas de uno. Ninguna enseñanza es permanente o axiomáti­
ca. Yo soy un tipo normal. Cometo errores . Me gusta hablar
sobre mis faltas en los análisis posteriores. No escondo nada.
Siempre me gustó este juego, desde la niñez . Me gusta es­
tudiar el ajedrez . Me gusta la vida en torno al juego, los nue­
vos amigos, la atmósfera, la lucha. En cierta manera la com­
pañía de los adultos ha sido una compensación por la pérdi­
da de mi padre. Pero mientras era un niño, no podía
realmente comprender adónde me iba a conducir todo esto.

63
Cuando tenía trece y catorce años, y era campeón juvenil so­
viético y gané algunos torneos el curso de mi futuro empezó
a desdoblarse como un mapa delante de mí. Sería un duro
golpe encontrarme allí, sobre una áspera tierra y en un terri­
torio hostil, pero al final supe adónde me estaba dirigiendo .
Era muy feliz, porque sabía que ya había encontrado mi ver­
dadero lugar en el mundo. No podía imaginarme a mí mismo
sin la compañía de los jugadores de ajedrez, sin esta especial
clase de mentalidad. Era la natural salida para mi personali­
dad, mi talento y mis rebosantes energías . Era afortunado.
Mucha gente, en todos los países, no encuentra jamás su ver­
dadero lugar en el mundo, lo que es una triste pérdida de
recursos humanos.
Después del torneo de Banja Luca logré mi primera cate­
goría de la FIDE, apareciendo en la lista suplementaria del 1
de julio de 1 975 con 2 545 puntos. Luego jugué un segundo
tablero con el gran maestro Bagirov con el derrotado equipo
de Azerbaiján en la Spartakiada (los Juegos Olímpicos inter­
nacionales de la Unión Soviética ), ganando cuatro partidas,
perdiendo una y haciendo tres tablas . Mi mejor victoria fue
sobre Polugayevsky en nuestra usual y encarnizada lucha.
Pero la tarea realmente importante durante este año fue
consolidar y mejorar con optimismo mi posición en la máxi­
ma liga soviética. Muy a menudo un j ugador joven puede
irrumpir en las más altas cumbres del ajedrez, e instalarse
en una meseta para descansar después de su esfuerzo juve­
nil. Esto puede ser peligroso en la compañía de los grandes
maestros soviéticos . Quedarse quieto delante de ellos signifi­
ca normalmente retroceder. No hay salas de espera en el Olim­
po del ajedrez .
Aun así, jugué con mucho cuidado en el 47 campeonato
individual de la Unión Soviética en Minsk, tanto que Salo
Flohr, viejo amigo y rival de Botvinnik hacia el año 1 930, es­
taba muy desconcertado por mi poca característica modera­
ción. <<No sacrifica ninguna pieza, como Kárpov o Petrosian»,
comentó de mi victoria sobre Georgadze. Mi siguiente victo­
ria sobre Sveshnikov, el especialista siciliano, fue también una
pieza disciplinada de juego posicional. Pero en la tercera vuel­
ta me lancé y gané a Yusupov con un estilo que recordó al
comentador, por lo menos, al de Alekhine.
Pero yo había estado cerca de un punto ciego en las pri­
meras vueltas, fallando al imponerme contra débiles jugado­
res, haciendo tablas en sucesivas partidas. Dejé escapar una
fuerte ventaja contra Lerner, perdí también con Anikayev a

64
Mientras defend í a mi título mundial di una conferencia de prensa
en Londres, en j u l i o de 1 986, antes del encuentro con Karpov.
Mis padres.

Fotos de infancia.
En m i triciclo. La mejor ropa y la mejor conducta.

Jugando al backgammon con m i tío ; m i padre nos está m i rando.


Mi primera partida contra Kárpov,
una s i m u ltánea cuando yo ten ia doce años.

Otra s i m u ltánea, esta vez contra Korchn ó i .


Fueron tablas, pero tuve oportu n i d ades de ganar.
¡ Profu nda concentración !

U n a partida en el palacio
de los Pioneros de Bakú.

E l Campeonato J u ven i l Soviético en V i l n i u s en 1 975.


Yo soy el chico en medio de l a pri mera f i l a .
Imágenes de Bakú. En la foto de la izq u i erda, yo en casa, en mi ci udad nata l . Más aba­
jo, se ve toda la ba h ía con la estatua de K í rov en primer plano.
En la escuela. A la izquier­
da, con mi profesora Alexan­
dra. Abajo, una clase de físi­
ca. Abajo, con m i entrenador
N i k i t i n y mi madre cuando
q u edé clasificado en la máxi­
ma l i g a soviética a los q u i nce
años.
Alek h i n jugando a ciegas
contra 28 grandes
jugadores franceses.

GIGANTES DEL PASADO

Botvi n n i k cu a ndo era


campeón m u n d i a l .

U n j u ven i l Tal defiende


su títu l o contra Botvi n n i k .
causa de un movimiento impulsivo, y con Belyavsky al per­
mitir que una buena posición se malograra . Sin embargo,
vencí a Vaganian , a Kupreichik y a Dolrnatov, e hice tablas
con Balashov y Tal. Terminé con la medalla de bronce, el ter­
cer puesto junto con Balashov, detrás de Geller y Yusupov.
Contra los once grandes maestros del torneo me había anota­
do cuatro victorias, seis tablas y una partida perdida. Para
cualquier criterio era un resultado satisfactorio, seis puestos
más arriba que el año anterior.
Mi clasificación de la FIDE al principio de 1 980 era de
2 5 9 5 , 50 puntos más alta, pero todavía 1 30 puntos detrás de
Kárpov. Fui seleccionado corno número diez en un equipo so­
viético de diez miembros, junto con tres campeones mundia­
les, Kárpov, Tal y Petrosian, para la final del campeonato eu­
ropeo en Skara, Suecia. Aunque sólo era segundo reserva, era
la primera vez que jugaba con un equipo ruso en el que todos
eran adultos. Hice una contribución positiva a nuestra victo­
ria sobre Hungría, con cinco puntos y medio de seis posibles.
Aunque había ganado mi primera norma de gran maestro
en Banja Luca, y había estado jugando corno un gran maes­
tro durante el resto de 1 979, nuestro sistema me exigía alcan­
zar este nivel dos veces. Lo intenté, bastante satisfactoriamen­
te, en mi ciudad natal de Bakú pocos días después de cum­
plir diecisiete años, en un torneo organizado por el Club
Central de Ajedrez de la Unión Soviética . La potencia de los
contrincantes era tal que necesité diez puntos para clasificar­
me. Corno en Banja Luca, cumplí con creces mi norma, ga­
nando el torneo con once puntos y medio, justo delante de
Belyavsky.
La sexta en este torneo fue María Chiburdanidze, ahora
la campeona mundial femenina, la chica georgiana que había
ganado el título juvenil soviético en Tblisi al mismo tiempo
que yo. Su gran predecesora, Nora Gaprindashvali, también
era de Georgia.
Pushkin escribió una vez a su mujer : «Gracias, querida,
por saber jugar al ajedrez . Es una absoluta necesidad para
cualquier familia organizada.» Sin embargo, existe el hecho
que en ajedrez la mujer es menos nociva que el hombre. Aun­
que las competiciones femeninas de ajedrez han sido organi­
zadas durante más de cien años, ninguna mujer tiene una ca­
lificación que supere la máxima de un hombre. ¿ Por qué será
así?
Fischer dijo una vez que daría un caballo de ventaja a
cualquier mujer del mundo y aun así le ganaría. Creo que Fis-

65
cher exageraba : un caballo es demasiado . Yo me desprende­
ría de un peón y esperaría ganar, pero sería reacio a hacerlo
contra unas pocas mujeres si la victoria realmente fuera im­
portante. Quizá me veré obligado a revisar mi opinión cuan­
do haya hecho una simultánea programada contra las seis me­
jores jugadoras de ajedrez del mundo .
Botvinnik cree que hay razones psicológicas por las que
las mujeres siempre jugarán al ajedrez peor que los hombres,
que el sistema nervioso de una mujer está designado a hacer
frente a sus funciones como madres de sus hijos, dejándoles
con menos aptitudes naturales para tomar decisiones. Por su­
puesto, éste es un tema discutible, especialmente en estos días
de liberación de la mujer. Pero debo decir que creo que Bot­
vinnik tiene razón . Históricamente, las mujeres han demos­
trado menos talento en áreas de pensamiento abstracto, tales
como la música, las matemáticas y el ajedrez . No hay ningu­
na mujer que sea en el arte de componer música o de pintar
un gran maestro. La mente de la mujer no puede tratar los
euclidianos conceptos de la geometría. Hacen mejor las cosas
relacionadas con áreas de dimensión humana, como la medi­
cina o escribir sobre ficción. También creo que el ajedrez de
alto nivel requiere un grado natural de agresividad que no es
natural en la mujer.
Me interesó leer que la opinión de Botvinnik ha sido apo­
yada por modernos investigadores científicos . Los hombres
hacen mucho mejor las pruebas de medir la habilidad espacio­
visual, como desglosar las formas en unidades más peque­
ñas, un factor clave para el éxito en ajedrez. Los hombres
también se afectan menos por lo que se conoce en el lenguaje
de las computadoras como «interrupciones». Esto quiere decir,
por ejemplo, que el hilo del pensamiento de una mujer puede
romperse más fácilmente por acontecimientos externos, como
el llanto de un niño. Esto no forma parte de su condiciona­
miento ambiental, sino orgánico; es parte de su estructura mo­
lecular genética. El efecto, en términos de computadora, es
que sobrecargan sus bancos de memoria con una serie de pe­
queños sucesos a los que están programadas para contestar,
limitando por lo alto sus poderes de concentración . Sólo en
la ficción ( Gambito de la reina de Walter Tevis ) , una mujer
gana una partida. Lo siento, señoras, pero es así.
Yusupov había ganado el campeonato juvenil del mundo
en 1 977 . Ahora, tres años después, tenía veinte años y era
demasiado mayor para esta competición, de modo que me
puse en camino hacia Dortmund, en Alemania occidental,

66
como representante de la Unión Soviética. Como el jugador
con calificación internacional más alta, se suponía que gana­
ría, pero esta expectación a veces puede ser una desventaja,
especialmente cuando de repente te encuentras jugando con
chicos después de estar acostumbrado al estilo de los gran­
des maestros adultos. De hecho, gané convincentemente, ante
Nigel Short, por un punto y medio. Nigel dijo que recordaba
vivamente la poderosa impresión que le causé al otro lado del
tablero : <<Nunca me había enfrentado con un jugador tan in­
tenso, nunca había notado tanta energía y concentración, tanta
voluntad y un deseo tan ardiente ante mí.»
Ahora soy campeón mundial . Tengo que admitir que estoy
satisfecho y esto proporciona gran placer a mis profesores y
compañeros en Bakú . Mi retrato está por todas partes con la
medalla de la victoria, como si fuera una reina de belleza.
fa;e maravilloso año de 1 980 en la Olimpiada de Malta, la
Unión Soviética venció a Hungría en un tie-break después de
una terrible batalla durante dos semanas y media. Perdí sólo
con Georgiev de Bulgaria, que encontró un fallo en mi nor­
malmente bien preparada apertura. Fui el número seis del
equipo soviético, detrás de Kárpov, Polugayevsky, Tal, Geller
y Balashov, pero conseguí el número de puntos más alto
( nueve y medio de un total de doce, justo antes que Kárpov) .
L a vista d e una Olimpiada nunca deja d e excitarme . Toda
esa gente de todos esos países, algunos ricos, otros pobres;
algunos comunistas, otros capitalistas ; pero todos compartien­
do un entusiasmo común por el ajedrez . La sala se alarga
tanto como el ojo puede ver y aloja en ella todos los colores y
credos de la tierra. A primera vista parece ofrecer un perfec­
to ejemplo de cómo la gente del mundo puede competir unos
con otros en amistad y paz . Entonces empiezan los alterca­
dos . . .
Raymond Keene, el gran maestro británico que tanto ha
hecho por promover el ajedrez en su país, me conoció por pri­
mera vez en la Olimpiada de Malta. «Supe en un instante que
Garri sería un campeón mundial. Observé tres o cuatro de
sus partidas y pensé : "Este crío es un genio"», dijo después .
El 1 de enero de 1 98 1 mi clasificación subió hasta 2 625,
mientra s que la de Kárpov descendió un poco, 2 690. Me es­
taba acercando cada vez más, un hecho que no había pasado
inadvertido al campeón mundial y la creciente banda de pa­
rásitos que se habían reunido a su alrededor durante aque­
llos años. ¿Estaba yo haciéndole �ombra demasiado cerca para
su comodidad ? Pronto lo averiguaría.

67
CAP ÍTULO 5

AVISOS DE TORM ENTA

En la elaboración de una tormenta hay centelleos de relám­


pagos por el cielo, estruendo de truenos y otras manifestacio­
nes en el turbulento aire que dan aviso de la violencia que
está por llegar. Para mí y para todo el mundo internacional
del ajedrez, la tempestad estalló finalmente el 1 5 de febrero
de 1 985, cuando Campomanes y sus aliados en el bando de
Kárpov abandonaron mi desafío por el título mundial justo
cuando estaba empezando a ganar. Pero los primeros avisos
de la tormenta habían aparecido muchos años antes .
Volviendo la vista atrás puedo ver que Kárpov debía de
haber percibido el peligro ya en 1 978, cuando me clasifiqué
para la máxima liga de la Unión Soviética a la edad de quin­
ce años . Nunca había sucedido nada igual . Yo no era ni si­
quiera un maestro, ni menos aún un gran maestro. Esto debía
haber hecho sonar las campanas de alarma para el campeón.
Pero por entonces yo estaba absorto en mi primer desafío con
Korchnói y tenía otras cosas en la cabeza. Sin embargo, me
di cuenta que, de repente, dejaba de mencionarme en las en­
trevistas y conferencias sobre las jóvenes promesas del aje­
drez . En su aduladora autobiografía, publicada en 1 980, mi
nombre no se menciona ni en el índice. Creo que ya estaba
preocupado . Otros grandes maestros le debían de haber ha­
blado de aquel talentoso joven de Bakú que era ambicioso y
que lo hacía cada vez mejor. Si un periodista especializado
en ajedrez de Londres me pronosticaba un futuro como reta­
dor de Kárpov en tan temprana fecha como es 1 97 5 , cuando
sólo tenía doce años, podía estar seguro de que esta amenaza
no había escapado a la atención del campeón.
Pero yo estaba al margen de estos asuntos . Entonces no
sabía nada de las peleas alrededor del tablero en las que más

68
tarde me vi envuelto . Yo no podía imaginar ni sospechar que
habría tantos problemas . Sentí mi primer estremecimiento de
que algo sospechoso podía estar sucediendo en el llamado Tor­
neo de las Generaciones, organizado por la Federación Rusa
de Ajedrez, en Moscú, para conmemorar el 26 Congreso del
Partido Comunista en febrero de 1 98 1 . Había cuatro equipos :
el primer y segundo equipo de la Unión Soviética, un equipo
de veteranos y uno juvenil, en el que estábamos Yusupov, Chi­
burdanidze y yo.
El primer equipo de ocho jugadores incluía a cuatro cam­
peones mundiales, Kárpov, Spassky, Petrosian y Tal . Los ve­
teranos también presentaban a un anterior campeón mundial,
Smyslov, y un aspirante, Bronstein, el hombre que había es­
tado más cerca de un título mundial sin llegar a ganarlo . Hizo
tablas con Botvinnik en 1 95 1 después de haber ido por de­
lante en dos partidas. Siempre he tenido la sensación de que
algunas personas están destinadas a ser campeones del mundo
y otras no. Si estás destinado, lo serás . Si no lo estás, como
Bronstein, Larsen y Korchnói, es cosa también del destino.
Naturalmente, yo esperaba jugar en el primer tablero del
equipo juvenil y así lo creía todo el mundo. Aunque era joven,
era obvio que era el jugador más fuerte de mi equipo. Pero
se originó una gran discusión, por razones que sólo ahora
puedo entender. Los funcionarios insistieron en que Lev Psa­
khis jugaría en el primer tablero porque había sido ganador
conjunto del título soviético o, si no, jugaría Yusupov. Pero
en aquel momento yo era el mejor jugador de nuestro equipo.
Tenía una extraordinaria clasificación de la FIDE, ya una de
las más altas en la Unión Soviética, mayor que la de los ex
campeones mundiales Smyslov y Petrosian, incluso más alta
que la de Tal. Así ¿cuál era el problema?
El problema, ahora me doy cuenta ; era muy simple, Kár­
pov, que como campeón mundial estaba naturalmente en el
tablero número uno del primer equipo, quería evitar jugar con­
migo . Al final, nuestro equipo pidió una votación democráti­
ca sobre quién jugaría en el primer tablero . Los funcionarios
no querían hacerlo, pero no les dejamos elección. Gané por
cinco votos a tres ( Psakhis se votó a sí mismo y Yusupov y
su amigo Dolmatov votaron a Yusupov) . Así que Tolya y yo
finalmente nos sentamos para disputar el primero de nues­
tros muchos encuentros cara a cara. Jugamos dos partidas
vivamente disputadas que mantuvieron a los espectadores cau­
tivados. Un comentarista escribió : «Es uno de los mejores es­
pectáculos que he visto . Los dos grandes maestros están tra-

69
tando de sacar el máximo. Ataque, contraataque, defensa,
comprometiendo a cada rey, para tratar de encontrar su ca­
mino en el tablero con los relojes avanzando implacablemen­
te.» Las dos partidas fueron tablas, pero el campeón estuvo
en constante peligro . Ciertamente sabía que había estado en
una verdadera contienda cuando acabamos. Tuve el mayor nú­
mero de puntos entre los jugadores del primer tablero.
Lo que hacía que nuestras partidas tuvieran un interés es­
pecial para los aficionados era el contraste entre nuestros es­
tilos . Kárpov tenía un fuerte sentido posicional, con un ins­
tintivo entendimiento del tablero y de cómo mover las piezas .
Pero le gusta evitar las complicaciones . Es uno de esos juga­
dores que piensan en el ajedrez principalmente ante el table­
ro . Decía de sí mismo : «El juego arriesgado al estilo de los
mosqueteros del ajedrez interesa a aquellos que gustan de con­
flictos violentos, pero a mí no me gusta. Yo intento valorar
mis posibilidades serenamente y no atormentar mi cerebro.»
Yo soy un jugador investigador, siempre en busca de nuevas
variaciones, pasando largas horas investigando y aceptando
las complicaciones y haciendo sufrir a mi cerebro.
Sin embargo, al hacer tales generalizaciones siempre se
debe recordar la advertencia de Petrosian : «Cada gran maes­
tro es un individuo bastante complicado y la impresión que
la gente tiene de él no siempre corresponde a la realidad . Tal
no sólo "sacrifica piezas", Fischer no es sólo una "computa­
dora electrónica" y Petrosian no es sólo "prudente".» En la
cuestión más importante de todas Kárpov y yo compartimos
un objetivo común : ambos creemos que el ajedrez es ante todo
una contienda, una lucha, en la que el oponente tiene que ser
vencido. Mas para uno de nosotros esto es un arte, para el
otro es un frío negocio . Yo quiero ganar, quiero vencer a
todos, pero quiero hacerlo con estilo, en una honesta batalla
deportiva.
Botvinnik dice que el estilo de Kárpov es más parecido al
de Capablanca, mientras que el mío se parece más al de Ale­
khine. É l había jugado con los dos antiguos campeones. La
fuerza de Capablanca residía en la frialdad de su juicio, esco­
giendo invariablemente la opción correcta, no importaba qué
intrincada o arriesgada fuera su situación, viendo la lógica
secuencia que corre como un cable de acero bajo el laberinto
del tablero. Botvinnik jugó incluso contra Emanuel Lasker, que
fue campeón mundial desde 1 8 94 hasta 1 92 1 . Lasker era
amigo de Einstein, un prodigio con las matemáticas y un fi­
lósofo. Fue un gran luchador que convertía cada partida en

70
una batalla de nervios con su adversario . Solía decir: «No
estoy jugando con peones blancos o negros sin vida. Estoy
jugando con seres humanos de carne y sangre, caqa uno con
una personalidad distinta, que tiene sus puntos débiles y sus
puntos fuertes . » Botvinnik me dijo que Lasker una vez tiró
un reloj por la ventana de su casa, diciendo : «No soporto a
los mentirosos . La misión de un reloj es marcar la hora co­
rrecta.»
Si los grandes maestros parecen excéntricos, incluso un
poco locos a veces, recuerden lo que dijo Spassky una vez :
«Todos los grandes jugadores de ajedrez son caracteres difíci­
les . Difíciles en su unicidad, su peculiaridad y en la necesi­
dad de ser siempre un luchador y un hombre. » La dificultad
surge porque una fuerte personalidad se encuentra con otra
fuerte personalidad en una partida donde cada uno está bus­
cando la superioridad psicológica como parte de la táctica para
la victoria. Cuando los gigantes se encuentran, seguramente
habrá chispas.
En 1 98 1 Botvinnik escribió sobre Kárpov y sobre mí : ccKár­
pov calcula las variaciones muy bien. Pero su mayor fuerza
no reside en esto. Supera a Kaspárov con mucho en la com­
prensión posicional del ajedrez . Cuando Kárpov era bastante
joven ya había demostrado un buen entendimiento de los prin­
cipios posicionales del juego. Kárpov no tiene igual en la ha­
bilidad de colocar las piezas en el tablero. Sus piezas normal­
mente son invulnerables, mientras que las de su oponente
están sujetas a presión continua. En este aspecto el estilo de
Kárpov es mucho mejor que el de Petrosian que, habiendo
logrado una seguridad absoluta de su posición, espera pacien­
temente un error por parte de su oponente. Kárpov no espe­
ra : juega activamente.» Por supuesto en esta época hacía seis
años que Kárpov era campeón del mundo . Tenía casi treinta
años y estaba en su apogeo, mientras que yo tenía sólo dieci­
siete años.
Jugamos una partida más antes de nuestro maratón del
campeonato mundial tres años después . Esta vez fue en la
Unión Comercial de Moscú, en abril de 1 98 1 , en el Torneo de
los Grandes Maestros. Nuestra partida consistió en unas rá­
pidas tablas después de dieciocho movimientos, una decep­
ción, porque Kárpov ya estaba seguro de su victoria en el tor­
neo y sólo necesitaba el empate. Fui muy afortunado hasta
mi cumpleaños, que cayó en mitad del torneo, pero luego no
pude conseguir una posición ganadora contra Ulf Andersson,
de Suecia, y perdí con Petrosian. Aunque Kárpov ganó el tor-

71
neo por un claro margen, yo fui segundo, y él ya no podía
tener más dudas sobre quién le estaría esperando para desa­
fiarle después de su próximo encuentro para el campeonato
mundial con Korchnói en Merano a finales de año.
Mientras Kárpov se entrenaba para defender su título, yo
ayudé al equipo soviético a ganar el campeonato mundial de
menores de veintiséis años en Graz, Austria. Tuve la mejor
actuación individual, ganando ocho partidas y haciendo ta­
blas en dos, de un total de diez . Vladirnirov y yo compartía­
mos una habitación en Graz y solíamos ir fuera a comer en
un restaurante chino . Después de estas comidas yo jugaba
muy bien, pero cuando dejarnos de ir hice dos tablas . Así que
Vladirnirov dij o : «Será mejor que volvamos a un restaurante
chino. Necesitas comida fuerte y cerveza.» Así lo hicimos y
empecé a ganar de nuevo.
Eric Schiller, el maestro norteamericano, parece haber es­
tado observándome muy de cerca en este acontecimiento. Para
evitar ruborizarme cito su descripción sin comentarios, sólo
para demostrar cómo yo aparecía en esta época por lo me­
nos para un observador occidental :
«Fue en este acontecimiento cuando me di cuenta de una
de las supersticiones de Garrí . Corno Sansón, parecía creer
que el afeitarse podría traerle malos resultados, y en conse­
cuencia después de sus primeras tablas con Kouatly (en esta
partida iba muy bien afeitado ) empezó a adoptar un aspecto
más bohemio. Entonces empezó a ganar de nuevo, acabando
el torneo con una sorprendente puntuación del noventa por
ciento contra un oponente de mejor calibre internacional .
»Las dos partidas más impresionantes fueron contra el ju­
gador británico Speelrnan y el norteamericano Fedorowicz . En
la partida con éste reveló un elemento esencial de su estilo.
Mientras John se iba preocupando más por el paso del tiem­
po, y sus piezas empezaban a vagar alrededor de la reina,
Garrí decidió "preocuparle" un poco con el reloj . La táctica
tuvo un resultado admirable.
»La preparación de Garrí justo antes del comienzo de la
partida es intensa. Llega muy pronto ante el tablero, se hunde
en una profunda concentración y empieza a dejar circular su
corriente. La cara que era tranquila y pacífica momentos antes
se vuelve arrugada por la tensión. Sentado delante de él, uno
puede sentir literalmente la presión . Es sencillamente espan­
toso jugar contra él .
»Delante del tablero es otra cosa completamente distinta.
Se divierte "atacando por sorpresa", aunque se aburre rápi-

72
<lamente cuando encuentra débil oposición . El consenso entre
algunos de nuestros mejores jugadores norteamericanos es que
él es simplemente asombroso. Garri me dijo que para él sólo
había un adversario realmente interesante en el ataque, Kár­
pov. Su confianza es enorme, pero nunca llega a la arrogan­
cia. Y todavía venera el recuerdo de Fischer. Compartimos una
"enfermedad", ambos somos ligeramente claustrofóbicos . Las
grandes reunion es ponen a Garri incómodo.
»Garri es un excelente profesor. Dio una conferencia en
Graz, en la que algunos de los participantes del Tercer Mundo
analizaron sus partidas después . Su exposición del método de
entrenamiento de Botvinnik fue soberbia, y el consejo prácti­
co demostró ser útil. De hecho, mi propio juego mejoró nota­
blemente en los meses siguientes . ¡ Y todo lo que hice fue ac­
tuar como intérprete ! »

D e hecho, y o sólo estaba hablando e n voz alta sobre un


libro de comentarios de ajedrez que Nikitin y yo publicamos
más tarde. Un crítico dijo de este libro : ccSu estilo literario es
un marcado contraste con el de Fischer, y su general nivel
pedagógico es mucho más alto. Es un lector ávido, la maleta
de Garri siempre contiene material de lectura de alto nivel.»
Es cierto que siempre llevo libros conmigo a cualquier
sitio. De historia, biografías, los poemas de mi querido Lér­
montov. Siempre estaba ávido de saber más cosas sobre los
países que estaba visitando. Cuando estuve en España fui a
El Escorial y puse en un aprieto a la guía porque aparente­
mente sabía más que ella y continué incitándola. Mi memo­
ria era tal que podía recordar cada detalle, cada fecha que
leía una vez . Más tarde aprendí a llevar mis conocimientos
más a la ligera, pero cuando era más joven no podía quedar­
me callado . No quería alardear, sólo deseaba que todo el
mundo compartiese las cosas que yo sabía .
Volviendo la vista atrás a esta época, mis impresiones de
una vida fuera del ajedrez se han vuelto bastante borrosas ;
una sucesión aparentemente sin fin de aviones, habitaciones
de hotel, comidas, encuentros y análisis después de los en­
cuentros . Lo que recuerdo son los problemas, y mis proble­
mas estaban sobre todo relacionados con el tablero de aje­
drez. Pero por supuesto me daba cuenta de mi creciente fama
y no puedo pretender que no me gustaba, aunque empezaba
a evitar encontrarme con gente en restaurantes porque me cau­
saba turbación. Vadim Minasian empezó a comprender que

73
ya no pasábamos inadvertidos en nuestros paseos por Bakú .
La gente nos detenía para hablarnos o felicitarme o, simple­
mente, desearme suerte. Más tarde este fenómeno se exten­
dió a otras ciudades de la Unión Soviética, incluso Moscú, y
a algunas capitales europeas, especialmente en lugares donde
el ajedrez es muy popular, como Holanda, Inglaterra y Es­
paña.
Mi problema de comunicación con la gente de mi edad no
ha desaparecido aún. Tenía un problema al mezclarme con
gente importante, que siempre parecían querer algo de mí y
con los que, por lo tanto, no podía relaj arme. Existía un pro­
blema al estar con gente de mi propio ambiente, a causa de
mis historias exóticas sobre los lugares donde había estado y
todas las cosas que había visto y hecho. Esto parecía alejar­
les y crear una distancia entre nosotros .
Durante un tiempo, cuando tenía dieciséis o diecisiete años,
me divertía mucho mezclándome con un grupo de gente co­
rriente de Bakú . Era un heterogéneo grupo de trabajadores,
conductores y mecánicos, gente normal de la calle. No eran
exactamente blatnoy, rebeldes o disidentes políticos, pero les
gustaba mostrarse como gente atrevida y poco convencional .
Me admiraban y yo me sentía a gusto entre ellos . No querían
nada de mí excepto mi compañía, lo que naturalmente yo en­
contraba muy halagador. A diferencia de mis antiguos com­
pañeros de colegio, ellos realmente querían oír historias sobre
escritores y actores y otra gente famosa que yo había conoci­
do. Parecían libres de las ordinarias represiones, especialmen­
te sobre chicas o la bebida o saltarse a veces las reglas ; crea­
ban una atmósfera que me embriagaba. A causa de mi vida
especial, había tenido pocas oportunidades de llegar a cono­
cer a la gente normal y encontraba que era una experiencia
nueva y educativa. Juntos hacíamos cosas inofensivas pero
excitantes . Curiosamente, encontré que me podía mezclar bien
con los órdenes más altos de funcionarios y gente de este tipo
y con los más bajos, pero no con la gente de en medio.
Mi siguiente salida al extranjero fue a Tilburg, Holanda,
para el encuentro lnterpolis de Supergrandes Maestros. Fue
una sensata ocasión, porque me enseñó que aún tenía mucho
que aprender sobre ajedrez . Hasta entonces había tenido la
gran arma secreta de la sorpresa. Nadie podía creer que aquel
joven supusiera una amenaza tan seria. Mis partidas no eran
muy conocidas por los grandes maestros extranjeros. De modo
que yo tenía esta ventaja. Pero a finales de 1 98 1 mi reputa­
ción había crecido. Los grandes maestros estaban precavidos

74
respecto a mí. Mi nombre me había precedido en la gira. Me
estaban esperando. Aprendí rápidamente que los mejores gran­
des maestros eran hombres de muchos recursos . Más tarde,
llegué a comprender que ésta fue una experiencia saludable
para mí, una etapa necesaria en mi educación, pero entonces
tuve un sobresalto . No estaba acostumbrado al fracaso.
Por supuesto, el fracaso fue relativo. Para los niveles de
mucha gente, parecía ser una actuación loable para un chico
de dieciocho años terminar el número diecisiete, justo en la
mitad, en un terreno de grandes maestros adultos. Perdí tres
partidas y gané tres, haciendo tablas en las demás . Sin em­
bargo, para mí fue una actuación profundamente frustrante y
decepcionante. Lo que más me preocupaba, y también a mis
entrenadores, era que me veía incapaz de obtener la mayoría
de buenas posiciones. Los grandes maestros eran más inteli­
gentes de lo que yo creía para abrirse camino entre estos di­
fíciles momentos, especialmente al final de la partida. En mi
interior sabía que los podía ganar, pero como siempre mi más
fuerte rival era yo mismo .
Recuerdo que en la segunda vuelta, Lajos Portisch, el gran
maestro húngaro, logró unas tablas virtualmente imposibles .
Después, contra Boris Spassky, me metí en toda clase de pro­
blemas, perdiendo por lo menos dos oportunidades de ganar
y finalmente perdí contra reloj . En la partida con Tigran Pe­
trosian hice un arriesgado movimiento que llevó a su rey al
otro lado del tablero, pero el inteligente armenio - cuyo juego
recordaba más a una serpiente pitón que al tigre que su nom­
bre sugería- se mantuvo firme y finalmente me ganó. Más
tarde hice buen uso de esta lección y aprendí de esta expe­
riencia para tomar la revancha sobre él en Bugojno y Niksic.
Mi única satisfacción fue una victoria contra Ulf Anders­
son, que en ciertos aspectos todavía la considero una de las
mejores partidas de mi vida . Petrosian, que siempre apoyó
mi talento, incluso cuando no estaba de moda hacerlo, escri­
bió después : «Como es tan a menudo el caso de Kaspárov, se
mete dentro en el acto. Esta habilidad para poner en orden
las fuerzas de reserva, con paciencia, antes de dedicarse al
empujón final, es uno de los secretos del éxito de Kaspárov.
Muy raramente se esfuerza. No se puede sino admirar la
forma en que cada pieza, excepto el rey, están tomando parte
en el ataque, y al mismo tiempo no hay ninguna posibilidad
de que las negras puedan forzar el cambio.» Al final de esta
partida, Andersson exclamó : c< ¡ Nunca más j ugaré contra Kas­
párov l >>, y detuvo el reloj . Por supuesto volvimos a jugar.

75
Fue un mal torneo para mí. Jugué muy bien algunas par­
tidas, pero en conjunto los resultados no fueron tan buenos.
Tal vez era demasiado joven y trataba de competir con exce­
siva fuerza. Los grandes maestros me castigaron por arries­
garme demasiado. Después de esto me di cuenta de que ne­
cesitaba más experiencia con grandes maestros extranjeros.
Era preciso endurecer mi juego oponiendo mi ingenio contra
los mejores jugadores del torneo, como Jan Timman, el gran
maestro holandés, que siempre me hizo pasar malos ratos.
Mis entrenadores y yo estuvimos de acuerdo en que ésta era
la principal lección de Tilburg. Entonces no me di cuenta de
qué problemas me podía causar esto con las autoridades so­
viéticas .
Sin embargo e l siguiente mes tuve una nueva oportunidad
en la máxima liga del 49 campeonato de la Unión Soviética
en Frunze. Este torneo proporciona muchas oportunidades
para la improvisación, para comprobar nuevas ideas y para
un aumento general de los conocimientos de ajedrez . Muchas
de las partidas jugadas en esta ocasión se han conservado
para el estudio de los grandes maestros, incluyendo mi aper­
tura ganadora sobre Gavrikiv, un bien conocido exponente de
la defensa Tarrasch . Decidí ir directamente a por el rey, que
era una clase de juego casi desconocido y normalmente de­
sastroso.
A Eric Schiller le gustó esta partida, especialmente mi uso
de un alfil en el movimiento 23. «Vigila esta pieza - escribió
luego en un comentario - . Embargado por un fervor religio­
so, el alfil 1 entra en una verdadera acción kamikaze. La res­
puesta de las negras es forzada. No es el movimiento en sí lo
que merece nuestra admiración, sino la increíble elaboración,
el épico viaje del alfil.» En otra partida contra Yusupov hice
el increíble sacrificio de un caballo que fue considerado el
mejor movimiento del torneo .
Incluso después de nueve vueltas, era difícil decir quién
estaba ganando el torneo, ya que había cuatro partidas ina­
cabadas . Finalizar varias partidas aplazadas en una tarde pre­
senta problemas obvios. Hay menos tiempo para el análisis,
ya que la atención se divide entre todas las situaciones que
se están jugando y no se puede centrar en una. En este tor­
neo, además, a diferencia de los campeonatos nacionales en
otros lugares, sólo se asignan quince minutos entre las parti­
das, lo que hace difícil olvidar la última y adaptarte al desa-

l . Al alfil se le llama en inglés bishop, es decir obispo. (N. del t. )

76
fío que tienes delante. En esta ocasión, recuerdo que Dolma­
tov se dio por vencido, pero yo tuve que luchar contra Bel­
yavsky, Kuzmin y el antiguo colega de Kárpov, Kupreichik.
Cada una de estas partidas planteaban especiales dificulta­
des analíticas que nos tuvieron en vela a Nikitin y a mí buena
parte de la noche, calculando las muchas posibles variacio­
nes que mi adversario podía seguir a mi movimiento secreto.
En este torneo logré encontrar la forma de vencer a Bel­
yavsky, aunque Nikitin y yo, en nuestros análisis, habíamos
llegado a la conclusión de que había un posible movimiento
secreto que podía forzar unas tablas. Afortunadamente, mi
oponente eligió otro . Como había esperado, logré hacer tablas
con los otros. Aunque Psakhis acabó en cabeza, había sido
un buen torneo para mí, especialmente la última vuelta .
Una de las ventajas de un torneo como éste es que puedes
analizar las posiciones teóricas e incluso poner en duda algu­
nas suposiciones generales del ajedrez; por ejemplo, el clásico
enfoque que relega al jugador de las piezas negras al papel
de defensor, dándole la primordial tarea de alcanzar la igual­
dad . Sin embargo, los innovadores del ajedrez no se han limi­
tado a un enfoque tan reducido en los problemas de las aper­
turas. Ahora hay algunas en las que las piezas negras asumen
el papel positivo normalmente reservado para las blancas. Al
adoptar una actitud inflexible al principio de la partida, las
negras plantean el problema de cómo llevar la iniciativa.
Es en esto, como en tantas cosas, en lo que Botvinnik mos­
tró el camino. Explicó que es un poco como la dama que se
ponía en cabeza en un baile de salón. Da la casualidad de
que Botvinnik era un gran danzarín, bailando el fox y el char­
lestón a un nivel casi profesional. Galina Ulanova, la famosa
bailarina del Bolshoi, le dijo una vez : « ¡ Nunca creí que los
jugadores de ajedrez bailaran !» Añadió que ella bailaba mal
el fox.
A menudo usaba posiciones de apertura que en teoría es­
taban condenadas, confiando en el profundo análisis y el exac­
to entendimiento de las situaciones dadas. Tuvo muchos éxi­
tos con este sistema de juego. La llamada variación Botvin­
nik de la defensa Semi-Slav es uno de los métodos mejor
conocidos que él utilizaba para esto. En Frunze me vi com­
prometido en largas batallas sobre la variación Botvinnik con
Dorfman y Timoschenko, que fueron después mis apreciados
entrenadores en el campeonato mundial. Con las piezas blan­
cas normalmente trataba de evitar esto, pero lo probé con
éxito contra ambos .

77
Pero el hecho de ganar la partida no siempre resuelve la
discusión teórica en ajedrez . Después de todo, el adversario
puede haber hecho un cálculo erróneo que el siguiente opo­
nente no hará. Tal vez entonces la estrategia resultará ser un
error. La partida contra Timoschenko dependió decisivamen­
te del sacrificio de un peón en el movimiento 30. Después no
podía estar seguro si el sacrificio había valido la pena. ¿ Po­
dían las negras haber encontrado un contraataque más fuerte?
Este razonamiento no sólo se estaba desarrollando en mi
cabeza. Casi todos los participantes en el torneo empezaron a
intervenir. Hubo un gran debate sobre esto y se creyó por
mayoría que las negras podían haber ganado la partida. Svesh­
nikov, que era mi próximo oponente, alardeó que me lo de­
mostraría cuando nos enfrentáramos. Volviendo al hotel, no
pude descansar durante un rato. ¿Sería posible que todo el
plan de las blancas fuera una fanfarronada que pudiera ser
descubierta? Una y otra vez di vueltas al problema hasta que
a las dos de la madrugada encontré la tranquilidad .
A la mañana siguiente usé de nuevo la variación Botvin­
nik, y Dorfman y yo seguimos rápidamente hasta el movimien­
to 1 3, de modo que la teoría pudiera comprobarse otra vez .
É l estaba seguro, después de analizarlo mucho, de que podía
ganar. Yo estaba seguro de que mi análisis era correcto . Los
espectadores estaban asombrados de ver que habíamos com­
pletado treinta movimientos en cuarenta minutos . La razón
era que queríamos llegar rápidamente a la posición crucial .
Después de 35 movimientos demostré que la desventurada po­
sición de las piezas negras les hacía imposible ir en ayuda de
su rey. Se demostró que las esperanzas de recuperación de
las negras era un espejismo.
Pero, ¿podría Sveshnikov haber encontrado otra respues­
ta? Nunca lo supe, porque el gran maestro Chelyabinsk llegó
a la conclusión de que la discreción era la mejor virtud y evitó
usar el sistema Botvinnik siempre que nos encontrábamos .
Pero lo examinamos de nuevo en el análisis posterior a la par­
tida.
En la vuelta final, Lev Psakhis me aventajaba por medio
punto. Había conseguido vencerme después de que yo rehusé
unas tablas . É l se imaginaba que había monopolizado el tor­
neo, porque estaba jugando con las blancas contra Agzamov,
mientras yo sólo había hecho tablas en una partida aplazada
con Romanishin y ahora jugaba con las negras contra el for­
midable Tukmakov, que sólo necesitaba unas tablas para ob­
tener la medalla de bronce. Sin embargo las últimas vueltas

78
no siempre obedecen a las leyes de la lógica. Psakhis podría
haber ido a buscar unas tablas seguras, calculando que era
lo máximo que yo podía esperar, lo que haría de él el vence­
dor global. Pero Lev, por su honor, decidió seguir hasta el
final e intentar redondearlo con otra victoria .
Mientras tanto, ¿qué podía hacer y o con Tukmakov? En
ese momento crítico de mi carrera tenía que ser todo o nada.
Yo había escogido la defensa india del rey, una antigua y se­
gura arma. El sistema escogido por Tukmakov no prometía
mucho para él con las blancas, pero tenía la ventaja de impe­
dir el activo contraataque de las negras . Desde su punto de
vista, esto tenía sentido, porque unas sencillas tablas era todo
lo que él necesitaba. Sin embargo, desde mi punto de vista,
no podía permitirme dejar que la partida fuera llevada al tran­
quilo remanso de los canales, a causa de la situación del tor­
neo. Tukmakov era también muy consciente de esto. É l sabía
que yo tendría que desviarme de mi acostumbrada teoría y
jugar algo más arriesgadamente si quería alcanzar la victoria.
Después de las escaramuzas iniciales noté que Tukmakov
creía que podía ganar. Tenía una evidente oportunidad de
hacer una sucesión de cambios que le podían llevar a las ta­
blas, que era todo lo que necesitaba para conseguir la meda­
lla de bronce. Pero declinó este movimiento - de manera in­
teresante, pensé- en favor de un planteamiento más positi­
vo. Obviamente, creyó que podía vencerme por mi juego arries­
gado en la apertura. Empezó a moverse en posiciones más
dinámicas . Esto me convenía, porque yo era capaz de conti­
nuar empujando las piezas hacia adelante, forzándole a res­
ponder con mucho cuidado, ya que el más ligero error podía
ser fatal para él.
Esto me dio una pequeña iniciativa, que era todo lo que
yo necesitaba. Me permitió crearle peligros a cada paso, acti­
vando mis fuerzas. Decidí que si quería ganar esta partida
debía forzar la situación, así que sacrifiqué dos peones . Esto
tuvo el efecto de distraer a la torre blanca, que descubrió un
fallo inesperado en su primera fila. Las piezas blancas empe­
zaron a colocarse alrededor de la reina, lejos del rey. Las pie­
zas negras empezaron a acercarse y rodear su residencia.
Intuitivamente, sentí que Tukmakov no comprendía del
todo el peligro y confiaba en la fuerza de su situación, ya que
a primera vista las blancas parecían tenerla controlada . Pero
la tremenda energía potencial almacenada por las fuerzas de
las negras estaba sólo empezando a mostrar su verdadero
poder. Tardíamente, Tukmakov comenzó a retroceder, pero

79
esto sólo tuvo el efecto de proporcionarme nuevos objetivos
blancos.
Podía ver una buena maniobra de arrastre, que yo bien
podría haber adoptado en otra situación que no fuera ésta,
ya que estaba jugando con las negras. Pero aquel día quería
arriesgarme para evitar las tablas . Dio la casualidad de que
finalmente Tukmakov cometió un error que me dio la parti­
da. É l estaba bajo una intensa presión a causa del tiempo y
enfrentándose a toda clase de amenazas, ya que las piezas
negras cubrían todas las posiciones claves, de modo que iba
a perder inevitablemente . A causa de las circunstancias espe­
ciales de esta partida - sus efectos en el torneo y la atmósfe­
ra psicológica en la que se jugó- la considero como uno de
los momentos más importantes de mi carrera como jugador
de ajedrez .
La partida de Psakhis también estaba a punto de termi­
nar. En un momento parecía tener ventaja, pero la férrea de­
fensa de su adversario rechazó su ataque. Entonces decidió
no correr más riesgos y se lanzó hacia una situación de arras­
tre. Pero cuando ofreció unas tablas, se sorprendió al ver que
las rechazaban. De hecho, yo también estaba sorprendido, no
lo podía creer. Sin embargo, al final la partida terminó en
unas tablas no excesivamente claras y que provocaron mu­
chos murmullos. Lev me dijo más tarde : ccDe haber continua­
do quizá podría haber ganado, pero es fatal para mi sistema
nervioso. Así que pensé : "Si hago tablas me puedo ir a mi
habitación y abrir una botella de champaña. "»
Estábamos completamente igualados, dos puntos y medio
de ventaja sobre el jugador más próximo. Había sido una ca­
rrera dramática, con la iniciativa cambiando de manos varias
veces en el curso del torneo. Normalmente en tal.es circuns­
tancias hay varios métodos de tie-break para proclamar al ven­
cedor. Sin embargo, en este caso fuimos declarados ganado­
res conjuntos de la medalla de oro, lo que nos satisfizo ple­
namente a los dos . Ahora era campeón conjunto de la Unión
Soviética.
Ahora veo muy claro que había aprendido mucho en mis
partidas con los grandes maestros soviéticos y tal vez ellos
habían aprendido algunas pocas cosas de mí. En la máxima
liga yo había pasado del noveno al tercero y luego al primero
en sucesivas sesiones. Tenía dieciocho años y estaba dispues­
to para la experiencia endurecedora de jugar torneos por todo
el mundo.
Una semana antes de que este torneo hubiera empezado

80
en el Palacio de los Deportes en Frunze, Kárpov había con­
servado su título mundial en el desafío de Korchnói en Mera­
no. El próximo ciclo para el campeonato mundial debía em­
pezar. ¿Quién sería el retador de Kárpov en 1 984? Sentía en
mis huesos que podía serlo yo, aunque apenas tendría vein­
tiún años y sería el retador más joven de la historia. Pero
desde Tilburg sabía que no tenía oportunidad de salir triun­
fante de todos los encuentros de candidatos zonales e inter­
zonales, a menos que adquiriera rápidamente más experien­
cia en los torneos de clase superior en el extranjero.
El año siguiente, 1 982, sería evidentemente muy importan­
te para mi futura evolución en el ajedrez . Miraba la lista de
torneos internacionales planeada para ese año. Había recibi­
do invitaciones para todos ellos, pero los más interesantes pa­
recían ser los de Londres, Turín y Bugojno. Consulté a mis
entrenadores y escogimos el torneo yugoslavo. Por supuesto,
sabía que necesitaría el permiso de la Federación Soviética
de Ajedrez y del Comité Deportivo, pero supuse que no sería
más que una formalidad . ¿Qué posible razón podían tener
para rehusar ayudar en su carrera a un prometedor joven gran
maestro soviético ?
Lo que me ofreció Nikolai Krogius, jefe del departamento
de ajedrez del Comité Deportivo, fue un torneo de menor ca­
tegoría en Dortmund, e intencionadamente no uno de los gran­
des que yo quería. Esto era un insulto para un jugador con
mis clasificaciones, como ellos debían haber sabido. Otros
grandes maestros podían jugar en los grandes torneos, pero
Kaspárov no, aunque ahora era el campeón soviético y tenía
una clasificación de la FIDE más alta que muchos a los que
habían otorgado el permiso que me negaban a mí . No obs­
tante no se me dio ninguna razón . Ningún razonamiento fue
posible .
Me empecé a preguntar : «¿ Por qué me sucede esto a mí?
¿ Por qué me están marginando de esta manera ? ¿Qué he
hecho mal?» Parecía haber entrado en una especie de mundo
kafkiano de obstrucción burocrática y no podía ver por qué.
Era consciente de que había un muro de piedra delante de
mí, pero no podía leer lo que había escrito en él o adivinar
qué podía haber al otro lado del muro. Realmente entonces
no comprendía nada, pero una especie de guerra fría contra

mí había empezado. Mirando ahora hacia atrás con el benefi­


cio de la percepción tardía, no estoy muy seguro de que mis
enemigos entendieran del todo lo que estaba pasando .
Cuando le pedí a Krogius que me explicara por qué se es-

81
taba obstaculizando mi carrera, me contestó con una simpli­
cidad desarmante y sin ningún signo de animosidad personal
hacia mí, esto vendría más tarde. «Por el momento tene­
mos un campeón mundial y no necesitamos otro», dijo sim­
plemente.

82
CAPÍTULO 6

¡ VIVA EL REY !

Siempre había sabido que Anatoli Yevgeniyevich Kárpov ocu­


paba un puesto importante en el sistema del ajedrez soviéti­
co, pero no que lo gobernaba como un zar. Por supuesto, él
era el campeón mundial. Había restaurado · el orgullo soviéti­
co después de la conmoción de la derrota de Boris Spassky
en Reykjavik, en 1 972, a manos de Bobby Fischer, el primer
occidental que arrebató el título a los soviéticos después de
la guerra. Botvinnik, Smyslov, Tal, Petrosian, Spassky : hasta
que el excéntrico norteamericano rompió la serie habíamos do­
minado completamente el mundo del ajedrez . La derrota de
Spassky había sido un gran golpe para la Unión Soviética,
especialmente al proceder de un norteamericano y con el des­
lumbramiento total de la publicidad internacional .
Y o era todavía un niño cuando este drama había tenido
lugar, pero naturalmente oí todos los cotilleos y rumores sobre
este extraño norteamericano en boca de los jugadores de aje­
drez que le habían visto en la gira. Decían que era un juga­
dor brillante pero estropeado por serios defectos en su perso­
nalidad . Este comentario de Paul Keres representa lo que mu­
chos grandes maestros soviéticos pensaban de Fischer :
<<Lo que voy a decir no está destinado a menospreciar sus
éxitos o a empezar polémicas sin sentido, sino que está pen­
sado como consejo de un viejo y experimentado gran maestro
a un joven colega. E n mi opinión, y no sólo en la mía, el gran
defecto de Bobby Fischer es una falta de objetividad hacia
sus éxitos, su habilidad y la fuerza del juego de sus oponen­
tes . Sin tal objetividad, hoy en día es apenas posible llegar
en cabeza en un torneo con una oposición de primera clase.
Es deplorable que un jugador de su talento, con tal amor al
ajedrez, tal colosal afán de estudio y tal extraordinaria fuerza

83
de juego práctico no haya sido capaz de superar ciertos de­
fectos de su carácter, por lo menos hasta ahora.»
Sobre la naturaleza del problema de Fischer, este y oeste
estaban de acuerdo. George Steiner dijo que padecía de <cuna
dramática falta de equilibrio entre un virtuoso del ajedrez y
un ser humano, que le había llevado a la mayoría de edad
con apenas rudimentos de una educación, con apenas las pri­
meras nociones de un normal contacto humano y madurez
emocional. Hay una parcialidad patológica en el punto de vista
y en la personalidad de Fischer. Era un joven con el cerebro
para el ajedrez de un completo maestro y las reservas emo­
cionales e intelectuales de un inexperto adolescente en todos
los otros aspectos».
Según se dice, Fischer está llevando todavía una extraña
vida en California, habiéndose convertido en un religioso re­
cluso que fue encarcelado una vez por la policía por vaga­
bundear. Parece haber seguido el mismo solitario camino que
el otro único campeón mundial de ajedrez norteamericano,
Paul Morphy, que también dejó de jugar en su apogeo y se
retiró solo a un mundo privado donde nadie podía comuni­
carse con él, viviendo malhumorado en una cabaña, como
Aquiles . A causa de esto, Kárpov nunca jugó con Fischer, que
continuó imponiendo, rehusando y cambiando las condiciones
para el encuentro. Al final, después de haberle dado todas
las facilidades posibles durante un período de tres años, des­
pués de Reykjavik, la FIDE no tuvo otra alternativa en 1 975
que dar el título en bandeja a Kárpov. É ste se había distin­
guido entre los otros aspirantes al vencer a Polugayevsky,
Spassky y Korchnói en una serie de encuentros.
Aun así, no era satisfactorio ganar · el título por incompa­
recencia, no sólo para Kárpov, sino para la Unión Soviética.
Siempre he notado que Kárpov tiene un complejo de inferio­
ridad a causa de esto . Lo que podría explicar por qué partici­
pó en tantos torneos internacionales, muchos más que los an­
teriores campeones mundiales, como si quisiera demostrar al
mundo su derecho a llevar la corona. Compareció en Porto­
roz y Milán en 1 97 5 ; en Skopje, Amsterdam y Montilla en
1 976; en Las Palmas y Tilburg en 1 977, coleccionando títulos
como sellos para su famosa colección.
Después de Reykj avik hubo la impresión en la institución
del ajedrez soviético que quizá nuestros viejos grandes maes­
tros habían sido un poco blandos al jugar unos contra otros
todo el tiempo y que necesitaban mayor experiencia en el ex­
tranjero. Hubo muchas recriminaciones y acusaciones de com-

84
placencia; se necesitaba una actitud más firme y una disci­
plina más estricta. Las esperanzas estaban puestas en el nuevo
hombre, Kárpov, que de repente encontró que todas las puer­
tas se le abrían fácilmente, y le eran concedidos rápidamente
los permisos necesarios para viajar al extranjero. Nada era
demasiado para la gran esperanza del ajedrez soviético.
Debería recordarse que los funcionarios soviéticos también
sufren cuando sus jugadores nacionales lo hacen mal. El des­
tino y la suerte están entrelazados para los jugadores y fun­
cionarios. Las victorias de Fischer trajeron problemas para
mucha gente en el campo soviético, porque se creía que había
habido fallos de entrenamiento o disciplina que debían ser co­
rregidos . Nadie podía aceptar que era simplemente el genio
de Fischer el que causaba las preocupaciones .
Cuando Mark Taimanov fue vencido por seis partidas a
cero por Fischer en Vancouver, por ejemplo, se enfrentó a su
regreso a casa con la pérdida de su título de Maestro Hono­
rario del Deporte y de su salario estatal como jugador de aje­
drez . Esto significaba pérdida de dinero, de viajes y de pres­
tigio. Sólo se le levantó este castigo cuando Ben Larsen, el
gran maestro danés, fue también derrotado por Fischer, exac­
tamente por el mismo resultado. Y a que nadie podía acusar
a Larsen de falta de entrenamiento o disciplina personal. In­
cluso Petrosian perdió la dirección de la revista de ajedrez
64, cuando Fischer le ganó. Arriesgando tanto, no era sorpren­
dente que algunos de nuestros viejos grandes maestros pare­
cieran dispuestos a rechazar la oportunidad de ser humilla­
dos y caer en desgracia por la estrella norteamericana. ¡ Dejad
a otros este honor!
Cuando Kárpov alcanzó el éxito, los funcionarios soviéti­
cos sabían que sus propios futuros y los de sus familias esta­
ban ligados a su nueva estrella. Si se derrumbaba, ellos tam­
bién caerían. Si relucía brillantemente en el firmamento, sus
puestos de trabajo estarían seguros. Y no sólo sus trabajos y
sueldos, sino todos los privilegios, como los viajes al extran­
jero que les correspondían. Kárpov era un nuevo «sputnilo>
para que Vitaly Sevestyanov volara, ya que el antiguo cosmo­
nauta había sido nombrado presidente de la Federación So­
viética de Ajedrez.
De modo que, para cambiar la imagen, Kárpov se convir­
tió en el nuevo tren del éxito. Los pasajeros dejaron claro que
tenían la intención de permanecer a bordo, en compartimen­
tos de primera clase, mientras el tren fuera en la dirección
correcta. Esto quería decir rechazar a todos los huéspedes y

85
asegurarse de que nunca se pararía lo suficiente en cada es­
tación para que un aspirante subiera a bordo. Porque esto
suponía una amenaza para el nuevo estilo de vida al que es­
peraban ansiosamente llegar a acostumbrarse.
Después de la conmoción de la derrota de Spassky, la ins­
titución soviética de ajedrez vio muchas ventajas en el nuevo
joven campeón de los Urales. Parecía ideal para sus propósi­
tos ; ofrecía un nuevo comienzo y una nueva esperanza para
el juego nacional después de las humillaciones causadas por
el norteamericano. Kárpov era un dócil trabajador ruso del
que se podía suponer que no zarandearía el barco. A diferen­
cia de algunos jugadores de ajedrez, tenía una tranquila per­
sonalidad .
Mientras las lámparas de cristal centelleaban en el már­
mol blanco de la Sala de Columnas en Moscú, el 24 de abril
de 1 97 5, los funcionarios soviéticos tenían buenas razones para
sentirse optimistas mientras el anterior campeón mundial,
Max Euwe, otorgaba el codiciado título a Kárpov entre una
gala de discursos, entrevistas y flores . Significativamente, su
primer acto como campeón fue hacer una triunfante gira por
su natal Zlatoust, dando discursos y haciendo partidas de ex­
hibición en colegios y fábricas .
Las autoridades soviéticas s e sintieron a salvo con Kár­
pov. Sabían que era un producto de confianza del sistema que
ellos conocían. Venía de la Rusia Central. Era pequeño y poco
atractivo («este muchacho es demasiado delgado para ser un
gran maestro», dijo Edouard Gufeld, que era un hombre de
gigantescas proporciones ) y sin pretensiones aparentes ; era
de natural conformista. Como Michael Stean, el gran maestro
británico, expuso : ccMenudo, de apacibles maneras, simboliza
mucho al chico que vive en la casa de al lado. De esta mane­
ra, su gran popularidad en la Unión Soviética no es difícil de
entender. Parece uno del montón y por eso las masas se iden­
tifican fácilmente con él.» No era un judío como Botvinnik y
Tal, o un armenio como Petrosian. (Yo mismo soy mitad judío
y mitad armenio. )
No está claro por qué los j udíos tienen una marca excep­
cional en la historia del ajedrez . Algunas personas les atribu­
yen la manera de ver las cosas debida al estudio talmúdico.
Otros dicen que el ajedrez es un juego adecuado para ser ju­
gado en el ghetto, ya que requiere poca gente y poca expe­
riencia, equipo o espacio. Esta opinión está respaldada por
Robert Hubner, el erudito y gran maestro alemán, que pasa
sus días alejado del tablero de ajedrez descifrando papiros en

86
griego antiguo . Dice que el ajedrez ocupa un espacio neutral
y puede operar independientemente del resto de la sociedad .
Otros indican su afinidad con la música, en la que los judíos
también sobresalen. Ambas aficiones se pueden atribuir, en
parte, al hecho de que estas aptitudes tienden a florecer en
comunidades donde la vida familiar es muy cerrada. Realmen­
te, yo no puedo explicar este fenómeno j udío, pero estoy de
acuerdo con George Steiner, que dice que cela gran presencia
judía en el ajedrez de altos vuelos, como en las modernas fí­
sicas matemáticas y en la interpretación ( aunque no en la
composición) de música, no es accidental». He leído sobre los
jugadores ambulantes de ajedrez judíos que se encontraron
en el sur de Rusia hace varios siglos. ¡ Tal vez había entre
ellos un Weinstein !
Se ha sugerido en reportajes de la prensa occidental que
el hecho de que mi padre fuera judío había sido una de las
razones de mis conflictos con las autoridades soviéticas del
ajedrez . Esto no es cierto en mi opinión. Soy ruso por cultura
y educación, y soy aceptado como tal por todo el mundo, in­
cluso por los moscovitas . Siempre he leído libros rusos y es­
tudiado a los escritores rusos en el colegio. El ruso es mi pri­
mera lengua, no el armenio o el azerbaijaní.
Quizá fui afortunado al nacer en Bakú, donde hay una
mezcla tan amplia de nacionalidades que el ruso tiene que
ser la lengua común, la lingua franca. Por supuesto, algunas
personas de los distritos rusos prefieren a los rusos, pero exis­
te la misma situación en todos los países . En Inglaterra, creo,
a la gente de Yorkshire no le gusta la de Lancashire. En Amé­
rica la gente de las costas este y oeste son muy diferentes
entre sí, y ambas son distintas de la del sur. Hoy día en la
Unión Soviética muchos de mis más influyentes partidarios
son rusos de Moscú.
Una vez le preguntaron a Botvinnik cómo se consideraba
a él mismo desde el punto de vista de la nacionalidad. Con­
testó : ccMi posición es complicada. Soy judío por la sangre,
ruso por la cultura, soviético por la educación.» Yo siento más
o menos lo mismo, excepto que mi posición se hace incluso
más complicada por el hecho de que soy mitad judío y mitad
armenio. No soy religioso, pero he estudiado los orígenes de
muchas religiones, incluyendo el judaísmo, con un interés es­
pecial; soy consciente, cuando viajo a occidente, de la exis­
tencia de una familia mundial judía a la que me siento co­
nectado a través de mi difunto padre. Esto es todo. La única
discriminación que Botvinnik sufrió fue cuando una niña re-

87
husó darle un beso porque era judío. «Me quedé pasmado,
no tanto por el hecho como por la razón por la que no quiso
besarme», dijo. Yo no he tenido que sufrir esta clase de tur­
bación . Mi conflicto con Kárpov tiene raíces muy diferentes y
es mucho más profundo que una cuestión de nacionalidad,
como explicaré .
Kárpov había justificado rápidamente la fe que los fun­
cionarios soviéticos habían puesto en él ganando importantes
torneos en el extranjero y llenando el espacio dejado en el
mundo del ajedrez por el fantasma de Bobby Fischer. Efecti­
vamente, había ganado el título con su corta victoria sobre
Víktor Korchnói en Moscú, a finales de 1 974, en la final de
aspirantes al torneo. Korchnói tuvo que seguir como el ad­
versario más fuerte en la próxima década, hasta que yo gané
al exiliado soviético en Londres, en diciembre de 1 98 3 y, por
lo tanto, logré el derecho a retar a Kárpov .
Dicen que un hombre es afortunado a causa de sus ami­
gos . También lo puede ser a causa de sus enemigos. É sta era
una parte de la gran suerte histórica de Kárpov, que su prin­
cipal rival durante tantos años se convirtiera en un exiliado,
ya que esto le permitía adquirir una aureola especial y apare­
cer, no sólo como el campeón de ajedrez, sino también como
el campeón del mismo sistema soviético. Para los funciona­
rios, también esto era beneficioso porque les daba una situa­
ción de nueva fuerza en la sociedad soviética . Esto quería
decir que no estaban comprometidos solamente con el depor­
te, sino con la política internacional. Podían contar con un
apoyo político de alto nivel en la batalla contra el renegado y
no se ahorraría ningún gasto en la campaña para conjurar el
fantasma de Bobby Fischer que todavía obsesionaba a las au­
toridades soviéticas.
Nadie se atrevería a ponerse en el camino del nuevo héroe
soviético ; Korchnói no, ciertamente, porque se había atraído
la impopularidad oficial con una serie de discursos emotivos
y críticos, afirmando que los funcionarios habían hecho di&:·
criminaciones en contra de él por su deseo de que ganara Kár­
pov. Los acusaba de proporcionar a Kárpov mejores entrena­
dores, alojamientos y coches . Korchnói no tenía a nadie que
le defendiera . En 1 976, al final del torneo IBM en Amster­
dan, terminó un período de creciente alejamiento de su madre
patria pidiendo asilo político en occidente. Incluso iba pre­
guntando en el torneo a los jugadores occidentales cómo se
pronunciaba la palabra «asilo», pero nadie pareció adivinar
lo que había en su mente. ¡ He ahí la famosa inteligencia de

88
los jugadores de ajedrez y su habilidad en calcular los movi­
mientos por adelantado!
Fue una bomba política que creó muchas dificultades para
los jugadores soviéticos, que debían mantener un boicot ofi­
cial contra él en los torneos internacionales. Pero la FIDE or­
denó que en las partidas del torneo - para lograr el derecho
a retar al campeón mundial - los jugadores soviéticos debían
o bien enfrentarse a él o perder el encuentro. Así que no había
elección : Polugayevsky, Petrosian y Spassky se enfrentaron en
una tensa situación, sin ningún intercambio de palabras ama­
bles e incluso una oferta de tablas tuvo que hacerse a través
de un mediador.
Korchnói parecía disfrutar con la tensión y con la oportu­
nidad de aventajar a sus antiguos compatriotas, venciendo a
Petrosian (que estaba enfermo) y a Polugayevsky (que esta­
ba muy nervioso ) . Petrosian y Korchnói adquirieron una es­
pecial antipatía mutua . En una ocasión el exiliado acusó a
Tigran de mover la mesa para perturbarle. La final entre
Korchnói y Spassky en Belgrado se convirtió en un circo,
donde cada jugador acusaba al otro de tratar de hipnotizarle.
Spassky j ugó una serie de partidas escondido en un cubículo
en el escenario, volviendo sólo al tablero para hacer sus mo­
vimientos . Aunque Boris hizo una notable recuperación ga­
nando cuatro partidas seguidas en una fila, cuando iba per­
diendo por siete partidas y media a dos y media Korchnói
terminó venciendo.
Fue una gran sorpresa para las autoridades soviéticas, por­
que a los cuarenta y siete años Korchnói estaba jugando
mucho más agresivamente que en el pasado. Su crisis con la
Unión Soviética parecía haber puesto una nueva urgencia en
s.u juego. Había ganado el título juvenil soviético ya en 1 947
y, desde entonces, había sido campeón de la Unión Soviética
cuatro veces, pero muchos creían que sus mejores días como
jugador quedaban lejos.
Muchos años antes, en 1 957, Abramov había expresado la
opinión general de juego de Korchnói :
«Muchos maestros del ajedrez altamente cualificados coin­
ciden en mi impresión del juego de Korchnói y declaran que
sencillamente no lo comprenden. A veces su juego es muy pro­
fundo y prudente. Sin embargo, debemos preguntarnos si este
esfuerzo por apartarse de las leyes del juego posicional no se
ha vuelto para Korchnói en un final en sí mismo. ¿No ignora
a veces posibilidades de simple resolución a problemas del
tablero de ajedrez ?»

