Está en la página 1de 88

EL ÚLTIMO DE LOS CRISTEROS.

(Esperando Morir)

ESTEBAN ALEJANDRO GARCÍ@.

DERECHOS RESERV@DOS. 2019


* A todos mis maestros por enseñarme a valorar el sentido de la historia de
mi país, México.

*A todos aquellos cristeros que participaron en la lucha y han sido olvidados.

“Los cristeros, actúan como fuerzas misteriosas, como fuerzas elementales


de la naturaleza y, sea Lozada, sea Zapata, sean los Cristeros, provocan el
mismo horror que causan también los terremotos o los huracanes”.

(Jean Meyer)
_______________________

CAPITULO I
_________________________________________

EL BAÚL

“No menciones el nombre de una persona creyendo que es feliz


espiritualmente hablando, hasta saber que ha muerto”

Cándido Aguilar, uno de mis mejores amigos de la infancia, en estos 3


últimos días del mes de marzo lo encuentro sufriendo por una paraplejia; no
puede mover la mitad de su cuerpo. Sin ser médico para diagnosticar lo que
le sucede, presagio que este mal corporal es incurable por el resto de su
vida.

Rendido en esta cama de madera, que ya cruje de viejo igual que los
huesos de mi cuerpo, espero con resignación, el mes, el día y la hora en que
mis ojos se cierren para siempre — se expresa malhumorado, pero, al
mismo tiempo percibo una alegría inusual, está convencido lo que le ocurrirá
en un tiempo no muy lejano.

Un mes antes de realizar un viaje hacia Guadalajara, Jalisco, México,


para cumplir con ciertos compromisos personales con mi familia, pasé a
saludarlo como otras ocasiones lo había hecho. ¡Oh sorpresa! A pesar de
estar enfermo físicamente, su mente estaba lúcida, recuerdo muy bien sus
palabras de aquel día. Cada frase que surgía de su ser, ninguna persona se
imaginaría que mi amigo estuviera enfermo. Sus palabras se convirtieron en
una energía semejante a un torbellino que nada lo detiene. Con una
parsimonia, me fue diciendo:

—Cierta tarde, no recuerdo la fecha, mientras dormitaba en aquella parte


del portal que esta al fondo, [señalando el lugar] tuve una premonición. En
una pared, semejante a un pizarrón, iban apareciendo frases de palabras
que al mismo tiempo se iban borrando, vi escrito el día, la hora; incluso la
forma de morir, y desde aquel momento que tuve ese sueño, no he podido
olvidar el adelanto de mi muerte. Cada minuto que vivo en vida, esto es lo
que me atormenta más que la propia enfermedad.
—Es sólo una pesadilla, además, creo que es una tontería creer esas
cosas de que viste palabras que se iban escribiendo en la pared y de pronto
se iban borrando. No te pongas triste, levanta el ánimo piensa que solo fue
un sueño. Expresé una cadena de frases para darle valor, y que olvidara lo
de la premonición.
—No creo que sea una mera pesadilla, mírame en qué condiciones me
encuentras.
—Veo cuál es tu condición, pero no te adelantes a los hechos. Recuerda,
que todo lo que se deseas o se espera llega a su debido momento.
—Quiero creerte, pero este presentimiento seguro que se cumplirá en
tiempo y forma.
—Que se haga la voluntad del Creador y no en tus sueños adelantados.
—Bueno, eso sí, lo tendré en cuenta lo que resta de existencia.

Según confesiones suyas quiso prevenir el destino de su cuerpo y la


repartición de sus pocas pertenencias. La necesidad de ser escuchado
sugirió quedarme hasta el final. No entendí de qué final hablaba, pero aquí
estaba yo…

He llegado a creer que la muerte física es un gran acontecimiento para


todo ser humano que viene a este mundo. Morir, debe ser como un evento
matrimonial, donde los novios; futuros esposos esperan con cierta
impaciencia el día y la hora que ocurra la unión de sus cuerpos y espíritus —
dijo esa tarde.

Con el presentimiento adelantado e inobjetable del día señalado de su 4


muerte, por cierto, suplicó a su compadre Hermenegildo darme la noticia; me
presentara en su casa con carácter de urgencia. El malestar que lo había
aquejado por varios años era tolerable, pero estos últimos días, ya era
insoportable, a pesar de todo esto, esta vez lo hallé genial en cuanto la
lógica expresiva de sus ideas. Hubo momentos que el agotamiento físico lo
dejaba al borde del desfallecimiento, pero, después de breves descansos,
volvía a sobreponerse. Esa misma tarde, platiqué con él por varias horas de
los muchos recuerdos de nuestra infancia, del error de nuestra juventud de
habernos separado por un mal entendido, hasta, le conté uno que otro
chiste, haciéndolo olvidar por unos minutos el dolor físico que lo estaba
aquejando con mayor intensidad. Por cierto, en esta ocasión me relató que
la causa de este dolor físico que lo tenía esclavizado desde hacía mucho
tiempo, había sido por un proyectil de grueso calibre, recibido en una pelea
contra un grupo armado en el cerro del Cubilete.

— ¿Contra un grupo armado? Y en el Cubilete, ¿Qué hacías ahí? Esto


no me lo habías platicado, me adelanté a preguntarle.

—Si hombre, después te explico cómo estuvo la cosa, mira, la bala quedó
incrustada por un tiempo aquí en mi dorso izquierdo, (señaló la parte
afectada, remangando su camisa). Estuvo muy duro la pelea ese día, “por
poco y no vivo” para contártelo.

Al acercarme para mirar de cerca la parte afectada del dorso izquierdo,


casi puedo asegurar, vi un pequeño boquete por donde entró y salió la bala.
Uffff no podía creer, pero podía asegurar que se podía meter dos dedos en
el hueco de su dorso.

— Ya entiendo, La bala que estuvo incrustada por un tiempo en tu


cuerpo, fue lo que afectó tu salud —Insistí, preguntando para calmar mi
curiosidad.
—No precisamente —respondió.
— ¿Entonces? Cuál es la razón volví a insistir.
—Más bien, todo este malestar mío, creo que es por los años que tengo
de vida, y en cierto modo, se complementó con este suceso que ocurrió
tiempo atrás, eso fue estoy seguro.

Ya entrada la tarde, se acomodó en el respaldo de la cama, dio un fuerte


estirón de brazos e inhalando una gran bocanada de aire por tres tantos,
mostrando con ello no ser interrumpido por un sólo segundo, porque nuestra
charla se prolongaría no sé por cuánto tiempo. Finalizado dicho ejercicio de
respiración, de su ser más íntimo resurgieron expresivamente las siguientes
palabras:

—¡Ven!, ¡acércate amigo mío!, quiero darte algunas cosas, ya no los


quiero tener conmigo, deseo que se queden en buenas manos, voy a
confiártelos sin pedir nada a cambio, no tengo a nadie más, eres uno de mis
mejores amigos, creo que no estarán en mejores manos que en las tuyas.
—Gracias por considerarme tu mejor amigo. Lo que venga de ti no
estarán en mejores manos que las mías.
— Eso espero, de lo contrario me levantaré de la tumba, vendré para
hacerte la vida imposible; jalándote los pies o asustándote en cualquier
momento. 5

Ja, ja, ja, ja, ja, la carcajada retumbó en las cuatro paredes. Escuché con
sumo cuidado cada una de sus palabras, sin intervenir por ningún motivo o
circunstancia. De pronto, disminuyendo la voz, como quien pide guardar un
secreto, dijo pausadamente: De todos los regalos hay uno muy especial,
éste lo tendrás que cuidar como tu propia vida. Acto seguido, levantó la
mano derecha en forma ecuánime, señaló hacia el ropero —ahí es donde
tengo guardado ese regalo especial. Toma la llave. ¡Ve y abre aquel mueble
que está en la parte izquierda! —ordenó pacientemente. Cuál niño
obediente, y sin temor caminé hacia el guardarropa. Estoy a tus órdenes mi
General, expresé al mismo tiempo que giré la llave para abrir el ropero.

Físicamente estaba débil, sin embargo, por segunda ocasión volvió a


soltar tremenda risotada, —así quiero que se cumplan siempre mis órdenes,
complementó.

—Dentro del mueble encontrarás una caja aparte, ¡ábrela! y verás algo
envuelto con cuero de chivo. ¡Extráelo por favor!
—Si ya lo tengo ubicado. ¿Esta es? Creo yo.
—Si esa es.

Sosteniendo entre mis manos aquel misterioso paquete, ¡no pesa más de
tres kilogramos! deduje. Acto seguido lo puse en sus manos.

Cuando mi amigo Cándido Aguilar tuvo entre sus manos el paquete, lo


fue desatando con cierta elegancia de experiencia, al mismo tiempo
manoseaba detenidamente el contorno de la caja, respiró hondamente tal
vez como signo de añoranza, sería la última vez que lo tendría en sus
manos, en breve pasaría a las mías, tal como era su deseo.
—Voy a regalarte no solo la caja, sino todo su contenido, dijo en voz alta.
— ¡Toma! ¡Espero que te guste! Desata tú mismo la última correa, para que
veas lo que contiene dentro.

— ¡Es un baúl!, que hermoso es, expresé en forma singular, cuando


desenvolví por completo el paquete.
— ¡Todo tuyo! ¡Te lo entrego en tus manos! vuelvo a insistir ¡Es un regalo
muy especial!

Al tener entre mis manos aquella caja; ya sin envoltorio, mi asombro fue
mayúsculo; no entendí el porqué de este regalo. Admirativamente le
pregunté, — ¡Mío!
—Sí. Todo tuyo, fue la respuesta de mi amigo.
—Pero, no lo puedo recibir, así porque sí.
—Tú recíbelo. Si deseas abrirlo en este momento, será necesario
explicarte algunas cosas, de lo contrario; tú mismo descubrirás lo que
contiene y sabrás como interpretarlo.

Está bien lo abriré en este momento —fue mi respuesta. No pude añadir


alguna objeción o contradicción a su sugerencia.

Conforme fui desanudando la última correa de aquel paquete, sentí que


la sangre irrigaba con mayor intensidad desde mi corazón hasta los
extremos de todo mí ser. Mis ojos distinguieron perfectamente que aquel 6
objeto desamarrado, se trataba de un baúl viejo y descolorido. Medía no más
de treinta centímetros de alto, por cuarenta de ancho. Su peso, era
aproximadamente de tres kilogramos, como ya lo había deducido. La
presentación de su parte exterior era de madera rústica, tallada a mano. El
madero, aunque muy resistente, ya se distinguían unas pequeñas
cuarteadas en su interior. Poco a poco fui levantando la pestaña para ver el
contenido de aquel baúl. ¡Oh sorpresa! Contenía varias fotografías de
personas mayores, una imagen de la Virgen de Guadalupe, un mapa de la
república mexicana señalada en ella el Estado de Michoacán, fotos de
templos, y de escuelas, cartas ya muy arrugadas, y una medalla con grado
de General. No quise extraer ningún objeto para mirarlos de cerca, de
haberlo hecho en ese instante, era como abrir una tumba para profanar su
contenido. Tener en mis manos un baúl era como poseer un tesoro
desconocido no cuantificable, mi humanidad toda se cautivó en la sensación
de que me transportaba a un lugar inhóspito e inexplorado. Mientras esta
sensación persistía en mí ser, me pregunté una y otra vez ¿Qué méritos he
hecho para recibir tal regalo? Este interrogatorio monologado se convirtió
una broca que perforaba mi inquietud de pregunta y respuesta. Conforme los
minutos transcurrían, el punzón de esta pregunta horadaba cada vez mi
ánimo, quizá por ello no encontré una respuesta satisfactoria.

Este es una foto del famoso baúl, un regalo de mi amigo Cándido Aguilar,
contiene historias de vidas desconocidas que no están escritas en páginas
oficiales de la tradición de mi país, México.

Como ser humano, tengo el defecto de ser inconforme. Surge en mí, el


deseo de encontrar, aunque sea una pequeña brisa la respuesta a las dudas
que tengo de momento. Así pues, de esta pequeña brisa de inconformidad,
mi mente se fue convirtiendo en una vorágine arrasadora en busca de
respuesta a la vida de mi amigo Cándido Aguilar. El viento convertido en
huracán me arrastró con violencia hasta verme envuelto en un torbellino
incontrolable. La misma fuerza, me fue conduciendo de manera inconsciente
hasta el centro mismo donde surge la esencia de un soplo misterioso. Acá,
en este epicentro del céfiro, no había control de mi voluntad y las decisiones
racionales tampoco eran autónomas. Escapar de esta vorágine de
inconformismo fue imposible se iba convirtiendo un mi deseo natural de ser
liberado. Tienes que cumplir con los caprichos del destino que acabas de 7
adquirir escuché la voz de mi conciencia. En el núcleo del torbellino, los
segundos croen como ranas saltantes, los minutos se enfurecen por ser
rebasados por los segunderos, las horas son más lentas, en tanto, yo busco
encontrar el sentido esencial de este regalo especial.

Volviendo a la realidad presente. Con prejuicio de hombre maduro, por


segunda ocasión cuestioné súbitamente la siguiente pregunta ¿Para qué me
puede servir semejante regalo? Volví a Mascullar una y otra vez, la pregunta,
y con la misma novedad de no hallar una mínima parte de respuesta, opté
de manera convencido en abrir un paréntesis con la intensión de hallar
alguna respuesta posteriormente.

Mi amigo, cansado y con una voz casi imperceptible de momento, sin


embargo, con una sonrisa a más no poder se sobreponía, me interrumpió
con una pregunta directa:

— ¿Qué te parece el baúl?


—Excelente. Siempre había querido tener uno. ¡Es muy bonito! —
contesté en forma convincente.
—A tu edad, es un buen momento de tenerlo —dijo entre risas.
—Muy buena edad, convine afirmar compartiendo su risa.

Mirándome de frente, cuál médico de almas, como si pretendiese


diagnosticar mi inconformismo; expresó:

— Descubro en lo más íntimo de tu conciencia una pregunta sin


respuesta —dijo sin ademanes.
— ¿Una pregunta, y en mi conciencia que no tiene respuesta? repetí su
idea hecha pregunta.
—Sí una pregunta.
— ¿Cómo es la pregunta? ¿Tiene ésta una respuesta? pregunté
sondeándolo con cierta sorpresa.
—La pregunta es: ¿Por qué seré yo el que recibe éste regalo, y no otra
persona?
—Y con eso, ¿Qué quieres decir? —pregunté en forma nerviosa y sin
ninguna secuencia lógica.
—Piensa por un momento, en todo esto hay una sola explicación.
— ¡Una sola explicación! o ¡Una sola respuesta!
—Para mí es lo mismo, una sola explicación, o una sola pregunta.
— ¿Cuál es esa explicación? —pregunté; mirándolo a los ojos en forma
interrogativo y suplicante.
—Tú sabes muy bien, no tengo parientes cercanos a quien dejar mis
pocas pertenencias. Mi enorme temor es que se queden en manos ajenas.
Por eso te he mandado llamar. Éste baúl, como vez es viejo y ya comienza a
deteriorarse, ha pasado por tres generaciones: perteneció primero a mi
abuelo, posteriormente fue de mi padre, y por último lo tuve en mi poder
hace pocas horas. En éste baúl he guardado por más de cuatro décadas
unas fotografías, un mapa, varias cartas y una medalla de honor, ahora
pasan a ser tuyos. Dentro de ellas descubrirás que está contenida una parte
de mi historia personal. Las fotografías que verás, también tienen vidas
agitadas, en ellas se puede intuir la totalidad del carácter de varias personas,
donde se revelan sus rasgos exteriores, de igual manera la integridad de
fondo y superficial, a la vez de una sola persona, cada cosa contenida en el 8
baúl te lo explicaré, conforme iré narrando mi historia personal.

Sinceramente, no tuve más que cinco palabras para agradecer a mi


amigo por este gesto particular de confianza:

— “¡Lo conservaré toda la vida!” —dije a manera de juramento, antes de


irme a casa.

Dos días después, regresé a traerle un poco de comida y a platicar un


rato con él. Cada vez que venía a verlo, mi pretensión era siempre la misma:
aminorar un poco su dolor físico y espiritual.

Mientras mastica saboreando la comida. De rato en rato, me mira con


ojos bondadosos, y cuando creí que estaba cansado, hizo un esfuerzo
sobrehumano e incorporándose de manera natural, expresó las siguientes
palabras:

—Tú eres el único amigo que por muchos años ha venido a visitarme,
gracias por todo este gesto “Querido amigo”. “Sé que los amigos son amigos
y nada más”
—No son amigos y nada más, sino amigos y mucho más, es decir,
mostrar esa amistad en cualquier circunstancia y momento.
—Tienes mucha razón, tú jamás me has fallado, no has pedido nada a
cambio de tu amistad.
—Pienso venir todas las ocasiones que yo pueda, externé para animarlo.
Además, yo debería ser el agradecido por permitirme entrar a tu casa y
sobre todo escucharme con paciencia en mis problemas personales.
—Siendo así, que el Dios Eterno disponga el día, la hora y la forma que
venga la muerte por mí, prosiguió sereno y seguro.
—En este momento no pienso escuchar la palabra muerte, por aquello de
que puedas perder tu seguridad en el más allá y como hombre de poca fe no
alcances a entrar en el cielo —pretendí contradecirlo.
—A veces, no es necesario pensarlo y platicarlo, porque lo vivimos cada
minuto de nuestra vida. La muerte es como nuestra propia sombra; siempre
va en pos de nuestros pasos, no le importa cuánto tiempo perduraremos en
la tierra.
—No lo había pensado de esta forma, pero ya veo que tienes muy seguro
tu retorno, al lugar donde surge la vida misma.
— ¡Sabes! A pesar de lo viejo que estoy en años, me siento tan
atemorizado como cuando era niño, y sobre todo cuando dejé de ser un
adolescente para convertirme en joven.
— ¿De qué puede sentir temor un hombre maduro, hecho y derecho
como lo estás tú?
—Hay muchas imágenes que quisiera desteñir desde lo más profundo de
mi pensamiento y de mi corazón, porque, no quiero llevar nada de recuerdos
en la otra vida.
— ¡Imágenes! ¡Pensamiento! ¡Corazón! ¡Recuerdos! No logro deducir
que me quieras dar a entender. Puesto que el que está atemorizado ahora,
soy yo.
—Tú eres todavía joven, no tienes de que preocuparte de lo que va a
sucederte hoy o el día de mañana, en cambio para mi, el temor ciertamente
es de la misma vejez, y de una vida poco fructífera. Tu temor, realmente no
sé de qué línea sea. 9
—Pues, yo creo que también es de viejo.
— ¡Viejo tú! eso déjamelo a mí, tú apenas comienzas a vivir.
— Pregunto ¿De viejo, todavía se tiene temor?
—Todavía. Pero, ¿Tú de qué puedes temer, si tú ya viviste lo que tenías
que vivir, e hiciste lo que tenías que realizar?
—De eso es lo que tengo miedo. Hubo cosas en mi vida que no las
realicé de manera correcta. Cada día que miro pasar, me siento más frágil
por esta enfermedad. Creo que todavía hay un poco de tiempo para
remediar mis incorrecciones del pasado.
— Eso ya déjalo, el tiempo se encargará que lo olvides todo.
—Eso quisiera, pero, ¿Crees que eso será lo más seguro?
—No lo estoy, pero esperemos que así sea.

De rato en rato, para no ser aburrida nuestra plática, las risotadas


brotaban sin mayor esfuerzo, cada vez que recordábamos cosas que nos
habían sucedido en cierto momento de nuestra vida pasada, de esta manera
uníamos entre risa y recuerdos escondidas, vivir un futuro cada vez más
cercano a la muerte, sobre todo para él.

—Para cuando llegue la muerte, creo que ya no estaré aquí, la


enfermedad me está consumiendo lentamente — prosiguió hablando de
manera melancólica, pero seguro de sí mismo.

Cuando él pronunció la palabra enfermedad, intuí con cierta lógica natural


el miedo que sentía, percibí que no era precisamente por el estallido de un
cristal, el desplome de un objeto, el grito desesperado de una persona al
borde del suicidio o el temor a las alturas, sino, más bien, el temor por la vida
natural que llegaba a su término.

En tanto que él hallara alguna manera de tranquilizar su miedo, me


adelanté en animarlo con las siguientes palabras:

—“Cuando los seres humanos esperamos el accionar de la huesuda para


llevarnos, buscamos mil formas de retardar su llegada”, hasta hemos llegado
a convencernos que si hubiera alguna forma de cómo sobornarla,
inmediatamente pondríamos a trabajar nuestro ingenio con suma viveza,
hasta hallar algún remedio de cómo complacerla, para que nos dejara un
poco más de tiempo en el mundo. Creo que esto no es necesario hacerlo,
basta que nuestra voluntad se imponga para abrir nuevos preámbulos de
querer vivir, y vivir de manera positiva. Este acto de la voluntad, podríamos
concebirlo como un contrato entre nuestro ser y el de la muerte. Con estas
palabras, nada alentadoras, guardó silencio por un momento, mientras mi
pensamiento elaboraba nuevos juicios para expresarle que el temor real que
él sentía, lo fuera a cambiar, aceptando que la vida, así como todas las
cosas mismas, tiene un principio y un fin.

De pronto, lanzando un fuerte quejido de dolor y llevándose la mano al


pecho, desunió mis argumentos, que fue imposible expresarlo.

— ¿Te pasa algo? con un sobresalto arrebatado, y preocupado —le


pregunté.
— No pasa nada, no te preocupes, este dolor que tengo es por la misma
enfermedad. Créeme que no es por un futuro incierto, sino por un pasado 10
complicado.
— ¿Un pasado complicado?
—Sí, un pasado complicado, te lo narraré paso a paso.

El pasado siempre lo añoramos, aunque ya fue. Cada acontecer de


nuestra existencia real, hacemos presente lo ocurrido. Eso demuestra que
rendimos culto y tributo a nuestra historia personal. Me pregunto ¿Qué sería
de nuestra vida, sin los recuerdos del pasado? Una existencia sin mayores
riesgos, es una existencia de poca significancia. Un hombre que no conversa
de su pasado, o que reniega de ello sepulta un gran tesoro que nadie podrá
desenterrar. Está vació de sí mismo al no ser hallado, su historia personal
será por siempre olvidado —reafirmé seguro y sereno, de manera
monologada.

—Cada mañana que pasa, al proyectar mi pasado, un miedo helado se


posesiona en todo mí ser. Ese miedo, poco a poco va desencadenado una
reacción extraña en mi voluntad hasta convertirse en un temblor
incontrolable para mi pensamiento, y sobre todo para mi cuerpo.

