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Tenía 26 años cuando lo mataron. Era diputado socialista por Badajoz. Un esbirro del ministro
de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso, le descerrajó un tiro a quemarropa mientras cenaba
en el bar La Mezquita. Ocurrió el 10 de junio de 1935. Pedro Rubio pagaba así su compromiso
insobornable con la clase obrera y el campesinado. El crimen estremecería entonces a la
sociedad española. Pero, sorprendentemente, en la región donde vivió y luchó -y en la que
gobierna el PSOE de forma casi ininterrumpida desde hace 35 años- un minucioso manto de
olvido oculta su nombre.
A diario nos repiten el relato de Extremadura como patria de la mansedumbre, como paraíso
del conformismo y la resignación. Pero hubo un tiempo que esta tierra maltratada fue
vanguardia en la lucha por la emancipación. Paco el Bajo, Régula, Azarías, los Santos Inocentes,
llegaron después, tras la masacre. Pero antes, los Ireneos, los campesinos de estas dehesas y
sierras, pusieron en pie una gigantesca revolución pacífica hoy silenciada. La Reforma Agraria,
el sueño de generaciones condenadas a ser carne de yugo, cobraba vida en los pueblos de
Extremadura. Pedro Rubio Heredia fue uno de sus artífices, una expresión heroica de aquel
seísmo de dignidad que sacudió el país extremeño de punta a punta.
Había nacido en 1909 en Ribas de Campos, una pequeña localidad de la provincia de Palencia.
“Un azar de la vida lo situó en las campiñas de la ubérrima Extremadura. De obrero campesino
en la Castilla feudal, paso al taller mecánico de Obras Públicas”, recordarán años más tarde sus
compañeros en “El fascismo en Extremadura”, un sobrecogedor cuadernillo escrito tras la
matanza de Badajoz. Y será en esta ciudad precisamente donde comience a militar en la causa
de los trabajadores. Como relata José Ignacio Rodríguez Hermosell, el historiador que con más
atención ha estudiado la vida del joven diputado socialista, será en Badajoz donde aquel
auxiliar de obras públicas se incorpore a la Federación Local Obrera en 1927 y un año más
tarde a las Juventudes Socialistas. Desde entonces la vida de Pedro Rubio estará estrechamente
vinculada a las luchas del movimiento obrero y a los ideales del socialismo.
El 14 de abril de 1931, tras las elecciones municipales, nacía la II República y con ella una
enorme esperanza de libertad y de justicia. Aquella “República democrática de trabajadores de
toda clase”, como la definía el artículo primero de la nueva constitución, condensaba los
arraigados anhelos de las clases populares. Un nuevo mundo pugna por abrirse camino. Pero el
futuro tiene siempre un corazón antiguo. En Extremadura, en el despertar republicano, laten
las luchas del sexenio revolucionario, los motines del pan, la Germinal, el Congreso Obrero de
la Torre de Miguel Sesmero, el magisterio de la Institución Libre de Enseñanza, la paciente
sementera de otro mundo en verdad humano donde desaparezca “la explotación del hombre
por el hombre”. El nombre de las Sociedades Obreras locales lo canta. Luz entre tinieblas se
llama la sociedad de obreros de Aljucen. La Boreal, se denomina la de Corte de Peleas y La
Aurora es el nombre de quienes luchan en Zarza Capilla. Luz a la Oscuridad la han bautizado los
de Fuente del Arco y La Luz Extremeña, a secas, es el nombre que le han puesto en Hornachos.
En las denominaciones, de ecos francmasónicos, se vislumbra el fulgor de un tiempo nuevo,
liberado de caciques, señoritos, bonetes y tricornios. Un tiempo presidido por La Fraternidad
(Llerena), El Progreso (Ribera del Fresno), la Unión Proletaria (Casas de Don Pedro) y La Razón
del Obrero (Oliva de Mérida).