89
Korchnói replicó de este modo a la común acusación hecha
contra él de que se había saltado sin motivo las reglas del
ajedrez :
«Ernanuel Lasker, en su tiempo, advirtió que con igual­
dad de fuerzas las partidas raramente tenían significado y a
menudo terminaban en tablas . Los jugadores de ajedrez que
no gustan de las tablas (y yo pertenezco a ellos) deben des­
truir de algún modo este equilibrio. O bien sacrifican una
pieza y, gracias a esto, tornan la iniciativa, o dejan que su
oponente ataque, creando un punto débil, que él espera ex­
plotar más tarde, corno compensación.»
Una filosofía de contraataque se adaptaba bien al carácter
de Korchnói. En la época de su primer torneo por el título
mundial en las Filipinas, un comentarista escribió : «Su vo­
luntad de ganar y su energía son fenomenales. Cuando se sien­
ta a jugar se olvida de todo lo demás . Debe vencer al hombre
que tiene delante. Debe vencerle a toda costa.»
El escenario estaba dispuesto para lo que iba a ser des­
crito corno el encuentro del siglo. Había habido ya algunas
de estas epopeyas : Lasker contra Tarrasch en 1 908 ; Lasker
contra Capablanca en 1 92 1 ; Capablanca contra Alekhine en
1 927; el encuentro de vuelta de Botvinnik con Tal en 1 96 1 ;
Spassky contra Fischer en 1 972. El muy anunciado encuentro
entre Kárpov y Korchnói en Baguío, Filipinas, en 1 97 8 , no
cumplió con lo que se preveía iba a ser la más grande com­
petición de ajedrez de la historia. Pero ciertamente resultó una
de las más raras. He de admitir que el encuentro de Baguío
se jugó a un nivel muy alto y que Kárpov demostró una so­
berbia capacidad y en ocasiones brillantez . No puedo decir lo
mismo sobre su segundo encuentro en Merano. Desgraciada­
mente, sin embargo, el encuentro de Baguío no será recor­
dado tanto por la calidad del ajedrez corno por la locura de
todo el acontecimiento.
El mismo escenario era raro. Baguío está a cinco horas
en coche de Manila y a mil quinientos metros sobre el nivel
del mar. A veces, la ciudad estaba envuelta en una densa nie­
bla. Se la ha descrito corno una «húmeda Shangri-La», ya que
el encuentro tuvo lugar en la estación de las lluvias, lo que
hizo la vida incómoda a ambos jugadores. Los trajes colga­
dos en los armarios se llenaban de moho a los pocos días .
Debieron de preguntarse muchas veces por qué había sido
elegido ese lugar corno sede del campeonato mundial, espe­
cialmente cuando ninguno de los dos jugadores lo quería y
sólo lo habían aceptado corno segunda opción, puesto que

90
pensaban que era completamente imposible que se celebra­
se allí y, por tanto, su primera elección era la más pro­
bable.
La respuesta a esta pregunta torna la forma de un dimi­
nuto e infinitamente astuto filipino llamado Florencio Carn­
pornanes, un amigo del dictador Marcos, que hacía su prime­
ra aparición en escena en el mundo del ajedrez . Había esta­
blecido buenas relaciones con Sevastyanov y con Víktor
Baturinski, jefe del equipo de Kárpov, y se le encontraba nor­
malmente bebiendo vodka en el campo de Kárpov, una anti­
cipación de lo que vendría cuando los tres formaran una alian­
za contra mí, preparando brebajes venenosos corno las tres
brujas en el Macbeth de Shakespeare. Fue allí que Campo,
corno se le llama, hizo su gran oferta para el puesto máximo
en el mundo del ajedrez al congraciarse con los funcionarios
soviéticos y con Kárpov. Lo hizo dando toda la ayuda que
podía al campeón, aunque era un torneo organizado y se su­
ponía "que sería neutral. Obtuvo su recompensa cuatro años
más tarde en Lucerna al ser elegido presidente de la FIDE
con el apoyo soviético.
Hubo problemas antes de que el encuentro empezara,
cuando Kárpov rehusó jugar con las piezas dispuestas para
el torneo. Un conocido piloto filipino, Carlos Benites, tuvo que
conducir varios cientos de kilómetros a toda velocidad para
ir a buscar otro juego a Manila. Aparentemente era el único
juego ccStauntom> en las Filipinas . Howard Staunton ( 1 8 1 0-
1 87 4 ) fue el principal jugador inglés del siglo XIX y un erudi­
to sobre Shakespeare, que ganó un famoso encuentro contra
Pierre de St. Arnant en el café de la Régence en París, en 1 843.
Dio su nombre al que hoy es el normal diseño de las piezas
del ajedrez, aunque en realidad eran el trabajo de un artesa­
no llamado Nathaniel Cook.
Las primeras piezas de ajedrez encontradas en la Unión
Soviética fueron desenterradas en Uzbekistán en 1 972 y han
sido fechadas en el siglo n. Tenían forma de animales. Sin
embargo, significativamente, las primitivas piezas de ajedrez
encontradas en otros países demuestran claramente que el
juego en su origen era visto corno una imitación de la guerra,
con varios rangos militares alrededor del rey .
La objeción de Kárpov fue una cuestión seria, porque es
sabido que muchos jugadores de ajedrez mueven una pieza
equivocada por error a causa de la presión del tiempo. El
cctacto» tiene que ser exactamente correcto y familiar a los
dedos cuando se mueve rápidamente. Hubner y Petrosian son

91
dos grandes maestros que han perdido importantes partidas
por culpa de errores por este motivo.
Más raro incluso que el escenario (o el cambio a toda ve­
locidad de las piezas ) fue la gran polémica del yogur. Los en­
trenadores de Korchnói, entre ellos Raymond Keene, el gran
maestro británico, querían saber por qué se le había dado a
Kárpov un yogur de arándano durante una partida. ¿Era un
mensaje en clave? Keene escribió al árbitro, Lothar Schmid :
ccEs evidente que una distribución astutamente dispuesta de
artículos comestibles a un jugador puede sugerir un mensaje
cifrado. Un yogur podría significar "te ordenamos que ofrez­
cas unas tablas''. Un plato de huevos de codorniz podría que­
rer decir . . . » Schmid ordenó que desde aquel momento Kár­
pov sólo recibiría un yogur a las 1 9 . 30 en punto . ccQuizá haya
un mensaje en un helado de plátano, pero nadie sospechaba
del pescado agrio de Fischer en 1 972», dijo.
Después vino el problema del doctor Zukhar, el psicólogo
del equipo de Kárpov, que había estado mirando fijamente a
Korchnói desde su asiento de primera fila. ¿Estaba tratando
de hipnotizar al retador? Korchnói le pidió que se cambiara
de sitio. También exigió que se pusiera un espejo de una sola
cara entre los jugadores y los espectadores. Hubo también una
separación de madera bajo la mesa de ajedrez para que los
jugadores no trataran de darse patadas. Al final se llegó a un
trato. Kárpov estuvo de acuerdo en que Zukhar se sentara al
final de la sala si Korchnói se quitaba las enormes gafas que
llevaba para evitar la mirada del campeón.
Después de esto vino la gran polémica del gurú, cuando
Korchnói invitó a dos miembros vestidos de naranja de la
secta Ananda Marga, a estar con él en la sala para ayudarle
a meditar. Resultó que estaban en libertad bajo fianza, espe­
rando que se les juzgara de una acusación por intento de ase­
sinato. Llegaron otros gurús para unirse a la meditación y la
sala tuvo que ser desalojada.
Para entonces, Korchnói había vuelto a jugar a un alto
nivel, ganando tres partidas de cuatro. Todo dependía de la
partida final, para la cual el doctor Zukhar volvió a la cuarta
fila. Cuando Kárpov ganó, Korchnói le increpó por romper un
«acuerdo entre caballeros».
Debían de presentar un raro aspecto en la mesa. Como yo
no estaba presente, cito la descripción de un periodista britá­
nico, Gavin Young, de The Observer:
ccA las cinco en punto, Korchnói y Kárpov entran cada uno
por un lado, uno por la derecha y el otro por la izquierda.

92
Casi se espera que sonrían y den la vuelta arrastrando suave­
mente los pies hacia una invisible orquesta. Pero no. Su apro­
ximación a la mesa iluminada, con las piezas blancas y ne­
gras colocadas bajo el gran letrero de "Silencio", es tranqui­
la . Korchnói más alto, ligeramente encorvado, un poco calvo,
como un afable oso. El joven Kárpov, un alfeñique, con su
pelo castaño cayendo de manera infantil sobre una ceja, lige­
ramente patoso. No prestan atención al público, separados uno
del otro por doce metros .
»Se estrechan las manos ( se las tocan ) con aire ciego y
abstracto. No es awersión. Es simplemente que para cada uno
de ellos el otro podría no estar aquí, en este momento de con­
centración, soportando tres minutos exactamente a los fotó·
grafos . El público cuchichea. Los cámaras son desterrados .
»Kárpov, el hombre frágil del traje azul claro, pru�ba su
silla blanca, descansa sus codos en la mesa, cierra las manos
sobre su boca como una ardilla mascando una bellota, se es­
tira las anchas perneras de su pantalón y cruza un zapato
marrón sobre el otro, sus pálidos ojos fijos en el tablero.
Korchnói, en su silla especial de quince mil dólares, se incli­
na lentamente hacia adelante ajustando entre sus dedos las
gafas oscuras que tienen la superficie de espejo para bloquear
la desconcertante mirada de Kárpov.»
Debió de repetirse cada noche durante tres meses mien­
tras la lluvia caía fuera . Las gafas oscuras no fueron el único
motivo de polémica. Se sugirió en cierto modo que las sillas
podían estar sometidas a la influencia de la radiactividad, o
podían ocultar micrófonos . Mi interés personal por este en­
cuentro no es tanto por estos disparatados episodios, como
por el estudio de Kárpov, que creo que estaba en su apogeo
como jugador de ajedrez. También me interesa este aconteci­
miento por ser el lugar donde Kárpov y Campomanes se hi­
cieron amigos y donde, en un caso paralelo al mío en 1985,
se intentó hacer un prematuro alto en un encuentro de un
campean.ato mundial.
Korchnói hizo una réplica notable de cinco a dos debajo
del nivel de puntuación. Ahora era el momento de «muerte
súbita», todo dependía de la siguiente victoria. Entonces hubo
rumores de que los rusos habían ofrecido anular el encuentro
en cinco a cinco, lo que dejaría a Kárpov como campeón rei­
nante, porque estaban preocupados por su agotamiento. Estos
rumores fueron desmentidos entonces y lo creí, pero ahora
no estoy tan seguro. El doctor Max Euwe, entonces presiden­
te de la FIDE, dijo a Raymond Keene, uno de los entrenado-

93
res de Korchnói, que creía que el encuentro debía acabar en
ese momento. Ofreció esto como una idea suya, pero muy bien
podría haber sido incitado a ello, como otro presidente de la
FIDE, Campomanes, quería anular el encuentro en beneficio
de Kárpov después de un combate similar y la misma excusa
de agotamiento siete años más tarde. Después de mi propia
experiencia en 1 9 8 5 , ahora creo que había efectivamente un
plan en 1 978 y que el recuerdo de este episodio protagoniza­
do por Sevastyanov, Baturinski y Campomanes, que estuvie­
ron todos en Baguío y Moscú, les hizo repetir la historia con
más éxito cuando el campeón de nuevo necesitó su ayuda para
conservar la corona en su fatigada cabeza.
Desde todos los puntos de vista, la victoria de Kárpov era
de vital importancia para el ajedrez soviético, borrando el re­
cuerdo de Reykjavik y devolviendo el orgullo soviético. Demos­
tró que el nuevo joven héroe no era sólo «un campeón de
papel», como Korchnói le había llamado, sino un hombre que
podía ganar un combate bajo presión. Su ánimo había sido
probado en el caldero. Como una añadida gratificación políti­
ca, el exiliado había sido vencido. Un estridente crítico de la
Unión Soviética había sido silenciado . Retrospectivamente,
puede verse que tanto Fischer como Korchnói, los odiados ene­
migos, hicieron en realidad un gran servicio a Kárpov. El uno
le hizo campeón mundial sin tener que luchar y el otro le con­
virtió en un héroe político nacional .
Las autoridades se vieron obligadas a mostrarse agradeci­
das con la Federación Soviética de Ajedrez por lograr este
honor nacional y los funcionarios, a su vez, debían estar agra­
decidos a su benefactor, Kárpov. Había muchos favores que
se tenían que pagar, pero ninguno tan pronto y de buena vo­
luntad -y, para ser honrado, ninguno tan merecido - como
al campeón. Se le concedieron muchos privilegios, incluyendo
algunos derechos en occidente negados a otros ciudadanos so­
viéticos .
S e l e permitió, por ejemplo, tener u n contrato d e asom­
brosas proporciones con Novag-Sysis para respaldar su siste­
ma de ajedrez por computadora Supersystem 3 . Sólo más
tarde - cuando el hombre medio alemán no consiguió entre­
gar el dinero, una suma de unos 450 000 dólares - los deta­
lles de este arreglo se hicieron públicos. ¿Le habían ayudado
las autoridades a montar este negocio? ¿Se hicieron los cie­
gos ante esta occidental cuenta bancaria? ¿O estaba todo
hecho a sus espaldas ? Estos misterios nunca han sido resuel­
tos. Ciertamente, le dieron ayuda oficial en su intento de re-

94
cuperar el dinero más tarde, como lo hicieron Campomanes y
Kinzel, los funcionarios de Alemania occidental que trabaja­
ron con Campo y Kárpov contra mí en febrero de 1985. Lo
- que es evidente es que incluso en la cumbre de su poder y
gloria nuestro gran héroe nacional tenía los pies de barro.
A finales de 1 98 1 , cuando Kárpov ganó a Korchnói en su
segundo encuentro en Merano, esta vez más fácilmente por
once partidas a siete, <<nuestro Tolya» era el centro de una
histérica campaña patriótica, dándosele los mejores entrena­
dores y toda la ayuda que el aparato estatal podía proporcio­
nar para que ganara al desertor. Korchnói estaba solo otra
vez . Se había clasificado al vencer a Petrosian y a Poluga­
yevsky en los encuentros de aspirantes antes de que Hubner
se retirara en la final. El alemán, muy nervioso, no pudo so­
portar aquella atmósfera envenenada. Si hubiera permaneci­
do en la mesa, posiblemente habría tenido una oportunidad,
pero a Kárpov le convenía jugar de nuevo con el exiliado.
La atmósfera de recelo que rodeaba el encuentro de Mera­
no puede calibrarse por el hecho de que el equipo soviético,
incluyendo a Kárpov, fue allí varias semanas antes para com­
probar el agua potable, el clima, el nivel de ruido y la canti­
dad de radiactividad en el área, o esto es lo que fue declara­
do por el presidente del comité organizador en una entrevista
a la revista suiza Chess Press.
Fue por entonces cuando yo entré en escena . De hecho,
empecé mis encuentros para la máxima liga en el 49 Cam­
peonato de la Unión Soviética, exactamente una semana des­
pués de Merano. É ste fue el encuentro en el cual quedé en
primer lugar, empatado con Lev Psakhis. Inmediatamente des­
pués de esto se rechazó mi permiso para mejorar mi juego en
el extranjero, una decisión que me desconcertó completamen­
te en aquel momento . Ahora me doy cuenta de que los fun­
cionarios querían entorpecer mi avance. Yo iba demasiado de
prisa para su gusto.
Kárpov era ahora el rey del ajedrez . Después de seis años
como campeón mundial tenía gran poder . No era sólo un
miembro del Partido sino que estaba en el comité central de
la Joven Liga Comunista. Era presidente del Fondo Soviético
para la Paz, le fue concedida la Orden de Lenin y la Bandera
Roj a del Trabajo por vencer a Korchnói. Sustituyó a Petro­
sian como editor j efe de la revista de ajedrez 64. Pudo reunir
a su propia gente a su alrededor, todo con un interés perso­
nal de conservar su poder. Sin Fischer, era probable que tu­
viera un largo reinado, de modo que los seguidores se con-

95
gregaban a su alrededor. Sus poderes incluían el patronazgo;
el derecho a decidir, por ejemplo, quién de su equipo viajaría
al extranjero, lo que era una retribución muy importante para
todos ellos. Nadie quería alterar su ventajosa situación, el sta­
tus quo convenía a todos . Lo mismo ocurría en áreas diferen­
tes cie la vida soviética en aquellos días, antes de las refor­
mas de Mijail Gorbachov. Yo no podía soportar esta mentali­
dad y notaba que los tiempos estaban cambiando.
Recordaré lo que el funcionario soviético Krogius me dijo:
«Tenemos un campeón mundial y no necesitamos otro.» Ni
siquiera necesitamos uno, de modo que nos quedaremos con
el que tenemos. Este comentario siempre me ha parecido un
monumento propio del viejo régimen, no sólo en ajedrez sino
en muchos aspectos de la vida soviética. Kárpov podía ser
campeón hasta el final del siglo, entonces ¿por qué preocu­
parse de cambiar las cosas? Cambiar las cosas era peligroso;
perturbaba el orden establecido. Esta actitud era malintencio­
nada y estaba en su origen dirigida contra mí personalmente :
yo sólo era el tipo en desgracia, el desdichado al que no se le
permitía ser campeón, el que aparecía en un momento ino­
portuno.
«Eres demasiado joven - me dijo el jefe de sección del co­
mité central - . Llévate tu genio y tráelo más tarde, sólo en
caso de que lo necesitemos», ése era el mensaje de las autori­
dades. Naturalmente, yo estaba muy enfadado de que dijeran
que mi genio era excesivo para las necesidades del país. En­
tonces me di cuenta de que esto era sólo la opinión personal
de un hombre. En aquellos días eso era suficiente; la palabra
de un hombre podía ser la ley. Pero no en una sociedad que
quería mejorar, volverse más eficiente, que no temía al cam­
bio o la reforma. Empecé a ver que por lo que yo estaba lu­
chando era la misma barrera psicológica que estaba reprimien­
do todo nuestro sistema.
Kárpov había sido festejado por el mismo Leonid Brézh­
nev, cosa que él describía como uno de los «momentos más
grandes» de su vida, cuando le fue concedida la Orden de
Lenin, después de ganar al exiliado. Brézhnev le había dicho
en esa ocasión : «Si tienes la corona, sujétala y no se la entre­
gues a nadie.» Dudo que Brézhnev esperara que su comenta­
rio fuese tomado tan al pie de la letra, pero Kárpov lo tomó
como una orden militar que no podía desobedecer.
Ahora veo que la objeción no era a causa de mi nacionali­
dad, mi carácter o mi rebeldía, éstas eran sólo excusas que
inventaron más tarde para racionalizar su posición cuando em-

96
pecé a luchar contra ellos. En aquel tiempo yo era completa­
mente pasivo, políticamente hablando, y hubiera sido imposi­
ble para mí vencer a esta jerarquía, excepto por una cosa.
Tenía la suerte de que mi desarrollo espiritual como ciudada­
no coincidiera con todo el paso hacia adelante en nuestro país.
Si no hubiera sido así, no habría podido desarrollar mis posi­
bilidades : «no necesitamos otro». ¿Cuántas otras personas, me
pregunto, hubieran vacilado, ante estas viejas actitudes, en
desarrollar totalmente sus habilidades en muchos aspectos de
la vida ? Kárpov no era el único chico con talento en la Unión
Soviética.
La imagen soviética de Kárpov parecía invulnerable. La
única cosa que podía hacerle mella era una derrota ante el
tablero de ajedrez . Pero, ¿quién podía vencerle? É l sabía la
respuesta : la había conocido en 1 97 8 . La respuesta era Kas­
párov. É sta era la razón de por qué había sido tan reacio a
participar en el Supertorneo de Moscú en abril de 1 98 1 . É sta
era la razón de por qué se me había negado la oportunidad
de ampliar mi experiencia en el extranjero . Kaspárov debía
ser detenido. Kárpov debía sobrevivir a toda costa .
Para su encuentro con Korchnói se había preparado con
los mejores grandes maestros. Todos teníamos que proporcio­
narle información sobre nuestras aperturas y variaciones,
todos nuestros secretos profesionales . Se nos había explicado
con claridad que era nuestro deber patriótico, porque el trai­
dor debía ser vencido . Muchos grandes maestros fueron obli­
gados y sometidos a este hostigamiento oficial.
Pero yo me negué, no entendía por qué debía hacerlo. Los
funcionarios deportivos dijeron que era necesario por amor a
la patria. Yo repliqué que no había sido necesario todo esto
para derrotar a Korchnói, que ya era algo pasado. Sospecha­
ba que Kárpov quería explotar la situación para chupar la
sangre a los grandes maestros soviéticos, para dej arles sin
nuevas ideas, de forma que él pudiera mandar en solitario
indefinidamente.
Pronto llegaría el año 1 982, en el que empezaría el próxi­
mo ciclo de competiciones eliminatorias para el campeonato
mundial. Desde su vuelta de Merano, Kárpov había estado
observando este proceso con interés por ver quién sería su
próximo adversario. Yo necesitaba mucha experiencia en el
extranjero para estar preparado para el desafío de la compe­
tición interzonal que se celebraría en Moscú. Estoy seguro de
que no me habrían admitido en esta competición si hubieran
podido evitarlo, aunque era uno de los cuatro o cinco gran-

97
des maestros más fuertes del mundo en aquel momento . Vík­
tor 1 vonin, el más decidido defensor de Kárpov y vicepresi­
dente del Comité Deportivo, tuvo la temeridad de decir, en
Bakú y en otros lugares, que «el comité deportivo hará todo
lo que pueda para evitar un encuentro Kaspárov-Kárpov en
este ciclo». Cuando la gente de Bakú oyó esto, las personas
de principios estuvieron dispuestas a ayudarme si lo necesi­
taba .
Yo había intentado jugar en uno de los torneos más im­
portantes, en Bujogno, Londres o Turín. En su lugar, me ofre­
cieron uno de menor categoría en Dortmund. Rehusé aceptar
esta decisión y decidí luchar. Me había llegado la hora de con­
testar a la política con política. Pero, ¿qué armas políticas
tenía yo, un joven de dieciocho años, comparado con el for­
midable poder del campeón mundial? Era como David y Go­
liat. Miré alrededor buscando una honda.
La encontré cerca de casa. Geidar Aliev era el jefe de mi
república, Azerbaij án, y una poderosa figura en el Kremlin.
No era sólo un hombre poderoso, sino también uno en quien
podía confiar, que le gustaba el juego limpio. Creo que él es­
taba orgulloso del honor que mis éxitos en el ajedrez habían
dado a Azerbaiján y parecía que yo le gustaba . Hablamos va­
rias veces. Fui invitado a dar un discurso en el Congreso del
Komsomol en Azerbaiján. Fue un discurso corto, unos diez
minutos. Cuando se enteraron los funcionarios de la Federa­
ción Soviética de Ajedrez y del Comité Deportivo vinieron
desde Moscú . No sé quién los invitó, o si alguien lo hizo. Yo
ciertamente no fui. Pero ya que estaban allí, tuve la oportuni­
dad de dirigir algunos comentarios especiales a ellos y a Aliev.
Dije que estaba orgulloso de tener el apoyo de mi maravillo­
sa república en todas mis disputas causadas por el ajedrez, y
que me sentía honrado de corresponder a esta confianza.
Lo que les estaba diciendo en clave era que yo no era un
simple chico de Bakú a quien podían tratar de cualquier modo.
Quería que ellos supieran que tenía a una gran república con­
migo, dirigida por una de las más poderosas figuras del Krem­
lin. Yo, también, tenía amigos en altos puestos. Y estaba ha­
ciendo saber a Aliev que necesitaba recurrir a su poderosa
ayuda. Mi mensaje en clave tuvo el efecto deseado. De hecho,
el resultado fue mágico. Me dijeron que tenía que ir a jugar
al extranjero. Kárpov, con todo su poder en el mundo del aje­
drez, no pudo enfrentarse con este peso político . De repente
me fue concedido el permiso para asistir al Supertorneo de
grandes maestros en la ciudad bosnia de Bugojno. Se había

98
sugerido que Aliev volaría conmigo a Moscú para revocar el
veredicto oficial . Esto no era verdad. Tal viaje no fue necesa­
rio. En la Unión Soviética un teléfono puede ser un poderoso
instrumento en manos de la persona adecuada.
Poco después se anunció que Anatoli Kárpov, el campeón
mundial de ajedrez, competiría este año en dos torneos en el
extranjero, en Londres y Turín, pero no, daba la casualidad,
en Bugojno, donde yo jugaría. Sabía que era necesario evitar­
me, porque perdería prestigio si le ganaba. Incluso el riesgo
era suficiente para asustarle.
Después de superar todos estos problemas, yo debía apro­
vechar al máximo mi oportunidad, porque podría ser la últi­
ma que tuviera de adquirir experiencia en competiciones con­
tra grandes maestros internacionales antes de que empezara
en serio el ciclo del campeonato mundial. Los participantes
en Bugojno eran muy fuertes, incluyendo a Spassky, Petro­
sian, Hubner, Larsen, Polugayevsky, Gligoric, Andersson y el
primer gran maestro yugoslavo, Ljubojevic, que estaba deci­
dido a hacerlo bien en su tierra natal.
Me alivió comprobar que los errores e incertidumbres que
me persiguieron en Tilburg habían desaparecido. Quedé in­
victo y gané el torneo con un punto y medio de ventaja sobre
Ljubojevic y Polugayevsky. Como siempre, mi partida más di­
fícil fue con el gran maestro holandés, Jan Timman, pero logré
hacer aparecer complicaciones después de perder una pieza y
conseguí unas trabajosas tablas . Hubo otras disputadas ta­
blas con Spassky, y vencí a Petrosian en una partida que de­
mostró cuánta experiencia había ganado desde el año ante­
rior. Botvinnik comentó lo siguiente :
«Trató de jugar una partida posicional con Tigran Petro­
sian, uno de los más hábiles jugadores posicionales en la his­
toria del ajedrez. Al final de la partida, aunque permanecía
una igualdad material, Petrosian no tenía un solo movimien­
to aceptable a su disposición. Kaspárov estaba tan contento
con esta pa¡tida que dijo que era la mejor de su vida.»
Tan pronto como regresamos de Yugoslavia, Petrosian y
yo jugamos en el campeonato de equipos de la Unión Soviéti­
ca en Kislovodsk, ambos representando al equipo sindical
Spartak. Todos los jugadores soviéticos convocados deben per­
tenecer a uno de estos clubs deportivos y los elegidos como
representantes de los equipos necesitan una excusa importan­
te para no participar. Jugué una memorable partida con las
negras contra Kupreichik, pero por lo demás mis resultados
no fueron buenos.

99
Ahora era el momento de prepararme para el mayor acon­
tecimiento del año, el torneo interzonal en Moscú, del cual
dos clasificados seguirían adelante, pujando por el derecho a
desafiar al siguiente año a Kárpov por su título mundial . El
campeonato mundial es un prolongado proceso, que hace po­
sible que los jugadores con los nervios más fuertes y la mejor
salud física - no necesariamente los de mayor habilidad en
el ajedrez - triunfen . Es un sistema que suele favorecer a los
jugadores más jóvenes, aunque Smyslov, con más de sesenta
años, rompió esta regla general clasificándose en el torneo in­
terzonal de Las Palmas .
Pero primero tuve que volver al Instituto de Lenguas Ex­
tranjeras en Bakú, donde me estaba especializando en inglés.
Me senté e hice cinco exámenes en diez días. Se ha dicho que
lo logré memorizando los libros de texto y reproduciéndolos
palabra por palabra. Este rumor era exagerado ; no era nece­
sario, me alegra decirlo, aprender todos estos libros, pero
tengo que admitir que mi memoria, entrenada por el ajedrez,
tuvo un papel importante.
A menudo me preguntan sobre mi memoria. Años de aje­
drez, ciertamente, la han pulido hasta convertirla en un
poderoso instrumento. Un gran maestro necesita retener mi­
les de partidas en su cabeza, porque las partidas son para
él lo que las palabras de nuestra lengua madre son para
la gente normal o las notas y partituras para los músicos .
Una persona común tiene un vocabulario activo de más de
doce mil palabras, así que ya entenderán lo que les quiero
decir.
Puedo leer un libro en una tarde, absorbiéndolo a una ve­
locidad de cien páginas por hora y recuerdo exacta y comple­
tamente el contenido durante dos o tres horas por lo menos.
Botvinnik recuerda verme hacer esto con una biografía de Na­
poleón. Pero yo uso esta habilidad con moderación . Lo que
no me sirve no me preocupo por guardarlo en mi cabeza. Sé
muchos poemas de memoria, probablemente los suficientes
para estar recitando más de un día.
Me contaron una historia sobre la memoria de Bobby Fis­
cher; parece ser que una vez llamó por teléfono a un gran
maestro a Islandia, pero él no estaba en casa . Sólo estaba su
pequeña hija. Fischer habló sólo en inglés y ella sólo en is­
landés. La niña le explicó dónde estaban sus padres y cuán­
do volverían; entonces Fischer telefoneó a otro jugador de aje­
drez islandés y le repitió lo que había oído a la niña, de lo
cual no había entendido ni una palabra . El islandés se lo tra-

1 00
dujo y entonces Fischer llamó al gran maestro a la hora que
le había dicho la niña.
Me preguntaron si yo podía hacer eso. Mi respuesta fue
que si el número de palabras no era de más de tres o cuatro
frases, como fue en ese caso, no tendría ningún problema .
Soy un estudiante de idiomas, el islandés está relacionado con
otras lenguas escandinavas y con el inglés . Probablemente hu­
biera tenido más dificultades con un idioma de un grupo no
familiar como el chino, pero de todas maneras lo intentaría.
La revista alemana Der Spiegel me mostró una vez las po­
siciones de cinco históricas partidas de ajedrez y me pregun­
tó si podría identificarlas ; las reconocí todas en pocos segun­
dos . Puedo recordarlas ahora : Kárpov contra Miles en Oslo,
en 1 984; Botvinnik contra Fischer en Bulgaria, en 1 962; Hub­
ner contra Timman en Linares, en 1 985 ( en ésta cambié a
Timman por Ljubojevic) ; Alekhine contra Capablanca en Bue­
nos Aires, en 1 927 ; Sokolov contra Agzamov en Riga, en 1 98 5 .
Me preguntaron sobre algunas proezas memorísticas de­
mostradas por Harry Pillsbury, un campeón norteamericano
que murió en 1 906, a la edad de treinta y cuatro años. En un
experimento había cincuenta piezas de papel numeradas cada
una con cinco palabras escritas. Fueron introducidas en un
cilindro y alguien leyó en voz alta los números. y Pillsbury
recitó las frases.
Dije que no haría una cosa así porque creía que era per­
judicial; m.uchos años antes un entrenador soviético, Alexan­
der Aslanov, nos demostró algo similar a mí y a otros cole­
giales. Escribimos treinta nombres y los numeramos . É l los
leyó rápidamente; primero combinaba los nombres con los nú­
meros y luego los números con los nombres . Después memo­
rizó otras ciento cincuenta palabras de un diccionario y las
recitó. Diez días después estaba un poco confuso.
En otro de los experimentos de Pillsbury éste debía pa­
sarse dos minutos memorizando las siguientes palabras : an­
tiflogistina, periosteo, takadistase, plasma, Threlkeld, estrep­
tococo, estafilococo, mirococo, plasmodio, Mississippi, Freiheit,
Filadelfia, Cincinnati, atlético, no guerra, Etchenberg, ameri­
cano, ruso, filosofía, Piet Potgelter's Rost, Salamagundi, Oo­
misellecootsi, Bangmanvate, Schlechter's Neck, Manzinyama,
teosofía, catecismo, ambrosía, Madjesoomalops. Entonces él
dejaba el trozo de papel y las recitaba de memoria, primero
hacia adelante y luego hacia atrás.
Sugerí que lleváramos a cabo el mismo experimento, pero
en ruso, usando al azar una selección de treinta palabras rusas

101
e inventadas que no tuvieran ninguna conexión unas con otras.
No dudo que se pueda conseguir, pero francamente tengo mu­
chas cosas mejores que hacer con mi memoria.
Esto era realmente cierto durante mi preparación para el
torneo interzonal. Pasé dos meses del verano en Zagulba, mi
campo de entrenamiento al norte de Bakú, trabajando seis
horas diarias con mis entrenadores, leyendo lo último publi­
cado sobre ajedrez y practicando aperturas y variaciones . Me
gusta escuchar música, especialmente canciones pop, mien­
tras estamos trabajando en ajedrez . Sin embargo, no todo era
cerebral, jugábamos a fútbol e íbamos a nadar al mar Cas­
pio; montaba mucho en mi bicicleta de carreras Peugeot, en
la cual puedo pedalear a una velocidad de cincuenta kilóme­
tros por hora. Mi equipo en esta ocasión era el siempre pre­
sente Sasha Nikitin, Alexander Shakharov, Yevgeny Vladimi­
rov y Valerii Chekhov.
La preparación debió de ser la correcta porque me clasifi­
qué fácilmente como el líder del torneo, ganando seis de las
partidas y haciendo tablas en las otras seis . Belyavsky hizo
conmigo los encuentros de 1 98 3 , eliminando a Tal . Se nos
unieron Ribli, Smyslov, Portisch y Torre, que se clasificaron
en los otros torneos ; también Korchnói y Hubner, pues ambos
tenían un bye como finalistas de 1 980.
Todavía quedaba un largo camino, pero por lo menos yo
había puesto mi pie firmemente en la vía que llevaba al cam­
peonato mundial. Un sueño empezaba a volverse realidad ; me
sentía muy fuerte, y estaba muy seguro de mi juego. Creía en
mi potencia y estaba estupendamente preparado. Trataba de
alejar de mi mente una terrible premonición : «¿Qué busca­
rían ahora para echar por tierra mi sueño?» Hay ciertas cosas
que estamos obligados a rechazar para no perder la fe en los
aspectos más importantes de la vida. De modo que en mi co­
razón no podía albergar estas oscuras premoniciones. «No
puede suceder porque nunca sucederá», pensaba. Con esto en
mi mente jugaba al ajedrez y sólo al ajedrez; pero pronto llegó
el momento en que tuve que enfrentarme a la realidad y en­
tonces, de repente, me di cuenta de que, después de todo,
nada, absolutamente nada, podía suceder.

1 02
CAPÍTULO 7

GUERRA Y PAZ

La ciudad suiza de Lucerna, con su bello lago y sus nevadas


montañas, fue concebida por la naturaleza como un refugio
de paz. Sin embargo, como el lugar de la vigesimoquinta Olim­
piada de Ajedrez, en seguida se hizo eco del ruido de la gue­
rra ya que fue allí, hacia finales de 1 982, donde la balanza
del poder en el mundo del ajedrez cambió decisivamente . hacia
una nueva dirección en ias manos de un solo hombre que, a
pesar de eso, era altamente idiosincrásico . Entonces yo tenía
sólo diecinueve años y estaba más preocupado por el ajedrez
que por la política bizantina que rodeaba al tablero; pronto
tuve que perder esta virginal inocencia. Ahora me doy cuenta
que fue allí donde mis problemas empezaron realmente.
¿Quién podía imaginarse que el ajedrez necesitaba tanta
organización ? Hay treinta y dos piezas en el tablero : una vez
que están colocadas ¿qué más se necesita ? Quizás un árbitro
para asegurar que no se use la clase de truco recomendado
por el sacerdote español del siglo XVI Ruy López : «Sienta a
tu adversario con el sol en los ojos .» Seguramente lo demás
son asuntos que se deben establecer en un acuerdo entre ca­
balleros . Zukertort, que perdió con Steinitz en el primer duelo
del campeonato mundial, en 1 886, dijo algo así cuando le pre­
guntaron sobre las reglas que debían regir la contienda. Des­
pués sufrió tan gran desilusión al ver la forma en la que se
desarrollaba el encuentro que murió al poco tiempo. De modo
que ahora tenemos a la FIDE ( Fédération Internationale des
Echecs ) .
Fue fundada e n 1 924 y continuó siendo e n gran parte una
organización de aficionados hasta que se le unió la Unión So­
viética en 1 947. Entonces se convirtió en un verdadero orga­
nismo mundial, dividido en doce zonas, con un presidente elec-

1 03
to, un secretario general y un secretariado, cinco vicepresi­
dentes regionales (uno por cada continente ), un consejo
ejecutivo, un comité central ; cada año todos presentan en la
asamblea un informe general. Como un observador dijo: «La
política del ajedrez es enorme, proliferante y horrenda . La
razón es que el ajedrez despierta profundas y violentas pasio­
nes humanas . . . la FIDE ha llegado a parecerse casi exacta­
mente a las Naciones Unidas. Disputas, bloques de poder, ri­
validades internacionales, presiones en las votaciones e intri­
gas detrás del escenario : el mismo estilo de vida que en la
diplomacia.»
Como en tantas grandes organizaciones internacionales, el
poder tiende a centralizarse, dejando al presidente con una
gran autonomía . El sistema de votación causa muchos pro­
blemas porque no refleja la realidad del poder en el mundo
del ajedrez, con pequeños países dando órdenes a los gran­
des . En las manos de los demócratas, como Max Euwe, de
Holanda, o Fridrick Olafsson, de Islandia, las cosas iban bien
ya que comprendieron su papel como mediadores entre pun­
tos de vista rivales y tuvieron en cuenta las opiniones de los
jugadores. En la época de Fischer, por ejemplo, que había for­
zado a la organización hasta el límite - casi hasta el punto
de ruptura- , ambos hombres demostraron integridad, flexi­
bilidad y una primordial preocupación por el bien del ajedrez.
Ahora a los grandes maestros se les concede poca conside­
ración como gente que no tiene voto en los consejos de la
FIDE. El verdadero arte en la FIDE está en la mesa de jun­
tas (revolver papeles y asegurar votos ) y no en el tablero de
ajedrez .
Nadie daba a Florencio Campomanes, el candidato filipi­
no, muchas probabilidades de desbancar al islandés Olafsson
de la presidencia de la FIDE. Mucha gente en Lucerna le veía
como una figura grotesca, haciendo campaña como un políti­
co norteamericano, paseándose con un pase del Tercer Mundo
pagado por la Unión Soviética, derramando regalos a los de­
legados como si fuera confeti. Se jactaba de sus poderosas
relaciones en su país : «Cuando le pido al presidente Marcos
dos millones de dólares, en el peor de los casos él quiere saber
si debe darme el dinero en seguida o si puedo esperar a que
me mande un cheque por correo .» Sus seguidores sabían que
esto no era una baladronada, porque Campo había organiza­
do la húmeda contienda Kárpov-Korchnói en Baguío en 1 97 8 ,
con u n presupuesto d e más d e u n millón d e dólares. E n lo
que se refiere al ajedrez había jugado en cinco Olimpiadas y

1 04
se describía a sí mismo, con su característica inmodestia,
co mo ccmuy dotado».
Cuando la votación empezó se oyó murmurar a un delega­
do : cc¿ Has visto alguna vez a un hombre apostar cincuenta
mil dólares al rojo y luego ver cómo sale el negro ?» Se refería
a Campo, pero no sucedió lo que se imaginaba. La rueda de
la ruleta rodó como Campo sabía que haría; después de con­
tar los votos, pero antes de que se anunciara el resultado,
ocurrió un curioso episodio que tuvo mucha importancia para
la delegación soviética y que me ha sobrecogido desde enton­
ces como si tuviera un significado simbólico . Enviaron al pre­
sidente de la reunión un mensaje que decía : ccSiento anunciar
la muerte del presidente Brézhnev .» Nos pusimos de pie y
guardamos dos minutos de silencio.
Fue después de este momento de conmovido silencio cuan­
do se declaró la victoria de Campo. É ste y la muerte de Brézh­
nev se entrelazaron en mi mente de extraña manera. Uno de
estos sucesos me trajo malas consecuencias en el mundo del
ajedrez y el otro buenas para mí y mi país. Parecía como si
el mundo del ajedrez, más que ponerse en pie en homenaje a
Brézhnev, en realidad estaba de luto por su futuro.
Sin embargo, el presente parecía bastante bueno para mí
y para el equipo soviético que realizó la mejor de sus actua­
ciones en varias Olimpiadas . Ganamos por seis puntos y me­
dio a Checoslovaquia, perdiendo sólo tres partidas en todo el
torneo. Subí del tablero seis, donde había jugado en la Olim­
piada de Malta, al tablero número dos, detrás de Kárpov. De
nuevo tuve la mejor puntuación del equipo soviético, ganan­
do seis partidas y haciendo tablas en cinco .
Era natural que hubiera mucho interés en mi partida con­
tra Korchnói, que estaba jugando como el número uno de su
país de adopción, Suiza. Nuestro número uno, Kárpov, se
había tomado un diplomático descanso de su viejo enemigo,
dejándome a mí mi primera gran confrontación con el polé­
mico exiliado. Hizo esto porque le tocaba jugar con las ne­
gras y no quería arriesgarse a una derrota que podía deslu­
cirle sus anteriores victorias sobre Korchnói. De hecho, con­
trariamente a su intención, me hizo un gran favor.
Sin embargo, también se pudo deber a que Kárpov y
Korchnói quizá no querían enfrentarse, ya que las relaciones
entre ellos se habían deteriorado hasta tal punto que el ver­
dadero espíritu olímpico hubiera faltado en su encuentro . En
su autobiografía, recientemente publicada, Kárpov se ha referi­
do al ccenfermizo orgullo de Korchnói y a su excesiva vanidad».

1 05
En este libro, escrito principalmente por su colaborador,
el periodista de ajedrez soviético Alexander Roshal, se tra­
za una analogía entre Salieri, el compositor de la Corte Real
en Viena ( Korchnói), que estaba celoso del genio de Mozart
( Kárpov ) .
Roshal sigue diciendo : «Si s e hace una comparación entre
destacados jugadores de ajedrez y grandes músicos, como Pa­
ganini, Chaikovski, Mozart . . . , no puede dejar de compararse
Korchnói con Salieri . La analogía está sugerida por la forma
en que Korchnói se nos manifiesta cuando se levanta del ta­
blero de ajedrez. Al hablar con Korchnói, uno duda de su fran­
queza y de la forma en que se reprocha a sí mismo. Pero
todo iría bien si no fuera más que eso. É l abre una válvula a
sus susceptibles emociones, que profesionalmente contiene du­
rante la partida ( aunque menos bien que la mayoría de gran­
des maestros ) , y deja libre su falta de objetividad . Y si se
llega a hablar de su joven y lleno de talento vencedor, Korch­
nói raramente trata de ocultar su envidia, que toma la forma
de búsqueda de los defectos del otro. Se puede objetar que
Salieri reconocía el genio de Mozart . . . en el fondo, Korchnói
también lo reconoce, pero aparentemente lo rechaza. Y por lo
tanto tenemos sólo un ejemplo de una variedad del complejo
de Salieri aumentada por la falta de objetividad.»
Es interesante que sea el propio Kárpov el que haga esta
distinción entre Mozart y Salieri, porque otras personas le hu­
bieran adjudicado el papel menor comparándolo conmigo. Por
alguna razón no creo que Roshal se arriesgue a hablar sobre
Mozart y Salieri otra vez .
Roshal también trazó una distinción entre los jugadores
de asombroso talento natural, Smyslov, Tal, Petrosian,
Spassky, Fischer ( sin olvidarse, por supuesto, de Kárpov), que
de pronto aparecen en el mundo del ajedrez como cohetes, y
Korchnói, que necesitó años de trabajo intensivo para pulir
su habilidad profesional. Cuando leí esto, me pregunté si ho­
nestamente no se vería obligado ahora a incluir a Kaspárov
en su lista de los llamados «cohetes».
Creo que posiblemente podría haberlo hecho después de
verme jugar contra Korchnói en Lucerna. Fue una partida que
me dio gran satisfacción, tanta que se me pudo ver levantan­
do el puño, triunfante, al final, en una famosa instantánea
del fotógrafo yugoslavo Ratko Knezevic. Desgraciadamente, da
la impresión en la foto de que estoy dejando fuera de comba­
te de un puñetazo a Tolya, ¡ algo que reservo para el tablero
de ajedrez !

1 06
Para muchos miembros de la prensa occidental ésta fue
la p rimera vez que me vieron. The Times en Londres dijo que
«cuando una nueva estrella aparece, el cielo se mueve». El
escritor Davis Spanier me describió de la siguiente manera :
«De altura mediana, ligeramente cetrino, con una melena de
rizado pelo oscuro y con un jersey blanco de cuello cisne, Kas­
párov tenía la apariencia de un roquero del West Side, dis­
puesto para la acción. Se sentaba nerviosamente ante el ta­
blero de ajedrez, moviéndose continuamente, con el ceño frun­
cido bajo sus pobladas cejas, mirando fijamente, con los ojos
medio cerrados, las piezas . O se pasea arriba y abajo, espe­
rando a su oponente. Los jugadores no se dan la mano al
empezar la partida ( lo que se estaba esperando), aunque es
justo decir en favor de Kaspárov que éste hace un intento de
alargar la mano ; es Korchnói el que se abstiene.
»Korchnói hizo una apertura con un peón de la reina y
Kaspárov respondió con el moderno Benoni, su elección habi­
tual. No tardó mucho Kaspárov en marcar una nueva direc­
ción; si estaba preparada por adelantado o fue ideada sobre
el tablero apenas importa para los fuegos artificiales que luego
siguieron. Dejó un caballo en p rise en siete movimientos ;
movió su reina en las filas traseras del enemigo donde apa­
rentemente estaba sin salvación; tenía fascinados a los espec­
tadores que seguían la partida en unos monitores de televi­
sión. No obstante, sus ideas eran tan provocativas y comple­
jas que incluso los expertos no podían decir si estaba ganando.
En vez del inevitable destino había un abrumador sentido de
superioridad, de dar paso a las nuevas generaciones .»
Esta partida ha sido analizada desde entonces por muchos
grandes maestros y ha llegado a ser considerada como un en­
cuentro clásico . De hecho, Korchnói podía haber llegado a
unas tablas en el movimiento treinta y tres, forzando una serie
de continuos jaques al rey, lo que el propio Korchnói recono­
ció después . Sin embargo, fue una memorable confrontación.
Lo menos satisfactorio para mí fueron los sorteos que des­
pués tuvieron lugar entre los aspirantes de 1 9 8 3 , realizados
antes del final de la Olimpiada de Lucerna. Se hicieron las
suertes por lotes. Tuve que j ugar contra Belyavsky -yo
mismo saqué nuestros nombres con mi propia mano - . Lo
que siempre me ha desconcertado es que el sorteo resultara
tan extraño. Fue de la siguiente manera (pongo entre parén­
tesis la calificación que da la FIDE a cada jugador) :
Hubner ( 2 630) contra Smyslov (2 565 ) .
Ribli ( 2 58 0) contra Torre ( 2 5 3 5 ) .

1 07
Kaspárov (2 675 ) contra Belyavsky ( 2 620 ) .
Korchnói (2 635 ) contra Portisch ( 2 625 ) .
Tres de los cuatro primeros jugadores eran mucho más
flojos que los de la parte inferior. Ya he dicho antes que los
adversarios más peligrosos para mí serían Belyavsky y Korch­
nói. Ahora tenía que enfrentarme con ambos sucesivamente,
mientras jugadores menores tenían un oponente más fácil.
¿Sería realmente sólo una coincidencia ?
Todo el asunto del sorteo me pareció muy raro. Ninguno
de nosotros podía entender por qué se había arreglado de esta
manera. Portisch, el gran maestro húngaro, abandonó . Esta­
ba muy triste por haber sido emparejado con Korchnói y acu­
saba a los organizadores de hacer trampas . Fue un momento
muy tenso ya que coincidió con la presentación de Olafsson
para la reelección contra Campomanes .
Quizá todo estaba sobre el tablero ; no puedo probar que
sucediera nada deshonesto. Fue un mal presagio para mi en­
trada en escena en el mundo del ajedrez . Cualquiera que tra­
tara de obstaculizar con alambres de espino mi camino hacia
el trono de Kárpov no habría hecho un mejor trabajo que este
sorteo.
Belyavsky no resultó ser un obstáculo muy serio en esta
ocasión . Le gané por seis partidas a tres en una competición
programada para diez partidas en Moscú . El público disfrutó
con una tensa e inflexible batalla que fue decidida por mi vic­
toria con las negras en la octava partida. Mi victoria en la
quinta partida fue el resultado de tres días de trabajo en casa
sobre un particular movimiento con un alfil que condenó a
Belyavsky a una jugada de desesperada defensa. Cuando me
levanté para darle la mano, al final del encuentro, me dijo
recordando el desgraciado sorteo : «Es una gran lástima que
nos hayamos enfrentado tan pronto.»
Este encuentro tuvo lugar en marzo de 1 98 3 ; mi semifinal
con Korchnói tenía que celebrarse en agosto, pero ¿dónde? El
resultado de la discusión fue la división de la FIDE en dos y
la acusación a Campomanes de la primera de las muchas cri­
sis que iba a crear como jefe de un organismo mundial . Fue
una crisis innecesaria y nunca debió haber sucedido, como
todos pudieron ver en su momento . Incluso ahora no entien­
do del todo cómo se permitió que llegara tan lejos. Pero sé
que a menos que yo tomara una activa decisión para salvar
la situación, la Federación Soviética de Ajedrez y Campoma­
nes, entre ellos, hubieran arruinado mi oportunidad de inten­
tar ganar el título mundial. Es interesante ahora, a la luz de

1 08
los posteriores acontecimientos, especular la razón de todo
esto.
Tres ciudades se habían ofrecido para ser anfitrionas del
encuentro : Las Palmas, Rotterdam y Pasadena. El Comité So­
viético de Deportes estaba a favor de Las Palmas, que a me­
nudo había sido la sede de torneos de ajedrez, con Rotter­
dam como segunda opción. Korchnói votó por Rotterdam. En­
tonces Campomanes metió al lobo en el redil al anunciar su
decisión el 1 de junio : el encuentro tendría lugar en Pasade­
na . Curiosamente, era el lugar donde Bobby Fischer se había
ido a vivir, lo que levantaba especulaciones entre algunos de
que Campomanes tenía un plan secreto para sacarle de su
retiro y hacerle jugar el encuentro del campeonato, tanto tiem­
po aplazado, con Kárpov.
La razón que dio Campo para justificar su perversa deci­
sión fue que la ciudad californiana había hecho la mejor ofer­
ta financiera, incluyendo una gratificación de cuarenta mil dó­
lares como ayuda al ajedrez en el Tercer Mundo, una causa
que se decía que era muy apreciada por el filipino. Este dine­
ro, probablemente, se entregó al presidente de la FIDE para
que lo gastara según su criterio.
Campo añadió el insulto a la injuda anunciando que la
otra semifinal entre Smyslov, de sesenta y dos años de edad,
y el gran maestro húngaro Ribli tendría lugar en Abu Dhabi,
en los Emiratos Árabes Unidos. Esto también era inaceptable
para las autoridades soviéticas porque era un lugar demasia­
do caluroso y exótico para la calma y la reflexión que requie­
re el ajedrez, especialmente para un jugador veterano como
Smyslov. Había ganado a Hubner por un afortunado giro de
la fortuna después de haber hecho unas tablas igualadas a
siete partidas .
Mucha gente entendió mal la verdadera naturaleza de la
objeción soviética a Pasadena. Se dijo que era por motivos de
seguridad o incluso que tenían miedo de que su joven super­
estrella se viera tentada a desertar a causa de los relucientes
neones y lujos de California . Una razón más auténtica, eso
creía entonces, fue que se tenía que demostrar a Campoma­
nes que no podía actuar de esta arbitraria manera . Ambos
jugadores habían expresado su consentimiento para enfren­
tarse en Rotterdam, uno como primera opción, otro como se­
gunda, de modo que seguramente era la solución correcta; pa­
recía obvio, pero Campo simplemente no estaba de acuerdo.
Cuando primero se sugirió Pasadena, las autoridades so­
viéticas de ajedrez me dijeron que no sería un lugar adecua-

1 09
do para el torneo ( aunque el campeonato de los Estados Uni­
dos debía jugarse allí al mismo tiempo) . Creí que ellos de­
bían de saber de qué estaban hablando ; tenía que confiar en
su juicio . Quizá había algunas razones políticas importantes .
Nunca había estado en América, de modo que no tenía ma­
nera de saberlo. Supuse, naturalmente, que estaban de mi
lado y que actuarían teniendo en cuenta lo más beneficioso
para mí.
Se debe recordar que era mi primera experiencia en la po­
lítica del ajedrez internacional. Pensaba que éstos eran los mo­
vimientos de apertura en algún mayor juego diplomático y que
tendrían éxito en su estrategia de hacer cambiar a Campo de
opinión. Pude ver que el orgullo nacional estaba en juego. Esto
era la política; ésta fue la razón por la que rehusé jugar en
Pasadena. Creí que estaba destinado a ser seleccionado a tiem­
po, nunca imaginé que el encuentro estaría seriamente en pe­
ligro.
Campo llegó a Moscú para efectuar serias negociaciones .
El comité soviético deportivo era inflexible : Pasadena era ina­
ceptable. Kárpov se les unió en las conversaciones, actuando
como un funcionario ; él, también, era firme. Yo no compren­
día por qué él estaba allí. No hizo nada para romper el punto
muerto. Campo se mantuvo firme en su derecho como presi­
dente de la FIDE para fijar el lugar. No se llegó a ningún
acuerdo. En su interior cada lado pensaba que el otro se vol­
vería atrás . Por su parte, Campo se aseguró el apoyo de un
voto especial de un ejecutivo de la FIDE para Pasadena. Ya
era finales de junio y Korchnói ya estaba allí aclimatándose.
Después llegó el agosto y aún no se había decidido nada.
Al principio las autoridades soviéticas dijeron que Smyslov,
después de todo, podía jugar en Abu Dhabi, pero que posi­
blemente yo no podría ir a Pasadena. Esto me pareció muy
raro; todavía estaba más preocupado cuando empezaron a in­
sinuar que si no jugaba contra Korchnói volvería al ciclo por
el campeonato mundial más tarde. Era joven y tenía muchos
años por delante. <<Lástima que pierdas esta oportunidad, pero
habrá muchas otras. Te enviaremos a muchos torneos interna­
cionales . Eres joven y puedes esperar tres años», me dijeron.
Empecé a comprender que me habían engañado. Después
de todo, el Comité Deportivo había dicho abiertamente en
Bakú que yo no podía jugar con Kárpov en este ciclo. Sim­
plemente, me habían tomado el pelo. ccNo te preocupes, no
les alteraremos el encuentro, somos una potencia mundial, te
protegeremos», y me dijeron otras cosas por el estilo. El men-

1 10
saje vino no sólo de la Federación Soviética de Ajedrez y del
Comité Deportivo, sino también de un jefe de departamento
del Comité Central (actualmente ya cesado) . Todo se hizo muy
suavemente, como una máquina bien lubricada. Cuando me
di cuenta de qué ingeniosamente se había hecho todo, con el
Comité Deportivo y la FIDE engranados como un solo cuer­
po, fue suficiente para darme vértigo .
Fue una época muy difícil para mí; sólo mi madre sabe lo
duro que fue . Tuve que enfrentarme a la perspectiva de no
ser el campeón mundial, no a causa de mi falta de habilidad,
sino por razones ajenas a mí. Era una situación que no podía
controlar porque no era susceptible de soluciones racionales ;
empecé a preguntarme cómo podría vivir de esta manera .
Para entonces la fecha límite había llegado. En la maña­
na del 6 de agosto de 1 983, Víktor Korchnói, vestido con un
traje gris, llegó al auditorio del City College de Pasadena, es­
trechó la mano del árbitro, se sentó en la mesa de ajedrez y
movió un peón . Luego, apretó el reloj de su oponente. Duran­
te la siguiente hora, como dijo Los Angeles Times , se paseó
con las manos cruzadas a la espalda, la cabeza agachada, con
un semblante inexpresivo, hasta que solemnemente terminó
su farsa. Se le concedió el encuentro y un cuarto de la bolsa
que podría haber ganado de otra manera. Fue más importan­
te que se le dijera que iba directo a la final. Yo había termi­
nado antes de empezar.
En mi casa de Bakú, yo estaba en un estado de ánimo
lamentable, mientras trataba de descifrar de qué serían capa­
ces los hombres de Moscú . Korchnói había dicho que esta­
ban tratando de proteger a Kárpov de mí. É sta era la razón
por la que habían creado aquella crisis artificial. Korchnói dijo
muchas cosas interesantes y disparatadas, pero ¿sería posi­
ble que esto fuera cierto ?, empecé a preguntarme.
Otra teoría difundida era que Kárpov no reconocería la
«victoria» de Korchnói y rehusaría jugar con él, con el apoyo
de las autoridades soviéticas . Si la FIDE se atrevía a descali­
ficar al campeón mundial, como había hecho con Fischer en
1 97 5 , ¿rompería la Unión Soviética con la FIDE y dividiría
en dos el mundo del ajedrez ? ¿ Era éste su plan secreto de
juego? Al principio del escándalo dijeron que podían fácilmen­
te dividir la FIDE. Más tarde, dijeron que era imposible. Yo
estaba muy indignado por todo esto y empezaba a preguntar­
me qué crisis era aquella que yo había provocado inconscien­
temente. ¿ Era yo solamente un peón en aquella situación? En
mi análisis consideraba las distintas posibilidades.

111
Una era que Kárpov quería realmente jugar con Korchnói
de nuevo en una gran final para terminar su amarga enemis­
tad . Los funcionarios debían de haber hablado con él sobre
esta posibilidad y le habían persuadido de que sería bueno
para él y para la Unión Soviética. Kárpov sabía ya que derro­
taría al viejo y que su título no estaría en serio peligro; pero
que sí lo estaría ciertamente si se enfrentaba conmigo . Otra
victoria sobre Korchnói mantendría a sus allegados a salvo
en sus puestos, de modo que ellos también estarían inclina­
dos a favorecer la situación . Asimismo esto convenía a las
autoridades deportivas si podían dar al nuevo líder del país,
Yuri Andrópov, una buena publicidad internacion al con la vic­
toria soviética sobre el exiliado . Esto consolidaría sus posi­
ciones y aumentaría la categoría del aj edrez con el nuevo
mando en el Kremlin.
¿Convendría también este arreglo a Campo y a la FIDE?
Anunciar el campeonato mundial como un duelo entre un cam­
peón soviético y un exiliado siempre daría una buena publici­
dad al ajedrez y la revelación a los medios traería patrocina­
dores, que a su vez proporcionarían millones de dólares para
el juego. Si esto era cierto, entonces yo sólo había sido una
pelota de ping-pong entre la FIDE y las autoridades soviéti­
cas . Podía imaginarlos diciendo o, por lo menos, pensando :
«¿Quién quiere realmente un encuentro entre dos rusos con
nombres tan parecidos ?)) No había ventaja para la FIDE o
para la Unión Soviética en esto . Después de todo, ya tenían
un campeón soviético que les convenía.
Si alguna vez se les ocurrió que este argumento podía ser
bastante desleal para Kaspárov (cosa que dudo ) siempre po­
drían consolarse pensando que yo tenía muchos años ante mí;
todo lo que debía hacer era esperar, mi momento llegaría,
exactamente como ya me habían insinuado. Realmente, casi
lograron su propósito, porque a Korchnói ya se le había otor­
gado el encuentro contra mí y sin duda los motivos de salud
ya se habían dado en nombre de Smyslov al perder el en­
cuentro. De modo que el tercer encuentro Kárpov-Korchnói
era casi una realidad .
La verdad es que mi prisa a una edad tan temprana era
un inconveniente para ellos, un estorbo . ¿ Por qué molestaba
sus confortables y tranquilas vidas y llegaba a poner en peli­
gro sus privilegios? Yo podía empezar a entender por qué lle­
gaban a odiarme y a estar resentidos . Kárpov era un héroe
brillante para ellos, un símbolo de su poder y también del
poder soviético, de modo que las altas esferas le apoyaban.

1 12
Era un buen momento en la vida soviética para que esta mafia
fo rtaleciera sus posiciones.
Afortunadamente era también un buen momento para un
cam bio en la vida de mi país . Si Kárpov era un hijo de la era
de Brézhnev, yo lo era de este nuevo período de cambio. Tenía
la intuición de que yo formaría parte de una nueva revolu­
ción en el pensamiento soviético si sólo tuviera el valor de
mis convicciones para salir en defensa de la honestidad y de­
mocracia en el ajedrez, lo mismo que otros estaban luchando
contra el estancamiento, el engaño y la corrupción en otras
áreas de la vida soviética . Tenía que luchar contra esta viej a
mentalidad o me destruiría . ¡ El riesgo era que la lucha po­
dría destruirme !
Me fui fortaleciendo en mi resolución por medio de con­
versaciones con grandes maestros en una reunión del Conse­
jo de Jugadores en Niksic. Dijeron que entendían y respeta­
ban mi principio de no permitir que Campomanes me impu­
siera condiciones ; pero seguramente debía de ser algo muy
importante si me impedía luchar por el título mundial, el
sueño de todo gran maestro. ¿Valía la pena perder todas las
cosas a las que había dedicado toda mi vida ? ¿Vencer a
Campo era realmente más importante que convertirme en cam­
peón mundial? ¿No podía lograrse este objetivo más fácilmen­
te llegando a ser campeón mundial y, en consecuencia, ad­
quiriendo más poder para luchar contra mis enemigos ?
Les pedí que firmaran una carta en la que se solicitaba
mi vuelta al ciclo ; todos los grandes maestros occidentales lo
firmaron. Probablemente fue la primera petición firmada por
prácticamente todos los grandes maestros del mundo. Pero
gente como Jan Timman, Yasser Sierewan y Tonu Miles me
dijeron : «La firmaremos porque debes jugar contra Korchnói,
debes estar en el ciclo y jugar contra Kárpov, pero dinos, ¿por
qué no fuiste a Pasadena? ¿Cómo puedes arriesgar tu carrera
sólo a causa de que eligieran un lugar equivocado?» No pude
responderles .
Hasta entonces no podía decir nada sobre la situación real,
pero las conversaciones me convencieron de que era hora de
moverme . Decidí actuar en mi propio nombre. No podía con­
fiar más en que las autoridades del ajedrez actuaran tenien­
do en cuenta mi interés o, como ya dije, el del ajedrez sovié­
tico . Para mí ya no era la Federación Soviética de Ajedrez
sino la Federación de Ajedrez de Kárpov, una federación con­
tra el ajedrez . No obstante, tenía que confiar la verdad a al­
guien porque necesitaba ayuda y quienes se alineaban contra

1 13
mí eran más inteligentes, con menos escrúpulos y más fuer­
tes de lo que yo me había imaginado.
Volví a recurrir a Geidar Aliev, el jefe de mi república,
cuya influencia fue otra vez decisiva . Pero ésta era una crisis
mucho más grande que la de la última vez y suponía publici­
dad en la prensa mundial . Apenas pude creer lo rápido que
sucedió todo luego. De repente, todo dio marcha atrás; la luz
roja se volvió verde. Las autoridades deportivas soviéticas es­
taban ahora en una posición embarazosa ; tenían que recono­
cer su error y humillarse ante Campomanes y la FIDE para
persuadirles de que cambiasen su veredicto y me permitiesen
jugar contra Korchnói después de todo. Lo peor era que te­
nían que humillarse ante el odiado exiliado y, de algún modo,
llegar a convencerle de que su ccvictoria» contra un adversa­
rio fantasma en Pasadena era nula y sin valor.
¿Cómo se podría lograr esta milagrosa transformación? El
ingrediente milagrqsp fue el dinero; fue el poderoso dólar el
que puso aceite a las ruedas bloqueadas de la diplomacia del
ajedrez y las hizo rodar de nuevo. Diez mil doscientos dóla­
res, para ser precisos . Se tenía que pagar a Korchnói la com­
pensación por el encuentro que él había «ganado». Se tenían
que sufragar los gastos contraídos por los organizadores del
encuentro en Pasadena; se tenía que compensar a la FIDE
por los ingresos que había dejado de percibir. É ste era el pre­
cio que las autoridades soviéticas tenían que pagar para re­
parar el daño causado por sus propias maquinaciones sobre
mi encuentro. Parte de este dinero sería recuperado de los pre­
mios monetarios que los jugadores soviéticos habían ganado
en torneos en el extranjero, en el período anterior. Pero la pér­
dida neta de la hacienda soviética era aún considerable.
La figura clave para ayudar a encontrar una solución en
aquel momento fue Ray Keene, el gran maestro británico, que
era también presidente del Consejo Mundial de Grandes Maes­
tros . Voló a Moscú para reunirse con los dirigentes de la Fe­
deración Soviética de Ajedrez y les expuso el esbozo de un
compromiso. Se sorprendió cuando Nikolai Krogius, jefe del
departamento de ajedrez del Consejo Deportivo, le recibió en
el aeropuerto, un inhabitual honor, y se sorprendió más cuan­
do el funcionario le salió al encuentro para decirle cuánto es­
taba ayudando a Kaspárov. El tono era nuevo y poco fami­
liar.
Keene dijo que él podía arreglar que las dos semifinales
se jugaran en Londres en poco tiempo, pero los rusos debían
reconocer públicamente que Campo no se había excedido en

1 14
su autoridad como presidente de la FIDE en su primera se­
lección de Pasadena y debían pagar la compensación requeri­
da. Keene ya había sobornado a Campo al disponer ingenio­
samente con sus editores hacer donación de un gran número
de libros de ajedrez para promover el juego en países en vías
de desarrollo.
Dijo que la forma de persuadir a Korchnói para que estu­
viera de acuerdo con estos arreglos era combinar un incenti­
vo monetario con la retirada del boicot contra él en los tor­
neos . En realidad, Korchnói no tenía moralmente otra elec­
ción que jugar conmigo; él había acusado a menudo a Kárpov
de ser un «campeón de papel». Si ahora rehusaba jugar con­
migo podría acusársele de ser un «aspirante de papel» . La
prensa soviética hacía hincapié enérgicamente en este punto.
Después de esto, un administrador soviético, el viceminis­
tro de Deportes lvonin, que después perdió su puesto, tuvo
que volar a Lucerna con órdenes de llegar a un acuerdo con
Campomanes a toda costa. Después de otra semana de discu­
siones, el asunto quedó resuelto en términos muy parecidos a
las propuestas de Keene. Era una gran concesión soviética y
Campo se enorgullecía de la situación, pasándonosla por las
narices cada vez que podía. Fue un gran momento para la
historia del ajedrez soviético. Después de atacar a Campoma­
nes tan duramente en la prensa, nuestros funcionarios depor­
tivos acabaron pagándole su dinero y rogándole que hiciera
lo que ellos querían. Aliev no les había dejado elección .
Entonces creí que la mafia del ajedrez se pondría de ma­
nifiesto en vista de estos acontecimientos, expuesta como co­
nejos asustados ante los faros de un coche. Pero subestimé
su hábil capacidad para sobrevivir. No estaban dispuestos a
arriesgar nada; no se atrevieron a declararse abiertamente con­
tra mí. Tenían que protegerse y mantener sus cabezas baj as
con la esperanza de que el viento predominante perdiera su
fuerza o cambiara de dirección.
É ste fue mi comienzo en el agitado e infinitamente com­
plejo mundo del ajedrez internacional . Había descubierto que
en diplomacia, como en ajedrez, un cálculo realista de las fuer­
zas es la clave del éxito.•

Así que los encuentros, que habían revoloteado exóticamen­


te alrededor del mundo, desde las islas Canarias a California
y al golfo Pérsico, finalmente tuvieron lugar en el hotel Great
Eastern, cerca de la sucia calle de la Estación Liverpool, en
Londres. Acorn Computers resultaron ser los patrocinadores
con una oferta de setenta y cinco mil libras esterlinas, ven-

1 15
ciendo las ofertas .de Holanda, Austria y Yugoslavia. Toda la
publicidad dada a esta áspera controversia en el mundo del
ajedrez había creado un mayor interés por el resultado.
Mientras tanto, yo no perdía mucho el tiempo, lejos del
tablero de ajedrez ; me encontraba bien entonces, físicamente
sano y mentalmente fuerte, justo en la cumbre, rebosante de
energía explosiva, como un cohete dispuesto para el despe­
gue. En Bakú me estaba preparando en las mejores condicio­
nes de mi vida. En julio, como parte de mi entrenamiento para
el encuentro con Korchnói, había tomado parte en la cuarta
Spartakiada en Moscú, donde jugué dos tablas vivamente dis­
putadas con Belyavsky y Tal .
Después, en Niksic, a dos horas de Dubrovnik, en Yugos­
lavia, dejé atrás a un fuerte equipo de grandes maestros in­
ternacionales, ganando por dos claros puntos a Larsen. La
única partida que perdí fue con Spassky. Los comentaristas
hablaron de mi «mágica, famosa y superenérgica ofensiva»,
especialmente en una partida contra Portisch, por la cual el
Comité Deportivo soviético me concedió un premio especial
como «el mayor éxito creativo de 1 983».
É ste no fue sólo mi único premio internacional; me dirigí
a Londres vía Barcelona para recoger mi primer Osear del
ajedrez, el premio más apreciado por los periodistas especia­
lizados en ajedrez de todo el mundo, patrocinado por los al­
macenes españoles El Corte Inglés . El Osear se da al mérito,
a la fuerza y al interés periodísticos por las partidas entre
grandes maestros. Tuve mil veintiún votos contra novecien­
tos cuarenta y tres para Kárpov.
Una característica importante de esta gira por Europa fue
que mi madre pudo venir conmigo por primera vez . Es raro
que los jugadores soviéticos lleven a sus parientes más cerca­
nos al extranjero. El hecho de que se les permita hacerlo es
una señal oficial de confianza, porque significa que las auto­
ridades no esperan que deserten. En mi caso, esto equivalía
a un permiso oficial, ya que mis enemigos habían a menudo
difundido el rumor de que yo podía desertar al Oeste para
lograr un estilo de vida diferente. Sospecho que realmente que­
rían que desertara, así podría ser tildado de enemigo público
como Korchnói. Este desenlace eliminaría la amenaza para
Kárpov.
Tenía malas noticias para ellos ; no deseaba desertar. ¿Por
qué habría de hacerlo? Mis raíces en la Unión Soviética son
muy profundas, especialmente con mi familia y mis amigos
en mi querida Bakú. Viajo a menudo al extranjero,' donde

1 16
ahora tengo muchos amigos; tengo dinero suficiente para dis­
frutar de un buen estilo de vida aquí. Quizá ganaría más di­
nero en Occidente, pero no mucho más a causa de los im­
puestos. De todas maneras, el dinero no es lo más importan­
te en mi vida.
Aparte de las consideraciones materiales, existe el hecho
de que mi país está atravesando un período de apasionante
cambio, en el que quiero tomar parte activa. Tengo la impre­
sión de que los desertores a veces se escapan de sí mismos,
de su propio destino y que ésta es la razón de que muchos
de ellos no sean felices en su exilio. Los periódicos occidenta­
les han comparado mi situación con la de Korchnói, pero él
estaba viviendo en una época diferente de la vida soviética y
no tenía amigos dentro del sistema. Mi caso es diferente en
ambos aspectos y mi lucha es distinta.
La atmósfera de mi encuentro con Korchnói cuando, fi.
nalmente, llegamos al tablero en noviembre de 1 983, fue más
tranquila de lo que se podría esperar. Era como si toda la
pasión se hubiera gastado en las maniobras que precedieron
a la contienda. Ahora podíamos concentrarnos en el ajedrez.
Nuestras relaciones personales se habían visto favorecidas al
jugar juntos en una competición en Herceg Novi, en la costa
adriática de Yugoslavia, donde cada partida había durado sólo
diez minutos. Gané este torneo y Korchnói quedó en segundo
lugar. Creo que Korchnói apreció mi gesto al aparecer con él
en aquellos momentos, cuando las negociaciones para los en­
cuentros aspirantes estaban todavía en una fase crucial . Tu­
vimos varias charlas sinceras sobre el encuentro venidero que
ambos deseábamos. Mi aparición fue vista como una señal de
las buenas intenciones soviéticas y algo de esta misma dispo­
sición se reflejó en el encuentro cuando finalmente tuvo lugar.
Además, yo era demasiado joven para tomar parte en los
acontecimientos que rodearon a la deserción de Korchnói en
1 97 6 y en el ostracismo al cual algunos grandes maestros so­
viéticos le habían sometido . Entonces sólo tenía trece años.
No había ninguna razón para que yo le disgustara personal­
mente de la forma que él todavía odiaba a gente como Kár­
pov y Petrosian. Si yo podía vencer a sus enemigos, entonces
quizá él llegaría incluso a aprobarme. Debido a mi polémica
sobre Pasadena, el boicot soviético contra él se había levan­
tado. En realidad, todos los trucos sucios usados contra mí
habían rebotado contra ellos. Cuando me sumieron en este
abismo contra Korchnói en Lucerna, esperando que me aho­
gara, yo emergí con rosas en la mano.