Atrevidamente, sin mayor consideración, una letanía de preguntas le


formulé:
— ¿Por qué los recuerdos de tu pasado no te dejan libre por un sólo
instante? ¿Qué fue lo que hiciste de más? ¿Qué mal realizaste para sentirte
tan culpable y sobre todo difícil de perdonarte a ti mismo? ¿Qué ocultas en
verdad? ¿Quién eres de verdad?
—Me hubiera gustado que fueras Sacerdote, para confesar contigo todo
lo que hice de más —prosiguió en forma irónica.
— Si deseas confesarte, iré por el padre Capellán para que cumplas ese
último deseo.
— No. No es necesario. Lo que voy a platicar contigo, es una confesión
de amigos, creo que al final tu mismo me podrás perdonar; absolviendo mis
faltas.
—Si las faltas hubieran sido contra mi persona, te perdonaría
humanamente, pero, absolver tus pecados espiritualmente, eso, sólo le
corresponde a un Sacerdote.
— Ya lo sé. Lo que voy a narrarte es toda mi existencia humana, tengo
que poner en orden mis pensamientos, y sobre todo, que no repita varias
veces las mismas cosas, te pido que reconsideres mi estado físico y mental.
Con una reverencia hacia su persona, agradecí la gran confianza que
mi amigo Cándido me había brindaba de por vida. De acuerdo lo tomaré en
cuenta— dije meneando la cabeza en forma afirmativa.
—El miedo que ahora registra en mí ser, lo considero no como un
laberinto imposible de entrar y sobre todo de escapar, más bien lo considero
tan sólo como una cárcel, donde puedes entrar y salir en cualquier momento
después de haber cumplido una condena. He creído que una de las formas
de liberación espiritual es la confesión. Siempre he pensado que la confesión
es el remedio adecuado para hacer que el temor se convierta en una
piadosa espiritualidad. Los místicos, han expresado a viva voz que la
confesión es un sedante tan poderoso que ayuda incluso en la cura a los
victimarios más sanguinarios e imperdonables.
—Pero, ¿Tú, no eres un victimario sanguinario?
—No, no lo soy. 11
—Entonces, para ti ¿La confesión espiritual debe ser sólo un desahogo
de aquello que le aqueja tú alma inmortal?
—No sé muy bien, pero, creo que debe ser algo semejante, querido
amigo.
—Si la confesión se trata de un alivio, todo lo que has dicho, y lo que
falta por relatar, te aseguro que lo guardaré, cual secreto de confesión
clerical. Además, soy una tumba en eso de los desahogos sentimentales.
—Mi temor, no se trata de ningún desahogo sentimental.
—Ofrezco una disculpa, mi General.
—Lo de General, suena curioso, mejor que sea por mi nombre.
—No cualquiera, puede tener ese mérito de ser General.
—Bien, nuevamente tus disculpas son aceptables. Y si lo que habría que
confesarte fuera un desahogo sentimental, ¿me perdonarías?
—Por supuesto que no, tampoco habría alguna maldad queridísimo
amigo, si lo confesaras con un clérigo.
—Para escucharme, no es necesario que seas clérigo ¡Dios mío!
Perdóname por decir una blasfemia. Te imploro, querido amigo, no te
escandalices por mis locuras terrenales, sólo ¡escúchame por favor!

Con esta actitud de treta, trampa o “simple resistencia” no pude entender


a mi amigo. Al parecer, quería alargar la plática, o quizás era para ganar más
minutos para poner en orden su pensamiento o simplemente ya no quería
expresar, lo que, por muchos años, había guardado como un secreto, sin
embargo, mi insistencia en ese estado de inconformidad, busqué la manera
de no quedarme con la duda del temor que tenía mi amigo.

—He oído decir de los clérigos, que escuchar a una persona en


momentos difíciles, sobre todo al borde de la muerte, es provechosa para el
alma del tribulado. No soy sacerdote, pero, reanímate seguir narrando lo que
tienes que revelar.
—Sí, creo que debe ser así. De la tierra al cielo, quiero desnaturalizarme,
no sin antes, traslucir lo que me retiene en mí ser terrenal. Esta confidencia
de amigo será para rememorar lo que viví hace seis décadas. Tú serás la
única persona que va a escuchar mi relato. Juzga en tu conciencia de
hombre maduro, si después de escuchar mi relato, es necesario divulgarlo;
¡hazlo!, de lo contrario, guarda mis palabras simplemente como un recuerdo
de algo real que te platiqué. Cerraré mi remembranza con un grito vibrante
de “Viva Cristo Rey”.
Cuando el General articuló ésta frase solemne e inmortal, mi cerebro se
trastornó velozmente abriendo un paréntesis de rememoración histórica,
acaso se refiere “La guerra de los Cristeros” —pensé en silencio.

El General, se dio cuenta que mi estado mental estaba en fuga.


Inteligentemente, con su bastón de madera curtida también en años, golpeó
mi cabeza haciendo que mi pensamiento regresara velozmente al momento
presente y en el miso lugar.

—En esta ocasión, pensé que no llegaras a tiempo. Ésta enfermedad,


está acabando con mi vida rápidamente. Las fuerzas me abandonan cada
día que pasa. Antes que la amiga muerte llegue, quiero despojarme poco
apoco, de ese ropaje de angustia que llevo cargando durante muchos años.
—Como signo de verdadero amigo, guardaré tu secreto, atesorándolo es 12
este cofre que ahora es mío, será como una de las confidencialidades más
sagradas de mi vida, sólo la abriré cuando me sea necesario para divulgarlo,
como es tu deseo.
—Venga esa mano de amigo sincero, externó en forma ecuánime.

Casi siempre, cuando una persona presagia que va a morir habla hasta
por los codos. Revela todo, incluso hasta los últimos pormenores. Las
facciones humanas adquieren otro color, por ejemplo; los ojos se ponen
vidriosos, los cabellos se adelgazan, las uñas se tornan de un color rojizo a
un color amarillento, las actitudes negativas se polarizan en positivas. Según
mi observación estas características se mostraban externamente en la
persona de Cándido Aguilar. Cada palabra que iba emitiendo era como si
estuviera enseñándome un corazón desnudo. Su voz campea libremente sin
ningún obstáculo que lo detenga. Al ir entretejiendo las palabras que
emergen desde lo más profundo de su ser, su rostro se deja reflejar la
cordialidad de un hombre transformado que busca la salvación de su alma.
En este momento, pienso que mi amigo al encontrar la persona adecuada,
quiso vaciar toda la inmundicia que se remolcaba por toda la región de sus
entrañas, aunque se resistía hacerlo de momento en momento, pero…por
fin… se… decidió.

Prosiguió, sin ningún obstáculo que lo interrumpiera. Cada palabra que


iba pronunciando era una página abierta de un gran libro que yo iba leyendo,
al escuchar cada palabra iba escribiendo y a su vez trazaba la historia de un
tiempo determinado.

—Nací en el norte de la Capital del país, mi Estado es el más hermoso


del territorio mexicano, siempre lo he dicho. Esta pequeña patria ha sido
cuna de hombres ilustres, como José María Morelos, Melchor Ocampo,
Lázaro Cárdenas, Francisco J. Mújica —continuó diciendo.

Al pronunciar los nombres de personajes ilustres, reconocí que mi amigo,


era un conocedor de la historia del estado michoacano.

—La época que llegué a este mundo, según comentarios de mis


progenitores, la región estaba cubierta de árboles gigantescos y de gente
ruda, pero honesta y trabajadora. La tierra de ésta región siempre ha sido
fértil. Muchos creyeron que sería un lugar sin historia, porque el nombre que
le impusieron nuestros abuelos, “La Estancia”. Según los extraños, y los más
envidiosos, es el nombre más corriente y estático de todos los pueblos de
esta región, cercana a Zamora, Michoacán. Los comentarios negativos que
he escuchado de la gente, ¡Qué equivocados están! Más bien creo que las
opiniones, parecen ser de hombres ignorantes y no de hombres juiciosos.
Las quejumbrosas palabras en nada mueven mis razonamientos lógicos
para pensar y creer que mi tierra natal, es una de las mejores y de las más
bellas de toda esta extensa región de mi país.

La tierra, virgen y tosca como salió de manos del creador, se puede


domesticar, y así nos ha proporcionado todo lo que está a nuestro alcance,
aunque vivimos pobremente del cultivo del aguacate y de la siembra del
maíz y de frijol, somos los más bendecidos de esta región.

Según los topógrafos, la Estancia es una tierra árida, escabrosa y 13


accidentada, pero, con un poco de agua es muy fértil. Nadie ha entrado
nunca en codicia de disputarlo materialmente hablando, excepto
espiritualmente. Esta pequeña comunidad, ha puesto por siempre su
confianza en la Divina Trinidad, y es ferviente en la Virgen de Guadalupe, en
su máxima expresión entrega su vida por ella. La religión católica nos ha
unido en la fe, en la esperanza y en la caridad. La predicación de nuestros
pastores ha sido la autoridad única en todos los asuntos de nuestra creencia
y nuestra forma de actuar; “Vivamos en armonía, pero si alguien nos ofende,
tenemos que actuar conforme las leyes humanas y divinas”—nos predican
nuestros pastores.
Mis padres nacieron en esta hermosa tierra de los Purépechas, vivieron
del campo, y, aquí fueron asesinados. Nunca asistieron a la escuela.
¡Maldita sea mi ignorancia! De haber ido a la escuela, quizás hubiéramos
emigrado de este lugar blasfemaba mi padre contra el poderoso cacique
cuando vendía su producto y no sabía hacer bien las cuentas. Yo mismo, me
era imposible alejar las maldiciones cuando las profería, ya sea de palabra o
cuando las retenía en mi pensamiento. ¡Vaya! Eran unos malditos
hambreados, y delincuentes a pleno luz del día, dueños de una gran parte
del pueblo. La gran mayoría de los caciques eran maliciosos e injustos con
todos. Siempre buscaban la manera de robarnos, ya sea con nuestros
productos, nuestras tierras o con nuestros ganados. Cada vez que
acompañaba a mi padre a vender el producto de la tierra, el coraje que
surgía de mí, era imposible retenerlo. Aquellos señores yo los miraba con
ojos de odio. Pero, conforme fui creciendo, tuve que aprender de mis padres
a perdonar. Ellos, eran cristianos, no únicamente de palabras, sino de
acciones piadosas y sinceras. Aunque analfabetos, jamás pensaron que esto
fuera un obstáculo para vivir dignamente. Un iletrado puede suplir su
carencia de conocimiento con la experiencia. “Si la experiencia la llevas en la
práctica, cosecharás grandes éxitos” —Me repetía mi padre constantemente.

De momento en momento, mi amigo Cándido Aguilar, se frotaba los


párpados con un gesto de cansancio y desaliento, por continuar.

— ¡Vamos! Continúa narrando, expresa todo lo que sabes o todo aquello


que tienes atorado en lo más interno de tu ser —lo alenté palmeándolo por la
espalda.

Haciendo una mueca de enfado, prosiguió —con un ¡Carajo! Me vas a


matar de cansancio. Déjame respirar y tomar unos tragos de aguardiente.
Sirve dos tragos, entremos en calor.

—Me parece que es lo adecuado para proseguir nuestra charla. ¡Salud!

Que desafortunado debe sentir una persona que no ha ido a la escuela,


debe ser como un invidente que solo se imagina una realidad inexistente de
lo que sus ojos jamás podrán ver, o no poder explicar su entorno —habló de
manera filosófica.

—Creo que así es —contesté conviniendo su opinión. — ¡Mira hijo!


Tú tienes que aprender a leer y a escribir, para que no seas engañado por
los poderosos. A “ellos les temen a los leídos” varias ocasiones me lo recalcó
mi padre cuando vendíamos nuestro producto. Como buen hijo obedecí,
asistí a la escuela. Aprendí a defenderme por medio de la letra. Soñé varias 14
veces con ser un General de guerra, también un letrado en las ciencias
humanas, y una sola ocasión pensé con mayor aspiración: conocer la
sabiduría Sagrada. Esta idea quedó truncada de momento, cuando a mis
padres los mataron. ¡Arrepentido estoy! de no haber aceptado a tiempo la
invitación, del Canónigo González, de ir con él, como monaguillo hacia la
capital de Morelia, lugar de la cultura regional de éste hermoso y maravilloso
territorio de los Purépechas. Continuamente, él me expresaba “Te procuraré
que tengas una carrera para que sea un hombre de bien, y así puedas servir
a la nación”. En éste momento, ya no es necesario arrepentirme, Dios sabe
porque sucedieron las cosas, estudie otra cosa, por lo demás, creo que, para
regresar al cielo, no es necesario saber mucha letra. ¿Tú qué piensas de
esta idea absurda?

—Es cuestión de opinión y de creencia. El conocimiento debe ser útil


para lo que creas conveniente, por ejemplo, para dominar la naturaleza a
través del cultivo de semillas, traspasar el universo con tu imaginación
basado en la poesía, construir cosas materiales para beneficio de la
humanidad, etc.
—Además, yo creo que el Creador, no nos pedirá cuentas de los
conocimientos acumulados, o de la cantidad de riquezas materiales, sino de
cuántas acciones positivas hicimos en esta vida terrenal.
—No sé qué contestarte.
— ¡Ojalá! El Creador, no nos diga al final de nuestra existencia: ¡Tú al
cielo por tus conocimientos! ¡Tú al purgatorio por tu ignorancia! y ¡Tú al
infierno por tu necedad de no dejarte ayudar para adquirir más y mejores
conocimientos!

No encontré ninguna idea, de cómo refutar está loca opinión de mi amigo


sobre los conocimientos. Guardé silencio sin pronunciar palabra alguna, de
mi interioridad, hubo una preocupación. Si mi amigo tuviera razón ¿En qué
lugar iría a descansar mi alma?

¡Qué locura de idea existencial! Y si fuera cierto…mejor hagamos las


cosas según las leyes humanas y divinas, estudiar para transformarse
juntamente con la naturaleza. Adquirir conocimientos, aunque sea un mero
deleite personal.
15

ESCENA GEOGRAFICA DE ESTA


NOVELA
__________________________

CAPITULO II
_______________________________________

LOS RECUERDOS DE AQUEL NONAGENARIO

Aquél hombre viejo, dejó traslucir en su rostro la imagen de un águila en


pleno vuelo, buscando el mejor momento y el mejor lugar para ser parte del
universo infinito. Su mano derecha incrustada en su frente, quedó arqueada
por un momento de profunda reflexión. Dando un fuerte bostezo de
cansancio, lentamente fue destrabando la mano encajada en la barbilla. 16
Inhaló una bocanada de aire fría, y al exhalar suspiro como quien añora a
sus seres queridos que vagan por tierras inhóspitas; esperando prontamente
su regreso final.

Contemplar el rostro de una persona, ¡es maravilloso!, si sabemos


observarlo detenidamente. Se descubren en ella varias posibilidades de
cómo describirlo. Los virtuosos en la pintura, plasman el rostro a su manera
en un cuadro pincelado, los compositores lo armonizan en una canción de
profunda inspiración, los poetas atraen la imagen soñada y lo hacen externar
con palabras estéticas versificadas en poemas. Yo, a base de apretar las
quijadas fue surgiendo en mí la siguiente expresión: Este nonagenario quiere
mostrarme su alma desnuda, desea rasgar el velo de sus entrañas para ver
el horizonte infinito. Cuando va por esos caminos laberínticos de sus
recuerdos, las grietas se van abriendo de par en par. Poco a poco, los
recuerdos semidormidos van cobrando vida. ¡Excelsa!, es la vida de los
ancianos con sus muchos recuerdos, sus experiencias y sus recorridos en
lugares inhóspitos, faltarían hojas blancas para escribir la totalidad de ellos.
¡Valorémoslos! Son la experiencia viva—pensé en silencio.

— ¡Ven! ¡Ayúdame! Fueron las siguientes palabras que gesticuló mi


amigo, para pedirme que lo auxiliara bajar por un camino a desnivel.

Físicamente cansado, más su voluntad no; se imponía de momento. Con


el poder de su energía mental, ordenó a su mano temblorosa permanecer
erguida por varios minutos. Este acto de atrevimiento fue para levantar su
bastón, cuál vara mágica de batuta, no para dirigir una sinfonía, sino para
armonizar el siguiente monólogo: — ¡Vengan esos lugares donde mis pies
caminaron por kilómetros, donde mis ojos vieron el rojo amanecer, donde mi
ser estuvo presente y ausente, donde mi aliento jadeo de cansancio, donde
mí pensamiento sufrió angustias, donde mi sangre se derramó, donde luché
por mi fe! ¡Nada es tan largo como la espera! nada es tan breve como la
vida, nada es tan largo como tus pensamientos, ¡nada es tan breve como la
muerte!

¡El ruido de los carros del ejército, fue una pesadilla para mis oídos!

¡El ruido de los cañones era una alucinación en mis sueños de aquellas
noches oscuras!
¡La multitud de señoras piadosas, de niños con crucifijos en las manos,
todos ellos invocaban la ayuda divina!

¡Encontramos dos colgados! ¡Diez fusilados! Tres destripados. Cinco


templos arruinados. Siete aplastados por caballos. ¡Cientos de hombres
muertos a balazos en los vagones de trenes! ¡Centenares de moribundos! en
los valles y en las montañas. Escuelas destruidas y bombardeadas por todas
partes….

Un gobierno necio queriendo borrar de la faz de la tierra todo aquel que


creyera o clamara, ¡Viva Cristo Rey!

Una Iglesia mexicana sufriente por la sangre derramada de tanta gente


inocente. 17
— ¿Quién me borrará esas imágenes? ¿Quién mi querido amigo?
¿Quién…?

Cuando aquel nonagenario terminó de pronunciar este monólogo, su grito


fue ahogado con un llanto desgarrador, no supe que contestar a sus muchos
recuerdos y angustias. El repaso de sus evocaciones eran imágenes
frescas, escenas recién abiertas de un corazón sangrante; como quien
quiere dejar escapar la sangre de su corazón sufriente.

¡Señor misericordioso!, ¡Dios Altísimo!, te imploro que los muchos


recuerdos que aún quedan plasmados en la mente de mi amigo, no lo
induzcan a una locura. Ruego, Dios de bondad y medico de alma, ¡cúralo!
Más ¡hágase tu voluntad! — volví a clamar en silencio al Creador.

Cuando concluí de implorar a Dios con este monólogo improvisado,


percibí espiritualmente que mi amigo estaba abriendo “El paréntesis” de sus
recuerdos.

Si no descubrimos lo esencial, es decir los detalles, que un hombre que


nos comparte sobre sus vivencias personales, hechos memorables,
momentos trágicos e históricos; ¡Qué incomprensible! Debe ser la vida así—
por enésima ocasión pensé en silencio.

Mi amigo no estaba perturbado. Lo que había narrado fue un momento de


arrebato circunstancial. Los recuerdos, cuando no son liberados en su
momento quedan enclavados como espinas que atormentan el cuerpo, son
más difícil y desesperante de expulsarlos de esa región oscura de nuestra
conciencia. Mi amigo Cándido Aguilar, estaba sufriendo por esta dificultad,
con cierta resistencia, fue abriendo poco a poco el paréntesis, se introdujo
por los laberínticos caminos de su conciencia personal para decir:

—Dejaré escapar mis recuerdos del pasado, no guardaré ninguna más.


Cuando termine de narrar, mi voz cimbrará de forma potente hasta el último
resquicio de tus tímpanos el que me quiera escuchar y creer.
— Muy bien, te escucharé estimado amigo.
—Así fue, el centro de este lugar de la Estancia, se escuchó el potente
sonido de una bomba. ¡Boom! Fue el primer bombazo que se dejó sentir
detrás de aquella montaña la primera tarde de aquel año de 1925. El polvo,
revuelto con tierra, arena y pólvora se fusionaron. Estos elementos,
conforme iban dispersándose, una sombra oscura y de grandes dimensiones
se estacionó inmediatamente en el cielo opacando el día reluciente. Un
viento congelante y aterrador remató esta tarde de ese año. El ambiente de
éste lugar, de la “Estancia” poco a poco fue impregnándose de un olor fétido
a sangre descompuesta, que unido a los cuerpos de los perros y la pólvora,
se olfateaba la muerte a los cuatro vientos.

La descomposición de la carne humana, casi de inmediato alteró el olfato


de cualquier persona que estuviera por un momento en ese lugar. El vaho
era tan insoportable, que hasta la misma naturaleza empezó a plegar sus
poros.

El cielo se contaminó, no tanto por el olor a sangre humana, sino por la


maldad misma del hombre, que cuando quiso palpar su corazón, lo había 18
perdido con este acto horrendo. — ¡Boom! ¡Boom! Principió la guerra en
este lugar.
— ¿La guerra?
—Por favor, no me interrumpas. ¡Acércame la botella del mezcal! Dicen
que una copa tonifica la mente para narrar mejor las cosas, dicen también
que es para conservar en buena forma el cuerpo.
— ¡Dicen! Pero lo que tú has ingerido en vida, ha sido para olvidar las
cosas.
— ¡No exageres!
—No exagero, solo digo lo que expresan los demás.
—Bueno, olvidemos lo que dicen los demás. ¡Dame la botella! Esta copa
de mezcal, tiene que purgar mi mente para seguir platicando de mis
anécdotas.
—Siendo así, tendrás que tomar no una copa, sino toda la botella, porque
faltan muchas cosas por revelarme.
—Te revelaré mis secretos, serán necesarias solo tres copas. Quiero
transmitirte éste segmento de mi vida, para que los cronistas de esta región
lo juzguen si es o no conveniente acomodarlo en el rompecabezas de sus
indagaciones históricas. Soy el último viviente de los que quieren confesarte
el comienzo y el final de lo que fue ésta guerra cruenta del “26 al 29”, así fue
nombrado por algunos cronistas.

Los comentarios de éste hombre me tenían fascinado. Seguí escuchando


su experiencia histórica, procurando no olvidar cada palabra externado.
Poco a poco se iba desnudando de sus muchos recuerdos, haciendo que la
historia estuviera narrada dentro de un tiempo y un espacio. Lo que estaba
escuchando en éste momento de este hombre viejo, y a punto de morir, de
momento no lo había leído en algún libro de la historia nacional o regional de
mi país.

Tendría que estar sereno como el agua del mar, cuando el viento no está
presente. Sin desperdiciar el tiempo, con voz suplicante, le pedí que
prosiguiera narrando los pormenores de aquella guerra.

Una minúscula alteración de resistencia emocional, pudo detenerlo, cuando


dijo:

—Pero, ¿Valdrá la pena narrarte las fracciones de mi vida personal?


—Por supuesto que sí, aunque no puedo obligarte en nada que no quieras
externar, pero creo necesario que prosigas, con todo lo que has dicho al
principio, es para liberarte de un pasado, que sólo tú conoces o guardas por
secreto.
—Pues sí, pero ¿Quién le importará lo que sucedió en este territorio, de
los michoacanos?

—Pues, yo, y mucha gente que no conoce de esos hechos, tal como me
los has narrado.
— ¿Pero, tú no eres historiador?
—No. Pero, por algo se empieza. Además, no creo que sea tan difícil
narrar las crónicas de un lugar, o lo que expresan las personas como tú.
— ¡Aja de diablo! me resultaste más vivo que el propio chamuco.
—Ni tanto mi querido General, Él, sigue siendo astuto y poderoso, yo un
pobre ignorante. Además, que caso tienes en detener esa avalancha de 19
emociones que llevas dentro, que ya empezaste a descargar. En tu madurez
de persona ecuánime, no encuentro ningún egoísmo de que narres la
“Cruenta historia del 26 al 29”.
—Tienes razón, mi conciencia me atormentará hasta los últimos instantes
de mi vida, sino descargo mis recuerdos. Abriré mi mente: ¡Vengan, pues,
esos lugares! Donde mis pies, mi ser, mi pensamiento estuvo presente.
¡Vengan esos rostros! que quedaron plasmados en mi mente.
— ¡Tranquilo mi general! Tómese otra copa de mezcal, para extraer esas
imágenes desde lo más profundo de su ser.
— ¡Salud!, pues.

De un solo sorbo, el mezcal se esfumó por su garganta.