Pedro Rubio va a ser uno de aquellos miles de hombres y mujeres empeñados en cambiar el
mundo de base. “El nervio firme y uno de los puntales más destacados del movimiento
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socialista juvenil de toda la Extremadura esclava”, escribirán sus compañeros. Y lo hará como
únicamente se pueden construir los grandes cambios sociales, desde el compromiso y desde el
ejemplo, acudiendo “donde la papa quema”.
“La ciudad libre de miedo, /multiplicaba sus puertas. Cuarenta guardias civiles, /entran a saco
por ellas” (Lorca). La Guardia Civil será el instrumento principal que utilizarán las clases
dominantes para sembrar el terror y para combatir la creciente organización obrera. “Huelga
decir que en las zonas pobres –o sea, en casi toda España- sus relaciones con las clases
trabajadoras son de abierta hostilidad o de sospecha”, escribirá el sagaz Gerald Brenan. “Veces
y veces, tranquilas manifestaciones se han convertido en violentas algaradas a causa de que la
Guardia Civil no sabe mantener los dedos separados del gatillo”.
A finales de año la federación provincial agraria de la UGT en Badajoz convoca una huelga
general contra los excesos de la Benemérita y contra la actitud del gobernador civil Manuel
Álvarez-Ugena. En Castilblanco, el 31 de diciembre, se desata la tragedia. Cuando la
manifestación se retira a la Casa del Pueblo se presenta la Guardia Civil, por orden del alcalde,
a disolverla. Hay un forcejeo entre una mujer y un guardia. Hipólito, uno de los jornaleros
manifestantes sale en defensa de ella. A las mujeres no se les pega, dice. ¡Y a los hombres,
también! responde Agripino, el uniformado, al tiempo que dispara su fusil. El jornalero cae
muerto en el acto. Estalla la ira del pueblo y una selva de navajas acaba con los cuatro guardias
civiles.
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Pero el papel letal que desempeña la Guardia Civil no es sino la expresión descarnada de la
intensa lucha de clases, que se manifiesta ya en campo abierto. La cuestión agraria se convierte
en el nudo gordiano de la República. Karl Korsch, un marxista herético que asiste al congreso
de la CNT en 1931 capta con lucidez la situación: "La solución radical de la cuestión agraria en
la España actual no puede escamotearse mediante pequeñas escaramuzas diplomáticas ni
juegos de manos. El punto de partida y el contenido de la segunda fase de esta revolución
tendrá que ser necesariamente la lucha por la revolución agraria”.
La República ha nacido con el compromiso de acometer la Reforma Agraria. Pero los meses
pasan y las promesas se van desvaneciendo. Bien avanzado el año 1933, el programa agrario
aún espera su desarrollo: “ni la Ley General de Arrendamientos, ni la creación del Banco
Agrario, ni la restitución de las tierras comunales”. “Transcurridos dos años y medio de
República sólo habían cambiado de manos 45.000 ha en beneficio de 6.000-7.000 campesinos”
(Francisco Espinosa).
Pedro Rubio participa en primera línea en la extensión del movimiento y de las luchas
campesinas. Como muestra, este recuerdo de Margarita Nelken: “Al salir de un acto de
propaganda celebrado con todo orden en la Casa del Pueblo de Aljucén nos habíamos visto el
camarada Pedro Rubio y yo encañonados por los fusiles de los guardias de asalto, a las órdenes
de un monterilla que allí desempeña -él sabrá cómo y por qué- las funciones de alcalde, para
mayor gloria y deshonra del partido radical”. Será precisamente en esas elecciones de
noviembre de 1933 cuando Pedro Rubio sea elegido diputado por Badajoz, junto a Margarita
Nelken y Juan Simeón Vidarte.