1 17
Pero no subestimé la amenaza que Korchnói suponía para
mí. Sabía que era un tipo difícil de ganar, con mucha expe­
riencia al más alto nivel ; ya había competido en dos finales
del campeonato mundial y había sido el primero en muchos
torneos internacionales. Me había preparado cuidadosamente
porque tenía la sensación de que él estaría animado por el
éxito de su propaganda contra las autoridades soviéticas y de
que todavía alentaba la esperanza de tener otra oportunidad
de apoderarse de la corona de Kárpov.
Nos llevábamos treinta y dos años, lo que me daba una
gran ventaja en energía creativa, pero el viejo zorro aún co­
nocía muchos trucos; sabía yo que no debía permitirle que
mandara en el encuentro y que, sobre todo, no debía aflojar
el anzuelo cuando yo alcanzase una posición ganadora.
Por lo tanto, me preparé a conciencia para el final de la
partida, leyendo todos los escritos de expertos en ajedrez que
pude encontrar. Un cuarenta por ciento de mi preparación la
dediqué a los finales de partida, más que a las aperturas ; es­
tudié los mejores desenlaces prácticos durante los pasados
veinticinco años. Mis entrenadores me mostraban las situa­
ciones del j uego y me dej aban resolver las continuaciones a
mí solo; luego comparábamos mi juego con los movimientos
del libro. Estos ejercicios me proporcionaron una buena re­
compensa en el encuentro.
Pusimos también mucho énfasis en la preparación psico­
lógica, que incluía paciencia y paz espiritual ante el tablero.
Esto inmediatamente reembolsó dividendos cuando perdí la
primera partida. No sólo estaba jugando con las blancas sino
que usaba una de mis variaciones de apertura favoritas, la
india de la reina. Sin un anterior entrenamiento mental, mi
partida podría haberse hecho pedazos en este momento. Fui
apoyado, como siempre, por «el doctor» Khalid Gassanov
de Bakú, que tenía una gran influencia tranquilizante en mi
equipo . En cualquier crisis él tenía la costumbre · de decir :
«Por supuesto», con un movimiento de las manos que elimi­
naba la tensión en cualquier situación. Fuera cual fuese la
pregunta, la respuesta era siempre la misma : «Por supues­
to . . . »
Korchnói había empezado con la máxima velocidad y con­
fianza, mientras que yo tardé dos horas en mis primeros die­
ciocho movimientos, quedándome sólo media hora para los
restantes veintidós . Korchnói tenía en aquel momento hora y
media a su disposición. Sacrificó un peón, lo recuperó y tomó
otro. Tratando de compensar esto, dejé que uno de sus peo-

1 18
nes cruzara el tablero hacia adelante y ganara la partida. Fue
un triunfo de la experiencia sobre la esperanza .
Fue un revés psicológico contundente. Pero entonces re­
cordé el caso de Flohr, exactamente cincuenta años antes : Bot­
vinnik había resistido con cuatro partidas menos cuando el
checo parecía invulnerable; había tratado deliberadamente de
perturbar la estabilidad psicológica de su adversario, que ima­
ginó ser el punto más vulnerable de Salo. Botvinnik cuenta
una divertida historia sobre Flohr en la cual él desconcertó a
su compañera soviética, Klava Kirsanova, diciéndole en pú­
blico : «Tienes una bonita barriga», confundiendo la palabra
checa zivot (vida) con la palabra rusa zhivot.
Las tácticas de ajedrez de Botvinnik en esa ocasión ha­
bían sido atraer a Flohr a una tranquila corriente para ani­
marle en la creencia de que no tenía nada que temer y, des­
pués, cuando llegara el momento adecuado, hacer funcionar
su trampa. Esto causó impacto dos veces en su confiado ad­
versario, como por sorpresa.
El momento crucial para mí llegó en la partida sexta cuan­
do el desenlace que había preparado en un libro hizo valer
sus méritos. Después de una batalla muy agitada, durante cin­
cuenta y siete movimientos, una prosaica torre y un peón sur­
gieron; finalmente, las blancas tuvieron que ceder su torre al
peón negro . É l hubiera necesitado guiar a su propio peón
hacia adelante para forzar un cambio de piezas . É sta fue mi
oportunidad y no cejé hasta la matanza. Después de esto,
Korchnói pareció venirse abajo, como Flohr había hecho an­
teriormente.
Entrevistado al final del encuentro que yo había ganado
por siete a cuatro, él admitió : «Después de la sexta partida,
perdí la fe en mi técnica y en mis entrenadores. La puntua­
ción estaba igualada, pero el encuentro psicológicamente había
terminado. Antes de la confrontación, mi impresión sobre Kas­
párov como jugador de gran empuje estaba equivocada. Kaspá­
rov es muy práctico para su edad. Sólo se arriesga cuando
está al uno por ciento seguro de que el riesgo está justifi­
cado.»
Sin embargo, mis tácticas, deliberadamente comedidas, de­
cepcionaron a algunos comentadores británicos que habían es­
tado esperando fuegos artificiales. Harry Golombek escribió
en The Times : ccSólo ha habido un destello ocasional de la
brillantez de Kaspárov. Normalmente él respira vida y fuego
en las situaciones». Raymond Keene dij o : «Kaspárov ha esta­
do j ugando como Kárpov, aprovechándose de los errores de

1 19
Korchnói en vez de elaborar sus posiciones . É l es por natura­
leza un jugador inventivo e ingenioso, pero ha demostrado
aquí poca de su verdadera habilidad .» Sin embargo, Jona­
than Speelman advirtió que después de la crucial partida sexta
«Garrí ha cambiado de ser un perro atormentado a un león
desenjauladm>.
Todo lo que ahora había entre este león desenjaulado y
su presa, Anatoli Kárpov, era Vasily Smyslov, el veterano y
gran rival de Botvinnik hacia 1 950, quien había sido campeón
mundial seis años antes de que yo naciera . El viejo moscovi­
ta había sorprendido a todo el mundo en la otra semifinal
mostrando un inesperado instinto y energía al vencer al hún­
garo Ribli, que sólo tenía la mitad de su edad . La gran fuer­
za de Smyslov había sido siempre su habilidad para lograr
microscópicas ventajas por medio de cambios aparentemente
inocentes y después explotarlos en un astuto final de partida,
en el cual se le había reconocido como virtuoso. La prensa
británica le llamaba «El inmortal viejo maestro» ; en los tor­
neos de ajedrez, su longevidad empezaba a rivalizar con la
de Lasker, que todavía vencía a grandes maestros a los se­
senta y ocho años de edad .
Nuestro encuentro para ser el mejor en dieciséis partidas
tuvo lugar en Vilnius, en Lituania, justo antes de mi veintiún
cumpleaños, que pude celebrar con la alegría de saber que
era el aspirante oficial al título mundial. Antes de nuestro en­
cuentro, Smyslov me dij o : «Sabe usted, joven, si esto hubiera
sucedido antes de 1 983, nunca hubiera llegado a la semifi­
nal.» Estoy seguro de que tenía razón en su juicio de los cam­
bios políticos que me habían permitido escapar de los pozos
y las trampas que me habían preparado . En el noventa y
nueve por ciento de los casos hubieran tenido éxito en cortar
de raíz la expresión de la propia personalidad . Su récord pro­
baba esto; pero el mío era el número cien. Era afortunado.
Creo que era esto lo que el viejo gran maestro realmente que­
ría decir.
Vencí a Smyslov por ocho puntos y medio a cuatro y me­
dio. En esta ocasión mi fuerza radicó en jugar las negras en
la defensa Tarrasch . El estado de ánimo de un jugador de
ajedrez depende de su juego con las negras . Si todo va bien,
con las negras se puede atacar tranquilamente cuando se man­
tiene la ventaja con las blancas . Yo también estaba animado
por mi habilidad para no perderme en situaciones compli­
cadas .
Mis victorias sobre Korchnói y Smyslov me valieron mi

1 20
segundo Osear del ajedrez en Barcelona, ganando a Kárpov
por 984 votos a 9 1 8 . Subieron mi calificación Elo a 2 7 1 5, que
también era más alta que la de Kárpov.
A pesar de este reconocimiento internacional, un hecho in­
teresante me llamó la atención en un reportaje de la prensa
soviética que hablaba de mis encuentros como aspirante. Mis
oportunidades nunca se consideraron muy grandes . Los elo­
gios a mi talento siempre eran apagados. Se notaba poco pesar
cuando parecía que estaba perdiendo una partida, incluso con­
tra el temido Korchnói . Eran reacios a cantar mis alabanzas
y estaban demasiado dispuestos, estaba seguro, a hundirme
el cuchillo si alguna vez perdía mi posición. Esto era para mí
una señal segura de que Kárpov todavía estaba obstaculizan­
do mis intentos.
Una rara excepción era Petrosian, que escribió algunas
cosas buenas sobre mí, sugiriendo que entre algunos grandes
maestros soviéticos, por lo menos, había un deseo de verme
cambiar la situación del ajedrez en mi país, de acabar con el
dominio de Kárpov y su pandilla.
Después de mi victoria sobre Korchnói en Londres, Kár­
pov dijo en una entrevista : «No deseo restar méritos a Kas­
párov, pero Korchnói es una persona acabada.» ¿Qué otra cosa
podía hacer excepto tratar de rebajar mi éxito, como dejó claro
cuando añadió que el encuentro había sido ccun fracaso»? In­
cluso un joven jugador indio había vencido a Korchnói, dijo
él. Fue una entrevista muy insultante. Korchnói era todavía
fuerte, después de todo hacía sólo dos años desde que Kár­
pov le había ganado por más o menos el mismo tanteo en
Merano . Además, había tenido la ventaja de todo el aparato
del poder soviético detrás de él .
En esta entrevista rehusó pronosticar el probable resulta­
do de mi encuentro con Smyslov, diciendo que nuestros ta­
lentos estaban sutilmente equilibrados y que la contienda
ccentre la juventud y la osadía, por un lado, y el sentido común
y la experiencia, por el otro, era la eterna batalla entre el en­
crespado mar y la costa firme». Como todos sabemos ccel en­
crespado man> normalmente pierde su cceterna batalla» o el
mundo no habría sobrevivido.
En realidad, él estaba seguro de que yo ganaría, porque
una revista soviética había organizado un concurso entre los
lectores para adivinar el resultado de nuestro encuentro y uno
de los sobres lo había enviado el mismo Kárpov. É l había
acertado el tanteo exacto : ocho puntos y medio a cuatro y
medio. Resultó que otros grandes maestros también habían

121
pronosticado mi victoria en la competición. Sin embargo, la
prensa soviética quitó importancia a mi victoria. ¿ Por qué?
¿Acaso tenían miedo de animarme o de fomentar mi imagen?
Kárpov no podía hacerse ilusiones sobre mí ahora, como
había demostrado al pronosticar tan exactamente mi resulta­
do. É l podía calcular con gran precisión la fuerza de mi desa­
fío a su corona, aunque había declarado en la entrevista que
sólo el hecho de jugar el campeonato mundial «es ya un logro
que mucha gente no se atrevería a soñar». Es un hombre
frío que puede valorar objetivamente los riesgos . Lo mismo
hacía la gente que le rodeaba, todos aquellos cuya situación
dependía del campeón mundial y que querían, por razones
obvias de egoísmo, aferrarse a él el mayor tiempo posible.
En la Unión Soviética hay un monstruo de circo llamado
Kaschai el Inmortal, que se oculta en su malvado reino y envía
a sus emisarios a matar a todos los invasores. Si esto no tiene
éxito envía a más, a oleadas y oleadas de protectores. Sólo
como último recurso, cuando su reino está seriamente ame­
nazado, Kaschai se digna salir de su castillo y luchar él mismo
con el intruso. Es como los míticos jinetes negros enviados
por Sauron en El señor de los anillos. El héroe tiene que so­
portar muchas peleas antes de encontrar a la supercriatura
de extraordinaria fuerza. Solamente ganando una victoria tras
otra, puede enfrentarse a esta batalla y todavía tener la espe­
ranza de seguir en pie. Si al principio de su viaje las fuerzas
le hubieran golpeado en seguida, seguramente habría perdi­
do, sin importar si su causa era justa o no. É sta es la ironía
que nunca entenderé . Las muchas pruebas y tribulaciones
crean una fuerza que no se tiene al principio. Ahora ya sabía
que había entrado en el país malvado, pero no conocía las
reglas del combate y no quería ser el que disparara primero.
Había sentido la fuerza bruta del poder de mi enemigo, pero
aún no había visto su cara . Una confrontación ya no podía
ser aplazada mucho tiempo.

1 22
CAPÍTULO 8

EN EL FUEGO

Ahora es evidente para todo el mundo que la batalla entre


Kárpov y yo no era la única lucha de poder que ocurría en
Moscú en la primavera de 1984 . Yuri Andrópov había muerto
en febrero, después de una larga enfermedad . Su sucesor,
Konstantín Chernenko, tenía setenta y dos años y, evidente­
mente, no muy buena salud; había sido un estrecho cola­
borador de Brézhnev durante muchos años. ¿Significaba esto
que el impulso hacia el cambio social y económico que pare­
cía posible de s pués de la muerte de Brézhnev había dado
marcha atrás ? ¿Estaba ahora la burocracia a salvo de la
reforma?
Estas preguntas estaban en la mente de mucha gente en
la Unión Soviética en 1 984 y 1 98 5 . El país estaba dispuesto
para el cambio . Veíamos a Mijail Gorbachov, que era veinte
años más joven que Chernenko y su segundo en el mando,
enarbolar la bandera de la reforma. No fuimos decepciona­
dos ; él ya había revolucionado la agricultura soviética y abo­
gaba por reformas económicas de tipo general. Cuando suce­
dió a Chernenko, un año más tarde, después de que mi pri­
mer desafío por el título mundial hubiera sido abandonado,
introdujo el concepto de perestroika (reforma) . A este concep­
to le siguió más tarde otro, glasnost ( apertura) , y ambos ha­
bían de tener un efecto trascendental y galvanizante para toda
nuestra sociedad.
Describo estos factores políticos aquí porque mi progreso
en el mundo del ajedrez no había sido inmune a su influen­
cia. De hecho, el ajedrez soviético siempre ha estado sujeto a
factores políticos, desde los días en que Lenin jugaba al aje­
drez. En tiempos de Botvinnik, la influencia del gobierno cen­
tral se notaba fuertemente; cuando él ganó su primer torneo

123
occidental en Nottingham, en Inglaterra, en 1 936, compartien­
do el primer lugar con el legendario Capablanca, delante de
Alekhine, Euwe (entonces campeón mundial), Flohr, Reshevs­
ky y el envejecido Lasker, su victoria fue celebrada en la pri­
mera página de Pravda como un gran logro soviético. Su leal
telegrama a Stalin se hizo famoso en todo el mundo; en él
decía a su «querido profesor y jefe» que «mi ardiente deseo
de defender el honor del ajedrez soviético me hizo poner en
el juego toda mi fuerza, conocimientos y energía».
Al menos esto es lo que aparece en los libros de historia.
Botvinnik dijo que no sucedió de esta manera : él nunca escri­
bió una carta así. La idea fue de N. V. Krylenko, el director
de ajedrez soviético, que quería sacar las máximas ventaj as
políticas de la gran victoria de Botvinnik. Arregló que alguien
redactara la carta y la enviara a la dacha de Stalin . Mischa,
que era demasiado modesto para escribir una carta semejan­
te, no formuló objeciones si el resultado era bueno para el
ajedrez . Sin embargo, fue poco provechosa para Krylenko, ya
que Stalin le hizo matar por un pelotón de ejecución dos años
después. Botvinnik necesitó valor para no firmar una carta
pública en 1 9 5 3 , condenando al llamado «complot de los doc­
tores», a lo que como judío fue presionado a hacerlo. Fue un
tiempo muy peligroso para él y para muchos otros.
En términos políticos no me excuso por comparar la mafia
del ajedrez que rodeaba a Kárpov con la burocracia que flo­
reció al final de la época de Brézhnev, que se asía ciegamen­
te a su poder y privilegio y que hacía todo lo posible para
ahogar las iniciativas . No era sólo una lucha de poder entre
nosotros sino un conflicto de valores . No era únicamente un
conflicto de personalidades sino de diferentes enfoques de la
vida . En ajedrez, como en muchas cosas, era necesario cam­
biar, modernizarse; era necesario para el deporte, para el país,
para la psicología de toda nuestra gente. Y o me negué a ser
atrapado en la red que preparaban para mí.
Algunos me avisaron de que estaba andando por un sen­
dero peligroso, especialmente para un chico de Bakú, con poca
experiencia en los tortuosos caminos del mundo. Mi madre,
que fue educada en tiempos más duros, era cautelosa por na­
turaleza y a veces ella me tenía que contener para que yo no
dijera cosas impulsivas a causa de mi juventud. Pero mi
madre compartía totalmente mis objetivos . En nuestras con­
versaciones, entrada la noche, cuando le confiaba mis pensa­
mientos más profundos y no le escondía nada, me ayudaba a
definir más exactamente los valores por los que estaba luchan-

1 24
do. Admite ahora que a veces se alarmaba de la envergadura
de la tarea que estaba llevando a cabo y de las poderosas
fuerzas alineadas contra mí ; pero ella entendía que era mi
único camino . Por mi parte, yo sabía que siempre podía con­
tar con mi madre y con su óptimo y honesto consejo y apoyo,
,
de esa clase que sólo proporciona el amor.
A principios de 1 984, cuando me preparaba para lanzar
mi desafío al mundo del ajedrez, aún no veía claro qué cami­
no iba a tomar la sociedad soviética. Pero sentí en mi inte­
rior que las cosas iban a ir en la dirección que más me gus­
taba. Era un asunto de necesidad histórica. Me sentía lo sufi­
cientemente confiado a este respecto para poder ser audaz;
incluso antes de la muerte de Chernenko, Gorbachov había
hecho una serie de discursos que demostraban que el país
estaba de nuevo en movimiento. Me sentía a tono con la mar­
cha de los tiempos, aunque era lo suficientemente realista para
saber que la corriente oculta de la historia aún podía ser al­
terada por corrientes y vientos en contra.
Cuando el primer secretario explicó más tarde y con más
detalle sus ideas sobre la marcha adelante de nuestro país,
yo interpreté inmediatamente sus comentarios en el contexto
del ajedrez y vi que mi confianza no estaba en malas manos .
He aquí unos cortos extractos de algunos de sus discursos
que ilustran mi punto de vista :
«La vida misma nos impulsa a mirar de una manera nueva
algunas ideas teóricas y conflictos . . . en la vida real, todo es
más complicado.»
«Sentimos una urgente necesidad de serias generalizacio­
nes filosóficas, previsiones económicas y sociales bien funda­
das y una profunda investigación histórica. No podemos elu­
dir el hecho de que nuestra filosofía y economía, al igual que
nuestras �iencias sociales en conjunto, están bastante distan­
ciadas de los imperativos de la vida. 'El escolasticismo, el pen­
samiento doctrinario y el dogmatismo han estado poniendo
trabas a un genuino avance del conocimiento. Llevan al es­
tancamiento de las ideas, ponen una sólida pared alrededor
de la ciencia, manteniéndola a distancia de la vida real e in­
hibiendo su desarrollo. La atmósfera de creatividad es parti­
cularmente productiva para las ciencias sociales. Esperamos
que será usada por nuestros economistas y filósofos, aboga­
dos y sociólogos, historiadores y críticos literarios para una
formulación audaz e innovadora de nuevos problemas y para
su creativa elaboración teórica .»
É stas eran palabras de oro para alguien «creativo» con un

125
concepto ccaudaz e innovador» de la vida y el ajedrez y que
siempre había plantado cara al «pensamiento doctrinario y al
dogmatismo». Para aquellos que todavía se aferraban a celos
viejos estereotipos de pensamiento y acción», él lanzó esta ad­
vertencia :
ccEs difícil entender a aquellos que siguen la política de
esperar y ver o aquellos que en realidad no hacen nada o no
cambian nada. No habrá reconciliación con la postura adop­
tada por funcionarios de esta clase. Simplemente, hemos de
separar nuestros caminos . Aún más que esto, hemos de sepa­
rar los caminos con aquellos que esperan que todo se calme
y vuelva a los antigqos modos . ¡ Esto no sucederá, cama­
radas ! »
Nunca h e esperado una vida fácil. L a pérdida d e m i padre
en la niñez tuvo el efecto de hacer de todo un asunto bastan­
te serio, que no se ha de tomar demasiado ligeramente. Pro­
cedo de una familia de trabajadores. El grito de lrina al final
de Las tres hermanas de Chéjov ha tenido siempre un eco en
mi mente : ccLlegará un tiempo en el que todo el mundo sabrá
para qué sirve todo esto . . . tenernos que vivir . . . tenemos que
trabajar, ¡ sólo trabajar ! » Sin embargo, tengo que admitir que
hay una razón especial por la que recuerdo esta obra; fue des­
pués de ver Las tres hermanas en Moscú cuando me presen­
taron a la famosa actriz soviética Marina Neyelova, que hacía
el papel de Masha. Ella y yo fuimos amigos íntimos durante
dos años . Ahora seguirnos diferentes caminos ; ella ha tenido
una niña, de la cual debo añadir que yo no soy el padre, a
pesar de las insinuaciones en este sentido de la prensa occi-
dental. Marina nunca ha afirmado que lo sea. .
En la primavera de 1 984 supe para qué había estado tra­
bajando y adónde esperaba dirigirme : al campeonato mundial.
Pero primero tuve que volver a Inglaterra, el lugar de mi vic­
toria sobre Korchnói, para un encuentro entre la Unión So­
viética y el resto del mundo, en el inesperado escenario de
los muelles de Londres . El equipo estaba formado por mu­
chos nombres ya familiares en este libro : Kárpov, Kaspárov,
Polugayevsky, Tukrnakov, Smyslov, Vaganyan, Belyavsky, Tal,
Yusupov, Sokolov, Rornanishin y Razuvayev. Contra nosotros
jugaban Andersson, Tirnrnan, Korchnói, Ljubojevic, Ribli, Sei­
rawan, Larsen, Nunn, Chandler, Hubner, Miles y Torre. Cuan­
do el equipo iba a salir de Moscú, a Tigran Petrosian le con­
firmaron que sufría una enfermedad mortal; él no podía creer
que estuviera tan enfermo y aún quería jugar, pero Razuva­
yev tuvo que ir en su lugar. Tigran murió dos meses después .

126
Ganamos el encuentro por veintiún puntos a diecinueve,
una demostración de la enorme fuerza del ajedrez soviético.
Yo j ugué mis cuatro partidas contra Jan Timman, el gran
maestro holandés, y logré un contraataque de gran estilo para
ganarle al final, después de nuestras usuales y disputadas ta­
blas.
Mientras yo estaba en Londres fui a los estudios Lime­
house, en la isla de Dogs, a jugar una simultánea en diez ta­
bleros, usando relojes ; pero esta vez había un nuevo rasgo
tecnológico . Sólo la mitad de mis oponentes, cinco jóvenes in­
gleses, estaban físicamente presentes, los otros estaban «en
pantalla», por medio de un satélite de enlace, en el hotel In­
tercontinental de Nueva York. Fue el primer encuentro de aje­
drez vía satélite de la historia. Gané siete de las partidas e
hice tablas en tres, provocando este comentario en The Times :
ccFue capaz de realizar los más brillantes movimientos y las
más profundas ideas sin manifestar ninguna señal de excesi­
vo esfuerzo o presión .» El escritor era Harry Golombek, el
gran anciano del ajedrez británico y un respetado comenta­
rista; escribió cosas menos halagadoras y mucho más polé­
micas cuando el campeonato mundial finalmente tuvo lugar.
Después de este entretenimiento, me fui a casa, a Bakú,
para prepararme en serio para la más grande confrontación
de mi vida. Hace calor en Bakú en verano, a veces demasia­
do para poder entrenarse, así que nos fuimos al Lago Azul,
en las colinas sobre la ciudad . En uno de estos viajes jugué
al backgammon con Narriman, un funcionario del ajedrez en
Bakú . Cuando me ganó, le pedí otra partida a lo cual él repli­
có : ccMira, Garri, esto no es ajedrez, es backgammon. ¡A veces
puedes perder al backgammon !» Alex Genrichovich tiene una
historia parecida sobre mi obsesión de ganar a su pequeño
hijo; estábamos jugando al futbolín y cuando él me ganó se
jactó diciendo : «Puedes ser el campeón de ajedrez, pero yo
soy el campeón del futbolín.» Evidentemente, yo me tomé este
desafío muy seriamente; le miré amenazadoramente e insistí
en una partida de vuelta, al backgammon. Y yo dij e : «Puedes
ser el campeón del futbolín, pero nunca me ganarás al back­
gammon.»
Sin embargo, quiero que por lo menos mi revancha sea
en seguida, mientras la victoria está todavía caliente. No como
Kárpov con un amigo mío. Este hombre había jugado al aje­
drez con Tolya cuando el futuro campeón tenía once años ;
jugaron cada día durante dos meses . Kárpov esperaba impa­
cientemente que el hombre volviera del trabajo a casa para

1 27
poder continuar sus partidas. Un día al hombre no le apete­
cio jugar, pero Kárpov insistió; jugaron un «ataque por sor­
presa» y Kárpov perdió. Sus familiares se quejaron de que
no era bueno para Toyla perder. Muchos años más tarde,
cuando él era campeón mundial y se estaba preparando para
defender su título en Baguío, Kárpov telefoneó a mi amigo y
le reclamó una partida que jugó seriamente y con toda su fuer­
za ganándole. Mientras hacía jaque mate al rey, miró severa­
mente a mi amigo y dijo: «¡ Once !» La partida perdida del ccata­
que por sorpresa» le había ardido en la memoria durante die­
cisiete años .
El campeonato del mundo tuvo lugar en la Sala de Co­
lumnas de la Casa de la Unión Comercial, cerca de la Pers­
pectiva Marx y de la calle Pushkin, en el corazón de Moscú .
É ste es el lugar en donde los líderes soviéticos fallecidos están
de cuerpo presente entre veintiocho blancas columnas corin­
tias, sobre unas alfombras rojas en un suelo de mosaico y
bajo un arco iris de diamantes formado por unas centellean­
tes lámparas de cristal.
Este palacio fue construido en el siglo XVI I y se usaba
como la Casa de la Asamblea de los Nobles . Más tarde, fue
reconstruido por el arquitecto Kazakov, quien levantó la des­
lumbrante Sala de Columnas . Era el mayor salón de baile de
Moscú. Todas nuestras celebridades literarias - Pushkin, Lér­
montov, Tolstói, Turguéniev y Dostoievski- dicen haber bai­
lado allí en su época . Chaikovski y Rajmáninov tocaron allí
conciertos . Algunas partes fueron reconstruidas justo antes de
la Revolución de 1 9 1 7 , cuando pasó a ser propiedad del Con­
sejo de la Unión Comercial de Moscú . Lenin habló a menudo
allí y fue el primer líder soviético que estuvo de cuerpo pre­
sente en la Sala de Columnas en 1 924.
Esta sala fue utilizada por el círculo ajedrecista de Moscú
a finales del siglo XIX; también fue el escenario del gran tor­
neo de Moscú en 1 936, cuando Capablanca acabó delante de
Botvinnik y Lasker. Allí fue donde Kárpov fue declarado cam­
peón del mundo por Max Euwe en 1 97 5 . ¿ Llegaría a ser tam­
bién el lugar donde él sería destronado?
Yo no estaba contento de empezar el 1 0 de septiembre.
Pensaba que debíamos esperar otro mes, hasta que hubieran
transcurrido seis meses desde mis partidas de candidatura
para la final; hubiese tenido más tiempo para prepararme.
Creía que esto era lo justo, ya que yo había pasado un tiem­
po de prueba contra Korchnói y Smyslov, mientras que Kár­
pov no había tenido nada que hacer excepto esperarme e ir

128
depurando su juego. Ellos habían cambiado las reglas para
un supuesto nuevo ciclo de dos años, pero yo insistí en que
este encuentro estaba todavía bajo el antiguo ciclo de tres años
y en que las viejas reglas se aplicaran aún. Pero, como siem­
pre, los deseos del campeón fueron lo más importante para
Campomanes y para los funcionarios soviéticos del ajedrez ;
mi voz no tenía ningún peso para ellos.
Cuatro días antes del campeonato empezaron su ataque
psicológico sobre mí . Baturinsky, el jefe de la delegación de
Kárpov, dijo que yo tenía que firmar las reglas del encuentro
al día siguiente o sería declarado perdedor sin haber hecho
ningún movimiento. Yo era reacio a ceder a tal chantaje; no
me gustaba la forma en que ellos habían introducido las nue­
vas reglas, proyectadas para el siguiente ciclo, en este encuen­
tro, que era el último del viejo ciclo. No estaba claro lo que
serían capaces de hacer. Una de las nuevas reglas dio a Cam­
pomanes, como presidente de la FIDE, un aumento de poder,
el significado de lo cual sólo se vio claramente, demasiado
claro, cinco meses y medio más tarde. Yo tenía la inquietante
impresión de que si firmaba perdería el encuentro.
De hecho, no tenía elección, como un funcionario deporti­
vo dejó claro a Yuri Mamedov, mi jefe de delegación . Pero
me quitó gran energía justo cuando más la necesitaba, lo que
sin duda era su intención. Por lo tanto, no empecé en buen
estado de ánimo. Me encontraba muy mal antes de que em­
pezara el campeonato. Sabía que había unos obstáculos for­
midables ante mí y no estaba muy seguro de mí mismo. La
gente dijo más tarde que fui al encuentro con demasiada con­
fianza, pero en realidad era todo lo contrario . Sabía que tenía
mucha menos experiencia en una contienda maratoniana que
Kárpov.
En cierta manera, yo había vencido a mis anteriores ad­
versarios con demasiada facilidad, por lo que aún no había
tenido necesidad de recurrir a todas mis reservas de poder y
energía. Ahora debía hacerlo y no estaba preparado para ello.
Era como un boxeador que siempre hubiera ganado en el pri­
mer asalto por fuera de combate y luego tuviera que golpear
durante quince asaltos al adversario siguiente, algo a lo que
no está acostumbrado. Además, no estaba realmente familia­
rizado con el estilo de Kárpov, mientras que él había tenido
tiempo de estudiar cuidadosamente el mío, utilizando a la
crema de los grandes maestros soviéticos para ayudarle con
su análisis. Debido a esto, él conocía a su oponente mejor
que yo a él. También tenía él la experiencia de haber jugado

1 29
y ganado dos campeonatos mundiales, lo que le daba con­
fianza. É ste era mi primer campeonato y podía ser fácilmen­
te el último.
El vencedor sería el primero que ganara seis partidas. Esto
hacía recordar a la gente la histórica contienda abierta cuan­
do Alekhine venció a Capablanca en Buenos Aires, en 1 927 .
Aquel encuentro se había alargado durante dos meses y medio.
A veces el juego había sido tan aburrido que incluso Capa­
blanca se durmió en la mesa y hubo que darle un codazo para
despertarlo. Curiosamente, Botvinnik ha relacionado mi estilo
de juego con el de Alekhine y el de Kárpov con el de Capa­
blanca, que fue en realidad su primer héroe y cuyo libro se
había comprado de segunda mano en un quiosco cuando era
niño.
Algunas personas han visto otras similitudes ; Capablanca
era un hombre ascético, siempre tranquilo y sereno en apa­
riencia. Alekhine era más tenso e inquieto, con una naturale­
za nerviosa y supersticiosa; trabajaba duro en el juego mien­
tras Capablanca se lo tomaba con más calma. Uno era sobre
todo un jugador posicional y el otro disfrutaba tramando com­
plicaciones. La comparación me gustaba porque en aquella
ocasión el aspirante había ganado .
No estoy tan seguro de otros parecidos con Alekhine; du­
rante el torneo de Londres en 1 922, llevaron a ambos a ver
un espectáculo . Capablanca, dicen, no quitó los ojos de la es­
cena, mientras que el exiliado ruso nunca levantó la vista de
su ajedrez de bolsillo. En este aspecto, por lo menos, creo
que yo hubiera imitado al cubano, dependiendo, por supues­
to, de lo que hubiera en el escenario.
El campeonato en sí pasó por tres fases distintas ; en las
primeras partidas, de la 1 a la 7, yo iba tres punto abajo. En
las segundas, de la 8 a la 27, caí otros dos puntos más abajo,
a sólo un paso del desastre total . En las terceras, de la 28 a
la 48, recuperé tres partidas, incluyendo la última, entonces
el campeonato fue abandonado en discutibles circunstancias
que todavía no se han explicado satisfactoriamente . Quizá
nunca sabremos toda la verdad. Voy a dar brevemente mi pro­
pia versión .
En la primera fase el campeonato fue muy abierto, como
dos boxeadores tanteando el terreno en los primeros asaltos;
cualquiera de nosotros podía haber tratado de tomar la ini­
ciativa. Cometí grandes errores, especialmente en la segunda
partida, que Ray Keene ha descrito como «una de las más
violentas y tempestuosas» que él nunca había visto. Se origi-

1 30
nó una situación en la que yo normalmente hubiera ganado,
como Keene dijo en su análisis : «Kasparov goes beserk l >> Al
final me alegré de haber encontrado un perpetuo jaque hasta
lograr unas tablas .
Kárpov ganó las partidas tres, seis y siete, tomando una
iniciativa dominante. En la tercera yo hice dos impresionan­
tes meteduras de pata en los movimientos doce y dieciséis,
que Kárpov explotó cínicamente para mostrarme su arma
blanca. Mi apertura con las negras en esta partida se ha lla­
mado en ocasiones «el erizo» : en esta ocasión, desgraciada­
mente, el erizo fue aplastado. En el movimiento veintisiete de
la sexta partida tuve una oportunidad de oro de ganar, pero
después del movimiento decidido, como un comentador ob­
servó, «el resto de esta partida es una tortura para las blan­
cas, mientras él entra en una parálisis». É sta fue una buena
partida para el campeón, que cambió muy hábilmente la de­
fensa por el ataque después de mi error. En la séptima, él
encontró una forma de vencer la defensa Tarrasch que tan
bien me había servido en mis encuentros de clasificación.
¿ Qué fue mal en estas primeras partidas? Atribuyo princi­
palmente mi fallo a la falta de experiencia, por lo que quiero
decir experiencia en ajedrez . Muy poca gente puede entender
lo que significa esto; antes de este encuentro yo sólo tenía
una vaga idea . Hay demasiados imponderables. La habilidad
está en organizar las propias fuerzas correctamente, encon­
trando el momento crítico en la partida y no perdiendo los
nervios entonces. Tarrasch habló de la extrema dificultad para
ganar una partida desde una posición ganadora. Esto es en
lo que fallé, pero al final del encuentro demostré que había
adquirido esa experiencia. De todas maneras, lo hice por la
vía difícil, completando mi educación y recibiendo al final un
gran palo del propio campeón del mundo.
No era cuestión de preparación adecuada, la cual se basa
principalmente en las aperturas . En esta área del juego, él no
tenía ninguna ventaja sobre mí. Su fuerza residía en la mitad
de la partida, donde vio sus oportunidades y yo no pude se­
guirle. La gente dice que yo subestimé al campeón y que so­
breestimé mis propias fuerzas, en las que estaba demasiado
confiado. No creo que esto fuera realmente mi perdición; mi
principal problema fue mi fallo a la hora de desarrollar ade­
cuadamente mi propio juego. Kárpov no jugó tan bien como
solía hacerlo, pero yo jugué mucho peor y él tuvo la experien­
cia y la presencia de ánimo para utilizar mis errores con­
tra mí.

131
Lo que yo había subestimado era la verdadera compleji­
dad de la ocasión ; no me había podido imaginar que un cam­
peonato mundial pudiera ser tan diferente en escala a los otros
encuentros que había jugado. Desde luego que esto se debía
en parte a que Kárpov era mucho más fuerte que los otros
grandes maestros que había conocido, lo que hizo que la lucha
psicológica fuera mucho más intensa . Toda la operación fue
también mucho más grande de lo que j amás me había encon­
trado; me estaba enfrentando a la máquina de ajedrez más
fuerte y eficiente que el mundo jamás ha visto.
Contra todo esto, yo tenía a mi equipo de leales y queri­
dos amigos, la llamada mafia de Bakú, acrecentada por mis
entrenadores de ajedrez . É sta era la situación en el campo de
Kaspárov tal y como Eric Schiller lo encontró antes de la ter­
cera partida . Nuestro héroe se estaba todavía recuperando de
un resfriado y tenía fiebre alta :
«El aspirante se encontraba mucho mejor el sábado y pude
visitarle durante un rato en sus habitaciones en el hotel Ros­
siya. Los informes sobre el nerviosismo de Kaspárov no tie­
nen fundamento . É l está alegre, cómodo y con completo do­
minio de sí mismo . El único momento en que su sonrisa se
le escapa del rostro es cuando su madre, Clara Kaspárov, in­
siste en administrarle los tradicionales remedios de Azerbai­
ján contra los resfriados, que ella misma prepara usando un
aceite especial que le proporciona su hermana.
»Los Kaspárov ocupan un ala entera del hotel. Incluso el
deshurnaya (el portero que da las llaves de cada piso en los
hoteles soviéticos ) es uno de los suyos . La habitación central
es grande, con un enorme televisor ( que nunca se usa) y fru­
tas y dulces por todas partes . Kaspárov se relaja escuchando
música y hay casetes esparcidas por toda la habitación. Pre­
domina Mozart, pero hay muchas cintas de otra música clá­
sica y también moderna.
»Clara prepara todas las comidas de Garri con la ayuda
de su hermana. Una placa caliente en la habitación central
proporciona constantemente té y café. Una cosa en la que
todos los miembros del equipo de Kaspárov están de acuerdo
es en la difícil naturaleza del encuentro. Garri estaba satisfe­
cho de la primera partida, pero triste por la segunda. É l tiene
gran confianza en su equipo de Vladimirov, Timoschenko, Ni­
kitin, Shakarov y la nueva adquisición, Dorfman .
»Su conocimiento sobre las partidas recientes ha aumen­
tado debido a una constante avalancha de publicaciones ex­
tranjeras . Kaspárov no tiene tiempo para la televisión o para

1 32
las películas, sin embargo la atmósfera es a menudo diverti­
da, sobre todo cuando lee u oye lo que la prensa dice sobre
las partidas . En su opinión, la prensa local tiene una tenden­
cia a poner signos de admiración en cada movimiento medio
decente de Kárpov, pero son avaros en lo que respecta a los
movimientos de Kaspárov. Garrí dij o : "Muchos signos de ad­
miración para Kárpov, uno para mí; sin embargo, hice unas
sorprendentes tablas . "
»Kaspárov espera u n largo encuentro, hasta finales d e no­
viembre. Le dije que creía que era optimista, que quizá po­
dría durar incluso hasta diciembre. Esto nos llevó a hablar
sobre el horrible tiempo en Moscú, donde cada día cae una
lluvia helada. Garrí es todavía joven y no se abriga tanto como
su madre quisiera . Así que se resfrió . El frío seco no le mo­
lesta, pero esta humedad le resulta un problema. Naturalmen­
te, él preferiría el clima de su ciudad natal, Bakú .»
Y no es sólo por el clima : Moscú nunca ha sido mi lugar
favorito. Siempre me ha parecido demasiado ruidosa, con de­
masiadas prisas, con demasiado tráfico y con un mal ritmo
de vida. Por supuesto, Schiller y yo resultamos ser insensata­
mente optimistas sobre cuándo terminaría el campeonato .
Hacia la fecha calculada por mí, a finales de noviembre, ha­
bíamos acabado 29 partidas y faltaban 19 más, sólo el sesen­
ta por ciento del camino. La FIDE y las autoridades soviéti­
cas del ajedrez habían hecho unos cálculos todavía más alo­
cados, porque habían dado por supuesto que el encuentro
habría acabado a tiempo para la Olimpiada del Ajedrez que
empezaría en Salónica el 1 9 de noviembre. Cuando ésta fue
reprogramada para el 4 de diciembre se crearon muchos más
problemas para mí, ya que las autoridades querían que re­
nunciara a mi llamada «desesperada» situación ( perdía por
cinco a cero) para que permitiera a la Unión Soviética pre­
sentar en el evento a un equipo que incluyera al campeón del
mundo. En el acontecimiento el equipo soviético ganó fácil­
mente sin Kárpov.
A finales de año habíamos llegado a la trigésimo sexta par­
tida. Era ya el más largo campeonato del mundo en la histo­
ria, superando al de Capablanca y Alekhine en la trigésimo
quinta partida; y aún no se veía el final . La víspera del en­
cuentro, un periódico británico, el Sunday Times, había
pronosticado que se tardaría unas tres semanas antes de saber
el resultado. Para entonces habíamos acabado siete partidas,
menos de una sexta parte del camino.
En la segunda fase del encuentro, las partidas de la 8 a

133
la 27, me di cuenta de que el campeonato podría llegar a un
repentino y peligroso final en cualquier momento y tuve que
cambiar mi estrategia si quería evitar la derrota. Desde en­
tonces jugué sólo a la defensiva; no era mi estilo jugar de
esta manera tan poco brillante, pero sabía que no tenía otra
alternativa. Era una cuestión de pura supervivencia. Cuando
uno se está aferrando a un bote salvavidas, no es el momen­
to de intentar nada con un estilo elegante. Primero tuve que
evitar la derrota, luego gradualmente, aunar mis fuerzas en
el juego y volver a ser yo mismo.
Mucha gente ya me había escrito; después de la séptima
partida, Ray Keene había dicho que no creía que el campeo­
nato se alargara más allá de la partida duodécima : «La bri­
llante pero breve carrera de Kaspárov no le ha proporcionado
suficiente experiencia de derrotas para superar la conmoción
psicológica de repetidas pérdidas.» Al final de la novena par­
tida parecía como si Ray tuviera razón. Cometí un error en el
movimiento 46, a causa de la gran fatiga o de la pereza, lo
que me dejó a cuatro a cero a su favor. Nunca nadie había
remontado tal resultado en el campeonato mundial. Keene no
era el único que notaba que cda habilidad defensiva de Kas­
párov es inadecuada al más alto nivel».
Ese juicio ahora sería sometido a la más severa prueba;
tuve que frenarme. En esta fase hice pocos intentos de tomar
ventaja con las blancas, mientras que con las negras me de­
fendí al máximo. Fue aquí cuando Kárpov perdió su oportu­
nidad; tenía él una clara ventaja. Debería haber continuado
atacando, incluso con el riesgo de perder un par de partidas ;
podía permitirse correr un riesgo muy calculado. Pero, en vez
de esto, sólo esperó a que yo cometiera una equivocación. É ste
fue su error, como admitió después en una entrevista con
Tass : «Yo mismo, con cuatro puntos de ventaja, no busqué si­
tuaciones arriesgadas : ése fue mi error.» Fue un patinazo muy
tonto -en su estrategia, porque en la partida 20, como mucho,
él seguramente hubiera ganado, por ejemplo, por seis a dos .
El que fue más tarde amigo de Kárpov, Alex Roshal, dijo
lo que creía que pensaba el campeón en ese momento : «Des­
pués de ir dos partidas por delante, Kárpov decidió que debía
ganar por seis a cero; no podía hacer nada más . Por lo tanto,
no quería correr ningún riesgo. Ganar era menos importante
que un seis a cero.» En cierto modo puedo entender esta am­
bición; en su lugar yo, probablemente, hubiera sentido lo
mismo. Pero él no pudo reunir la fuerza para el esfuerzo final.
Esto quizá se debió en parte al hecho de que él no tenía las

1 34
mismas ansias de ganar después de haber ido por delante por
cuatro a cero. Entonces supo que había ganado, o eso creía,
y la adrenalina no le circuló tan rápidamente; se relajó y es­
peró a que yo cometiera un desliz . No se atrevía a arriesgar
un golpe mortal por miedo a herirse ligeramente a sí mismo.
É sta era una debilidad de su carácter. De hecho, se podría
decir que todos los fallos en este encuentro, tanto los míos
como los suyos, pueden atribuirse al carácter; por mi parte,
debo admitir que soy impulsivo, mi capacidad de permanecer
tranquilo durante largo tiempo estaba, y está, poco desarro­
llada.
En esta fase del campeonato el interés público había lle­
gado a un nivel de agitación comparable a lo que es en Euro­
pa una final de Copa o en los Estados Unidos el Superbowl ;
se retransmitía por televisión a todo el país, e incluso se pro­
yectaba en grandes pantallas en las estaciones de ferrocarril.
Era el principal tema de conversación en escuelas, oficinas y
fábricas y entre un grupo mucho más amplio que el de los
cinco millones de jugadores habituales . A pesar de la nieve y
de las temperaturas bajo cero, cientos de personas hacían cola
en la calle para obtener una entrada a la Sala de Columnas .
Parecía como si compraran una entrada para un ahorcamien­
to, sólo que la víctima se negaba a morir, o, para ser más
exactos, el verdugo tenía una soga alrededor de mi cuello y
no podía dar el tirón.
Sentía que esa soga se iba aflojando poco a poco. El mo­
mento crucial llegó en la partida 1 5 , cuando Kárpov la apla­
zó con un peón más que yo. Incluso después de noventa y
tres movimientos no podía aumentar su ventaj a . Vi la expre­
sión de su cara y supe que había perdido la iniciativa. Al prin­
cipio de la siguiente partida, tuve una oportunidad, pero la
dejé escapar. Habíamos superado el récord mundial, jugando
diecisiete tablas consecutivas. Quizá éste no es el récord de
ajedrez del que estoy más orgulloso, pero ciertamente fue uno
de los más difíciles de conseguir. Tuve que demostrar una
tenacidad y perseverancia que entonces no sabía que tenía y
sospecho que tampoco lo sabía mi ansioso equipo, que lo
había pasado casi tan mal como yo ; en el caso de mi madre,
quizá peor. Por lo menos yo debía salir a jugar cada día, pero
ellos sólo podían esperar allí y rogar que no cometiera más
errores . Nikitin solía sentarse en la sala de prensa leyendo
un periódico y siguiendo el ajedrez en un monitor; en una
ocasión arrojó su diario al suelo, asombrado, cuando vio el
movimiento que yo había hecho.

1 35
Entre bastidores, todos nosotros lo habíamos pasado fatal,
como si viviéramos una pesadilla. El día después de que per­
diera por cinco a cero fue una jornada muy triste; todos sa­
bíamos que si perdía por seis a cero, una paliza, sería la más
grande derrota de la historia del ajedrez . Sólo Fischer había
aplicado un castigo de esta cla!"e y no en la final de un cam­
peonato mundial. Me horrorizaba pensar lo que Kárpov y sus
amigos de la prensa dirían de esto y cómo lo usarían en mi
contra. Incluso ahora me pregunto cómo me hubiera enfren­
tado personalmente con tal humillación, yo que me enfado por
asuntos mucho más triviales . Mirando atrás, no puedo imagi­
nar cómo resistí la tensión de jugar durante dos meses per­
diendo por cinco a cero; aparentemente, estaba muy tranqui­
lo, lo que parece difícil de creer.
Mis amigos de Bakú hacían todo lo que podían para que
no me desanimara contándome chistes y dándome muestras
de compañerismo; la mayoría se sentaba a jugar al póquer. En
una ocasión le dije a Leonid : «Dame tus cartas», y lo perdió
todo en unos diez minutos . Le volví a decir : «No tienes suerte,
Leonid.» Pero mi tío empezó a ganar entonces y me dij o : «Si
tu suerte te ha abandonado, es que te ha abandonado.» Bus­
cábamos señales supersticiosas de buena suerte; una vez,
cuando el hijo de Leonid, Timur, estaba en mi coche, camino
del encuentro, le dijimos : ccSi Garrí gana, conducirás cada día.»
De hecho, hubo tablas, pero uno de nuestros fanáticos ami­
gos de Bakú no cejó y se ofreció a apostar su coche, un gran
lujo en la Unión Soviética, a que yo ganaría por cinco a cero.
Era también muy duro para mis entrenadores, que no sa­
bían qué aconsejarme en un momento tan crucial del cam­
peonato y que se daban cuenta de que si me daban un conse­
jo equivocado podía significar la ruina para mí. Varios de ellos
insistían en dimitir; se imaginaban que era culpa suya, pero
esto hubiera sido un golpe terrible para mi sistema nervioso.
Mi madre les persuadió para que se quedaran. Por la tarde,
yo daba largos paseos solo, tratando de analizar la situación
tan objetivamente como podía. Por las mañanas llevaba co­
mida a las ardillas del parque Gorki. Había una fuerte pre­
sión psicológica sobre mí para que me rindiera, para que ce­
diera y aceptara que mi tarea era algo imposible. Esto hubie­
ra sido muy conveniente para Kárpov y su pandilla, para la
FIDE, incluso para los periodistas de todo el mundo, muchos
de los cuales querían irse a casa; pero no hubiera sido tan
conveniente para mí. Mi madre me dijo que si hubiese hecho
esto habría acabado en un hospital para enfermos mentales .

1 36
El papel de Clara en esta época fue vital para mí. No creo
que lo hubiera logrado sin ella. Algunas personas le echaron
la culpa de mis primeras derrotas, diciendo que me había
puesto en un estado de ánimo victorioso, lo que me hizo con­
fiar demasiado en el éxito. Esto no es cierto ni justo; nadie
que nos conozca podría pensar eso. Mi madre no toma parte
en mis entrenamientos de ajedrez ; se ocupa de los problemas
cotidianos . Me ayuda a mantener a mi alrededor una buena
atmósfera para mi mente. Pero no hay duda de que sin mi
madre no hubiera llegado a ser campeón mundial a la tem­
prana edad en que lo fui.
Su principal valor reside en que puedo hablar con ella de
cosas de las cuales con nadie más puedo hablar : cuando me
dice algo, sé que lo dice sólo por mi bien y no porque sea
bueno para ella, para el ajedrez o para el resto del mundo.
En una crisis uno escucha la voz en la que ha aprendido a
confiar durante muchos años . Cuando uno puede hablar con
alguien sin inhibiciones, sin guardarse nada, esto implica ex­
poner el problema honestamente, como en realidad es y no
como uno quiere que sea. Entonces, la mayoría de las veces,
puede uno mismo ver la solución correcta. Clara dice que ella
es como una absorbente conmoción para mí .
Cuando perdía por cuatro a cero y luego por cinco a cero
y tenía que seguir en el escenario cada noche, ante cientos de
personas, las cámaras de televisión, la prensa y el mundo en­
tero, sabiendo que si cometía un pequeño error, sólo uno,
había terminado quizá para siempre, cualquiera se puede ima­
ginar que esta situación no era nada fácil. Me ayudaba el
echar una mirada a Clara en el anfiteatro; esto me daba fuer­
za y me recordaba todo lo que realmente estaba en juego al­
rededor de aquella mesa y a la gente que contaba conmigo.
Solíamos hablar bien entrada la noche : al final, incluso
compartíamos el mismo dormitorio por si yo me despertaba
durante la noche y quería seguir hablando, lo que a menudo
sucedía. Aunque todo estuviera tan negro para mí, un paisaje
sin luz ni esperanza, incluso entonces nos dábamos cuenta
de algo muy importante, de un sentimiento al que nos aga­
rrábamos en nuestra oscuridad y en nuestros momentos cer­
canos al desespero . Digo cercanos al desespero porque nunca
nos dimos por vencidos. En los peores tiempos, cuando la sa­
lida más fácil podía parecer encogernos de hombros y volver
a Bakú diciendo «la próxima vez será», y librándonos de esta
gran ansiedad, incluso entonces continuamos con una dimi­
nuta y vacilante llama de esperanza todavía encendida. Cuan-

1 37
do íbamos cinco a cero me encontraba muy mal; silbábamos
en la oscuridad para no desanimarnos, para espantar a los
fantasmas, asiéndonos unos a otros en busca de calor huma­
no. Pero cuando llegamos a cinco a uno ya teníamos algo a
que agarrarnos ; no mucho, hay que admitirlo, pero era algo
positivo y real.
Un hombre se volvió por entonces muy importante para
nosotros . No puedo decir su nombre, así que quedará en el
anonimato, aunque es una figura bien conocida en la vida so­
viética. Nunca he hablado anteriormente sobre la influencia
de este hombre. Kárpov le conoce, vi cómo se oscurecía la
cara del campeón cuando me vio más tarde con él. Llegó a
Leningrado en 1 986, en un día importante, cuando yo había
perdido tres partidas sucesivamente. Me trajo buena suerte.
Es mi talismán; mi gurú, si lo prefieren.
Le conocí cuando perdía por cuatro a cero en el primer
encuentro. Vino a vernos a mi madre y a mí y habló con no­
sotros durante un largo rato. Comprendió la importancia y el
significado de mi lucha, en todos sus aspectos humanos y po­
líticos. Pudo ver que yo era un símbolo de lo bueno en la
vida soviética, de lo positivo y de lo que está lleno de espe­
ranza. Era importante que yo no perdiera, no sólo por mí sino
por los otros. É l conocía la mentalidad de la gente con la que
me enfrentaba y por qué no se les debía permitir triunfar. Su
actitud me sostuvo en pie cuando parecía no haber espe­
ranza.
No es un jugador de ajedrez pero tiene un don, puede pro­
nosticar el resultado de las partidas . Lo hizo en Moscú y más
tarde en Leningrado, pero no lo hace en todas las ocasiones,
aunque cuando tiene una intuición siempre acierta. Nos hizo
creer que no necesariamente yo perdería, incluso cuando iba
cuatro a cero y más tarde cinco a cero . Nos hizo creer tam­
bién que este resultado no era inevitable y que las cosas po­
dían cambiar.
Yo también soy hombre de intuiciones ; normalmente puedo
ver las cosas por adelantado, porque las presiento. Tengo un
profundo conocimiento de cómo me va a ir un asunto. Pero
en este caso no podía ver lo que sucedería; realmente no
podía. Mi madre decía que a ella esto también le parecía cier­
to y que quizá este sentimiento era algo importante, tal vez
una buena señal. Ella no podía creer que yo perdiera.
A pesar de todas estas señales, no podíamos prever el final
de este campeonato. No importa cuán duro fuera el esfuerzo,
simplemente no podíamos imaginar cuándo acabaría. No nos

1 38
hacíamos la idea de que Kárpov ganara la sexta partida y de
que nosotros nos tuviéramos que arrastrar de vuelta a Bakú;
por alguna razón sabíamos en el fondo de nuestros corazones
que esto no sucedería así. Era una intuición, no una idea ló­
gica, pero que nos mantenía a flote cuando todo parecía per­
dido. Evidentemente, no teníamos ni idea de cómo podría aca­
bar el encuentro; nadie podía prever el fracaso en que lo su­
miría Campomanes el 1 5 de febrero de 1 9 8 5 ; todavía faltaban
muchos meses.
Mi madre y yo estábamos mucho más unidos durante este
período, incluso éramos más íntimos amigos que la mayoría
de madres e hijos ; el uno ayudaba al otro. Ahora es difícil de
expresar con palabras lo que supone pasar por esta experien­
cia ; parecía que vivíamos en un mundo irreal, apartado de
las demás personas. Cada mañana, cuando nos levantábamos
y descubríamos la realidad tras una noche inquieta, mi madre
decía asombrarse de que todavía estuviéramos vivos.
Para mi madre esto supuso volver a vivir el tiempo en que
mi padre murió; entonces había sufrido una profunda crisis
personal, por lo que comprendía mis padecimientos. La in­
tensidad de su pasada crisis me hizo darme cuenta de que yo
también tenía que profundizar en mi interior, como ella había
hecho, para hallar mi propia solución. Yo mismo tuve que
salvar cada barrera; era como un animal herido que se niega
a morir y que va recobrando lenta y penosamente la volun­
tad y las ganas de vivir. En el invierno de 1 984 fue cuando
finalmente me hice adulto.
A lo largo de esta peligrosa etapa de mi vida también me
ayudó mi querido Vissotski; era un actor, poeta y cantante
de fuerte interés emotivo. Cuando en 1 980 murió de un ata­
que de corazón, a la edad de cuarenta y dos años, hubo un
gran pesar en la Unión Soviética. Incluso ahora mucha gente
lleva flores a su tumba en el cementerio Vaoanskova de Mos­
cú. Después de su muerte se editaron aquí su primer libro de
versos y su primer disco, pero mucha gente lo conocía ya por
unas casetes que grabó en Francia, donde su mujer era una
famosa estrella de cine : había también casetes caseras que
circulaban entre sus admiradores . Mi madre tenía una des­
pués de haberle oído cantar con su guitarra en casa de al­
guien. Es una lástima que nunca llegara a verlo en vida, pues
siento que le conozco como un amigo a través de su música.
Media hora antes de cada partida me sentaba durante
diez minutos con una canción de Vissotski resonando en mis
oídos : me daba gran fuerza y me ponía en el estado de ánimo

1 39
adecuado para la contienda. Su libro de versos se titulaba
Nervio y muchas de sus canciones trataban sobre. la bús­
queda de la fuerza interior necesaria para enfrentarse con los
problemas de la vida . Su voz está enronquecida por la emo­
ción, como si su corazón se estuviera rompiendo : sus cancio­
nes hablan del descubrimiento de una fuerza interior para
resistir; se refieren a caracteres fuertes que se enfrentan a su
destino con dignidad y valor, sea lo que sea lo que el futuro
les depare. Para mí, cuando cada noche salía de la sala sa­
biendo que si cometía un error me derrumbaría, estas can­
ciones constituían una poderosa imagen de mi vida. Ahora
puedo recordar estos malos momentos con un curioso placer
porque sé el resultado. Sobreviví, lo que fue en sí una gran
victoria.
Para entenderme a mí y a mi lucha, para saber qué es lo
que me marca como hombre, es importante leer algo de Vis­
sotski. Creo que él nos conduce hasta las más profundas y
universales emociones y hasta los valores que residen dentro
de nosotros y a nuestro alrededor, a pesar de nosotros mis­
mos, y que incluso forman la base de la creación . Para mí, él
confiere eternidad al presente al afirmar la existencia de la
armonía entre una única vida y el conjunto de la historia hu­
mana . Nos muestra la realidad y nos dice cómo vivir. Debe­
mos luchar contra nuestro destino, no sólo por nosotros mis­
mos sino también por aquellos que vendrán después .

Puedes seguir una ruta más fácil,


pero nosotros escogemos la más difícil
y peligrosa como un sendero de guerra.

Uno de sus poemas, Horizonte, me obsesionó durante todo


el campeonato y lo escuchaba una y otra vez :

Mi línea final es el horizonte, el fin del mundo.


He de ser el primero en alcanzar el horizonte . . .
La regla es encontrar e l camino
y no desviarse.
Voy kilómetro tras kilómetro a lo largo del camino,
pero de vez en cuando veo una sombra delante del coche,
a veces un gato negro, otras alguien de negro;
sé que intentarán detenerme,
sé dónde y cómo tratarán de engañarme,
sé cuándo sonreirán y tratarán de echarme de la carrera,
sé dónde pondrán una gruesa soga en el camino . . .

1 40
La calle se está fundiendo, el coche chirría,
cosquilleo en el estómago, el final está tan cerca.
Rompo la soga con mi pecho desnudo . . .
Mi línea final, el horizonte, está todavía lejos.
No lo he alcanzado, pero me he librado de la soga.
No me he roto el cuello.
Pero están tratando de disparar a los neumáticos de mi coche.
No estoy en la carrera por dinero.
Sólo pido ver por mí mismo
si hay un final en el mundo
y si el horizonte puede ser movido.
Voy kilómetro tras kilómetro.
No les dejaré que disparen a los neumáticos.
Pero el freno no funciona.
Me precipito en el horizonte.

Una y otra vez sus imágenes parecían adaptarse a mi so­


litaria situación : haciendo equilibrios al borde de la catástro­
fe, sufriendo el dolor de las esperanzas frustradas, las ale­
grías del éxito, el constante esfuerzo creativo. Por ejemplo,
cuando perdía por cinco a cero, me compadecí del lobo que
se enfrenta a la escopeta del cazador :

Estoy casi fuera del tiempo.


El q ue se supone q ue va a dispararme
está levantando la escopeta con una sonrisa.
Pero desobedecí¡
la voluntad de vivir demostró ser más fuerte.
Me rodearon,
pero traté de escapar.

Saliendo, noche tras noche, a enfrentarme a la perspecti­


va de una muerte súbita en el tablero de ajedrez, me sentía
como el equilibrista del que es quizá el poema más conocido
de Vissotski, aunque me agrada decir que yo encontré un des­
tino más bondadoso.

No es particularmente distinguido, no muy alto.


No es la fama o el dinero, es sólo su manera de ser.
Sólo vivió su vida como si actuara en la cuerda floja.
Mira, está caminando por ella sin ninguna seguridad.

Si se inclina un poco a la izquierda, caerá y morirá.


Si se inclina un poco a la derecha, no puede salvarse.

141
Pero por una razón u otra tiene que andar cuatro cuartos del
camino.

Los focos le hacen tropezar, pinchando como laureles.


Cada trompeta suena como dos.
Los aplausos le ensordecen,
los tim bales podrían estar también golpeando en su cabeza.

Mira, está caminando sin ninguna seguridad.


Si se inclina un poco a la izquierda, caerá y morirá.
Si se inclina un poco a la derecha, no puede salvarse.
Pero no te preocupes, sólo le faltan tres cuartos del camino.