—Las imágenes reaparecen en mi memoria, cuál remolino van abriendo


las puertas de mi conciencia, hasta lograr que los retratos del recuerdo
queden al descubierto, dijo al terminar de paladear el mezcal. Hace un
momento escuchaste que dije, que el primer gran impacto fue un ¡Boom!
Que se dejó escuchar detrás de aquella montaña. Minutos después un gran
tronido de máuser, otra más y otra…hasta que se acabaron las municiones.
—Sí, lo acabas de comentar.
—Cuando el trac, trac de los máuseres eran disparados, imagínate por un
instante, las vidas humanas cual robles fuertes se doblan; desplomándose
ya sin vida. Con este escenario he accionado el cerrojo para empezar a abrir
ese baúl que te he regalado. Ahí encontrarás gran parte de mis recuerdos,
pero, narraré las cosas desde el principio.
—Con esta ansiedad desesperada, ya no aguanto más, insisto, prosigue
por lo que más quieras.
— ¡Calma! ¡Calma! Rodaré la película poco a poco. Si dejas a un lado tu
ansiedad te revelaré toda mi historia personal.
—Estoy en calma, con un ¡carajo! prosigue por favor.
—Siendo así proseguiré. Igual que mi padre, he sido un hombre de
campo, trabajé de niño en la hacienda de Don Felipe Torres, persona muy
poderosa, y acaudalada de esta región, pero, un hombre justo. El mismo año
que empezó esta guerra, vendió su rancho, nadie le importó su paradero, ni
de su propia familia, sólo se rumoró que al final de sus años se convirtió en
un benefactor de la iglesia católica. Ya de grande, aprendí a cultivar y a
valorar la tierra. Era extraordinario dejar caer el grano de maíz en el surco,
también el crecimiento de la caña, pero recoger el fruto, simplemente era
maravilloso en buena temporada. El tiempo que duró esta guerra, la gente
perdió todo, incluyendo la familia.

20

En este cerro, la Estancia, los soldados mataron a muchas familias, incluida


la mía.

Era el primer día del año 1925, me encontraba derribando un árbol seco.
Justo el momento en que asesté el último golpe contra aquel monumental
roble para talar el tronco, escuché una ráfaga de balazos que provenía al
otro lado de la ladera. ¡Un vuelco de terror inmenso se apoderó en todo mi
cuerpo! Aquel tronido retumbó tan fuerte que hasta el aserradero más lejano
se alcanzó a escucharse. Las aves que revoloteaban en parvadas; al oír el
eco estruendoso, abrieron las alas para volar lo más lejos posible, no podían
soportar viendo que un pelotón había masacrado de manera inmisericorde a
aquellas personas inocentes, y habían profanado el silencio de la propia
naturaleza.

Los que hemos nacido en esta parte del cerro, cuando presentimos
cualquier peligro, nuestra primera reacción es la defensa natural para salvar
nuestra vida, por eso me escondí al instante. Te preguntarás, ¿Cuál fue mi
actitud en ese momento, ante este ruido ensordecedor?
—No era mi intención preguntártelo, pero gracias por tu interés.
—El temor por la muerte, corrijo, el temor, no es propio de los que vivimos
en esta zona del cerro, sino de todos los seres vivientes que viven sobre la
faz de la tierra.
—Así es.
—Al terminar de escuchar el primer impacto, mi instinto me condujo a
desenfundar el calibre 38 que llevaba consigo para toda ocasión. Para no
ser sorprendido por aquello de que hubiera una segunda detonación de
arma donde me hallaba derribando aquel árbol, busqué refugio detrás de
unos peñascos. ¡Qué será este alboroto! Fue la primera pregunta que vino a
anidarse en mi mente. Me santigüé, y con arma en mano, rodeé la vereda,
hasta llegar en lo más alto de aquella serranía, que se ve allá adelante. 21
—Sí, lo veo.
— ¡Dios mío! Lo que mis ojos vieron ese momento, no podía entender mi
mente. La treintena de casas de madera, ardían como hogueras en tiempo
de frío. Los cuerpos de las personas eran confundidos entre sí, estaban
apilados. Los perros agrupados en jauría, dirigían sus miradas hacia aquel
cerro más alto, aullaban inarmónicos, despidiendo el alma de sus amos
muertos.
—No puedo imaginar lo horrible que vivieron las personas de aquel lugar
donde señalas.

¡Ave María Purísima! —Exclamaba una anciana, cayendo de rodillas


frente a sus difuntos. Un anciano cubría el rostro de uno de sus nietos, para
que no viera la escena de cuerpos sin vida y el charco de sangre que corría
por todos lados. Poco a poco fueron apareciendo algunos hombres que se
encontraban trabajando en el campo. Al ver tal atrocidad cayeron de rodillas,
no de genuflexión al altísimo, sino por los muertos. Ante la incredulidad de lo
que sus ojos miraban, gritaban de impotencia — ¿Quiénes serán los
malditos que hicieron todo esto? ¡Qué mal les hemos hecho! ¡Dónde están,
bolas de cobardes! Todas las palabras expresadas estaban llenas de coraje
de manera superlativa. Nuestro llanto era agónico. Cada uno deseaba tener
entre sus pies al agresor para despedazarlos, aunque fuera con las propias
manos. Mirar a los muertos, con los ojos abiertos causaba miedo, pero el
coraje se impuso, y cada uno fuimos cruzándoles los brazos en forma de
cruz, limpiando la sangre en el rostro, finalmente cerrándoles los ojos. No
tengo más palabras e imágenes simbólicas para describir lo que en ese
momento había sucedido con la gente de esta pequeña comunidad; de la
Estancia. La sangre bermeja de raza mestiza derramada por los cuerpos ya
sin vida, se entremezcló inconfundible entre el cielo y la tierra. La tierra, al
sentirse empapada por la sangre de toda la comunidad, absorbió cada gota
hasta formar un río rojizo. El rito terminó con una línea roja en el cielo; que
se vislumbró de Norte a Sur. Desde ese día, ésta luz púrpura se ha visto
desde el atardecer, hasta el amanecer; en este lugar de la Estancia, tal vez
como una señal de reproche divina. Gemíamos enlutados llevando a
nuestros muertos al camposanto. Solo por unas cuantas horas nos
entristecimos llorando, secando nuestras lágrimas, y de una manera
religiosa fuimos a santiguarnos junto al pequeño oratorio de la comunidad.
Frente a este oratorio había una cruz de madera con la imagen de un Cristo
sufriente, y ahí mismo, cada uno rogó a todos los Santos: fortaleza del alma
y la resignación por cada uno de nuestros difuntos.
Mi familia integrada por mis padres y mis cuatro hermanos, fueron
masacrados. ¡Quedé sólo!

Cuando mi amigo habló de la muerte de su familia, agachó su cabeza,


dejando escapar un sollozo, tal vez de recuerdos encontrados o para elevar
una oración por el descanso eterno de sus almas. Sus ojos grises y
arrugados, no cesaron en derramar grandes lagrimones. Juzgué de manera
espiritual que con ello los estaba refrendando de no olvidarlos jamás. Poco a
poco fue levantando su cabeza. Al tenerlo erguido, — “Los hombres también
lloran” —fueron sus palabras.
—Por supuesto que los hombres también lloran, y aún más cuando se
trata por sus seres más queridos.
—Días después de haber sepultado cristianamente a mis padres, decidí 22
salir de este pueblo de la Estancia, no quise permanecer un día más.
Quedarme más tiempo aquí, los recuerdos me atormentarían con mayor
intensidad, lo cual sería una locura de mi parte vivir en un tormento que no
era la solución para este tipo de circunstancias. Caminé días enteros, sin
rumbo fijo. Anduve recorriendo montes y valles, hasta que me detuve por el
cansancio al llegar a un poblado llamado, Zacán, era una pequeña
ranchería, muy cercana al volcán de Paricutín. Cansado y sin alimento, no
recuerdo muy bien cómo es que me introduje en una casona abandonada,
aquí descansé para reponer mis fuerzas. Los días siguientes, se convirtió en
mi hogar en forma provisional. Posteriormente fui enterándome por un
lugareño, que en esta casona había vivido un hombre muy rico, dueño de
casi la mitad del pueblo de Zacán, pero que, en una partida de naipes, había
perdido toda su fortuna, y dentro de sus ambiciones únicamente había
conservado esta casona. Días después, determinó marcharse a otro pueblo,
donde ya nadie supo nada de él.

Sobrevivir en otro lugar, sin mis padres y mis hermanos, era como un ser
perdido en la inmensidad del infinito. Un Rosario colgado en mi pecho, y mi
pistola calibre 38 enfundado siempre al cinto, eran los únicos que me
acompañaba a todas horas, con ellos no me sentía solitario, aunque al
transcurrir las horas, los días, las semanas y los meses, necesitaba platicar
con alguien más. Cuando mi pensamiento deseaba fugarse en una locura
incontrolable de venganza por lo sucedido, frenaba la escena cerrando los
ojos e intentar dormir todo el día. Al despertar lo primero que me preguntaba:
¿Qué puedo hacer?, si apenas soy un muchacho, aún no tengo suficiente
fuerza ni para sostenerse así mismo, y ya pienso en la venganza, aleja esas
ideas de mi cabeza, ¡Dios mío! finalizaba clamando al todopoderoso. Por
cierto, ya se sabía que los que habían asesinado la gente de mi comunidad y
otras más eran militares mandados por el gobierno federal, dizque con la
idea de acabar con nuestras creencias religiosas. Estos militares, por la
forma cobarde y desmedida de matar a los creyentes católicos; destruir sus
casas y las iglesias, cada uno buscaba la manera de vengarse, aunque, a
decir verdad, sólo se tendría que hacerlo en grupos; bien organizados y
entrenados para la ocasión.

Los comentarios, aseguraban que los soldados estaban en varios


pueblos del Estado de Michoacán, y algunos Estados de la República
mexicana, la idea era misma: “desaparecer a los creyentes de la fe católica”.
Cierto día, no recuerdo la fecha, la persistencia de una venganza me
alteró por horas enteras, al no hallar con quien platicar de persona a
persona, me dirigí al único templo de la comunidad de Zacán.
Arrodillándome lo más cercano frente al Santísimo, oré y lloré por largas
horas mi desgracia, y clamé al Cristo Redentor, que mitigara mi deseo de
desquite. Tranquilizado, decidí retirarme de aquel lugar sacro, sin embargo,
un fuerte e interminable aguacero me obligó a quedarme por más tiempo
dentro del templo. Aproximadamente, dos horas antes de la media noche,
cuando dejaron de caer las últimas gotas de aquel diluvio torrencial, justo el
momento en que me dispuse a dar los últimos pasos por la puerta principal
de este hermoso templo, de pronto, se dejó escuchar claramente el sonido
intempestivo de cascos de caballos que irrumpían después del aguacero. El
ruido galopante de los caballos paralizó mi mente, no así mis pies, y con
enormes zancadas, regresé dentro del templo, puse el cerrojo y unas bancas 23
apiladas en la puerta principal con la finalidad de obstaculizar el paso, por si
acaso aquellos desconocidos que cabalgaban a caballo intentaran
introducirse dentro del templo.

Al contacto de las piedras con las herraduras de los caballos, el ruido era
ensordecedor. Devino en mi pensamiento la escena de la Estancia, el día
que la comunidad fueron masacrados por los soldados, un pavor
incontrolable se presentó en todo mí ser. Evité a toda costa trastornarme en
extremo, cerré los ojos y meneé mi cabeza con la intención de expulsar
aquella imagen horrible de la muerte. Ocultarme para preservar mi vida era
lo más importante en este momento, desenfundé mi 38, listo para jalar el
gatillo, por si fuera necesario defender mi vida, aunque estuviera dentro del
templo sacro.

Un pelotón de soldados, cada uno dirigiendo su corcel, se detuvieron


frente al templo. La lluvia se había disipado, la luna daba a contraluz de las
velas encendidas del Santísimo. Por una rendija de la puerta principal,
observé claramente el pelotón de solados, fuertemente armados. Traían
colgados entre sus espaldas máuseres, y todavía entre sus cartucheras una
pistola, un rifle y un machete.

El soldado que iba al frente del grupo, era el Capitán. Sin descender, llevó
su caballo al centro del atrio, y en todo momento apuntando su arma a todas
direcciones. Sin alterarse, dividió al pelotón en dos partes. La primera mitad
rodeó el templo, y la otra parte desmontó frente a la entrada principal del
templo. Estos últimos, sin respeto alguno, amarraron sus caballos a una cruz
de madera que se encontraba a un costado de la puerta de la sacristía.

Con el temor de que fueran a entrar dentro del recinto sagrado, pensé
esconderme dentro del confesionario. El Capitán se había quedado parado
en medio del atrio, de pronto en un arranque de ira empezó a articular
blasfemias contra los cristianos, y contra los sacerdotes, diciendo:

— ¡católicos! Aunque su Dios los cuida, ¡morirán! ¡Grítenle más fuerte,


para que venga en su ayuda, porque no los escucha! A lo mejor se fue de
vacaciones. ¡Mataremos a los curas y a las monjas! Y todo aquel que se dice
ser ferviente de la Virgen, y que no obedezcan nuestras órdenes, correrán la
misma suerte que ellos. ¡Nosotros somos la ley! —Repetía una y otra vez.
Esperó brevemente que pudiera recibir alguna respuesta, fue imposible.
Respirando a todo pulmón para tranquilizarse, dio la orden a los soldados
que se habían quedado en el atrio, acercarse. Levantó su sable de manera
furibunda, como acto de autoridad, el pelotón se prepara a enfrentar a un
enemigo que no era un ente viviente, sino contra un ente material: El templo.

¡Abran la puerta —fue el primer orden! No se puede, está bien asegurado


por dentro; respondieron al mismo tiempo.

Los soldados, acostumbrados a utilizar la fuerza bruta empujaron


tratando de derribar la puerta principal de la iglesia, los varios intentos fueron
en vano, porque yo lo tenía asegurado por dentro. Fatigados en este primer
intento, asestaron a machetazo limpio contra esta misma puerta, el segundo
intento ¡Vaya sorpresa!, a uno de ellos se le quebró el machete. El tercer
intento fue a culatazos a diestra y siniestra intentando derribar el marco, fue 24
imposible derribarla. El Capitán, enojado de manera superlativa, lanzando
cuantas groserías contra sus subordinados, dio la segunda orden:

— Si no pueden derribar la puerta, entonces quémenla.

Sin que alguno del pelotón pudiera contradecir esta segunda orden del
Capitán, uno de los soldados extrajo dentro de la carga que traía en uno de
los caballos, gasolina. Derramó todo el contenido sobre la superficie de la
madera de arriba abajo. La puerta toda, compuesta de dos hojas gruesas de
madera, ardió por más de tres horas, consumiéndose en su totalidad. Antes
de que ardiera en su totalidad el último pedazo de madero, ajustaron el
cincho de sus caballos, montaron, y se alejaron al galope, no sin antes
derribar la cruz, donde minutos antes habían atado sus caballos.

Quedé aterrado con esta manera de proceder de estos soldados: Ofender


el lugar sacro de la iglesia a machetazo, proferir maldiciones en contra de
sacerdotes, monjas sin estar presentes, quemar la puerta, derribar la cruz de
la salvación,…No tuve palabras para describir tal acto. Lo sorprendente, ni
siquiera intentaron introducirse para inspeccionar dentro del templo, tal vez
porque ya habían hecho demasiado daño, quizá ya estaban cansados, o
porque su propia cobardía los hacía irse del lugar. Con todo lo que había
visto y sentido, la impotencia y el miedo se unieron en mí ser para insultar
con majaderías hirientes, deseándoles lo peor para esos momentos de la
madrugada.

Por esta actitud tan baja y ruin de aquellos soldados, junto con el
Capitán, encontré el concepto que pudiera convencer mi conciencia para
calificarlos de ¡Malditos! Espero no sea muy injusta esta expresión, ellos
mismos están bautizados, seguramente asisten al templo todos los
domingos a descargar sus temores frente al altar. Se sabe también, que sus
esposas pertenecen a alguna congregación religiosa, e incluso mandan a
sus hijos a educarse en las escuelas de monjas y de sacerdotes. Muchos de
estos soldados han deseado que alguno de sus hijos llegue a profesar la
vocación sacerdotal.

Mi pregunta en ese momento fue — ¿Por qué destruyen los templos con
saña desmedida?
— Ellos solo reciben órdenes —concluí.
25

Así era el templo de la comunidad de Zacan, antes de ser incendiada la


puerta por los soldados. Está construida cerca del volcán, el Paricutín.
__________________________

CAPITULO III
_________________________________________

LA NUBE GRIS

Recuerdo muy bien; era una mañana jueves 10 de julio de 1925, el


verano estaba en pleno apogeo. El calor intenso del astro rey, favoreció a los
campesinos para que empezaran a surcar la tierra, porque las primeras 26
lluvias estaban próximas. Sin embargo, por los constantes enfrentamiento
entre los cristeros y los soldados federales, los efectos no se hicieron
esperar; comenzando con la presencia de una nube gris, (ciertos lugares con
color negro) creo que esta nube estaba revuelta de arena y pólvora poco a
poco fue cubriendo gran parte del cielo michoacano. Ninguno pudo explicar
su presencia de forma inesperada. Como si empezara a incrustarse por
tiempo indefinido en el espacio sideral; fue inamovible por mucho tiempo. El
sueño de los campesinos en obtener buenas cosechas para ese año, fue
solo un sueño. Esta nube gris para ser desintegrada o ser trasladada a otro
espacio, más que la necesidad del viento requería de la voluntad humana. El
aire estaba estático, carecía de movimiento. La temperatura del calor
aumentó cada vez más en el día, en cierta forma era sofocante, pero la
noche era fría y congelante, en tanto la lluvia no llegaba. Los habitantes al
no hallar una explicación sobre este fenómeno de la “nube gris”, varado en el
ambiente michoacano. Clamaron a la naturaleza: ¡Oh Astro Rey!
¡Necesitamos tu luz! Dispersa esa nube gris de nuestra vista, envíanos la
lluvia. No nos condenes a la oscuridad. Sin tu luz, no podemos ver como
sembrar nuestras tierras. Retorna, retorna ¡Oh astro Rey!

¡Dios altísimo!, somos culpables de esta tragedia, envíanos tu sabiduría para


entender tu voluntad, era el clamor suplicante de algunos hombres que
habían regresados de luchar contra los soldados. Abandoné este lugar, para
alistarme a la guerra.
27

A causa de las explosiones de cañones, máuseres, incendios…en todo el


valle michoacano se vieron estas nubes por varios meses.

Con tan sólo tres lustros cumplidos, mi voz de adolescente sufrió el


cambio repentino hasta escucharse la de un joven. Me hice hombre maduro
muy pronto —continuó diciendo mi amigo.

Comencé alternándome, no con los de mi edad, sino con la gente ya


más grande, y sobre todo con aquellos que buscaban vivir un ideal. Mi
cuerpo, se acostumbró al frío, al calor, al hambre y las largas caminatas de
varios kilómetros y de días enteros sin comer. No recuerdo muy bien cómo
es que ingresé a un pequeño grupo conocido como la “Resistencia
Cristiana”.
— ¿Resistencia Cristiana? Explícate.
—Sí. Era un pequeño grupo que se reunía todos los días; lo hacía por
las tardes a escondidas. Por el temor a ser denunciados por la misma gente
de la comunidad, eran muy cautelosos con sus integrantes. Tenían por
finalidad orar, ayudarse mutuamente en las desgracias personales, y sobre
todo aprender teóricamente tácticas de guerra.
— ¿Tácticas de guerra?
— Si. Por eso eran de la resistencia.
—Ya entiendo.
—Cuando estas reuniones se llevaban a cabo, la gente oraba con gran fe
a Dios Padre y a la Virgen María de Guadalupe, clamaban que cesaran las
guerras, las muertes y los abusos contra los curas, contra las monjas y todos
aquellos que habían decidido incorporase en la lucha en favor de la
defensas de la fe. Yo asistía a esas reuniones, más que por rezar y compartir
mí desgracia, era por aprender en teoría las tácticas de una guerra y, a decir
verdad, también por la merienda que nos ofrecían al término de la reunión.
Estas se llevaban a cabo en la casa del Señor Ramiro, mejor conocido por
toda la gente como el “Capitán Ramiro”. Él mismo encabezaba las
reuniones. El señor Ramiro, era un hombre corpulento, y de gran estatura.
Según mis cálculos no rebasaban los cincuenta años, viejo en edad no era,
pero su cabello ya cubierto de canas lo aparentaban de más. Gustaba vestir 28
camisola lisa, pantalón recto, y con sombrero de ala ancha. Completaba su
atuendo con un paliacate rojo en el cuello, y siguiendo las costumbres de un
revolucionario; enfundaba un arma calibre 45mm. Me enteré, por uno de sus
asistentes, que el Señor Ramiro, había sido un combatiente de las fuerzas
revolucionarias de 1910, obteniendo en ella, el grado de Capitán.

La primera vez que lo vi en la reunión, juzgué en forma equivocada su


sensibilidad externa, porque a pesar de que era un hombre testarudo, se
podía captar internamente en él un ser con buenas intenciones. Según
confesiones suyas, la fe que le habían enseñado sus padres, y las prédicas
de los curas, no lo había olvidado. Profesaba la religión católica, porque se
habían transformado en una persona que buscaba cómo extender entre sus
semejantes la riqueza espiritual, forjándolo también en el bienestar material.
Además, esto será la única riqueza espiritual que me llevaré —decía
convenciendo a todos, refiriéndose a la fe, la esperanza y la caridad.

Me integré totalmente de manera incondicional a aquel grupo de la


“Resistencia Cristiana” de tal manera que no faltaba a una sola de las
reuniones, ya no tanto por el alimento, sino que ahora quería seguir
aprendiendo tácticas de guerra, por ejemplo como construir una bomba con
distinto material, como volar un tren a alta o baja velocidad, como preparar
una trampa a mitad de camino para que los federales no se acercaran a
nuestro escondite, como echar abajo un puente, qué hacer con el
compañero herido, como hacer confesar al contrincante que dijera la verdad
donde se encontraban las armas o cuando atacarían ellos a nuestra gente,
además los principios elementales de mi religión, que por ello lucharíamos.
Poco a poco, el Capitán Ramiro, al darse cuenta de mi puntual asistencia,
me brindó su amistad, a pesar de ser todavía un jovenzuelo, sin experiencia
en muchas cosas de la vida.

Recuerdo muy bien, era un día martes del mes de octubre, se llevó a
cabo la última reunión, según el Capitán Ramiro, estaba a punto de suceder
algo que cambiaría nuestras vidas y sobre todo la historia de este país. No
entendí nada. Antes de retirarme de esta última reunión, el capitán, me llamó
aparte. Sin titubeos, y sin advertencias que pudiera intranquilizar mi
voluntad, —“Mañana, como de costumbre preséntate puntualmente, no por
la tarde, sino en la mañana. Para ti, el día de mañana será tu última lección.
Hasta mañana, retírate.
Por el camino, iba preguntándome: ¿Por qué la última lección será
mañana para mí? acaso no fue hoy, no entiendo nada.

Al día siguiente, llegué a la casa del Capitán de manera puntual. Él, se


encontraba fumando y bebiendo café en el portón de su casa, donde al
parecer se encontraba limpiando algo pequeño, cuando me diviso guardó
rápidamente aquel objeto. Con la misma confianza de los días pasado, me
acerqué al Capitán.

— Gracias por venir — por cierto ¿Cual es tú nombre? fueron las


primeras palabras del Capitán Ramiro.
— Mi nombre de pila es Cándido Aguilar— contesté.
— Muy bien. Pues el mío ya lo sabes, soy Ramiro de la O González,
mejor conocido por la gente de este lugar y para ti también, como el capitán 29
Ramiro. Esta vez me extendió la mano de forma confiable.

A manera de bienvenida, me ofreció una deliciosa taza de chocolate y


piezas de pan caliente recién orneadas.

— Anoche ya estábamos todos cansados —continuó diciéndome, por eso


no quise comentarte nada, de lo que hoy voy a decirte.
— ¿Qué es lo que me tiene que explicar Señor? — pregunté sumamente
nervioso.
— ¡Calma! termina de tomar tu chocolate.
— Ya terminé Señor.
— Hemos comentado en nuestras pláticas que hay soldados por todas
partes y que andan matando y destruyendo Iglesias. Por cierto, tú nos has
comentado que fuiste testigo de lo que sucedió en la Iglesia de San Juan
Bautista.
— Así es Capitán, pero que tiene que ver con lo que me va a comentar.
— No es nada de lo que viste o experimentaste.
— Entonces.
— Tengo reservado algo, y para una persona muy especial.
— ¡algo! y ¿muy especial? Explíquese.
—Sí, así es. Ese especial eres tú. Quiero encargarte que realices algo,
creo que tú mejor que nadie lo puede hacer. Esto que te estoy pidiendo, no
es ninguna condición de que puedas continuar en el grupo. Para ti, las
lecciones no han terminado, apenas empiezan. Sabes, te escogí, por la
confianza que te tengo. Además, veo en ti, eres un buen prospecto para ser
un excelente líder en esto de las batallas.
— Un líder yo.
— ¿Por qué no? los grandes líderes, como crees que han empezado su
vida.