“El acta de diputado constituye un gran peligro, porque este Madrid tiende a aislarnos de
nuestras organizaciones”. Son declaraciones de José Sosa Hormigo al periódico Claridad el 2 de
abril de 1936. Sosa será en la siguiente legislatura otro de los diputados campesinos,
estrechamente vinculados a la clase trabajadora. “Esta misma noche, a Badajoz. Quiero ver
cómo marcha la Reforma Agraria. Hay que fiscalizar a los técnicos, y hay que empujar, hay que
empujar mucho”. El mismo afán, la misma lealtad de clase, animará el compromiso de Pedro
Rubio.
En marzo de 1934, durante su primera intervención en el pleno del Congreso, le toca lidiar con
uno de los asuntos más delicados, el incremento de plazas y presupuesto para la Guardia Civil:
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“Tenemos que oponernos a este propósito porque en él se destinan diez millones a robustecer
los órganos de represión contra la clase trabajadora (…) Por el contrario, debemos pedir que
esos diez millones de pesetas se destinen a resolver la crisis de trabajo que padecen esos
pueblos rurales, en los que hay muchos obreros que materialmente se mueren de hambre”.
No, la lucha de clases no es un guateque. Pedro Rubio sufrirá desde ese momento la
persecución sistemática. Nada menos que siete suplicatorios, siete peticiones de
procesamiento, se tramitarán ante el Congreso durante los escasos 17 meses que dura su
etapa parlamentaria. Seis de las solicitudes están relacionadas con artículos de Rubio en los
diarios Correos y El Socialista. En ellos el diputado extremeño denuncia diversos casos de
represión contra los trabajadores. El 13 de mayo de 1934, escribe en El Socialista: “Los
detenidos en Arroyo de San Serván han sido objeto de los malos tratos habituales. A un
compañero llamado Luis Torres Macías le han tenido metido durante varias horas,
completamente desnudo, haciendo un frío insoportable, en una charca de cieno, buscando
armas que no había. Esto lo ha visto todo el pueblo”.
Pedro Rubio es uno de los diputados más odiados por la oligarquía extremeña, por su prestigio
y estrechos lazos con el movimiento obrero. Y también por formar parte del núcleo dirigente
que está protagonizando la radicalización de la Federación de Trabajadores de la Tierra, el
corazón de la reforma agraria en Extremadura y en toda España. Pero será a raíz de la huelga
general campesina en junio de 1934 cuando Rubio firme su sentencia de muerte.
El 21 de abril, El Obrero de la Tierra, órgano de la FTT, describe así la situación que se vive en
Badajoz: “En el tercer aniversario de la República hay 20.000 obreros parados, hambre
espantosa y cuadrillas de mendigos. El boicoteo, con los obreros organizados, aumenta
extraordinariamente. Los jornales de tres pesetas de sol a sol. Burla descarada de las Bases de
Trabajo establecidas legalmente. Jurados Mixtos inútiles. Diez Casas del Pueblo clausuradas en
la provincia, doce Ayuntamientos y otros tantos Alcaldes socialistas destituidos o sustituidos
por elementos de Acción Popular. 500 presos políticos y sociales. Registros en los domicilios de
los defensores de la República. Colonos y arrendatarios desahuciados”.
El 5 de junio comienza la huelga general campesina. Los obreros sólo piden que se cumplan las
leyes y las promesas con que nació la República. Cumplimiento de las bases de trabajo,
obligatoriedad del servicio de colocación, reglamentación del empleo de máquinas, aplicación
de los asentamientos y rescate de los bienes comunales. Pero la huelga constituye una enorme
derrota. “Unos diez mil huelguistas fueron a la cárcel por el solo delito de haber solicitado que
el Gobierno fijase un salario mínimo y una jornada de trabajo”, escribirá Vidarte años después.
El castigo será brutal. Miles de campesinos y trabajadores de otros oficios son hacinados en la
cárcel de Badajoz y, de ellos, seiscientos son conducidos en trenes especiales a los penales de
Ocaña y Burgos.