Es espantoso, es imprudente, es bastante bonito.


Tres minutos de lucha con la muerte. Sus bocas abiertas,
la gente le mira tristemente desde abajo,
parecen tan pequeños desde donde él está.

Mira, está caminando sin ninguna seguridad.


Si se inclina un poco a la izquierda, caerá y morirá.
Si se inclina un poco a la derecha, no puede salvarse.
Pero no te preocupes, sólo le faltan dos cuartos del camino.

Él se ríe de la fama mundana.


Sólo quiere ser el primero, gente como ésta es invencible.
Pero caminar por una cuerda floja es como caminar sobre ner-
vios,
caminar sobre nervios al son de los timbales.

Mira, está caminando sin ninguna seguridad.


Si se inclina un poco a la izquierda, caerá y morirá.
Si se inclina un poco a la derecha, no puede salvarse.
Pero no te preocupes, sólo le falta un cuarto del camino.

El domador gritó, los animales


estaban poniendo sus garras en la camilla.
La frase sin embargo era sencilla y precisa.
É l estaba demasiado seguro de sí mismo, .
el serrín estaba absorbiendo su resentimiento y su sangre.

Alguien que quiera saber lo que estaba pasando por mi


mente en esos momentos sólo tiene que entrar en este reser­
vado mundo poético y sentir la condensada emoción que allí
reside :

142
Estoy conduciendo mi carro muy cerca del borde del abismo,
pero todavía voy incitando a los caballos hacia adelante.
Reducid un poco la marcha, caballos míos,
pero mis caballos son fogosos . . .

Mientras intentaba hacerme la idea de l a posibilidad de


una derrota, vi mi propio destino reflej ado en estos versos :

Mucha gente vive sus vidas sentados en la costa y mirando,


con mucha atención, a otros que se rompen las espaldas y los
cuellos
en las rocas cercanas.
Lamentan un poco su muerte, pero desde lejos.
Mi turno llegará, siento el viento empujándome más cerca del
borde.
Es como una pesadilla, el presentimiento
de que también me romperé el cuello y la espalda.
Y la gente lamentará un poco mi muerte, desde lejos.

A pesar de todos estos dramas personales detrás del esce­


nario, el campeonato se desarrollaba en lo que fue descrito
como una «atmósfera asombrosamente libre de contaminación.
Kárpov y Kaspárov son unos perfectos caballeros», dijo un
observador. Analizábamos después cada partida de una ma­
nera amistosa. Mis entrenadores me dijeron que dejara de ha­
cerlo, porque le estaba descubriendo mi estilo y le ayudaba a
ver en mi mente. Pero yo les dij e : «¿Cómo puedo hacerlo?»
No quería ser el que diera el primer paso poco caballeresco.
Incluso la sorprendente aparición en la sala del doctor Vla­
dimir Zukhar, el «parapsicólogo» que había causado tantos
problemas entre Kárpov y Korchnói en Filipinas hace sei!)
años, no consiguió causar un murmullo de disensión. Estába­
mos empleando demasiada energía nerviosa en el ajedrez para
distraernos fácilmente. The Times describió en Londres la es­
cena mientras seguíamos luchando en una larga serie de ta­
blas :
«Si se mira más allá de las blancas columnas y de las des­
telleantes lámparas, a donde hay dos hombres sentados fren­
te a un tablero de ajedrez, en el escenario cubierto por una
alfombra roja, se puede ver cómo el lenguaje del cuerpo ex­
presa el estado de ánimo del campeón y del aspirante. Kár­
pov, pálido y con expresión depredadora, se sienta relajado y
le brillan los ojos, a veces apoya su mentón en sus manos
cruzadas, a veces se vuelve para mirar con indiferencia al pú-

143
blico o se levanta para desaparecer tras las cortinas, . como
un prestidigitador. Kaspárov, por el contrario, se sienta im­
pasible y con expresión rotunda, su cuerpo atlético y bien for­
mado se muestra aparentemente desamparado en su lucha con
los nervios . Mira fijamente al tablero, meditando largo tiem­
po los movimientos.»
Pero hubo una anécdota que no puede ignorarse. Proce­
dió, sorprendentemente, del propio The Times . Incluso lo más
sorprendente es que la frase fue pronunciada por Harry Go­
lombek, el maestro británico de ajedrez, que hizo la absurda
declaración de que las autoridades soviéticas me habían or­
denado «perder» la partida y dejar que Kárpov ganase. «Qui­
zá Kaspárov ha sido advertido para que no juegue bien y se
le ha hecho entender que las consecuencias para él y para su
familia serían desastrosas», esto es lo que escribió .
Yuri Mamedov, el jefe de mi delegación, escribió a la FIDE
negando este disparate . Campomanes describió la historia
como «calumniosa e infundada, absurda y ridícula». Por lo
menos él y yo encontramos algo en lo que estar de acuerdo.
Por supuesto que Korchnói estuvo de acuerdo con Golombek;
pero el Daily Telegraph en Londres puso el asunto en pers­
pectiva : «Los observadores del encuentro han acogido tales
alegaciones con asombro.» El periódico añadía que si mi evi­
dente «pesar y amargo disgusto» en mis tempranas pérdidas
había sido fingido «entonces el talento de Kaspárov es el de
un actor y no el de uno de los grandes maestros de ajedrez
del siglo».
Si se mira hacia atrás, Golombek fue imparcial en su punto
de vista al decir que «algo anormal» estaba sucediendo en el
encuentro; ciertamente era así. Muchos de mis amigos eran
incapaces de entender cómo podía perder tal vez sin ni si­
quiera oponer resistencia ; así que buscaban otras razones .
Pero era un error atribuirlo a algún motivo político. Tengo
que admitir que había también un grado de verdad en su aná­
lisis, cuando advirtió que en las primeras fases yo había es­
tado atacando sin la debida preparación y que algunas de mis
aperturas eran inhabituales e incluso familiares para Kárpov.
Pero la razón, míster Golombek, está basada en lo que yo en­
tiendo que se conoce en el Oeste como una «metedura de pata»
más que «conspiración», la teoría de la historia. Nadie me dijo
que jugara de esta manera; aunque parezca una locura, lo hice
yo solo.
Su alegato era tan poco cierto como la extraña afirmación
de la revista de ajedrez de Los Ángeles en la que se decía

1 44
Tres campeones m u n d i a les, presente. pasado y futu ro : Kárpov m i ra
a Tal q u e está viéndome j u g a r, en u n a partida con Kárpov en 1 98 1 .
Tigran Petrosian ( 1 968).

La famosa m i rada de M i j a i l Tal ( 1 960).

Victor Korchnói ( 1 983).


Boris Spassky ( 1 985).

Lev Polugaievski.

Alexander Beliavski ( 1 987).


Jugando con Ulf Andersson en la O l i m p i ada
de Ajedrez en Lucern a, 1 982.

Mi encuentro contra Korchnói en las semifinales


del Campeon ato Mundial de Ajedrez, Londres 1 983.

1 ' �-.. , l. 1 '-"'


La e l i m i n atoria f i n a l del encuentro para el titulo m u n d i a l .
Compito c o n el «Viejo maestro i n m orta l " Vasi ly Smyslov, en V i l n i u s.

La c a l m a después de la tormenta : desca nsando j u nto a mi madre en Baku.


Ká rpov entrená ndose.
Yo entrenándome.

Mi oponente en la partida acuática es m i entren ador N i k i t i n .


Por fin empieza el C a m peonato M u n d i a l . La foto me m u estra
concentrándome antes de l a primera partida.

El d i a de la vergüenza, 15 de febrero de 1 985. Yo estoy de pie en la t r i b u n a ,


m i entras que C a m p o m a n e s y Ká rpov se si enta n u n o a l lado del otro.
que yo «había vomitado sobre el tablero», aunque hubo mo­
mentos en la primera fase en los que pude haber tenido ganas .
Yo no «perdí» ni «vomité».
La verdad es que desde la partida 28, al principio de la
tercera fase, cualquier inquietud que quedase de que Kárpov
podía finalmente ganar había desaparecido . Yo estaba relaja­
do y optimista; sentía que me había recuperado y al final pude
jugar al ajedrez con completa paz espiritual .
Aunque había perdido la partida 27, terminando la larga
serie de tablas, y ahora estaba al borde de la muerte súbita,
de algún modo era capaz de alejar la derrota de mi mente. El
sentimiento no era del todo lógico, no obstante era real. Lo
único que me faltaba era demostrar al mundo que sabía jugar.
Sobre todo quería probármelo a mí mismo .
Mientras tanto, el otro lado estaba convencido de que lo
tenía fácil . La revista soviética de ajedrez 64 empezó a decir
que yo había logrado todos mis anteriores éxitos por casuali­
dad y que algunos jóvenes jugadores estaban más dotados por
naturaleza. El editor jefe de esta revista resultó ser un hom­
bre llamado Anatoli Kárpov; su delegado es Alexander Ros­
hal, cuyo principal trabajo es ser la voz de su amo, cantando
sus alabanzas .
El momento decisivo iba a llegar en la partida 3 1 . Éste
era el plan de ellos. Kárpov se había puesto un traje oscuro
nuevo . Me alegré de esto porque ya era hora de que se cam­
biara de ropa ; había llevado la misma todo el tiempo. Todo
su séquito se había puesto sus trajes de domingo, como si
fueran a una fiesta. La Federación Soviética de Ajedrez tenía
una corona de laurel preparada para la coronación del cam­
peón; y él jugó bien. Iba un peón por delante y parecía estar
en una posición ganadora. Entonces sucedió algo extraordi­
nario ; simplemente se asustó. Era yo el que debía haber sen­
tido pánico, sin embargo, estaba totalmente tranquilo, inclu­
so me quité la chaqueta.
Kárpov estaba a punto de ganar por seis a cero ; era una
situación normal y me iba ganando por un peón. Pero no era
capaz de tomar la iniciativa y lo único que hacía era esperar
a que yo perdiera. Aflojó el anzuelo . Me dio la oportunidad
de hallar un contraataque, lo realicé y al instante perdió su
ventaja. Pasó el momento; todavía debe de tener malos sue­
ños sobre esta partida . Me tenía a tiro, justo en el centro de
la diana, pero no pudo apretar el gatillo.
Cuando las cosas se le empezaron a poner difíciles, le ofre­
cí unas tablas y él las aceptó. Como dijo un testigo ocular

1 45
«sus manos temblaban y parecía extrañamente aliviado de
aceptarlas». Quizá yo hubiera debido seguir adelante; diez par­
tidas después deseé haberlo hecho, pero en aquel momento
sólo me sentía sumamente aliviado por no haber perdido la
partida y el encuentro. Le faltó aplomo para empujarme al
precipicio. Después, lento pero seguro, aumentando gradual­
mente el paso, me iba alejando del borde.
La iniciativa cruzó al otro lado del tablero como una chis­
pa eléctrica, de eso no tuve ninguna duda. Él debió de notar­
lo también . Sin embargo, al ir perdiendo por cinco a cero no
me sentía exactamente con un dominio total de la situación.
No fue una sorpresa que yo ganara la siguiente partida, in­
cluso tras haber desaprovechado una ventaja en la apertura.
Fue mi primera victoria en los noventa y dos días desde que
empezamos y la primera de mis victorias sobre Kárpov, desde
que jugué con él por primera vez, cuando era un colegial, en
una simultánea hacía diez años. Él perdió realmente la parti­
da con el aburrido movimiento nueve en el que se había to­
mado más de media hora . Se mantuvo firme respecto al apla­
zamiento y presentó su dimisión por teléfono a Gligoric, el
árbitro, al día siguiente . Inmediatamente, obtuvo el beneficio
de una prima por la interrupción para que se recuperara,
mientras la Sala de Columnas fue utilizada para el encuentro
de la Academia Soviética de Ciencias . . Esto ya estaba progra­
mado desde hacía tiempo y ambos jugadores estábamos de
acuerdo por adelantado.
Debido a todo este retraso, no hubo un gran momento de
victoria en la sala para que lo celebraran mis seguidores . Pero
lo compensaron en mi siguiente aparición. El corresponsal de
la Reuter declaró : «La ovación, que se planeó para celebrar
la primera victoria de Kaspárov, se reservó para descubrirse
hoy, cuando una larga, ruidosa y rítmica ovación, proveniente
de una multitud en pie, saludó la llegada del aspirante. El
recibimiento a Kárpov fue sonoro y caluroso, pero ni mucho
menos entusiasta. Clara, la madre de Garri, permanece toda­
vía en el anfiteatro y es evidente, por las miradas de Kaspá­
rov, que él sabe exactamente dónde se encuentra ella.»
Luego hubo otro retraso, esta vez d e una semana, debido
a que se necesitaba la Sala de Columnas para exponer el cuer­
po de uno de nuestros grandes líderes soviéticos, el mariscal
Ustinov, el ministro de Defensa. Durante la guerra él había
dirigido la mayor fábrica de armas de la Unión Soviética mien­
tras los tanques alemanes se dirigían hacia Leningrado y des­
pués había dispuesto la evacuación de mil quinientas fábri-

1 46
cas a los Urales y Kazaj stán, donde se volvieron a poner en
funcionamiento en una de las mayores operaciones de nues­
tra historia. Pudimos volver a jugar, después de que sus res­
tos fueran enterrados en el Kremlin, a una temperatura de 22
grados .bajo cero.
La duración del encuentro causaba ahora problemas a todo
el mundo. No solamente se necesitaba el edificio para otros
propósitos, algunos de ellos reservados hasta un año antes,
sino que nos habíamos perdido la Olimpiada de Ajedrez en
Salónica, donde Belyavsky había conseguido que la bandera
roja de la Unión Soviética ondeara en el primer puesto . Los
funcionarios del ajedrez se habían visto obligados a estar en
ambos lugares. Para los de nuestra delegación hubo proble­
mas con los visados de Moscú, pues algunos de ellos habían
expirado. La gente tenía que volver a casa a trabajar o a ver
a sus familias o a cumplir con otros compromisos anteriores.
Esta ausencia de casa no programada iba provocando tiran­
teces en algunos matrimonios . Varios de los entrenadores de
Kárpov, como eran notables maestros, tenían torneos que
jugar y comenzaban a dispersarse. Me vi privado de Dorfman
durante un mes, mientras él jugaba en la máxima liga.
El coste del encuentro también iba aumentando . Se dijo
que el alquiler de la Sala de Columnas le costaba a la Fede­
ración de Ajedrez 8 000 libras esterlinas diarias . Ellos ya se
habían pasado de su presupuesto : ¿se les compensaría por
esto? Algunos realizadores de cine requerían el edificio . Cre­
cían las presiones para que el encuentro se trasladara al hotel
Sport, a casi diez kilómetros del centro de Moscú, y, proba­
blemente, mucho más barato. Kárpov acudió a uno de sus
muchos amigos en las altas esferas, esta vez en el Ministerio
de Cultura, para contrarrestar todo esto.
Pero sólo se iba aplazando lo inevitable . El trastorno que
causaban otras contrataciones se estaba volviendo intolerable;
cuando gané la partida 47 para mi segundo punto, fue anun­
ciado que, después de todo, debíamos trasladarnos al hotel
Sport. Esto fue una especie de destierro, la decaída de un gran
evento, como pedirle a la reina de Inglaterra que se la corone
en una iglesia corriente en lugar de en la catedral.
El traslado proporcionó a Kárpov un tiempo extra de des­
canso para poder recuperarse ; parecía que lo necesitaba. Las
notas de Keene sobre la partida dicen : «El juego de Kárpov
es sorprendentemente débil y hacia el final de la partida se
ruborizó, lo que suele ser en él un signo seguro de una de
sus derrotas. Cinco a dos sigue siendo una gran ventaja, pero

1 47
Kárpov no ha ganado una partida durante dos meses y debe
de haber recordado con angustia cómo Korchnói se remontó
de un cinco a dos en 1 97 8 . » No era Kárpov el único que se
acordaba de Baguío y del intento de anular la partida cuando
él estaba agotado. Campomanes, Sevestyanov y Baturinsky es­
taban allí también.
Kárpov escogió este momento para publicar su nuevo libro,
Cómo aprender de tus derrotas, una ironía que no pasó inad­
vertida . En veinte partidas, sólo dos veces había hecho una
fuerte presión para la victoria . Debían de haberle dicho :
«Vamos, Tolya, ¿por qué no ganas ?» La respuesta fue que él
no jugaba con el Kaspárov real y que eso no era tan fácil .
Para ganar, él tenía que jugar activamente y esto le ocasiona­
ba dificultades psicológicas a estas alturas de la partida.
No era que él esperase perder; por el contrario, creo que
había estado demasiado confiado en su victoria durante tanto
tiempo que ya podía ver el día por adelantado. Se había anun­
ciado para el 29 de enero una conferencia, en el Museo Politéc­
nico de Moscú, sobre el resultado del campeonato del mundo;
yo tenía mi entrada. Todo estaba a punto y el escenario dis­
puesto . Pero el 30 de enero el tanteo era todavía cinco a dos .
Él incluso había escrito al Comité de Deportes prometiendo
que el encuentro se acabaría a finales de mes . Creo que fue
entonces cuando surgió en sus mentes la primera idea de llevar
el encuentro a un final prematuro . Cuando gané la partida 47
se convirtió de repente en un asunto más urgente. Cuando ga­
né la 48, la situación era para ellos desesperada. Tuvieron toda
una semana de descanso antes del golpe de gracia de Campo,
el 15 de febrero, del que hablaré en el siguiente capítulo.
Algunas personas, seguidoras de Kárpov, por supuesto,
han afirmado que la calidad del ajedrez al final fue muy
pobre, demostrando que el campeón debía de estar enfermo
y que mis victorias habían sido fruto de la suerte; esto no ha
sido confirmado por un detallado análisis. Los grandes maes­
tros han resaltado por su <<notable habilidad técnica, brillantes
ideas y absoluta emoción deportiva» las siguientes partidas :
la 6, 9, 27, 32, 36 y, decisivamente, la 48, la última de todas.
La gente que rodeaba a Kárpov no podía entender lo que
estaba sucediendo. Ya que me había ganado tan fácilmente
en las primeras partidas suponían que debía de estar enfer­
mo al perder al final. Pero Kárpov lo sabía muy bien ; sabía
que en la última partida, una buena partida de ajedrez, le
sorprendí en un error. Su gente no pudo ver esto. Para ellos,
si Kárpov pierde, es que debe de estar enfermo, por lo tanto,

1 48
es necesario protegerlo y, dicho sea de paso, por supuesto,
protegerse a ellos mismos .
El verdadero final de este encuentro creo que es el que rela­
tó el gran maestro Keene; cito sus palabras para no ruborizarme :
«¿Acaso uno solo puede hacer todo esto? En mi opinión,
Kárpov siempre ha sufrido por el estigma de campeón que
ganó por ausencia (contra Fischer, en 1 975 ) . El que ahora se
le permita desaparecer durante esta situación crítica, gracias
a una intervención deux ex machina que toma la forma del
presidente de la FIDE, no le puede causar a su reputación
más que daño. Debería haber sido más listo y jugar y arries­
garse a las consecuencias .
»En cuanto a Kaspárov, después de un comienzo muy va­
cilante, ha realizado lo que es la más impresionante acción
de retaguardia que ningún deportista en ninguna disciplina
ha llevado a cabo en la historia del deporte. Recuerden que
el primer jugador que gana seis partidas es el vencedor del
campeonato. De las partidas 1 a la 9, Kaspárov había perdi­
do cuatro y había hecho cinco tablas. Parecía aniquilado y
nadie acudió en su auxilio en ese momento.
»A partir de entonces, demostrando U\la tenacidad y ma­
durez notables, mantuvo a Kárpov acorralado en la larga lucha
de desgaste, durante las partidas 10 hasta la 26; para el pú­
blico pueden haber sido éstas unas tediosas tablas, pero han
constituido una parte importante del proceso de reconstruc­
ción mental de Kaspárov.
»Al perder la partida 27 la situación de Kaspárov parecía
desesperada, pero la incapacidad que mostraba su oponente
para asestar un golpe de fuera de combate permitió a Kaspá­
rov acabar su recuperación psicológica y tomar finalmente la
iniciativa . En efecto, Kaspárov ganó de manera convincente
en la extensa partida 39, desde las partidas 10 a la 48, por
tres a uno con 35 tablas. Durante cuatro meses Kaspárov tuvo
el cuchillo en la garganta, pero nunca abandonó y al final sus
oportunidades podían haber sido incluso mayores. Realmente
jugó mucho mejor al ajedrez y muchos observadores preferi­
rán ahora considerar sus derechos a ser el legítimo campeón
del mundo, como más válidos que los de Kárpov.»
El final del encuentro se había convertido de hecho en una
repetición del principio, sólo que al revés . Entonces Kárpov
había jugado como solía hacerlo, pero yo no . Al final, yo en­
contré de nuevo mi forma habitual de jugar, pero él había
agotado sus fuerzas ; se encontraba tan mal como lo había
estado yo al principio. Simplemente tenía miedo.

1 49
Muchas personas estaban decepcionadas por el número de
tablas y yo, como jugador de ajedrez, también lo lamento; pero
como deportista digo que esto se planteaba como única situa­
ción en el encuentro. No tengo conciencia de culpa a este res­
pecto y no es probable que vuelva a suceder.
La gente recuerda con cariño los días de Bobby Fischer y
dice que jugaba para ganarlo todo. Kárpov sólo quiere ganar
tanto como necesite. Yo seguramente pertenezco al término
medio ; en el fondo, soy también un maximalista . Pero no
tengo el mismo grado de decisión de Fischer; por supuesto
que lo lamento, pero no lo puedo remediar. Tengo otras cua­
lidades de las que quizá Fischer carezca . Pero, por encima de
todo, soy un deportista. Para Kárpov la palabra «deporte» es
un concepto sin significado, sin sentido, incluso a pesar de
que él es un maestro del deporte en la Unión Soviética . Lo
descubriremos muy pronto.
Cuando gané la partida 48, mi segunda victoria sucesiva,
los cimientos del mundo empezaron a moverse. Las autorida­
des soviéticas del ajedrez se enfrentaron de repente con una
posibilidad alarmante e inoportuna : era posible que yo pu­
diese ganar. El «cadáver» no se había simplemente desperta­
do : se estaba poniendo de pie. Kárpov había tenido una se­
mana entera; tras la partida 47, para recuperarse, esto era
un lujo del que yo nunca gocé durante la primera fase cuan­
do lo necesitaba mucho; no obstante, él volvió a perder. ¿ Iba
a suceder lo inimaginable? No podían arriesgarse.
Kárpov y los funcionarios que le eran afectos considera­
ban la palabra «campeón» como parte de su nombre : «Anato­
li Campeón del Mundo KárpoV»; era como el derecho divino
de los reyes . Incluso le habían proclamado campeón como a
un rey. Pero no ganó la corona en aquella contienda demo­
crática. Me hacían sentir como si estuviera asaltando el Pala­
cio de Invierno : ganarle era una especie de traición. No podía
permitirse. Cuando prueban por primera vez la derrota en los
campos de batalla, los generales mandan a buscar refuerzos .
La falsa guerra había terminado . El tablero de aj edrez se
había dejado ahora de lado; estaba fuera de lugar. Empezó
la verdadera batalla . Como siempre, Vissotski tuvo las pala­
bras adecuadas para la ocasión :

Ponte la armadura, ve por ti mismo q ué es qué.


Ve por ti mismo si eres un cobarde o un luchador,
prueba la verdadera lucha.

1 50
CAPÍTULO 9

EL CI RCO DE CAMPO

Después de la partida 48, Botvinnik me dij o : «Este encuentro


puede acabar de tres formas diferentes . La primera es la más
improbable : Kárpov gana una partida, el encuentro finaliza.
La segunda : Kaspárov gana tres partidas ; ésta es más posi­
ble. La tercera es que se suspenda el encuentro. Ésta es la
que tiene más posibilidades, al igual que la segunda tiene más
que la primera.» Al final, por supuesto, Botvinnik demostró
tener razón. Pero ¿cómo sucedió esto y cuáles fueron los mo­
tivos que había detrás? Puede que nunca se conozca la histo­
ria completa, porque hubo muchas conversaciones en las cua­
les yo no tomé parte - de las que, en efecto, fui cuidadosa­
mente excluido - y cuyos participantes sin duda quisieron
guardar el secreto. Por ejemplo, Campomanes admitió en la
rueda de prensa que había estado negociando con Kárpov
media hora antes, ¿sobre qué exactamente?, se pregunta uno.
Expongo mis propias teorías más abajo.
La primera vez que me di cuenta de alguna acción para
detener el encuentro fue el 1 de febrero de 1 985, cuando Cam­
pomanes hizo tal propuesta a Yuri Mamedov, el jefe de mi
delegación. Proponía que hubiera ocho partidas más, y si esto
no daba resultado, se jugaría otro encuentro limitado a vein­
ticuatro partidas, que empezaría en septiembre con el tanteo
de cero a cero. Entonces Campomanes voló a Dubai y dejó
las negociaciones en manos de Alfred Kinzel, el anterior pre­
sidente de la Federación de Ajedrez de Alemania Occidental,
que era el jefe de apelaciones en el campeonato del mundo y
el sustituto de Campo mientras él estaba fuera. Esta acción
fue la que creó el clima para negociar un final de la partida.
Después, era sólo cuestión de tiempo. Kinzel tenía que discu­
tir los términos con ambos jugadores. Naturalmente, primero

151
vio a Kárpov y esto dio un nuevo giro, en realidad varios
giros, a una situación ya confusa.
Era evidente que yo no podía aceptar la propuesta tal
como estaba; hasta un niño podía verlo. Recuerden que en­
tonces el tanteo era cinco a dos en mi contra. Si jugábamos
otras ocho partidas, hubiera necesitado ganar cuatro para ce­
rrar el encuentro, una tarea virtualmente imposible para cual­
quiera y mucho menos en un campeonato mundial. Eso sig­
nificaría ganar el cincuenta por ciento de las partidas restan­
tes, cuando sólo había habido hasta entonces ocho victorias
rotundas en 48 partidas, un diecisiete por ciento más o menos .
Hubiera requerido por mi parte un supremo ataque agresivo
que implicaba grandes riesgos y, por otra parte, mi oponente
únicamente necesitaba un solo error por mi parte para asegu­
rarse el encuentro. Mientras tanto, él tendría ocho oportuni­
dades de apuntarse su victoria final; incluso podía permitirse
el lujo de perder tres partidas mientras lo hacía . Obviamente
era imposible .
Pero entonces cometí un error de táctica, el cual me lo
hicieron pagar caro después . Rechacé las partidas extra, pero
dije que si querían detener el encuentro ahora, porque estaba
en punto muerto, ¿por qué no lo hacían ya y volvíamos a jugar
en septiembre ? Esto permitió a Kinzel afirmar más tarde que
yo había sido el que había pedido que se suspendiese el en­
cuentro, mientras que Kárpov quería que continuase. Éste fue
el punto de propaganda que utilizaron para abatirme en el
alboroto que siguió . Durante este tiempo estuve bajo una te­
rrible presión. Yo había estado luchando de espaldas al borde
del precipicio y aquí tenía la oportunidad de una salida digna
y honorable a una dura prueba que había sido tan angustio­
sa e inútil, no sólo para mí sino para todo el mundo del aje­
drez, espectadores incluidos . Todo lo que yo decía era que si
no querían seguir con las actuales reglas, ¿por qué seguían,
después de todo?
En realidad, yo hubiera estado dispuesto para un final del
encuentro al principio de las negociaciones, si ellos me hubie­
ran aceptado como igual interlocutor y me hubiesen ofrecido
unas condiciones aceptables . Pero no lo hicieron. Cuando las
propuestas me llegaron, se habían filtrado a través de las len­
tes deformadoras de Kárpov. Él había añadido tres nuevas
condiciones para las 24 partidas propuestas en septiembre :
1 ) Yo debía reconocer mi derrota en el presente encuentro. 2 )
S i yo ganaba el próximo encuentro por n o más d e tres parti­
das, podría considerarme el campeón del mundo hasta el 1

1 52
de enero de 1 9 8 6 ; después, Kárpov se convertiría de nuevo
en el titular y Kaspárov en el aspirante porque yo había fra­
casado en demostrar una absoluta superioridad . 3) Si yo ga­
naba el próximo encuentro por cuatro o más partidas, ten­
dría derecho a llamarme campeón del mundo ( ¡ muchas gra­
cias ! ) , pero estaría obligado a defender mi título contra él.
Le pregunté a Kinzel si no creía que estas propuestas eran
un insulto. Me pidió que me lo pensara bien, porque el si­
guiente encuentro podría jugarse en el extranjero, donde los
premios en metálico serían mucho mayores . Le dije que el di­
nero no podía compensar una injusticia y él respondió que el
encuentro tenía que acabar porque ambos jugadores estaban
cansados . Le repuse que, hablando como uno de los dos ju­
gadores implicados, esto simplemente no era verdad . En
mi interior me sentía incluso mejor que al principio del en­
cuentro.
Entonces Kinzel dijo algo muy importante : que no se per­
mitirían negociaciones separadas entre Kárpov y yo; todo tenía
que suceder bajo los auspicios de la Federación Mundial de
Ajedrez . Repliqué : «Esperaré al señor Kárpov ante el tablero
de ajedrez en el hotel Sport, entonces podremos resolver cual­
quier problema bajo los auspicios de la FIDE. No necesita­
mos ni al señor Campomanes ni al señor Kinzel para esto.
Todo lo que precisamos es un tablero con dieciséis piezas
blancas y dieciséis negras.»
Continuamos así durante unas dos horas ; Kinzel trató con
insistencia de convencerme. Fue muy desagradable para un
joven como yo estar hablando tan bruscamente con un hom­
bre de cierta edad. Justo al final de nuestra conversación, hice
una afirmación muy importante : «De ahora en adelante me
niego categóricamente a discutir o debatir cualquier propues­
ta con usted .» Por lo que a mí se refería, éste fue el final de
la discusión. No habíamos llegado a ningún acuerdo. Yo había
rechazado sus propuestas, por estar retocadas por Kárpov. Él
no tenía ningún derecho a decir luego : «Kaspárov propuso de­
tener el encuentro», como si esto fuera todavía una propuesta
válida. Nada se firmó, nada quedó escrito sobre esto; era parte
de una discusión que no había conducido a nada . Era como
ofrecer unas tablas que son rechazadas. Desde entonces, todas
las apuestas se han cancelado. El hecho de que yo ofrezca
unas tablas a 5 a 2 no significa que Kárpov las pueda acep­
tar más tarde cuando el tanteo esté en 5 a 3 .
Cuando Kinzel informó a Kárpov d e nuestra conversación,
él rechazó la idea de detener el encuentro inmediatamente a

153
menos de que sus condiciones fueran satisfechas . Esto le per­
mitió más tarde hacer la tortuosa afirmación de que yo que­
ría que se detuviera y de que él quería que continuara el cam­
peonato. La única razón por la que no accedió a un alto in­
condicional fue que estaba buscando la manera de conservar
su ventaja. Lo reconoció en una entrevista que concedió más
tarde en Holanda, cuando dijo: «Yo sólo puedo aceptar un
alto en el sentido de un descanso de dos o tres meses : ¿por
qué iba yo a perder una ventaja de dos puntos ?» Pidió públi­
camente que el encuentro continuara justo después de que la
suspensión que propuso hubiera sido descartada y cuando se
dio cuenta de que un nuevo encuentro empezaría cero a cero.
Yo había hecho dos contrapropuestas a Kinzel como con­
diciones previas a un alto en el encuentro : Kárpov renuncia­
ría a su título mundial y declararía que estaba al final de sus
recursos físicos. Nunca había revelado estos términos antes ;
me parecen completamente razonables . No estaba afirmando
que me había ganado el derecho de llamarme a mí mismo
campeón aunque muchas personas podrían razonar que la re­
tirada de Kárpov me habría dado el encuentro; pero sí que
había perdido su propio derecho . Yo pensaba que el títu­
lo debía guardarse hasta que se decidiera el siguiente en­
cuentro.
De cualquier modo, volvimos al tablero para la partida
final. Habría parecido mal detener el encuentro a las cuaren­
ta y siete partidas ; era un número inadecuado para sus cál­
culos . Necesitaban una más para que pudieran alegar con jus­
tificación, como Campomanes y Sevestyanov hicieron después,
que éste era exactamente dos veces el número de partidas en
anteriores campeonatos. Esto parecía un argumento respeta­
ble para que lo utilizaran los funcionarios . Si lo hubieran de­
tenido antes, habría parecido evidente que se trataba de una
emergencia y que Kárpov simplemente no podía continuar. En
todo caso, los médicos tuvieron una semana para ayudarle
en su recuperación, la del traslado al hotel Sport, y él salió
con la intención de conseguir unas tablas en lo que todo el
mundo esperaba que fuera la última partida.
Evidentemente, les molestó mucho que yo ganara esta par­
tida y todavía les molestó mucho más que la ganara jugando
tan bien. Gracias a esto quedaba invalidado su argumento de
que ambos contendientes estábamos demasiado cansados para
jugar bien al ajedrez . Como John Nunn ha observado, cua­
renta y ocho partidas no es en absoluto un número inusual
para que grandes maestros las jueguen durante cinco meses

1 54
y las cuarenta tablas jugadas en Moscú es un número reduci­
do. Realmente, me encontraba en mejor forma que en sep­
tiembre, como hacía observar a cada funcionario con el que
me cruzaba.
La razón directa por la que pidieron un alto era que Kár­
pov no estaba en situación de seguir sin el riesgo de una de­
rrota; si perdía habría un ilimitado encuentro de vuelta en el
cual era evidente que sería aplastado por falta de vigor. Cuan­
do escogieron un encuentro abierto, como en Baguío contra
Korchnói, se olvidaron de que Kárpov había jugado entonces
con un hombre mucho mayor. Si optaban por aplazarlo du­
rante tres meses manteniendo el presente tanteo de cinco a
tres, sabían que tendrían que enfrentarse a un ultrajado Kas­
párov. Era tan peligroso aplazarlo como continuar. Necesita­
ban una solución deus e:x machina. Aquí entró en escena Cam­
pomanes, bailando en una cuerda floja sostenida por Kárpov
y sus amigos .
El mismo día que gané la última partida, Gligoric, el gran
maestro yugoslavo que era árbitro jefe, llamó por teléfono a
Campomanes a Dubai y le pidió que regresara a Moscú con
urgencia. Cuando Campomanes colgó el teléfono se volvió
hacia Ray Keene, que estaba entrando en su habitación, y le
dij o : «Kárpov no puede continuar.» Por lo tanto, no hay duda
de cómo surgió la crisis . Se ha discutido si fue Gligoric quien
realmente hizo esta llamada y en nombre de quién; tengo que
aceptar que fue él, porque hay testigos imparciales que lo con­
firman. El dijo más tarde que actuaba en nombre de Kinzel.
No me gustó en absoluto que Gligoric, el árbitro del juego,
supuestamente neutral, empezara a realizar movimientos fuera
del propio ajedrez, especialmente si sólo beneficiaban a uno
de los contrincantes y sin haber consultado con el otro. Más
tarde puse de manifiesto mi opinión en una carta abierta pu­
blicada en el periódico de Belgrado Politika, después de que
él hubiera escrito ciertas cosas insultantes sobre mí. Respeto
a Gligoric como un gran maestro altamente considerado; había
sido campeón de Yugoslavia doce veces y llegó a los cuartos
de final como aspirante al campeonato del mundo en 1 96 8 .
Pero m e entristeció ver que l e usaban como una pieza más
en la máquina de Campomanes . Le escribí : «El mundo del
ajedrez está atravesando tiempos difíciles. Se está librando una
batalla por la pureza de los ideales del ajedrez . Es duro creer
que un jugador tan famoso como tú está en el lado equivoca­
do. Campomanes y sus secuaces no están en absoluto intere­
sados por la belleza del ajedrez, pero tú eres un verdadero

1 55
jugador de ajedrez y estoy convencido de que no te es indife­
rente el destino de este juego . No son para ti una buena com­
pañía, gran maestro .»
Al día siguiente, el 1 1 de febrero, pedí un descanso. La
gente se ha pregunta � o por qué hice esto cuando llevaba una
buena racha. Mirando hacia atrás me pregunto qué habría su­
cedido si hubiera seguido adelante con el encuentro. ¿Habría
estado Kárpov en condiciones físicas de aparecer? Hubo ru­
mores de que estaba en tratamiento médico en una clínica.
¿Quién habría pedido un alto ? Campomanes estaba en pleno
vuelo de vuelta desde Dubai . ¿Lo habría hecho Kinzel bajo
su propia autoridad, pendiente del regreso de Campo ? Nunca
sabremos la respuesta a estas preguntas . Yo había decidido
al final de la partida del día anterior que de todas formas me
tomaría un descanso porque lo necesitaba . Mi equipo estaba
de acuerdo. Yo sabía que Kárpov no tenía energía para ganar
una partida en esta etapa, pero yo no podía perder ni una y
él estaría esperando a saltar sobre cualquier error mío. Des­
pués de toda esta excitación, necesitaba tiempo para respi­
rar. Como el día siguiente era domingo tuve dos días para
preparme, o así lo creía ingenuamente.
El 13 de febrero, la Federación Soviética de Ajedrez, o,
más bien, los amigos de Kárpov en la federación, pues los
otros no fueron consultados, dio a Campomanes la excusa que
necesitaba para tomar las riendas de todo el asunto. Le man­
daron un escrito oficial pidiéndole la suspensión durante tres
meses debido a la «duración sin precedentes» del encuentro y
a su «expresa preocupación por el estado de salud de los ju­
gadores». La carta estaba firmada por «V. l. Sevestyanov, pi­
loto cosmonauta, dos veces héroe de la Unión Soviética, pre­
sidente de la Federación de Ajedrez de la URSS». Su vicepre­
sidente era Baturinsky, quien resultó ser también el jefe del
equipo de Kárpov en el campeonato mundial. El portavoz para
la prensa era Roshal, que había sido colega de Kárpov en la
revista 64. El presidente del consejo de entrenadores, Bala­
shov, era un subordinado de Kárpov y etc . . . , etc . . . Ni que decir
tiene que nadie me consultó sobre esto, ni siquiera sobre mi
salud ; no fui informado hasta después.
Campo pidió otro descanso el 1 3 de febrero, desconcertan­
do a la prensa mundial, que estaba empezando a reunirse de
nuevo en gran número. Las especulaciones iban aumentando .
Al día siguiente vino con Gligoric a mi hotel. Era el día de
san Valentín, pero no venía a traerme flores ; en vez de eso
me enseñó la carta de Sevestyanov. Era la primera vez que la

156
veía ya que mi propia federación no se había molestado en
informarme sobre ella. Mientras hablábamos me las arreglé
para que «silenciosamente» me copiaran la carta. Me negué a
discutir el asunto con Campomanes , como ya había advertido
a Kinzel que haría. Le dije que no había nada de qué hablar.
No quería tomar parte en ningún trato a puertas cerradas ; o
jugábamos según las reglas o no lo hacíamos . Sólo había dos
opciones : o Kárpov renunciaba por motivos de salud, en cuyo
caso yo me convertiría en el campeón del mundo según las
reglas, o él no renunciaba, en cuyo caso podíamos volver al
tablero. No había nada que discutir. Cuando se iba, Campo­
manes dij o : «Hay una tercera solución : que yo tome una de­
cisión.»
Fue un momento muy importante; al principio no entendí
el significado de este comentario. Más tarde, hacia mediano­
che, Mamedov, el jefe de mi delegación, fue llamado oficial­
mente y le comunicaron que el encuentro sería dado por fina­
lizado al día siguiente de la conferencia de prensa en la que
la decisión del presidente de la FIDE se daría a conocer. Evi­
dentemente, yo no estaba invitado. Telefoneé tres veces a Gli­
goric para preguntarle qué era todo esto. Dijo que se lo pre­
guntaría a Kinzel. Después volvió a llamar y explicó que Kin­
zel había dicho que Campo tenía todo el derecho a hacer lo
que proponía. «De acuerdo - dije- , dámelo oficialmente por
escrito.» Él dijo que había vuelto a llamar otra vez a Kinzel,
el cual le replicó que Campo no estaba obligado a explicar su
postura por escrito. Entonces el gran maestro yugoslavo me
dij o : «En este asunto yo soy sólo como un mensaj ero, tú lo
sabes .» Pero se me dijo repetidamente que todo iría bien y
que no tenía que preocuparme por nada . Me dejaron suponer
que los únicos puntos de discusión eran los referentes al en­
cuentro de vuelta y que éstos podían incluso decidirse más
tarde. Me imaginé que la propuesta original de la FIDE, parar
ahora y empezar de nuevo en septiembre, era a lo que se re­
ferían . En cierto modo esto no me iba mal del todo ; estaba
seguro de que ganaría el segundo encuentro. Me había vuelto
mucho más sabio que al principio de éste. Volver a empezar
cero a cero era mejor que estar cinco a tres en mi contra.
Además, me enfrentaba con una burocrática pared de la­
drillo . ¿Qué podía hacer en esta situación ? Podía seguir gri­
tando, pero ¿quién me escucharía? Había hecho saber mi opi­
nión sobre la FIDE, sobre la Federación de Ajedrez y el Con­
sejo Deportivo. Pero era un período muy inestable en Moscú,
durante los últimos días de Chernenko. Quizá no se podía ha-

1 57
blar demasiado alto . Había hablado tan firmemente como
pude, pero sólo tenía veintiún años ante los administradores
de la partida. Gligoric se creyó en la obligación de recordar­
me que él había sido un gran maestro muchos años antes de
que yo naciera . Los funcionarios del Comité Deportivo me
tranquilizaron diciéndome que no había nada de que preocu­
parme. Estaban protegiendo a Kárpov, por supuesto, insinuan­
do que debía comportarme como un caballero, como un ver­
dadero deportista y no aprovecharme del estado de Kárpov.
Él había sido campeón mundial durante diez años, después
de todo, y me imagino que las viejas costumbres tardan en
desaparecer. Creo saber cómo y cuándo hay que ser valiente
en esta vida, pero también sé cuándo algo es posible y cuán­
do no. En este caso juzgué que no podía hacer nada más .
Hubo muchas más batallas, especialmente sobre las condicio­
nes del encuentro de vuelta. Mientras tanto, creí que sería
mejor que no se gastara la pólvora en salvas .
D e modo que a l día siguiente, 1 5 de febrero, estábamos
haciendo las maletas para volver a casa . Entonces empecé a
tener una extraña sensación; había mucha tranquilidad en el
hotel y le dije a mi madre : «Creo que debería ir a la confe­
rencia de prensa; estoy preocupado por algo que no puedo
explicar. Quizá debería ir.» A Mamedov le habían dicho : «De­
tén a Kaspárov. Es un verdadero peligro . ¡ Hay más de cien
cámaras en el hotel ! » Ella dijo que lo encontraría frustrante
y que era mejor que no fuera, que les dej ara seguir. Además,
era incómodo ya que el hotel Sport estaba lejos del centro
de Moscú. Pero mi madre recibió una llamada telefónica de
Rhona Petrosian, la viuda de Tigran, que había estado char­
lando con los funcionarios y había oído los últimos cotilleos .
Era una época de muchos rumores ya que nadie sabía real­
mente lo que estaba pasando. Le dijo a mi madre : «Creo que
él debería ir. Si tu hijo no está en esta conferencia de prensa
nunca te lo perdonará.»
Así que fui con mis entrenadores - Nikitln, Timoschenko
y Dorfman - y cogí a todos por sorpresa. Evidentemente no
me esperaban; la escena que me encontré era caótica. Había
unos trescientos componentes de la prensa y televisión sovié­
tica y mundial reunidas con sus equipos . Había cables de te­
levisión y luces por todas partes. La conferencia debía empe­
zar al mediodía y nosotros llegamos unos cinco minutos antes .
Nikolai Krogius, el jefe de departamento de ajedrez de la Fe­
deración Soviética, se acercó a mí y me pidió que me sentara
en la primera fila ; le dije que nos sentaríamos en la mitad

1 58
para que nadie se imaginara que tomábamos parte en los de­
bates oficiales.
Existe un vídeo de todo esto, hecho por la cadena ameri­
cana ABC, la cual me facilitó una copia. Lo miro cuando ne­
cesito encolerizarme de nuevo con Campo y los otros estafa­
dores que trataron de cruzarse en mi camino . Las cámaras
estaban filmando cuando yo llegué, antes de la conferencia
de prensa. Recogieron el caos causado por mi llegada, inclu­
yendo una reveladora imagen de alguien atisbando detrás de
las cortinas, para asegurarse, cuando les llegaron las malas
noticias, de que yo realmente estaba allí. Tardaron más de
veinte minutos en ponerse de acuerdo y en empezar los deba­
tes . Ya comenzaba a divertirme el revuelo que yo había cau­
sado; les había cogido por sorpresa, como en un atrevido mo­
vimiento. Ahora yo parecía estar amenazando a su rey, el
mismo rey Campo, y ni siquiera había dicho una palabra. Bas­
taba mi presencia para asustarlos y me preguntaba por qué.
Finalmente, se llenó parte de la tribuna que estaba delan­
te de las doradas cortinas del escenario. Había un enorme es­
tandarte con la leyenda gens una sumus ( somos una nación) ,
e l emblema de l a F I D E , que parecía reírse d e l a reunión. Era
evidente que Campo carecía de la desenvuelta confianza que
le caracterizaba, sus ojos miraban inquietamente por la habi­
tación ; estaba bajo una gran tensión, lo que se puede ver en
el vídeo. A su lado estaban Gligoric y los otros árbitros, Aver­
bach y Mikenas, después Krogius y Kinzel, Sevestyanov, más
dos dirigentes del Comité Deportivo de la Unión Soviética, N .
Rusak y V. Gavrilin, y u n representante del ministro d e Asun­
tos Extranjeros que presidía la conferencia de prensa.
Para entender los extraños acontecimientos que siguieron
es importante conocer exactamente las palabras de Campo­
manes, de manera que el lector pueda entender por sí mismo
las mentiras, las evasiones, las tergiversaciones, los circunlo­
quios que él usó para camuflar la verdad . También servirán
para juzgar si éste es el hombre apropiado para dirigir algo,
y mucho menos el campeonato mundial de ajedrez. Se debe
recordar que dirigir este campeonato es lo que él hace princi­
palmente. Cuando se piensa en la precisión intelectual y com­
plejidad del ajedrez es difícil creer que este espectáculo real­
ce el juego al máximo. Voy a hacer una transcripción directa
de la cinta. Debe quedar claro que yo hago mis propios co­
mentarios :
CAM P O MANES. Buenas tardes, señoras y señores miem­
bros de los medios de comunicación. Ante todo, pido discul-

1 59
pas por el retraso. Esto me recuerda cuando fui elegido pre­
sidente en Lucerna, en 1 982; el día después se suponía que
tenía que nombrar al secretario general y como es normal en
estos casos había muchas opciones. Cuando me dirigí a mi
silla en la sala de conferencias para hacer el anuncio, hasta
que estuve delante del micrófono no sabía a quién iba a ele­
gir : si al señor Clues, de Gales; al señor Keene, de Inglate­
rra; al señor Kazic, de Yugoslavia, o al profesor Lim Kok Ann,
de Singapur. Nadie me creyó cuando dije que no sabía qué
hacer, a quién elegir, hasta el último momento, y supongo que
muchos de ustedes dudarán, como santo Tomás, cuando les
diga ahora, que realmente no lo sé. Este encuentro, el pre­
sente campeonato de ajedrez, ha sido una competición inu­
sual, que ha creado extraños problemas que han exigido es­
peciales soluciones . Ya que, de acuerdo con los estatutos de
la FIDE, el presidente está autorizado a tomar decisiones en
los congresos y ya que, según las reglas de la competición, el
presidente es personal y oficialmente responsable de todo el
encuentro y como, además, está autorizado a tomar la deci­
sión final en todas las cuestiones que afectan a la totalidad
de éste, yo, por lo tanto, declaro que el encuentro ha ter­
minado sin resolución. Un nuevo campeonato se celebrará
desde el principio, cero a cero, y empezará el 1 de septiembre
de 1 985 .
PREGUNTA. ¿Con el consentimiento de quién?
CAM POMANES. Con el consentimiento de los dos jugado­
res . El próximo congreso de la FIDE, en agosto, determina­
rá las otras disposiciones que sean necesarias para el encuen­
tro, el ganador del cual será campeón durante el período
1 985- 1 986. Gracias .
Ante esta noticia hubo mucho revuelo entre e l público . El
vídeo nos muestra a mis entrenadores y a mí hablando y rien­
do entre nosotros. Después se reanudó el interrogatorio .
PREGUNTA. ¿Qué razones hay para este prematuro final
del campeonato ?
CAMPOMANES . Haré una breve exposición : éste ha sido
un encuentro que ha batido todos los récords. El mayor nú­
mero de partidas, el mayor número de tablas, más de cinco
meses de duración. Ha agotado los recursos físicos o, si no,
los psicológicos, no sólo de los participantes sino también de
todos los que están relacionados con el encuentro, por dis­
tante que pueda ser la conexión.
»Yo, por lo menos, no he sido capaz de llevar a cabo todas
mis funciones y de cumplir con mis otros deberes como pre-

1 60
sidente de la FIDE, porque esto ha cubierto todas mis demás
actividades.
PREGUNTA. ¿No es capaz Kárpov de continuar el encuen­
tro ?
CAMPOMANES (sonriendo) . Espero que pueda acorralar­
me durante la próxima hora porque entonces encontraré una
rápida respuesta a esta pregunta.
Entonces hubo una larga pausa.
PREGUNTA. Bien, señor, si no contesta a la pregunta . . .
CAMPOMANES. Un minuto, señor, no he terminado . El
señor Kárpov está bien y me pidió que el lunes se siguiera con
el encuentro hasta el final. Le dejé hace unos veinticinco minu­
tos y uno de mis colegas me acaba de decir que yo he tomado
esta decisión a pesar de él. Todos ustedes saben muy bien, o
han sospechado, o me han acusado de ser un buen amigo del
señor Kárpov, y es cierto, pero esto no tiene nada que ver con
lo que creo que es mejor para el ajedrez mundial. No le conce­
dí su petición . No necesito testigos para esto, pero los tengo,
quiero dej ar esto bien claro . El señor Kárpov estaba dispues­
to hace veinticinco minutos y me pidió por favor no jugar hoy
porque el señor Kaspárov y él no estaban psicológicamente
preparados a causa de todo este jaleo. Me pidió volver a jugar
el lunes, para un mejor o peor final, y esto es lo que quería
decir cuando afirmé en el estrado que no iba a hacer eso.
PREGUNTA. ¿Cuál fue la respuesta del aspirante?
CAMPOMANES . He consultado con el aspirante, he trata­
do a ambos como iguales participantes en este encuentro, y
estoy seguro de que él tampoco está satisfecho con la deci­
sión. Pero, según las reglas, es asunto del presidente tomar
las decisiones lo mejor que sepa para consternación, quizá,
de muchos de los afectados ; sin embargo, él debe tomar la
decisión . No puede esperar a que todo el mundo esté conten­
to, sino que debe decidir. Y ahora entiendo sin abrogación la
sabiduría de Salomón, cómo se sintió cuando sostuvo al niño
en sus manos . Gracias .
»Sí, señor Doder, ¿cómo está esta mañana? He intentado
encontrarme con usted, porque quería cumplir mi palabra,
pero he estado confinado esta mañana como ya puede usted
imaginarse.
P REGUNTA. Lo comprendo. Según sus propias palabras,
señor Campomanes, tanto el campeón como el aspirante quie­
ren jugar. ¿Puede decirnos con qué derecho está usted toman­
do esta decisión? Ofrezca más explicaciones . ¿Cuáles son las
circunstancias especiales ?

161
CAM POMANES. Gracias, señor Doder, creo que ya se lo
expliqué ayer extensamente y lo he repetido en el estrado. El
derecho está claro . Las razones son, primero, que estamos
pensando en los dos mejores jugadores del mundo. Estamos
pensando en el ajedrez como un deporte a los ojos del mundo.
Estamos pensando en el bienestar de todos aquellos relacio­
nados con el encuentro en Moscú y en cualquier otro sitio, y
otras consideraciones de este aspecto. Cito al señor Mydans
que me buscaba ayer. Lo entiendo, pero no estaba aquí. En
su editorial, en su informe en The New York Times, del 29
de enero, usted mismo dijo que se estaba convirtiendo no en
una prueba de habilidad en el ajedrez sino en un asunto de
resistencia física. Recuerdo que cuando el tanteo era cinco a
cero se habían jugado tantas partidas que todos se pregunta­
ban cuándo acabarían y entonces hubo más tablas y el señor
Kaspárov ganó una partida y luego hubo de nuevo más ta­
blas ; todos llamaban a mi puerta para pedir que se detuviera
el encuentro y ahora que lo hemos terminado usted me pre­
gunta por qué. Creo que la pregunta se contesta por sí misma.
P REGUNTA. Tengo dos preguntas . Gracias por recordar
la situación de los dos jugadores respecto a esta decisión .
¿ Puede decirnos, por favor, cómo reaccionó la Federación So­
viética a su propuesta? Y ¿cómo puede el final del juego be­
neficiar al deporte cuando ambos jugadores quieren jugar?
CAM P O MANES. Sólo responderé a una de sus preguntas,
la otra ya ha sido contestada. La Federación Soviética de Aje­
drez está de acuerdo con mi decisión.
PREGUNTA ( Richard Owen, corresponsal en Moscú de The
Times . ) Señor Campomanes, me pregunto, ¿cómo responde
usted a las sugerencias de corresponsales cualificados, como
Raymond Keene, de que si el señor Kárpov es incapaz de so­
portar la tensión, después de seis meses, debería haber re­
nunciado a su título dado que el ajedrez no es sólo una cues­
tión de habilidad en los movimientos sino también de presio­
nes psicológicas y de resistencia durante un período de tiempo
y, asimismo, dado que el señor Kaspárov no parece un hom­
bre que está destrozado física y psicológicamente? (Risas entre
el público. )
CAM P O MANES. Ante todo, usted cita al señor Keene. ¿ En
qué fecha dijo eso?
P REGUNTA. Hizo esta observación en mi periódico The
Times hace dos días.
CAM P O MANE S . Estuve con el señor Keene hace cuatro
días y medio en Dubai y consideramos este asunto mientras

1 62
bebíamos un buen vino tinto y después volví a hablar por
teléfono con él hace dos noches . Está de vuelta en Inglaterra.
El señor Keene es un gran maestro inglés, el segundo de su
país, y tiene derecho a dar su opinión y esto es lo que hace
que la FIDE sea una familia tan alegre, estamos de acuerdo
en no estar de acuerdo.
PREGUNTA (de la agencia Tass ) . ¿Cuál es el sistema más
eficiente del reglamento del encuentro ?
CAM P O MANES. Ésta es una buena pregunta. (Risas entre
el público. ) Si me permite refrescarle la memoria, su seguro
servidor fue el organizador, por parte de la Federación Filipi­
na de Ajedrez, del Campeonato Mundial de 1978. Entonces
creímos que había sido un encuentro muy largo, le aseguro
que puedo entender cómo se siente el comité organizador de
aquí, porque yo pensaba al final de los 93 días que estaba a
punto de sufrir un colapso y ahora han pasado más de 1 50.
Pero los reglamentos sirvieron para ese campeonato, los re­
glamentos sirvieron para el campeonato de Merano, pero como
decía a mis asociados más próximos, el hecho de que haya
durado tanto tiempo no es culpa del reglamento. Los regla­
mentos pueden estar bien y ser buenos, pero .felizmente, digo
felizmente, la excelencia de los jugadores ha alcanzado tal
nivel que han descubierto el secreto de cómo hacer tablas, de
minimizar hasta el máximo el riesgo de perder. Ésta es la ex­
celencia del ajedrez de hoy en día. Si hay algo que falta es la
singularidad que ha contribuido a la duración del encuentro,
cuarenta tablas, algo insólito en anteriores encuentros. De
modo que los reglamentos, ya que son el producto de consi­
deraciones humanas, no pueden aspirar a abarcar todas las
situaciones . Ésta es la razón de por qué está presente en el
reglamento que alguien tenga que ser personal y oficialmente
responsable del acontecimiento desde todos los puntos de
vista, y espero tomar las decisiones adecuadas.
P REGUNTA (Sovietsky Sport) . ¿Cómo explica la situación
que se ha originado durante el encuentro? Más claramente :
¿ha hecho usted alguna valoración de éste?
CAM P O MANES (después de consultar a un funcionario so­
viético) . ¡ Oh, sí! Muchas gracias, es una buena pregunta.
Hemos conseguido técnicamente superar el doble de la exten­
sión reglamentaria del encuentro previo : 24 partidas. O sea
48 partidas ; es buena ocasión para hacer una pausa y pen­
sar. Por esta razón vi la necesidad de entrar en acción, por­
que de aquí en adelante, ¿qué haríamos, 72 partidas ? Todo
puede suceder cuando el encuentro se prolonga tanto. No en-

1 63
vidio a la gente de la prensa. Recuerdo los primeros días y
toda la agitada actividad en el centro de prensa. Antes de irme
a Dubai lo visité. No se parecía al depósito de cadáveres local
(riéndose), pero había mucha menos gente en el centro de
prensa. Ustedes también estaban cansados .
PREGUNTA. Usted dijo que los jugadores han descubier­
to el secreto de conseguir hacer tablas, pero usted llegó aquí
justo cuando el señor Kaspárov parecía haber descubierto el
secreto de ganar. ¿No da esto la impresión de que usted llegó
en el último momento para salvar al señor Kárpov?
CAM POMANES. ¿ Salvarle de sí mismo ? No. He estado
pensando mucho en esto, desde la partida 32. Recuerdo que
en Baguío hubo 32 partidas y necesité más energía porque
había tenido que hacer viajes que requerían mi atención. Todo
esto empezó a cristalizar cuando lo discutimos en Atenas y
recibí del mundo entero toda suerte de llamadas telefónicas
hechas por personas importantes relacionadas con el ajedrez .
El doble de 24 es 4 8 . Es una excelente solución considerar
independientemente lo que usted llama la orientación del en­
cuentro, del mismo modo que todas las orientaciones de las
existencias del mercado, que suben y bajan, nunca se saben
cuándo descenderán en picado.
PREGUNTA. Sólo desearía saber, ¿cómo se siente usted
personalmente respecto al hecho de que ambos j ugadores
hayan decidido continuar el encuentro?
CAMPOMANES. Sí, señora. Tomé mi decisión en atención
a ambos jugadores por igual. No se puede esperar contentar
a todo el mundo. Hasta este momento no lo sabía . Vivo tran­
quilo conmigo mismo y duermo muy bien.
PREGUNTA (Sovietsky Sport) . Otra pregunta sobre el re­
glamento. Hasta aquí se han jugado 29 encuentros, el más
largo de 34 partidas. El sistema parecía ser el apropiado, el
público estaba de acuerdo con él. ¿Por qué se ha cambiado ?
Y ¿qué sistema considera usted el óptimo?
CAMPOMANES. Creo que ya aludí indirectamente a esto
antes. Cualquier reglamento es válido, la prueba del pudín es
la que cuenta. Cuando se aplican, dadas las circunstancias,
algunos reglamentos funcionan bien y otros fallan, y por otra
parte es una prerrogativa de la conferencia de la FIDE a la
cual lo debo someter. Ellos formulan el reglamento empezan­
do por los comités y terminando con una votación unánime o
a mano alzada. El reglamento es el reglamento. La gente lo
hace; las circunstancias le afectan .
PREGUNTA. Me gustaría hacerle una pregunta, a la que

1 64
antes ya ha aludido. Ha habido más informes específicos en
algunos servicios telegráficos de que el señor Kárpov estaba
al borde de una depresión nerviosa (en este momento Cam­
pomanes sonrió y se levantó), que estaba agotado y cosas por
el estilo. ¿Quiere usted decirnos si está internado en un hos­
pital ?
CAMPOMANES (de pie y cogiendo el micrófono) . Hace la
pregunta en el momento oportuno, el señor Kárpov está aquí
detrás de usted y ahora mismo llega.
En ese momento, como un conejo saliendo de un sombre­
ro, el «campeón» hizo su entrada, pasando por la puerta a
pocos pasos del corresponsal de la ABC. ¿Había estado en el
edificio todo el rato, escondido detrás del escenario? O, más
probablemente, había sido avisado de mi presencia por telé­
fono antes de que la conferencia empezase y urgía que se pre­
sentara. Desde el fondo de la sala se le pudo oír decir en ruso :
«Quiero hacer una declaración.»
El público le aclamó mientras se dirigía a la escalera de
la izquierda para subir al escenario. Se podía oír a la gente
hablándole mientras él bajaba por el pasillo : «¿Cómo está,
señor Kárpov ? ¿Muy bien ? Esto es estupendo . » El público
hacía mucho ruido, había gente riendo y preguntándose en
alta voz qué espectáculo vendría después. Cuando llegó a la
plataforma, Glicoric le cedió el asiento y Kárpov estrechó la
mano a un sonriente Campomanes y al portavoz del Minis­
terio de Asuntos Extranjeros. Se sentó al lado de Campo­
manes.
KÁRPOV. Debo declarar, como decimos los rusos, que los
rumores sobre mi muerte eran un poco exagerados .
CAMPOMANES. Anatoli, acabo de hablar sobre esto.
KÁRPOV. Y considero que podemos y debemos continuar
el encuentro, y en cuanto a la propuesta de darlo por termi­
nado y empezar desde cero, no estoy de acuerdo con seme­
jante decisión. (Aplausos del público. ) Considero que debería
empezar, o mejor dicho reanudarse nuestro encuentro .el lunes
1 8 de febrero. Creo que Kaspárov secundará mi propuesta y
no habrá ningún problema . (Aplausos. )
CAMPOMANES (sonriendo) . Caballeros, ahora ya ven que
lo que les decía antes era cierto. Tengo una prueba auténtica
en la presencia aquí de mi amigo y campeón mundial. Les
informé de esto y ahora el señor Kaspárov sabrá que digo la
verdad .
KÁRPOV. Creo que deberíamos invitar a Kaspárov aquí
(con un gesto de la mano).

1 65
PORTAVOZ DEL MINISTERIO. Pero la decisión ya está to­
mada.
CAMPOMANES. Garri, ¿quieres subir y dar tu opinión?
Hubo un alboroto por el lado izquierdo del público y gri­
tos de : «Dejen que Kaspárov dé su opinión.» Luego una sola
pero clara voz, que provenía del grupo en donde estaba sen­
tado Roshal, dijo: «Si su mamá le deja.» Empecé a hablar
entre el público, pero muchos de ellos no podían oírme por­
que no había micrófono, así que me dirigí al estrado. Mien­
tras iba subiendo se oye claramente en la cinta que Campo­
manes dice a Kárpov.
CAMPOMANES. Les dije exactamente lo que me dijiste que
les dijera.
KÁRPOV. Nosotros . . . nosotros, pero yo no acepto esto.
La gente dijo después que yo estaba pálido y hacía una
mueca con el labio superior. En realidad, estaba lívido de ira
ante toda esta charada . Cuando llegué al escenario tuve que
esperar porque había muchos aplausos del público. Me di
cuenta de que Campomanes, oyéndolo Kárpov, estaba hablan­
do con Sevestyanov. Empecé a hablar :
KASPÁROV. Quiero hacer una pregunta al señor presiden­
te. ¿Para qué se ha montado todo este espectáculo? Le expli­
caré, señor presidente, lo que quiero decir. Usted dijo que ha
venido aquí veinticinco minutos después de su conversación
con el campeón y que él estaba en contra de suspender el
encuentro. Usted también conocía mi punto de vista, que yo
también estaba en contra de terminar o suspender el encuen­
tro con descansos técnicos. No obstante, usted viene aquí y
declara su decisión de que, a pesar de todas las objeciones,
el juego termine. ¿ Por qué hay que hacerlo? Hace veinticinco
minutos usted estaba hablando con Kárpov y ahora de pron­
to surge esta divergencia. ¿Quiere explicárnoslo a todos, o por
lo menos a mí?
CAMPOMANES. Creo que lo que he estado haciendo era
lo mejor. Pero los jugadores son sólo una parte de esta situa­
ción. Ahora, sin embargo . . . (después de alguna duda), sin em­
bargo, mi situación es más agradable y no podría desear que
fuera mejor. Si los dos contrincantes desean jugar hasta el
final (risas del público) yo lo consideraré en una conversa­
ción con cada uno de ellos a solas, cosa que he estado solici­
tando durante mucho tiempo y no ha sido posible, porque ni
el señor Kárpov ni el señor Kaspárov estaban disponibles,
aunque lo intenté. En realidad, por la noche traté de reunir­
los, pero el señor Kaspárov estaba durmiendo; el señor Kár-

1 66
pov ha estado muchas veces de acuerdo en celebrar esta reu­
nión. Ahora ya estamos en ella y quiero hablar con ambos.
(Aplausos. ) Déjennos diez minutos a solas .
Ante esto Kárpov y Campomanes se levantaron. Campo­
manes alargó sus manos en un gesto al público; le encantaba
todo este teatro e histrionismo. Pero a mí no; ahora me toca­
ba mover a mí. Hice un gesto con mis manos, haciendo una
señal para detenerlo. Estaba enfadado y hablé muy rápido :
KASPÁROV. Denme la palabra. Quiero que conozcan mi
declaración. La profesión del presidente es hablar. Mi oficio
es jugar al ajedrez. Por esta razón no voy a competir con él
en el estrado, primero. Segundo, quiero decir lo que pienso.
No intento pedir una continuación porque estoy convencido
de que ganaría muy fácilmente debido a que el campeón no
se encuentra bien. É l está aquí y puede seguir, lo podemos
ver. Pero, por primera vez en cinco meses, he tenido algunas
oportunidades, más o menos un veinticinco o un treinta por
ciento, y ahora están tratando de privarme de ellas con nu­
merosos retrasos ; declino la responsabilidad en los que retra­
san el encuentro. Hace dos semanas que vengo diciendo que
éste debe continuar, sin descansos y sin intervalos, sin em­
bargo lo están alargando. Con cada retraso sus oportunida­
des crecen mientras que las mías disminuyen. (Aplausos . )
Entonces el portavoz del Ministerio de Asuntos Extranje­
ros se inclinó hacia adelante y dij o : «La conferencia de pren­
sa ha terminado.» Esto fue acogido con muchas risas, de modo
que después de volvérselo a pensar añadió : «Si el presidente
Campo manes considera apropiado continuar . . . »
CAMPOMANES. Si el señor Kaspárov rehúsa a conferen­
ciar conmigo yo no puedo cambiar la decisión. Conmigo y con
el señor Kárpov, por supuesto. La decisión queda en pie si
los dos no se sientan y hablan para llegar a un acuerdo.
Kárpov, que había empezado a irse para la esperada con-
versación, se vuelve atrás.
KÁRPOV. Quiero hacer mi propia declaración.
CAMPOMANES (a Kárpov) . ¿Juegas hoy?
KÁRPOV. No.
CAMPOMANES. ¿ El lunes?
KÁRPOV. El lunes.
PORTAVOZ DEL MINISTERIO. Lo mejor será que hagamos
un descanso.
KÁRPOV. Creo que podemos hacer una pequeña pausa
ahora para que todos se calmen. (Aplausos. ) Y después del
intervalo anunciar la decisión final.