—No lo sé
— Así, como tú, con cosas muy pequeñas e insignificantes.

Me sentía emocionado con las palabras del Capitán Ramiro, al hablarme


de la vida y los triunfos de los grandes líderes, pero todavía no entendía cuál
era el encargo que me tenía asignado y sobre todo porque mi lección
apenas iniciaba
Desenrollando un plano que estaba colgado en el portón, lo extendió en
la mesa de la cocina. Comenzó diciendo —Pon mucha atención lo que voy a
señalarte en este mapa. En este punto, (poniendo el índice de su dedo) aquí
es donde estamos, te dirigirás por esta ruta, y por esta otra, tomas a la
derecha, aquí por este arroyo llegarás con mayor prontitud en este punto
remarcado con una cruz, y por aquí, en esta otra línea (un atajo) tomarás el
camino de regreso. Seguramente, me preguntarás ¿Para qué? ¿A quién vas
a ver? ¿Por qué este lugar? Y no en otro.
— Si, así es Señor.
— Bien. Se trata de entregar un mensaje urgente a una persona.
— ¿Entregar un mensaje urgente a una persona?
—Sí. Una persona, mi amigo el General Lázaro. Los últimos datos que
me han dado mis informantes, lo localizarás en Sahuayo. Fíjate, es en este
punto. (Por segunda ocasión señalando con el dedo el mapa) Ya te indiqué
la ruta más corta para su pronta localización.
— Pero, yo no lo conozco a él. 30
— ¡Calma muchacho! Ésta es su fotografía, Mira bien a este pelao, es
para que lo puedas distinguir, guárdala muy bien. Escucha, si es que lo
llegaras a encontrar por el camino, pero lo más seguro es que lo hallarás a
tres días de camino en el lugar que te he señalado en el mapa; entregas el
recado y punto, así de sencillo.
— ¡Muy sencillo!
— Si muy sencillo.
— Muy bien mi capitán, Haré lo que está de mi parte y que la suerte me
acompañe.
— Con esta afirmación de muy bien mi capitán, me están indicando que
aceptas el encargo
— Acepto, pero…
— Nada te va a pasar.
— Eso espero.
— Siendo así, entonces repasemos por último la ruta. Lo que sigue,
será poner en práctica lo aprendido, mucho ánimo, te estaremos
esperando.
—Dios quiera que así sea.
— Dios te protegerá, ya lo verás. Él Todopoderoso esta de nuestra parte.

Sus palabras de aliento, y sus buenos deseos suavizaron mi voluntad, no


así mi inteligencia. Explicado el porqué de la elección, me dispuse a seguir
las instrucciones. Primero me entregó lo necesario para emprender ésta
misión: Suficiente agua, carne salada, una cobija y hasta un arma; calibre 25
especial, un caballo tordillo, finalmente su bendición de buena suerte, no sin
antes llevar consigo el mapa y la fotografía.

Para llegar al punto señalado, y con mayor prontitud, no seguí a pie de


la letra las indicaciones, preferí cruzar entre barrancos profundos e
inclinados, caminos anchos con riachuelos de agua transparente, evite
lugares concurridos de personas. De manera prudente, ya muy cercana al
lugar señalado; cuanto lugareño encontraba en camino, les mostraba la
fotografía, para que me dieran razón y seña del General Lázaro. Después de
dos días de tanto cabalgar, esquivando todos los peligros cuanto pude
hallar, una sola persona, lo había visto por el camino. He visto un grupo de
personas, montados a caballo, van muy cansados, no sé si sea él que tú
buscas, pero por las señas que me has dado creo que es él, se dirigen con
dirección al pueblo de Sahuayo —dijo esta persona. Piensa muchacho, lo
primero que hace un grupo cansado de tanto caminar y otros tantos montado
a caballo, es llegar a algún para comer y beber, esto solo se hace en una
cantina, concluyó alejándose en sentido contrario aquel hombre.

—Una cantina, buen lugar para encontrar un desconocido, yo haría lo


mismo.
—Sí, fíjate como son las cosas, sin ser una corazonada, hallé al General
Lázaro en la cantina los “Tres compadres” en el mero centro, del pueblo de
Sahuayo.
—Esa cantina fue una de las más famosas en aquel tiempo y
precisamente en aquella zona. Cuentan que en ésta cantina es donde se
orquestó tácticamente el movimiento de los cristeros, que me dices de esto.
—Sí, así fue. Aquí y en otras cantinas eran utilizados como centros de
comando de las fuerzas armadas de los cristeros, también de los federales.
— De joven, conocí este lugar, ¡Agradable lugar de verdad! no por la 31
bebida o por la comida que sirven, sino por las infinitas fotografías
que están tapizadas en la pared, todo ello de cristeros.
— Alguno de estos los puedes encontrar en el baúl.
— En el baúl.
— Si.

El tiempo se vencía; tenía que ver al General Lázaro, la suerte me


acompañaba, porque no me costó trabajo encontrar la dichosa y mentada
cantina, inmediatamente que lo vi, sin tarde ni perezoso me introduje, sin
importarme la frase que estaba colgada en la puerta principal que decía:
“Prohibido la entrada a uniformados, clérigos y menores de edad”. Lo
primero que miré al estar dentro de la cantina fue un grupo de campesinos
bebiendo mezcal apuradamente y despreocupados, por cierto todos estaban
desarmados, otro grupo más al fondo en esa misma dirección, coreaban
coplas de canciones revolucionarias. Para conocer en persona al General, lo
primero que hice fue extraer la fotografía que traía consigo, pero no distinguí
ninguno con estas características. No quise cometer algún error, decidí
preguntarle al cantinero.
—Buenos días señor cantinero.
—Buenos días joven, ¿Qué desea?
—Quiero saber ¿Quién de todos esos hombres, que están sentados en
esas mesas; es el General Lázaro?

La reacción del cantinero fue natural:

—Muchacho, no puedo darte esa referencia, además eres muy joven —


dijo en forma sorprendido.
—El hecho de que sea joven, ¿Acaso no puedo conocer al General
Lázaro? —insistí.
—No, no quiero decir eso —contestó molesto, además, no puedes estar
en uno de estos lugares, no sabes leer, porque en la entrada se dice
prohibido a niños
—Si se leer, pero ya estoy adentro.
—Para qué quieres conocer al General —volvió a cuestionarme.
—Mi respuesta a su pregunta fue — ¿Me va a ayudar sí o no?
—Sí, pero, corro el riesgo de que...
— ¿El riesgo de qué? —le arrebaté la palabra en la boca. Es cierto, soy
tan joven, casi un niño, según usted, por eso cree que vengo a otra cosa.
—Como que otra cosa.
—Como venir mandado por alguien para escuchar lo que están
conspirando e ir y vender la información.
—No lo sé.
—Si piensa que vengo a hacerle un mal al General, está muy
equivocado.
—No estoy tan seguro. Y si vienes a ¡Matarlo!
—Soy muy joven para pensar en esas cosas. Yo vengo por algo más
importante.
— ¡Algo más importante!
— Si así es.

Dentro de mi jorongo entresaqué el mapa y la foto del General, le dije que


creyera lo que le iba a mostrar; con estas dos cosas eran pruebas
suficientes para me indicara quien era el General. 32

—No desconfió, pero déjame ver la foto— dijo de manera temeroso.


—Escucha. Sabe que señor cantinero, también traigo un mensaje para él.
—Si es algo importante, creo que vale la pena arriesgarme.
— No se asuste. No traigo malas intensiones.
— ¡Observa muy bien! te describiré con una sola seña, se trata de aquel
que trae el sombrero con la copa y alas grandes. Suerte.
— Gracias, lo necesito Señor.

Uffff. Por el atuendo y la forma como estaba sentado a aquel hombre


señalado por el cantinero, a leguas se veía, que era alto y fortachón. De
perfil se le veía un bigote abultado, traía puestas botas color miel que le
llegaban casi a las rodillas. Con sólo ver la carrillera cruzado al pecho y su
45 al cinto, daba miedo acercarse. Brindaba con la mano izquierda, la
derecha lo tenía muy cerca de su arma, lista para cualquier eventualidad.
Todo lo que había observado externamente de esta persona me causó
temor. No puedo olvidar la escena: “Cuádrese”. Con voz potente que le fue
dirigido a uno de sus seguidores, que le tocaba hacer turno fuera de la
cantina, mi temor fue en aumento.

No sé de donde tomé fuerza para vencer el miedo que estaba sintiendo, me


acerqué a prudente distancia donde estaba sentado el General.

—Oiga Señor, no deseo molestarlo, solo quiero preguntarle su nombre.


¿Usted es el General Lázaro?

Viéndome de reojo y de poca importancia. —Depende de quién lo pregunta.


—dijo.

Sereno de ánimo en sus palabras, pero desconfiado en acción, porque de


inmediato observé que su mano derecha, se posesionó en su arma.
—Yo. Señor…

¿Quién yo? —preguntó de manera autoritaria.

—Mi nombre no tiene importancia, solo soy un enviado.


—Enviado ¿De quién? —preguntó en forma intempestiva.
—Del Capitán Ramiro —fue mi respuesta.
— ¡Ajá del demonio! El Capitán Ramiro. De habérmelo dicho antes, no te
hubiera preguntado nada, para no asustarte muchacho. Ven acércate más.
__ ¿Entonces, si conoce al Capitán Ramiro?
__Qué, que... ¿Qué sí lo conozco? Por supuesto que si jovencito. Es un
hombre viejo, cada vez más zorro, y necio, no descansa hasta terminar lo
que piensa y desea. Él y yo fuimos los mentados “compadres” de la
revolución. Por tiempo nos hemos separado, creyendo ya no encontrarnos
jamás, pero las circunstancias nos vuelven a unir, y ahora que quiere ese
hombre necio, y testarudo.
—No lo sé Señor, traigo un recado de él.
—Antes de que me entregues el recado déjame decirte una cosa
muchachito.

Cuadrándome, como si fuera uno de los suyos le pregunte:


—Qué me quiere decir Señor, General, estoy a sus órdenes. 33
— “Los miedosos jamás llegan a ser Generales”
—Si Señor General.
—Claro que el miedo es natural en todos los hombres. Tú tienes que
cambiar de carácter muchachito. Aunque tu valentía de venir hasta aquí me
da mucha confianza. Yo arriesgaría la vida por salvarte con cualquiera que
pretendiera lastimarte.
— Gracias Señor, no sé que más decirle.
—Claro que tienes más que decirme.
— ¿Qué más desea saber Señor General?
—Dime ¿Cómo está el Capitán?
—Como usted lo ha dicho mi General, cada vez más viejo, pero de salud
está muy bien Señor. Se cuida físicamente haciendo ejercicio todos los días.

Ja. ja, ja, ja... fue la risotada de los presentes.

—Hace un momento, vi de reojo que le enseñaste algo al cantinero,


supongo que es el mensaje que traes por escrito.
—No señor. Es su fotografía mire usted, el mensaje lo traigo aquí
escondido, aquí está, lea usted mismo lo que está escrito.

Cuando empezó a leer el mensaje, hizo una mueca, tras una breve
pausa; cuando finalizó de leer el mensaje; bebió otra copa de mezcal.

Por la forma de fruncir la frente, al parecer algo no le agradó.


Acercándose hasta donde me encontraba parado, viéndome directito a los
ojos, dijo.

—Mírame muchacho, pon mucha atención lo que voy a decirte: Quiero


que lleves de vuelta otro mensaje al Capitán. No te lo voy a escribir, te lo
tendrás que memorizar, casi es el mismo mensaje que está escrito en este
papel. El mensaje dice así: Recibe un afectuoso saludo. “Encárgate de la
gente, de Uruapan, yo me uniré con la gente de Jalisco.” Cúbreme la
retaguardia, iré abriendo camino, hasta encontrarnos en el cubilete. Que la
suerte nos acompañe siempre. Atentamente, el “General”. Entendido.

—Sí Señor General, entendido —expresé en forma de manera afirmativa

Mientras me hacía repetir de memoria el mensaje, mediante u chasquido de


dedo, ordenó al cantinero acercarse de inmediato.
El cantinero ajustándose a la orden, contestó —ordené mi General.
—Provéele de comer a este muchacho aquí, y un tanto para el camino.
—Si mi general, sus órdenes se cumplen inmediatamente, contesto el
cantinero.

Con sólo levantar la mano, la orden era cumplida, sin poner en duda su
autoridad, incluso el cantinero no puso ninguna objeción a las órdenes.

Antes de emprender el viaje de regreso, me entregó un máuser y una


cartuchera. Estos son para mí Capitán Ramiro, como signo de haber recibido
su mensaje “Cuídalos mucho”, utilízalos en caso necesario, uno de los
muchachos te entregará un caballo de “cambio” para que regreses con
mayor prontitud, y que “Cristo Rey” y la “Virgen de Guadalupe” te lleve con
bien. 34
—Muy bien, gracias mi General — fueron mis palabras al despedirme de él.

Con un caballo más ligero, una caja lleno de cartuchos y un máuser en


mano, me sentí seguro, el miedo que había sentido antes de entregar el
mensaje al General, se había esfumado. Emprendí el camino de regreso.

Pasado cuatro días del mes de octubre, la lluvia de ese día, se estancó
desde el medio día hasta ya empezado la tarde. Empapado, y agotado
físicamente, decidí guarecerme en el templo del “Divino Rostro” de la
comunidad de Tocumbo. Mi intención era claro: descansar un poco,
conseguir comida para mi caballo. La puerta principal de la Iglesia estaba
cerrada, rodeé el templo, de puro milagro vi que una puerta más pequeña
estaba abierta, creo que era por la casa cural, percaté que nadie me viera;
aproveché al instante para entrar.

De estilos arquitectónicos no conozco, pero tengo por costumbre, cuando


he visitado a algún templo, me gusta observar su diseño interior y su
exterior. El templo de Tocumbo, del “Divino rostro” me cautivó por su belleza
exterior e interior; tiene una estética inigualable a otras que he visto. En su
interior tiene representado varios pasajes bíblicos en vitrales; como el de
Abraham sacrificando a su hijo, Moisés abriendo con su cayado el mar rojo,
los cuatro evangelistas y las doce estaciones de la pasión de Cristo. El
cuadro que más me impresionó fue el de la creación del universo. Al estar
frente a este enorme cuadro, me imaginé ser un espectador oculto, viendo a
Dios Padre, creando al primer hombre con todas las cualidades de
inteligencia y voluntad. Las paredes del atrio recién pintada de color blanco,
se asemejaban a la blancura de las nubes estacionadas en la punta del
cerro del poblado de Tocumbo. Las dos torres construidas al estilo almenas,
eran dos gigantes teñidos de rojo escarlata. El Tic tac del goteo de la lluvia
acabó de limpiar la pintura roja, y que al mezclarse con el agua estancada,
se asemejaban a pura sangre bermeja. Mientras hacia estas conjeturas, tres
niños advirtieron mi presencia, pero haciendo caso omiso volvieron a jugar a
competir a los barquitos en el agua que corría frente a la iglesia. Por el lado
poniente del templo estaba adornado de papel china, que mojados se iban
desprendiendo a pedazos. Por el sur, dos rosales, abrían sus hermosos
pétalos recibiendo las gotas del agua que rebotaban de un majestuoso árbol
de eucalipto. Por el lado poniente, un moderno edificio de oficinas de
gobierno, contrastaba con una vieja construcción de escuela rural. Mientras
en mi cerebro buscaba un porqué de la diferencia de éstas tres
construcciones, una mano en mi hombro me obligó a borrar de mi mente las
imágenes. Era una mujer de no más de cincuenta años. Traía en brazos a un
niño pequeño, todo vestido de blanco.
— “No deberías de estar aquí”—me sugirió.
— ¿Por qué no debería estar aquí? —pregunté.
—Hay muchos soldados en las veredas, tenemos que esconder tu
caballo.
—No sé en cual vereda se refiere, vengo de Sahuayo, y en todo el
recorrido no me he topado con ningún soldado.
—Unos dicen que están ubicados en Uruapan. Otros nos han comentado
que muchos vienen entrando por Zitácuaro. El Padre Vicario, nos ha dicho
que tengamos cuidado, porque hay muchos militares escondidos en el
palacio municipal, de aquí como a tres kilómetros.
— ¿Es el camino que sale hacia la parte de atrás de la Iglesia? 35
—Si esa es la que conduce directito hacia donde están los soldados.
— Si hay muchos soldados cerca ¿Usted que hace aquí en la Iglesia?
—Solo he venido a bautizar a mi pequeño nietecito.
—Y ¿usted sola?
—Sí. Mis dos hijos, los más pequeños andan en el cerro recibiendo
instrucciones para combatir contra los soldados, El papá de este niño, que
también es mi hijo, el ya se fue para Jalisco, porque allá también están
organizando a la gente para pelear contra los militares, y mi esposo no sé
donde está.
—Ya entiendo porque está aquí sola con su nieto. Los bautizos se ofician
a escondidas.
—Sí.
—Pero, aquí en la iglesia no entran los soldados.
—Han pasado una vez. Lo muy ingratos sin escuchar nuestra suplica
entraron con todo y caballo hasta dentro del altar, profanaron la Iglesia sin
importarles que estaba expuesto el Santísimo. Robaron las limosnas,
destruyeron algunos santos y golpearon a los catequistas, por eso, desde
ese día la puerta principal está cerrada, solo nos reciben por la sacristía
cuando necesitamos ver al señor cura o su ayudante, y eso solo los que
conocemos la clave.
— ¿La clave?
— Si. Es una forma especial de tocar la puerta, el Padre Vicario, nos ha
dicho como.
—Pobre padre, cuanto temor debe tener, yo tampoco me imagino si
vuelvan a venir esos malditos soldados y que vuelvan a profanar la Iglesia,
que bueno que tienen la puerta principal cerrada, aunque ellos no los detiene
nada ni nadie.
—Pues, así es joven.
— ¿Y el Señor Cura, donde esta?
—“Licencia” de retiro espiritual.
—Se me hace que se ha ido a esconderse a su casa, porque tiene miedo
a que lo maten los soldados.
— ¡Chamaco del demonio! No digas herejías. Mejor aléjate o te llevo con
el padre Vicario para acusarte de las malas cosas que has dicho de ellos.
—No me lleve, ya me iba, aunque me vuelva a mojar, dije alejándome al
instante.

Por la gran caminata que ya había realizado los días anteriores, la


comida se me había terminado, estaba cansado, quizás por eso sentí un
fuerte dolor en la nuca. Sin dar mayor importancia a éste malestar físico,
arrié los pasos del caballo con fuetazos, para no llegar anocheciendo, al
pueblo de Zacán, donde tenía que entregar el recado. Inmediatamente que
llegué A Zacán, pregunté por el Capitán Ramiro. Está celebrando sus
cumpleaños con sus amigos en la cantina el “Serafín” —me aseguró un
hombre que venía del mismo lugar.

Ahí se encontraba el Capitán, bebiendo mezcal con varios de sus amigos


y demás parroquianos, por cierto algunos de estos eran originarios del
pueblo de la Estancia.

—Quiero que sepa Capitán, hace mucho tiempo que dejé de contar
mentiras —comentaba el dueño de la cantina, levantando su copa de mezcal
como símbolo de juramento. 36

El hombre, mareado por el mezcal le fue dando rienda suelta a su miseria


existencia. No he sido rico, ni soldado, ni héroe de la revolución, tampoco sé
manejar un arma como mucho de ustedes, pero cuenta conmigo toda mi
persona para lo que se le ofrezca mi Capitán, quiero defender la causa de
nuestra religión —repetía muy convencido frente al grupo.

El capitán, dándose cuenta de mi presencia, dejando que el dueño de la


cantina siguiera hablando solo, fue a mi encuentro. Sin importarle lo mojado
de mi ropa, me dio un abrazo, y cual padre amoroso me cubrió con su
jorongo de pies a cabeza.

— ¿Entregaste mi recado? Fue la primera pregunta que me hizo. ¿Cómo


está mi General? La segunda. Qué otras noticias me traes por esos rumbos,
la tercera.
— Como respuesta a sus tres preguntas, solo tengo dos noticias, una
buena y otra mala, dije.
— ¡Comienza por la buena!
— En cuanto al General, por cierto, excelente persona, dice: Recibe un
afectuoso saludo. “Encárgate de la gente, de Uruapan, yo me uniré con la
gente de Jalisco, cúbreme la retaguardia, iré abriendo camino, hasta
encontrarnos en el cubilete. ¡Qué la suerte nos acompañe siempre!
Atentamente, el General Lázaro”. Y en son de su amistad, y de haber
recibido el mensaje, también le envía este máuser y una cartuchera, he aquí
estos dos regalos Señor.
—Muchacho, has pasado la lección de excelente. Musitando una oración
espiritual, “Mi General, que Dios lo ayude” —dijo elevando sus ojos hacia el
infinito. Y en cuanto a ti ¡felicidades! bienvenido al grupo.

—Entonces, dijo que me deja al mando de la gente de Uruapan.


—Así como lo oye mi capitán, que lo deja al mando de la gente de
Uruapan.
—Ni modo, no me lo esperaba, ya sea de Dios. Espero que con esa
gente demos batalla a los “pelones” Y bien, ¿Cuál es la otra noticia? la
mala.
— La mala noticia, aunque no creo que sea así, pero al pasar frente a la
iglesia del “Divino Rostro” del pueblo de Tocumbo, una mujer me dijo que
hay muchos soldados por todo el camino, y que muchos de ellos hacen
guardia en la presidencia municipal. Mucha gente, igual que el Señor Cura,
ha empezado a dejar el pueblo, temen que los maten.

El Capitán, al escuchar las dos noticias, luego, luego cambió el semblante.


No creo que por miedo, sino quizá por algo más que lo inquietaba.

Antes de dar el último sorbo al añejado mezcal, lo levantó diciendo: —


¡Comienza la acción muchachos! ¡Por fin nos iremos a la bola!

Su voz de mando fue — ¡Síganme! ¡Organicémonos, afinemos los


detalles! ¡Que muera el mal gobierno!

¡Si que muera el mal gobierno! —gritó la turba.


37
Del bar salió acompañado por una veintena de hombres, todos armados
con rifles y carrilleras, acomodaron en su hombro su jorongo, su ancho
sombrero, dispuestos para la guerra. El Capitán, desenfundado el máusers
recién recibido lo estrenó disparando toda la carga contenida en la
cartuchera; algunas balas fueron a incrustarse en la pared de una casa
abandonada. Sus acompañantes siguieron el mismo ejemplo hasta agotar la
última bala. Entre gritos de júbilo delirantes, carcajadas inarmónicas,
exclamaciones despectivas, y sombrerazos arrojados al aire, deseándose el
mejor de las suertes fueron perdiéndose uno a uno por el empedrado de la
calle principal del pueblo de Zacán. Con esta escena, la guerra había
iniciado, aunque de forma todavía desordenada, pero eso se iba arreglando
por el camino, y en los encuentros inesperados.

__________________________________
CAPITULO IV
_________________________________________

EL SERMON

Toda acción que empieza nadie sabe cómo termina, y cuando vuelve a
empezar. De manera semejante, muchos conciben que la vida humana
puede ser una historia cíclica, es decir se abre con el nacimiento y se cierra
el círculo de la existencia con la muerte y es la misma historia vivida y
repetida, desde tiempos inmemorables. Comenzamos a caminar, aunque no
sepamos donde llegar, al fin y al cabo, todos somos peregrinos en esta tierra 38
que por ahora es nuestra, sólo será devuelta a su legítimo dueño, cuando
nos desterremos de este mundo.

