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CRUZADOS
CRUZADOS
DANIEL GRAU
—Toto, ¿qué hora es?— le dije quebrando el silencio imperante, que sólo el
viento austral se animaba a desafiar, en las noches de la guerra.
—Déjalo así, sería revivirlo y con una me basta, ya está, quiero olvidarme de
eso, de mi casa, mi cama y la maldita paz que no tengo. ¿Cómo anduvo la noche,
todo tranquilo?
—Si hoy es martes, no creo que usen sus cañones las fragatas, por lo que sé,
hoy no les pagan doble a los ingleses, pero ya se viene el jueves, viernes y el fin
de semana, ahí sí que parimos, nunca en mi vida pensé que me iban a gustar
tanto los lunes y martes.
—Bueno al menos una noche de paz hoy, dormite tranquilo que ya estoy
despierto del todo.
Me incorporé como podía, intentando liberarme de esa maraña de músculos
tensos que era mi organismo; ya de pie sujeté mi correaje a la cintura, adosé dos
granadas de mano mk5 a mi pecho, y así completé los preparativos para una
nueva jornada de guardia, colocándome el casco y asiendo el fusil. Todo aquello
lo efectuaba sin pensar, mecánicamente, como un torpe robot, preparado para
matar o morir. El Sargento, mi buen amigo, me sacó del ostracismo en donde mi
mente residía, con una frase llena de simpleza, pero cargada de compañerismo
y afecto.
—¡Pero mirá vos! ¿Ahora la llamas almohada, dos tubos de granadas de mano
envueltas en una manta?
—Tenés razón, después de todo, no es tan incomoda; pero digo yo, ¿dormir
sobre una almohada de granadas no traerá malos sueños?, ¿será eso? Sueños
un tanto pesados.
Se produjo una pausa casi eterna, pero lejos de hallarse vacía, abundaba en
temores, ideas, deseos. Eran las mentes que brillaban en destellos de locura, en
la oscuridad de la incoherencia, que era permanecer allí. Otra batalla extraña se
debatía, una contienda oculta y real, que cada cual conocía a la perfección, aún
sin comentarla, ni mostrarla; sencillamente aquel otro campo de batalla, era el
duelo interminable entre quebrarse o seguir, y cada cual la peleaba con lo que
podía, en la quietud y el silencio de su interior.
—Tendremos que seguir fumando, al menos hasta que pueda llegar el próximo
avión con provisiones; yo ya estoy en los tres atados por día. ¿Y vos?
—Sí, yo por ahí ando, total de algo hay que morirse, si no es una bomba, es por
el cáncer de pulmón, ¡Y bueno, en fin! Será hasta mañana, al menos eso espero,
chau Daniel, que tengas una guardia tranquila, para bien de los dos.
Era increíble, como siempre nuestros diálogos estaban plagados de frases que
nadaban en incertidumbre, desarrollándose a ciegas, y siempre condicionadas a
eventos venideros que imaginábamos pero no podíamos manejar. La guerra trae
consigo entre otras cosas eso, dudas y más dudas de existencia, y frases del
tipo "Si me despierto mañana, te prometo, haré tal cosa", "tengo que arreglar un
poco la trinchera, ¿pero para qué?, quizá no haga ni falta". "Si vuelvo a casa, me
doy un baño de espumas y después me emborracho". Era agotador,
desesperanzador, remitir todos nuestros deseos de hacer, al evento siguiente,
que sólo Dios y el destino podían manejar, y al cual nosotros no teníamos
presencia en las designaciones de aquellas determinaciones. Ni voz, ni voto.
Me quedé mirando el paisaje oscuro, para ser exacto, nada se veía, y allí en la
espesa negrura de la noche cerrada, intentaba esforzar mis sentidos, hasta lo
máximo y aún más, para ver o escuchar; de eso dependía parte de nuestra
suerte de ver otro sol brillar a la mañana siguiente. Llegué a escuchar ruidos
leves a casi un kilómetro de distancia, y ver en la noche como si fuera el día.
Que maravilla el cuerpo humano; cuando se lo exige siempre da más, es el
instinto de supervivencia, que activa esta maquinaria casi perfecta, que pena
morir, tantos millones de años de evolución para ser lo que somos, y al rato tan
sólo un sinnúmero de átomos dispersos, sin la magia de sus uniones que alguna
vez formaron el sueño de sentirse real.
® Daniel Grau