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Enseñar música o el lenguaje artístico que sea, implica, se sepa o no, estar parado sobre
toda una serie de conceptos que derivan en epistemologías y ontologías que se pondrán en
juego en las aulas. Hemos sostenido en un texto publicado en el número anterior de esta
revista1, que se percibe una suerte de contradicción entre los discursos pedagógicos críticos
y los discursos epistemológicos musicales. Mientras los primeros abogan por la inclusión,
por el respeto a la diversidad, entre otras cosas, los segundos se apoyan en nociones
1 Carabetta, S. (2016). Algo hace ruido en la educación musical. Foro de Educación Musical, Artes y
Pedagogía, 1 (1), 11-31. Recuperado de http://www.revistaforo.com.ar/ojs/index.php/rf/ article/view/
* Magister en Educación (UNICEN). Investiga la formación de los educadores musicales. Autora de “Sonidos
y Silencios en la formación de los docentes de música” y “Ruidos en la Educación Musical”. Directora de la
Revista Foro de Educación Musical, Artes y Pedagogía. Contacto: silviacarabetta@gmail.com
LECTURAS || “En contra de la música”
XIX, donde el valor estético es intrínseco a los sonidos, marcó históricamente la división
entra la “música como música” y lo extramusical; así se estableció una línea evolucionista y
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jerárquica que adjetiva a la diversidad musical humana con términos como: menor, simple,
pura, elevada, primitiva, etc. Por el contrario, Mendívil, siguiendo a Alan Merrian, insta a
concebir la música como un sistema tripartito: sonido, comportamiento y conceptos, en
tanto, sostiene, es imposible comprender los significados musicales solo en lo intrínseco de
las estructuras sonoras, sino que éstos surgen inmersos en la actividad social y cultural
mediante la cual los individuos la producen en un espacio y tiempo dados (pág. 26). Los
significados musicales, dirá, son un campo de lucha por definir la tensión entre lo que se
quiere decir y lo que se entiende, entre la intención y la interpretación.
Comprender así la música, como performance, como parte ineludible del sistema
cultural, lleva a reconsiderar, entre otras cosas, la idea de la música como un lenguaje
universal que hermana a los pueblos, para pensarla como un medio para posicionarse en el
mundo generando encuentros y desencuentros. Dice el autor: “Los desencuentros musicales
nacen frecuentemente de nuestra incapacidad por aceptar la alteridad. (…) El soldado
español Miguel de Estete, por ejemplo, tuvo hace 500 años el privilegio de presenciar el
primer contacto europeo con la música indígena de los Andes. (…) Apabullado por los
códigos, para él incomprensibles, que la regían, la música andina hubo de resultarle tan
bárbara y horripilante como sus productores” (pág.37).
En la misma línea, el autor sostendrá que saber o no saber música queda supeditado a
las competencias que exija cada cultura musical y cada rol que se ocupe dentro de esa
cultura: compositor, intérprete, oyente, coleccionista, etc., visibilizando así la existencia de
diferentes saberes musicales. Del mismo modo, los gustos musicales, definidos desde cierta
tradición como la capacidad para degustar la música “correctamente”, partían de
imaginarlos autónomos e imaginar las identidades como estáticas. Por el contrario, Mendívil
señala la cantidad de condicionamientos no artísticos que definen el gusto musical de un
sujeto, de manera que el gusto musical “…no dice mucho sobre la música en sí, sino sobre
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hombre con su capacidad de hacer o consumir tal o cual música. El capítulo que dedica a
este tema cierra con una bella frase: “Tengo la certeza de que todo ser humano no atrapado
por sus prejuicios es capaz de aprender todas las músicas” (pág. 82).
Con este marco de ideas, Mendívil dedica interesantes capítulos a discutir las
clasificaciones históricas con las que pensamos habitualmente la música: lo clásico, el
folklore, las delimitaciones de las músicas en función de sus fronteras nacionales como la
música peruana o la música del continente africano. Mostrando la imposibilidad de
considerar la música fuera de la vida social, Mendívil discurre sobre los nacionalismos en
relación con la música y, con ello, los fanatismos, las competencias que generan cierta
patrimonialización de la música, ligados muchas veces al etnocentrismo y la xenofobia; el
cruce de cuestiones de género, de pertenencia a sectores sociales, a ámbitos geográficos, a
distinciones estéticas, que se ligan al quehacer musical de los pueblos y que el autor
ejemplifica con mucha claridad, echan luz sobre concepciones y prejuicios que sostienen la
pureza de la música. En el mismo sentido, se vuelven imprescindibles los capítulos que
desestabilizan concepciones arraigadas sobre el lugar y peso de las industrias culturales, o
de los medios tecnológicos, en la conformación del gusto, en el consumo e interpretación de
las distintas manifestaciones musicales, en la configuración del público.
Podemos decir que En contra de la música, de Julio Mendívil, es un texto cuya lectura
permitirá a los lectores, especialmente a los educadores musicales, deconstruir y reconstruir
concepciones absolutamente cimentadas a lo largo del tiempo y muchas veces asumidas de
manera naturalizada como verdades absolutas. Libro provocativo, así como necesario para
poder pensar una educación musical que respete la diversidad de mundos musicales de los
que son portadores los educandos. En pos de una educación que se asume discursivamente
como respetuosa de la crítica y la alteridad, el libro de Julio Mendívil, proporciona
elementos para la descentralización del sujeto en los discursos sobre la música, defendiendo
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