Como hombre mortal que soy, pienso que no he cumplido con las leyes
naturales que están impregnadas en mi conciencia, y como cristiano que soy
tampoco he puesto en práctica todos los mandatos de la Santa Madre
Iglesia.

La estrategia ya estaba meditada, el terreno preparado, los puntos bien


señalados, la mecha colocada; sólo hacía falta una mano para ser
encendida —recordó mi amigo, antes de que decidiera ir a descansar.

Ocurría que cada año, el pueblo de Zacán, llevaba a cabo una


peregrinación religiosa hacia la catedral de Morelia; Michoacán. Zacán, es
un pueblo ferviente a más no poder tratándose de actos religiosos. Para
ellos como creyentes, faltar a una peregrinación anual era una gran ofensa
al creador, además era señalado como la “vergüenza” de la comunidad. En
estas peregrinaciones, las rogatorias y los “ofrecimientos” eran para la
Virgen María, “agradecer por todos los beneficios recibidos, pedir que
hubiera buenas cosechas, el alivio de las enfermedades mortales, alejar las
acechanzas de los soldados, muchas y mejores vocaciones sacerdotales”
Entendían que el sacrificio físico, tiene el mayor de los sentidos para
cualquiera que quiera alcanzar lo espiritual. Ahorrar dinero durante todo un
año, no era nada fácil. Muchos, con tal de no faltar a la peregrinación anual,
conseguían dinero a como diera lugar, aunque tenía que vender o empeñar
alguna propiedad personal.

Llegó el día, la procesión comenzó a paso lento. El camino de por sí largo


y agotador, la gente buscaba los peores caminos, con la intención de flagelar
con mayor severidad el cuerpo, porque estaban convencidos que era una
fuente de pecado. Solo de esta manera el cuerpo, quedaba “puro” de todos
los agravios cometidos meses antes, no solo con sus semejantes, sino
también lo cometido contra, el “Divino Redentor”

Niños, jóvenes, hombres maduros, y adultos mayores; se dispusieron a


hacer esta peregrinación “memorable” Para no pensar en cosas
pecaminosas y resistir el cansancio físico; los cánticos eran entonados con
mucha fe, estos eran como nuestro alimento material y espiritual, desde el
inicio hasta el final del trayecto.
Ver a jóvenes rezando con enorme reverencia hacia todos los santos, las
mujeres curando los pies sangrantes de los niños, los hombres arrodillados
por varias horas frente a la imagen de la Virgen María, los más pequeños
haciendo genuflexiones y rogando con flores por un buen regreso a sus
hogares, y cada acto de fe que la gente realizaba, me dejaban atónitos, y no
sabía que pensar en ese momento, tuve que actuar lo mismo que el resto de
los peregrinos.

El mando de estas peregrinaciones, siempre estuvieron a cargo de “Don


Ramiro” Su experiencia de organización, no solo era en la guerra, sino
también para este tipo de eventos, era el mejor. Lo que me gustaba de Don
Ramiro era su modestia, por encima de una vanagloria personal.
39
Cuatro días después de tanto caminar, cualquiera puede sentirse
físicamente agotado, pero, algo incomprensible para cualquier escéptico,
seguíamos caminando. “nuestra fuerza estaba en la fe”

En la mera madrugada del día domingo, llegamos a la catedral de


Morelia, descansamos solo unas cuantas horas. Al amanecer, las almas
caritativas de este hermoso pueblo ofrecieron tamales, panes, café y atole
para todo aquel peregrino venido en otra parte de la región. Posteriormente,
las familias recorrieron las calles del centro de la ciudad para conocer y
comprar cosas necesarias para el camino de regreso o algún objeto que les
hacía falta en casa.

Cuando el reloj marcó en punto a las 14: 00 PM, se escuchó la última


campanada, anunciando que la celebración litúrgica daba comienzo. Como
era costumbre para estos actos litúrgicos, la celebración de la misa lo
presidían tres ministros de culto.

—Bienvenidos todos los peregrinos a este santuario. “Nadie elige el lugar


donde uno nace, todos somos peregrinos en esta vida”—fue el comentario
del primer sacerdote, en forma resumida

— “Las venganzas nunca han cambiado la historia de la humanidad”


dejemos que la voluntad de Dios actúe en los hombres de buena decisión —
comentó el segundo concelebrante.

Antes de participar o proseguir con el rito de las ofrendas, el tercer


oficiante, por cierto, el más joven de los tres, debería de terminar con un
breve resumen de la homilía de sus dos compañeros. En esta ocasión, él,
haciendo caso omiso de lo estipulado, sacó entre su alba sotana el recorte
de un periódico y dirigiéndose al púlpito, comenzó diciendo:
—Queridos feligreses de esta comunidad de Morelia, y de los que hoy
nos acompañan. Desde hace unos cuantos meses he guardado el recorte de
un periódico, publicado en la Ciudad de México. Hoy, en esta ocasión tal
especial, quiero leer esta noticia, dice así: “Explotó una bomba de dinamita
oculto en un ramo de flores depositado a los pies de la imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe, en la basílica del Tepeyac, ejecutado por un
empleado de la Secretaría de la Presidencia de la República. La explosión
de la bomba dobló, como si fuera de cera, la cruz de un crucifijo de bronce
que estaba en el altar; destruyó las placas de mármol que recubría el altar;
rompió todos los cristales de la basílica y de los edificios cercanos, pero la
prodigiosa imagen plasmada en el frágil ayate de Juan Diego resultó
completamente ilesa”. Con suma elegancia guardó nuevamente el recorte de
periódico en la bolsa de su sotana. Dando un fuerte suspiro, expreso con voz
potente:
—Éste acto violento del gobierno hacia la sociedad mexicana ha sido una
provocación abierta ante nuestra fe de cristianos y sobre todo de
guadalupanos. Los que llevaron a cabo este acto irreverente, no sé con qué
calificativo puedo describirlos. El gobierno federal, afirma categóricamente,
que este hecho es lamentable, pero, es de poca importancia, era solo para
expulsar al delegado apostólico Ernesto Filippi, por bendecir y colocar la
primera piedra del monumento que se construirá a “Cristo Rey” en las faldas
del cerro del Cubilete, en Guanajuato, con el pretexto de que se violó el
artículo 24 de la constitución, donde afirma la prohibición de los actos 40
públicos fuera de los templos.

Foto del SANTO CRISTO DEL ATENTADO, QUE RETORCIDA CAYO AL


SUELO. (Hoy se encuentra en la nueva Basílica de Guadalupe en México,
D.F).
41

Foto del ATENTADO CONTRA LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DE


GUADALUPE (Se encuentra en la nueva basílica de Guadalupe en México
D.F).
42

La noticia: “Alrededor de 10:30 A.M. Estalló una bomba de dinamita, que se


hallaba oculto entre las flores…”
(Esta noticia se encuentra expuesta en la nueva Basílica de Guadalupe en
México D.F).

Este sacerdote, conforme relacionaba y emitía juicios del atentado,


describiendo la provocación del gobierno hacia el pueblo y sobre todo a los
católicos, se iba transfigurando de un hombre espiritual a un hombre
terrenal, dejándose traslucir en él un hombre violento por la expresión de su
voz en la homilía. Cerrando y abriendo el puño derecho, parecía querer
asestar un golpe contra quien estuviera en frente, más, apretando con gran
fuerza una esquina del ambón, logró controlar su ira, no así sus palabras.
—El gobierno ¡Quiere quitarnos a Dios! Nos quiere asustar con la
destrucción de las imágenes de los templos, en especial con la Virgen de
Guadalupe. Quieren dejarlos a todos ustedes sin sacerdotes, sin misa, sin
confesión, sin bautizo. ¿Acaso tiene uno que morir como perro callejero, sin
una queja, tras una vida miserable? fue el primer cuestionamiento que nos
hizo a todos los presentes en esta celebración eucarística. Ante tal pregunta,
siempre hay un silencio sepulcral como muchas otras ocasiones suceden
cuando un sacerdote cuestiona, sin embargo, esta ocasión, la gente no
quedó callada ante tal pregunta. Los numerosos peregrinos, congregados
dentro de la catedral, con una sorpresa inusitada fue inmediata su respuesta:
— ¡No! No, no, eso no queremos.
— ¿Dejaremos que las campanas queden mudas? — fue el segundo
cuestionamiento. 43
—No, no —volvió a responder la multitud.
— ¿Permitiremos que las iglesias queden vacías? — continuó el cura,
pidiendo respuestas a sus preguntas.
—Eso tampoco lo permitiremos jamás, quise gritar, pero me ofusqué por
la voz imponente del cura cuando con voz dogmática, subrayó cada silaba
de la palabra pronunciada:
— Ja- más. Sus-pen- de- re- mos la Li- tur- gia- Sa- gra- da, éste
es el medio eficaz de comunicarnos con Dios. Escuchen bien, muchos
sacerdotes estamos dispuestos sacrificar nuestra vida sacramental, no con
el afán de ser mártir, sino en cumplimiento de nuestro deber sacerdotal. No
suspenderemos, escuchen bien No suspenderemos ¡por ningún motivo la
vida de los sacramentos! —expresó. Poco a poco, fue persuadiendo nuestra
voluntad. Ningún fiel se atrevió a contrariar al sacerdote a estas palabras
llenas de convencimiento y rebeldía. Los otros dos celebrantes, ni siquiera
se inmutaron en levantar la vista, se limitaron en cruzar las manos en su
pecho, tal vez como signo de arrepentimiento o estar convencidos de las
palabras de su compañero sacerdote.

Este cura, de nombre Rosario, a leguas se notaba, era un excelente


orador. Su personalidad se impuso, desde que empezó a leer el recorte de la
noticia del periódico.

—Este gobierno ¡Impío! No hay que dejarlo que destruya nuestra fe,
nuestra esperanza y nuestra caridad para con la Iglesia; “Hay que estar en
contra de él” hay que aniquilarlo —prosiguió con su sermón. Como en los
tiempos históricos, la iglesia fue defendida por gente de buena fe, ahora en
este tiempo, ustedes son los nuevos soldados de Cristo, deben defender la
iglesia, y si es preciso morir por ella, lo haremos como los primeros
cristianos.

¿Lo haremos? —Fue la respuesta de la gente.


44

Las palabras del cura Rosario, estaban cargadas de una fuerza


irresistible. Cada frase pronunciada iba embriagando nuestra mente y
nuestra voluntad.

Aunque mi voluntad resistía a sus palabras, no así mi pensamiento, por


ello me pregunté en silencio: ¿De dónde proviene la fuerza de su palabra
para envolvernos ciegamente? Ahora sé, y puedo responder esa pregunta,
era por su gran fe de hombre que tenía de Dios y de sus semejantes.

El corazón de cada fiel se encontraba cuál cuerda floja, que tendría que
ser ajustada por las palabras del cura Rosario. Su homilía, era una
exquisitez embriagadora que adormecía nuestra voluntad y nuestro
razonamiento.

El hechizo aumentó, cuando bajándose del púlpito se dirigió a los fieles


de enfrente para concientizarlos cercanamente:
—“A ninguno los quiero lastimar en su sentimiento religioso, eso se tiene
que respetar por la libertad divina, pero es necesario decirles, tenemos un
enemigo”: Los paganos. Esos que roban, matan, y obedecen órdenes del
mal gobierno, los idolatras del poder terrenal, son los paganos. Nosotros
debemos buscar el poder celestial. Y ¿Eso cómo se logra? No me den
ninguna respuesta en este momento. Déjenme decirles, cada uno deben
pensar, como exterminar a los que van en contra de nuestra religión y sobre
todo los que quieren acabar nuestra fe y los que destruyen nuestras
imágenes en las iglesias. Los que caigan en esta lucha, desde ahora les
digo que encontrarán abiertas las puertas del cielo, Dios, los recompensará
en la otra vida. Los malos cristianos, los católicos tibios, los creyentes
tímidos, y todo aquel que no oigan en mis palabras como la voz del Señor
Dios, no lo tomará en cuenta a la hora de su muerte. Los confusos que se
queden en su casa, escuchando como sus hermanos espirituales luchan por
defender su fe. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, más bien temed
a aquellos que buscan la forma de cómo hacernos perder el alma.

Cuando el cura Rosario terminó su sermón, la voluntad de la multitud


estaba inmovilizada, sólo pensando en la defensa de nuestra religión, de
nuestra fe y nuestras imágenes. Convencidos por las palabras del cura, nos
inclinamos con humildad reconciliados con su mensaje.

El padre tiene mucha razón —dijo un anciano, que se encontraba parado


junto a un retablo de la Virgen María; debemos defender nuestra fe

Algunos, con un fervor ardiente, se golpeaban el pecho diciendo:


—“Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. “ilumíname, Señor Dios
en este momento, para defender mi fe.

Conmovidos, por las palabras del padre Rosario, todos levantábamos la


mano, diciendo:
—“defendamos nuestra fe”.
45
Como si estuviéramos llevando a cabo una competencia de quien gritaba
más fuerte: ganaron los jóvenes del coro. El eco vibrante y prolongado de
sus voces, retumbó por toda la cúpula de la catedral.

Las balas del enemigo los respetarán, y donde quiera que lleguéis, gritad
muy fuerte ¡Viva Cristo! Ya saben, ese será el lema que nos identificará
cuando estemos luchando en los campos de batalla —proseguía
adormeciendo nuestra conciencia; aquel cura.

— Y nosotras, ¿qué haremos? fue el gritó de una mujer, en edad


avanzada que se encontraba recargada en una de las enormes columnas,
del lado izquierdo del santísimo.
—Nosotras también iremos a la bola —le respondió otra mujer que
estaba sobrecargada de cansancio en el marco de la puerta del lado
poniente.
—“Más vale morir combatiendo por lo que uno cree que dejarse morir”—
externó valientemente otro fiel cristiano.
—“No hay mal que dure cien años” luchemos ahora, para no
arrepentirnos después —fue la voz clara y concisa de un joven que se
encontraba en la puerta principal de este Sacrosanto Catedral.
— ¡Calma! ¡Calma! Defenderemos nuestra fe, no importa si nos
enfrentamos contra un enemigo más poderoso, nosotros tenemos a los
ángeles de Dios por delante — seguía explicando de una manera lógica el
cura Rosario.

Muchos de ustedes, igual que yo han estado en la revolución, saben que


es una lucha sin cuartel contra el enemigo —dijo Ramiro, ondeando el
estandarte de la Virgen de Guadalupe. Nuestra indumentaria no es distinta,
aunque, hay quienes se visten al estilo de los conquistadores españoles.
Tampoco somos distintos, en nuestro lenguaje, aunque ya muchos hablan
bien el castellano, con mayor razón lucharemos contra el que se oponga a
nuestra fe religiosa. Para identificarnos, llevaremos en nuestro sombrero un
listón escrito con la frase que acaba de pronunciar el padre: “Viva Cristo”,
pero me gustaría que le agregáramos “Rey”. La frase completa será “Viva
Cristo Rey”. Si bien, para el gobierno será un letrero subversivo, para
nosotros será una plegaria con agua bendita.

Fue en este momento, y en este lugar cuando entendí las palabras de


Ramiro, el Capitán: ¡Comienza la acción muchachos! ¡Por fin nos
vengaremos de nuestros difuntos! ¡Organicémonos ya! La mecha se
encendió con las palabras del cura Rosario, esta era la voz que hacía falta
para movilizarnos en combate.

Ramiro, inhalando cuanto aire podía reunir en sus pulmones, exhalándolo


posteriormente, pero ya convertido en voz vibrante, la frase, que resumió
toda la campaña cristera: “¡Viva Cristo Rey!”

Esta frase de “Viva Cristo Rey” se regó como pólvora, encendió las
mentes con ideas positivas de participar en la guerra. Las palabras del
General causaron tanta sensación de alegría en el cura Rosario le sugirió,
que subiera al estrado del altar, para saludarlo en persona.

“¡Viva Cristo Rey!” Me gusta la idea que acaba de externar, el Señor 46


¿Cuál es su nombre? —Preguntó el cura.
Ramiro, a sus órdenes padre —él contestó.
—Gracias. “Viva Cristo Rey” este será nuestro lema, ténganlo presente, y
si por él moriremos, será por amor a nuestro Redentor. Esta contraseña será
un reto sin palabras muertas, ¿estamos de acuerdo Ramiro?
—Estoy de acuerdo, con usted padre.
—Me gustaría que estuvieras al frente de todos los detalles, para cuando
iniciemos la lucha.
—De la comunidad de dónde venimos, ya nos hemos organizado, sólo
faltaba que alguien nos diera la orden. Y esa orden la esperamos del clero, y
qué bueno que sea usted, y en éste lugar.
—pues yo también les digo, ¡ya es hora de defender nuestra fe!
Todos gritaron al unísono— “Es la hora”

El cura Rosario, dirigiéndose al altar, levanten las manos los que quieran
ir—ordenó enérgicamente. Viendo el dinamismo de la gente, suavizó la voz
para añadir— recuerden, nadie los obliga a participar. Tampoco hay quien
ponga en duda su hombría, sean libres de decidir. Quien le falta tamaños,
absténgase de ir. Recuerden que aquí las cosas, todo se arreglará a
balazos.

¡Pa’ luego es tarde! Padrecito— fue el grito contagiado de ánimo decidido de


la multitud.

¡Así es! —gritaron todos en son de aceptación.


— ¡Calma! ¡Calma! Iremos paso por paso, ¡hoy descansen! Los que van
a ir, medítenlo muy bien ésta noche. Mañana “Será distinto”, serán fieles
seguidores de su religión o simplemente serán traidores a ella”. Les traerán
comida y cobijas para todos. Mañana por la mañana podrán alistarse aquí en
el atrio. Ahora— continuemos con la celebración litúrgica.

Sin mayor razonamiento, o por falta de voluntad, el griterío de los fieles,


se volvió en silencio afónico; signo de conformidad.

Esa noche comimos hasta saciarnos. Además de la larga caminata de


150 kilómetros que habíamos hecho durante cuatro días, había que
descansar bien, ninguno sabía por cuánto tiempo más caminaríamos.

Los feligreses más cercanos a la catedral, no esperaron que terminara la


celebración de la misa; fueron saliendo de uno en uno. Estaban convencidos
de las palabras de cura Rosario: Defender su fe de los malvados. Tan pronto
como llegaron en sus casas, descolgaron la montura para aparejar sus
caballos, bajaron la vieja carabina y las cananas que lucían en la sala de las
casas. Los rifles eran desempolvados para probar su efectividad, las armas
fueron enganchadas nuevamente en los hombros. De lo bien afilados
machetes que estaban colgados en las paredes lucieron en las manos de
estos hombres. ¡Preparados para defender su fe fuera contra quien fuera!,
los bieldos se dejaron de utilizar como herramientas para las labores del
campo, ahora eran armas para la defensa de una causa: La fe.

Hasta aquí iban bien las cosas, pero yo me pregunté antes de dormir
aquella noche de domingo. ¿Bastará la fe para ir a pelear contra los
soldados? No tenemos armas, ¿Cómo nos defenderemos? Necesitaremos 47
comida, caballos, municiones, un guía ¡Creo que este curita peca de
ignorante! El padre sabrá de misas, pero no creo que sepa de estrategias
militares. ¡Ojalá! no nos lleve directito al matadero —soñé con las preguntas,
sin una respuesta satisfactoria.

De la misma forma, me imaginaba al cura Rosario, dando vuelta de un


lado para otro en su acolchonada cama; sin poder conciliar el sueño,
pensando en cómo resolver el dilema en que se estaba metiendo: “Encender
o apagar la mecha”. Pienso, que hubo un breve momento en que llegó a
pensar: “Dejaré como están las cosas. Esperaré que Dios lo resuelva todo”.
Lo mejor será “rogar a Dios que las cosas se compongan por obra y gracia
del Espíritu Santo”. Antes de ser dominado por el sueño reflexionó: “Soy
sacerdote, todo lo he recibido de Dios y de la gente, pero, ¿yo que he dado
para Dios y para ellos?”. El temor de ofender a Dios, por su falta de
compromiso o caridad, poco a poco fue dejando atrás aquel prejuicio de que
los curas son intocables y no deben comprometerse más allá de sus deberes
parroquiales. “Debo predicar, no solo con las palabras, sino, también con el
ejemplo” se convenció. “La verdad moral es la adecuación del pensamiento
con las palabras” me lo sé de memoria desde que estudie humanidades, y
creo que hoy he entendido el significado de ésta definición filosófica; se dijo.
No es necesario ser un experto en psicología, como para creer que la actitud
existencial del padre Rosario, hubiera sido muy fácil en ese instante. Casi
puedo dogmatizar, que se hallaba en un dilema: “La perdición o la
salvación”.

Al día siguiente muy de mañana, el cura Rosario, fue el primero en


presentarse en el atrio de la catedral, y el primero en alistarse. Yo también
iré —dijo decisivamente.
Y usted por qué tiene que ir a la rebelión —gritó iracundo un hombre que
traía el machete desenvainado.
— ¿Y que ruede el mundo? Así nomás porque sí.
—No, pero ¿quién lo obliga ir entre la bola?
— Cómo quien.
—Si, Quién.
—Pues, nadie es mi propia voluntad, así lo he decidido.

Ya lo oyeron todos bolas de envidiosos, el padre se va por su propia


voluntad, nadie lo obliga—dijo Ramiro, enfrentando al hombre del machete.
El cura Rosario, educado por algunos jesuitas en el Seminario Conciliar
de México. Físicamente alto y elegante, dotado de una complexión media;
con su alzacuello le daba un aire de príncipe. Sus ojos negros y muy
grandes, igualaba la fiereza de un águila. Con cabello abundante a medio
rape y de mirada temible, lo enjuicié como un león majestuoso e imponente.
El día anterior cuando lo miré con su ornamento ondeante, lo igualé como un
profeta que quiere vivir lo que anuncia. Tan humano y valiente de espíritu,
deseaba derramar bienes morales y espirituales hacia su pueblo sufriente.
Verdadero hombre de bien, lleno de caridad ingénita, iluminado por la
palabra de Cristo; profundamente esperanzado en otra mejor vida, como
todo el que tiene un alma grande, incapaz de satisfacerse con las vanas
alegrías de la tierra, no se resistió en alistarse para la guerra contra los que
querían destruir su fe.
48
—Ramiro, tiene razón, soy sacerdote, pero antes de serlo, también soy
humano y creyente. No puedo quedarme tranquilo viendo como me quitan a
mi Dios destruyendo los templos y sobre todo que no puedo celebrar la misa
de manera libre, defenderé mi religión, Dios primero, antes que nada.
—Entonces ¿Por qué los demás curas se escandalizan cuando se les
cuestiona de su compromiso de cristianos y sobre todo de su unción
sacerdotal? —preguntó el del machete desenvainado.
—No lo sé.
—O no lo quiere decir, volvió a interrogar.
—Responderé por mí. Algunos curas como yo, estamos molestos al
saber que el Presidente de la República en turno, ha ordenado cerrar las
iglesias, clausurar los colegios católicos y conventos, orfanatos y lugares
atendidos por religiosas y médicos que profesan el catolicismo. Como si no
fueran suficientes, ordena reducir y negar la participación del clero en
política. Privar a las iglesias de sus derechos de poseer bienes materiales.
Impedir el culto público fuera de los templos, eso no lo van a impedir ellos.
Con todos estos atropellos yo no quiero quedarme con los brazos cruzados.
¡Viva mi Dios, y mi 45! —gritó el cura Rosario, al enlistarse el último de la
fila, frente al atrio de la catedral.

Dios te salve reina y madre y pum, pum, pum jijos de la retostada —gritó la
turba, pasando frente a gobernación, por cierto, ésta ocasión estaba cerrada.