1 67
CAM PO MANES. ¡ Un descanso de diez minutos !
En realidad, el descanso duró una hora y treinta y ocho
minutos, durante el cual los medios extranjeros estuvieron en
un dilema sobre qué historia contar. Si enviaban un informe
basado en el primer anuncio de Campo, que el encuentro se
había cancelado, sabían que más tarde quizá lo tendrían que
cambiar. Se empezaron a inquietar mientras el descanso se
prolongaba indefinidamente. Para algunos de ellos, la fecha
tope se acercaba rápidamente.
El grupo del escenario, Campomanes, Kárpov, Rusak, Ga­
vrilin, Kinzel, Sevestyanov y Mamedov, el jefe de mi delega­
ción, se fueron a otra habitación. Rehusé unirme con ellos y
me fui a mi habitación del hotel, la que usaba durante el en­
cuentro. Averbach, uno de los árbitros, y después B. A. Chmi­
hov, director del hotel, me vinieron a ver. Creían que debería
ir a reunirme con ellos para dar de nuevo mi opinión. Al final
estuve de acuerdo en reunirme con ellos .
En seguida me di cuenta de que no estaban allí para deci­
dir si se debía continuar jugando o no. Eso ya lo habían de­
cidido. Incluso Kárpov, que había afirmado en la sala que
quería continuar, y que cuatro días más tarde escribió una
carta abierta a Campomanes en la que le pedía claramente
esto, pero en realidad lo único que quería era proteger su re­
putación después del campeonato y sólo estaba hablando
sobre un encuentro de vuelta. Expliqué otra vez que iba con­
tra las reglas parar el presente encuentro a menos que Kár­
pov renunciara. ¿Quién era ahora el campeón mundial ? Ellos
dijeron que Kárpov. Podía oír a los funcionarios cuchichean­
do sobre cuándo Kárpov estaría en condiciones de jugar, cuán­
do mejoraría su salud . Mientras tanto, nos mostraron una hoja
de papel para que la firmáramos diciendo que estábamos de
acuerdo en detener el encuentro . Era evidente que Kárpov no
quería firmarla y sólo lo hizo después de que Sevestyanov le
diera unas palmadas en el hombro para incitarle a hacerlo y
le dijera : ccVamos, Toyla, fírmala . Vale la pena.» Kárpov la
firmó, pero yo me negué. Más tarde él dijo que sólo la había
firmado porque creía que yo también lo haría .
Creo sinceramente que, si yo no hubiera aparecido en la
conferencia de prensa, habrían anunciado un largo aplaza­
miento, quizá de quince meses. Incluso hubieran dicho que
el encuentro se reanudaría con el tanteo actual. En realidad,
estoy seguro de esto dada la actitud de Kárpov . É l trataba
desesperadamente de retener su supremacía, esto es lo que
más le importaba de todo el asunto. Dudaba si podría ganar-

1 68
me en igualdad de términos. La gente que le rodeaba atri­
buía mis últimas victorias al hecho de que él estaba exhaus­
to; sin embargo, Kárpov sabía la verdad : mi juego le estaba
venciendo.
Cuando Carnpornanes comprobó que yo estaba en la sala,
debió de tener la conmoción más grande de su vida. Supo
inmediatamente que no podía anunciar lo que creí que ha­
bían acordado con Kárpov y los funcionarios soviéticos, por­
que yo lo denunciaría y sería un espectáculo público. É l sabía
que le podía desafiar con el reglamento, su punto flaco . Veía
este peligro porque era más rápido que los otros . De modo
que llamaron a Kárpov, quien acudió precipitadamente.
Pidió que el encuentro continuara porque si no le priva­
rían de su precioso título . Pero a los rusos no les gustó esto.
Recordarán que cuando Kárpov dijo que quería continuar más
que empezar de nuevo, el portavoz del Ministerio de Asuntos
Extranjeros dij o : ccPero la decisión ya está tornada .» No que­
rían que Kárpov siguiera en aquellas condiciones porque con­
sideraban que estaba en baja forma; querían protegerlo .
Creían que un encuentro de vuelta sería mejor que continuar,
porque pensaban que Kárpov era un jugador superior y que
ganaría el siguiente encuentro, especialmente si el número de
partidas era limitado. Creían que mi presente ventaja era sólo
a causa de mi juventud y relativa aptitud y fuerza. Kárpov
no estaba tan seguro, pero no podía usar ese razonamiento.
Volvieron a la conferencia de prensa para dar el veredicto
final al expectante mundo .
CAMPOMANES. Esto es algo más que un puro dilema sa­
lomónico, es un nudo gordiano . El campeón mundial acepta
la decisión del presidente y el aspirante la acata . En el trans­
curso de la reunión me he dado cuenta de que el campeón
mundial está plenamente convencido de que tiene derecho o
merece jugar un encuentro de vuelta después del nuevo en­
cuentro . Asimismo, he apreciado el vehemente deseo del as­
pirante a que las disposiciones para el próximo encuentro sean
comprobadas con rigor, pues supone que dejándolo pendien­
te para el Congreso o para la decisión del Congreso de la FIDE
en septiembre, en agosto no es una solución conveniente para
él . El Congreso de la FIDE tendrá lugar en Graz, Viena ; en
Graz, Austria, y terminará antes de que el encuentro empie­
ce. Podría ser el mismo día en que se iniciara el encuentro.
Me he comprometido con los dos jugadores a darlo a conocer
al Congreso y añado por mi parte que no sólo al Congreso
sino a la dirección de las ciento veintidós Federaciones de la

1 69
FIDE, que al aceptar por parte del campeón mundial y al aca­
tar por parte del aspirante esta decisión han hecho conocer
su criterio sobre esta cuestión. Muchas gracias.
No esperé. Cuando dejaba el edificio hablé con algunos pe­
riodistas en el vestíbulo. Esto es lo que dij e :
«Es evidente que l a Federación Internacional h a demos­
trado ser absolutamente incapaz de controlar el campeonato
mundial. En vez de cuidarse de la organización del encuentro
han estado hablando de popularizar el ajedrez . Deben recor­
dar que éste no es el primer problema; las semifinales fueron
casi desbaratadas y se normalizaron por milagro. En vez del
ciclo de dos años del que hablaba el presidente ahora tene­
mos uno de cuatro años, mientras el encuentro se aplaza hasta
1 9 8 5 . El campeón conserva su título y por alguna razón el
status quo se mantiene.
»Además, el campeón ahora pide un encuentro de vuelta
y las bases de éste son bastante oscuras . No sé si realmente
quiere decir esto cuando afirma que quiere continuar jugan­
do, pero yo sigo pensando que esto se parece mucho más a
una obra bien ensayada donde cada uno se sabe su papel.
Ya he dicho muchas veces antes que yo quiero jugar el en­
cuentro, que quiero continuar y que tengo muy buena salud .
Durante dos semanas la gente trató de convencerme de lo con­
trario y me urgían a terminar el encuentro de cualquier ma­
nera. Probablemente muchos de ustedes conocen las propues­
tas hechas cuando el tanteo era todavía de cinco a dos y de
cinco a tres. En cuanto a los descansos técnicos y a los des­
cansos del presidente, que se han estado haciendo, parando
la partida, bien, en mi opinión, los que piensen con lógica
verán lo que sucedió y por qué el encuentro acabó bajo tales
inusuales circunstancias .
»Esto es inaceptable para el mundo del ajedrez y no se
debería consentir que siguiera adelante. Las reglas de la FIDE
no deberían contener una cláusula excepcional que permita
al presidente determinar el resultado del encuentro. Pero ¿por
qué tenemos que jugar si el presidente, después de todo, puede
tomar la decisión en cualquier momento? Es absurdo decir
que el encuentro era demasiado largo. Y a lo era en la partida
46 cuando el tanteo era de cinco a uno, pero nadie tenía nin­
guna duda sobre las condiciones psicológicas de los jugado­
res . Todo empezó cuando el tanteo era de cinco a dos y luego
de cinco a tres. Creo que entienden lo que quiero decir. Esto
es todo lo que deseaba declarar. Repito que estoy en perfec­
tas condiciones físicas y dispuesto a seguir jugando.»

170
Estas escenas fueron ampliamente presentadas en los me­
dios extranjeros. La gente de occidente estaba sorprendida de
que un ciudadano soviético pudiera expresar abiertamente su
enojo con las autoridades y decían que podrían castigarme
por esta «asombrosa explosión»; era la glasnost en acción con
venganza. Hasta cierto punto creo que fue algo positivo, ya
que en este altercado se airearon las cosas con libertad . Pero
por supuesto que era algo malo para el ajedrez, de lo cual
Campomanes debe cargar con toda la responsabilidad. No obs­
tante, al afio siguiente en la Olimpiada de Dubai, afirmó que
esta decisión había sido una de las mejores que había toma­
do. El mundo entero se había dado cuenta de que era una
decisión fatal, la peor en la historia del ajedrez.
É sta fue una ocasión única en mi vida ya que por prime­
ra vez se llegaba a conocer la conspiración urdida contra mí.
La determinación de todas las autoridades, la de Campoma­
nes y de la Federación Soviética de Ajedrez, combinadas de
proteger a Kárpov a toda costa y de engañar al joven aspi­
.
rante fue expuesta como una fácil argucia, desprovista de toda
legitimidad y justicia. Mi campan.a en favor de la verdad y la
democracia en el ajedrez fue espectacularmente ponderada y
mostrada como una necesidad urgente.
Volví a Bakú para meditar sobre estos dramáticos aconte­
cimientos y mientras paseaba arriba y abajo por las orillas
invernales del mar Caspio, decidí poner por escrito mi propio
análisis de esta compleja controversia. Lo escribí el 1 5 de
marzo de 1 98 5 , justo un mes después de l a conferencia de
prensa y poco antes de ir a jugar con un equipo de los Jóve­
nes Pioneros de Azerbaiján el encuentro Komsomolshaya/Prav­
da en Irkutsk. Quería comprender los asuntos que me afecta­
ban. Hasta ahora nunca lo he publicado y hoy, después de
más de dos años, no cambiaría ni una sola palabra. Lo pre­
sento tal y como lo escribí entonces . De hecho, estaba dicien­
do que al examinar esta decisión uno se debe atener a la in­
mortal pregunta de Cicerón : Cui bono? ¿En beneficio de quién?
ccEl 1 5 de febrero el presidente de la FIDE, Campomanes,
anunció que el campeonato mundial de ajedrez había termi­
nado sin un resultado final. De acuerdo con esto, un nuevo
encuentro empezaría en septiembre con el tanteo de cero a
cero. El campeonato, que había durado cinco meses, fue prác­
ticamente anulado. Este paso sin precedentes, que iba contra
todas las prácticas normales de las competiciones de ajedrez,
causó naturalmente una gran controversia en el mundo de este
juego y provocó toda clase de rumores y desvirtuaciones. Mu-

171
chas cuestiones relacionadas con la detención del encuentro,
lo mismo que la organización de otro, siguen sin resolverse.
Los aficionados al ajedrez y los expertos todavía continúan
en la ignorancia, aunque los documentos oficiales y los he­
chos conocidos, así como lo que sucedió después del campeo­
nato, son suficientes para decir dónde y cómo el resultado
del encuentro fue decidido.
»A. Kárpov, inmediatamente antes del anuncio de Campo­
manes, describió la situación, como él la vio, en una entrevis­
ta a la agencia Tass el 3 de marzo : " Incluso después de la
decimotercera partida se decía que el encuentro resultaba de­
masiado largo, que todos, incluyendo los árbitros, organiza­
dores y espectadores, estaban cansados, y que la salud de los
jugadores estaba en peligro y que el problema debería resol­
verse . . . " Así, supimos que ya a principios de diciembre, des­
pués de la decimotercera partida, se había dicho esto, ¿dónde
y a quién se le dijo? Se nota una extraña confusión sobre "ár­
bitros, organizadores, espectadores y jugadores". Yo, por lo
menos, no oí hablar de la posibilidad de terminar el encuen­
tro hasta el 1 de febrero, esto es, después de la cuadragésimo
séptima partida, cuando el tanteo era de cinco a dos .
»El papel de mediadores lo hicieron primero el árbitro prin­
cipal, el gran maestro Gligoric y, más tarde, el jefe del jurado
de apelación, Kinzel. Su misión de paz no tuvo éxito. Fue en­
tonces cuando alguien hizo correr el rumor de que ambos ju­
gadores no se encontraban muy bien y la preocupación por
los dos mejores jugadores del mundo se expresó a menudo.
En cuanto a mí, desde el 1 de febrero hasta el final del en­
cuentro, continué diciendo a todos los funcionarios con los
que me topaba que me encontraba bien y que el campeonato
debía continuar.
»Con percepción retrospectiva, Kárpov creyó que la parti­
da debería continuar también : "El programa del encuentro es
ley y no debería haber ningún otro resultado aparte de conti­
nuar el campeonato", dijo a la agencia Tass . Aquí es donde
se puede citar la cláusula 6 . 3 2 del reglamento del campeona­
to mundial : "Un encuentro debe continuar hasta que lo gane
uno de los jugadores, como se especifica en la cláusula 6 . 2 1 ,
o hasta que e s detenido bajo las condiciones de l a cláusula
6 . 2 2 . " Para dejarlo más claro, miremos la cláusula 6 . 2 1 : "El
jugador que gana seis partidas, sin contar las terminadas en
tablas, se convierte en campeón mundial. El número de par­
tidas no tiene límite . " Cláusula 6 . 2 2 : "Si el jugador deja de
participar en el encuentro o si el jurado de apelación declara

1 72
que él ha perdido, el encuentro ha terminado. El oponente de
este jugador se convierte en campeón mundial. " En este con­
texto la referencia del presidente de la FIDE a los supuesta­
mente poderes sin límites otorgados a él por la cláusula 6 . 1 1
parece extraña, por no decir otra cosa peor. La cláusula dice :
"El presidente de la FIDE representa a la Federación y tiene
el derecho de tomar las decisiones finales en todos los asun­
tos que conciernen al campeonato en general. En la supervi­
sión del campeonato él consulta y coopera con los árbitros y
organizadores . " Como muy claramente define la cláusula 6.3 2
las posibles formas de terminar el encuentro, cualquier des­
viación equivale a romper las reglas . Es absurdo usar una
cláusula del reglamento para anular otra. Desgraciadamente,
los periodistas no conocían estos detalles y la observación de
Campomanes, "debería estar claro", no produjo ninguna reac­
ción.
»Sin embargo, sería ingenuo suponer que Campomanes,
que siempre pedía que las reglas fueran observadas, no se
diera cuenta de que su decisión iba contra el reglamento. ¿A
qué recurrió el presidente de la FIDE? Tratemos de analizar
la situación independientemente y de buscar las razones, aun­
que es improbable que alguna vez sepamos muchas cosas
sobre las negociaciones que tuvieron lugar entre el 1 y el 15
de febrero. Déjenme recordarles que sólo se jugó una partida
durante estos días.
»El documento que puede arrojar alguna luz sobre el asun­
to es la carta del jefe de la Federación Soviética de Ajedrez,
V� A. Sevastyanov, al presidente de la FIDE, fechada el 1 3
de febrero. E n la carta él expresa, en nombre de l a Federa­
ción, su preocupación por la salud de los jugadores y sugiere
un descanso de tres meses . Esta sugerencia se hizo partiendo
del principio de que no iba contra el reglamento, lo que es
verdad, pero sólo porque no se menciona en el reglamento.
" ¿ Se puede hacer un viaje a la luna durante el encuentro?",
preguntó M. M. Botvinnik después de leer la carta. "Tampo­
co va contra el reglamento. "
»Sin embargo, l a principal razón es e l acuerdo d e 1 976
entre Kárpov y Fischer sobre la duración sin límites de los
campeonatos, que proyecta un descanso después de cuatro
meses ( los cuatro meses acabaron el 10 de febrero) . Se ha
dicho que esto no afectó al campeonato mundial de 1 975, sino
a un encuentro comercial no oficial que Campomanes estaba
tratando de organizar. Y podría añadir que en todas las en­
trevistas concedidas entonces y en su libro En �1 remoto Ba-

173
guío, Kárpov siempre negó la existencia de cualquier acuerdo
concreto sobre el antes mencionado encuentro.
»También se debe considerar la información que dio Cam­
pomanes en sus respuestas a algunas de las preguntas he­
chas en la conferencia de prensa. Por ejemplo : " Dejé a Kár­
pov literalmente veinticinco minutos antes de venir aquí." Las
negociaciones detrás del escenario, excluyendo a uno de los
participantes, siguieron hasta el último momento. Aún es más
interesante el comentario : "Si hubiera estado conmigo en la
última hora, lo entendería todo. " Así, de acuerdo con Campo­
manes, la respuesta al misterio es la posición de Kárpov. De
modo que ¿cómo se sentía Kárpov respecto a terminar el en�
cuentro?
»Antes del 1 5 de febrero nunca lo dejó claro. Sin embar­
go, en la conferencia de prensa, después de que el presidente
anunciara su decisión, declaró que no estaba de acuerdo y
pidió que el campeonato continuara. Yo también confirmé que
estaba dispuesto a seguir. Esto debería haber sorprendido a
Campomanes, que dijo en la declaración original que ambos
jugadores estaban de acuerdo. En este momento el mismo
Kárpov sugirió anunciar un descanso para encontrar la deci­
sión final. Aunque, lógicamente hablando, no había nada que
solucionar porque ambos jugadores habían declarado que es­
taban dispuestos a continuar. Sin embargo, la reunión de los
funcionarios de la FIDE y de la Federación Soviética se redu­
jo a persuadirme para que apoyara la decisión del presiden­
te. Y todo el tiempo Kárpov estuvo diciendo que él debería
tener el derecho a un encuentro de vuelta si perdía el cam­
peonato en septiembre.
»Fue durante esa improvisada discusión cuando vi con ab­
soluta claridad que mi disposición personal de jugar no im­
portaba en absoluto. La decisión ya se había tomado y yo
estaba en desventaja. Campomanes, los representantes de la
Federación Soviética y el propio Kárpov, todos sabían que el
encuentro había terminado y que eran sólo las condiciones
específicas y mi "negativa a cooperar" lo que les hacía pre­
sentar todo el asunto como una discusión.
»Al anunciar la "decisión final", el presidente tuvo cuida­
do en decir qué opinaban los participantes : " Kárpov apoya la
decisión, Kaspárov la acatará. " No podía tenerlo mejor. Un
jugador se pone al lado del presidente; el otro, con nadie con­
tra quien jugar, ha de conformarse con la situación. Esto po­
día ser el final, pero la posterior declaración de Kárpov demos­
tró que, a pesar del apoyo del presidente, tenía sus recelos .

1 74
»Es interesante considerar en este contexto la carta abier­
ta de Kárpov a Campomanes, el 19 de febrero de 1985, en la
que pide una reanudación del encuentro lo más pronto posi­
ble. Sus razones son dignas de mención : " Estoy seguro de
que estás actuando para mayor beneficio del ajedrez, pero
estoy convencido de que lo que en realidad ha sucedido re­
dunda en detrimento del juego, por no hablar de mi reputa­
ción, tanto como deportista como en el aspecto social, que
durante muchos años era considerada intachable ." También
se refiere a que los participantes sienten una "buena disposi­
ción a continuar el encuentro hasta que esté claro un resulta­
do final, como está especificado en el reglamento aprobado
por el Congreso de la FIDE". ( Esta oscura frase podía haber­
se sustituido por una referencia a la cláusula 6.32. )
»Pero luego leímos : "En cuanto a mí, sería necesario con­
tinuar el encuentro para que una vez más se probara mi total
compromiso con los principios de las competiciones deporti­
vas . " Parece ser que a Kárpov le preocupa mucho más su re­
putación que el saltarse las reglas, aunque trate de no de­
mostrarlo. Es interesante que, sin estar de acuerdo con el pre­
sidente, Kárpov también explica su posición en términos del
"interés del ajedrez".
»Kárpov nos recuerda que la Federación Soviética de Aje­
drez no pidió que el encuentro finalizara, sino sólo que se nos
diera a todos un tiempo para poder descansar. Esto no fue lo
que pedimos, señor presidente.
»En conjunto, la carta de Kárpov es un firme intento de
influir en la opinión pública que se estaba poniendo contra
él; no era probable que hubiera considerado seriamente la po­
sibilidad de volver a empezar a jugar. Al anular su "decisión
final", Campomanes se hubiera desacreditado del todo. Pero,
incluso en este caso tan poco probable, Kárpov hubiera gana­
do algo, varias semanas de descanso, en comparación con una
o dos interrupciones técnicas .
»La primera frase d e l a carta e s quizá l a más interesante :
" Por lo que se refiere a nuestra discusión durante tu última
visita a Moscú . . . " Esto recuerda la observación de Campoma­
nes en la conferencia de prensa : "Si hubieran estado conmigo
durante la última hora más o menos . . . " Entonces, ¿se pusie­
ron o no de acuerdo los dos justo antes de la conferencia de
prensa del 15 de febrero? Sólo lo podemos imaginar . . .
»El 3 de marzo, en la entrevista con l a agencia Tass que
ya hemos mencionado, Kárpov comenta la actuación de Cam­
pomanes de manera algo diferente : " El 15 de febrero se tomó

175
una precipitada decisión sin tener en cuenta varias conside­
raciones muy importantes . " Bueno, es evidente que fue una
decisión precipitada . Y compara dos declaraciones del presi­
dente : "Los recursos físicos e incluso psicológicos no sólo de
los participantes sino de todos los que están relacionados con
el encuentro están agotados" y "creí que debía parar y pen­
sar en el resultado de la competición que podría haber dura­
do todavía mucho tiempo. " ¿Es esto lógico?
»De todas maneras, la prisa es algo fácil de justificar : tras
48 partidas era para Carnpornanes el momento más convenien­
te para detener el encuentro, 24 más 24, dos encuentros según
las viejas reglas . En la conferencia de prensa aludió muchas
veces a este supuesto razonamiento ; las consideraciones que
no se tuvieron en cuenta eran, en realidad, las instrucciones
que había dado Kárpov.
»Para demostrar esto, citaré lo que dijo Kárpov en la con­
ferencia de prensa. De esta manera expresó su desacuerdo con
la decisión del presidente : "Debernos continuar el encuentro
porque yo no apruebo la propuesta de pararlo y volver a em­
pezar con un tanteo igual. " Sería lógico suponer que Kárpov
y Carnpornanes hubieran negociado también una opción dife­
rente, que daría a Kárpov toda clase de ventajas, por ejem­
plo, él podría ser declarado ganador, un nuevo encuentro em­
pezaría con el tanteo de 5 a O, etc . . .
»Aparentemente, Carnpornanes no podía unirse a estas pe­
ticiones ante la prensa mundial, así que tornó una decisión
que, según él, lo mejor que tenía era que no satisfacía a nin­
guno de los jugadores. Pero recuerden que Kárpov le apoyó y
¿cómo se explica eso ? Es fácil si suponernos que Kárpov no
iba a cambiar de idea ; en aquel momento detener el encuen­
tro era más importante que conseguir ciertos privilegios . Cuan­
do uno se da cuenta del peligro inminente de perder el cam­
peonato si continúa, siempre puede conseguir lo demás en pos­
teriores negociaciones tras el escenario. De todas maneras,
faltaba medio año para que empezara el supuesto encuentro.
»A medida que se piensa en esto, uno no puede evitar tra­
zar un paralelo entre las aparentes contradicciones del pensa­
miento de Kárpov y los posteriores comentarios de Carnpo­
rnanes, Gligoric y Kinzel, sobre su gran preocupación por la
salud de los jugadores. No necesitaban preocuparse por mi
salud, así que podernos asegurar que el encuentro se terminó
de una manera artificial, tal y corno deseaba Kárpov.
»Como se da cuenta de que ahora está en una posición
dudosa, Kárpov va tratando de demostrar su desacuerdo con

1 76
Campomanes . Sin embargo, tiene mucho cuidado en sus crí­
ticas, evitando los puntos peligrosos y poniendo énfasis en el
daño hecho a sus propios intereses .
»Mi posición fue siempre muy simple : todos los razona­
mientos deben resolverse sobre el tablero de ajedrez . En su
carta a Campomanes, Kárpov dice algo que es cierto : " . . . él
[KaspárovJ está molesto porque ha sido intencionadamente [el
subrayado es mío ] privado del derecho a competir por el títu­
lo mundial . " No podía haberlo dicho mejor.
»No se puede dejar de trazar ciertos paralelos con la his­
toria del ajedrez . Hace diez años exactamente, en medio de la
discusión sobre el campeonato mundial entre Kárpov y Fis­
cher, la Federación Soviética de Ajedrez pidió, con toda su
autoridad, iguales derechos para el campeón y el aspirante.
Aquí hay una cita directa de su declaración del 1 3 de marzo
de 1 975 : "La Federación Soviética tiene una vez más que lla­
mar la atención de la comunidad deportiva mundial sobre la
insalubre atmósfera creada alrededor del próximo campeona­
to mundial . . . Se tiene la impresión de que el aspirante, que
recientemente ha ganado dos Osear de oro, está siendo pues­
to en una situación humillante. A algunas personas les gusta­
ría verle en un papel secundario, acompañando dócilmente los
caprichos del campeón mundial. La actitud se está volviendo
más autoritaria. No hay ningún respeto ni por el adversario
ni por las tradiciones deportivas. . . Las reglas no pueden ser
sustituidas jugando a perder. La PIDE debería ser más inde­
pendiente. Las actividades ilegales durante el campeonato
mundial han reducido la autoridad de la PIDE y cualq uier
cosa que la dirección pueda pensar, es ahora dudosa si es
conveniente para el papel. [El subrayado es de nuevo mío . ]
L a responsabilidad d e todas las posibles consecuencias e s de
aquellos que permiten que las competiciones se conviertan en
negociaciones sin principios . " Mucho de lo que se dijo enton­
ces es interesante ahora y no sólo desde el punto de vista
histórico.
»La situación en el ajedrez es muy difícil ahora . La arbi­
traria decisión del presidente causó la ira general. Kárpov está
de acuerdo con esto : "Estoy seguro de que muchos aficiona­
dos no están satisfechos con el hecho de que la competición
no haya acabado. " Las esperanzas del público se vieron de­
cepcionadas, por lo tanto creo que antes de seguir adelante
se debería valorar adecuadamente lo sucedido . Es necesario
hacerlo para evitar que esta clase de hechos se repitan. La
opinión pública puede jugar un papel decisivo a la hora de

1 77
detener a unos negociantes de los que se creía que quedarían
sin castigo.
»Desearía creer que, a la larga, los verdaderos intereses
del ajedrez se pondrán por encima de los intereses egoístas
de las personas que quieren convertirlo en una actuación pú­
blica realzada, a veces, por el escándalo. En el pasado, el de­
porte ha tratado de superar serios problemas, dejemos que
ahora la verdad sea también la ganadora.»
Era una ingenua esperanza; como en cualquier guerra, la
primera víctima sería la verdad .

178
CAPÍTULO 1 0

E N LA CIMA DEL MUNDO

En los medios de información occidentales hubo especulacio­


nes sobre si yo sería censurado por las autoridades soviéticas
por mis francas observaciones en la conferencia de prensa de
Campomanes, el 15 de febrero de 1 98 5 . Para ellos era incon­
cebible que un ciudadano soviético expresara en público su
desacuerdo y no fuera castigado. El corresponsal en Moscú
de The London Times dijo: «Para muchas figuras públicas so­
viéticas tal acción hubiera representado un desastre político
y profesional.» Afirmó también que el «aspirante había asu­
mido el riesgo de que su condición de estrella le protegería
de la ira oficial>>, y concluía diciendo que mi conducta sólo
podía ser tolerada en esta ocasión : «A pesar del agudo ma­
lestar y de la cólera de los funcionarios soviéticos por el arre­
bato de Garri Kaspárov, los expertos en ajedrez dicen que no
es probable que pueda ser perseguido o castigado.» Yo no es­
taba tan seguro.
En la Unión Soviética la situación era muy confusa, ya
que la prensa sólo había informado escuetamente de los he­
chos referentes a la decisión de abandonar el encuentro . Para
el hombre de la calle parecía incluso como si todo este movi­
miento se hubiera llevado contra los intereses de Kárpov, para
impedirle ganar el campeonato, ya que él iba por delante por
cinco a tres . É l había ayudado a hacer posible este rumor con
su carta abierta a Campomanes, pidiendo que el encuentro se
reanudara. En esta atmósfera de misterio, las autoridades es­
peraban poder librarse de tomar una decisión y que el escán­
dalo pronto se olvidara en todo el mundo.
Mientras tanto, lejos del escenario del drama y de la gran
excitación, yo esperaba en Bakú. Pero nada sucedió. Sabía que
las autoridades no olvidarían mi rebelión pública y, de algún

179
modo y en algún lugar, estarían tramando su venganza. No
tenía ni idea en qué consistiría o cuándo recibiría el primer
golpe. Fue un momento de gran incertidumbre en la Unión
Soviética, ya que Mijail Gorbachov se había converti do en el
secretario general, el 1 1 de marzo de 1985, anunciandb un pe­
ríodo de cambio histórico. Aún no se podía prever qué efecto
tendría su nuevo estilo en la Unión Soviética; pero yo tenía la
impresión de que acabaría siendo algo bueno para mí. Su as­
censo al poder me dio valor y esperanza en mi lucha por la
pureza, democracia y apertura en el ajedrez, porque notaba
que éstos eran sus objetivos al reformar todos los aspectos
de la vida soviética .
Algunos comentaristas occidentales vieron que mi propio
destino podía muy bien estar unido a la llegada del nuevo
líder a Moscú . The Times escribió : «La subida al poder del
nuevo jefe soviético, Mij ail Gorbachov, ha sido la señal para
una rápida limpieza de la viej a guardia del Kremlin. Nue­
vos hombres y nuevas ideas están llegando; hubiera sido sor­
prendente si este frenesí de actividad no cubriera también
las más importantes actividades deportivas y culturales en la
Unión Soviética : el ajedrez . . . Gorbachov puede no estar rela­
cionado directamente con el ajedrez; el mismo Kaspárov puede
no creer en tales términos políticos. Pero no hay que pasar
por alto que uno de los miembros del Politburó que asciende
con más rapidez, Geidar Aliev, procede de Azerbaiján. Tiene
fama de ser un seguidor de Kaspárov. La influencia en las
altas esferas no es algo desdeñable en la Unión Soviética. En
cualquier caso, si el joven Kaspárov va a cumplir con su pa­
labra, si va a sobrevivir y prosperar, será mejor que juegue
bien.»
Dominic Lawson, hijo del ministro de Hacienda británico,
escribió en The Financia! Times : «Podría ser que, mientras
Gorbachov crea un nuevo estilo de liderazgo, articulado, ur­
bano y decisivo, el joven de Bakú esté empeñado en conver­
tirse en parte de la nueva imagen que la Unión Soviética quie­
re presentar al mundo exterior.»
La gente recordaba que en 1 97 4 Víktor Korchnói había sido
castigado por declarar mucho menos de lo que yo había dicho,
cuando hizo unos comentarios críticos sobre el juego de Kár­
pov, incluso antes de que se convirtiera en campeón mundial.
Por esto había sido expulsado del equipo nacional por el Co­
mité Deportivo, descalificado, privado de derechos políticos y
condenado al ostracismo. No pudo ir durante un tiempo a
competiciones en el extranjero . En 1 976, algo similar había

1 80
sucedido con mi entrenador, Alexander Nikitin, que se ha­
bía atrevido a expresar una opinión contraria a la de Kárpov.
Una década antes, esto hubiera sido considerado como un cri­
men de lesa majestad : ¿hasta dónde había avanzado la socie­
dad soviética ?
Me animó la reacción de mis paisanos de Bakú, después
del resultado del primer encuentro : sabían que había sido en­
gañado . Y no sólo sucedió en Bakú ; empezaron a escribirme
personas de todas partes de la Unión Soviética . Cuando reci­
bí esta Balada del maratón de un viejo de Leningrado, me
sentí tan animado que me la aprendí de memoria. La repito
aquí en una traducción literal ( sin rima ) :

l. Nuestro jefe e s un campeón, empezó u n maratón.


Por primera vez en la historia, cien vueltas alrededor
del estadio.
Uno de sus oponentes se asustó y nunca lo reveló, otro
es demasiado viejo y abandonó .
11. El campeón está empezando otro maratón, todos le
apoyamos porque es el jefe.
Es el favorito en la opinión de todo el público.
Conservará su título con facilidad .
Es un campeón profesional, aunque un deportista afi­
cionado.
111. E l otro corredor e s u n joven, aunque s u mamá está
con él, como si fuera un bebé.
La salida, pero el chico se retrasa en la salida.
El jefe está embistiendo hacia adelante, los aficiona­
dos le aclaman.
Aquellos a los que el jefe de la unión comercial dis­
pensó del trabajo y trajo aquí .
IV. El jefe va dos largos por delante después de los pri­
meros cien metros .
El hombre de la unión comercial está contento, se está
acercando a él.
Los reporteros están ocupados escribiendo artículos
sobre él .
El entrenador del joven le dice que abandone ya que
evidentemente está perdiendo.
V. Pero el chico no abandona .
El campeón está todavía dos largos por delante, pero
él se niega a arrojar la toalla.
El hombre de la unión comercial frunce el ceño detrás
de sus gafas :

181
«Esos principiantes son demasiado rápidos, éste es un
trabajo para un hipnotizador.»
VI . Anuncian por los altavoces públicos del__estadio :
«Con cada nueva vuelta la actuación del campeón se
está volviendo más espectacular.
El chico tiene que estar a su altura, pero esto es sim­
plemente tratar de copiar al campeón, cosa que por
desgracia todavía está permitida en los deportes .»
VII . La trigésima vuelta, la trigésima segunda.
De pronto el jefe no lo está haciendo tan bien.
El joven no debería adelantarle.
Así que el jefe detiene su embestida hacia adelante.
Dice : <<Vamos a parar un minuto y descansar, y des­
pués continuará la carrera.»
VII I . Están tratando d e encontrar una estrategia.
Un equipo de médicos está trabajando.
Las computadoras funcionan toda la noche.
Ahora el jefe se levanta y empieza a correr de nuevo.
Pero él no se queda atrás, el que se supone que se
retrasa porque no quiere esperar.
IX. Al ver el peligroso equilibrio de las fuerzas,
el comité organizador se reúne.
Solicitan un descanso, por si acaso.
Entonces el portero se toma un descanso, después el
vigilante del garaje y el encargado del ascensor.
Pero el joven todavía está corriendo,
¿Es indestructible o algo por el estilo?
X. En la centésima vuelta al jefe no le quedan fuerzas .
Así que inmediatamente anuncian un descanso.
Porque los espectadores están cansados .
Ahora el descanso se prolonga dos semanas .
Y, justo en el momento oportuno, han enviado un
papel del depósito de cadáveres .
XI . El chico empezó a gritar :
«Eh, dejadme ir, dejadme acabar, el final está muy
cerca.»
Pero dos árbitros imparciales le dicen :
«No seas tonto,
estás agotado y no puedes seguir.»
XI I . Eres demasiado joven e inexperto para ser u n cam­
peón.
No te olvidaremos, no te preocupes .
Si no, el comité organizador usará su poder ejecutivo
para decidir quién merece ser el campeón.

1 82
XIII. Retrasaremos l a salida diez años, porque t ú eres de­
masiado precioso.
No podernos arriesgarnos a arruinar tu salud, ¿sabes ?
Que tú corras cien metros, o ciento setenta y cinco ki­
lómetros, no se supone que lo sepas en esta etapa.
Y dónde está el final, lo descubrirás cuando llegues
a él.

No obstante, debido a toda esta clase de apoyo moral, supe


que tenía que prepararme a fondo para la batalla fuera del
tablero de ajedrez, corno siempre me había preparado para
un torneo, pensando por adelantado todas las posibles varia­
ciones que mis oponentes podrían usar y estando dispuesto a
contraatacar. En mi análisis quedaban claras varias cosas . Mi
enemigo estaba ahora al descubierto y conocía la amenaza que
yo suponía para su título y para la posición pública que re­
presentaba. Sabía mejor que sus consejeros que mi recupera­
ción en el primer encuentro no se había debido simplemente
a su agotamiento físico, sino todo lo contrario : su psique se
derrumbó a causa de la mejora de mi juego, para lo cual no
podía encontrar respuesta. Su mayor objetivo sería evitar un
próximo encuentro. Lo conseguiría arrastrándome a una si­
tuación que me obligara a retirarme; quizá alguna secreta dis­
puta sobre el reglamento en la que él encontraría el apoyo de
su amigo Carnpornanes y de la Federación Soviética de Aje­
drez. Desde un punto de vista realista, mi conclusión era que,
aunque podía ganar a Kárpov o a cualquier otro en el table­
ro, no podía vencer a Carnpornanes. Había en ello demasiado
poder ejecutivo comprometido; era realmente algo espantoso.
Mi única esperanza era la publicidad ; gracias a ésta se
había puesto de manifiesto mi lucha, el 1 5 de febrero, en las
primeras páginas de los periódicos de casi todos los países,
excepto, por supuesto, del mío propio. Pero en esa ocasión
fueron mis enemigos los que me habían alargado el micrófo­
no. En la conferencia de prensa, fue alguien del grupo de los
hinchas de Kárpov el que primero gritó, ((dejad que Kaspá­
rov dé su opinión», y esto es lo que impulsó a Kárpov a decir
a Carnpornanes en el escenario : «Creo que deberíamos invitar
a Kaspárov aquí . » Fue entonces cuando el mismo Campo
pidió : «Garrí, ¿quieres venir y dar tu opinión?» Debieron
aprender algo de este error por lo que no podía esperar la
misma cortesía en el futuro. Tendría que buscar yo mismo
mis oportunidades .
Mientras tanto, Campo no había estado ocioso; había

183
hecho una gira a golpe de silbato por las federaciones del
mundo hispano y por los Estados Unidos para corregir lo que
él calificó como «absolutas deformaciones de los hechos» y
«un modelo de desinformación» sobre el final del encuentro de
Moscú . Dijo que había «tratado de desengañar a las mentes
de quienes en seguida habían adoptado una opinión crítica,
porque basaban sus conclusiones en repetir lo que era una va­
riación de los hechos». Incluso declaró, maldiciendo a «los re­
torcidos y malévolos», que su propia versión de los aconteci­
mientos había sido recibida con frenéticos aplausos en los paí­
ses que visitó. Llegó a ser capaz de describir su decisión como
cda mejor que nunca tomé». Sin embargo, como Ray Keene
observó cuando Campomanes visitó Londres : c< É l parte de la
discutible premisa de que era necesaria una "decisión" des­
pués de todo. En realidad no se necesitaba ninguna decisión
ya que el encuentro se desarrollaba según el reglamento y éste
le hubiera permitido seguir su curso.» Esto era exactamente.
A finales de abril se hicieron las ofertas de los países que
deseaban organizar el encuentro en septiembre; hubo una muy
fuerte, de 500 000 libras, de Marsella y una menor de Lon­
dres, que llegó a las oficinas de la FIDE en Lucerna minutos
antes de la fecha tope. El consejo ejecutivo de la FIDE, reu­
nido en Túnez, hizo la lista de las cinco candidaturas : Fran­
cia sola; compartido entre Francia y la Unión Soviética; com­
partido entre Francia e Inglaterra ; la Unión Soviética sola ;
compartido entre Francia, la Unión Soviética e Inglaterra. Kár­
pov optó por Moscú ; yo dije que me alegraría de que el en­
cuentro se jugara en la Unión Soviética, pero no en Moscú,
porque esto pondría a Kárpov en una clara ventaja. Sugerí
Leningrado; envié mi propuesta a la Federación Soviética de
Ajedrez y a la FIDE. Ambas fueron rechazadas e imprimie­
ron en la propuesta de Kárpov : «Conforme.»
Como Kárpov deseaba jugar en Moscú, la posibilidad de
Leningrado ni se planteó; no tenía importancia donde yo qui­
siera jugar. Kárpov dijo Moscú, por lo que la Federación So­
viética y Campo estuvieron de acuerdo, incluso contra la opi­
nión de su propio consejo ejecutivo. Ahora creo que también
se eligió Moscú porque allí tendrían todos menos problemas
si más tarde resultaba que el encuentro no iba a celebrarse.
No querían arriesgarse a tener que hacer compensaciones mo­
netarias, como las que reclamó Pasadena en 1 983, que causa­
ron en su tiempo muchas molestias a las autoridades soviéti­
cas. Además, si al final se realizaba el encuentro, podrían con­
trolarlo mejor en Moscú que en cualquier otro lugar.

1 84
Yo estaba e n fadado, pero no sorprendido, por esta deci­
sión. Formaba parte de la táctica de provocación destinada a
disgustarme y a forzar mi retirada. Decidí expresar mi desa­
probación, pero sin hacer de ello una cuestión de renuncia.
En algún sitio tenía que sentarme enfrente de Kárpov. Era
posible ganarle incluso en Moscú ; difícil, pero no imposible.
Irónicamente, un año más tarde la Federación Soviética de
Ajedrez recordó que yo una vez había propuesto Leningrado
y usó este hecho en mi contra. Aunque habían descartado la
idea en seguida, la recuperaron cuando les convino. ¡Y cuan­
do ya no me convenía a mí !
En esa época yo conocía mejor la verdadera capacidad de
los jugadores y las condiciones del encuentro . Para mí no
había campeón mundial desde el abandonado encuentro de
Moscú . El campeonato estaba en el limbo, como lo había es­
tado entre 1 946- 1 948, después de la muerte de Alekhine. El
campeón mundial desde 1 975 a 1 984 tendría que jugar con
el que resultara vencedor de las series de encuentros aspiran­
tes jugados entre 1 982- 1 984 para lograr el derecho a ser lla­
mado campeón. Decir que Kárpov era todavía campeón signi­
ficaba que él había conservado su título cuando en realidad,
incluso en palabras de Campo, el encuentro había «termina­
do sin una decisión». La importancia de este punto se vería
sobre todo si el encuentro terminaba en tablas después de 24
partidas más . Si Kárpov era ya considerado el campeón mun­
dial, conservaría su título en esa situación, como hizo Botvin­
nik después de hacer tablas en los desafíos con Bronstein
en 1 95 1 y Smyslov en 1 954. En otras palabras, Kárpov sólo
necesitaría doce puntos para ser campeón mientras que yo
necesitaría doce y medio. É l tendría el beneficio de las ta­
blas . Mi propuesta fue ésta, que en caso de unas tablas des­
pués de 24 partidas, jugaríamos otras seis . Si todavía siguié­
ramos igualados después de 30 partidas, yo admitiría que
Kárpov recibiera el título de campeón mundial, no que lo
retuviera.
Existía también la . controvertida cuestión de un encuentro
de vuelta . Si a Kárpov se le otorgaba la condición de cam­
peón mundial antes de que empezáramos, entonces él podía
reclamar un encuentro de revancha si perdía. Yo no buscaba
un encuentro de vuelta tanto si ganaba como si perdía. Tenía
la impresión de que 72 partidas, o quizá 7 8 , serían suficien­
tes para determinar el actual ciclo del campeonato mundial .
Ya que Campomanes y la Federación Soviética de Ajedrez ha­
bían expresado tan conmovedora preocupación por la salud

1 85
·
de los jugadores, supuse que compartirían esta actitud . PerO,
en esto, como en tantas otras cosas, quedé desilusionado.
Un par de semanas después del 1 5 de febrero, no había
quedado claro todavía si Kárpov era aún oficialmente el cam­
peón mundial o no. La prensa soviética había hablado de no­
sotros simplemente como dos grandes maestros. Pero a pri­
meros de marzo la situación cambió. Concedí una entrevista
en la cual tuve cuidado de no decir nada provocativo o insul­
tante. Entonces Kárpov, en otra entrevista, dejó claro que él
se consideraba todavía el campeón y empezó a justificar su
posición sobre el final del primer encuentro, afirmando que
él era el único que realmente había querido continuar.
Empecé a tener una extraña sensación. É l hablaba con
mucha confianza sobre su situación; para mí estaba claro que
Anatoli Campeón Mundial Kárpov todavía guardaba alguna
sorpresa en su manga. No abandonaría su trono fácilmente y
menos con la ayuda de aquellos que formaban la peana de
su estatua heroica. La realidad era que había recuperado la
forma física y esto hizo a las autoridades más valientes . Ya
no había necesidad de andar con mucho sigilo a su alre­
dedor.
El primer gran problema se planteó con el Osear de aje­
drez de 1 984 que estaba a punto de proclamarse. Era impor­
tante para nosotros dos, porque el resultado reflejaría la opi­
nión de los periodistas especializados en ajedrez de todo el
mundo sobre nuestro primer encuentro. Algunos decían que
Kárpov estaba destinado a ganar porque había ido delante
por cinco a uno contra mí el 3 1 de diciembre de 1 984, el año
por el cual el Osear era concedido. Otros decían que no, por­
que el campeonato mundial había concluido sin una decisión,
de modo que los puntos no contaban. Además, Kárpov había
sido el perdedor moral. El resultado del encuentro no ha­
bía sido aceptado en muchas partes del mundo del ajedrez,
incluyendo Gran Bretaña, Yugoslavia, Alemania y los Esta­
dos Unidos, y esto sería una oportunidad para presentar su
protesta por la conducta de Campo.
La votación se había hecho después de que el encuentro
acabara, de modo que los periodistas podían formarse sus pro­
pias opiniones sobre lo que podía haber sucedido si Campo
no hubiera intervenido. Suponiendo que yo hubiese llegado a
ganar por seis a cinco, por ejemplo, ¿debería esperarse que
los periodistas ignoraran ese resultado y pensaran sólo en el
cinco a uno a favor de Kárpov de finales de año? Era obvio
que tendrían en cuenta los acontecimientos anteriores al 1 5

1 86
de febrero, incluso si estrictamente no se suponía que lo hi­
cieran.
Si el campeonato mundial se había dejado sin decidir, en­
tonces nuestros derechos al Osear estaban muy igualados :
Kárpov había ganado dos torneos y yo había derrotado a
Smyslov en el desafío final de Lituania en el primer cuarto
del año 1 984. Yo también había ganado el Osear de 1 983, des­
pués de mis encuentros para ser aspirante contra Korchnói.
Sugerí que en estas extrañas circunstancias la ceremonia de
la entrega del Osear debía ser cancelada, o nosotros dos reti­
rarnos, porque todavía quedaba por establecer la cuestión de
cuál era el jugador más fuerte.
Lo que sucedió fue muy curioso. Campo estaba todavía
alborotando de un lado al otro del mundo para justificar su
decisión; un Osear para Kaspárov sería un golpe para él, por­
que sugeriría que el mundo del ajedrez aceptaba mi versión
de los hechos y que me consideraba la víctima de su arbitra­
rio poder. Da la casualidad de que España es una federación
muy partidaria de Campo, dirigida por uno de sus principa­
les acólitos, Román Torán. Así que Campo y Kárpov fueron
invitados a España el 2 1 de abril, justo tres días antes de
que los sobres se abrieran en Barcelona.
Aún más curioso fue el hecho de que de repente se intro­
dujeron dos innovaciones en el sistema de otorgar el Osear
ese año. El consejo ejecutivo y el comité central de la FIDE
votaron, y un grupo muy amplio de periodistas, de las más
pequeñas federaciones y amigos de la FIDE, votaron en el
último momento. Cuando se abrieron los sobres, Kárpov había
ganado sólo por 30 votos : 1 390 contra mis 1 360. El primer
elegido de cada lista obtiene 1 5 puntos, el segundo 1 2 , el ter­
cero 9 y así sucesivamente, de modo que pueden ver qué poca
diferencia había realmente. Yo no tenía ninguna duda de que
habría ganado fácilmente si las reglas no se hubieran cam­
biado bajo la cuidadosa supervisión de Campomanes, Kárpov
y Torán, que estaban todos en Barcelona en aquel momento.
Curiosamente, a estos nuevos grupos no se les pidió votar los
años siguientes. Noté con interés que se había introducido otra
innovación : por primera vez, la ceremonia del Osear se re­
transmitió por la televisión soviética. De modo que la «victo­
ria» de Kárpov se convirtió en una celebración nacional. No
hay ni que decir que mi Osear del año anterior apenas había
sido mencionado.
Empecé a tener una molesta sensación de que mi encuen­
tro no iba a jugarse nunca. Si perdía, sabía sin ninguna duda

1 87
que sería aplastado y destrozado, cosa que les daría gran sa­
tisfacción. Pero no se atreverían a arriesgarse. Algunos fun­
cionarios deportivos ya me decían que necesitábamos un �m­
peón mundial cuya imagen fuera un crédito para la Unión So­
viética . Les pregunté : <<¿Necesitan un campeón mundial o a
Anatoli Campeón Mundial Kárpov?»
Estaba decidido a no permitir que todas esas provocacio­
nes crearan una crisis que me impidiera jugar el encuentro,
ya que ésta era la esperanza y la intención de los del otro
lado. Al mismo tiempo, tenía que hablarle al mundo de estas
injusticias, de modo que mis enemigos supieran que no era
completamente impotente y que cada paso en falso que die­
ran sería registrado para la posteridad. Decidí jugar dos en­
cuentros en el extranjero como preparación para el que había
de jugar con Kárpov; mis adversarios y los lugares fueron cui­
dadosamente elegidos con el campeonato en mente. Jugaría
contra Robert Hubner, el gran maestro alemán, en Hambur­
go y con Ulf Andersson, de Suecia, en Belgrado. Mis dos opo­
nentes, al igual que Kárpov, eran notoriamente difíciles de
ganar. También juzgué que Alemania Occidental y Yugosla­
via eran lugares ideales para atraer publicidad, ya que las ac­
tuaciones de Kinzel, el presidente de apelaciones alemán, y
de Gligoric, el árbitro jefe yugoslavo, eran en sus países temas
muy controvertidos como resultado de mis ataques por el
papel que habían jugado al final del maratón de Moscú .
Tanto Kinzel como Gligoric habían ayudado a Campo en
su intento de volver a escribir la historia, enviando informes
personales a la FIDE, que luego se distribuyeron a todos los
miembros del mundo. En ambos se repetía la mentira de que
el encuentro había terminado «de acuerdo con los deseos de
Kaspárov». Lo que querían era volver confuso todo el asunto
de modo que los vergonzosos y sucios trucos que se cometie­
ron para terminar el encuentro fueran olvidados en una gue­
rra de acusaciones y réplicas. El mundo entero sabía que el
encuentro había acabado en una farsa; sólo una minoría fiel
a la FIDE trataba aún de defender la decisión y me entriste­
cía que dos de ellos fueran las figuras, supuestamente neu­
trales, de Kinzel y Gligoric, especialmente el yugoslavo, a
quien había llegado a respetar cuando fue árbitro de mi en­
cuentro con Korchnói en Londres, en 1 98 3 .
Por l o tanto, pueden imaginarse l o que sentí cuando
Campo propuso estos dos nombres como funcionarios del pró­
ximo encuentro, a pesar de que estaban implicados en una
pública polémica verbal con uno de los contrincantes . Gligo-

1 88
ric me había escrito diciéndome : «Después de tal afirmación
por su parte, he dejado de tomarme en serio cualquier cosa
que pueda decir.» ¿Cómo podía una persona así actuar como
un árbitro neutral y cómo podía Campomanes seleccionarle
para este papel ? Hasta entonces, era una gran provocación,
algo evidentemente intolerable.
Por otra parte, no se había seguido el procedimiento co­
rrecto. Si es posible, se debe elegir a un árbitro que tenga el
apoyo de ambos bandos; en este caso había un nombre que
aparecía en la lista de Kárpov y en la mía : Lothar Schmid,
de Alemania Occidental. Campo pasó esto por alto y eligió a
Kinzel y a Gligoric. Es evidente que quería expresarles su gra­
titud por el apoyo que le dieron en su polémica decisión del
15 de febrero. El problema del árbitro principal duró todo el
verano y en él gasté parte de la energía que debería haber
empleado en entrenarme para el encuentro.
Al final, Gligoric renunció el 25 de julio en una declara­
ción hecha en Belgrado que fue leída por el presidente de la
Federación yugoslava . Sin embargo, el 6 de agosto, más de
dos semanas después, Lim Ko Ann, el secretario general de
la FIDE, anunció oficialmente que Gligoric sería el árbitro
principal . El 19 de agosto, casi un mes después de la renun­
cia de Gligoric, Campo se dirigió finalmente a Lothar Schmid ;
pero, como Campo sabía muy bien, Schmid no podía encar­
garse de la misión por haber contraído otros compromisos .
Si le hubieran enviado antes una invitación oficial, habría es­
tado disponible, como todos los implicados sabían muy bien;
Campo se deshizo de él .
Entonces, como setas después de la lluvia, empezaron a
aparecer listas de árbitros. Campo anunció que habría dos ár­
bitros principales y que actuarían en días alternos, lo que era
otra violación del reglamento para la cual él reclamó poderes
de urgencia (urgencia que él había creado) . Envié un mensa­
je al congreso de la FIDE en Graz quejándome de Campoma­
nes : «Está violando los principios morales y redactando cada
día nuevas reglas ; a propósito, he contestado a todas las car­
tas del presidente, pero parece ser que mis respuestas se han
perdido misteriosamente, ¿no es raro ? Al hacer caso omiso
de todas mis peticiones me coloca en una situación de infe­
rioridad . Sin embargo, a diferencia de él, yo actúo en pro del
mayor interés del ajedrez y por esto me siento obligado a jugar
en tales circunstancias . Sólo espero que el título del campeón
mundial se decida, esta vez, en el tablero de ajedrez .»
No iba a ser tan fácil. A finales de mayo tuve que dejar la

189
Unión Soviética para jugar en Hamburgo con Hubner en un
encuentro organizado por la revista alemana Der Spiegel. Tam­
bién concedí una entrevista ; creo que esto puso nerviosas a
las autoridades soviéticas que no podían estar seguras de lo
que diría. El Comité Deportivo me dio permiso p �viajar,
pero no me concedió ninguna ayuda para mis gastos perso­
nales. Esto era algo raro y debería haberme puesto en guar­
dia. En todo caso, los aduaneros de Moscú me pusieron ex­
trañas dificultades cuando traté de salir. El problema era por
el dinero. Yo había cometido un error técnico al no completar
el formulario hasta entonces, pero era una equivocación sin
importancia. Evidentemente, ellos buscaban alguna cosa por
el estilo, porque dijeron que no podía llevarme el dinero con­
migo.
- Lo siento . Este dinero es mío. Debo llevármelo - dije.
- No, no puede. Lo tendrá cuando vuelva a la Unión So-
viética .
Esto era muy raro. Antes nunca había tenido tales proble­
mas ; ¿querían tenderme una trampa? Después me devolvie­
ron mi billete. Si el encuentro era en Hamburgo, ¿por qué yo
tenía pasaje sólo hasta Frankfurt? ¿Quién pagaría el billete
de Frankfurt a Hamburgo, ya que yo no podía llevar el dine­
ro conmigo? ¿Qué pasaría si no había nadie esperándome allí?
Quizá debería quedarme en Moscú después de todo. Dijeron
esto dos veces, lo que me desconcertó. Era un domingo por
la mañana, de manera que no podía recurrir a ningún funcio­
nario. Tendría que esperar hasta el lunes para obtener el per­
miso de la Federación de Ajedrez . Afortunadamente le había
pedido al corresponsal en Moscú de Der Spiegel que manda­
ra un télex confirmando los arreglos en Alemania Occidental,
así que podía demostrar a los aduaneros que me irían a bus­
car y que no necesitaba llevar el dinero conmigo.
Este problema menor sobre mi declaración monetaria apa­
reció inmediatamente en una entrevista que Kárpov concedió
en Holanda, donde decía que yo tenía algunos problemas con
la ley soviética, como si estuviera envuelto en algún escánda­
lo. Y esto, recuerden, ¡ lo decía el hombre que había firmado
un contrato ilegal de un aval de 446 000 dólares en Alemania
Occidental ! Me hizo pensar si todo el asunto de los aduane­
ros había sido un plan destinado a desprestigiarme.
Finalmente llegué a Hamburgo, donde gané tres partidas
e hice tablas en otras tres contra Hubner. Entonces, después
de todas estas provocaciones y de la inquietud que sentía ante
el próximo encuentro, decidí contarlo todo al Der Spiegel, todo

1 90
sobre el escándalo de Campomanes y Kárpov, sobre las intri­
gas del primer encuentro, y mi preocupación por el segundo.
Ray Keene dijo que yo estaba «golpeándome el pecho y gri­
tando como Tarzán» en la selva. Creí que mi única esperanza
era poner todo al descubierto, de modo que si hacían algo
para impedirme jugar, todo el mundo comprendería las razo­
nes . Luego fui a Belgrado donde gané dos partidas e hice cua­
tro tablas con Anderson. Allí di a conocer mi disputa con Gli­
goric en una carta abierta que se publicó íntegramente en Po­
litika.
Ya me había expuesto del todo. Lo había hecho público
todo en Alemania Occidental, en Yugoslavia y en mis mensa­
jes a la FIDE, ninguno de los cuales había propuesto a la
Federación Soviética de Ajedrez por temor a que los obstacu­
lizaran. Sabía que no tenía alternativa y que la publicidad era
la única arma que podía usar para replicar a la insidiosa cam­
paña que se había emprendido en mi contra. No obtenía nin­
gún apoyo de la prensa soviética. La única esperanza me la
dio una entrevista que Boris Spassky concedió en Amsterdam
a la revista News in Chess. Su apoyo, aunque bienvenido, tuvo
una importancia limitada porque Spassky era ahora conside­
rado francés, al haberse casado con una mujer francesa de
procedencia rusa y al haberse ido a vivir a París. Dijo lo si­
guiente : «Cuando Kárpov aceptó la decisión de Campomanes
de terminar, lo que es algo increíble, se encontró en un tran­
ce sumamente desagradable. Fue el único que no había pre­
visto que, dada la situación, lo primero que tenía que hacer
era cuidar de su prestigio. Kárpov tuvo mucha mala suerte,
pero todo ha sido culpa suya. En lo que se refiere a Campo­
manes, con su decisión . . . destruyó realmente a Kárpov.»
De todas maneras, yo sospechaba que Kárpov estaba muy
lejos de estar destruido. Mi entrevista en Der Spiegel le pro­
porcionó a él y a sus amigos justo lo que estaban esperando.
Evidentemente no les gustó, pero les dio la oportunidad que
tanto habían buscado para descalificarme. No había caído en
las diversas provocaciones que me habían hecho : la de los
lugares del encuentro, los árbitros, los Osear y tantas otras,
pero debieron notar que por fin me habían acorralado. Cuan­
do se recuperaron de la conmoción provocada por mis obser­
vaciones y del impacto que habían tenido en occidente, se ale­
graron de verme tan lejos, en el limbo. Por lo que se refiere a
ellos yo me había condenado a mí mismo. Pero todo lo que
había dicho era verdad. Sería acusado de atacar a la Federa­
ción Soviética de Ajedrez, pero lo que había atacado no era a

191
la Federación Soviética de Ajedrez sino a la federación de aje­
drez de Kárpov; que era una federación en contra del ajedrez
soviético . Estaba dispuesto a luchar y a defenderme, pero
¿quién me escucharía ?
Kárpov debió de notar que al final me había �tralimita­
do, porque en julio en una entrevista en el periódito de Bel­
grado Sport, declaró categóricamente : «Pueden decir con toda
seguridad que no habrá cambios en el Olimpo del ajedrez .»
Normalmente, Kárpov era cauto en sus observaciones en pú­
blico, pero ésta tenía tal tono de confianza que estuve seguro
de que sabía algún secreto sobre alguna nueva intriga oculta
al resto del mundo . Obviamente tenía razón al creer que mi
entrevista de junio en Der Spiegel había frustrado mis opor­
tunidades de jugar el encuentro. En realidad, él tenía algo de
razón. Se había convocado una reunión especial de la Federa­
ción Soviética de Ajedrez para el 9 de agosto, en la cual yo
sería formalmente descalificado. Éste era el plan y él lo co­
nocía.
Afortunadamente yo también lo supe y tuve tiempo de pla­
near algunas maniobras defensivas . Como siempre, volví a
Bakú donde los funcionarios me ayudaron de nuevo, pero en­
tonces en seguida se vio que necesitaba mayor influencia po­
lítica que las otras veces. Había habido un gran pleno del Par­
tido en abril y hombres nuevos estaban ascendiendo. Esta vez
recurrí a la poderosa figura de Alexander Y akovlev, ahora se­
cretario del Comité Central del Partido Comunista soviético y
jefe del departamento de propaganda. Era un hombre muy
cercano a Gorbachov, que le había hecho volver del Canadá,
donde había sido embajador y, como tal, había organizado la
visita llena de éxitos de Gorbachov. La elección no podía haber
sido más afortunada, ya que ahora era la estrella naciente del
círculo de Gorbachov, su consejero de confianza en las rela­
ciones con occidente y que actualmente es incluso miembro
del Politburó. Si me hubiera acercado a él unos pocos meses
antes, con anterioridad a la reunión crucial que le eligió para
el Comité Central, no hubiera estado en situación de ayu­
darme.
Cuando se le planteó el problema, dijo a los funcionarios :
«De acuerdo, jugará este encuentro .» Simplemente así. Él re­
presentaba el nuevo estilo de vida soviético. Las autoridades
dijeron en términos claros que nuestra disputa tenía que re­
solverse ante el tablero de ajedrez . No podía haber más tru­
cos sucios ; debía ser un encuentro limpio. Se dejó claro al
Comité Deportivo y a la Federación Soviética de Ajedrez que

1 92
era imposible descalificar a Kaspárov, ya que yo pertenecía
al pueblo soviético lo mismo que Kárpov y que yo era el fu­
turo del ajedrez . É l comprendió esta nueva clase de relación
con occidente; era imposible aplastar a Kaspárov porque toda
la gente de occidente conocía la historia . Les previno de ata­
carme en la prensa soviética y de tratar de desprestigiar mi
imagen en el país . Era su última oportunidad y él los detuvo.
Ese día, 9 de agosto, fue un día histórico para el ajedrez so­
viético y para mi vida.
Sé, y muchos funcionarios saben, lo que habían planeado
contra mí Sevestyanov, Baturinski y Krogius en la reunión del
9 de agosto . Yo iba a ser descalificado del encuentro contra
Kárpov, dejándole a él como campeón y esta decisión iba a
ser acompañada por una campaña de desprestigio contra mí
en la prensa soviética. É sta era su orden del día antes de que
Yakovlev arruinara su cuidadosamente planeado guión. Sus
recomendaciones debían ser marcadas con un sello por el Con­
sejo Deportivo . Sin embargo, misteriosamente, es imposible
encontrar algún documento oficial con estas propuestas ; han
desaparecido en el olvido.
No se pretendía que yo estuviera presente, iba a ser con­
denado en absentia. Cuando rayaba el alba del 9 de agosto la
batalla se acabó y los debates fueron decepcionantes, una in­
sulsa formalidad . Se me permitió asistir a mi propio «juicio»,
o lo que quedaba de él . Cuando estaba en Bakú, a las 9 . 30
de la mañana fui convocado por teléfono para asistir a la reu­
nión de Moscú . Volé con Yuri Mamedov y con el presidente
de la Federación de Ajedrez de Azerbaiján. Nos sentamos en
silencio mientras se pronunciaba el solemne veredicto. É ste
consistió simplemente en una recomendación a los grandes
maestros soviéticos de que no debían conceder entrevistas a
los medios de información occidentales . Eso fue todo. Era el
más suave «castigo» que posiblemente podía infligirse. Una
vez más me había salvado por los pelos .
Hasta ese momento yo me había enfrentado a la muerte
moral, porque a eso equivalía la descalificación . Cuando no
puedes jugar estás muerto . É sta era la perspectiva con la que
me enfrentaba . Pero después del pleno de abril, los tiempos
habían cambiado en la Unión Soviética y ya no podías desha­
certe de tus adversarios sin permitirles jugar un solo movi­
miento. Dos años antes casi habían logrado impedirme jugar
el encuentro con Korchnói. Ahora, a causa de la entrevista en
Der Spiegel, mi posición era más comprometida. Dos años
antes quizá no hubiera sobrevivido a esta situación; tal vez

1 93
sólo unos meses antes . Pero era afortunado ; yo crecía\con mi
país . Estas reformas en la Unión Soviética fueron una cuerda
de salvamento para mí. Eran mi única oportunidad y llega­
ron justo a tiempo. Sin ellas no podría haber ganado ; me hu­
bieran aplastado.
Ahora, por fin, después de todas las batallas políticas, te­
níamos que jugar al ajedrez . El encuentro fue en la Sala Chai­
kovski, donde se celebra la famosa competición musical . Esta
vez no habría peligro de que nos pidieran que nos trasladára­
mos para permitir que alguna figura soviética yaciera allí de
cuerpo presente, como en la Sala de Columnas en el encuen­
tro anterior. La sala de conciertos tenía asientos para mil qui­
nientos espectadores, pero había otras dos mil personas for­
mando un cordón policíaco en la plaza Maiakovski .
También estaba mucho mejor alojado que durante el an­
terior encuentro. Durante toda la maratoniana contienda había
estado en el gigantesco hotel Rossiya, cerca de la plaza Roja
y del Kremlin, mientras que Kárpov tenía su <lacha privada a
unos veinte minutos del centro de Moscú . Aunque mi madre
y amigos habían hecho todo lo posible para que estuviera có­
modo y me sintiese como en casa, Kárpov tenía la clara ven­
taj a de vivir en una atmósfera familiar y más aislada . Esta
vez tuve la suerte de que Stepan Shalayev, el presidente del
movimiento soviético de la unión comercial, se ofreció para
ayudarme; fui patrocinado por la sociedad Spartacus Trade
Union, lo mismo que Kárpov está patrocinado por la Army
Cooperative. Shalayev no es sólo una figura poderosa en la
Unión Soviética, cuya organización tiene un papel fundamen­
tal que jugar en las reformas económicas del país, sino tam­
bién es un amante del ajedrez . No puedo hablar demasiado
de la ayuda que me dio, especialmente en este tiempo. La
unión comercial me proporcionó todas las facilidades que ne­
cesitaba para preparar el encuentro, incluyendo una magnífi­
ca casa con muchas habitaciones y grandes jardines en la
Perspectiva Lenin. Los siete miembros de mi equipo, inclu­
yendo a mi madre, se movían por unos salones del tamaño
de un pequeño hotel. Mi equipo pronto lo llamó «el palacio»
y ciertamente yo me sentía tratado como un rey. Mientras,
bromeaba con ellos que todo lo que necesitaba entonces era
una corona que hiciera juego .
Hice tablas con las blancas en la primera partida, lo que
pareció una señal de buena suerte. Normalmente las prime­
ras partidas son de tanteo, para que los jugadores se juzguen
mutuamente. Hacía sólo unos meses desde que jugamos nues-

1 94
tra épica lucha, así que, en cierta manera, ésta podía consi­
derarse como la partida 49 de la serie. Sorprendí a Kárpov
con mi rápida respuesta a la defensa Nimzo-India, que yo
había usado raramente contra él antes. Usé una variación de
Alekhine que le obligó a hacer algo tan anómalo como tomar­
se largo tiempo para responder. La bandera que estaba colo­
cada al lado de su tablero se cayó, quedando a media asta
hasta el final de la sesión, lo que para algunos fue simbólico.
Tuvo dificultades hasta el final y renunció al día siguiente sin
reanudación. Lo consideré como mi tercera victoria consecu­
tiva, ya que había ganado las dos últimas partidas del en­
cuentro anterior. Nunca hasta entonces Kárpov había perdi­
do tres partidas seguidas ; ni nunca había perdido la primera
partida de un campeonato mundial.
Mark Taimanov, el gran maestro soviético y comentarista
de la televisión, escribió : «Una primera partida siempre es es­
pecial. Todo importa ; la elección de la apertura, el ritmo y
carácter de la lucha y, por supuesto, el resultado. Hasta cier­
to punto también puede reflejar el espíritu y la aspiración de
los contendientes y divulgar secretos de la preparación analí­
tica. La contienda demostró ser interesante y animada a la
vez .»
El resultado de esta partida fue quizá para mí una sor­
presa demasiado grande y psicológicamente tuve que ir ha­
ciéndome a la idea de que iba por delante. Al haber estado al
borde del precipicio tanto tiempo, me era difícil acostumbrar­
me. Como resultado, estaba más confuso que alegre y por esto
podía perder la oportunidad de ganar la segunda partida. Creé
un laberinto de complicaciones con las negras, pero Kárpov
jugó limpiamente fuera del laberinto. Después del aplazamien­
to estaba indeciso sobre la mejor manera de continuar y por
esto perdí la iniciativa. Fue una partida excitante y especta­
cular que mi equipo creyó que podía haber ganado.
Después de unas tranquilas tablas, Kárpov reunió fuerzas
para dos sucesivas victorias en las partidas cuarta y quinta.
Como dijo Tony Miles, el gran maestro británico, Kárpov fue
extraordinariamente sensible ante los detalles más minucio­
sos . O como observó Dominic Lawson en The Financia[
Times : ccKárpov es capaz de transformar la más mínima ven­
taj a en una situación aplastante y trama una fina red de mo­
vimientos con el continuo cuidado de una araña construyen­
do su tela.»
En tres días él había cambiado radicalmente la situación
del encuentro, dándose a sí mismo el gran estímulo psicológi-

195
co de una victoria con las piezas negras. Yo tyn ía evidente­
mente mucho trabajo que hacer y mis entren ádores y yo es­
tábamos casi desesperados aunque confiábamos en nuestra
minuciosa preparación. Me propuse dos cosas para la próxi­
ma fase del encuentro : evitar que Kárpov aumentara su ven­
taja y tramar la mayor cantidad posible de complicaciones
para volver a tomar la iniciativa y agotar a mi oponente. Las
cinco partidas siguientes acabaron en tablas ; todas se juga­
ron en tensión y con gran nerviosismo. La décima partida fue
muy importante en este aspecto, porque evité con las negras
lo que los comentaristas describieron como ccuna sorprenden­
te serie de sacrificios» que debió de dejar a Kárpov descon­
tento.
En este momento, hacia la segunda m'tad del encuentro,
recordé el pronóstico dado por Botvinnik : ccSi después de diez
o doce partidas Kaspárov está igualado o incluso pierde por
un punto, tendrá una buena oportunidad de victoria en este
encuentro.» Había detenido la racha ganadora de Kárpov y
notaba que la dirección ahora estaba cambiando en mi favor.
Esto se hizo evidente en la siguiente partida, que gané en vein­
ticinco movimientos después de hacer un audaz sacrificio de
la reina . Kárpov cayó en una sencilla trampa que le tendí.
Después la gente describió esto como el «patinazo del siglo»,
pero estaban olvidando otras históricas meteduras de pata en
campeonatos mundiales, incluyendo una de Fischer en la pri­
mera partida de su encuentro contra Spassky. Debe recordar­
se que este error llegó después de una serie de tenaces tablas
y que esto había aumentado la presión sobre Kárpov. Un co­
mentarista dijo de mí : «Persigue al rey con ferocidad no con­
tenida.» La multitud se levantó en un espontáneo aplauso, gri­
tando ccGarri, Garri, Garri», y aún lo podía oír mientras me
alejaba por la calle Gorki.
En la duodécima partida sobresalté a los expertos con lo
que Averbach llamó ccun acontecimiento imprevisto», sacrifi­
cando un peón en un intento de atravesar la defensa sicilia­
na. Kárpov declinó la invitación a luchar en aguas agitadas y
se dirigió a unas tranquilas tablas, lo que nos condujo en paz
a la mitad de la etapa. Fue entonces cuando Der Spiegel pu­
blicó un artículo llamado celos millones de Tolya», que conta­
ba la historia del contrato de Kárpov por 4 500 dólares con
una firma de computadoras y cómo el intermediario, un pe­
riodista alemán de televisión, había sido acusado de fracasar
al entregarlo, y que Campomanes y Kinzel habían estado tra­
tando de recobrar el dinero. La agencia Reuter declaró que

1 96
estos acontecimientos «habían sobrecargado la mente de Kár­
pov y el apoyo que brindó al joven aspirante la multitud en
Moscú le había desanimado». Citaron a Baturinski, su j efe de
delegación, diciendo que estas tribulaciones cde habían quita­
do cinco años de vida».
Después de una serie de tablas la tensión latente en el en­
cuentro se hizo evidente en la decimosexta partida, que con­
sidero como un supremo logro creativo. Esas partidas se re­
cuerdan largo tiempo, sobre todo por el ganador y más espe­
cialmente porque estaba jugando con las negras en un cam­
peonato mundial. De nuevo el público se puso en pie de un
salto y estalló en gritos y aplausos. Después de un alarde crea­
tivo de esta clase no es fácil conservar la disposición emocio­
nal necesaria para la siguiente partida. Una vez más tuve que
asumir el papel de líder, al cual no había logrado acostum­
brarme. Pero en mi interior creía realmente que podía ganar
el encuentro y esto me daba una confianza extraordinaria. Este
sentimiento era compartido por mi equipo, donde uno de sus
componentes dio vueltas y vueltas por la alfombra después
de esa partida y gritó : cc ¡ Le estamos ganando ! »
Hubo dos tablas antes d e que ganara l a decimonovena par­
tida en medio de una escena sin precedentes en la Sala Chai­
kovski, donde en una posición totalmente ganadora revelé el
movimiento decidido jugándolo en el tablero, con el acompa­
ñamiento de frenéticos aplausos del público. Fue con toda se­
guridad la primera vez que un abierto movimiento decidido
se había hecho en una contienda por el título mundial; era
también muy raro en el juego de un gran maestro. El anfitea­
tro estaba lleno de grandes maestros, funcionarios del encuen­
tro y corresponsales, todos acercándose al borde para ver la
acción. Dorman, mi segundo, se volvió hacia alguien y dijo
con un tono entusiasmado y a la vez calmado : ccSe ha termi­
nado .»
Uno de los árbitros principales, Mikenas, dio unos pasos
delante del escenario y pidió silencio, moviendo sus brazos
en el aire, pero era impotente ante los excitados espectado­
res . Un hombre del público antes había gritado : cc ¡ No aban­
dones, Anatoli Yevgenyevich ! » Cuando se conoció mi movi­
miento decidido, alguien gritó como réplica. cc¿ Por qué seguir
jugando? Abandona, Anatoli Yevgenyevich.» Mientras los de­
mostradores levantaban sus varas de metal en los gigantes­
cos tableros para señalar el movimiento, hubo otra salva de
aplausos entre la multitud y yo salí del escenario a grandes
pasos .