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El hostigamiento a Pedro Rubio no cesará ya hasta el asesinato. Su apoyo a la huelga de
octubre en Asturias le cuesta una nueva detención y permanecer en prisión durante 17 días. Y
el 10 de febrero de 1935 es agredido por dos policías, a pesar de haberse identificado como
diputado.
Castelao, el político galleguista, vive por esas fechas desterrado en Badajoz, como nos recuerda
José María Lama. Después del crimen, escribe: “Hoy asesinan a un rapaz (mi primer amigo de
Badajoz), que por defender las reivindicaciones de los trabajadores, con el ardimiento
inexperto de su mocedad, muere a manos de una cría del caciquismo reverdecido”.
El homicidio conmociona a todo el país. Todo el mundo es consciente de que han sido “los
salvajes mastines de los caciques extremeños” los autores del crimen. Pero además, que ha
contado con la connivencia de las más altas instancias políticas. El diputado sevillano de la
Unión Republicana, Hermenegildo Casas, declarará días más tarde en el Congreso: “Esto es el
final de una era de persecuciones de que había sido víctima en estos últimos tiempos el
desgraciado diputado cuya muerte lamenta hoy la Cámara. Ello ha terminado con la muerte
alevosa.”
Una imponente manifestación de duelo acompaña el entierro de Pedro Rubio, al que asisten
numerosos diputados llegados de Madrid, como Juan Negrín, Jiménez de Asúa o Ramón
Lamoneda. Pero, sobre todo, son miles de trabajadores los que acuden a rendir su homenaje.
“De Olivenza llegaron treinta obreros para asistir al sepelio, que vinieron andando de dicho
pueblo a la capital”. La tensión es máxima. El funeral se celebra rodeado de guardias de asalto y
el jefe de las fuerzas obliga a gritos a bajar los puños en alto de la multitud. Y ni siquiera se
permite a Jiménez Asúa pronunciar un discurso de protesta por el atentado.
El juicio se celebra a los pocos días. Desde el principio la prensa de derechas y el abogado
defensor han presentado el asesinato como un delito común, en el que además existía el
atenuante de la ofensa grave. Al final, Regino Valencia es condenado a 12 años de prisión y
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50.000 pesetas de indemnización. Por si alguien tuviese dudas sobre la colaboración del
gobierno, Rafael Salazar Alonso, ministro de la Gobernación, se encarga de disiparlas
asumiendo la representación de la familia del asesino en su recurso contra la sentencia.
Pero la lucha del pueblo sigue. El pan no ha muerto. Y llegará el 25 de marzo de 1936, un día
que ha tenido siglos de ensayo, como escribe Víctor Chamorro. Un año después del crimen,
tras la victoria del Frente Popular, el Ayuntamiento de Badajoz realiza un homenaje póstumo a
Pedro Rubio y pone su nombre a una calle. El 11 de junio de 1936, en el primer aniversario del
crimen, se le rinde un gran homenaje en Badajoz y durante la guerra, una columna de
milicianos extremeños, llevará su nombre.
Y después, el olvido.
Me aventuro a avanzar tres reflexiones a modo de hipótesis que, quizás, puedan ayudarnos a
entender el enigmático olvido del asesinato de Pedro Rubio o el llamativo menosprecio –por
fortuna cada día menor- de la trascendencia del 25 de marzo para Extremadura, por parte de
políticos “socialistas” e historiadores de cámara.
La primera tiene que ver con la clandestinización de la idea de Reforma Agraria, que ha sido tan
crucial en la historia contemporánea extremeña. Hasta hace escasamente una década la
palabra República era prácticamente un tabú en España, un concepto reservado al ámbito de
los estudios históricos pero al que se negaba cualquier operatividad política real. La idea de
Reforma Agraria, que en regiones como Extremadura era indesligable de la de República, sigue
condenada sin embargo al más tenaz de los ostracismos.