Más de trescientos hombres fueron alistados como cristeros. El cura


Rosario estaba al frente de esta turba. La acción comenzó de Morelia a
Uruapan. Atravesamos con cierta dificultad, el hermoso lago de Pátzcuaro, la
meta era llegar al cerro del cubilete; en Guanajuato.
49

Aquí en esta catedral de Morelia, después del sermón del cura Rosario,
quedó desierta; muchos creyentes se fueron a la guerra.
_________________________________

CAPITULO V.
_________________________________________

ASESINÉ A TRES MAESTROS.

Lo único que no se le puede quitar a un hombre que ha perdido todo, es


la fe. Si no le ofreces nada, tampoco le quites lo que tiene. La fe, es un
misterio que sólo en los momentos más oscuros de nuestra vida nos ilumina.
La fe, es la creencia de algo superior cuando queremos verificar todo por la
razón. Sus hijos tienen que estudiar para saber las leyes humanas; así 50
sepan defender sus derechos, pero también debemos enseñarles las leyes
divinas para que no pierdan las tradiciones de ser católicos comprometidos.

Frases y más frases, como estos, escuché a diario del cura Rosario.

Querida muerte, aquí me encuentro terrenalmente inerte. ¿Cómo


desprender mi alma de este cuerpo? No puedo hacerlo de otra manera más
que con la confesión, creo que solo así puedo liberarme de este cuerpo
¡ayúdame, Dios mío!, fue la expresión propia y simple de un hombre
arrepentido.

—General, ¿Cómo es que se decidió llevar a cabo este levantamiento de


los cruzados? —apuré a preguntar, en el momento en que hizo un gran
bostezo de cansancio.

Hizo una pausa para responder mi pregunta, volvió a bostezar hasta


lagrimear dos gotas grandes que se fueron resbalando por su rostro
acanalado hasta desaparecer en la curvatura de su barbilla.

La decisión del levantamiento, fue de boca en boca, y de oído en oído, como


en los viejos tiempos de los escribientes—respondió.
— ¿Así nomás por qué sí?
—El sentimiento de la gente provenía desde dentro de sí mismo, era la
convicción a su creencia personal a Cristo y a la Virgen Del Tepeyac. Parece
que sigo leyendo las letras de los periódicos, anunciando: “Los de Janitzio
andan levantados en armas” “Los de Zirahuen andan alzados” “En Quiroga
son unas fieras contra los federales” “En Querétaro zumbas balazos” “En
Guanajuato suenan cañones” “En Colima los machetearon a diestra y
siniestra” “Nosotros también iremos, dicen los de Zitácuaro” ...En el cerro del
Cubilete, los soldados entran todos con miedo, pero salen victoriosos.
— ¿Cómo lograron reunir tanta gente?
—Para reunir a más hombres, los sacerdotes comprometidos por la
causa de la fe; hacían sonar las campanas de los templos, la gente se
congregaba inmediatamente, los adoctrinaban con sermones; hasta
persuadirlos por la lucha armada. Entre la misma gente, había quienes, si
sabían de estrategias militares, ellos eran los encargados para enseñar a los
demás como utilizar las armas, y sobre todo conocer las estrategias para
combatir contra el enemigo.
Las torres de los templos fueron utilizadas también como almenas, donde
algunos hombres permanecían vigilantes por horas, días, semanas con la
finalidad de alertar cualquier presencia de no deseada por ellos, sobre todos
tratándose de militares.

Mientras algunos sacerdotes adoctrinaban a la gente, otros oficiaban la


santa misa de manera clandestina en casas, parajes solitarios, centros de
mando, en la montaña, en los valles; con las mismas intensiones: invitarlos a
participar en la guerra. Mientras otros, (los menos comprometidos) preferían
coger sus pertenencias y se escondían en cualquier parte, hasta ver
terminada la guerra. Las mujeres desde sus hogares elevaban plegarias; con
oraciones y jaculatorias. Los niños, con crucifijos en mano los ponían a rezar
todas las tardes, clamando al altísimo que sus padres y hermanos
regresaran pronto, sanos y salvos. 51
— ¿Qué hacían con tanta gente y como los organizaban?
—Cuando la gente ya eran demasiados, fuimos divididos en grupos.
Ponían al frente a aquel que de alguna manera tenía experiencia militar.
Algunos eran escogidos como centinelas, otros como espías disfrazados de
carboneros o repartidor de periódicos. Pocos eran entrenados para
emboscar trenes, quemar escuelas, detonar dinamitas, destruir puentes, uno
que otro cuidar y alimentar los caballos. Solo unas cuantas mujeres;
seleccionadas y entrenadas previamente les daban un encargo especial, el
resto de todas ellas para preparar la comida, ya en la hora de los
enfrentamientos, todas ayudaban en lo que fuera necesario; con tal de ganar
la batalla.

La gran mayoría de los que integrábamos estos grupos, éramos gente


común y corriente: tenderos, campesinos, albañiles, herreros, comerciantes,
pescadores, carniceros, lecheros, panaderos, leñeros, sacristanes, pero, si
eran valientes, y si habían aprendido lo enseñado, eran puestos al frente de
algún pelotón. Claro, los leídos comandaban tropas grandes, pero también
con los mismos sufrimientos y las mismas atribuciones.
— ¿Y tú como empezaste?
—Yo, empecé siendo del pelotón del Capitán Ramiro, pero en poco
tiempo tuve a mi cargo una veintena de hombres valientes, fui pasando por
todos los grados, hasta me nombraron General. Aunque al principio no supe
en lo que me había metido, pero conforme fueron pasando los días, y sobre
todo con varios enfrentamientos con los militares, me convencí, cuál era mi
papel como creyente católico, así me fui curtiendo con el paso del tiempo.
—El pueblo mexicano, estaba convencido de esta lucha.
—Para el pueblo las cosas estaban claras; la paciencia solo practicada
por los santos, se convirtió prontamente en desasosiego. La penitencia y las
oraciones de cinco meses, al parecer no surtieron efecto en el presidente
Calles, cada vez más se le fue endureciendo el corazón. La población
consciente de su religiosidad popular tomó una resolución, para fortalecer
aún más su convencimiento de liberar su fe; presionar al estado para
doblegarlo; mediante un boicot; que consistía: No pagar impuestos,
minimizar el consumo de productos comercializados por los poderosos; no
comprar billetes de la lotería nacional, no utilizar vehículos a fin de no
comprar gasolina, todo esto fue lo que hizo la gran mayoría de los católicos
—nos comentó el padre Rosario. En esta decisión poblacional, no sólo los
curas se radicalizaron, sino también los fieles, incluso estudiantes
universitarios y grupos sociales comprometidos.
En este momento entiendo perfectamente cuál es mi papel como
sacerdote: Soy un soldado de Dios, debo defender lo más sagrado que
tengo, como es mi fe. ¿Sin la fe que puedo enseñar a mis fieles? —decía el
cura Rosario, cuando comentaba por las tardes su decisión de continuar
combatiendo contra los soldados enviados por los representantes del
gobierno.
— ¡Les daremos fuerte a esos sardos! que sepan que no les tenemos
miedo. Dios por delante, ellos no nos van a saber ni a melón, son puros
correlones —grité varias veces sin saber lo que estaba provocando.

—Abriremos los templos para que la gente venga a rezar. Daremos


garantías a mis compañeros sacerdotes. Árboles van a faltar por colgar a
todos esos hijos de la tiznada —escuché conversar, entre el cura Rosario y 52
el Capitán Ramiro.

A partir de esos momentos, estos dos hombres, fue surgiendo en ellos


una amistad indestructible, ni la muerte los pudo separar, porque fueron
enterrados en el mismo lugar, y con los mismos honores.

Con escapulario en mano, nos fuimos juntando poco a poco, al principio


de nuestra lucha, nuestras fuerzas eran dos mil personas, ya para el final
aumentábamos más de veinte mil, y cada día que se hacía más grande la
bola.
— ¡Veinte mil almas!
—Sí, regados por más de diez estados. Como te darás cuenta, el único
motivo que nos acarreó fue por la defensa de nuestra fe. Incluso
asociaciones de mujeres católicas ricas, apoyaron incondicionalmente este
movimiento. Ligas nacionales e internacionales de grupos de asociación
católica, grupos defensora de la libertad religiosa, por doquier surgieron ligas
y grupos por la defensa de la fe, y ¡lo sorprendente! fue la organización de
jóvenes universitarios para apoyarnos con dinero y comida; incluso, movidos
por nuestra lucha, algunos de ellos dejaron los libros para enrolarse a la
cristiada. Inmediatamente todo se convirtió en un apoyo total, movido solo
con la fe de la gente.

Hoy los muchos escépticos, incluido yo, nos preguntamos —qué ímpetu
producía el grito de “Viva Cristo Rey” porque dejaban todo lo que estaba
haciendo para incorporase a la defensa de lo que parecía imposible ganar.

—Los creyentes católicos se sumaron a las filas armadas, sin ningún


cuestionamiento, solo era por convicción más allá de lo que recibiría por
dejar sus lugares de origen, sus tierras o sus bienes materiales. Hubo
madres que lamentaban no tener más hijos para mandarlos a la lucha.
Ancianos que querían sumarse a la causa, pero, por la misma edad, no
fueron aceptados. El que contaba con un solo hijo, con gusto lo disponía
para la lucha armada, y se hacía cristero inmediatamente.

¿Todo el que participó en la lucha, lo hizo únicamente convencido por su fe,


sin esperar ninguna recompensa material, más que el reino del cielo? —
pregunté de forma irreligiosa.

—Aunque todos participaban con el grito de “Viva Cristo Rey” Viva la


Virgen de Guadalupe”, no todos fueron así de cumplidos en su pensar y
actuar.
— ¿Cómo, no todo fue así?
—No. Escucha. Unos, antes de que se enlistaran ya iban pensando en
una rápida final de esta pelotera; bien por ellos; muchos no regresaron
jamás. Otros, los más miedosos, clamaban a Dios regresar sanos y salvos,
para dedicarse a sus labores del campo, muchos no fueron escuchados en
sus ruegos; regresaron vivos, pero afectados de alguna parte de sus
miembros. Aquellos otros, los más ventajosos, se preocupaban más en pedir
a Dios en sus oraciones que los pusiera donde hubiera mucho dinero. Aquel
solitario campesino, muy creyente y agradecido ¡Dios mío! si vuelvo con
vida, no me daré por mal servido, te haré una función con música y te mando
a hacer un altar grande y más bonito con una misa de tres ministros. Uno
que otro idealista expresaba, de la guerra regresaré famoso y reconocido, 53
estoy seguro que la gente, me escogerá como su representante político.
Luego que llegue a ser presidente municipal, tendré mucho dinero y mujeres,
con ello seré famoso y siempre recordado. Ciento de cristeros pensaron y
actuaron de manera ilógica, hasta cierto sentido ateo y anarquistas. Tanto el
que pensaba en dinero, como en ser famoso, de su interioridad se veía claro
en cómo sacar provecho de esta lucha armada. Todos aquellos que
utilizaron la fe como pretexto para acumular riquezas temporales, tener un
cargo político, en ser famoso… Más vale que fueran quemados por los
propios hombres, que los ángeles del averno —dije cerrando los ojos para
no terminar siendo un apostata de poca fe, pero la gran mayoría luchó por su
fe y nada más.

— ¿Las armas, como las conseguían?


—El día que decidimos iniciar en la batalla juntamente con el cura
Rosario, sólo unos cuantos llevábamos armas de fuego, la gran mayoría solo
enfundaban machetes, bieldos viejos, te darás cuenta, iniciar una pelea al
estilo David y Goliat, era un suicidio. El ejército, mejor preparado, mejor
equipado; era una lucha desigual, solo la voluntad de agruparnos y con la fe
por delante pudimos arremeter contra el ejército, obedientes a acabar con
nuestra fe. En algunos enfrentamientos, muchos de los que no contaban con
arma de fuego, buscaban la manera de esconderse, o poder huir en forma
despavorida, vano era el intento, eran masacrados cruelmente. Todo esto
me producía miedo, sin embargo, el amor a Dios y a la Virgen María, bien
merecían nuestra entrega. Este fue una de las primeras dificultades para la
lucha armada, pero el ingenio de algunos curas, además de las enseñanzas
que habíamos recibidos, sobre todo los que ya habían estado en una de
estas luchas, nos reunimos para explicar paso a paso, como conseguir
armas y cartuchos. La forma de cómo nos fuimos haciendo de armas y
cartuchos, fue pedir a algunos hombres que investigaran los lugares donde
creíamos que cruzaran los militares para emboscarlos, ya que ellos llevaban
consigo el cargamento, para entregar a sus compañeros. Mientras otros
grupos atacaban por los cuatro frentes a los cuarteles, con la intensión de
llevarse todo el armamento necesario. Mucho fue la ayuda de las mujeres,
con ellas ganamos muchos enfrentamientos.
— ¿Por qué, o cómo que con ellas?
—Porqué ellas, las mujeres utilizando sutilmente sus encantos, eran las
únicas que lograban introducirse en las armerías para extraer cartuchos y
armas. Ellas mismas las transportaban en trenes, o en animales de carga, y
las más arriesgadas entre todas ellas, perdieron la vida en el intento. Cientos
de mujeres reconocidas en el medio social, se disfrazaban de campesinas
para transportar las armas. Todas se arriesgaron en cuerpo y alma, con la
única finalidad de que vieran sus objetivos: ganar la batalla final. Muchas
vendieron caro su intrepidez; al ser descubiertas; algunas fueron mutiladas
con el azote, otras fueron violadas vilmente, tampoco faltaron las que fueron
fusiladas y colgadas sin misericordia.

¡Benditas mujeres!, porque con ellas, nuestra lucha fue superada. Y una
última forma de conseguir más y mejores armas, fue mediante ciertas
influencias de algunos jerarcas católicos, amigos de militares, y otras veces,
por la misma corrupción interna de las fuerzas armadas, ayudaron en gran
medida nuestro objetivo. Del dinero, ninguno se preocupó, porque muchos
obispos, curas, gente rica aportaron a manera de diezmo una cantidad
considerable a la causa de los cristeros. 54

El sol del campo por estos lugares del bajío brilla con mayor intensidad
en los meses de mayo, los rayos solares traspasan directamente la capa
terrestre cuando nada los obstaculiza, esto hace que nuestras neuronas se
aceleran de manera alocada, evitemos el calor; ¡Mira! debajo de aquel árbol
seguiremos platicando, ayúdame — sugirió mi amigo.
Buena decisión—acepté ayudándolo hacia el lugar indicado.

—Este espacioso rincón del patio, es mi lugar favorito. Aquí paso horas
enteras hablando solo y en voz alta. Si este árbol que nos protege del calor
hablara, sería testigo fiel de mis muchos recuerdos que he expresado. Este
lugar donde estamos parados lo tenía abandonado; lo recuperé después de
que regresé de la cristiada.
— ¡Es un lugar muy bonito!
—Si es un lugar muy precioso.

Haciendo un buche de mezcal lo saboreó deleitando su vista hacia el


horizonte. Extrajo dentro de su sacó arrugado un pedazo de cigarro, lo lamió
pasándolo por la comisura de sus labios; aspiró profundamente el humo
expulsándolo lentamente. De pronto movido por una emoción inusual, cogió
mis manos y dándome un fuerte apretón rompió en llanto. Mantuve la
respiración serena y ecuánime por unos minutos. Su llanto fue interrumpido
por un ataque de tos, y la ráfaga de aire frío, nos obligó introducirnos dentro
de la casa.

— “Puedo decir que hubo dos cosas que cambiaron mi vida”: La muerte
de mis padres y la fe que ellos me inculcaron.

Todo ese instante, me convertí en un ser viviente de pura escucha, sin


mediar diálogo con mi amigo.

—Una mañana de julio, en Zitácuaro, el cielo pintaba un azul fuerte y


parecía que la lluvia se había disipado definitivamente, la noche anterior
había caído un fuerte aguacero, por lo que el camino estaba infestado de un
lodazal imposible de transitar por esos lugares. ¡Qué lejos estaba mi deseo
de pacificación con el universo! Nadie esperaba que aparecieran los
federales. Más tardé en estar contemplando el camino principal, cuando de
pronto en la parte trasera de la iglesia, se escuchó una ráfaga de tiros de
máuser. Cayó muerto el primer hombre que estaba agazapado en la copa de
un árbol. El segundo, tampoco pudo dar el grito de ¡Vienen los soldados!,
porque una bala de grueso calibre le atravesó la cabeza.

¡Nos sorprendieron!, Si eso fue, nos sorprendieron. No hubo tiempo para la


defensa —exclamó un hombre que agonizaba de un certero tiro en el
abdomen.

Por más que uno se deja llevar por la mala suerte, pero a veces, uno
hace lo imposible por querer vivir. El afán de supervivencia hizo que me
refugiara dentro del nicho de un santo. Observé todo lo que ocurría dentro
de la iglesia detrás de la imagen. Todos los hombres fueron atados de pies a
cabeza. El Sargento dio la orden para ser golpeados en la cabeza,
finalmente fueron colocados frente al altar para ser tiroteados. ¡Horrible! Las
mujeres, nada hicieron para salvarse de la atrocidad de los solados; molidas 55
a golpes, y apiladas unas sobre otras. Las que encontraban preparando los
alimentos les quemaron las manos, utilizando el calor de los comales. El
soldado que comandaba el pelotón, gritó furibundo: ¿Dónde está el cura de
esta iglesia? Díganme ¿dónde tienen escondido el cargamento de armas?
¿Quién es el jefe de esta cuadrilla? Como ninguno respondió, las mujeres
que habían sido quemadas de las manos fueron formadas en fila, una a una
fue recibiendo más castigos ahora a culatazos en las piernas. La primera de
la fila cayó rota de una pierna, la segunda gritaba de dolor, le habían
quebrado todo el brazo izquierdo. Como los gritos eran tormentosos y
agónicos, el padre Guzmán, que se encontraba entre los hombres
golpeados, sabiendo a fin de cuentas que le esperaba un trágico destino;
muy agitado por lo maltrecho cuerpo, sin embargo; armado de valor, ¡aquí
estoy! —dijo. Yo soy el cura, responsable de esta Iglesia. Dejen ya a esas
indefensas mujeres, es a mi quien buscan, dispongan de mi persona, no las
atormenten más, ya déjenlas por el amor de Dios, respeten este lugar
sagrado. Sin que sus suplicas pudieran ser tomadas en cuenta, lo
encañonaron cobardemente a todos. Uno de los soldados, el muy cobarde,
le ató por la espalda, y posteriormente sin que pudiera defenderse, le dio un
certero puñetazo en la mandíbula poniéndolo de espaldas a la pared. Al caer
de bruces, otro soldado lo golpeó en las piernas. Dos soldados más
quisieron ayudarlo a levantarse, más la orden del Sargento, los impidió.
Como el padre Guzmán no pudo levantarse por él mismo, fue ayudado por
dos campesinos. Fue vendado de los ojos por los propios campesinos, tres
militares fueron ordenados que sacaran al cura del templo para ser llevado
entre las milpas, lo ejecutaron groseramente en medio de una nopalera.
Cuando creí que era tiempo de salir del nicho, el miedo paralizó mi ser, no
pude hacerlo rápidamente, mis piernas se tambalearon hasta verme
derrumbado. Cuando intenté levantarme, fui sorprendido con un fuerte
puntapié de uno de los soldados que permanecía revisando las alcancías de
la iglesia. El golpe fue tan fuerte y certero, que él mismo creyó que me había
matado. Por alguna razón divina, esta ocasión, me había salvado.

Maltrecho físico y moralmente, cogí una pala, dirigiéndome hacia la milpa,


cavé a poca profundidad, enterré a mis compañeros y al señor cura.

De puro miedo, estuve escondido durante un día en la misma iglesia,


pero en tiempos de guerra, esto no es justificable, tuve que salir para
notificarle al capitán Ramiro, lo que había sucedido. Alcancé al grupo en
Zinapécuaro, Iban directitos al cerro del Cubilete. Según un informante
nuestro, ahí los necesitaban de manera urgente.

En este lugar del cerro se combate a diestra y siniestra contra los


soldados federales —comentó.

El padre Rosario tenía conocimiento que en este lugar de Guanajuato, es


donde se construiría el santuario más grande, dedicado a Cristo Rey, por
eso toda la gente, tenían que defender ese territorio, no dejarían que esa
gran obra material-espiritual fuera destruida por manos del gobierno.

... Ahí, mismo donde los alcancé —le dije lo que nos había sucedido.

El padre Rosario, dando toda la vuelta con todo y caballo, levantó la


mano, dio la bendición a aquellos que habían sido masacrados tres días 56
antes en Zitàcuaro. Con esta mala noticia que le había relatado, el rostro del
cura se dejó traslucir una tristeza poco visto desde que salimos de Morelia
Michoacán. Con el ánimo abatido por esta mala noticia; ¡La lucha tiene que
continuar, adelante! “Viva Cristo Rey” —expresó.

La multitud, con el grito de ¡VIVA CRISTO REY!, descansa después de un


combate contra un grupo de federales.

En este momento de combate contra los militares, nos encomendábamos


a todos los santos religiosos que conocíamos, estábamos confiados que
eran nuestros protectores en todos los sentidos y en todo momento. El
sufrimiento, la lucha, los muertos; solo tiene sentido si son acompañados
bajo la protección de los santos y santas de Dios —a mi santo protector, no
lo olvido, lo llevo consigo hasta morir, escuché decir más de uno.

En esos tres años de lucha, mi vida se llenó de un sentido sagrado por lo


religioso, me ponía afligido cuando veía templos derrumbados, cuarteados o
bombardeados. Con la destrucción de estos templos, se perdía no sólo el
valor de lo sagrado, sino el valor cultural de todo un pueblo, de una región o
de todo un país. El respeto que siempre se ha tenido sobre estos lugares
santificados, me ahogaba en tribulación junto con mis propios compañeros
de combate. Muchos de los templos las redujeron a escombros y simples
casuchas para albergar a los federales que llegaban de todas partes.

La tierra del campo estaba sin arar, sin surco que cerrar, ni semilla que
tirar, tampoco siembra que recoger, muchos lugares donde se dio la lucha
armada, los terrenos de siembra se fueron convirtiendo en praderas y valles
desolados, y éstos, como eran tan extensos sólo el viento los acariciaba con
sus incontenibles remolinos de aire contaminados.
57
Los federales, aparte de destruir y pisotear los templos sagrados,
agraviaron la tierra de sangre con sus cañones y rifles.

Los militares obedecían órdenes superiores: ¡Cierren o quemen cuanto


templo encuentren! ¡Cuelguen a todos los católicos que se resistan! Utilicen
los seminarios como base de nuestros regimientos, era la consigna —los
hacían repetir como única regla de obediencia a sus superiores. En tanto los
hospitales y las escuelas dirigidas por monjas, eran utilizados para el
descanso de los generales, las capellanías como centros de estrategia, y las
escuelas como centro de distribución de alimentos para los militares. Solo
para unos cuantos lugares se llevaban a cabo los cultos litúrgicos. Todo esto
fue el gran detonante, para el disgusto de los católicos, y de los sacerdotes
que pedían a gritos la libertad de culto.

Muchos sacerdotes sufrían al ver a sus Obispos desterrados, monjas


golpeadas y violadas, seminaristas acribillados, catequistas colgados o
fusilados, pero, muchas de estas atrocidades nada hicieron sus superiores.
Los que fueron prohibidos en sus funciones sacerdotales, todos sufrieron,
pero muchos de estos no se quedaron cruzados de manos, tomaron una
decisión de participación en la lucha. Nos han prohibido cumplir nuestra
función de sacerdotes, más no nuestra creencia en lo trascendente —se
decían entre sí. Con esta convicción decisiva, muchos sacerdotes decidieron
colgar la sotana para siempre, tomaron las armas para defender su fe. Los
de temperamento más aguerrido no colgaron la sotana para siempre.
Defendieron su creencia, mientras se resolvía el conflicto, no solo con
celebraciones litúrgicas, o ayunos, sino curando a los heridos, asistiendo a
las madres sufrientes, disfrazándose para entrar a los lugares donde tenían
algunos jefes cristeros, y también participaron con el fusil. Otros, sin
haberles prohibido de sus funciones, colgaron también la sotana, pero sin
ningún rumbo de batalla, más que para ir a descansar y disfrutar de sus
ganancias en años.