1 97
Ese mismo día, en el programa nocturno de ajedrez, me
di cuenta de que Alexei Suetin, quizá inconscientemente, no
empleaba el usual título de «campeón mundial» antes de des­
cribir los movimientos de Kárpov; esta vez habló de blancas
y negras . Algunos de los presentes describieron mi decisión
de descubrir abiertamente el movimiento decidido como un
«puñetazo en la cara» porque Kárpov había fracasado al ceder
en una posición absolutamente desesperada. Otros decían que
era torpe descubrir dicho movimiento incluso en una situa­
ción abrumadora. A la mañana siguiente, Kárpov llamó por
teléfono a Mikenas para decirle que abandonaba.
Averbach escribió : «Uno no puede evitar estar impresio­
nado ante el conocimiento realmente enciclopédico de las aper­
turas que posee Kaspárov. Sin embargo, es aún más notable
su constante búsqueda en este campo, su deseo de estar, por
lo menos, un paso delante de la teoría oficial .» Se dio cuenta
de que Kárpov, para anticiparse a esta ventaj a, «intentaba
salir del camino trillado y adoptar unas líneas que en muy
raras ocasiones se juegan».
Para mí la decimonovena partida fue totalmente estratégi­
ca aunque trajo consigo la evidencia de la victoria global en
el encuentro; era difícil jugar con esta nueva sensación que
me embargaba tan de repente. Estaba literalmente agotado
por la idea de que sólo necesitaba tres tablas para convertir­
me en el campeón del mundo. Esta incertidumbre me inquie­
tó mucho y esto se vio en las partidas siguientes ; en la vigé­
sima jugué un abierto movimiento decidido, por segunda vez
seguida. La multitud se volvió a excitar, pero esta vez sólo
logré unas tablas tras una larga guerra de desgaste que duró
nueve horas y ochenta y cinco movimientos. Por esta razón
el delegado de Campo, el venezolano Rafael Tudela, hizo este
espontáneo comentario : «Kaspárov ha elevado su categoría
desde el último encuentro. No es una cuestión de más con­
trol ; ha desaparecido aquella debilidad inicial provocada por
su excesiva emoción y juventud. Por otra parte, Kárpov pare­
ce ser la víctima de alguna desventaja psicológica. Creo que
el tanteo de cinco a cero brilla sin cesar en su mente.»

Había también varias cosas brillando en mi mente. La


señal de la «victoria», que me atraía como una sirena, empe­
zó a nublar mi vista. El resultado fue que perdí la victoria en
la partida vigesimoprimera. La gente se quedó muy sorpren­
dida de que me conformara con unas tablas bastante rápidas

198
tras la suspensión, justo en el momento en que parecía que
yo tenía ventaja con las blancas. Lo que sucedió es que reco­
nocí un error en mi anterior análisis y esto me puso nervioso.
Al recordar mis dos puntos de ventaja y al no estar dispues­
to a correr riesgos innecesarios, decidí terminar la partida .
D e todas maneras, había perdido una auténtica oportunidad
y esta decepción afectó a mi estado de ánimo.
Kárpov se tomó su último descanso antes de la vigesimo­
segunda partida, porque sabía que debía ganar para tener una
oportunidad de la victoria final. Cometí dos errores impulsi­
vos porque estaba preocupado por el tiempo y éstos me cos­
taron la partida. Un fuerte sentimiento de responsabilidad en
cada decisión que tenía que tomar me paralizó durante toda
la partida . Estaba muy preocupado por la anterior y esto me
hizo ser muy cauto y estar pendiente del tiempo. Kárpov me­
rece una alabanza por mostrar nervios de acero en un mo­
mento tan crítico . Esta derrota dictó mi táctica en la siguien­
te partida en la que necesitaba asegurar unas tablas para evi­
tar todo riesgo de perder.
Era el 7 de noviembre, el 68 aniversario de la Revolución,
y las calles de Moscú estaban inundadas de banderas rojas y
de gigantescos retratos de Lenin. Dentro y fuera de la Sala
Chaikovski se sentía la emoción de este momento del encuen­
tro. Todo dependía de la última partida; si Kárpov lograba
ganar con las blancas, seguiría siendo el campeón. Yo sólo
necesitaba hacer tablas para apoderarme de la corona que él
había llevado durante diez años. Pero era muy difícil decidir
mi estrategia. Es bien sabido que jugar con la única inten­
ción de lograr unas tablas está lleno de peligros, y de ningu­
na manera corresponde a mi concepto del ajedrez. Decidí acep­
tar una batalla abierta ya que Kárpov me atacaría con toda
seguridad; para él era o todo o nada. Cuando un solo movi­
miento puede decidir la eterna cuestión de C<ser o no sern, es
imposible mantener la mente completamente clara. Es muy
difícil apartar la obsesiva idea de que un movimiento inco­
rrecto puede ser fatal, ya que después no puede corregirse
nada. Es la vida súbita o la muerte súbita. En tal situación,
el j ugador que gana es normalmente el más tranquilo, cuida­
doso y seguro de sí mismo.
Las autoridades hicieron todo lo que pudieron para per­
turbarme. Fuera de la habitación en la que descansaba, que
estaba detrás del escenario, a donde me retiraba entre cada
movimiento, vi que había una pancarta enrollada, que casual­
mente habían dejado en el pasillo como un accesorio teatral.

1 99
Cada vez que pasaba me intrigaba más ; antes no estaba allí.
Finalmente me venció la curiosidad, la desenrollé y leí el men­
saje que decía : << j TO LYA, FELICIDADES POR TU G RAN VICTO­
RIA ! » El efecto fue el contrario del que intentaban; estaba más
decidido que nunca, aunque esto rompió mi concentración du­
rante un rato.
Kárpov siguió fiel a su línea favorita contra la defensa si­
ciliana, aunque esto no le había proporcionado ningún éxito
en el encuentro. Debía de estar influido por una variación
audaz que había tenido mucho éxito; había sido introducida
por Sokolov en una partida contra el húngaro Ribli, en Fran­
cia, mientras nuestro encuentro se celebraba . Parecía conve­
nir a las tácticas de Kárpov en esta partida, ya que él necesi­
taba un golpe atrevido de ataque para hacerse con la iniciati­
va. Estábamos preparados para esto con un elaborado con­
traataque, ya que nosotros también habíamos estudiado la
partida de Sokolov y creíamos que podía interesar a Kárpov
en esta situación. Desgraciadamente para él, Kárpov no es So­
kolov. Reunió sus fuerzas, bastante amenazadoras, contra mi
rey, pero cuando llegaron a él, no pudo arriesgarse a hacer
un movimiento realmente agresivo.
Trató de ganar con el alfil en e3, sin querer forzar las
cosas y planeando una trampa bastante transparente. En el
momento crucial le faltó carácter para dar el paso decisivo.
Siempre juega «a lo Kárpov», fortaleciendo su posición más
que intentando una ruptura. Interiormente estaba inseguro de
la corrección de su apertura de ataque por el lado del rey . No
podía proseguir con valor y convicción. Cuando repliqué con
la torre en e7, un movimiento que a primera vista parecía que
sólo tenía un modesto propósito, él dudó durante un largo
rato. Tenía razón en hacerlo, porque creo que notó algo. En
realidad, éste era el movimiento más original y más difícil de
la partida, después del cual la espada de Damocles que pen­
día sobre mí empezó a retroceder hacia su vaina y la latente
primavera empezó a florecer en mis piezas negras.
Me paseaba por el escenario como un oso enjaulado, mien­
tras Kárpov la mayoría de las veces se quedaba tranquila­
mente sentado a la mesa. En el movimiento 3 1 , Kárpov des­
preció la qportunidad de unas tablas porque sólo una victo­
ria podía salvar su título. Cogí un caballo para atacar su torre
y conseguí dar jaque al rey. Si él hubiera necesitado unas ta­
blas en ese momento, seguramente las habría obtenido. En el
movimiento 36 cometió un error y en el 42 parecía aturdido.
En aquel momento se vio cómo la voluminosa figura de Va-

200
sily Smyslov se ponía en pie y exclamaba : cc ¡ É ste es el fin de
Tolya ! » Después de una angustiosa espera de varios minutos,
abandonó entre un atronador clamor del público. El encuen­
tro había terminado. Yo había ganado por trece puntos a once.
Mientras iba comprendiendo que yo era realmente el campeón
mundial, levanté los brazos sobre mi cabeza en señal de triun­
fo. Rhona Petrosian dijo en voz alta dirigiéndose a mi madre,
que estaba sentada a su lado : ccEs una victoria de la justi­
cia. » Era un recuerdo de que este encuentro representaba
mucho más que el ajedrez .
El j aleo en la sala pareció coger por sorpresa a los funcio­
narios soviéticos . Como jefes de policía intentaban frenar a la
gente y se oyó a uno de los organizadores gritar por encima
del ruido : «Tranquilos . Esto es una partida de ajedrez, no fút­
bol.» La exuberante multitud no le hizo caso y empezó a gri­
tar ccGarri, Garrí», en un vano intento de persuadirme a que
volviera al escenario. La mayor parte de la atención se centró
en mi madre, que estaba en su habitual asiento delante del
auditorio.
Mientras atravesaba el vestíbulo de la Sala Chaikovski
hacia la salida, una multitud estaba bailando la Lezginka, el
baile nacional del Cáucaso. Más tarde oí que a Kárpov sólo
le habían dado unas simbólicas palmadas cuando se marcha­
ba bajo los focos de la televisión y entre los miles de aficio­
nados al ajedrez que se habían reunido fuera de la sala. Antes,
algunos mirones habían empezado a abuchearle cuando vie­
ron que su derrota era inevitable. Ray Keene dio la clave para
explicar esto cuanc:lo escribió que cela batalla no era simple­
mente entre dos escuelas de ajedrez, la volátil guerra relám­
pago de Kaspárov y la sutil maniobra de pitón de Kárpov,
sino un choque entre dos filosofías, la autosuficiente confor­
midad con el sistema del antiguo campeón y el temerario in­
dividualismo de su vencedor, un buen ciudadano soviético, que
no teme atacar la evidente corrupción en su propio país o en
el más amplio contexto de la Federación Mundial de Ajedrez».
Su periódico, The Times, dijo que yo era ccmuy poco ortodoxo
y liberal. En un país donde se supone que incluso las super­
estrellas siguen la línea del partido, Kaspárov dice lo que pien­
sa y no es castigado. . . suele entregarse a alardes de brillan­
tez y en ocasiones de genio».
Del ajedrez se ha dicho : ccKárpov y Kaspárov han afilado
su juego tan perfectamente que sólo las novedades más ocul­
tas y los matices estratégicos más profundos pueden trastor­
nar el equilibrio y crear posiciones capaces de conducir a la

20 1
victoria. Los expertos hablan de la calidad del juego en este
encuentro en tono atemorizado, posiblemente como el de más
alto nivel alcanzado en el siglo. Por si fuera poco, la victoria
de Kaspárov y su proclamación como el trigésimo campeón
mundial han puesto en duda ahora las pasadas glorias de Fis­
cher. En este último encuentro, donde la resistencia de Kár­
pov ha sido considerablemente más fuerte que la de Spassky
en 1 972, Kaspárov ha superado la extraordinaria calidad del
juego de Fischer. Si él no es todavía tan reconocido, Kaspá­
rov tiene ahora la oportunidad de llegar a ser el jugador más
fuerte en la historia del ajedrez .»
Gané porque había aprendido más que mi adversario de
la experiencia de jugar el primer encuentro. No creo que Kár­
pov sacara las adecuadas conclusiones de nuestro primer en­
frentamiento o que lo analizara a fondo. Yo me preparé mucho
mejor. Creo que Kárpov no esperaba realmente tener que jugar
esta vez y, en consecuencia, no se preparó del todo ni psico­
lógicamente ni ante el tablero de ajedrez . Por supuesto que
recurrió a todas sus cualidades de luchador cuando las nece­
sitó, especialmente hacia el final, pero su temperamental aver­
sión por el estudio analítico finalmente le traicionó. Somos
dos jugadores con unas tendencias totalmente diferentes . El
enfoque puramente competitivo de Kárpov se basa en un pro­
fundo conocimiento y entendimiento de su plan favorito, lo
mismo que en la máxima explotación de los mínimos recur­
sos en una posición. Yo me opongo a esto con una continua
búsqueda creativa, explorando las posibilidades sin límites del
ajedrez. Durante largo tiempo su inmensa serenidad y su fina
técnica en las posiciones difíciles le permitió neutralizar los
defectos de su preparación. Pero al final mi planteamiento es­
tratégicamente correcto fue capaz de dar fruto.
Después del encuentro, mis entrenadores y yo nos abraza­
mos detrás de las cortinas, antes de que cortaran el paso de
la calle Gorki los gritos de la multitud en la copiosa nieve.
Un reportero me preguntó cómo me sentía : «Otlichno)) (exce­
lente) , grité. Era la verdad, pero no reflejaba la auténtica ex­
citación de aquel momento sublime y delirante. Cuando volví
a nuestro ccpalacio», como le llamábamos, fui de habitación
en habitación durante quince minutos gritando de pura ale­
gría animal. No creo que nunca vuelva a experimentar un sen­
timiento tan grande de satisfacción. Es suficiente haberlo sen­
tido una vez en la vida. La gente me pregunta si es como
enamorarse . Tengo que decir que es incluso mejor, quizá por­
que es totalmente incomparable, esa sensación de haber de-

202
mostrado que eres el mejor del mundo, de haber alcanzado
finalmente el objetivo que te propusiste muchos años antes,
de haber superado cada obstáculo del camino, de saber que
nada, sin que importe lo que suceda el resto de tu vida, puede
quitarte este éxito, ya que te has convertido en parte de la
Historia.
En realidad, la Historia parece haber estado en mi mente
esa noche en más de una forma. Alex Glenrichowich, mi viejo
amigo del Instituto de Lenguas Extranjeras de Bakú, fue a
buscarme para felicitarme, pero no pudo encontrarme entre
todas aquellas habitaciones . Finalmente dio conmigo en una
mesa, con la cabeza hundida en un grueso libro sobre los orí­
genes del mundo cristiano. Le expliqué que había tenido una
discusión sobre este tema con el famoso historiador moscovi­
ta Nathan Adelman, y que estaba decidido a demostrar mi
punto de vista. Nos abrazamos y la fiesta siguió.
La euforia continuó durante aquella maravillosa noche con
una interminable oleada de felicitaciones y de llamadas tele­
fónicas que llegaban a raudales. Poco después de media noche,
un amigo mío, un famoso artista soviético, apareció en el um­
bral con lágrimas en la cara. ccEl símbolo más grande de que
la era de Brézhnev se ha acabado», anunció dramáticamente
mientras, profundamente conmovido, me dio un abrazo de oso.
A las tres de la madrugada, Nikitin, Dorfman y yo dábamos
vueltas por la casa en una especie de trance jubiloso. Así era
cómo me sentía al estar en la cima del mundo. Fue un mo­
mento increíble e inolvidable. Y a no me obsesionarían más
las oscuras sombras que me habían perseguido durante tan­
tos años, amenazándome a cada paso . Quizá volverían algún
día, pero de momento las había disipado. Ni siquiera me im­
portaban las oscuras miradas que nublaban las caras de Cam­
pomanes y Krogius en la ceremonia de coronación el 10 de
noviembre. Ni me di cuenta, cuando el ministro de Cultura
soviético, Piotr Demichev, me puso en el pecho la medalla de
vencedor, de que Kárpov apartaba bruscamente la mirada.
Cuando volví a Bakú celebré una pequeña fiesta privada
con unos cuantos amigos y familiares . Levantamos nuestros
vasos con un solo brindis : Por Kim Moiseyevich W einstein,
que tristemente no podía estar con nosotros.

203
CAPÍTULO 1 1

REGRESO A LA TIERRA

Mi felicidad fue un gran error : ahora me doy cuenta. Fui un


ingenuo. Creí que mis problemas habían desaparecido . Du­
rante aquel tiempo me dejé llevar por una sensación de ale­
gría y de regocijo. Me imagino que fue como estar borracho
(realmente no lo sé, ya que sólo lo he estado una vez, cuando
tenía diecisiete años ) . Me sentía tan animado y alegre que es­
taba ciego a todo lo que pasaba detrás de mi espalda. Tenía
la guardia bajada ; pensaba que era invulnerable. No miraba
hacia adelante. Creía que no corría ningún peligro llevando
esta vida encantadora. Esta actitud me trajo problemas en la
vida - no sólo profesionalmente sino con mi amiga, la actriz
Marina - . Me acuerdo de una conversación que tuve con ami­
gos míos y de Marina pertenecientes a la élite cultural de
Moscú en el teatro Sovremennik, una semana después de ha­
ber ganado el título mundial. Estaba animado y hablé excita­
do durante algunas horas . Fue como si mi victoria hubiera
suprimido la maldad del pasado y limpiado la historia. Debía
haber sospechado que no se doma tan fácilmente al pasado .
Como campeón mundial, tomé deliberadamente una acti­
tud conciliadora hacia las autoridades del ajedrez . Esperaba
que las relaciones mejoraran y tenía especial interés en que
no fracasasen por culpa de la gente que me consideraba pro­
vocativo. Dije en una conferencia de prensa que existía una
gran diferencia entre el campeón Garrí Kaspárov y el aspi­
rante al título Garri Kaspárov. Me explicaré : como campeón
mundial tuve la responsabilidad de dar buen ejemplo en la
comunidad ajedrecística y elevar la imagen de la Unión So­
viética. La prensa se dio cuenta rápidamente de este cambio.
Quizá estuvieran esperando una chispa de rebeldía por mi
parte para excitar a sus lectores ; si fue así, se llevaron un

204
chasco. «Kaspárov, el héroe del ajedrez, entierra el hacha»,
decían los titulares de la prensa occidental . «No más escán­
dalos, dice KaspároV», imprimían otros. «Kaspárov niega guar�
dar rencor hacia los que le acusaron de intentar robar la vic­
toria», dijo el Times londinense.
Aunque por aquella época no luchaba por mantener el tí­
tulo de rey del ajedrez, determiné no abusar de mi posición
de la manera que lo hizo Kárpov y que critiqué durante mu­
chos años. Mis objeciones no se reducían a que demasiado
poder había sido dirigido contra mí personalmente, sino tam­
bién a la idea de que nadie debe considerarse el dictador del
ajedrez . Quería ver la democracia en el juego, lo que significa
que el campeón no debe alardear constantemente. Me tomé
muy en serio mi responsabilidad de portavoz de la Unión So­
viética en el oeste. Me divertí hablando con David Hartman,
el director del programa neoyorquino de la ABC «Good Mor­
ning America», porque fue una buena oportunidad de poten­
ciar el interés del ajedrez en el mercado occidental. A la vez,
fue una buena ocasión para mostrar a los norteamericanos
un nuevo tipo de personalidad soviética. Les dije a los perio­
distas estadounidenses que el ajedrez favorece la unión entre
gentes y países y que, como jugador de ajedrez y deportista,
estaba esperando una nueva distensión, que es la mejor si­
tuación para las relaciones entre el deporte y la cultura. Añadí
que estaba seguro de que ellos también lo esperaban .
A pesar de esto, algunos periodistas no me entendieron.
No me comprendieron porque siempre había hablado en con­
tra de las injusticias en el mundo del ajedrez o quizá porque
era joven y admirador y, a la vez, consumidor de la música,
ropa y electrónica norteamericana, lo que me hacía aparecer
como un posible desertor. Tampoco llegaron a entender que
me opusiera en público a las autoridades ajedrecísticas o
que fuera leal al pueblo soviético y que ama!a a mi país. Mi
personalidad debió de sorprenderles y me consideraron un
ruso atípico, pero no engañó a los que conocían a la gente de
Azerbaiján y el colorido del sur de Rusia o a los que habían
leído algo de literatura rusa. Se publicaron algunas historias
disparatadas que afirmaban que yo quería elevar mi estatus
en América y llegar a ser una nueva superestrella . Esto era
lo que mis enemigos esperaban que hiciese. Como ya he ex­
plicado, ni lo deseaba ni lo necesitaba. Además, sabía que
mis enemigos querían que desertase. Su mayor acusación fue
catalogarme como «proamericano». Desde luego, esto fue en
parte un intento de hacerme seguir la actitud de Korchnói,

205
para resaltar a Kárpov como el auténtico ciudadano soviético
en contraste con su ambiguo y emocional amigo del sur. Me
negué a ser considerado de esta manera, ya que decían que
nadie que fuera como ellos, pensara o se comportase como
ellos había estado bajo sospecha de traición. Para mí, educa­
do en una ciudad cosmopolita de diversas nacionalidades y
lenguas, era obvio saber que la gente es diferente. Estas dife­
rencias deben ser reconocidas por cualquier sistema que pre­
tenda aportar al ser humano lo mejor para él. Pude ver la
diversidad a mi alrededor. Fue una parte de mi vida. Si las
personas han de convivir y establecer buenas relaciones, las di­
ferencias y diversidades tienen que acomodarse a nuestras
creencias . Si no podemos aceptar las diferencias entre noso­
tros, ¿cómo podremos desarrollar nuestras relaciones con un
mundo lejano al nuestro ? Además, mi talento era para com­
partirlo con todo el mundo, no para un grupo reducido.
No fue sorprendente que mi luna de miel con las autori­
dades del ajedrez durara poco. La bomba que había sido pues­
ta no tardaría en estallar. Me di cuenta de que el campeona­
to mundial de aspirante al título, que empezó en 1 982, debía
acabar en el invierno 1 984- 1 985 con mi encuentro con Kár­
pov. Ya que el encuentro quedó inacabado - en palabras de
Campomanes «finalizado sin nada decidido» - consideré que
el título mundial quedaría en suspenso hasta nuestro segun­
do encuentro en Moscú, en otoño de 1 985 . Después de haber­
lo ganado, ya era el campeón ; por lo tanto, el nuevo campeo­
nato mundial de aspirante al título, que había sido retrasado,
ya podía empezar. Yo jugaría contra el ganador del torneo,
ya que era el actual campeón.
Evidentemente, a las autoridades del ajedrez esto no les
hacía gracia . Después de todo, Kárpov era su campeón y un
miembro de la familia. Cuando parecía que estaba perdiendo
el título, intentaron ayudarle infringiendo las reglas interna­
cionales . Cuando perdió en un encuentro totalmente limpio y
después de fracasar en su intento de descalificarme, su de­
rrota tan sólo fue vista como un ligero contratiempo. Todos
los esfuerzos estaban dirigidos a ayudarle a recuperar el títu­
lo que después de diez años era considerado de su exclusiva
propiedad . Ganamos cada uno ocho partidas y dijeron que
estábamos igualados. Aún había que demostrar mi superio­
ridad .
Kárpov dijo que yo era un genio meteórico del ajedrez al
igual que Tal. ¿ Por qué como Tal ?, porque sólo fue campeón
durante un año. Quiso decir sutilmente que el rey había sido

206
destronado temporalmente. Kárpov se confió en la vigesimo­
cuarta partida, que fue la última. Era decisiva. Gané y le arre­
baté el título con las negras. Si él hubiera ganado en la últi­
ma partida, habríamos empatado a doce puntos el encuentro
y hubiese retenido el título. Pero lo perdió con las blancas.
No pudo recobrarse de esto ; dijo que había dejado escapar
una victoria fácil y que con un movimiento más habría gana­
do. Afirmó que lo cclógico» era que él ganara la partida. Quiso
decir que yo era el campeón mundial porque tuve suerte : <<ló­
gicamente» él era todavía el campeón. Durante un año he es­
tado buscando la solución a esta partida. Fue una partida im­
portante en el mundo del ajedrez . Muchos ajedrecistas, inclu­
yéndome a mí, la han analizado minuciosa y repetidamente.
Esto forma parte del juego. Me gusta conocer el punto de vista
de mi oponente respecto a la partida. Si él perdió una victo­
ria fácil, a todos nos gustaría saber dónde la perdió. ¿ En qué
movimiento perdió? Le escribí una carta abierta sugiriéndole
un debate sobre la partida. Hubiera sido muy interesante para
todos y habría ofrecido un útil servicio a la historia del aje­
drez . Repitió que lo ·lógico hubiera sido haber ganado la par­
tida, ya que tenía ventaja con las blancas. No entiendo esta
lógica. Según su teoría debería haberle ganado las partidas
2 1 y 2 3 . Esto significaría que el encuentro debería haber aca­
bado en la partida 23 y que la 24 nunca debería haberse ju­
gado. La única lógica de la derrota de Kárpov fue que él jugó
peor que yo durante el encuentro. Pero no pudo reconocerlo.
Lo que estaba intentando propagar era que yo era un cam­
peón casual, un usurpador que había adquirido sólo los dere­
chos de un intruso en el templo del Dios del ajedrez . Planea­
ron expulsarme lo más pronto posible y restaurar el sacerdo­
cio de Kárpov en su altar.
Rara vez en la historia del ajedrez un campeón había sido
llamado a defender su título en menos de un año después de
haberlo ganado . Kárpov esperó tres años antes de jugar con
Korchnói en 1 978, y después, otros tres años . Tres años trans­
currieron hasta mi encuentro en 1 984. Se sucedieron los en­
cuentros en intervalos de tres años durante los períodos 1 948-
1 95 7 y 1 963- 1 97 2 . Volviendo al pasado, Lasker estuvo diez
años sin defender su título . Capablanca reinó seis años sin
rival. En mi caso, aún había un argumento más fuerte a mi
favor y era que yo había jugado dos encuentros en tan sólo
un año, siendo descrito el primero de ellos como el aconteci­
miento más duro de la historia del ajedrez . No era sólo una
frase retórica de los medios de comunicación, sino que recuer-

207
do que ésta fue la opinión del propio Campomanes y de la
Federación Soviética de Ajedrez ; estas autoridades que expre­
saron su interés por la salud de los jugadores, ¿acaso no pre­
vinieron que pudiéramos volver a enfrentarnos sin un amplio
intervalo de tiempo para que pudiéramos descansar y recupe­
rarnos?
Es interesante introducir algunos datos históricos sobre
este punto : hasta 1 948 el campeonato mundial de ajedrez era
un acontecimiento privado, en el cual el aspirante intentaba
conseguir un buen patrocinador para tentar al campeón a
arriesgar su título a cambio de ganancias sustanciales . Era
como el campeonato mundial de boxeo de los pesos pesados .
. Después de que Alekhine muriera en el exilio, en 1 946, la Fe­
deración Soviética de Ajedrez se unió a la FIDE y se celebró
un torneo especial dos años después en La Haya y en Moscú
para encontrar su sucesor. Lo ganó Botvinnik. Después de
esto, el campeonato mundial fue organizado por la FIDE en
un encuentro a veinticuatro partidas . El campeón tenía la
ventaja de las tablas, ya que el aspirante había de vencerle
para arrebatarle el título. Botvinnik se beneficiaba de esto al
haber hecho dos tablas contra Bronstein y Smyslov, lo cual
incitó a muchos grandes maestros para que se hiciera un
cambio en las reglas .
A mitad de los años 70, después de que Kárpov heredara
el título, las reglas se cambiaron para establecer un encuen­
tro ilimitado en el cual el vencedor sería el primer ganador
de seis partidas . Al principio se dijo que si el resultado era
de seis a cinco, sólo entonces el perdedor podría reclamar un
encuentro de vuelta. Pero Kárpov alegó que en un encuentro
ilimitado el campeón pierde la ventaja de las tablas que antes
había disfrutado. Para compensar este hecho, exigió el dere­
cho de un encuentro si perdía, cualquiera que fuera el resul­
tado y no sólo por seis a cinco. Fue el mayor privilegio que
ha tenido alguien que ha perdido. En efecto, fue mucho mayor
de lo que jamás hubiera soñado Bobby Fischer, demasiado
para disgusto de los funcionarios soviéticos en aquella época .
Afortunadamente, las reglas decían ahora que esta concesión
sólo se aplicaría al actual campeón y no a los siguientes, con­
virtiendo a Kárpov en el campeón más privilegiado en la his­
toria de la FIDE. Por lo tanto su rival, para arrebatarle el
título, tenía que vencerle dos veces, lo que es conocido en tér­
minos legales como una doble indemnidad . Para colmo, apo­
yado por la FIDE, pidió un encuentro de vuelta, aunque nues­
tro segundo enfrentamiento fuera fijado a veinticuatro parti-

208
das. En otras palabras, no sólo se apoyaba en la ventaja de
las tablas, sino en los encuentros de vuelta para poder revali­
dar su título, algo que el reglamento nunca había contem­
plado .
Inesperadamente, el 5 de diciembre, menos de un mes des­
pués de la pérdida de su título, Kárpov reclamó su droit de
seigneur y dijo que quería que el encuentro de vuelta se juga­
ra entre el 1 0 de febrero y el 2 1 de abril . ¿ Por qué lo recla­
mó? y ¿por qué fue tan preciso? ¿Fue simplemente porque
estaba humillado por la pérdida de su título después de diez
años y buscaba rápidamente el desquite? O ¿fue su propues­
ta el movimiento calculado de un peón para darle mayor poder
ofensivo? Sospeché más tarde que hizo esta propuesta auspi­
ciado por una nueva regla de la FIDE creada por Campoma­
nes, que le daba el derecho a un encuentro de vuelta dentro
del plazo de tres meses . Como resultado, a Kárpov se le per­
mitía jugar noventa y seis partidas para defender o retener
su título, mientras que yo - ahora el campeón- no tenía este
tipo de privilegios . Fue el tercer cambio en los reglamentos
hecho arbitrariamente por la FIDE en cinco años, y todos ellos
favoreciendo a Kárpov. Además, si yo llegara a perder ten­
dría que soportar la humillación de ser el campeón con el rei­
nado más corto de la historia.
Era demasiado. Me había caído encima otra tormenta y
debía haberla previsto . Después de mi euforia al ganar la ba­
talla contra la Federación Soviética de Ajedrez y ser campeón
mundial, me deprimí al ver que todo el sistema internacional
del ajedrez estaba podrido. É ste era mi peor enemigo y tenía
que ser el blanco de mi campaña, no sólo Kárpov. No me
había dado cuenta de que Kárpov era simplemente el símbo­
lo y la prueba de la putrefacción y corrupción dentro de todo
un sistema que había aprendido inteligentemente a hacer toda
clase de manipulaciones. Derrotarle ante el tablero era una
condición necesaria, pero no suficiente, para llegar a la raíz
del problema. Subestimé las dificultades de resolver la parti­
da y , por encima de todo, a Campomanes. Incluso de alguna
manera le benefició mi victoria, ya que entonces pudo decir
que el alto nivel de juego alcanzado en el segundo encuentro
ratificó su decisión de detener el primero. Además, el mante­
nerme ocupado en el ajedrez, me impidió politiquear contra
él. Una vez más el astuto filipino se salió con la suya.
Lo que me fastidiaba era que tenía que preocuparme tanto
de la FIDE como de ser un campeón mundial activo. No tenía
ninguna intención de dormirme en los laureles como le pasó

209
a Bobby Fischer al no jugar en ningún torneo de s pués de con­
seguir el campeonato mundial. Pero pensé que ya era hora
de que entraran en escena otros grandes maestros, ya que los
continuos encuentros entre Kárpov y yo en Moscú habían pa­
ralizado el resto de los torneos y a los demás jugadores. A la
FIDE, como organismo mundial, se le supone la búsqueda
del beneficio del ajedrez como deporte en todos los países y
d cuidado y preocupación por los jugadores. Me pareció que
la FIDE no sólo estaba obsesionada por ayudar a que Kár­
pov recuperara su título, sino con la financiación y recauda­
ción, ya qtie un campeonato mundial era su principal fuente
de ingresos . Se preocuparon más por estos dos temas que por
el juego. Pero mis partidas con Kárpov todavía interesaban a
la afición . Sentía la obligación de responder a este entusias­
mo y mantener encendida la llama del interés .
Para demostrar mi sinceridad en este aspecto viajé a Hil­
versum, en Holanda, para jugar un encuentro a seis partidas
con Jan Timman, número tres en el ranking. Fue algo extraño
que lo hiciera un campeón mundial, sólo un mes después de
haber ganado la corona, pero creía que, como campeón mun­
dial, tenía la responsabilidad de promover el juego fuera de
la frontera soviética. Una cosa era jugar partidas simultáneas
contra varios jugadores a la vez y otra muy diferente exponer
mi reputación ante un gran maestro . Un campeón no puede
permitirse el lujo de perder un encuentro en el cual el rival
no tiene nada que perder y todos los incentivos para ganar.
Las autoridades soviéticas me advirtieron de este peligro y
me preguntaron, inquietos, si estaba seguro de mi victoria.
No se preocupaban por mí, sino por la reputación y honor
del ajedrez soviético.
Fue la primera vez, desde la época de Lasker, que un cam­
peón mundial de ajedrez estaba dispuesto a afrontar un en­
cuentro sin hacer que su rival tuviera que pasar por alguna
eliminatoria o por dificultades financieras . Los premios ofre­
cidos por la KRO, la compañía Católica de Radio y Televi­
sión, eran relativamente modestos para el nivel del aconteci­
miento. Pero éste no era el motivo de la excursión a Holan­
da. La causa era ofrecer a la afición occidental la oportuni­
dad de ver al nuevo campeón mundial jugar al ajedrez a un
alto nivel con Jan Timman . Así es como ocurrió. Algunas de
las combinaciones en el juego fueron de alta categoría y muy
emocionantes . Cuando gané la última partida con el audaz sa­
crificio de un caballo y obtuve la victoria del encuentro por
cuatro a dos, el escenario fue invadido por cientos de aficio-

210
nados que quisieron presenciar nuestro análisis una vez aca­
bada la partida.
Esta jornada fue magistralmente relatada por un periodis­
ta del Sunday Times, uno de los doce periodistas occidenta­
les que estuvieron en Holanda durante este acontecimiento y
que ayudaron a promocionarlo : «En el habitual post mortem,
cuando se analizan los momentos cruciales, el ruso estuvo im­
presionante. Sus delgados dedos, cuyas uñas se iba mordien­
do insistentemente, movían las piezas del tablero a toda velo­
cidad : empuj a, araña, da codazos, chasquea, golpea, da co­
dazos. Abrió las manos y se encogió de hombros desesperado
ante su rival. "Todas mis piezas son mejores . " "No estoy tan
seguro", protestó el holandés sin mucha convicción. "No hay
que discutir", repuso el campeón.»
El 23 de diciembre di una conferencia de prensa en Ams­
terdam en la que comencé criticando las fechas propuestas
por la FIDE para el encuentro de vuelta con Kárpov. Dije tex­
tualmente : «Este encuentro no debería jugarse porque nadie
debe tener tantos privilegios. El campeón tiene derecho a man­
tener su título en un encuentro resuelto en tablas y esto de­
bería ser suficiente. En un futuro, si pierdo, no tendré un en­
cuentro de vuelta . Según los acuerdos tomados por la FIDE
debo ser campeón durante un año ( 1 986). Me han dicho que
el encuentro de vuelta le fue ofrecido a Kárpov pocos días
antes de que empezase el segundo encuentro en Moscú . No
tuve tiempo ni de reaccionar ni de protestar.»
Aproveché esta circunstancia para apoyar al brasileño Lin­
coln Luzena, asociado con Ray Keene, como rival de Campo­
manes para obtener la presidencia de la FIDE en las eleccio­
nes de 1 98 6 . Declaré lo siguiente : «En los últimos años ha
habido demasiados problemas en el ajedrez . Durante mi es­
tancia en Holanda me he encontrado con personas que están
dispuestas a trabajar por una democracia en este juego. Quie­
ren que los jugadores de ajedrez sepan lo que está pasando .
Desean modificar las reglas y que las solicitudes y deseos de
los jugadores sean respetados . Estoy totalmente de acuerdo
con ellos y como campeón creo que mi deber es ayudarlos.»
Desafortunadamente, esta declaración se convirtió en un mal
movimiento y me trajo problemas, como comprobé más tarde.
Iba a necesitar más que buenos deseos e intenciones para ven­
cer a Campomanes.
Recibí una carta de ánimo de la recién formada Unión Eu­
ropea de Ajedrez, la cual había enviado a la Federación So­
viética de Ajedrez una carta pidiendo que no se celebrara el

211
encuentro de vuelta. Estaba firmada por Timman, Bent Lar­
sen y otros. Les contesté : «Estoy muy contento de ver que la
Unión Europea de Ajedrez ha sido creada para velar por los
intereses del mundo ajedrecístico. Este año tenía que haber
sido pacífico, pero a veces hemos de luchar para conseguir
dicha paz . Deseo que el año próximo se restablezca la paz y
que los jugadores puedan concentrarse y realizar buenas par­
tidas en condiciones normales .»
La Unión Europea de Ajedrez nació en un clima de ten­
sión y disputas entre los propios grandes maestros, algunos
de los cuales eran reacios a tomar partido en lo que les pare­
cía una querella interna. Todos ellos sabían, y lo confesaban
en privado, que el encuentro de vuelta era un escándalo, pero
tenían miedo a la tiranía y al poder de la FIDE. Uno de ellos
me dijo: «Si es así como tratan al campeón, ¿qué harán con­
migo ?» Algunos, como Ljubojevic, Seirawan y Nigel Short, se
atrevieron a hablar públicamente contra el encuentro de vuel­
ta, cuando dijeron : «Todo el ciclo del campeonato del mundo
apesta.» Pero al final tuve que jugar, ya que no llegaron a
ponerse de acuerdo en luchar unidos contra la FIDE. Fue una
lección que nunca olvidaré. Aprendí que solo nunca podría
ganar a Campomanes . Es necesario aprender nuevas leccio­
nes ; hemos de jugar su mismo juego y tender trampas para
sitiar al rey .
Cuando regresé en invierno a la Unión Soviética me en­
contré con que el clima del encuentro de vuelta era todavía
tenso. En una entrevista con la agencia Tass critiqué la «falta
de sentido» de la propuesta de Kárpov, que había sido res­
paldada por la FIDE, de que el encuentro se celebrara en fe­
brero. Al igual que los acontecimientos ocurridos las sema­
nas anteriores, esta entrevista me llevó al límite en mis rela­
ciones con las autoridades del ajedrez . Cualquier esperanza
de que Campomanes y yo hiciéramos las paces y de que en­
terráramos el hacha de guerra se esfumó rápidamente . El
único sitio donde podían clavarse las hachas era en una de
nuestras cabezas.
Campomanes, desde su sede en Lucerna, anunció que
podía perder mi título si renunciaba a jugar en la fecha con­
certada. Dijo que las reglas me obligaban a decidirme el 7 de
enero o sería descalificado. Fue una amenaza muy dura y se
publicó con grandes titulares en la prensa de todo el mundo.
Me hizo ver de nuevo que ésta era otra provocación para crear
un clima insostenible y para lograr sacarme fuera del ring,
como hicieron en 1 975 con Fischer cuando Kárpov heredó el

2 12
título por incomparecencia de su rival . ¿ Era una nueva cons­
piración? La tensión en el mundo del ajedrez se incrementaba
a medida que se acercaba la fecha del 7 de enero. A última
hora, desde Lucerna, en una patética y humillante retracta­
ción, Campomanes se vio obligado a admitir que su ultimá­
tum se basó en una mala interpretación de las reglas. Los
contendientes tenían dos semanas desde el anuncio del lugar
del encuentro para decidir si jugarían y el sitio aún no había
sido elegido.
Había dos ofertas : Londres y Leningrado . Los británicos
habían ofrecido un millón ochocientos mil francos suizos, de
los cuales seiscientas mil libras habían sido dadas por el Gran
Consejo de Londres, que más tarde fue abolido por el gobier­
no de la señora Thatcher, en abril de 1 986. Leningrado había
ofrecido un millón de francos suizos. Sin embargo, los britá­
nicos seguían presionando para ser la sede, pues era el cente­
nario del Campeonato Mundial . Ya había fracasado su oferta
para el encuentro de 1 985, después de que Marsella había ofre­
cido más dinero y Campo se decidió por Moscú postergando
las otras dos propuestas y provocando una auténtica escisión
en los procedimientos administrativos de su fundación para
el ajedrez en los países en vías de desarrollo.
Ray Keene, que apoyó las solicitudes de Londres en 1 985
y 1 986, estaba realmente preocupado por el tema del encuen­
tro de vuelta, ya que significaba que Londres no sería elegida
como sede del campeonato y que todo su esfuerzo habría sido
en vano . También estaba inquieto porque veía que la historia
se repetía de nuevo, pues le parecía que, como Bobby Fis­
cher en 1 97 5 , estaba dejando el campo libre a Kárpov. Los
días que precedieron al 1 3 de enero, el día en que Campoma­
nes debía anunciar la sede, fueron tensos y angustiosos. Cam­
pomanes voló a Viena donde Kárpov estaba jugando. Fue cu­
rioso, pero no extraño, que el jefe de la PIDE consultara antes
al aspirante que al campeón, si es que no había ido a visitar
el palacio de Schonbrunn . De todas maneras, no creo que
fuera de visita turística a Viena. Finalmente, después de una
serie de infructuosas negociaciones, anunció que no se había
llegado a ninguna decisión.
El 1 8 de enero anuncié que no jugaría el encuentro. Fue
una noticia explosiva ; una bomba que debía haberme estalla­
do en la cara . Aparte de todas esas hazañas, aquellas nego­
ciaciones hechas a escondidas me descentraron totalmente
para poder jugar. No podía más ; la situación era inaguanta­
ble. Estaba tan desesperado y agotado que necesitaba ansia-

213
samente una solución. Era evidente que Kárpov � podía estar
preparado en febrero después de su contundente derrota, pero
¿por qué presionaba para que se jugara? É l sabía que en fe­
brero yo estaría en una situación delicada, en la que nadie
podría ayudarme, ni siquiera mis fieles Dorfman y Timoschen­
ko, ya que no podrían llegar en esas fechas. Confiaba en poder
convencerlos para que me acompañaran, pero había poco tiem­
po y febrero cada vez se acercaba más . Sólo podía tener dos
entrenadores y uno de ellos era el «traidor» Vladimirov.
Mientras tanto, mi declaración dio a los patrocinadores de
Kárpov la oportunidad de descalificarme y de devolver el tí­
tulo a su campeón. El 2 1 de enero, en una reunión con la
Federación Soviética de Ajedrez, Sevastyanov me dijo exacta­
mente esto : «No hay otra opción, o estás de acuerdo en jugar
en febrero, como se ha fijado, lo más tarde en marzo, o Kár­
pov será declarado vencedor.» Insistí en que por qué debía
disputarse tan pronto y en que por qué debía jugar dos veces
en un año, lo cual era algo inusitado. La razón que me dio
fue que el programa de la FIDE para los campeonatos regio­
nales e internacionales tendría que interrumpirse y retrasar­
se. Era como una partida de ping-pong; la federación local
dice que hemos de hacer esto porque la FIDE lo solicita y la
FIDE devuelve la pelota diciendo que nuestra federación ha
dicho lo otro y tenemos que respetar su deseo porque es la
federación más importante del mundo y vuelta a empezar.
Pero estábamos en 1 986, y no en 1 985 o 1 9 8 3 ; las cosas
habían cambiado en la Unión Soviética. No podían descalifi­
carme tan fácilmente sin que hubiese movido ni un solo peón.
Aquellos días habían pasado; podía permitirme el lujo de
arriesgarme y poner las cosas al descubierto. La FIDE tenía
otro problema, porque estaban coincidiendo dos torneos al
mismo tiempo y jugadores como Sokolov, Vaganian, Timman
y Yusupov debían ser considerados. Sugerí que, en vez de un
encuentro de vuelta con Kárpov, podíamos hacer un triple en­
cuentro con el ganador del otro torneo. Así, mataríamos dos
pájaros de un tiro y el programa de la FIDE se habría cum­
plido. Pero Kárpov se opuso diciendo que un triple encuentro
era demasiado imprevisible, mientras que un encuentro de
vuelta ofrecía ciertas garantías .
Hubo nuevas conversaciones entre la FIDE y las federa­
ciones de ajedrez soviética y británica. La BCF envió un télex
a Moscú que decía : «El encuentro de vuelta sólo debe cele­
brarse durante los dos años posteriores al torneo de aspiran­
tes . Consideramos que la decisión debe ser tomada por los

214
mismos j ugadores. Aprovechamos esta oportunidad para re­
petir nuestra oferta de que Londres sea la sede del encuen­
tro. La BCF y la GLC aceptarían que las doce primeras parti­
das se jugaran en Londres y las doce siguientes en Leningra­
do. Creemos que esta propuesta debe ser considerada por el
campeón mundial Kaspárov y por el aspirante Kárpov. Es de
vital importancia que los problemas actuales no dañen al aje­
drez y a su reputación en todo el mundo. En particular, que­
remos evitar los desagradables acontecimientos que ocurrie­
ron en 1 97 5 y 1 983.»
Este télex tenía la intención de poner en claro la situación
y de ofrecer una solución a los problemas . A la vez, quería
crear una atmósfera en la que los jugadores pudieran verse
identificados y participar. Siempre he dicho que estoy dispues­
to a negociar y a escuchar todos los puntos de vista. Si suelo
hacer declaraciones duras es porque no me han dejado otra
alternativa. Sobre este tema todavía mantengo mi postura y
pienso que el encuentro de vuelta no debería haberse jugado
nunca y que estaba preparado para favorecer a Kárpov. Al
mismo tiempo, las reglas del campeonato no contemplan esto
por lo que éste era un hecho con el que tenía que aprender a
vivir si quería retener mi título. Sabía que debía defenderlo,
pero necesitaba conseguir tiempo suficiente entre campeona­
to y campeonato para descansar y prepararme. No sólo por
mí, sino por los dos, pues ambos debíamos concentrarnos en
el arte del ajedrez y tratar de olvidar la atmósfera que rodea­
ba al encuentro.
Existía otro factor. El vigesimoséptimo Congreso del Par­
tido Comunista Soviético, que en esta ocasión se centraba en
el programa de reformas de Gorbachov, debía celebrarse en
febrero. Era el mayor acontecimiento en la Unión Soviética .
Los funcionarios durante aquellas fechas intentaban evitar a
toda costa cualquier escándalo en la Unión Soviética y, por lo
tanto, no les convenía mi descalificación. Ya no importaba si
se jugaría, sino cuándo. Bajo los auspicios de la Federación
Soviética de Ajedrez, el 22 de enero Kárpov y yo nos encon­
tramos y elaboramos conjuntamente un acuerdo. Lo que más
me interesaba era que Campomanes no interviniera en nues­
tro acuerdo. É ramos capaces de presentárselo todo resuelto
como un hecho consumado . No queríamos que apareciera
Campomanes por ninguna parte, ni ver sus «medidas extraor­
dinarias» deus ex machina. É ste es el contenido íntegro de
nuestro acuerdo :
«El campeón mundial Garri Kaspárov y el ex campeón

215
Anatoli Kárpov, después de examinar la cornplicada\ situación
que se creó durante el campeonato mundial y queriendo eli­
minar nuestras diferencias con objeto de evitar una situación
en la que tengamos que aceptar las medidas extraordinarias
dictadas por la FIDE, hemos decidido lo siguiente :
» 1 ) El encuentro de vuelta se disputará.
»2 ) Comenzará en julio o agosto de 1 98 6 . El posponer la
fecha es necesario para los dos jugadores, para descansar y
reponer fuerzas después de haber jugado setenta y dos parti­
das en catorce meses .
»3 ) Esperando que nuestro deseo goce de la comprensión
de la FIDE y del mundo ajedrecístico, se jugará una superfi­
na} entre el campeón del torneo de candidatos y el ex cam­
peón mundial en febrero de 1 98 7 . El próximo campeonato
mundial se celebrará en julio o agosto de 1 987.
»4 ) Kaspárov y Kárpov se comprometen a :
»a) no jugar ninguna partida contra el campeón del tor­
neo de candidatos hasta que el encuentro de vuelta entre
ambos haya finalizado;
»b) que el ganador del encuentro de vuelta garantice al
perdedor que no jugará el campeonato mundial con el gana­
dor del torneo de candidatos hasta que este jugador haya ju­
gado su encuentro contra el ex campeón mundial;
»e) bajo cualquier circunstancia, nuestra postura, corno
declararnos en a y en b, permanecerá inamovible.
»Después de haber examinado las ofertas de las ciudades
de Londres y Leningrado propuestas al presidente de la FIDE
corno sedes del campeonato mundial, el 16 de diciembre de
1 98 5 , Kaspárov y Kárpov expresan su deseo de jugar en Le­
ningrado. Si los organizadores retiraran su oferta, al haberse
cambiado las fechas del encuentro, los contendientes están dis­
puestos a considerar otras ofertas que estén de acuerdo con
la reglamentación de la FIDE del 1 de abril de 1 986, siempre
que el lugar, la fecha del encuentro de vuelta y el equipo ar­
bitral puedan ser anunciados con un mes de antelación.»
Este acuerdo estaba firmado por Kárpov, por Sevestyanov
y por mí. Había una cláusula en la cual se decía que no exis­
tiría una fecha más próxima para el encuentro que julio. Kár­
pov y yo fuimos a las oficinas de la FIDE en Lucerna para
asegurarnos de su aceptación y decidir el lugar del encuen­
tro. En el aeropuerto de Frankfurt me encontré a Frederic
Friedel, un amigo de Harnburgo que había estado trabajando
con máquinas de ajedrez . Nos acompañó. Su padre era un
experto en serpientes de Afganistán y de otros lugares exóti-

216
cos . También era un gran jugador y un entusiasta de las car­
tas ; durante el viaje estuvimos jugando con él a un juego de
cartas que nos enseñó llamado «Black Maria». Jugábamos a
cartas como jugábamos al ajedrez ( Kárpov atento y preciso y
yo arriesgando al máximo en las jugadas y a menudo sufrien­
do las consecuencias ) .
E n e l Gran Hotel d e Lucerna, Campomanes estaba impa­
ciente por vernos, especialmente a su amigo Kárpov, ya que
ignoraba el alcance de nuestro acuerdo en Moscú y quería
saber todos los detalles. Estábamos los tres en mi habitación
jugando al «Black Maria» en el momento en que Campoma­
nes llegó al hotel . Cuando por fin nos encontró, no pudo dar
crédito a sus ojos al ver a Kárpov entusiasmado jugando con­
migo a cartas . «Anatoli, ¿dónde has estado? - preguntó - . Te
he estado buscando por todas partes .» El último sitio en el
mundo donde le hubiera buscado era en mi habitación . Por
una vez en la vida, Kárpov y yo estábamos unidos contra
Campomanes y éste no podía hacer nada para evitarlo. No
podía descalificarnos.
Aquella noche, durante la cena, Campomanes y su secre­
tario general, Lim Kok Ann, nos dijeron que era una cuestión
de principios que la decisión sobre el encuentro de vuelta fuera
tomada por la FIDE y no por los jugadores. Insistieron de
nuevo en que las «pequeñas naciones» debían ser tenidas en
cuenta y que éstas solicitaban que el encuentro se disputara
como máximo en marzo, tal y como decían las ccreglas». Más
tarde, y tras una larga discusión, nos propuso mayo. Firma­
mos . Era evidente que su único propósito era contentar a las
«pequeñas naciones» y demostrar lo poderoso que era. Para
quedar bien y limpiar su imagen llegó a decir que nosotros
habíamos sido convocados en Lucerna. Cuando esto fue pues­
to en duda, él se amilanó y dijo que habíamos sido invitados .
Lo cierto es que nos limitamos a ir.
Después de cenar volvimos a mi habitación a jugar a car­
tas, pero Campo y Gravilin, vicepresidente del Comité Depor­
tivo soviético, se fueron a una reunión. Friedel nos dejó para
ir allí, y fue divertido recordarle unos quince minutos más
tarde con la mano levantada para jugar al ccBlack Maria». No
había mucho de qué hablar y jugamos a cartas hasta las cua­
tro de la madrugada .
Kárpov y yo pasamos unos días en Lucerna jugando a car­
tas y yendo de compras. No teníamos nada más que hacer.
Nunca podríamos llegar a ser grandes amigos, pero habíamos
concertado una tregua para evitar los dos unidos que Campo-

217
e
manes modificara o cambiase lo que habíamos fir ado en
Moscú. Vimos en la habitación del hotel el desastre del Cha­
llenger. Creo que nadie que lo haya presenciado podrá olvi­
darlo, especialmente las caras de los familiares que estaban
en tierra. Friedel llegó y nos encontró boquiabiertos sin que
pudiéramos articular ni una sola palabra .
Cuando desayunábamos el día de la gran decisión, Cam­
pomanes nos dijo que no había podido pegar ojo en toda la
noche. Hablaba con voz tristona y Lim Kok Ann parecía estar
descompuesto . Comprendimos lo que significaba. Al final,
anunció al mundo lo que habíamos decidido. No le dejamos
otra alternativa. Puso dificultades sobre el lugar, aunque al
final nos decidimos por Londres y Leningrado. Primero se eli­
gió como sede Leningrado, pero Londres protestó alegando que
existía una regla de la FIDE en la cual se prohibía que una
federación - en este caso la soviética- organizara dos cam­
peonatos mundiales consecutivos. Pero, ¿podría Inglaterra ser
la sede cuando su patrocinador, el Gran Consejo de Londres,
iba a desaparecer el 1 de abril? Al final, después de muchas
negociaciones con los dirigentes británicos de ajedrez, la in­
tervención de Nigel Lawson, ministro de Hacienda, y una reu­
nión secreta en el aeropuerto de Zurich entre Campomanes,
Gavrilin y David Anderton, se otorgó a Londres la mitad del
torneo.
Cuando regresé a Moscú jugué un partido de fútbol entre
jugadores de ajedrez y periodistas deportivos. Ganamos por
dos a uno. Fue un partido difícil, ya que algunos de los pe­
riodistas habían sido deportistas. Yusupov y Dorfman iban
con nosotros, por lo que su equipo era más joven. El comen­
tarista, por el megáfono- , contó un par de chistes sobre Cam­
po manes, lo que nos divirtió e hizo reír mucho.
En mayo fui a Europa por tres motivos : para recoger el
Osear de ajedrez en Barcelona, para ver el escenario del en­
cuentro en Londres para el campeonato mundial y para jugar
en Basilea contra el gran maestro inglés Tony Miles. Fue des·
pués de este encuentro, en el cual gané por cinco puntos y
medio a medio punto, cuando Miles me dij o : «Creí que iba a
jugar con el campeón del mundo y no con un monstruo de
cien ojos.» É ste era el tipo de margen que Fischer solía lo­
grar, ya no me preocupaba mi forma después de este encuen­
tro. Tuve un tiempo extra para mi entrenamiento en Bakú.
Incluso Campo había sido neutralizado y yo ya tenía ganas
de que empezase el encuentro. Entonces llegó el gambito sor·
presa de Marina : me anunció que esperaba un hijo.