Lo curioso y grave del caso es que, en Extremadura –no así en Andalucía- la mención a la
Reforma Agraria, que figuraba en el Estatuto de Autonomía de 1983, fue suprimida en la
reforma de 2011, pactada entre el PSOE y el PP. Hasta ahí llega el miedo. O la desvergüenza.
Tienen pánico a que algún día se vuelva a cuestionar un problema histórico y central de esta
tierra nuestra, la pervivencia del latifundismo. Y que, más allá de la apariencia tecnocrática de
modernidad, no hace sino agravarse. El riguroso estudio de Fernando Fernández (Estructura de
la propiedad de la tierra en España. Concentración y acaparamiento, 2015) demuestra hasta
qué punto Extremadura sigue lastrada por el latifundismo estructural. Solo dos datos para
ilustrar esa realidad que se nos escamotea: en la región el 54% de la superficie agrícola
utilizada está en fincas de más de 300 hectáreas. Y 163 terratenientes poseen fincas de más de
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1000 ha, que concentran casi cinco veces más tierra que los 28.752 titulares más pequeños. En
estas circunstancias y en una región desangrada por la emigración, reclamar que la tierra
cumpla una función social constituye una demanda de sentido común pero, obviamente, entra
en contradicción con los intereses de la casta política y económica que manda en la región.
La segunda consideración apunta al papel que hoy representan los dirigentes del PSOE en
Extremadura y su práctica política. El PSOE en Extremadura es hoy, por excelencia, el gran
partido del poder, el partido atrapalotodo. En casi cuatro décadas de gobierno ha tejido una
densa red clientelar, ha puesto en pie su pequeña –y no tan pequeña- burguesía y ha mimado a
los grandes capitales de toda la vida. El emporio Gallardo, el entramado de empresas que viven
de la externalización de servicios públicos o el servilismo con la jet-set de Valdecañas son solo
algunas de las muestras. Defender que en Extremadura el 80% de la población es de clase
media, como hacía alborozado Fernández Vara, o presumir de la “paz social” en una región en
la que la mayoría de los grandes empresarios agrarios no pagan siquiera el salario mínimo casa
mal con lo que representó históricamente el socialismo en Extremadura. Sin duda, hay que
hacer un gran esfuerzo de imaginación para encontrar algún parecido o hilo de continuidad
entre este tinglado de intereses y el socialismo que representaban Pedro Rubio, Nicolás de
Pablo o Margarita Nelken.
Y por último me gustaría llamar la atención sobre el uso de la historia que se hace en
Extremadura desde el poder político y sus terminales en los ámbitos de la memoria y de la
cultura. En nuestra tierra, la recuperación de la memoria histórica ha bailado -y lo sigue
haciendo, salvo honrosísimas excepciones- al compás de los intereses del poder político,
recordando y olvidando a conveniencia. Necesitamos una memoria histórica autónoma del
poder, no subordinada a su relato, sus ritmos, sus presupuestos y sus gratificaciones
editoriales. Una memoria insumisa con los usos opacos de la historia, con las operaciones de
legitimación y sublimación ideológicas, tan habituales y queridas a los vencedores de cada
época.
Luis Gómez Llorente, el filósofo e histórico militante del socialismo de izquierdas, escribió que
“el conocimiento lúcido del pasado es fundamental para comprender mejor el presente, lo cual
resulta, a su vez, imprescindible para proyectar el futuro”. A los extremeños nos negaron el pan
y la historia. Necesitamos recuperar la historia de las luchas del pueblo, para entender la
opresión de nuestro tiempo y para impulsarnos con el coraje de quienes pelearon antes que
nosotros.
Estos días, la huelga de los jornaleros extremeños de la Adelantada exigiendo el pago del
salario mínimo estafado por los patronos nos traía el recuerdo de Pedro Rubio. Su memoria
vive y vivirá en las luchas por la reforma agraria y la dignidad del pueblo trabajador de
Extremadura.