Años atrás, trabajé en la granja de Felipe Torres, posteriormente, me


enteré que era el cacique más poderoso de Laguna Verde; la Estancia.
Algunos llegaron a expresar que tenía más poder político que el propio
gobernador del Estado de Michoacán en aquel tiempo. Al principio de la
guerra cristera tuvo una rivalidad con el gobierno municipal, pero al final se
confabularon para derrocar a la Iglesia. En el tiempo que estuvimos en
campaña luchando por la defensa de nuestra fe, escuché por un camarada,
que éste cacique había recorrido varios pueblos asolando por cuenta propio
a los católicos creyentes, dizque con la idea de no perder el poder que
poseía, y además acrecentarlo para algún cargo político.

Jorge, el hijo mayor de Don Felipe Torres, desde pequeños, nos hicimos
buenos amigos. Me comentó, que su padre habían decidido enviarlo a la
capital del país, para que algún día fuera un militar importante. Tiempo
después, me enteré entre sus más allegados, que cuando llegó a obtener el
grado de Coronel, afirmó a manera de juramento militar, que su prioridad era
someter con fuerza bruta, a todas aquellas personas que desobedecían las
leyes humanas, es decir las del gobierno. Ninguno supo que sucedió con
esta idea, porque después se escuchó que ya había dejado las armas y se
metió un tiempo al seminario para convertirse en cura, meses después, se le
vio montado en un caballo tordillo, comandando un grupo de campesinos 58
recorriendo las serranías para llevarlos a combatir como cristero, contra los
federales en el Estado de Colima.

Los curas, así como el padre Rosario, no estaban de acuerdo con las
disposiciones del gobierno, al dejar la sotana se les tachó de “curas
rebeldes”, “curas fanáticos” “curas engaña indios”, “curas agitadores”, “curas
guerrilleros”, “curas progresistas” curas revolucionarios” y una infinidad de
adjetivos.

La “Ley calles” obligaba a los sacerdotes a dar aviso a la autoridad


municipal en todo el país acerca de quién sería la persona encargada de
cada templo. Estaba prohibido criticar las leyes de la república, por supuesto
los de la Constitución, aunque el culto religioso estaba reglamentado
constitucionalmente, no estaba aceptado hacer un comentario sobre ello. Se
suspendieron los servicios públicos de los Obispos.

En los encuentros de lucha armada entre soldados y cristeros, uno


disparaba sin mirar a quien matabas. Lo esencial era la defensa de la vida y
los estandartes que ondeábamos cuando la victoria era de nuestra parte, los
poníamos cual flores en el altar de alguna iglesia que encontrábamos a
nuestro paso.

En esta lucha armada, los militares destruyeron Templos, Catedrales,


Seminarios; los cristeros a su vez, como acto de venganza; quemaron
palacios municipales, secretarías de gobierno, escuelas urbanas y rurales,
dinamitamos vías ferroviarias, museos. En algunas escuelas rurales se
dieron muerte a varios maestros.

Yo como cristero me denuncio; incendié varias escuelas. En Jerecuaro,


maté a tres maestros inocentes, recuerdo muy bien cuando estaban a punto
de dar el último respiro; utilizando las hojas de sus libros, y cuadernos de
apuntes, hice fuego y les quemé las manos, los colgué en la asta bandera
frente a la misma escuela. Totalmente desnudos y con las tripas colgadas de
sus entrañas, cumplí como un acto de venganza por todo lo que nos había
hecho el gobierno, aunque estos no tenían la culpa de todas las atrocidades,
hoy me arrepiento.

¡Horrible e inolvidable! El día que maté a estos tres inocentes y


desconocidos maestros, empezó mi martirio, por más esfuerzo para olvidarlo
todo, no puedo. Poco antes de que anocheciera comencé a notar un olor
extraño en el ambiente, el aire que respiraba era de un hedor desagradable,
no supe de dónde provenía exactamente. Al levantar la vista para calcular la
hora, todo el horizonte se vio una enorme parvada de zopilotes hambrientos
sobrevolando en círculos. Como flechas incontrolables, se dejó venir la
primera bandada. El objetivo, se dirigieron directo fue donde estaban
colgados los tres cuerpos de los maestros, con la velocidad con que
proyectaron sobre los cadáveres; ninguno pudo evitarlo, inmediatamente
empezaron a descuartizarlos los cuerpos con sus enormes picotazos, ni
detonando toda la carga de mi mausser, fue posible alejarlos, los cuerpos
quedaron en puros esqueletos.

El sol se ocultó rápidamente, la tarde se iba luciendo con una vestimenta


parda, esa noche devoramos frijoles; ese olor exquisito que me fascina, 59
parecía que estaba consumiendo la carne de estos tres hombres. ¡Vomité
toda la comida!

Por más que quiero olvidar la escena de ese momento, no puedo. Cierro
los ojos para borrar todo lo que hice ese día, pero al abrirlos vuelvo a mirar
el rostro de sufrimiento de estos tres hombres amantes del conocimiento.
Este acto incalificable, por la forma como procedí, es el peso de mi dolor
espiritual. Donde quiera que camine, o trate de descansar un poco, me sigue
atormentado cada instante este hecho atroz. La muerte de estos tres
maestros, es donde radica mi gran temor con el ser divino de no poder
remediar mi falta, y olvidar este momento en las circunstancias en que
sucedieron las cosas, simplemente es algo que aterra mi alma. Cuando
escucho el sonido metálico de una trompeta me hace despertar en sueños.
Al imaginar el zumbido de las descargas aparecen en mi mente los rostros
de estos tres muertos. Cuando miro caer las ramas de un árbol, pienso en
los rebotes de los cartuchos dando directamente a los cuerpos de estos tres
maestros. Cuando deletreo el abecedario no puedo borrar de la memoria
todo el mal que hice a aquellos que no tuvieron la oportunidad de adquirir el
conocimiento por la muerte de estos maestros. ¡Soy un desgraciado!

—Te he comentado, si por el conocimiento seremos juzgados por Dios,


¿crees que yo, un asesino de los que poseen conocimiento seré perdonado?
—No sé qué decirte estimado amigo.
—Llevo cinco décadas sin poder suprimir de mi memoria este acto
fulminante y canallesco. ¡Horrible!
—Calma amigo, esto ya pasó.
—Sé muy bien que ya no vale la pena recordar ese momento, pero
realmente los recuerdos reviven como si fueran fantasmas que me persiguen
en cada instante de mi existencia.
— ¿Has buscado alguna forma de cómo remediar ese mal? Claro con la
intención de olvidarlo para siempre, o lo que te resta de vida.
— Sí, pero, creo que con nada se puede restituir.
—Piensa que no deberías de sentirte tan culpable, puesto que tú recibiste
órdenes de tus superiores y tú las ejecutaste.
—Sí, pero la ejecución fue con saña desmedida, no les di tiempo siquiera
de defenderse, de hablar o de rezar. De por sí, no había maestros, y todavía
matarlos, que infeliz me siento.
—Te has preguntado alguna vez, si estos tres maestros eran inocentes
como has dicho, o eran agentes del gobierno de Calles, disfrazados de
maestros.
—De eso, ni siquiera se me había ocurrido preguntar, pero si eran de los
nuestros, fui un asesino de mi propia gente.
—Si fueran enemigos, entonces no debes sentirte culpable.
— ¡Por todos los santos!, no sé qué pensar, pero desde ese día, no
duermo bien. La mirada de estos tres hombres me atormenta
continuamente. Recuerdo que esa noche soñé que destruía la estatua de
uno de estos mártires de la educación, pero, el busto de aquella estatua era
mi propia cabeza que se caía repentinamente. Ahora que recuerdo, este
sueño creo que ya desde ese instante la premonición de mi muerte empezó
a martirizarme. Por más que me refugio en silencio para olvidar, el baúl de
mis recuerdos se abre mecánicamente recorriendo imaginariamente esos
vastos lugares.
60
¡Observa! La sombra de la tarde va bajando lentamente por la gran
cordillera de este hermoso lugar, quiero que vengan a mí de igual manera,
que lleguen cuando la luz del día esté en claridad, así pueda liberarme de
tantas escenas trágicas.

— ¿De qué modo los grupos se enteraban de los acontecimientos en


otros lugares de la región o de otras entidades? pregunté en seco a mi
amigo con la intención de que olvidara por un breve momento, y cerrar esta
escena, de la muerte de los tres maestros.

—Pues, de varias maneras, una de estas era de boca en boca, pero lo


más adecuado era por los periódicos. El periódico, “El Nacional” que lo
obteníamos de manera clandestina, se informaba de las barbaridades que
cometía el gobierno por medio de los soldados, y cuantas gentes estaban
involucradas. El periódico el “Demócrata, diario independiente de la mañana”
hablaba de nuestra lucha por la defensa de nuestra fe. Otro periódico, que
era propio de los militares, describían las hazañas contra las fuerzas de los
cristeros, de la siguiente manera: Las fuerzas federales van ganando terreno
en todo el territorio mexicano, la lucha será para imponer el orden en todos
los sentidos, especialmente para hacer respetar los artículos de la
constitución. Los soldados iban ganando la batalla, mientras esto era real,
más gente nuestra se integraba en la lucha cristera. Era un enfrentamiento
desigual, pero también ellos veían perder algunas batallas y varios hombres.
____________________________________

CAPITULO VI
_________________________________________

LA GUERRA CONTINUA.

Cuando un hombre poderoso mata a otro, él cree ser más valiente que
todos, peros su conciencia lo atormenta haciéndolo nada. 61

La rebelión estalló también en Tlalpujahua.

¡Ave María Purísima! en Gracia concebida, ¿Dónde están mis hijos?

El máuser se tiñe de sangre y aparecen tupidos batallones en todas partes,


tanto de cristeros como de soldados.

La mecha estaba mojada, no pudimos dinamitar el puente, preferimos dar la


retirada, antes que llegaron los guachos.

¿Quién sepa contar, díganos cuántos de los nuestros han muerto?, porque
ya no me acuerdo.

Vaya, ¡Bendito sea Dios…! Después de todo, no tuviste la culpa: tres contra
uno, no hiciste otra cosa más que defenderte.

¡Dios del cielo! Hasta cuándo acabará esta guerra, exclama suplicante la
más anciana de una familia conformada de puras mujeres. Primero he
perdido esposo, después mis dos hijos, ahora se han llevado mis dos nietos.
¡Hijos del demonio! ¡Malditos federales! ¡Ojalá los parta un rayo! Deseando
lo peor para estos hombres del gobierno.

Pero su divina majestad, que todo lo ve, hará justicia —dije—en un


momento en que me encontraba bajo la metralla de los soldados. —Óyelo
bien, mi querido amigo, en la guerra no hay tregua, las conciencias
enloquecen y contagian la multitud hasta acabar con todo lo que encuentran
a su paso.

La lucha sigue sin cuartel, y sin descanso.

El tiempo campea junto a dos fuerzas: la de los soldados y la de los


cristeros.

Los cristeros, cada momento que tienen algún descanso; los montados
a caballo bajan y aflojan los cinchos de sus caballos; revisan sus armas que
estén bien cargadas, engrasados, y traer cartuchos de sobra. Limpian sus
sombreros; sacan sus medallas y sus escapularios para santiguarse;
musitan oraciones como las que siguen: ¡Manto del Señor Santiago,
cúbreme! ¡Señor San miguelito préstame tu machete! ¡Ángel de mi guarda!,
si muero llévame contigo. ¡Virgen de Guadalupe, protégeme con tu
santísimo manto! Al tiempo que piden protección a todos los santos levantan
su machete o el fusil, con el grito aguerrido: “Viva Cristo Rey”, “Viva la Virgen
de Guadalupe”. “Viva el cura Rosario” “Vivan los cristeros” “Viva México”,
“Viva nuestra patria”.

Un día viernes; por la tarde, pasado la celebración de la crucifixión de


nuestro Señor Jesucristo (Semana Santa), pasamos por el poblado de Araró.
Éste poblado está ubicado a pocos kilómetros del lago de Cuitzeo. La calle
principal de esta población estaba empedrada desde la entrada hasta la
alameda principal, ¡bonito lugar de verdad! lastima, no pudimos llegar a la
entrada de la Iglesia del Señor del Huerto; se percibía una energía
inexplicable. Tres hombres fueron enviados a inspeccionar el lugar. Al 62
regresar nos dieron una mala noticia: ¡todos muertos frente al altar!, el cura
de este lugar no corrió con buena suerte esta ¡colgado en un madero! En el
atrio de la iglesia.

Según comentarios de los propios lugareños: Desde hacía mucho tiempo,


la música armoniosa que escuchábamos en esta calle principal se ha
silenciado, ahora solo escuchamos el áspero sonido de los cascos de los

caballos, los disparos de rifles, y el ay


de los moribundos. Los comerciantes viven días enteros de temor, por
aquellos de que les puedan robar sus pertenencias, ya sean los soldados,
los cristeros o los propios lugareños —nos refirió un parroquiano.

Así era, la poca gente que vive en este lugar ya no camina por la calle
principal, no tanto por la falta de música, sino por el miedo a que aparezcan
nuevamente los soldados y los disparen a matar.

Mientras veíamos la calle desierta de gente, de pronto dos niños que


venían corriendo de frente nos alertaron gritando:
—En la esquina norte de la casa del hombre más acaudalado de éste
poblado, vienen galopando muchos soldados —dijo el más alto.
El segundo niño, más asustado que el primero:
—Vienen montados en unos veloces caballos, persiguiendo a un grupo de
campesinos, que regresan de recoger sus cosechas de maíz — expresó casi 63
desfallecido.

El grito desesperado de estos dos niños, nos alarmó. No hubo tiempo


para preparar una estrategia concreta, nos escondimos donde hubiera lugar,
no había alguna alternativa; teníamos que hacer frente a éste pelotón; “azote
de campesinos”. Para no ser descubiertos fácilmente, nos alejamos de la
calle principal, muchos se fueron a esconder entre los matorrales y
nopaleras, los más jóvenes subieron en el tejado de algunas casas; ahí se
acomodaron, listos para disparar. El lugar donde me encontraba escondido,
tenía un ángulo perfecto para ver donde entrarían estos hombres. Los
soldados dieron alcance a los campesinos en la calle principal, muy cercana
donde estábamos escondidos. La calle estaba desierta, las puertas de las
casas se cerraron como por arte de magia. Los soldados no sospecharon de
nuestra presencia. Uno de los soldados, recibió órdenes del Capitán,
descendió de su caballo e inmediatamente comenzó a golpear a uno de los
campesinos; como era su costumbre del trato con los más débiles. El
campesino, incapaz de pelear contra el soldado, pero con osadía le preguntó
— ¿Por qué me golpeas? ¿Qué te he hecho? ¿Acaso te ofendo por mi
vestimenta?

El soldado no pudo contestar una sola de las preguntas de manera


dialogada, solo pudo hacerlo con golpes. Iracundo e irracional cuál animal
prehistórico (con perdón sea dicho de los animales) desenfundó su pistola,
calibre 38mm. Sintiéndose superior por el arma y por su vestimenta de
militar, encañó al campesino, haciéndolo que se arrodillara.
— ¡Esto es para que aprendas no faltarme el respeto! “indio patarrajada”,
expresó de forma despectivo.

Como si las preguntas de aquél indefenso campesino, hubieran herido a


muerte a aquel soldado, cual ser irracional sólo supo defenderse con puros
golpes. Con tremenda patada puso al suelo a aquel pobre hombre. Cuando
tuvo al campesino al suelo, lo postró de rodillas, de un culatazo le tumbó el
sombrero, haciendo que de éste se desprendiera un “listón” que estaba
amarrado alrededor de la copa.

El furibundo soldado recogiendo el listón, con cierto desprecio lo escupió,


y lo talló en el suelo con la punta de sus botas ásperas. Todo aquel que lleva
una imagen, sea pegada en el sombrero o la frase escrita en cualquier parte
de “Viva Cristo Rey”, es nuestro enemigo, y está en contra del gobierno, por
tanto, merece morir, dijo a todo el grupo de campesinos que estaban muy
asustados.

—Todos ustedes creen que con esto les voy a suplicar que no me sigan
castigando más, están equivocados. No soy digno de morir por una causa,
pero que mejor forma de irme al encuentro con mi Dios. Preparen sus
armas, y apunten directo a mi corazón, estoy listo, a la hora que ustedes
dispongan —dijo el campesino retadoramente. Convencido de lo que le
esperaba, caminó hacia la pared, dando la espalda al soldado, pero, éste,
aprovechándose de que iba de espaldas, le volvió a dar otro culatazo
haciéndolo caer nuevamente de hinojos. Los otros campesinos, quisieron
intervenir, pidiendo clemencia al jefe, pero fue en vano, fueron retrocedidos
con golpes de los otros soldados que habían desmontados sus caballos y
otros utilizaron a estos animales para dar empellones al resto del grupo. 64

El cura Rosario, nuestro General, al darse cuenta de esta atrocidad


desmedida, muy enfurecido, como pocas veces le había visto, gritó desde
donde se había escondido:
— ¡sardo golpeador! ¡Hijo de Satanás! ¡Ya deja en paz a ese campesino
indefenso! Enfréntate a otros que si pueden defenderse.

Al no ver de quién se trataba, el resto de los soldados dispararon en


todas direcciones donde creyeron provenía la voz, pero, no hicieron ningún
daño a nuestro grupo.

— ¡Bola de miedosos! ¡Apunten bien, no desperdicien sus municiones a


lo tonto! Escuche bien, a ellos no les pegues por la espalda. Aunque
indefensos también se les pega de frente. Ellos no tienen con que
defenderse, nosotros sí tenemos con qué. El cura Rosario descargó una
ráfaga de mausser sin la clara intención de hacer daño al pelotón, era una
invitación que dejaran libre a los campesinos.

El Sargento, avanzó lentamente con su caballo hacia dónde provenía la


voz:
—Quienquiera que seas, cállate y retírate, esto no es tu problema, de lo
contrario, no te escondas, mejor sal a pelear como los hombres.

—Por supuesto, es mi problema y el de todos, ¡o no muchachos!, disparó


el cura Rosario justo al pelotón de manera enardecida.

También es nuestro problema—gritamos al mismo tiempo, sin dejar de


disparar contra los militares.

—Por eso estamos luchando por nuestros derechos espirituales —gritó el


padre Rosario.

Con una velocidad increíble, nuestro grupo se disgregó rápidamente


copando a todo el pelotón en dos puntos. Con sorprendente estrategia de
experiencia cotidiana arremetimos contra estos soldados golpeadores de
campesinos indefensos.

Parecía que el cielo nos favorecía, aunque no era necesario, porque otro
grupo de Cristeros comandado por un militar retirado, de nombre Pedro,
disparó su arma de fuego en todas direcciones, para que nos diéramos
cuenta de que era de los nuestros.

Los caballos de los soldados se alteraron, no por el estruendoso ruido de


las armas, estaban rendidos para esas circunstancias, sino porque cada
jinete, buscó la manera de huir; utilizando toda la fuerza que daban sus
piernas, fustigaban con las espuelas en el costado de los caballos, estos
aunque bestias acostumbrados al dolor, relincharon indomables, haciendo
caer a sus jinetes, para ser blanco fácil de nuestros disparos.

Ese día viernes, la calle principal de Araró, quedó manchada con un


torrente de sangre de mucha gente, en especial la de los uniformados.

Este encuentro terminó…la escena era aterradora, mis ojos no daban 65


crédito a lo que estaba mirando, muertos por aquí, por allá, no supe qué
hacer o pensar, pero seguía ahí. Este instante quedó también grabado en mi
memoria para siempre.

Después de este encuentro, proseguimos seguir hacia el norte. Más


adelante nos encontramos con otros dos grupos de cristeros, se dirigían
hacia Acámbaro. El primero, lo dirigía un sacerdote agustino, que había
venido desde Guadalajara. Nos relató que se habían encontrado frente a
frente, a una veintena de cuicos que salían de una cantina, de Tarimbaro. —
Estos, envalentonados por el alcohol, se dispusieron a enfrentarnos,
nosotros sobrios, y gran cantidad les dimos muerte a todos. Fueron cayendo
uno a uno, hasta que el último que era un Sargento, comprendiendo que era
inútil el enfrentamiento, prefirió huir a todo galope.

El relato de este cura, acompañe en imaginación a aquel aterrado


Sargento cerca de 7 kilómetros hasta llegar a su base, que por cierto era lo
que había quedado de una hermosa Iglesia de Agustinos, del pueblo de
Cuitzeo.

Supuse, aquel Sargento, fustigando su caballo a fuetazos para no ser


alcanzado, me lo figuraba un hombre herido que busca a toda costa como
salvarse. Angustiado por lo que había sucedido minutos antes, no podía
encontrar la manera de cómo dar la mala noticia. Articuló cuantas frases
impías le surgían de la mente. Sus palabras antireligiosas eran para silenciar
su miedo hacia sus superiores.

Antes de llegar a la base principal, tuvo que rodear todo el lago de


Cuitzeo. Al darse cuenta de que estaba muy cerca de la entrada, disparó al
aire toda la carga de su arma, dando con ello la voz de alarma, por aquello
de que los cristeros lo vinieran persiguiendo.

El General de división, al escuchar tan mala noticia expresó también una


plétora de blasfemias contra todo lo sagrado:
— ¡Maldita sea! ¡Los vamos a joder! ¡Les vamos a dar donde más les va
a doler! ¡Malditos fanáticos! Seguiremos destruyendo los templos para que
no tengan lugar donde ir a rezar. Colgaremos más monjas y seminaristas
para que no sigan metiendo más ideas de Dios a la gente. A los curas les
daremos una lección especial que por muchos años no lo van a olvidar, que
bueno que los obispos los están desterrando. A los campesinitos les
quemaremos sus casas y sus cosechas. Y todo a aquel que se resista, lo
masacraremos a puro machetazo. Ya conocerán nuestro odio; malditos
fanáticos de la religión.

El sargento, cual estaca, de pies a cabeza, no se inmutó de interrumpir


los juramentos e improperios de su General.

Los soldados de base, al enterarse de lo sucedido, mi imaginación seguía


presente, la reacción emocional también los contagiaba una ira desmedida.
Cuando se trataba de un ataque contra el enemigo, debían ser fríos y
calculadores para decidir por la mejor estrategia, de acuerdo a las
circunstancias.

¡Oiga General! Necesitamos más refuerzos —interrumpió, el Capitán 66


Narciso.
— ¡Un momento Capitán! ¡Acérquense los dos! Debo darles una noticia
desagradable. No solo aquí hay levantamientos. Al parecer los cristeros, se
han puesto de acuerdo para extinguir las fuerzas armadas del ejército. Los
brotes de lucha también ocurren en los Estados de Querétaro, Jalisco,
Guanajuato, Aguascalientes, Nayarit, Colima, Zacatecas, Estado de México,
Yucatán…
El ejército oficial y los de reserva están sitiados por todas partes. Hemos
recibido órdenes superiores que, si no ganamos esta lucha, debemos
recular. Pero mientras no se dé la orden, debemos seguir resistiendo.
Busquemos, pues, una mejor estrategia para no morir por una causa injusta,
de nuestro Comandante Superior de las Fuerzas Armadas.
— ¿Por qué piensa de esta manera mi General? __ cuestionó el Capitán
Narciso.
— Sólo una cosa capitán, recuerda, nosotros no existimos para
cuestionar, solo estamos para cumplir órdenes. Tú y yo, solo recibimos
órdenes, pero ellos, nuestros superiores, ¿Les interesarán la vida de todos
los soldados? ¿Verdad que no?
—No, pues, ahí si tiene razón mi General, pero mientras ¿qué hacemos?
—Ni modo tenemos que enfrentarnos con estos indios “patarrajadas”, con
la poca gente que nos queda.
—Pues así lo haremos General.