218
CAPÍTULO 1 2

DEL AMOR Y E L DINERO

Marina Neyelova y yo habíamos sido amigos íntimos durante


dos años, desde la mágica noche en Moscú cuando la vi in­
terpretando a Masha en Las tres hermanas de Chéjov, pieza
que con razón ha sido descrita como una de las obras de tea­
tro más importantes del siglo. A diferencia del héroe de
Masha, Vershinin, no soy un hombre de edad, ya que Marina
tenía dieciséis años más que yo . Hasta ahora casi todas mis
novias han sido mayores que yo ; supongo que esto se debe
en parte a que maduré muy rápidamente y a que tenía difi­
cultad en relacionarme con la gente de mi edad porque, natu­
ralmente, las chicas querían casarse. Esto era algo que no
podía ni siquiera considerar mientras me entrenaba para el
campeonato mundial .
Desde 1 98 1 , cuando cumplí dieciocho años, había tenido
este único objetivo ante mí. Era como un astronauta prepa­
rándose para el espacio interplanetario. Todo : mi salud, mi
entrenamiento, mi motivación, estaban dirigidos a este fin. Era
como si hubiera una pared delante de mí que tenía que derri­
bar y necesitaba toda mi fuerza y concentración para esta
tarea. Por otra parte, yo era un joven normal con las necesi­
dades y apetitos naturales . No era un monje.
Marina era una figura famosa en el teatro, por lo que le
resultaba más fácil entender mis problemas . Comprendió la
verdadera naturaleza de mi lucha y me dio fuerza y apoyo.
Teníamos muchos amigos en común entre los escritores y ar­
tistas que también lo entendían. Ella reunió a la flor y nata
de Moscú en la Compañía de Teatro Sovremennik, después
de protagonizar el papel de una mujer abandonada por su
amante en la película Monólogo. Un crítico teatral dijo de ella :
«Se mueve en el escenario como un gato inquieto, llena de

219
energía a medio domar. Tiene la voz de una niña mimada y
una presencia erótica que electrifica al público.» Fuera del es­
cenario, se decía que ccella es una mujer que esconde su alma
y saca al exterior palabras llenas de rencor y observaciones
enojadas, como una rosa saca las espinas». También la ha­
bían descrito como ccuna antiestrella» porque se preocupaba
más por el teatro que por la fama que le proporcionaba . Ta­
tiana Khoroshilova, la crítica teatral, dij o : ccSu vida es una
especie de trabajos forzados entre flores .» Deducirán que no
era una mujer corriente y no puede sorprender en absoluto
que un joven de veintiún años estuviera tan hechizado.
Soy por naturaleza generoso y me proporcionaba gran pla­
cer comprarle regalos en mis visitas al extranjero. En reali­
dad, no me importa el dinero, pero sí las oportunidades que
da de ser generoso. Pero en 1 986, yo había estado sumamen­
te ocupado con mis entrenamientos para el encuentro de vuel­
ta y con toda la agotadora política que lo rodeaba . Apenas
había estado con Marina durante este tiempo. Sabía que ella
se estaba viendo con alguien más y realmente no podía cul­
parla. Nuestras vidas profesionales nos estaban separando;
la ruptura era inevitable. Todo tiene un final, por lo tanto,
estaba bastante seguro de que el niño que esperaba no podía
ser mío. Cada uno de nosotros vivía su vida por separado.
Traté de alejar todo aquel asunto de mi cabeza mientras
aterrizaba en Londres en julio y me concentré en el ajedrez ;
me divirtió saber que el gran salón de baile del hotel Park
Lane, donde Kárpov y yo jugaríamos, había sido elegido por
Winston Churchill como el marco alternativo para el Parla­
mento británico si la Cámara de los Comunes de Westmins­
ter hubiera sido bombardeada durante la guerra. Mi llegada
coincidió con el estreno del musical Chess en los escenarios
de Londres, que está basado, de una manera muy libre, en
las vidas de Fischer, Spassky, Kárpov y Korchnói . Los britá­
nicos estaban entusiasmados con la idea de celebrar el cente­
nario del campeonato mundial. Reuben, un funcionario de aje­
drez británico, dij o : <<Londres estará impregnada de ajedrez,
la gente hablará de él cuando paseen por las calles, lo canta­
rán en la ducha y, sobre todo, lo enseñarán a sus hijos.»
En mi grupo estaban Dorfman y Timoschenko ( por suer­
te, libre de viajes al extranjero), Vladimirov, Nikitin y Litvi­
nov, además de mi madre por supuesto. Londres se había por­
tado bien conmigo. Había sido el escenario de mi gran victo­
ria sobre Korchnói en 1 983. Tenía amigos allí. Ray Keene, que
estaba organizando el encuentro, siempre había aprobado mis

220
planes para reformar la organizac1on mundial de ajedrez .
Como el centro de la oposición a Campomanes, él era mi alia­
do . Yo no quería ni esperaba ningún favor de la Federación
Británica de Ajedrez, sólo juego limpio. Todo lo que e speraba
de ellos era lo que el árbitro principal cantaba en el musical
Chess cuando juega a empaquetar casas : «Nadie está del lado
de nadie .»
Acababa de cerrar un inusitado acuerdo con un inglés, An­
drew Page, que se había convertido en mi director comercial
en occidente. Nos habíamos encontrado por primera vez en
1 983, cuando él había negociado conmigo un contrato de apo­
yo en nombre de SciSys, la firma de computadoras. Más tarde,
cuando este convenio tuvo que volverse a negociar y se dio el
nombre de Kaspárov a toda una gama de computadoras de
ajedrez, discutimos el trabajo juntos . Hicimos un trato con
Atari . Constituía una evidente ventaja para mí el tener a al­
guien en el oeste que podía hacer mis planes de viaje y mis
acuerdos con los patrocinadores occidentales y los organiza­
dores de los torneos. Era difícil hacer eso desde Bakú, espe­
cialmente para un joven sin ninguna experiencia en los hono­
rarios occidentales y en las oportunidades comerciales. Ade­
más de todo esto, me ahorraba mucho tiempo y me evitaba
los problemas que Kárpov había tenido en su negocio con Ale­
mania Occidental, en el que aparentemente había sido enga­
ñado .
Andrew, un antiguo actor y corredor de carreras, había
logrado un negocio muy bueno para mí con SciSys, durante
el cual nos llevamos tan bien que parecía el socio ideal. Estu­
vimos de acuerdo en que debíamos tratar nuestros convenios
a través del Consejo Deportivo en Moscú, teniéndolos infor­
mados de todo, pero ahorrándoles el trabajo de organizar los
detalles . Parecía una idea muy sensata y no veía por qué no
podía hacerse. Pero desgraciadamente era una idea nueva y a
veces se tarda un poco en adaptar las ideas nuevas a la mente
de la gente de Moscú . Las cosas van mejor ahora, pero tuve
problemas para que aceptaran este nuevo convenio .
Un amigo mío abogado me explicó una diferencia impor­
tante que existe entre la Unión Soviética y los países occiden­
tales . En el oeste, si algo no está expresamente prohibido por
la ley, significa que está permitido. Pero si la ley soviética no
prevé algo, entonces no se puede hacer. Yo puse en duda esta
mentalidad . Cuando la gente dice no, yo pregunto por qué.
Hubo complicaciones con el Ministerio de Comercio Exterior,
que normalmente controlaba tales convenios, pero finalmente

22 1
el Ministerio de Deportes se independizó en estos asuntos y
eso hizo que las cosas fueran muchos más fáciles. Gané esta
batalla discutiéndolo abiertamente, que a menudo es la ma­
nera más fácil y efectiva.
Asimismo, prefiero ser franco sobre el dinero. La gente mu­
chas veces está desconcertada sobre mis ganancias, pero en
realidad es muy sencillo. El premio del campeonato mundial
es de 72 000 rublos, no 7 1 000 o 73 000 o 85 000, sino 72 000
exactamente. Creo que la razón es que es una cifra fácilmen­
te divisible en cinco octavos y tres octavos; 45 000 para el
ganador y 27 000 para el perdedor. Pero como nadie podía
decidir quién había ganado nuestro primer encuentro, nos die­
ron la mitad a cada uno. Nunca se anunció oficialmente, pero
se admitió financieramente que el resultado del encuentro fue­
ron tablas, aunque el tanteo de partidas fue de cinco a tres.
En Moscú, en 1 985, gané 45 000 rublos. En Londres, en 1 986,
renunciamos a nuestros premios en favor de las víctimas del
desastre de Chernobil, lo que nos dejó con 36 000 rublos para
jugar en Leningrado, de los cuales yo gané 22 500. Esto hace
un gran total de más de cientos de miles de rublos sólo en
campeonatos mundiales . En términos occidentales, teniendo
en cuenta las diferencias de poder adquisitivo, sería más de
un millón de dólares .
Si gano 30 000 dólares en un torneo en occidente en pre­
mios, gastos y demás, podría guardar 1 6 000 dólares para uti­
lizarlos en lo que quisiera. Podría gastarlos en occidente o
cambiar los dólares en «Tscheki», certificados que se usan
para comprar mercancías en Moscú y en otras ciudades. Po­
dría entregar los otros 1 4 000 dólares y recibir a cambio 1 1 000
rublos . El cambio oficial considera que un rublo vale aproxi­
madamente como una libra esterlina. Les puede parecer a los
extranjeros que es una cifra bastante considerable de dinero
la que va a parar al Estado ; a mí no me parece mal. Después
de todo, a mis entrenadores y a mí nos paga el Estado; y
paga lo suficiente para vivir bien y cómodamente en la Unión
Soviética.
La gente dice a veces : «¿Cómo puedes ser un comunista y
ganar tanto dinero?» La pregunta demuestra un profundo ma­
lentendido de la naturaleza de la sociedad soviética. A los que
tienen talento para ganar dinero extranjero, como escritores y
deportistas, siempre se les ha permitido hacerlo. En los últi­
mos años, nuestra sociedad ha ido reconociendo cada vez más
el valor de los incentivos financieros como un factor en la pro­
ducción. Las reformas de Gorbachov han sido un gran estí-

222
mulo en este aspecto. Si tienes talento para algo, eres anima­
do a usarlo por el bien del Estado. Antes había demasiada
gente que utilizaba su ingenio comercial para llenar sus bol­
sillos en secreto. Las aventuras conjuntas entre la Unión So­
viética y socios extranjeros se ven también con buenos ojos y
es probable que aumenten; aventuras como mi asociación con
Andrew Page, por la cual tuve que luchar tanto entonces. ¡ Qui­
zá incluso aventuras conjuntas como este libro !
Cuando llegué a Londres me tomé el trabajo de no alimen­
tar más la hostilidad entre Kárpov y yo, ya que ambos actuá­
bamos ahora como embajadores de nuestro país . Dije a la
prensa : «Aunque sostengo mis anteriores declaraciones, en los
próximos meses resolveremos nuestras batallas sobre el ta­
blero de ajedrez y no con palabras .» Un periódico me llamó
«Gran maestro de la discreción : joven, pero educado; moder­
no, pero leal, las similitudes con J ohn McEnroe parecen una
fantasía . Mira con fugaz incredulidad y una enorme sonrisa,
luego dice "muchas gracias" y prorrumpe en una sonora car­
cajada . . . Garrí Kaspárov no se parece al enfant terrible de
hace un año».
Algunos estaban menos seguros de esto. Otro periódico
decía : «Esto es la guerra. No llevan guantes de boxeo, pero
se puede adivinar el hecho de que ésta es una guerra de dos
hombres .» El Spectator decía : «Será una lucha encarnizada .»
El Daily Mail dij o : «Si las miradas matasen, una de las más
grandes competiciones por el título mundial hubiera acabado
ayer antes de empezar.» Martín Amis escribió en The Obser­
ver sobre la «atmósfera de venganza, difamación, maquina­
ción y contrajuego. El ajedrez es sin duda "el hermoso juego".
¿ Por qué, entonces, lo hacen parecer feo ?». Por lo menos,
nuestra ropa no les pareció fea. La prensa estaba sorprendi­
da al ver a dos rusos vestidos como nosotros; Kárpov llevaba
un traje blanco con una camisa roja de cuello abierto y yo un
ligero traje a rayas azul .
Fue el contraste de nuestras personalidades lo que atraía
más la atención pública, «un choque entre dos filosofías : la
conformidad autosuficiente del anterior campeón y el temera­
rio individualismo de su vencedor», como observó una revis­
ta. Otra dij o : ccEl mundo del ajedrez tiene en Garri Kaspárov
una mercancía altamente comercial. Cada deporte competiti­
vo necesita héroes con los que el público pueda identificarse.
El mayor · atractivo para el espectador llega cuando dos juga­
dores con unas personalidades fuertemente opuestas están
compitiendo por el predominio. El tenis tiene a McEnroe y a

223
Borg, y después a Becker y a Lendl; el billar ruso tiene a
Alex Higgins y a Steve Davis. Durante diez años el mundo
del ajedrez ha estado regido por el callado, tranquilo y cauto
Kárpov. Cuando fue destronado por el temerario y bastante
temperament a l Kaspárov, el deporte del aj edrez volvió de
pronto a tener vida . . . Si la Unión Soviética quiere animar una
nueva imagen, entonces Kaspárov debe ser uno de sus mejo­
res embajadores .» Un periodista del Times tomó también la
imagen del tenis y me describió como «un moreno y voluble
Nastase» y a Kárpov lo comparó con Lendl, «ojos ocultos y
fríos como un pez, una carpa».
Tanto Kárpov como yo cedimos nuestras ganancias del pre­
mio del encuentro de Londres para las víctimas de Chernobil.
Vi por dondequiera que iba que este terribe desastre nuclear
cerca de Kíev había unido a la gente de todo el mundo y que
todos compartían una misma preocupación por el peligro
que conllevaba. De una curiosa manera había unido a los pue­
blos . Campomanes, sin embargo, no creyó necesario unirse a
este gesto humanitario e insistió en que el impuesto del 1 por
ciento de todo el premio, que él imponía en cada partida ter­
minada en tablas, continuaría yendo a las cuentas de la PIDE
que, por supuesto, él mismo supervisaba. No es extraño que
dejara de hacer acto de presencia en el hotel Park Line, ob­
servando las partidas desde un anfiteatro como un invitado
que no está seguro de ser bien recibido. Había intentado que
se trasladase el tablero de los nombres, que pertenecía a uno
de los patrocinadores, Save Prosper, porque quería más dine­
ro para la PIDE y los organizadores lo clavaron firmemente
para evitar que él se lo llevara.
Para la ceremonia de apertura el suelo del Gran Salón de
Baile había sido transformado en un gigantesco tablero de aje­
drez, decorado en cada esquina con una gigantesca torre. In­
cluso Margaret Thatcher, la primer ministro, se unió al espí­
ritu de la ocasión cuando inauguró el campeonato vistiendo
un dos piezas blanco y negro haciendo juego con una blusa
blanca y negra . Ella recordó al público que el ministro de
Asuntos Extranjeros soviético, Edward Shevardnadze, le había
regalado un juego de ajedrez en su reciente visita a Londres.
«Le di muchas pruebas de diplomacia, el tablero de ajedrez
es en realidad azul y blanco», añadió (el azul es el color del
Partido Conservador) . La primer ministro enumeró las cuali­
dades necesarias para llegar a ser un destacado jugador de
ajedrez, incluyendo la precisión de pensamiento, imaginación
y el estar en buena forma física. Dijo que estas característi-

224
Campeón m u n d i a l al f i n , 1 985.
Con m i m a d re.

CELEBRACIONES

Con m i m a d re y la famosa
canta nte soviética
Alla Pugacheva
(foto to mada después
de m i encuentro con
Smyslov en 1 984).

Con mi fam i l i a .
Mi tío Leo n i d está
d e pie a l a derecha,
a l lado de la hermana
de m i madre, Nella.
Su otra hermana,
Angela, está de pie
ju nto a m i madre.
Sentada a m i lado
está m i a buela
Wei nste i n . rodeada
de sus n i etos.
¡ De vu elta a la escuel a ! Después de ganar el título, volvi
a l palacio de los Pioneros de Bakú a celebrarlo. La foto
de la pa red es de Yuri Gaga r i n . el primer hombre en el espacio.

A n a l izo u n a partida
con m i v i ejo profesor Botv i n n i k ,
a c u y a escuela debo tanto.

Mi manager occidental,
Andrew Page, me eq u i pa
para el prem i o
a l Deportista
del Año de 1 986.
U N A PAGINA POLITICA

Geydar A l i ev.

Alexan der Yakovlev.

Mija i l Gorbachov,
cuyas palabras apa recen
en el epi grafe de este li bro.
M Á S POL Í TICOS
D E D I F E R E N T E TIPO

Campomanes anuncia en Londres


que se presentará como
c a n d i d ato pa ra la reelección
como presidente de la FIDE.

L i n c o l n Lucena d u ra nte
la campaña electo ral
en la O l i mpiada de Dubai
en noviem bre de 1 986.

Más charlas en Duba i . A m i izq u i erda está Nikolai K r o g i u s , q u e u n a vez


me dijo : «Tenemos un cam peón m u n d i a l y no n ecesitamos otro . "
Llego a Lon dres
en j u l i o de 1 986
para defender mi t itulo.

Con la señora Thatcher.

El encuentro de Londres.
Lothar Schmid pone
en marcha m i reloj .
Arriba. giga ntes a mericanos
del ajedrez que pag a n u n
precio p o r su g e n i o : P a u l
Morphy (a la izquierda) y
Robert J. Fischer (a la dere­
cha). A la derecha. Se hace
promoción del ajedrez: m i
encuentro en Londres con
Nigel Short. Abajo. J uego
contra una computadora de
ajed rez Sci-Sys.
En Barcelona en 1 986 en un cam peonato i nter n a c i o n a l
c o n la campeona m u n d i a l feme n i n a Maia C h i b u rd i dze.

M a r i n a Neyelova e n una representación teatral en Moscú.


cas eran también necesarias para ser un buen político . «Pero
el ajedrez tiene un tiempo limitado - añadió - . Nosotros tra­
tamos con asuntos sin acabar.»
Kárpov y yo todavía teníamos algunos asuntos sin resol­
ver, que finalmente pusimos sobre la mesa (en cuanto hube
encontrado una silla que no fuera demasiado cómoda como
la que me habían ofrecido al principio) . Kárpov admitió unas
tablas, después de veintiún movimientos, en la primera parti­
da, en la cual le sorprendí con una innovación, la defensa
Grunfeld, pues era la primera vez que la usaba en un encuen­
tro . La segunda vez fue la partida que se me escapó. Yo ju­
gaba con las blancas y perdí un movimiento que seguramen­
te hubiera ganado tras haber jugado mejor que él y no pude
encontrar una línea de fuerza en el aplazamiento . Los comen­
taristas notaron que esta experiencia me hizo adoptar una ac­
titud más reprimida y cauta en la siguiente partida, que acabó
en otras tablas después de treinta y cinco movimientos . Fi­
nalmente, hice una ruptura en la cuarta partida que fue des­
crita como «Un brillante alarde de ataque agresivo e inflexi­
ble». Kárpov intentó hacer un nuevo truco contra mi apertura
Nimzo-India, pero pronto le causó problemas en el movimien­
to trece, permitiéndome elaborar una peligrosa ventaja en el
centro, antes de dej ar que la pareja de alfiles se comieran un
peón. Suspendimos la partida con el peón a mi favor y Kár­
pov a la siguiente tarde abandonó sin reanudar el juego . Rec­
tificó en la quinta partida a causa de una falta de mi equipo
en el análisis antes del encuentro, por suerte una cosa rara.
No habíamos previsto que su movimiento del caballo a h3 ten­
dría un efecto tan destructivo. Esperábamos que hubiera ju­
gado el caballo a f3 , para lo cual habíamos preparado contra­
movimientos. En cuanto vi que él hacía este movimiento, me
di cuenta de que lo habíamos omitido en nuestro análisis y
de que todo lo que podía hacer era empuj ar hacia adelante
mi peón «a» en un desesperado intento de causar confusión;
por lo menos habíamos cometido este error al principio del
encuentro . Más tarde, en una partida más decisiva, hubiera
sido fatal. Mis ayudantes estaban tan molestos por este des­
cuido como yo mismo, y resolvimos no permitirnos otro fallo
de esta clase. El equipo está unido, como una familia, en mo­
mentos como éste y tenemos que ser totalmente honestos unos
con otros . Me tomé un descanso después de esta derrota y en
la partida sexta hice tablas . De modo que a la mitad de la
fase, estábamos tres a tres con mucho por delante.
En ese momento Campomanes salió de su escondite para

225
hablar con la prensa. Rehusó contestar a mi alegato de que
el ajedrez estaba controlado por una mafia internacional. «El
ajedrez es un artículo demasiado valioso para la raza huma­
na. Es un juego, deporte o ciencia demasiado importante para
rebajarlo al más bajo nivel», dijo él. Los que han escrito sobre
ajedrez le preguntaron acerca de lo que ellos llamaban «el es­
cándalo Fidegate» y por qué el premio monetario del encuen­
tro había sido depositado en un banco suizo. En respuesta a
otras críticas hechas contra la manipulación del mundo del
ajedrez, Campo hizo reír a los periodistas cuando afirmó que
todos los problemas se habían basado en «malentendidos cau­
sados por una inadecuada difusión de la documentación apro­
piada». También querían saber por qué la próxima Olimpia­
da del Ajedrez se celebraría en Dubai, cuando esto significa­
ba que I srael y muchos j ugadores judíos de occidente no
podrían competir. ¿ Podría esto tener relación con el hecho de
que Campo necesitaba que el bloque árabe le votara para ase­
gurarse otro período como presidente de la FIDE? Debía em­
pezar a arrepentirse de haber convocado esta conferencia de
prensa, en la que no podía manipular a los quinientos perio­
distas como hacía en otros lugares, por ejemplo, en Dubai.
El nivel del interés público y el conocimiento de ajedrez
en Gran Bretáña nos había impresionado a todos . Cada día
había una cola de espectadores que daba la vuelta a través
del vestíbulo de entrada hasta las escaleras del hotel. Como
observó The Times : «Había turistas de todo el mundo, jóve­
nes y bronceados, vistiendo llamativos anoraks, que espera­
ban con optimismo como si hubieran llegado a un Jugend­
herberge; y hombres viejos, con sus rudas caras de europeos
orientales, que parecían tener un profundo y serio conocimien­
to del juego .» Había tableros de ajedrez o monitores de ví­
deos por todas partes, en el vestíbulo, en el salón de té, en
las habitaciones superiores y en cada rincón disponible. In­
cluso se jugaba una partida improvisada en Green Park, bajo
los árboles.
La novísima tecnología de transmisiones implicaba que
cada movimiento se registraba al momento en los monitores,
las piezas habían sido sensibilizadas electrónicamente en su
interior por una bobina que estaba unida a una computado­
ra. Esto era un invento de David Levy y Kevin O'Connell, del
Intelligent Chess Software, y estaba revolucionando el ajedrez
como deporte de espectadores y logrando que el reportaje de
la televisión fuera mucho más fácil de seguir. Hacía también
posible que la gente charlara y tomase el té mientras miraba

226
la partida fuera de la sala . Waldemar Januszczak describió
este proceso : «La principal función del campeón y del aspi­
rante, al llevar su contienda privada al salón de baile, es hacer
el movimiento ocasional. Esto sucede con muy poca frecuen­
cia, pero cuando ocurre, acciona una asombrosa cadena de
reacciones . Al instante, el movimiento es difundido para cual­
quier interesado en el juego por cientos de aparatos de televi­
sión esparcidos por todo el hotel. En bares, salas de confe­
rencias, oficinas de prensa, pasillos, salas de televisión, pues­
tos de los comentaristas, quioscos, cámaras de debates, salas
de ajedrez ; los otros jugadores empiezan a pensar inmediata­
mente en millones de nuevas opciones que se han abierto ante
ellos. . . El ajedrez es probablemente el único juego en el mundo
que no atrae a un solo espectador, todos participan.
Yo vivía en una gran casa de Onslow Gardens, en Ken­
sington, mientras que Kárpov vivía en St. John's Wood. An­
drew Page y mi madre hacían todo lo posible por convertirlo
en un verdadero hogar para mí y para mi equipo. Una mujer
nacida en Rusia, llamada Valentina, casada con un inglés y
que vivía en Londres venía a cocinar nuestra comida y la en­
viábamos cada día a comprar pimientos, tomates, berros, pes­
cado ; los artículos de primera necesidad . Cuando se juega un
campeonato, la dieta es muy importante porque se han de al­
macenar energías para muchas horas y, además, no puedes
quedarte dormido.
Durante el campeonato me despierto hacia las nueve y
media o las diez ; dormir es para mí uno de los placeres más
grandes de la vida. Desayuno siempre lo mismo : copos de
maíz con leche, fruta, yogur, café; nunca pan, ni azúcar, ni
huevos, ni queso . Estoy un poco de mal humor por las ma­
ñanas, pero me gusta tener a-.alguien conmigo, a mi manager
o a uno de mis ayudantes . Después doy un corto paseo al
aire libre, a veces mordisqueando alguna fruta o llevando co­
mida a los patos de Kensington Gardens . Cuando los que vi­
vían en Kensington se quejaron de nuestra red de badmin­
ton, nos fuimos a las instalaciones de un club local. Enton­
ces llega el momento de trabaj ar duro con el aj edrez,
preparando aperturas y una estrategia para cada partida.
Luego, a veces , otro paseo corto alrededor de la manzana
antes de irme a la cama al mediodía . Me despierto para
comer, normalmente carne, un filete con ensalada y patatas
fritas . Una alimentación rica en proteínas e hidratos de car­
bono aumenta la energía que se libera durante las cinco o
seis horas de nuestra sesión de juego.

227
Después de jugar estoy completamente agotado, sin fuer­
zas casi para firmar autógrafos . Me retiro a mi habitación
para hablar, examinando todo, especialmente mis errores . Para
entonces, ya está casi todo hecho; a veces, a medianoche, sien­
to de pronto que me vuelven las fuerzas. Entonces como algo;
me apasiona la comida china, y a veces doy un último paseo
antes de irme a la cama; y a empezar otro día . Si mi madre
no está conmigo, una llamada a Bakú será lo último que haga
aquel día .
Volvimos ante el tablero y la séptima partida acabó en
unas buenas tablas para mí con las negras, ya que Kárpov
parecía haberlo arreglado todo con un fuerte ataque por el
lado del rey, usando el gambito declinado de la reina. Pero,
en el movimiento veinticinco, cuando yo estaba más o menos
impotente, él se desvió hacia la reina, lo que me dio un respi­
ro. Como ya he tenido ocasión de observar antes, en la últi­
ma partida, la vigesimocuarta, de nuestro segundo encuentro,
Kárpov no se apresuró a forzar las cosas, sino que prefirió
reforzar con constancia su posición. De esta manera me per­
mitió escapar e incluso le amenacé en el aplazamiento. La par­
tida terminó en tablas . En la octava partida, Kárpov tuvo tan­
tas dificultades, que perdió a lo largo de diez movimientos,
lo que seguramente no tiene precedentes en un campeonato
mundial . Después dijo que su mente había quedado <<parali­
zada».
Hubo mucho revuelo tras esta victoria, porque me daba
el punto vital que yo quería llevar conmigo a la segunda parte
del encuentro en Leningrado. «Fue tremendamente tensa e in­
creíblemente excitante», dijo Nigel Short . Podía ver que Kár­
pov tenía problemas y deliberadamente me propuse aumen­
tar la presión sobre él, escogiendo las continuaciones más
complicadas . Aunque mis piezas estaban agrupadas amena­
zadoramente delante de su rey, yo sabía que la mejor oportu­
nidad de ganar esta partida no era aprovechando el material,
sino forzándolo contra el tiempo. La posición de Kárpov era
sólida y tenía un peón más, pero le ofrecí una completa enci­
clopedia de dificultades prácticas que le fueron imposible re­
solver en el tiempo disponible. Ray Keene escribió : «La lucha
que se desarrolla ante nosotros no es sólo entre dos jugado­
res de ajedrez, sino entre dos filosofías : revolución y reacción.»
Cuando la bandera negra cayó, voces entre el público empe­
zaron a gritar «Garri»; era la primera vez que oía esto en Lon­
dres . Un gran maestro comentó : «La lucha contra el tiempo
era tan excitante que sentía un nudo en el estómago. La par-

228
tida fue bastante confusa, pero los nervios de Kaspárov me­
joran con las complicaciones.» Otro dij o : ccSi Kaspárov conti­
núa j ugando así, tendrán que descontar impuestos de las
apuestas de sus ganancias ; es un verdadero jugador.»
Sin sorprender a nadie, Kárpov pidió un descanso para
recuperarse de esta conmoción sufrida casi inmediatamente
después de su disgusto en la partida anterior. Su suerte con
las blancas no mejoró en la siguiente y llegamos a un calle­
jón sin salida después de veinte movimientos . É l había juga­
do rápida y confiadamente con un plan preparado, pero mi
defensa Grunfeld le cortó el camino, lo mismo que en la quin­
ta partida. Medio punto era para mí una victoria moral con
las negras; pero él hizo su réplica en la partida décima, de­
mostrando una gran resistencia defensiva. Para entonces había
tanta gente haciendo cola en vano para lograr entradas que
tuvo que colocarse un enorme tablero de demostración en
Green Park. <<Parecen las rebajas de Harrods», dijo un espec­
tador.
Aunque en la partida undécima hubo otras tablas, fue una
emocionante contienda que ganó el premio especial de 10 000
libras Save & Prosper, otorgado por recomendación de los
principales jugadores británicos. ccCuando la brillante exhibi­
ción de fuegos artificiales empezó finalmente a fracasar y las
cuatro horas y media de continua tensión se disiparon, el
salón de baile, lleno de gente, se puso en pie y dio a los juga­
dores una clamorosa ovación», describió un observador. In­
cluso los grandes maestros no habían sido capaces de desen­
trañar todas las complicaciones. Martin Amis escribió en The
Observer: ccKaspárov y Kárpov están jugando la más habili­
dosa partida q ue haya concebido alguna vez la mente huma­
na, una partida que, en realidad, va más allá del alcance de
la mente. Están jugando a un nivel y con un grado de com­
plicación que sólo ellos pueden comprender. Hacia el final de
algunas de las jugadas los más famosos grandes maestros de
todo el mundo no tenían ni idea de quién estaba ganando.
Sólo después de un lento análisis, se empiezan a ver claras
las cosas . Para trazar una analogía con otro deporte, es como
si Becker y Lendl estuvieran golpeando tan fuertemente que
ni siquiera Connors, estirando el cuello en la primera fila, pu­
diera ver la pelota.»
El canadiense Nathan Divinsky intentó esta imposible tarea
después de la undécima partida : ccHoy Kaspárov actuó como
el gran Houdini. Fue encádenado con una apertura sorpresa,
esposado por una secuencia de supersutiles movimientos de

229
la reina y, entonces, hizo saltar las cadenas como un Super­
man y casi ganó la partida .» Por esto nos dieron a cada uno
S 000 libras en forma de soberanos de oro del reinado de la
reina Victoria. No dije nada entonces, pero a mi entender se
jugó mejor en la partida cuarta. Los análisis muestran que
yo cometí varios errores en la undécima partida. En la parti­
da final de la etapa de Londres, estuve satisfecho de sentar­
me con un punto de ventaja después de la secuencia de aper­
tura y nos pusimos de acuerdo en unas tablas después de
treinta y cuatro movimientos .
Mientras siga así todo va bien . Había sido un aconteci­
miento profesionalmente bien organizado; gracias, en parte,
a la generosa donación legada por el difunto Gran Consejo de
Londres, enterrado por el gobierno conservador de la señora
Thatcher. En la ceremonia de clausura, el anterior primer mi­
nistro laborista, ahora lord Callaghan, se refirió a esto. ccSha­
kespeare no siempre tiene razón>>, dijo y citó de Julio César:
ccEl mal que hacen los hombres vive después de ellos, el bien
es a menudo enterrado con sus huesos .» Cuando el avión que
debía llevarme a Moscú despegó, miré el sinuoso río de Lon­
dres y pensé: ccTodo está en calma en el Támesis, pero ¿qué
dramas escondidos me esperan a las orillas del Neva?»

230
CAPÍTULO 1 3

PU ÑALADAS POR LA ESPALDA

Kárpov iba en el mismo avión que yo y jugábamos a cartas


con nuestros entrenadores para matar el tiempo, intentando,
'
sin conseguirlo, olvidarnos del ajedrez. cuando llegamos a Le­
ningrado, me enteré de que mientras yo, el campeón, aban­
donaba el aeropuerto en mi pequeño Volga-24 matrícula de
Bakú, Kárpov iba en un majestuoso Chaika, escoltado por ve­
hículos de la policía de tráfico. Era otra muestra de que las
autoridades soviéticas aún no habían asimilado que «SU» cam­
peón había sido relegado al segundo lugar.
Llegamos las ccdos expediciones» a la florida isla de Neva
Delta, donde cada uno tuvimos nuestro propio palacio. El mío
tenía tres pisos y estaba en la isla de Krestovski. Mi madre
en seguida me hizo la estancia más agradable trayéndome mis
platos favoritos, dolmas y hojas de parra rellenas de carne y
arroz . Mis entrenadores se alojaban en las cercanías . Formá­
bamos un equipo homogéneo y bien compenetrado. Esto es
un factor vital para un jugador, pues todos deben ayudarme
en el juego y apoyarme psicológicamente. Desafortunadamen­
te, las cosas se torcieron y mi equipo se disolvió por circuns­
tancias que estuvieron fuera de nuestro control. El primero
fue Timoschenko, que nos pidió permiso para irse porque es­
taba física e intelectualmente agotado. Como oficial del ejér­
cito, institución que también patrocinaba a Kárpov en el aje­
drez, fue requerido por el Alto Mando para solucionar un con­
flicto. Sin saberlo, había firmado una colaboración con una
marca de computadoras de ajedrez, que era incompatible con
mi contrato SciSys . Este asunto todavía no ha sido legalmen­
te resuelto.
El encuentro se jugó en el Concert Hall del hotel Lenin­
grado. El vestíbulo estaba decorado con un telón de seda rojo

23 1
y blanco. Vitaly Sevestyanov, que vivía su último encuentro
como presidente de la Federación Soviética de Ajedrez, dijo a
la prensa : «Esperamos que la segunda parte de la contienda
en Leningrado sea tan creativa, tan interesante y tan bien or­
ganizada como lo ha sido la primera en Londres .» Los juga­
dores no tuvieron ninguna queja sobre la organización, pero
algunos periodistas se mostraron descontentos . A Erich Schi­
ller no se le concedió el visado y un editor británico tuvo difi­
cultades para poder identificarse.
Yuri Rostov, un periodista soviético, escribió : «Técnicamen­
te, la organización era perfecta. El vestíbulo era una pieza ma­
ravillosa, bien iluminada, con cómodos sillones, buenas ins­
talaciones para la prensa y perfectas comunicaciones. Enton­
ces, ¿cuál es el problema? Tan sólo cuando tu pase ha sido
revisado y comprobado cientos de veces y has dejado tu li­
breta, carpeta y periódico en la recepción para entrar en el
vestíbulo, te das cuenta del problema. Estás bajo sospecha.
La mayoría del público no son las personas que realmente
desean ver la partida, sino las que logran pasar. Los que lo
han conseguido son los seleccionados por un personal espe­
cializado y te da la impresión de que no se va a jugar una
partida de ajedrez, sino que se va a escuchar un discurso po­
lítico.»
No estaba al corriente de estos problemas cuando dispu­
taba el encuentro . Sólo sabía que Leningrado era el reino de
Kárpov y tenía que andar con mucho ojo para que éste no
pudiera sacar ninguna ventaj a . En la primera partida, Kár­
pov practicó la defensa Grunfeld y logró cercarme durante la
primera parte; después, ninguno de los dos pudo obtener al­
guna ventaja. Durante el resto de la partida jugué sin dar nin­
guna alternativa a Kárpov para que lanzara su ataque. Al
final, terminó en tablas, de lo que me alegré. En la siguiente
salí, por primera vez en el encuentro, con la apertura Ruy
López o española. Después de veinte movimientos, volví mi
atención hacia el ala del rey, cosa que confundió a los exper­
tos y a los comentaristas que describieron uno de mis movi­
mientos con la torre como «misterioso y provocativm>. Duran­
te esta fase creyeron que Kárpov estaba adquiriendo ventaja
con las negras, pero finalizó la sesión con un peón amenaza­
do. Yuri Averbach afirmó que la posición de Kárpov era de­
sesperada y Botvinnik comentó que yo había jugado perfecta­
mente.
En la decimoquinta partida, Kárpov utilizó una línea con­
tra la defensa Grunfeld, el viejo «sistema ruso», que había

232
sido utilizado por última vez en el Campeonato Mundial entre
Botvinnik y Petrosian en 1 963, el año en que nací. Sin em­
bargo, fui capaz de reaccionar y Kárpov ofreció las tablas des­
pués de veintinueve movimientos . En la siguiente partida, co­
mencé de nuevo con la apertura española, realizando una com­
plicada secuencia de movimientos que volvió a sorprender a
los expertos . Algunos de ellos pensaron que Kárpov tenía la
partida en sus manos. Sus más fieles seguidores estaban con­
vencidos de su victoria, pero se quedaron perplejos al ver que
su héroe tardó una hora y una hora y media en hacer dos
movimientos.
Esta partida, la decimosexta, fue la que mejor jugué en
todo el encuentro. Su belleza se basó en lo atrevida y descon­
certante que fue la apertura Ruy López . Durante la mayor
parte de la partida nadie pudo predecir el resultado final. Sólo
se resolvió el enigma cuando acababa la sesión. Parecía que
Kárpov llevaba ventaja, pues consiguió colocar una de sus to­
rres en la columna de la reina, clavándome un caballo. Me
acuerdo que me puse nerviosísimo, no encontraba la posición
en mi asiento y me encorvaba sobre el tablero . Hasta la juga­
da yigesimosegunda, en la que capturé un caballo, los exper­
tos consideraban a Kárpov el ganador. Di un vuelco a la par­
tida : cuando en la jugada cuadragésimo primera avancé un
peón amenazando a su rey, vi cómo la rubia y alta amiga de
Kárpov, Natasha, salía rápidamente de la sala. Kárpov está
divorciado y tiene un hijo. Se rumoreaba que había prometi­
do a Natasha casarse con ella cuando recuperase el título de
campeón mundial, lo que explicaba su rápida salida, cuando
ella volvió a ver cómo la perspectiva de su matrimonio se re­
trasaba. Luego se casaron, lo que demuestra lo cansados que
estaban de esperar. De todas maneras, el público se quedó y
se lo pasó en grande, sobre todo durante algunos de mis mo­
vimientos, en los cuales el juez árbitro, Lothar Schmidt, tuvo
que hacer gestos con los brazos para pedir siiencio. Cuando
volví al escenario para firmar el acta de la partida, el público
volvió a aplaudir. Kárpov abandonó el escenario sin darme la
mano. Le llevaba ya tres partidas de ventaja y no veía ningu­
na posibilidad de perder el encuentro . Me confié en exceso y
esto es peligroso, como más tarde comprobé. Nadie puede adi­
vinar o predecir el futuro en un juego como el ajedrez .
En un campeonato mundial nunca había pasado nada
igual que lo que más tarde ocurrió. Parecía imbatible y tenía
la esperanza de obtener la más brillante victoria desde la de
Bobby Fischer, pero, de repente, se extinguió mi luz . Al prin-

233
cipio no me lo creía, no daba crédito a mis ojos y no podía
comprender qué estaba sucediendo. Ahora, desde luego, lo en­
tiendo perfectamente.
En la decimoséptima partida fui totalmente arrollado por
el juego de Kárpov . Quizá mi error fue repetir el mismo siste­
ma de juego que practiqué en la decimoquinta partida . Ahora
Kárpov ya había aprendido la lección y estaba preparado para
responder. En el movimiento diecisiete me encontraba en una
situación desesperada y treinta movimientos después finalizó
la partida. Según los periodistas, en la partida decimoctava
jugué un ajedrez deslumbrante y original, ya que hice dos mo­
vimientos que aturdieron a los más expertos . Un comentaris­
ta escribió : «Una partida clásica de Kaspárov; el tablero pa­
recía arder y la violencia se adueñaba de sus piezas .» Podía
haber obtenido fácilmente las tablas, pero renuncié a ellas
pues confiaba en ganar. Pero cuando comenzó la segunda se­
sión de la partida, Kárpov logró rehacerse y obtener la victo­
ria. Le puse las cosas fáciles porque fallé en dos jugadas.
¿Qué estaba pasando? Pedí un día de descanso para reco­
brarme de estas dos derrotas consecutivas . Los aficionados y
comentaristas estaban tan confusos como yo. Uno de estos
últimos narró lo siguiente : «Lo que aquí se comenta es que
después del brillante despliegue pirotécnico de Kaspárov en
la decimosexta partida, el joven ha sido víctima de un doble
error : confiarse y creer que el encuentro ya estaba decidido.
Esto puede cambiar el resultado final del campeonato.» Esta­
ba totalmente de acuerdo con él y esto me preocupaba mucho.
Me preguntaba si lo tenía merecido y si todos mis esfuerzos
habrían sido en vano. Lo que me ocurrió en el tablero fue
que no me esforcé y fui sorprendido por el juego de Kárpov.
La partida decimonovena era crucial, ya que sólo iba un
punto por delante de mi rival. Mis tres puntos de ventaja se
habían reducido a uno. En esta partida fui derrotado de
nuevo. Utilicé el bastante poco usual sistema Prins de la de­
fensa Grunfeld, llamada así por un gran maestro holandés, y
algunos expertos lo consideraron una maniobra muy arries­
gada. Pero Kárpov pareció querer forzarme a abandonar y a
no dejarme seguir tras la pausa. ¿Qué falló?
Creo que fue Yevgeny Vladimirov, que había sido mi ayu­
dante durante cinco años y medio. Fue descubierto copiando
en una libreta los movimientos que iba a hacer en la próxima
partida. Cuando registramos su habitación encontramos mu­
chos más papeles con anotaciones. Dijo que eran para él, como
recuerdo, pero nunca lo había hecho antes. También estaba

234
actuando de forma extraña. Durante largo tiempo había de­
saparecido varias veces de la concentración sin decir adónde
iba. No se le encontraba por ninguna parte poco antes de la
reanudación de la partida decimoctava que Kárpov ganó con
un final de manual de ajedrez. No puedo probar que las notas
de Vladimirov fueran «prestadas» a Kárpov, pero en mi opi­
nión mis tres derrotas consecutivas pueden explicarse si el
rival sabe los movimientos que voy hacer y la estrategia que
voy a adoptar. En los comienzos de las partidas anteriores
nunca había adquirido ventaja material ni posicional sobre
Kárpov. Sólo supuse que él había estado trabajando más en
casa sobre este aspecto del juego. Incluso ahora, viéndolo
desde lejos y a pesar de que no le cogieron, por así decirlo,
en flagrante delito, estoy cada vez más convencido de que mis
afirmaciones y alegaciones son correctas y de que la trampa
había sido planeada antes y cuidadosamente puesta en prác­
tica y de que estaba dirigida contra mí tanto en mi condición
de jugador como de individuo. No tengo pruebas directas, pero
mi intuición en ajedrez, la lógica con la que luego se desarro­
'
llaron las cosas me demuestran, aunque Vladimirov lo nie­
gue, que fui traicionado por un profesor que había estado
mucho tiempo conmigo y a quien yo quería y apreciaba.
Lo que yo vi como una traición de Vladimirov causó una
profunda impresión en el equipo, pues estábamos muy uni­
dos y habíamos aprendido a confiar los unos en los otros.
Actuábamos como en una comuna, trabajando por un bien
común. Cada movimiento era decidido por todos. Cuanto mejor
iban las cosas en 'el equipo, mejor jugaba al ajedrez. Comía­
mos juntos, nadábamos juntos y hablábamos con franqueza
y sin secretos ; era un tipo de vida muy particular. El descu­
brimiento de la conducta de Vladimirov tuvo un efecto devas­
tador. Estuve francamente asustado cuando me di cuenta, su­
poniendo que mi análisis sea correcto, de hasta dónde habían
llegado para vencerme. Incluso si Vladimirov copió las notas
sólo para él, el golpe psicológico para mi equipo no puede
ser minimizado.
¿ Por qué creo que Vladimirov era culpable? Algunos cír­
culos ajedrecísticos todavía se hacen esta pregunta, sobre todo
en Moscú, donde les cuesta creer lo que él hizo. Piensan que
utilicé este argumento como excusa para mis tres derrotas con­
secutivas . La verdad es que no hay pruebas tangibles, como
confesiones firmadas o fotografías o testimonios, y por lo tanto
nunca podrá demostrarse su culpabilidad. Sin embargo, todo
mi equipo y yo estábamos seguros de que nos traicionó. Pri-

235
mero : había copiado todas las posibles aperturas y variantes
que habíamos preparado. Antes de que se marchara se las
pedimos y las llevaba en su maleta . Segundo : existe una de­
claración suya, escrita el 1 de febrero de 1 986, en la que afir­
ma haber copiado todas mis posibles aperturas y variantes
para su propio uso. Sostiene que nunca se las entregó a Kár­
pov. «Las notas estaban destinadas únicamente a mi uso per­
sonal y en ninguna circunstancia fueron pasadas al equipo
de Kárpov. Como me sentía agotado física y psicológicamen­
te, decidí, por mi propia voluntad, dejar el equipo de G. Kas­
párov . Prometo no cooperar, durante dos años por lo menos,
con ninguno de los posibles oponentes de G. Kaspárov.» Sin
embargo nos sorprendió el contenido de su bloc. No sólo es­
taban escritos los estudios que hizo Vladimirov, sino también
las soluciones definitivas que habíamos decidido en equipo.
Hasta la partida decimonovena estuvimos realmente sor­
prendidos de la habilidad y rapidez con que Kárpov consi­
guió evitar nuestras celadas . Era muy extraño que se zafase
de todas. En la primera parte del encuentro habíamos prepa­
rado nuevas variantes que Kárpov no pudo contrarrestar con
eficacia. Ahora también habíamos preparado otras, incluso
más inesperadas y Kárpov, en vez de verse sorprendido, lo­
graba cazarme en cada partida.
También hay otras pistas. Después de la partida decimo­
novena desconfiaba de todo y prohibí a todo mi equipo salir
del recinto. Vladimirov, aunque a decir verdad nunca había
sido muy disciplinado, se negó de pleno a acatar mi orden.
Le contesté que esto era obligatorio para todo el mundo y tam­
poco era tan difícil . Los entrenadores de Kárpov ni siquieran
iban a las partidas y le dej aban solo en sus largos paseos
por la ciudad . É l dijo que yo estaba intentando hacerle ac­
tuar en contra de su voluntad y empezó a irse a cualquier
sitio. En su habitación encontraron por casualidad una lista
de sus pertenencias . Bien, cuando alguien se va a dar un
paseo, no hace una lista de lo que hay en su habitación; pa­
recía como si él tuviera la intención de no volver nunca más .
A menudo me he preguntado qué condujo a Vladimirov a
comportarse como lo hizo. Siempre había estado presionado
por sus conexiones con el ejército que es el patrocinador de
Kárpov. Realmente tuvo problemas para asistir a los encuen­
tros. Vladimirov y Timoschenko habían sido llamados varias
veces durante nuestras concentraciones . Siempre habían teni­
do dificultades para poder viajar con el equipo. Pero ahora el
motivo era diferente : era una razón personal. Creo que la

236
causa fue la envidia y los celos. Vladimirov había sido un
genio y un maestro del ajedrez ; en su juventud fue considera­
do como una gran promesa. Pero su carrera se vio truncada
por problemas de su personalidad . Era débil, inseguro y algo
perezoso . Tuvo períodos en los que bebía en exceso, tenía pro­
blemas con las mujeres y engordó. El régimen alimenticio que
llevábamos en el equipo le hizo adelgazar de 1 0 8 kilos a 82.
Trabajó con nosotros duramente y de esta forma mejoraron
su salud y su aspecto.
Pero se encontró con un gran problema : tenía que traba­
jar para mí. Yo era quien recogía el éxito que él tanto ansia­
ba y del cual creía ser el único merecedor. Parecía celoso de
todos mis triunfos, creyendo que le pertenecían. Estos pensa­
mientos y estos sentimientos convierten a un hombre en trai­
dor, y esto es tanto más peligroso si su personalidad es débil
y con tendencia a la autodestrucción. En mi opinión, la clave
estuvo en la segunda parte de la decimoctava partida . Había­
mos encontrado unas casi seguras tablas, un fácil movimien­
to para que hiciera Kárpov. En vez de esto, él fue directa­
mente hacia el punto más débil de mi posición, el que nos
hacía más vulnerables .
Da la casualidad de que sabemos lo que en aquel momen­
to le pasaba a Kárpov por la mente porque su ccpsicólogm>, el
periodista Igor Akimov le visitó en su casa la noche anterior
y trató de resolver todos los posibles movimientos . Dijo que,
al llegar Kárpov, éste colocó las piezas y le dij o : cc É sta será
la posición de mañana.» Esta frase era como una cantinela :
ccSerá así mañana.» Desde luego que no hay posibilidad de
saber qué ccserá mañana» ya que hay millones de posibilida­
des . Akimov fue muy negligente; fue demasiado lejos al mos­
trar lo bien preparado que estaba Kárpov . Si Kárpov tuvo las
notas de Vladimirov, ahora comprendo que ninguna de mis
aperturas le sorprendiera y que sus respuestas fueran tan rá­
pidas y precisas. De las cuatro partidas que perdí, tres las
había perdido ya al comienzo de las mismas .
La arrogancia del artículo de Akimov traicionó la seguri­
dad que tenía Kárpov de derrotarme. ccSu mirada es como un
puñal que se clava tan rápidamente que ni siquiera puedes
percibirlo. Su movimiento es tan rápido que notas algo, pero
no lo estimas como peligroso. Continúas atónito hasta que te
decides a mover. Al hacerlo, pierdes y es entonces cuando te
das cuenta de que ya habías perdido mucho antes .» ¿Qué pen­
saba Kárpov de mí en aquellos momentos críticos del encuen­
tro ? En una entrevista dijo lo siguiente : celos elogios se han

237
vuelto contra Kaspárov. Se ha so brees timado y descentrado.
Es muy orgulloso y ambicioso. Se deja llevar por las emo­
ciones. Es impulsivo y hace cosas de las que luego se arre­
piente.»
Generalmente, yo doy una imagen de debilidad y vulnera­
bilidad, por lo que todos creían que iba a perder. ccNo creo
en los retratos que han hecho los pintores. No confío en su
sonrisa o en su espíritu romántico . Su sonrisa es artificial.
Siempre está sonriendo. Consigue lo que pretende y necesita :
la publicidad conlleva prosperidad. No es ni tan frío ni tan
tranquilo como Kárpov. Pero no olviden que sus caracteres
son muy parecidos, como lo son sus formas de pensar. Sólo
sus temperamentos son diferentes. Uno es colérico, mientras
que el otro es flemático. De no ser así, podrían ser gemelos .»
La nauseabunda descripción siguiente también habla de
mí : <<Su sociabilidad, su franqueza, su amabilidad y su ele­
gante figura atlética son pura farsa. Trata de ocultar que es
indolente, vulgar y fanfarrón, pero no puede ocultarnos que
es el mejor jugando al ajedrez . Mejor que Kárpov. Él hace su
papel. No hay ninguna duda respecto a esto, pero no todos
los seguidores se han dejado convencer ni han sido atraídos
por su sonrisa y apariencia. Como siempre, los amantes del
ajedrez se hallan divididos.
»La gente tuvo que acostumbrarse a Kárpov. Les costó em­
pezar a quererlo. Tras el excéntrico, brillante e inigualable Fis­
cher, que parecía suscitar un problema por dondequiera que
pasaba, Kárpov dio la primera impresión de ser aburrido y
no convenció a nadie. Fischer le había puesto muy alto el lis­
tón. Además, Kárpov estaba en una situación muy incómoda
por la renuncia de Fischer a defender el título. Se le permitió
rehusar y Kárpov tuvo la obligación de demostrar que él era
el mejor jugador de ajedrez del mundo. Logró conseguirlo y
dos años después ya nadie hablaba de Bobby Fischer. Kár­
pov estuvo en la cima durante diez años . No temió mostrarse
ante el público tal como era, incluso después de suceder a
Fischer. No llevaba ninguna máscara. No intentó mostrarse
como un hombre vulgar, o un intelectual, ni intentó gustar a
la gente o parecer interesante. Quiso mostrarse tal como era.
Había algo en él que inspiraba confianza, franqueza o quizá
misterio. Sin hacer nada, hizo que la gente le aceptara e in­
cluso que le llegara a amar. Este amor se puso en evidencia
cuando apareció a su lado y luego encima el brillante y en­
cantador (en el sentido general de la palabra) Garri Kaspá­
rov. Parecía que Kárpov iba a ser desbancado. Como dicen

238
en Ucrania : no importa, si lo nuevo es mejor. Pero la gente
no abandonó a Kárpov. Kaspárov ganó el corazón de su ge­
neración, pero para los más viejos Kárpov era parte de sus
vidas y permanecieron fieles.»
Después de la decimonovena partida, sin embargo, toda
la confianza en sí mismo debió de tambalearse, ya que el se­
creto de Vladimirov salió a la luz . Si mi sospecha es cierta,
largo tiempo pudo Kárpov contar con saber qué «sucederá ma­
ñana». Pidió un día de descanso. Esto sorprendió a todo el
mundo ya que esperaban que siguiera presionándome después
de haber reducido su desventaja. Sospecho que tanto Kárpov
como yo sabíamos que él había perdido «su ventaja». Lo que
debería haber sido su conocimiento secreto le había ahorrado
mucha energía en las anteriores partidas ; pero yo estaba ago­
tado. Por mis temores respecto a Vladimirov no podía con­
fiar en sorprender a Kárpov con mis aperturas . Empecé a
notar el esfuerzo que había realizado en los dos años anterio­
res ; no me quedaban fuerzas . Después de perder a Timos­
chenko y a Vladimirov, mi equipo se estaba desintegrando .
Sin embargo, pude hallar consuelo en los pocos amigos que
me quedaban y en el resto del grupo. Me apoyaron y me ayu­
daron a seguir. Necesitaba olvidarme de todo y concentrarme
en el ajedrez, pero mi cabeza daba vueltas y sólo veía a mi
enemigo delante de mí. Me fue de maravilla que Kárpov pi­
diera un día de descanso, mucho más de lo que él se ima­
ginaba .
Litvinov dijo algo que m e tranquilizó : señaló que a pesar
de mis tres derrotas, con tan sólo conseguir dos puntos y
medio de los cinco que quedaban por disputar, podía mante­
ner mi título. También me dio ánimos al añadir que me que­
daban por jugar tres partidas con las blancas. No era necesa­
rio intentar buscar una victoria espectacular ya que con las
tablas tendría suficiente. Las victorias espectaculares, como
dicen los rusos, son cmye nada», no necesarias. Pero, por en­
cima de todo, precisaba un momento de respiro . Fue enton­
ces cuando desde Moscú me llamó un amigo mío al que apodo
«el gurú». Me dijo que obtendría tablas en las partidas vigé­
sima y vigesimoprimera y que ganaría la vigesimosegunda de
una forma magistral.
En la vigésima partida utilicé la apertura catalana que era
la que se solía utilizar para obtener tablas contra Kárpov. Ya
me había servido de ella en la octava partida de nuestro pri­
mer encuentro en 1 984, después de haber perdido tres pun­
tos de los siete disputados . Korchnói también la había pues-

239
to en práctica contra Kárpov en la ciudad de Baguío, en 1 978,
después de dos derrotas . En todos los casos había dado re­
sultado . Al final, conseguí las tablas y, tras haber roto mi
mala racha, empecé a recobrarme. Dije a la prensa que la si­
guiente partida acabaría también en tablas. Hasta ahora las
predicciones de mi amigo se habían cumplido . Sentía que iba
recobrando fuerzas . En la vigesimoprimera partida practiqué
una sólida defensa India de dama, buscando las tablas y uti­
lizando gran parte de mi tiempo en los movimientos clave :
acabó en tablas, lo que significaba mucho, pues era la penúl­
tima partida que Kárpov jugaba con las blancas.
La noche anterior a la vigesimosegunda partida, que a
todos parecía que iba a ser crucial, mi amigo me volvió a lla­
mar desde Moscú e insistió en que él debía venir y asistir
en persona al encuentro ; estaba muy seguro de la importan­
cia de la partida . Fue difícil hacer los preparativos, pero lo
logramos a tiempo. Cuando mi chófer oyó que venía, se exci­
tó, pues pensó que nos traería suerte. « ¡ Viene, viene, ganare­
mos !», comenzó a gritar y lloró de alegría. Llovió durante todo
el día siguiente, pero cuando llegamos al hotel Leningrado la
lluvia cesó de caer. Estaba inquieto y preocupado, pues el
coche de patrulla que nos escoltaba tuvo una avería durante
el viaje y temí llegar tarde a la partida. Pero logramos llegar
a tiempo. Cuando salí del coche miré al cielo y vi el arco iris
más espectacular que he contemplado en mi vida; era precio­
so . Para un sentimental y supersticioso como yo aquello era
un símbolo, un signo de esperanza que me enviaba el cielo.
Cuando entré en el hotel, tuve la sensación de que todo iba a
salir perfectamente. La cara de Kárpov palideció al ver a mi
amigo entre el público. También él era muy supersticioso.
Desde aquel momento supe que Kárpov sabía que estaba con­
denado a perder la partida.
La jugada más famosa de este encuentro y una de las me­
jores en la historia del ajedrez, la realicé al finalizar la prime­
ra sesión de la vigesimosegunda partida. Sucedió tras cuaren­
ta movimientos en una partida de implacable presión posicio­
nal que se había abierto con el gambito declinado de la reina.
Fue el movimiento decisivo cuarenta y uno. Mi objetivo era
controlar la casilla F4, que era la clave de la partida . El cen­
tro de prensa rebosaba actividad. La mayoría de los maestros
y comentaristas de la sala no encontraban ninguna solución
que me pudiera dar la victoria. Pero, en un momento de ins­
piración, di con ella. Analicé y repasé el movimiento y un rato
después escribí algo otra vez . La gente pensó que había cam-

240
biado mi decisión y había escrito otra jugada, pero no fue así.
Escribí el mismo movimiento otra vez : colocar el caballo en la
casilla D7 . Lo había escrito dos veces para que se entendiera
bien la letra y para asegurarme de que lo había escrito correc­
tamente. Hay una fotografía de la hoja que lo demuestra.
Los grandes maestros se pasaron toda la noche en los pa­
sillos y bares del hotel intentando averiguar el movimiento.
Al amanecer, algunos había logrado dar con él. Aunque al em­
pezar la reanudación de la partida Kárpov parecía relajado,
estoy seguro de que trabajó con su equipo durante toda la
noche. Cuando el sobre se iba abriendo, Kárpov miraba al
público como si no prestase atención o no le diera importan­
cia a su contenido. Pero no pudo contenerse y rápidamente
dirigió su mirada hacia las manos de Lothar Schmidt, que
iba a revelar el movimiento decidido. Se dio cuenta de que su
suerte estaba echada y después de cuatro movimientos aban­
donó . No tuvo ninguna opción . Fue el mejor movimiento de
mi vida. El público se levantó de sus asientos y me brindó
una ovación. Kárpov y yo nos quedamos sentados e intercam­
biamos unas palabras. Aunque no hablamos mucho tiempo y
sólo sobre las pocas opciones del final de la partida, era la
primera vez que entablábamos conversación en una de estas
pausas post mortem durante las cuarenta y siete partidas .
Si conseguía medio punto de los dos en juego, mantenía
mi título. Kárpov tenía que ganarme las dos partidas. El lunes
6 de octubre, a las 2 1 . 34, todo había acabado. Hicimos ta­
blas y Kárpov me extendió la mano. No consiguió encontrar
una combinación de movimientos después de haber efectua­
do una complicada maniobra en el medio juego. Le repliqué
con una serie de movimientos de una de mis torres. Primero
coloqué mi torre de dama en el centro del tablero, luego la
retiré a su casilla original y finalmente la moví hacia el ala
del rey . Los grandes maestros no llegaron a comprender el
sentido de este nuevo estilo de juego. Después de treinta mo­
vimientos y de una profunda reflexión, Kárpov se dio cuenta
de que nunca podría ganar la partida .
L a última fue u n puro trámite, pero Kárpov quiso jugarla
para conservar su honor, aunque no le serviría de nada por­
que había perdido el encuentro. Se comportó de una manera
muy poco educada, pues al final de la sesión no quiso acep­
tar las tablas de una partida que nunca podría ganar. Cuan­
do dijo que rehusaba las tablas el público pensó que su acti­
tud era vergonzosa y no se equivocó, aunque Kárpov no sin­
tió ninguna vergüenza. Hizo esto porque no quiso aceptar lo

24 1
inevitable o quizá porque se propuso negarme un final me­
morable.
Ray Keene y David Goodman dijeron lo siguiente sobre el
encuentro : «Durante estos dos años Kaspárov y Kárpov han
disputado tres duros encuentros en los que han jugado no­
venta y seis partidas. Kaspárov ha ganado trece, perdido doce
y ha hecho setenta y una tablas . En el último encuentro, el
juego de Kaspárov ha sido claramente superior. Kaspárov ha
sido superior en originalidad, pero Kárpov se ha logrado man­
tener a flote gracias a una excelente preparación antes de las
partidas y a una gran fuerza de voluntad cuando iba tres pun­
tos por detrás de su rival. Si Kaspárov mantiene su brillan­
tez y no comete errores ingenuos puede llegar a ensombrecer
la figura de Bobby Fischer, el genio norteamericano .» Ellos
no estaban en situación de suponer lo extraordinariamente
bien informado que podía haber estado Kárpov en su prepa­
ración anterior a la partida y que podía haber sido algo más
sustancial que la fuerza de voluntad que le ayudó a ganar
estas tres partidas .
La última . se jugó con medio vestíbulo vacío. Los ausen­
tes eran aquellos que hubieran deseado que Kárpov ganara
el encuentro. La ceremonia de clausura fue como un funeral;
se presentaron pocas autoridades y no se pareció en nada a
la celebración que tenían preparada, ya que se equivocaron
al predecir el campeón del encuentro. Esta vez no me tropecé
con una pancarta como la de la sala Chaikovski de Moscú
que ponía : «Felicidades, Toyla, por tu gran victoria.» Pero es­
peraba que hubiera alguien en alguna parte escondido detrás
de la escena llenándose de polvo.
Después del encuentro de Leningrado llamé a Marina para
decirle el resultado . Fue nuestra última conversación. Supe
que estaba tramitando el divorcio de su marido, del que había
vivido separada muchos años . Quizá planeaba volverse a ca­
sar. Los dos tenemos una personalidad muy fuerte y por lo
tanto no fue una conversación fácil. Fue nuestro último adiós.
Después de todos aquellos momentos felices yo deseaba que
nuestro final hubiera sido mejor. Lo pasé muy mal tras esta
conversación y todavía me siento triste. Fue muy doloroso
para los dos, pero la vida continúa.
En Leningrado, Campomanes se había dejado ver en com­
pañía de las autoridades soviéticas de ajedrez y delegados del
Tercer Mundo, sin duda para preparar su reelección como pre­
sidente de la FIDE en las elecciones de final de año. Su hijo
estaba estudiando en la Unión Soviética y sus lazos eran fuer-

242
tes, a pesar de que su mecenas filipino, el presidente Marcos,
había sufrido un jaque mate de la señora Aquino. ¿Podría­
mos sacar del escenario de la FIDE a Campomanes ? Nuestra
apertura con el lanzamiento del tándem brasileño-inglés, for­
mado por Lincoln Luzena y Ray Keene, para la presidencia
estuvo bien preparada. Ahora, para la mitad y para el final
de la partida, la escena se trasladaba a Dubai durante las
Olimpiadas de Ajedrez de 1 986.
Trabajé duro durante esta campaña porque veía la desti­
tución de Campomanes como la primera medida de reforma
o «perestroika» en el mundo del ajedrez. Cuando llegué a
Dubai estuve hasta altas horas de la noche intentando con­
vencer a varios delegados en sus propias habitaciones del
hotel. Intenté convencerlos de que se necesitaba urgentemen­
te un cambio en la presidencia de la FIDE. La mayoría se
mostraron cordiales y escucharon con respeto al campeón
mundial. Pero Campomanes lo tenía todo bajo control y com­
prendí que no se pondrían en contra suya hasta que no estu­
vieran seguros de su derrota. É sa fue la razón oficial que dio
la Federación Soviética de Ajedrez para respaldar a Campo, a
pesar de mis serias peticiones a Moscú . Lo que es cierto es
que sus veinte votos fueron cruciales. Creo que, con una fuer­
te campaña, Lucena podría haber obtenido buenos resultados,
pero muchas delegaciones le negaron el apoyo hasta ver por
dónde soplaba el viento. Desgraciadamente había poco viento
para mover las velas de Lincoln. É ste se desanimó antes de
empezar y pasó la mayoría de las Olimpiadas tomando el sol
en el playa.
Lo cierto es que las circunstancias se confabularon contra
él. La Olimpiada fue evidentemente un triunfo para Campo­
manes, que sacó siete millones de dólares, algunos de los cua­
les los utilizó para pagar un viajecito por todo el mundo a
las agradecidas delegaciones. É stas no podían morder la mano
que les daba de comer. Yo estaba hecho una fiera y juré no
volver a jugar allí jamás, pero las pequeñas delegaciones no
desaprovecharon la oportunidad de desfilar con las grandes
en aquel prestigioso e importante torneo. En el lenguaje de
las relaciones públicas fue una fácil victoria para Campoma­
nes . Se apoyó en los dirigentes de Dubai, que le ayudaron en
su campaña, distribuyendo su biografía y ensalzando su con­
tribución al mundo del ajedrez en un programa de televisión
local. Organizaron ruedas de prensa en las que se evitó las
inoportunas preguntas sobre Campo, y se distribuyó material
sobre Lucena, pero muy mal impreso e ininteligible.

243
Finalmente, tuvimos que aceptar aquella humillante derro­
ta. Campo estaba jugando su propio juego, en su terreno y
con sus reglas . Nos hizo parecer unos simples aficionados.
Los grupos de oposición a Campo pudieron haber h.echo
mucho más, pero éste ya estaba invitado a ocupar la presi­
dencia de la FIDE. No es que perdiera Lucena, sino que ape­
nas hubo candidatos para el cargo. El perdedor fui yo por­
que estaba poniendo en juego mi reputación como campeón.
Todo fue en vano. Después de mi éxito en Leningrado ésta
fue una amarga derrota .
De hecho, las conversaciones que mantuve con los delega­
dos sirvieron de poca ayuda para mi juego. Hubo un momen­
to, después de que me ganara Seirawan, cuando parecía que
Inglaterra o los Estados Unidos podían arrebatar la medalla
de oro a la Unión Soviética, en que corría peligro de ser criti­
cado por haber olvidado los intereses de mi país en favor de
hacer política contra Campo. Afortunadamente, al darme cuen­
ta d �l peligro que sobre mí se cernía, mi juego mejoró en las
últimas partidas, lo que llevó. a mi equipo a la victoria, rom­
piendo incluso el récord olímpico al ganar tres medallas de
oro. Pero, al haber sido ganadas en los dominios de Campo,
estas medallas no tenían valor alguno para mí, a pesar del
metal en que estaban trabajadas, ya que Dubai es considera­
do como uno de los mejores centros mundiales productores
de oro. Cuando me pusieron las medallas, sentí corno si me
estuvieran colocando un collar de hojalata para perro.
Puede ser que todos estos reveses acabaran beneficiándo­
nos, porque encontramos una manera mejor de luchar contra
Campo. Fue a través de la fundación de una nueva Asocia­
ción de Grandes Maestros, en la que yo deposité mis espe­
ranzas para el futuro del juego. La filosofía de dicha Asocia­
ción, que no era algo que hubiese sido pensado en poco tiem­
po, era la de proteger la remuneración de los grandes maestros
y procurar ofrecerles comodidades durante los torneos, ponien­
do al ajedrez a la misma altura de otros grandes deportes in­
ternacionales . Estaba formada por siete grandes maestros, de
los cuales yo era el presidente y Kárpov el vicepresidente. El
resto del grupo lo formaban Timman ( de Holanda, primer
vicepresidente), Ljubojeric (Yugoslavia), Portisch ( Hungría ),
Seirawan ( Estados Unidos) y Nunn ( Inglaterra ), que ahora
ha sido sustituido por Bent Larsen ( Dinamarca) . La presen­
cia de Kárpov no era aceptada por muchos grandes maestros
que creían que él podía informar de nuestras discusiones a
sus amigos de la FIDE y de la URSS, pero nosotros creamos

244
un cuerpo democrático y su historial le autorizaba a su posi­
ción.
Nuestro plan se puso en marcha en Dubai, un mito histó­
rico para el ajedrez . Propusimos que el campeón ostentara su
corona por tres años, antes de ponerla en juego de nuevo, y
no dos años, como obligaban los preceptos de la FIDE, y que
cada dos años se jugaran seis torneos, todos ellos comerciali­
zados y clasificatorios para disputar el Campeonato del
Mundo . Habría también torneos con series de partidas rápi­
das para el Gran Prix alrededor del mundo y que serían ofre­
cidas por televisión con las más modernas técnicas gráficas y
de animación. En nuestra carta a la Asamblea General de la
FIDE declarábamos haber constituido nuestra asociación «para
evitar nuevos malentendidos entre la FIDE y los principales
grandes maestros y para facilitar el proceso de toma de deci­
siones». En la práctica, lo que queríamos era crear una plata­
forma para despegarnos de la FIDE. Uno de nuestros mejo­
res consejeros durante nuestras deliberaciones fue Bessel Kok,
jefe ejecutivo de la SWIFT, la red de computadoras para ban­
cos con sede en Bruselas ; éste estuvo de acuerdo en que el
torneo SWIFT, que se celebraba anualmente, formara parte
de la Copa del Mundo . Campo llegó tarde a nuestra conferen­
cia de prensa, evidentemente asustado por el peligro que nues­
tra nueva asociación suponía para la conservación de su he­
gemonía, y sonreía como un astuto gato de Cheshire.
Descubrí que la primera conferencia de jugadores se había
celebrado casi cincuenta años antes, en el hotel Amstel de
Amsterdam . El tema en cuestión, que se resolvió con un tor­
neo en Holanda que ganó Keres en 1 938, era la creación del
<<club de los ocho magníficos». É stos eran Alekhine, Capablan­
ca, Euwe, Keres, Botvinnik, Fine, Reshevsky y Flohr. Por des­
gracia las reuniones no fueron muy cordiales y agradables,
ya que Alekhine y Capablanca no se hablaban. Los jugadores
casi habían llegado ya a un acuerdo cuando llegó la guerra.
Después, en 1 945, apareció la FIDE y acabó con todo.
Desde su formación en Dubai, nuestra asociación iba poco
a poco marchando viento en popa y no sólo contaba con los
más prestigiosos jugadores de occidente, sino con treinta de
la Unión Soviética. Nuestro éxito dependía en parte del au­
mento de patrocinadores comerciales que habíamos tenido úl­
timamente. El dinero no iba a parar a nuestros bolsillos, sino
que era utilizado para intentar conseguir un poco de demo­
cracia en nuestro deporte. Invertíamos nuestras ganancias en
cosas mucho más útiles e interesantes que la FIDE. Al prin-

245
c1p10, estaba agobiado y atareadísimo con las cantidades de
papeles que se amontonaban sobre mi mesa. Pero me di cuen­
ta que la única manera de vencer a Campo era seguir su juego
y hundirle en un mar de papeles. É l sólo comprende un len­
guaje, el del más fuerte; es de la única manera que puedes
tratar con él. Sabía que sin nosotros no habría torneos . Nos
necesitaba.
Detrás de todos estos asuntos burocráticos y comerciales
yo tenía un sueño. Quería dar a conocer y promover el aje­
drez a través de libros, acontecimientos y las mejores parti­
das de la historia. Quería hacer del ajedrez un juego popular
en el mundo entero. Para hacerlo tendría que jugar en todos
los sitios, incluso en clubs nocturnos como lo hice en un en­
cuentro rápido contra Nigel Short en el Hipódromo de Lon­
dres sobre un escenario movible. Probaré nuevas formas de
jugar al ajedrez. Si es preciso llevaré puesto un ridículo som­
brero para promocionar el ajedrez como hacen en Australia
llevando pijamas azul y amarillo para conmemorar el día del
cricket. Hemos de romper la típica imagen del ajedrez como
juego serio, aburrido y poco activo y mostrar que es tan exci­
tante jugarlo como verlo. Estábamos embarcados en una gran
aventura, puesto que, como el fútbol, el ajedrez es un juego
universal.
Dubai volvió a obsesionarme cuando supe que fue elegida
la sede del Campeonato del Mundo de 1 987 que debía jugar
ante Kárpov. É ste, al derrotar a Sokolov en Linares, España,
tenía derecho a enfrentarse conmigo. Ya llevo cuatro campeo­
natos mundiales en cuatro años consecutivos . Nunca ha exis­
tido en la historia del ajedrez un campeón que haya tenido
que defender su título tan a menudo. Después de las Olim­
piadas juré no volver a jugar en los Emiratos Árabes Unidos .
Era un país muy partidario de Campo y allí me temía lo peor,
pues estaba seguro de que haría todo lo posible, en un inten­
to desesperado, por devolver a Kárpov e<SU» título. Mis temo­
res se confirmaron cuando Kárpov eligió Dubai como su lugar
favorito para celebrar el encuentro. La vieja alianza entre Cam­
pomanes y él no se había roto.
Esta decisión era una auténtica farsa, pues cada jugador
sólo tenía una opción según las nuevas normas de Campo; si
no estaban de acuerdo con la decisión tomada, se aceptaba
la oferta del mejor postor. Desde que se conoció mi postura
contra Dubai, no tuve ninguna opción. De hecho, hubiera acep­
tado cualquier lugar excepto Dubai. Me hubiera gustado jugar
en Seattle, en primer lugar, ya que nunca he visitado los Es-

246
tados Unidos y me hace gracia la idea de ver a dos rusos
disputarse el campeonato mundial de ajedrez en América. Ha­
bría sido una buena oportunidad para promocionar nuestro
ajedrez . También hubiera preferido la capital de España, Ma­
drid, a la elección de Sevilla. Pero España es un país muy
aficionado al ajedrez, con numerosos seguidores, y se merece
el honor de celebrar su primer campeonato mundial de aje­
drez, que esperamos que sea un clásico y que finalmente re­
suelva mi histórica rivalidad con Kárpov en el tablero.

247
CAPÍTULO 1 4

HOMBRES CONTRA MÁQUINAS

¿Cuál será el futuro del ajedrez ? A menudo me pregunto si


algún día una computadora podrá ganarme; y me digo que
no. Ninguna computadora podrá ganarme nunca. David Levy,
el maestro escocés, apostó miles de dólares a que él no sería
vencido por una computadora en 1 97 8 -y por supuesto
ganó- , a pesar del comentario de Botvinnik entonces : «Lo
siento por tu dinero .» Pero declinó una apuesta para cubrir
la década siguiente. Botvinnik dedicó mucho tiempo de su ca­
rrera científica a perfeccionar computadoras y siempre creyó
que un día el hombre construiría una máquina controlada de
ajedrez que superara a los jugadores humanos . Acostumbra­
ba a citar con aprobación a un erudito de los ordenadores, el
canadiense Monty Newborn , que había dicho : «Para el año
2000, una computadora escribirá novelas capaces de hacer llo­
rar a los lectores.» Una vez tuvo una discusión sobre progra­
mas de ajedrez para ordenador con el científico soviético, ga­
nador del Premio Nobel, N. N. Semynov, que le dij o : «Los
seres humanos, en principio, no pueden crear un autómata
más inteligente que ellos .» A lo cual Botvinnik respondió : «Si
un ser humano es realmente inteligente, entonces su autóma­
ta debería serlo más que su creador.»
En realidad las máquinas de ajedrez se remontan unos
doscientos años, al ccTurco», un exótico autómata de madera
coronado por un turbante, inventado en Hungría por el barón
Wolfgang von Kampelon que lo regaló a la emperatriz María
Teresa. Hasta que fue destruido en un incendio, en 1 854, el
«Turco» tuvo una brillante carrera que incluía victorias sobre
Benjamín Franklin y Napoleón. Su sucesor fue «Ajeeb», in­
ventado por un inglés, Charles Alfred Hooper, que jugó parti­
das contra O. Henry, Sara Bernhardt y John Ruskin. Tanto

248
el «Turco» como «Ajeeb» demostraron más tarde que habían
estado manejados por hombres escondidos en su interior, pero
nunca nadie supo cómo los habían introducido.
La investigación sobre las computadoras de ajedrez ha obli­
gado a la gente a examinar el verdadero origen del talento
para el juego, recurriendo a todas las pruebas mentales lleva­
das a cabo en el pasado. Sammy Reshevsky, el niño prodigio
norteamericano, fue el primero en pasar por tales pruebas. A
los ocho años fue sometido clínicamente a unas pruebas psi­
cológicas que dieron como resultado que, aunque estaba flojo
en lenguaje, aritmética y en reconocer los colores, tenía una
extraordinaria inteligencia espacial y memoria para las figu­
ras y las formas . Después de examinar cuarenta figuras du­
rante cuatro minutos, por ejemplo, podía describirlas en su
orden correcto sin un solo error. Se cree que este análisis pro­
porciona una pista importante para la fuente mental del ta­
lento en ajedrez, sugiriendo que podría ser el producto de una
innata predisposición junto con una memoria excepcional para
las formas espaciales. La madre de Kárpov le recuerda ju­
gando partidas en el techo de su habitación cuando era un
niño y ella le quitó las piezas de ajedrez porque estaba des­
cuidando sus estudios. Muchos jugadores de ajedrez han te­
nido esta clase de experiencia.
Alfred Binet, el psicólogo que inventó los tests de inteli­
gencia, dio especial importancia a la capacidad de los grandes
jugadores, como Philidor, Morphy y Alekhine, para jugar con
los ojos vendados partidas de ajedrez contra varios oponen­
tes al mismo tiempo. Fran�ois Philidor ( 1 726- 1 795 ), el músi­
co francés de la corte de Versalles, un espectacular ejemplo
de talento para la música y para el ajedrez floreciendo en la
misma persona, asombró a famosos contemporáneos suyos
como Rousseau, Voltaire y Diderot al vencer a tres jugadores
sin ni siquiera mirar sus tableros. Diderot le escribió después,
rogándole que no volviera a hacer ese truco por su salud : «Es
tonto correr el riesgo de volverse loco a causa de la vanidad .»
Aunque viajó mucho por Europa, Philidor nunca encontró un
adversario que lograra ganarle. Escribió el primer libro de
texto sobre ajedrez y fue el primer profesor que reconoció la
importancia del humilde peón. «Los peones son el alma del
ajedrez - dijo - , desplegándose en un poderoso ataque cen­
tral ganando terreno como las fuerzas de infantería y llevan­
do las armas más pesadas en reserva.»
El genio americano Paul Morphy ( 1 8 37- 1 884) jugó con los
ojos vendados contra ocho personas en París, ganando a cinco,

249
perdiendo con dos y haciendo tablas con uno. Yo mismo he
jugado con los ojos vendados y a contra reloj en Hamburgo.
Alekhine ( 1 892- 1 946) compitió una vez con los ojos vendados
contra veintiocho jugadores franceses, venciendo a veintidós
de ellos. El jugador checo Reti jugó contra veintinueve table­
ros en España, en 1 925, y Miguel Najdorf, en 1 94 3 . George
Koltanowski, de Bélgica, jugó contra cincuenta oponentes, ga­
nando a cuarenta y cuatro, en 1 960. Janos Flesch, el maestro
húngaro, parece tener el récord con cincuenta y dos, sólo tres
de los cuales le ganaron. El interés para los psicólogos reside
en que los maestros que juegan con los ojos vendados no tra­
tan de memorizar todas las piezas, sino sólo las posiciones
claves o zonas cruciales del tablero. Es como un director de
orquesta, que no puede ver todas las notas instrumentales en
una partitura, pero conserva un control mental del flujo esen­
cial de la obra. O un lector rápido que echa una ojeada a una
página pero absorbe su sentido esencial.
Después del gran torneo de Moscú de 1 925, tres psicólo­
gos soviéticos : N. Dyakov, E. Petrovsky y P. Rudik se propu­
sieron descubrir las cualidades necesarias para tener éxito en
ajedrez al más alto nivel. Aislaron dieciséis características es­
peciales :
1 . Una buena reserva de fuerza física y una buena salud
general .
2 . Nervios bien templados.
3 . Autodominio.
4 . H abilidad en repartir la atención en muchos fac-
tores.
5 . Habilidad en percibir las relaciones dinámicas .
6. Una mentalidad contemplativa.
7 . U n alto nivel d e desarrollo intelectual .
8 . Habilidad en pensar concretamente.
9 . Habilidad e n pensar objetivamente.
1 0 . Una memoria poderosa para asuntos d e ajedrez.
1 1 . Capacidad de pensamiento sintético e imaginación.
1 2 . Habilidad combinativa.
1 3 . Una voluntad disciplinada.
14. Una inteligencia muy activa.
1 5 . Emociones disciplinadas .
1 6. Seguridad en uno mismo.
Descartaron la idea de que el genio del ajedrez depende
de algún singular o «prodigioso» talento innato. Al contrario,
llegaron a la conclusión de que un maestro debe reunir en sí
mismo un variado y altamente desarrollado grupo de cualida-

250
des humanas, algunas innatas y otras desarrolladas por la ex­
periencia y el trabajo duro.
El informe da unos puntos generales sobre la función del
juego en la vida psicológica de la gente, que los lleva a la
conclusión de que el ajedrez podría tener una parte construc­
tiva en la nueva sociedad soviética :
«El juego permite un libre desdoblamiento de la persona­
lidad, su fuerza y su interés. Como tales, satisfacen las exi­
gencias y esfuerzos que yacen en lo profundo de la naturale­
za humana, pero que no encuentran satisfacción en la vida
ordinaria . Por lo tanto, el juego proporciona una liberación
de las tensiones psicológicas causadas por la vida cotidiana y
al mismo tiempo gasta la energía que no encuentra salida en
el trabajo. En este sentido el juego enriquece la vida y contri­
buye a reanudar y a desarrollar completamente la personali­
dad . . . Como una actividad motivada desde dentro, el juego es
satisfactorio por sí mismo; es una pura experiencia despro­
vista de cualquier significado utilitario . . . »
Lo que mucha gente considera como el experimento prác­
tico más importante en la psicología del ajedrez fue dirigido
por un maestro holandés, Adrien de Groot, en 1 944. Mi amigo
alemán Frederic Friedel ha repetido esta prueba y ha llegado
a la misma conclusión. Mostró una posición de una partida a
la mitad sólo durante unos segundos a cuatro personas ; un
gran maestro, un maestro internacional, un buen jugador de
un club y un aficionado. Luego les pidió que la reconstruye­
ran. Se hizo evidente que los dos primeros «vieron» el tablero
de una manera totalmente diferente; con grandes complejos y
grupos más que en piezas individuales. Esto no era sólo una
cuestión de quién tenía mejor memoria, ya que esto se de­
mostraba de otras maneras y todos quedaron igualados . La
respuesta parecía ser que la superioridad del maestro no era
sólo una cuestión de memoria como tal, sino que había rete­
nido un gran reserva de experiencias de posiciones análogas.
La esencia de la habilidad en el ajedrez es comprender cómo
está estructurada una posición en los primeros pocos segun­
dos de verla.
Estos estudios son interesantes y útiles hasta cierto punto,
pero para mí las cuestiones realmente importantes en ajedrez
yacen en este punto. La psicología puede explicar por qué cier­
tas clases de mente tienen aptitud para el ajedrez, pero no
explican por qué algunos hombres llegan a ser campeones
mundiales y otros, aparentemente con los mismos conocimien­
tos y motivación, apenas logran sobresalir. No podemos ex-

25 1
plicarlo fácilmente. En ajedrez tratamos de expresar nuestros
sentimientos, nuestro entusiasmo en encontrar el movimiento
correcto . Un buen jugador desarrolla una intuición por el mo­
vimiento adecuado y un sentido de peligro sobre el equivoca­
do. Es una especie de instinto, como una lucha, una pelea,
un choque. En realidad no se puede explicar.
¿Qué es aquello que un maestro de ajedrez «ve» cuando
mira el tablero que es tan diferente de lo que otros jugadores
ven? Un viejo maestro francés dijo: «Veo el tablero de ajedrez
como uno ve la calle por la que pasea sin prestarle mucha
atención ; como cuando uno abre su armario y sabe dónde
están todas las cosas a pesar de que uno no las ve. Lo mismo
se aplica a los movimientos que uno hace en el tablero .»
El escritor Arthur Koestler observó : «Cuando un jugador
de ajedrez mira el tabléro, no ve un mosaico estático, una vida
tranquila sino un campo de fuerzas magnéticas, lleno de ener­
gía; como Faraday vio las fuerzas que rodeaban a los imanes
y corrientes como curvas en el espacio ; o como Van Gogh vio
torbellinos en el cielo de Provenza.» Me gusta esta formula­
ción porque no ofrece un explicación puramente mecánica del
fenómeno del ajedrez. Permite al genio transformar la percep­
ción en la forma que un experto en arte ccve» un Rembrandt
del Ermitage diferente del que ve un hombre que pasa por
las calles de Leningrado. Como Wilhelm Steinitz ( 1 836-1 900 ) ,
e l primer campeón mundial, dijo una vez : «¿Han visto algu­
na vez a un mono examinando un reloj ?»
El curioso caso de Sultan Khan ( 1 905- 1 966), un siervo
analfabeto de un estado imperial de la India que una vez ganó
a Capablanca y que fue tres veces campeón británico, se cita
a veces como evidencia de que el genio para el ajedrez puede
ser innato después de todo. Desafiando a todas las reglas tra­
dicionales y convenciones, no estudió literatura sobre ajedrez
y mostró muy poco interés en el juego fuera del tablero. Se
sentaba sorbiendo limonada y sonriendo mientras el mundo
del ajedrez contemplaba fascinado a este hombre vestido con
una larga túnica blanca que parecía como si hubiera aprendi­
do a jugar en el cielo. Sin embargo, es difícil creer que al­
guien pueda sobrevivir en el juego moderno con sólo talento
natural. Un gran maestro tiene que ser capaz de referirse a
movimientos en miles de partidas . ¡ Es un trabajo más duro
que sorber limonada con una sonrisa seráfica !
Aquí es donde entran las computadoras, para ayudar a la
memoria, como en tantas áreas de la vida moderna. Me inte­
resé por primera vez por las computadoras cuando Frederic

252
Friedel, a quien entonces no conocía, me envio un disco a
Bakú, a finales de 1 984; me fascinó. En 1 985, después de mi
polémica entrevista con Der Spiegel, les pedí que me llevaran
a ver a Friedel a Hollenstedt, porque sabía que vivía en algún
lugar cerca de Hamburgo. Había jugado una partida simultá­
nea contra el equipo de Hamburgo y perdí, principalmente a
causa del cansancio. No había estudiado a los jugadores, que
eran bastante buenos, incluyendo a un gran maestro, y estu­
ve bajo una terrible presión a causa del tiempo. Juré vengar
mi derrota.
Cuando me encontré con Friedel me llevó a su casa a co­
nocer a su esposa lngrid y a sus hijos Martin y Thomas. Era
el 24 de diciembre y no me había dado cuenta de que todo el
mundo quería estar en su casa para la fiesta de Navidad, así
que me pidieron que me quedara con ellos. Fue mi primera
experiencia de una Navidad occidental, con el árbol ilumina­
do por las velas y todos los regalos colocados cuidadosamen­
te a su alrededor. De acuerdo con la costumbre alemana, una
campana toca y se apagan las luces. Entonces se ilumina el
árbol y todos intercambian los regalos, luego viene la cena de
Navidad con toda clase de embutidos alemanes .
Más tarde, empezamos a jugar partidas en el ordenador.
Los nifíos lo hacían estupendamente, especialmente Thomas
que sólo tenía cuatro afíos. Jugamos al Reptan, un sofistica­
do juego que John Nunn, un profesor de matemáticas, había
tardado horas en resolver. Frederic me explicó lo que los or­
denadores podían hacer y yo le dije lo que me gustaría que
hicieran para mí. De hecho, yo quería un banco de informa­
ción de ajedrez que pudiera elaborar antes de cada partida
para comprobar la calificación de mi oponente. Pero no sabía
si esto era posible o cómo hacerlo.
Frederic trabajó con un joven físico alemán llamado Mat­
thias Wullenweber que ya había escrito una base de datos de
ajedrez . Lo planearon mientras yo estaba j ugando mi encuen­
tro contra Tony Miles en Basilea. Cuando vi lo que habían
hecho apenas pude creerlo. Ante tal maravilla me eché en la
cama boca abajo; estuve en silencio pensando en ello tanto
rato que se creyeron que me había quedado dormido. Luego
empecé a mecanografiar mis partidas en la computadora .
Matthias, un genio en su campo, estaba muy animado al ver
mi entusiasmo.
En enero de 1 987 volví a jugar otra partida simultánea
contra el equipo de Hamburgo. Esta vez tuve dos días para
prepararme, así que introdujimos los nombres de todos los

253
jugadores y comprobamos sus calificaciones en la computa­
dora. Fue una sorpresa para mí; tardó diez minutos en en­
contrar 1 92 partidas . Si pido a mis entrenadores que me bus­
quen una partida, examinando libros, pueden tardar días. Esta
vez, armado con la información que necesitaba, gané a seis
del equipo de Hamburgo e hice tablas con dos . El resultado
de siete a uno era extraordinario. Como conocía sus costum­
bres pude hacerles caer en trampas . Hice lo mismo más tarde
con el equipo nacional suizo en Zurich. Vi que un jugador
había tenido una victoria aplastante, pero cuando volví a jugar
su partida en la computadora, encontré una manera en la que
podía vencerle. De modo que le tenté con movimientos idénti­
cos ; él no podía creer que tuviera tanta suerte . Le estaba lle­
vando a un terreno familiar en el que él había conseguido su
gran victoria. Entonces, ¡ zas ! Cerré la trampa sobre él .
Considero este adelanto como el desarrollo más importan­
te en la investigación del ajedrez desde la imprenta . He oído
que Kárpov y Korchnói han empezado a investigar sobre este
sistema, y no me sorprende. Te puede ahorrar muchas horas
de duro trabajo, haciendo aparecer la partida que quieres es­
tudiar sólo oprimiendo un botón . Puedes almacenar seis mil
partidas en un solo disco y escoger una partida en seis o siete
segundos . Estaba encantado de estar inscrito como el número
uno de los que usaban este sistema, llamado ChessBase, que
está comercializado en Europa por mi amigo Rudi Kupfer y
Atari. En mi último viaje a Suiza, Rudi pilotó un helicóptero
en un memorable viaje sobre los lagos y montañas de los al­
rededores de Zurich. Por desgracia, no pude llevarme el heli­
cóptero a Bakú, pero por lo menos encontré uno de juguete
con control remoto que me hace pasar muy buenos ratos.
Las computadoras de ajedrez se remontan a unos cuaren­
ta años . La primera fue un invento de un matemático inglés,
Claud Shannon. Hoy en día, la más potente máquina de aje­
drez del mundo puede analizar casi doscientas mil posiciones
por segundo, menos tiempo del que tarda Korchnói en dar
una chupada a su cigarrillo . Pero la velocidad no es suficien­
te para desenmarañar las complejidades del ajedrez. Como han
demostrado los psicólogos, el reconocimiento de las formas
parece ser la clave del genio del ajedrez y ninguna máquina
puede igualar los asombrosos poderes de reconocer formas de
la mente humana. Para apreciar su capacidad sólo hay que
imaginar la habilidad mental que se requiere para reconocer
una cara humana individual. Un gran maestro puede recono­
cer unas 50 000 agrupaciones básicas .

254
También hay una agresión, un factor competitivo, incluso
una ferocidad, en la resolución de problemas de ajedrez al
más alto nivel que ninguna máquina puede emular. Tales sen­
timientos a menudo son irracionales, estrictamente hablando,
en el sentido de que son imposibles de explicar y tienen su
raíz en las emociones más que en la inteligencia. Tanto Bot­
vinnik corno Tal han hablado de cambios de opinión en su
mente en un encuentro de ajedrez porque captaron cierta ex­
presión en la cara de su adversario. ¿Qué máquina puede reac­
cionar así?
El novelista Nabokov escribió que «los problemas de aje­
drez exigen del compositor las mismas virtudes que caracte­
rizan a todo arte digno de consideración : originalidad, inven­
tiva, concisión, armonía, complejidad y una espléndida falta
de sinceridad». Esto se debe a que el ajedrez al más alto nivel
es un arte que la simple ciencia no puede abordar en sus mis­
terios . Una computadora necesitaría escribir un poema o una
sinfonía, o incluso un chiste o una novela capaz de hacer llo­
rar, corno observó Botvinnik, para convencerme de su capaci­
dad potencial de ganar a un gran maestro de ajedrez .
Una computadora ha logrado una clasificación Elo de unos
2 300, pero todavía hay mucho camino hasta la cima del Olim­
po del ajedrez . No espero en absoluto que la cumbre se al­
cance mientras yo viva. Incluso si se alcanzara, ¿sería el fin
del ajedrez corno lo conocernos? ¿ Destruiría el monstruo al
juego haciéndolo previsible y, por lo tanto, eliminando el mis­
terio? Lo dudo. El Everest no es menos bello o atractivo para
el hombre porque un avión pueda volar más alto. La batalla
más · grande es siempre la del hombre contra sí mismo.

255
F I NAL DE PARTI DA

TANTO Y TAN PRONTO

Jacob Estrin, el autor soviético, escribió una vez : «Muchos


jugadores que han llegado a ser campeones mundiales y han
llegado al Olimpo del ajedrez se dan cuenta de que no pue­
den subir más y empiezan a descender.» De acuerdo con esta
teoría, los cuatro campeones anteriores a Kárpov : Tal, Petro­
sian, Spassky y Fischer experimentaron el mismo fenómeno.
No veo peligro de esto en lo que a mí se refiere. Yo sólo veo
cimas ante mí y ningún descenso. Ni que decir tiene que los
campeones de ajedrez no lo son siempre. Botvinnik cree que
un jugador alcanza su punto culminante hacia los treinta y
cinco años. Hoy en día, con el ritmo creciente del juego inter­
nacional y la mayor dificultad de la competición, supongo que
yo puedo alcanzar mi cima a los treinta. Esto me da seis años
más en la cumbre, los suficientes para hacer que mi marca
personal en este gran juego sea conocida y para poder condu­
cirlo en direcciones nuevas y más excitantes . Una de las ale­
grías que perduran en el ajedrez es que, cuando yo ya no sea
campeón mundial, mis partidas serán conocidas durante unos
doscientos años . Vivir en las mentes de otras personas con­
fiere una clase de inmortalidad.
Aunque sólo tengo veinticuatro años, he visto muchas
cosas y mi experiencia está relacionada con los cambios que
tienen lugar en mi país y que han despertado tanto interés
en el extranjero. Estas transformaciones son parte de mi vida,
quizá la más importante. Yo era simplemente un chico de
Bakú que quería desarrollar un talento inhabitual. Mi don re­
sultó ser para el ajedrez, pero fácilmente pudo haber sido para
la literatura o la ciencia. Cuando me encontré con que mi pro­
greso era obstaculizado a cada paso, tuve que averiguar el
motivo y descubrí que las razones yacían dentro de nuestra

256
psique nacional, así como en la corrupción del ajedrez inter­
nacional. Yo era políticamente pasivo, pero me encontré gol­
peando un muro de ladrillo ; no podía evitar estos hechos . Vi
que los deportes no están en un vacío. Nosotros somos pro­
ductos del sistema. Por alguna razón que no puedo entender,
mi talento parecía plantear una amenaza al orden existente
de las cosas . Me di cuenta de que suponía un peligro sólo
para ciertos individuos, que equiparaban sus propios intere­
ses con los del sistema. Lo malo de éste era que permitía que
esto sucediera; el talento no debe ser alimentado, sino desa­
nimado como algo innecesario. Ningún país puede desarro­
llar su total potencia con una actitud semejante.
Mi gran suerte ha sido que he madurado en una época en
que la verdad fue reconocida oficialmente; primero lenta y
luego más abiertamente. Para expresar mis opiniones tuve que
tomar un camino que había desterrado a muchos otros en el
pasado, de modo que no desarrollaron sus habilidades al com­
pleto . É sta es la razón por la que debo decir abiertamente lo
que me sucedió . No sólo para demostrar lo difícil que fue, o
porque logré hacerlo, sino para que otros sepan lo que puede
hacerse en nuestro país, que todos son capaces de hacer más,
y que incluso en una situación aparentemente sin esperanza,
todavía se puede hacer algo. Lo que está sucediendo en nues­
tra patria no es sólo una reforma económica, sino una rees­
tructuración del pensamiento humano. No todos pueden lo­
grarlo, pero los que pueden deben hacerlo.
Cuando me acuerdo de las batallas que he librado desde
los dieciocho años, dentro y fuera del tablero de ajedrez, y en
la energía mental, física y nerviosa que he gastado para lle­
gar a ser campeón mundial, me asombro de las cosas buenas
y malas que me han sucedido. Me he metido en un largo y
oscuro túnel, sin apenas mirar ni a la derecha ni a la izquier­
da. Mi niñez se desvaneció en algún lugar del túnel. Me ha
convertido en un personaje del poema de Vissotski :

Puedes seguir un ruta más fácil,


pero nosotros escogemos la más difícil
y peligrosa como un sendero de guerra.

¿Qué sucede cuando no hay más cosas por las que luchar?
¿Tendré siempre este deseo de ser normal y nunca lo podré
satisfacer? ¿ Perderé alguna vez esta sombra de conciencia que
parece seguirme siempre? ¿Seré capaz alguna vez de relajar­
me y de no estar ligado a un calendario, sólo mirando pelícu-

257
las de Paul Newman o Jack Nicholson y mezclándome con
gente de mi edad, yéndome de vacaciones a la montaña, sin
teléfono?
«Tanto y tan pronto», ésta es mi consigna o quizá mi epi­
tafio. Mi preocupación por lo que he visto durante las gran­
des y agitadas batallas de mi vida me ha aislado de la gente
de mi edad de una forma que a veces me aflige. En ocasio­
nes puedo notar, incluso entre mis compañeros grandes maes­
tros, un cansado sentimiento de que llevo las cosas demasia­
do lejos, incluso entre los que me admiran y me apoyan. ¿Por
qué no puedo descansar y tomarme una copa con los amigos
o ir a un club nocturno? ¿ Por qué tengo que causar tanto al­
boroto, ver escándalos por todas partes y seguir siempre y
siempre? Quizá Campo no sea tan malo después de todo . . . El
hecho de que pueda ganar al ajedrez no significa que tenga
razón en todo. Supongo que es natural que la gente reaccione
contra mi precocidad y la fuerza de mi personalidad . A veces
me siento desconcertado y un poco lastimado por esto, pero
me doy cuenta de que es porque no entienden la verdadera
naturaleza de mi lucha. De aquí la importancia de haber es­
crito este libro.
Creo que estoy comprometido en una batalla por los prin­
cipios universales que deberían aplicarse por igual en el este
y en el oeste. É sta es una larga y solitaria cruzada. A veces
parece obligado hacer parecer a un joven de veinticuatro años
ingenuo y vanidoso. Así es. Mucha gente no siente la presión
de los valores universales en la vida. Otros, al notar algo anor­
mal, tratan de apartarse de las excesivas emociones . Otros
están de acuerdo en sacrificar su paz y su comodidad y en
dar unos pocos pasos por este difícil camino, pero luego, al
tropezar con obstáculos inesperados, lo abandonan . Sólo muy
pocos siguen adelante sin mirar atrás, obedeciendo un instin­
to insaciable en su lucha por la justicia. Y todavía unos pocos
más son lo suficientemente afortunados de caminar por el ca­
mino difícil conscientemente, totalmente informados de lo lejos
que está el objetivo y de qué limitadas son sus capacidades .
Aunque no soy religioso, soy optimista y maximalista . Acep­
to todo lo que la vida me da. Estoy siempre seguro de que
me pase lo que me pase será para lo mejor. Con una gran
cantidad de energía, ingenuidad y sentido del humor, un hom­
bre puede lograr todos sus deseos.
La verdad, cualquiera que sea la exigencia, está siempre
en desventaj a . He tratado de ser sincero aquí. Como Vissots­
ki y muchos otros, creo que tenemos la obligación de actuar

258
para cambiar las cosas para mejor, tanto para el presente
como en nombre de los que vendrán después de nosotros en
el futuro. Debemos actuar en respuesta a la gran llamada de
la raza humana . Quizás tendremos éxito o tal vez fracasemos.
Pero cuando el final de la partida llega, debemos decir :

El destino demostró ser más fuerte que él,


hizo lo que pudo y lo que tenía que hacer.

259
B I B LIOGRAF Í A

Kasparov Teaches Chess, Garri Kaspárov ( B atsford ) .


Fighting Chess, Garri Kaspárov y Bob Wade ( Batsford ) .
New World Chess Champion, Garri Kaspárov ( Pergamon ) .
The Moscow Challenge, Raymond Keene ( M acmillan ) .
Manoeuvres in Moscow, Raymond Keene y David Goodman
( Batsford ).
The Centenary Match, Raymond Keene y David Goodman ( Bats­
ford ).
Karpov-Kasparov, Moscow 85, Yuri Averbach y Mark Taimanov
( Raduga).
Soviet Chess, D. J. Richards (Oxford).
Chess, the History of a Game, Richard Eales ( Batsford ) .
The Battle of Baguio City, W. R. Hartston ( Hutchinson ).
Karpov v Korchnoi, Bent Larsen ( Unwin ) .
Chess i s My Life, Anatoli Kárpov ( Pergamon ) .
Chess is My Life, Víktor Korchnói ( Batsford ) .
Achieving the Aim, Mijail Botvinnik ( Pergamon ) .
The Kings of Chess, William Hartston ( Pavilion ) .
A Book of Chess, C. H . O ' D . Alexander ( Hutchinson ) .
Chess, The Records, Ken Whyld ( Guinness ) .
Total Chess, David Spanier ( Secker & Warburg ) .
The Psychology of Chess, W . R. Hartston y P . C. Wason ( Bats-
ford ) .
Journey into Russia, Laurens Van der Post ( Penguin ) .
Caissa 's Web b, ed . Graeme Harwood ( Latimer ) .
The Poetry of Chess, ed . Andrew Waterman ( Anvil ) .
The Sporting Scene, George Steiner ( Faber ) .
The Waking . Giant, Martin Walker ( Michael Joseph ) .

261
PARTI DAS ILUSTRATIVAS

Negras contra Tukmakov, campeonato de 1 981 en la URSS

l. d4 Cf6 16. CXhS dS


2. c4 g6 17. ed CXdS
3. Cc3 Ag7 18. Ces Te8
4. e4 d6 19. Tcl AfS
s. Ae2 0-0 20. Cc6 Dd7
6. AgS cS 21. TXcS TXe l +
7. dS bS ? 22. DXel Te8
8. ch a6 23. Del Ch6
9. a4 h6 24. h3 Te2
10. Ad2 e6 2S. AaS Ae4
11. de AXe6 26. ces De7
12. Cf3 ab 27 . Cd4 Ta2
13. AXhS Ca6 28. AXh6 AXeS
14. 0-0 Cc7 29. De3 DXcS
lS. Tel CXhS

0- 1

Negras contra Korchnói, Olimpiada de Lucerna en 1 982

l. d4 Cf6 10. a4 Te8


2. c4 g6 11. Cd2 Chd7
3. g3 Ag7 12. h3 Th8
4. Ag2 cS 13. Cc4 Ces
s. dS d6 14. Ca3 ChS
6. Cc3 0-0 lS. e4 Tf8
7. Cf3 e6 16. Rh2 fS
8. 0-0 ed 17. f4 hS
9. cd a6 18. ah ah

263
19. CaXhS fe 28. Rg2 Dc2
20. AXe4 Ad? 29. CXeS Tf2 +
21. De2 Dh6 30. DXf2 CXf2
22. Ca3 The8 31. Ta2 DfS
23. Ad2 DXh2 32. CXd7 Cd3
24. fe AXe5 33. Ah6 D X d7
25. Cc4 CXg3 34. Ta8 + Rf7
26. TXf8 + TXf8 3S. Th8 Rf6
27. De l CXe4 + 36. Rf3 DXh3 +

0- 1

Negras contra Korchnói, Londres, 1 983

l. d4 dS 32. TXdS TXh6


2. c4 e6 33. TXhS Th3
3. Cf3 cS 34. Rd2 hS
4. cd ed 3S. h4 Tc8
s. g3 Cc6 36. g4 a3
6. Ag2 Cf6 37. f4 Tcc3
7. 0-0 Ae7 38. TdS Re6
8. Ae3 c4 39. ThS h4
9. CeS 0-0 40 . Tas TXd3 +
10. h3 ch 41. ed AXf4 +
11. DXh3 Dh6 42. Re2 Tc3
12. Tcl DXh3 43. gS Ad
13. ah Cb4 44 . hS h3
14. Ca3 a6 4S. TSXa3 AXa3
lS. Ad2 Th8 46. TXa3 h2
16. AXb4 AXh4 47 . Ta6 + RfS
17. Rd3 Ad6 48. Th6 Tc2 +
18. Cc2 Ag4 49 . Re3 RXgS
19. Rf l AfS so. dS RXhS
20. Ces Tfc8 51. Rd4 gS
21. Ce3 Ae6 S2. Th8 g4
22. b4 Rf8 S3. d6 Tc6
23. Tc2 Re? S4. Re5 Tes +
24. Re l hS 5S. Rf6 g3
2S. Th2 Te? S6. TXh2 TdS
26. Cd3 Ta8 S7. RXf7 TXd6
27. hS as S8. Td2 Rg4
28. h6 Tc6 59. d4 RfS
29. ThS a4 60. Re? TdS
30. CXdS + CXdS 61. Td3 Rf4
31. AXdS AXdS 62. Re6 Tg5

264
63. dS? Tg6 + 71. Rd8 ReS
64 . Re7 g2 72. Tg6 Das +
6S. Td l ReS 73. Rd7 Da4 +
66. d6 Te6 + 74. Re7 Dh4 +
67 . Rd7 TXd6 + 7S. Rf8 Dd8 +
68. TXd6 glD 76. Rf7 RfS
69. Te6 + RfS 77. Th6 Dd7 +
70. Td6 Da7 +

0- 1

Blancas contra Kárpov, Mos cú, 1 985 (primer encuentro,


partida cuadragésimo octava)

l. e4 eS 32. TXg7 + TXg7


2. Cf3 Cf6 33. AXdS DXeS
3. CXeS d6 34. AXe6 + DXe6
4. Cf3 CXe4 3S. TXe6 Td7
s. d4 dS 36. b4 Rf7
6. Ad3 Ce6 37. Te3 Td l +
7. 0-0 Ae7 38. Rh2 Tcl
8. e4 Cf6 39. g4 bS
9. Cc3 0-0 40 . f4 eS
10. h3 de 41. be TXeS
11. AXe4 CaS 42. Td3 Re7
12. Ad3 Ae6 43. Rg3 aS
13. Te l Ce6 44 . Rf3 b4
14. a3 a6 4S . ab ab
lS. Af4 Dd7 46. Re4 TbS
16. Ces CXeS 47 . Tb3 Tb8
17. de CdS 48. RdS Rf6
18. CXdS AXdS 49. ReS Te8
19. De2 g6 so. Tqb4 Te3
20. Tad l e6 Sl. h4 Th3
21. Ah6 Tfd8 S2. hS Th4
22. e6 fe S3. fS Th l
23. AXg6 Af8 S4. RdS Tdl +
24. AXf8 TXf8 SS. Td4 Tel
2S . Ae4 Tf7 S6. Rd6 Te8
26. Te3 Tg7 S7. Rd7 Tg8
27 . T l d3 Tf8 S8. h6 Rf7
28. Tg3 Rh8 S9. Te4 Rf6
29 . De3 Tf7 60. Te4 Rf7
30. Tde3 Rg8 61. Rd6 Rf6
31. Des De7 62. Te6 + Rf7

26S
63. Te7 + Rf6 66. Rc4 Td4 +
64. Tg7 Td8 + 67 . Rc3
6S. Res TdS +

1 -0

Negras contra Kárpov, en Moscú, 1 985 (segundo encuentro,


partida decimosexta)

l. e4 cS 21. b3 gS
2. Cf3 e6 22. AXd6 DXd6
3. d4 cd 23. g3 Cd7
4. CXd4 Cc6 24. Ag2 Df6
s. CbS d6 2S . a3 as
6. c4 Cf6 26. ab ab
7. C l c3 a6 27 . Da2 Ag6
8. Ca3 dS 28. d6 g4
9. cd ed 29. Dd2 Rg7
10. ed Cb4 30. f3 DXd6
11. Ae2 AcS 31. fg Dd4 +
12. 0-0 0-0 32. Rh l Cf6
13. Af3 AfS 33. Tf4 Ce4
14. AgS Te8 34. DXd3 Cf2 +
15. Dd2 bS 3S. TXf2 AXd3
16. Tad l Cd3 36. Tfd2 De3
17. Cab l h6 37 . TXd3 Tc l
18. Ah4 b4 38. Cb2 Df2
1 9. Ca4 Ad6 39. Cd2 T Xd l +
20. Ag3 Tc8 40. CXdl Te l +

0- 1

Negras contra Kárpov, Moscú, 1 985 (segundo encuentro,


partida vigesimocuarta)

l. e4 cS 10. a4 Cc6
2. Cf3 d6 11. Ae3 Te8
3. d4 cd 12. Af3 Tb8
4. CXd4 Cf6 13. Dd2 Ad7
s. Cc3 a6 1 4. Cb3 b6
6. Ae2 e6 lS. g4 Ac8
7. 0-0 Ae7 1 6. gS Cd7
8. f4 0-0 17. Df2 Af8
9. Rh l Dc7 18. Ag2 Ab7

266
19. Tad l g6 31. Th4 gS
20. Ac l Tbc8 32. fg Cg4
21. Td3 Cb4 33 . Dd2 CXe3
22. Th3 Ag7 34. 0Xe3 CXc2
23. Ae3 Te7 3S. Db6 Aa8
24. Rg l Tce8 36. TXd6 Tb7
2S . Td l fS 37. 0Xa6 TXb3
26. gf CXf6 38. TXe6 TXb2
27 . Tg3 Tf7 39. Dc4 Rh8
28. AXb6 Db8 40. eS Da7 +
29. Ae3 ChS 41. Rhl AXg2 +
30. Tg4 Cf6 42 . RXg2 Cd4 +

0- 1

Blancas contra Kárpov, Londres, 1 986 (tercer encuentro,


partida cuarta)

l. d4 Cf6 23. Tfd l 0Xd3


2. c4 e6 24. TXd3 Te8
3. Cc3 Ab4 2S. Tad l f6
4. Cf3 cS 26. Cd4 Tb6
s. g3 cd 27 . AcS Ta6
6. CXd4 0-0 28. CbS Tc6
7. Ag2 dS 29. AXe7 CXe7
8. Db3 AXc3 + 30. Td7 Cg6
9. be Cc6 31. TXa7 Cf8
10. cd CaS 32. a4 Tb8
11. Dc2 CXdS 33. e3 hS
12. Dd3 Ad7 34. Rg2 es
13. c4 Ce7 3S. Td3 Rh7
14. 0-0 Tc8 36. Tc3 Tbc8
lS. Cb3 CXc4 37. TXc6 TXc6
16. AXb7 Tc7 38. Cc7 Ce6
17. Aa6 Ces 39. CdS Rh6
18. De3 Cc4 40. as e4
19. De4 Cd6 41. a 6 ( decisivo)
20. Dd3 Tc6 Karpov abandonó sin
21. Aa3 Ac8 reanudar el j uego.
22. AXc8 CdXr8

1 -0

267
Blancas con tra Kárpov, Leningrado, 1 986 (tercer encuentro,
partida decimosexta)

1. e4 eS 22. CXa3 Aa6


2. Cf3 Ce6 23. Te3 Th8
3. AhS a6 24. es de
4. Aa4 Cf6 2S. CXeS Chd3
S. 0-0 Ae7 26. Cg4 Dh6
6. Tel hS 27 . Tg3 g6
7. Ah3 d6 28. AXh6 0Xh2
8. e3 0-0 29. Df3 Cd7
9. h3 Ah7 30. AXf8 RXf8
10. d4 Te8 31. Rh2 Th3
11. Cbd2 Af8 32. AXd3 ed
12. a4 h6 33. Df4 0Xa3
13. Ae2 ed 34. Ch6 De7
14. ed Cb4 3S. TXg6 Des
lS. Ah l eS 36. Tg8 + Re7
16. dS Cd7 37. d6 + Re6
17. Ta3 e4 38. Te8 + RdS
18. Cd4 Df6 39. T XeS + CXeS
19. C2f3 Ces 40. d7 Th8
20. ah ah 41. CXf7
21. CXbS TXa3

1 -0

Kaspárov contra Kárpov, Leningrado, 1 986 (tercer encuentro,


partida viges imosegunda)

1. d4 Cf6 16. a3 Te8


2. e4 e6 17. TXe8 + 0Xe8
3. Cf3 dS 18. Dd2 Cd7
4. Ce3 Ae7 19. Df4 Ag6
S. AgS h6 20. h4 Dd8
6. AXf6 AXf6 21. Ca4 hS
7. e3 0-0 22. Te l hS
8. Tc l e6 23. Cc3 Dh8
9. Ad3 Cd7 24. De3 b4
10. 0-0 de 2S. Ce4 ha
11. AXe4 eS 26. CXf6 + CXf6
12. h3 ed 27. ha Cd5
13. ed Ch6 28. AXdS ed
14. Ah3 AfS 29. ces Dd8
lS. Te l a5 30. Df3 Ta6

268
31. Tc l Rh7 39. Tb7 Tc2
32. Dh3 Tb6 40 . f3 Td2
33. Tc8 Dd6 41. Cd7 TXd4
( decisivo )
34. Dg3 a4 42. Cf8 + Rh6
35. Ta8 De6 43 . Tb4 Tc4
36. T X a4 Df5 44. TXc4 be
37 . Ta7 Tb l + 45 . Dd6 c3
38. Rh2 Tc l 46. Dd4

1 -0

269
Indice onomástico
>lbramian : 26. Brézhnev, Leonid : 96, 105, 1 13, 123,
Abramov: 57, 89. 124, 203.
Adelman, Nathan: 203. Britten, Benj amín : 28.
Adorjan: 6 1 . Bronstein : 69, 208.
Agzamov: 78, 101 . Browne: 60.
Akhmylovskaya: 43 . Brubeck , Dave: 37.
Akhsharumova: 43 . Buc'hholtz : 50.
Akimov, lgor: 237. Bukic : 60, 6 1 .
Alekhine, A'l exander: 27, 45, 46, 47, Bulgákov, 'Mijaíl Afanásevich: 32.
64, 70, 90, 101, 124, 130, 133 , 185, Burns, Robert : 32.
195, 208, 245, 249, 250. Byron, George Gordon, lord : 32.
Aliev, Geidar: 98, 1 14, 1 15, 180.
Amis, IMartin : 223, 229.
Anderssen, Adolf: 6 1 . Callaghan, James: 230.
Andersson, Ulf: 71 , 75 , 99, 126, 1 88, Campomanes, Florencio : 1 3 , 14, 1 8 ,
191 . 2 6 , 3 0 , 3 8 , 6 8 , 9 1 , 9 3 , 94, 95 , 104,
Anderton, David: 218. 105, 108, 109, 1 10, 1 12, 1 13 , 1 14, 1 15 ,
Andrópov, Yuri : 1 12, 123. 1 2 9 , 139, 144, 1 4 8 , 1 5 1 , 153, 1 5 5 , 156,
Anikayev: 64. 157, 159, 160, 161, 162, 163, 164, 165,
Aquino, Cori : 243. 166, 167, 168, 169, 171 , 172, 173, 174 .
Arnason , Jon : 54. 175, 176, 177. 179, 183, 184, 185, 187,
Aslanov, Alexa�der: 50Í 51, 101 . 189, 191, 196, 198, 203, 206, 208, 209,
Averbach, Yuri : 47, 59, 168. 232. 2 1 1 , 212, 213, 215, 217, 218, 221 , 224,
Azatorovna, Rosa : 25, 32, 34. 225 , 226, 242, 243, 244, 245, 246, 258 .
Campomanes Jr. : 242.
Capablanca, José Raúl : 27, 28, 41 ,
45, 56, 70, 90 , 101 , 124, 128, 130,
BagiTov, l. 'M . : 48, 59, 64. 133, 207, 245, 252.
Bagirov, Vladimir: 40. Cicerón, Marco Tulio : 171.
Balashov: 65, 67, 156. Clues : 160.
Barden, Leonard : 48. Colón , Cristóbal : 25.
Baturinski , Víktor: 91, 94, 129, 148, 'Connors, Jim my : 229.
156, 193. Cook . Nathanie l : 9 1 .
Becker, Boris: 224, 229.
Belyavsky: 59, 65, 77, 102, 107, 108,
1 16, 1 26 147. 'Chaikovski, Piotr Ilich: 1 06 , 128.
Benites, ·t arlo s : 9 1 . Chan'dler: 126.
Benko, Pal : 47. Chéjov, Anton Pávlovich: 126, 219.
Benoni: 107. Chekhov, Valeri i : 102.
Bernhardt, Sara : 248. Chelyabinsk : 78.
Bikovsky: 5 1 . Chernenko, Konstantin : 123, 125,
Binet, Alfred : 249. 157.
Borg , Bjorn: 224. 'Chernin: 54.
Botvinnik, 'Mijail 'M oysevitch: 12, 'Chiburdanidze, 'Maria: 50, 65, 69.
29, 31, 39, 41 , 42, 43, 44, 45, 46, 47, Chmihov, B. A.: 168.
49, 54, 55, 56, 57, 58, 59, 6 1 , 64, 66, Churchill, Winston 'Spencer: 220.
69, 70, 71, 73, 77, 78, 83, 86, 87, 90,
99, 100, 101 , 1 19, 120, 123, 124, 128,
130, 1 5 1 , 173 , 185, 196, 208, 232, 233 , David (personaje bíblico) : 98.
245, 248, 255, 256. Davis, Steve : 224.
Bret anickij : 19. Demichev, Pio t r : 203.
'

273
Diderot, Denis: 249. Groot, Adrien de: 251 .
Divinsky, Nathan: 229. Gufeld, Edouard : 86.
Doder: 162.
Dolmatov: 43, 6S , 69, 77.
Dorfman: 77, 78, 132, 147, 1S8, 203, Hartman, David: 20S.
214, 218, 220. Henry, O . : 32, 248.
Dostoievski, Fiódor Mijáilovich: Hernández : 60.
128. Higgins, Alex: 224.
Doyle, Conan: 32. Hooper, Charles Alfred: 248.
Dyakov, N.: 2SO. Houdini : 229.
Hubner, Robert: 86, 91, 99, 101, 102,
107, 109, 126, 188, 190.
Einstein, Albert : 70.
E'lo, Arpad: S6.
Igor (compañero de escuela) : 29.
Estrin, Jacob: 2S6.
lvánov, lgor: S9.
Euwe, 'Max: 27, 4S, S7. 86, 93, 104 ,
lvonin, Víktor: 98, l l S .
124, 24S.

Januszczak, Waldemar: 227 .


Faraday, Michael: 252. Jerome, Jerome K.: 32 .
Fedorowicz: 72. Jomeini, ayatollah: 21 , 4 1 .
Fine: 24S. Jruschov, Nikita: 12.
Fischer, Robert J . : 16, 28, 48 49,
J
S6, S7, S8, 61 , 6S, 73, 83, 84, 8:> , 88,
92, 94, 100, 101 , 104 106, 109, 1 1 1 , Kampelon, Wo1fgang von: 248.
.1,
136, 149, lSO, 173, 171, 196, 202, 208, Kárpov, Anatoli Yevgeniyevich: 13,
210, 212, 213, 218, 220, 233, 238, 242, 14, lS, 21, 27, 36, 38, 43, 48, 49, S7,
2S6. 62, 63, 64, 6S , 67, 68, 69, 70, 71 , 72,
Fitzgerald, Edward: 8 . 73, 77, 8 1 , 83, 84, 8S, 86, 88, 90, 9 1 ,
Flesch, Janos: 2SO. 92, 93 94, 9S, 96, 97, 98, 99, 100,
Flohr, 'Salo: 1 19, 124, 24S. �.
101 , lw, lOS, 106, 108, 109, 1 10, 1 1 1 ,
Franklin, Benjamin: 41, 248. 1 12, 1 13, 1 1 5 , 1 16, 1 17, 1 1 8 , 120, 1-2 1,
Friedel, Friederic: 216, 217, 218, 25 1 , 122, 123, 124, 126, 127, 128, 129, 130,
2S2 2S3 . 131 , 132, 133, 134, 13S, 136 , 1 8, 139,
Friedel, lngrid: 2S3 . 143 , 144, 14S, 146, 147, 148, 14 lSO,
Friedel, Martin: 2S3. lSl, 1S2, 1S3, 1S4, lSS, 1S6, 1S7, 1S8 ,
Friedel, Thomas : 253 . 1 6 1 , 162, 164, 16S, 166, 167, 168, 169,
171 , 172, 173 , 174, 17S, 176, 177, 179,
180, 1 8 1 , 183, 1 84, 18S, 186, 187, 1 88 ,
Gabdrakhmanov: SO. 189, 190, 1 9 1 , 192, 193 , 194, 19S, 196,
Gagarin, Yuri: 12. 197, 198, 199, 200, 201 , 202, 203, 20S,
Gaprindashva.¡¡., Nora : 6S. 206, 207, 208, 209, 210, 2 1 1 , 212, 213,
García, G.: 61 . 214, 21S, 216, 217, 220, 223, 224, 22S ,
Gassanov, Khalid : 1 1 8 . 227, 228, 229, 231 , 232, 233, 234, 23S ,
Gaulle, Charles de: 12. 236, 237, 238, 239, 240, 241 , 242, 244,
Gavrikiv : 76. 246, 247, 249, 2S4, 2S6.
Gavrilin, V. : 1S9, 168, 217, 218. Kaspárov (abuelo) : 23, 24, 37, S3.
Geller: S7, S9, 6S , 67. Kaspárov, los : 23, 36, 37.
Genrichovich, Alex : 40, 127. Kasparova, Clara: 8 , 12, 24, 25, 26,
Georgadze: 64. 31, 32, 33, 34, 3S , 36, 37, 49 , SS, 1 1 1 ,
Georgiev : 67. 124, 132, 136, 137, 138, 139, 1 46 , 201 ,
Gishiyan, Nata-Jya: 36. 220, 227, 228, 231 .
Glaz . E·lena: 46. Kazakov: 128.
Glenrichowich, Alex: 203. Kazic: 160.
Gligoric: 99, 146, lSS, 1S7, 1S8, 1S9, Keene, Raymond: 8, 26, 67, 92, 93,
16S, 172, 176, 188, 189, 1 9 1 . 1 14, 1 1 5 , 1 1 9, 130, 1 3 1 , 134, 147, 149,
Goethe, Johann Wolfgang: 1 6 . lSS, 160, 162, 163, 184, 191 , 201 , 211 ,
Gogh, Vincent vfln: 252. 213, 220, 228 . 242, 243.
Goliat (personaje bíblico) : 98. Kennedy, John Fitgerald: 12.
Golombek, Harry: 119, 127, 144. Keres, Paul : 83, 24S.
Goodman, David : 242. Khalifan, Alexander: 54.
Gorbachov, 'Mijail: 8, 9, lS, 16, 96, Khan , Sultan: 252.
123, 12S, 180, 192, 21S, 222. Khayvam, Ornar: 23 . .
Gorki, Alexei 'Maxfmovich Pech. Kharitonov: 43 .
kov, llamado: 22 . Khoroshilova, TaHana: 220.

274
Kim Ung-Yong: 28. Marcos, Ferdinand : 9 1 , 104, 243.
Kinzel, A1fred : 18, 95 151, 152, 153, María Teresa, emperatriz: 248.
.{
154, 155, 156, 157. 15�. 168, 112. 116, Marjonovic: 60.
188, 189 1 96. Marovic: 60.
Kipling, Rudyard: 32. Marx, Karl: 4 1 .
Kirsanova, Klava: 1 19. Matanovic: 6 1 .
Kírov, Serguéi : 22. McEnroe, John: 223.
Klovan, Jani s : 59. Mikenas : 159, 197, 198.
Knezevic, Ratko: 60, 106. Miles, Tony: 101 , 1 13, 126, 195, 218,
Koester, Arthur: 252. 253 .
Kok, Bessel: Z45. Minasian Vadim : 32, 39, 73 .
Ko'ltanowski, George: 250. Mischa: i 24.
Korchnói, Víktor: 27, 49, 56, 68, 69, Montaigne, 'Miche'l de: 17.
72, 8 1 , 84, 88, 89, 90, 92 93 94, 95, Morphy, Paul: 17, 47, 84, 249.
.{
97, 102 104 105, 106 1u7, 108, 109, Mozart, Wolfgang Amadeus : 28,
.t
1 10, 11 i ' 1 1.t , 1 14, 1 15, 1 16, 1 17, 1 18, 106.
1 19, 120, 121, 126, 143 , 144, 148 , 155, Mydans: 162.
180, 187, 188, 193, 205, 207, 220, 239,
254.
Korsunsky, Rostik: 40, 46. Nabok:v, Vladimir: 255 .
Kosmodemj anskya, Zoj a : 29. Naj dorf, Miguel: 250.
Kouafily: 72. Napoleón 1 Bonaparte : 25, 100, 248.
Krogius, Nikolai : 158, 159, 193 , 203. Narriman: 127.
Krylenko, N. V. : 41, 42, 124. Nastase, Ilie: 224.
Krogius, Nikolai: 81 , 96, 1 14. Natasha: 233.
Kupfer, Rudi·: 254. Newbom, Monty: 248.
Kupreichik: 65, 77. Newman, Paul: 258.
Kuraj ica: 6 1 . Neyelova, !Marina: 126, 204, 218, 219,
Kors1�nsky . Rostik: 42. 220, 242.
Kuzmm: 47, 77. Nicholson, Jack : 258.
Nikitin, Alexander: 42, 73, 77, 132,

135, 15 181 , 203 220.
.{
Larsen Bent: 46, 69, 85, 99, 1 16, 126, Nikitin ;::, asha: 1u2.
°'
212, ¿44. I
Nunn, ohn: 126, 154 244, 253 .
.{
Lasker, Emanuel : 47, 70, 71, 90, 124, Nurnberg, Andrew: o.
128, 207 210.
Lawson, bominic : 180, 195.
Lawson, Nigel : 218. O'Connell, Kevin: 226.
Lendl, !van : 224, 229. Olafsson, Fridrick: 104, 108.
Lenin, Vladimir Ilich Uliánov, lla­ Owen, Richard: 162.
mado : 22, 4 1 , 123, 128, 199.
Lérmontov, 'Mijail Jurievic: 32, 73,
128. Paganini, NiccolO: 106.
Lerner: 64. Page, Andrew: 8, 221 , 223, 227.
Levy, David: 226, 248. Parker, Charlie: 37.
Lim Kok Ann : 160, 189, 217, 218 . Pasternak, B oris Leonídovicll: 25 .
LHvinov: 220 239. Pavlovna, Alexandra: 29.
Ljuboj evic, Ljubomir: 63, 99, 126, Pavluchenko 'Natalia: 8 .
212, 244. Petrosian, Rhona : ll , 12, 158, 201 .
London, Jack: 32. Petrosian, Tigran: 1 1 , 12, 54, 58, 60,
López de Segura, Ruy: 103. �
64, 6 69 70, 71 , 75, 83, 85, 86, 89,
.{
Losev : 43. 9 1 , 9� 9�. 106, 1 17, 121 , 126, 158,

Lutikov: 58. 233, ¿:)6.
Luzena, 'Lincoln: 21 1 , 243 , 244. Petrovsky, E.: 250.
Phflidor, Fran�ois: 249.
Pillsbury, Harry: 101 .
MadMillan, Harold: 12. Polo, !Marco: 21 , 25.
Magallanes, Femando: 25. Polugayavsky, 'L.: 47, 49, 59, 67, 84,
Magerramov: 46, 50. 89, 95, 99, 126.
Mahoma: 3 1 . Portisch, Lajos: 75, 102, 108, 244.
Makarichev: 59. Post, Laurens van der: 19.
Makogonov, Mijail: 40. Privoretsky, Oleg l.: 42, SO.
Makogonov, Vladimir: 40. Pros·per, Save: 224.
Mamedov, Yuri : 129, 144, 151 , 157, Psakhis . Lev: 69, 77, 78, 79, 80, 95 .
158, 168', 193 . Pushkin, Alexandr Serguéievich:
Maradona, Diego Armando: 17. 23, 32, 65, 128.

275
Radin: 32. Suetin, Alexei: 198.
Radíshchev, Alexandr Nikoláievich: Sveshnikov: 64, 78.
32.
Rajmáninov, !Serguéi Vasílievich : Taimanov, iMark: 46, 47, 85, 195 .
128. Tal. 'Mijail: 46, 47, 5 9 , 61 , 62 65, 67,
Razuvayev: 59, 126. °'
.. 69, 83, 86, 90, 106, 1 16, 126, .1:06, 255,
Rembrandt, Harmensz van R11 n, 256.
llamado: 252. Tal, iMisha: 58. .
Reshevsky, 'Sammy: 27, 124, 245, TaI;f.asch, � ?· - r:t� 90, 131 .
249. ��Wª1ter: �- �·
Reti, Richard: 250. Thatcher, IMa fiá ret : 2 1 3 , 22 4 230.
Ribli : 102, 107, 109, 120. 126, 200 . Timman, Jan: 76, 99, 101 , Ú 3 , 126,
Ricardo I 'Corazón de León: 32. 127, 210, 21 1 , 212, 214, 244.
Rieck, Bárbara: 8. Timosc'henko: 59, 77, 78, 132, 158,
Romanishin, Oleg: 54, 78, 126. 214, 220, 231 , 236, 239.
Roshal, Alexander: 106, 134, 145, 156, Tolkien, J. R. R . : 32.
166. Tolstoi, 'Liev N ikoláievich : 128 .
Rostov, Yuri : 232. Torán, Román: 1 8 , 187.
Rousseau, Jean-Jacques : 249. Torre: 102, 107, 126.
Rudik, P . : 250. Tudela, Rafael : 198.
Rusak, N . : 159, 168. Tukmakov: 78, 79, 80, 126.
Ruskin, John : 248. Turgueni ev, 1van Serguéievich : 128.

St. Amant . Pierre de: 9 1 . Ulanova, Galina: 77.


Salieri , Antonio: 106.
Salomón (personaje bíblico) : 1 6 1 . Vaganyan: 65, 126, 214.
Sansón CPersonaje bíblico) : 72. Valentina (cocinera) : 227.
Schiller, Eric: 54, 72, 76, 132, 133, Verdieva, Z. N.: 35.
232. Victoria de Inglaterra: 230.
Schmid, 'Lothar: 92, 189, 233 , 241 . Vissotski, Vladímir: 9, 17, 139, 140,
Seidaviev, Rizvan: 36. 141 , 150, 257, 258 .
Seirawan: 126, 212, . Vladimirov, Yeugeny : 16, 4 8 , 72, 102,
Semynov, N. N . : . 132, 214, 220, 234, 235, 236, 237, 239.
Séneca, Lucio eo : 17. Voltaire, Fran�ois 'M. Arouet, lla·
Sevestyano i>taly 1: 85, 9 1 , 94, mado: 249.
148, 154, 1 56, 166, 168, 173, 193, 214, Vukic: 60.
216, 232.
Shakespeare, William : 32, 9 1 , 230.
Shakharov, Alexander: 102, 132. Wade, Bob : 6 1 .
Shalayev, 'Stepan: 194. Wagner, Richard: 47.
Shamkovich, Leonid: 58. Weinstein, Kim Moiseyevich: 7, 20 ,
Shannon. 'Claud: 254. 24, 25, 26, 34, 35, 36, 37, 39, 55,
Shevardnadze, Edward: 224. 203.
Short, Nigel : 27, 54, 67, 212, 228, Weinstein, 'Leonid: 8, 20, 24, 28, 32,
246. 33, 34, 37, 39, 55, 136.
Sibarevic: 60. Weinstein. Timur : 37.
Sierewan, Yasser : 1 13. Weinstein (abuelo) : 37.
Smej kal : 60. Weinstein, los : 24.
Smyslov Vasily: 58, 69, 83, 100, 102, Wilson, Andrew: 8.
4 Wonder, Stevie: 37.
106, 101, 109, 1 10, 120, 121 , 126, 185,
187, 201 , 208 . Wullenweber, Matthias: 253.
Sokolov: 101 , 126, 200, 214, 246.
Spanier, Davis: 107. Yakovlev, Alexander: 192, 193 .
Spassky, Bori s : 14, 16, 28, 61, 69, Yermo'linshy: 48.
71, 75 . 83, 84, 86, 89, 90, 99, 106, Young, Gavin: 92.
1 16, 191, 196, 220, 256. Yusupov, Arthur: 43, 54, 64, 65, 66,
Speelman, Jonathan: 72, 120. 69, 76, 126, 214, 218.
Stalin, Iósiv Vissariónovich Dzhu-
gashvili, llamado: 22, 124.
Staunton, Howard: 9 1 . Zaitseva: 43.
Stean, M ichael : 86. Zatulovskaya, Tatiana : 40.
Steiner, George: 28, 84, 87. Zauzovich, Sch ichaliev Nadir: 4 1 .
Steinitz, Wi'l helm: 47, 103 , 252. Zukertot: 103.
Stevenson . Robert 'Loui s : 32. Zukhar, Vladimir: 92, 143 .
Sturua, Zurap : 50, 54. Zweig, Stefan: 1 7 , 30.
Impreso en
Talleres Gráficos "Duplex, S. A . " ,
Ciudad d e la Asunción, 26-D
08030 Barcelona
T ít u l o s p u b l i c ad o s e n l a c o l e c c i ó n ¿ Q u é
p u e d o h ac e r? :

T E N G O U N H I J O D I S L ÉX I C O
po r M a �ía D u e ñ as

T o d o s l o s s í n t o m as d e l a e n fe r m e d ad y c ó m o
d i ag n o s t i c a r l a . La ay u d a q u e l o s p ad res
d e b e n p re s t a r a su h i j o d i s l é x i c o y l a
i n c i d e n c i a q u e l a d i s l e x i a t i e n e e n e l ret raso
e s c o l ar.

A N T E LA S E PA RA C I Ó N Y EL D I VO R C I O
p o r L u i s Zarral u q u i

G u ía p ráct i c a d e l o s as p e c t o s j u ríd i c o s y
p s i c o l ó g i c o s d e l a ru pt u ra m at ri m o n i al .

A N T E E L S I DA
po r R a m ó n Sán c h ez-O c a ñ a

Co n ozca l as f u e n t e s d e c o n t ag i o ,
t ran s f u s i o n e s , h oj as d e afe i t ar, i n se c t o s , e t c . ,
i n fó rm e s e d e c ó m o e v i t ar l as y a d ó n d e ac u d i r
p a ra o b t e n e r i n f o r m ac i ó n y t ratam i e n t o .

M I H I J O YA N O J U EG A , S Ó LO V E LA
T E L EV I S I Ó N
po r A l ej an d ra V a l l ej o- N ág e ra

S e p a l a i n f l u e n c i a q u e t i e n e l a Te l ev i s i ó n e n
e l a p re n d i zaj e y c o m p o rt a m i e n t o d e n u e s t ro s
h ijos.

A N T E L A D I A B ET E S
po r S an t i ag o M a rt í n ez- F o rn é s

A p re n d a c ó m o d e be s e r l a c o l abo rac i ó n d e l
e n fe rm o c o n e l m éd i co , y e l ré g i m e n
a l i m e n t a r i o y l a v i d a q u e s e d e be se g u i r.

M I S P R I M E RO S PASOS E N LA C O C I N A
p o r C l ara M ar í a G o n zá l ez d e A m e z u a
y B e l é n L l am as

P r u e be a h ac e r l as rec e t as m ás f ác i l e s y
at rac t ivas d e p re parar y a c o m b i n a r d e f o r m a
i n só l i t a a l g u n o s d e n u e s t ro s m ás pe c u l i a res
i n g red i e n t e s , t e n i e n d o en c u e n t a e l
c a l e n d a r i o d e f r u tas y ve rd u ras a l a h o ra d e
c o m p rar.

También podría gustarte