Mientras el General, dos capitanes, y un sargento establecían la mejor


estrategia para acabar con los cristeros, nosotros celebramos ese día
nuestro triunfo. Por haber defendido a los campesinos, el pueblo de
Tarimbaro nos ofreció su hospitalidad, no solo dormir en la plaza principal,
sino con comida y mezcal, bebimos y comimos sin ningún dolor a los
muertos.

Con la sola presencia de estos militares, el miedo nos ató de las manos, no
pudimos hacer nada para defender nuestra fe. Dios, nos ha mandado una
prueba de su presencia, vino hoy a liberarnos e invitarnos que luchemos por
nuestra fe, quiero unirme a este grupo, dijo un anciano.

Decomisaron nuestras armas, pero sabemos dónde los tienen guardados,


debemos ir por ellos, si queremos unirnos a su causa —expresó Marcos, el
gendarme de la presidencia municipal.
Con gritos, rechiflas, sombreros lanzados al aire, felicitaciones y abrazos,
los nuevos cristeros que se iban integrando dan vuelta a la plaza y se
pasean por las calles, celebrando la muerte y la defensa de los campesinos.

Mi imaginación se hizo realidad con la huida del Sargento, estábamos a


orillas del poblado de Cuitzeo. Al ir rodeando con cierta cautela por el lado
opuesto de donde estaba acampada la tropa del General de División, al
mismo tiempo dos grupos más de cristeros iban acercándose, con la misma
intención de atacarlos y destruir su campamento. “Viva Cristo Rey” “Viva los
Cristeros” “Viva”, coreaba la muchedumbre, mientras se diera la voz de
ataque.

El cura Rosario, en vez de sotana, llevaba chaqueta negra, en vez de


zapatos de charol, calzaba botas de cuero con espuelas, en vez de elevar el 67
cáliz de la paz, levantaba su 45 hacia todas direcciones. Era amable, pero
cuando lo provocaban era una fiera; era el primero en disparar. Físicamente
era grande, pero de pasos ligeros. Sus amigos sacerdotes le llamaban su
“Reverencia” porque tenía perfil de llegar a ser Obispo cuando terminara
esta rebelión, según ellos.

Las banderas estaban bordadas con hilos de seda, tenían estampadas en


el centro del lienzo un Cristo con un corazón sangrante, símbolo de martirio.
En la parte inferior tenía escrito la siguiente inscripción: “Regimiento de
Cristo Rey”. Otras, representaban el blasón de la santísima trinidad, con la
frase: “Batallón de la Santísima Trinidad”. Los asignados para llevar un
estandarte, ya sea a pie o a caballo recibían el respeto de toda la gente,
debían hacer un juramento, para que no se dejaran quitar el estandarte por
el enemigo, si esto sucedía, ellos mismos vendían caro su derrota.

Nuestro siguiente encuentro de esa semana, fue en el lago de Cuitzeo,


por cierto, para nuestra causa fue trágico.

LAGO DE CUITZEO, MICHOACAN.


68

En este lago de Cuitzeo, perdimos una de las batallas más trágicas, y


dolorosas, murieron un poco más de la mitad de nuestro regimiento.

Las fuerzas militares, midieron estrategia contra fuerzas confederadas de


la cristiada. Más que la multitud y el ánimo por ganar la siguiente batalla,
fuimos vencidos. Los soldados estaban acostumbrados a combatir bajo
ciertas reglas estratégicas de guerra, nosotros lo hacíamos en desorden,
pero ahí seguíamos sin importarnos todo tipo de tácticas de los sardos.

Los militares que estaban habilitados en el suelo, eran los más expertos
para combatir, aquí perdimos muchas balas y sobre todo muchas bajas. Los
que se encontraban escondidos en trincheras improvisadas con costales de
arena y tierra, estos cumplían la función de retaguardia para cualquier que
pasara la barrera. Los cristeros dándose cuenta de esta maniobra de los
militares, algunos decidieron subirse por los tejados de algunas casas para
romper el cerco, vano fue la decisión, fueron blanco fácil de las balas
militares. Cuando los cristeros caían sin vida, el griterío de las mujeres era
agónico y de gran confusión.

El Coronel de los soldados cuando daba la orden de ataque, todos


corrían a sus puestos como autómatas.
— ¡Al que recule lo madrugo! ¡Me oyeron jijos de la chingada! ¡Aquí no se
raja nadie! todos a defender desde sus puestos; matemos a esos indios de
la fregada; ordenaba a su tropa. Algunos soldados, impacientes de esperar
que llegáramos, comenzaban a disparar antes de tiempo, pero eran
aquietados por la fuerte voz del Coronel y por la del Sargento Narciso.

¡Fuego, fuego ahora! ¡Fuego sin parar! ¡Que nadie deje de disparar! — eran
las órdenes del coronel.

Las balas se incrustaban en los cuerpos de hombre, mujeres, y animales,


cuando no daban en el blanco perfecto silbaba por encima de nuestras
cabezas, encajándose en las paredes. Mi compañero de lado, le pregunté,
— ¿por qué la caballería no ataca? Nunca respondió, porque una bala de
grueso calibre se incrustó por el ojo derecho, destrozándole la cabeza en
dos partes. La sangre caliente le bañó los hombros, no pude reprimir las
lágrimas. ¡Grité, no te mueras! Fue imposible, murió entre mis brazos.

Los soldados salían cual hormigas de sus trincheras, ya sea entre los
mezquites y de los matorrales, otros más disparaban desde la orilla fangosa
del lago. Una treintena de soldados montados a caballos atacaron
directamente nuestra retaguardia. Cada uno fue arrojando dinamita, tras
dinamita, que parecían como si fuera la misma bomba atómica arrojada
contra los japoneses en la segunda guerra mundial. Las fuerzas de estas
dinamitas levantaban los caballos con todo y jinete; que al tocar el suelo ya 69
estaban muertos, tanto el animal como el jinete. Cientos de hombres de la
cristiada fueron masacrados a bayonetazos limpios sin ninguna piedad. Con
las dinamitas arrojadas por éstos, las casas más cercanas quedaron
cuarteadas, algunas se derrumbaron en su totalidad sepultando a varios
compañeros nuestros. Los techos y las cumbreras de otras muchas casas,
fueron salpicados de agujeros de balas como evidencias de una masacre
desigual.

El Cura Ramiro, al darse cuenta de nuestras bajas, ordenó el toque de


retirada. Los que quedábamos; que era menos de la mitad, nos fuimos
desperdigando por un pequeño arroyo del gran lago de Cuitzeo. La mitad
pretendió escapar nadando por el lago, pero corrieron con mala suerte,
porque todos se ahogaron. Los que no pudieron hacer cualquiera de las dos
cosas, fueron capturados. El regimiento del General de división, sin
miramiento y con rabia desmedida los fusiló uno por uno, y sus cuerpos
fueron colgados por todo el camino a orillas del río Cuitzeo. Con práctica
desmedida de colgar los muertos; era un acto de provocación, pero además
dejaban claro que todo “alzado” por faltar respeto a la autoridad castrense,
merecía el peor de las exhibiciones.

En esta lucha no hubo alguna tregua, fue desigual en todo los sentidos,
las consecuencias fueron considerables: destrucción de caminos
pavimentados, Iglesias demolidas en su totalidad, catedrales arruinadas y
olvidadas, casas de hacendados saqueados e incendiados, puentes
inservibles, escuelas sin estudiantes, campamentos desolados, campos de
terrenos sin cultivar, familias separadas, ríos infestados de cuerpos humanos
y animales…

Los severos daños a la economía nacional fueron incalculables, basta


pensar el gasto innecesario para alimentar a más de setenta mil soldados
durante tanto tiempo. De por sí, la nación ya estaba dañada por el boicot.
Qué decir de la unidad nacional: dos grupos midiendo su fuerza, uno terrenal
y el otro espiritual. Ciento de muertos eran encontrados en los caminos,
barrancos, serranías, en los pastizales de las llanuras, todos ellos regados
por todas partes, tanto soldados como los Cristeros abandonados a su
propia suerte. Ver un cuerpo humano en puros huesos, o totalmente
descompuesto, era horrible. Por falta de tiempo, a ninguno se les daba
cristiana sepultura, con ello la psicosis fue generalizada con la creencia de
fantasmas y de muertos penando por su alma.
Los pocos terrenos usados para sembrar maíz permanecieron mudos
ante el fétido olor a carne podrida. Al teñirse de sangre bermeja, se tornó a
un color cobrizo con aliento melancólico. Al ser pisoteada por gente extraña,
sus venas se desgarraron tanto que desechó toda la humedad guardada
para la siembra, dejando desprotegida la semilla esperada.

Miles de kilómetros cuadrados de tierras productivas, había sido


victimadas por la necedad irracional del gobierno. El hambre material,
alcanzó a estos lugares de manera inmisericorde. Muchos, para poder
sobrevivir robaban en las haciendas, sin importar que cometieran los más
crueles asesinatos. Vaciaron las alcancías de templos, catedrales; no les
importo cometer sacrilegios. Otros tantos, emigraron del campo hacia la
ciudad; donde las mismas circunstancias para sobrevivir, los orilló a llevar a 70
cabo los más bajos instintos.

En este conflicto sangriento, muchos intelectuales, fueron mudos del


silencio. Algunos por vergüenza a demostrar su creencia religiosa, no
levantaron la voz para ser tomados en cuenta, en la búsqueda de una salida
rápida ante tal problema. A decir verdad, la actitud de unos cuantos fue de
respeto y apoyo incondicional, incluso algunos se enrolaron en la lucha
armada, hasta alcanzar grados de mando. Se observan todavía en algunos
museos, bibliotecas; murales, cuadros de pinturas; donde representan
escenas de esta lucha armada entre el ejército y el pueblo cristiano. Como la
que se muestra a continuación.
71

Familias enteras, cargando sus pocas pertenencias salían huyendo


despavoridos hacia cualquier lugar, menos donde hubiera destrucción por la
lucha armada.
_______________________

CAPITULO VII
______________________________________

EL SILENCIO

Ninguna alma caritativa salió a recibirnos como otras ocasiones lo


hacían, ni siquiera los ladridos de los perros se dejaron escuchar. La luna
que estaba en máximo esplendor, fue la única notó nuestra presencia. 72
Cansados y maltrechos físicamente por la larga caminata, decidimos hacer
un alto en un parque en las afuera de un pueblo desconocido. Aunque el
lugar estaba lleno de abrojos maloliente, el regimiento desmontó aceptando
ser el mejor lugar para dormitar esa noche.

Los que ordené inspeccionar el lugar, me reportaron:

—la iglesia se encuentra vacía y destruida por dentro.

Esta ocasión nuestros heridos medio moribundos no recibieron la ostia


consagrada, tampoco la absolución de sus culpas, y aquellos que aquí
murieron esa noche, tampoco recibieron la extremaunción, el cura Rosario
no estaba con nosotros, había tenido otra diligencia que arreglar con otros
grupos de cristeros.

El nombre de este lugar desolado, nos enteramos enseguida, se llamaba


Santa Ana Maya. La calle principal, bellamente adoquinada con un color
rojizo. Al inspeccionar con la mirada, no vi una sola alma que transitara por
esta calle. La gran mayoría de las viviendas; las puertas estaban abiertas de
par en par; otra señal de muerte y desolación de este pueblo.

Sin mucho que prestar atención, ordené una cuadrilla de hombres


acompañarme, para que recorriéramos más cuadras hacia las afueras del
pueblo. Solo encontramos unas cuantas mujeres, y uno que otro niño
caminando en silencio buscando alimento en las casas abiertas. Se percibía
un ambiente agrio. Yo presentía un hálito de muerte rondando cerca de
nosotros. Esta extraña sensación de zozobra empezó a causarme un pavor
incontrolable. Pedí a mi gente que estuvieran muy alertas, para que no
fuéramos sorprendidos por fuerzas enemigas. El daño ya estaba hecho,
ciento cincuenta campesinos, junto con el cura los habían masacrados
detrás de la iglesia, los había escondido entre los matorrales. Nada que
hacer para salvarlos. Al día siguiente, muy de mañana nos dedicamos
sepultar a esta gente de Santa Ana Maya en el panteón de aquel lugar.
Improvisando cruces de madera, flores silvestres, rezos incompletos, les
dimos cristiana sepultura a todos, excepto al Señor cura, fue enterrado en el
atrio central de aquella hermosa Iglesia, que por cierto estaba intacta de
sangre, no así como otras tantas que antes habíamos pasado.

Tres días después recibimos un periódico regional, “El columnista”. En la


página principal estaba escrito a toda la hoja completa: “Como saldo
sangriento del choque entre fanáticos cristeros y las fuerzas armadas del
ejército, en el lago de Cuitzeo; 500 campesinos muertos, sus restos, fueron
colgados y quemados a orilla del lago. El ejército se fortalece y gana terreno,
“Viva el gobierno”, “muera la iglesia”

¡Maldita sea! Hablaban de nuestros muertos de una manera despectiva.


Concordamos que la mejor manera de honrarlos era seguir en la lucha
armada. Después de la desbandada de nuestra gente, nos reorganizamos
con otros grupos, hasta agrandarlo en uno solo, reiniciamos con ochocientas
personas.

La idea era llegar finalmente al cerro del cubilete. Ahí, la lucha es más
feroz, según la información circulada de boca en boca de nuestros 73
informantes.

— ¡Esta batalla del cerro del Cubilete!, estoy seguro que la vamos a
ganar, pero con más gente —dijo el cura Rosario cuando nos
volvimos a encontrar.
— ¿Dónde sacaremos más gente? y ¿Por qué le interesa tanto ir a ese
lugar? —fueron mis dos preguntas formuladas al General Rosario, antes de
buscar un lugar adecuado para dormitar por unas cuantas horas esa noche.
—Lo primero, debemos confiar en Dios y en las estrategias que hemos
aprendido estos días. Esperemos encontrar gente por el camino que se
unirán a nuestro grupo ¡Ya verás! En cuanto a tu segunda preocupación, ahí
en Guanajuato, el “Cerro del Cubilete”, se ha empezado a construir un
templo a Cristo Rey. En ese lugar, es el centro de reunión de todos los que
creemos y luchamos por nuestra fe, además el Capitán Ramiro, ha dicho
que su compadre, el General Lázaro, lo espera en ese mismo lugar. También
ha comentado, que tú sabes de memoria el pacto entre ellos dos.
— Si, así es. Lo último no entiendo muy bien la finalidad, pero cuente
conmigo — respondí.
—Gracias. Ahora descansemos, mañana saldremos muy de madrugada
hacia el cerro del Cubilete.

Cuatro grupos de pelotones, uno en cada esquina; fuertemente armados


nos tocó el turno de guardia esa noche. Con tres rifles a mi lado, un montón
de granadas, cientos de cartuchos en las cananas; me sentía confiado. El
cansancio físico de estar caminando por varios días, fue venciendo mi
cuerpo, poco a poco fui hundiéndome en un profundo sueño, dormité
abrazados a mis rifles. Cuando uno duerme, sueña cosas bonitas y hasta
extrañas. En los sueños profundos, hay sueños pasajeros, y otros más
duraderos. Los sueños bonitos, se borran fácilmente en la memoria, los
duraderos, ¡esos son imágenes se vuelven imborrables en ocasiones!
Aunque, uno quisiera que estos sueños fueran eternamente cincelados en la
mente para ser imborrables, se borran de igual forma como aparecen. De
este tipo de sueños extraños e imborrables, quiero platicarte uno. Esa
noche, soñé que me encontraba en la cima de una gran montaña; veía a los
lejos las cordilleras interminables que tenía que cruzar para llegar al otro
lado. Cerros sumamente altos y extensos franqueaban las cordilleras.
Cuando me dispuse a descender de este maravilloso lugar, apareció
repentinamente y como por arte de magia una flecha puntiaguda, venía
hacia mí para impactarse en mi cuerpo. Por la velocidad con que apareció,
fue imposible esquivarlo, atravesó directamente mi cuerpo de lado a lado. La
flecha no era de gran tamaño, pero al impactarse a mi cuerpo rodé varios
metros cuesta abajo. Me puse de pies sin mayor dificultad y todavía lo más
curioso es que no sentía ningún dolor, aunque la sangre escurría hasta mis
pies. Caminé en dirección, donde había provenido la flecha, buscando al
agresor. Así como había aparecido la flecha como por arte de magia, creo
que, de la misma manera, el agresor había desaparecido. Sin embargo, al
encontrarme nuevamente en el mismo lugar minutos antes del impacto, acto
seguido vi surgir del otro lado del cerro dos manos sumamente grandes y
vigorosas, acercándose justamente donde me hallaba de pies, el rostro no
se podía ver claramente, porque estaba a contraluz. En el hueco de la palma
de estas dos manos fornidas y vigorosas había muchos hombres de distintas
razas. Las manos se extendieron apaciblemente, solo unos cuantos fueron
colocados en tierra firme, otro pequeño grupo los puso entre rocas enormes 74
y blanquizcas, una pequeña porción, los transportó en medio de un
esplendoroso río, y una décima parte de ellos; los instaló en la cumbre del
cerro, donde este ser había surgido imprevistamente. El sonido metálico de
las armas de mis compañeros, me hizo despertar súbitamente, no pude
soñar el final de ese sueño, tampoco pude interpretarlo. ¡Qué misterio
guardaba este sueño! No lo sé. Quizá son los brazos del Cristo del cerro del
cubilete, que quiere abrazar a todos, sin distinción de razas, ni credos, solo
desea juntar a la humanidad en su regazo…

Amaneció, mi primera preocupación fue: ¡Tenemos pocos cartuchos! El


cansancio nos va venciendo. La poca comida que se consigue alcanza para
un solo día. ¡Qué Dios nos ilumine!

Las batallas se consiguen con armas, cartuchos y con buenas


estrategias, cuando las balas se agotan, se pierden muchas vidas, lo mejor
que se puede hacer en estos casos es recularse para reorganizarse o
definitivamente darse por vencido.

El repertorio anecdótico de mi existencia está repleto de muertes


heroicas, muertes orgullosas y asombrosas, que dejan pálido de envidia y de
admiración al propio verdugo. La muerte, la entendíamos a la luz de la cruz
de Cristo: “Morir para resucitar”. Los martirizados aumentaban cada día, aquí
y en todas partes donde se daba la lucha armada; todos ellos, creo, estaban
convencidos que la persecución era para la prueba final de la predilección a
Cristo Rey. El martirio, es por el seguimiento a Cristo, solo es para unos
cuantos. ¡Benditos los que mueren defendiendo la causa de Cristo Redentor
del Mundo! —predicaban los sacerdotes.

Las mujeres con rosario en mano, no solo van a la Iglesia a rezar por sus
maridos, sino para que su fe se convierta en acción, buscan la manera de
contribuir a sus creencias. Cuidan y curan a los moribundos, dando santa
sepultura a los colgados, llevan agua y alimentos a los combatientes, es una
vocación de laicidad comprometido, pero lo más sobresalientes de algunas
de ellas, fue conseguir armas y cartuchos para la lucha.

Rosa, una de estas heroínas más recordadas en ésta lucha armada,


cierta ocasión nos comentó: cinco de mis amigas y yo, íbamos empujando
una carreta con municiones y cartuchos a pleno sol del mediodía
michoacano. Nos encontrábamos ante un ambiente adverso; no solo por
calor intenso del sol, sino en el horizonte se hizo presente un blancuzco
remolino de arena y tierra que venía directamente hacia nosotros, no nos
percatamos que una treintena de soldados nos iban persiguiendo a muy
poca distancia. A pesar de lo adverso del día, éste fenómeno ambiental
cooperó para despistar a los soldados. Sacando fuerzas de flaquezas;
empujamos la carga hasta un barranco y ahí nos la ingeniamos para
esconder la carreta con todas las municiones y los cartuchos. En esta huida
desesperada, sentimos como nuestros cuerpos eran rasgados
inmisericordes por la punta de los arbustos secos y rígidos, poco no nos
importó el dolor físico con tal de salvar la carga. Imponiéndonos al dolor y
sobre todo al miedo de ser encontradas, sacamos el cargamento, hasta
llevarlo al poblado de Charo, donde con estas armas se ganó una batalla
contra los soldados del Capitán Fulgencio, expresó con cierto orgullo y
coraje. 75

Así como Rosa y sus amigas, hubo cientos de heroínas, que sus
apelativos no están registrados en los renglones de la historia nacional, pero
que, por sus actos heroicos, tengo fe, que sus nombres están inscritas en el
libro de la salvación.

Proseguimos nuestro destino incierto hacia Guanajuato. Por el camino,


se fueron integrando otros grupos de cristeros, muchos de estos llevaban
más pendones que armas. Kilómetros más adelante, dos grupos más se nos
unieron, en cambio estos iban bien armados, fue entonces que creí en la voz
profetizada del cura Rosario: “se nos van a unir en el camino”

Sorteando caminos, ríos, serranías, veredas y vías de ferrocarril, fue


como llegamos más rápido al Estado de Guanajuato. Antes de pisar la tierra
de este hermoso lugar, el cura Rosario nos platicó que aquí en esta tierra de
Guanajuato, se inició la lucha armada de los cristeros. Nos habló que, en
1923, el delegado apostólico de México, Filippi bendijo la primera piedra,
ante cincuenta mil peregrinos, lo que le mereció su expulsión del país por el
Presidente Álvaro Obregón. El Presidente había entendido éste acto como
un desafió a su autoridad y un ataque a la Constitución. Desde entonces la
pugna comenzó entre gobierno e Iglesia. Este lugar se ha convertido en
tierra santa a conquistar —según palabras del cura Rosario.

Mientras el cura Rosario nos narraba estos acontecimientos históricos, en


plena sierra se escuchó a varios metros los martillazos de las reparaciones
de las vías férreas que cruzan de Salamanca a Celaya. Con las armas
siempre listas, nos dispusimos internarnos cerro adentro

Guanajuato ¡Tierra bendita! de hombres aguerridos. ¡Qué Dios te guarde


siempre! Elevé una oración. Estar en los límites del cerro del Cubilete, fue
algo inexplicable y a la vez reconfortante, a pesar del peligro reinante. Con
un presentimiento adelantado, percibí en mi corazón que muy pronto
ganaríamos, ahora sí, la última batalla.

Para llegar a la cima de una de las montañas más altas, tuvimos que
subir entre lomas inclinadas y barrancos profundos. Por el esfuerzo que
implicó de estar en lo más alto de esta montaña, lo disfrutamos
maravillosamente. Me imaginé estar cerca de lo sagrado al percibir una
energía inexplicable de la propia naturaleza.
El cura Rosario, utilizando sus binoculares fue inspeccionando el terreno
cuesta abajo, tramo por tramo. Girando poco a poco hasta detenerse en un
punto exacto. Desenfundado su 45, por allá están combatiendo —señaló
emocionado.

— ¡Cándido!, ordena una parte de la gente que bajen contigo. Por el otro
lado de la ladera sorprenderemos a los soldados. En aquella mojonera que
está junto aquel peñasco se pueden atrincherar mientras llegamos por el
otro lado. Entendido Coronel.
— ¿Cómo que Coronel?
—Sí, desde ahora te nombro, Coronel. Ajústese a las órdenes.
—Entendido General.
—Tú, Ramiro escoge una treintena de hombres y nos vas cubriendo la 76
retaguardia.
Correcto —dijo Ramiro.

Sin mayor preparativo, los grados oficiales se obtenían de acuerdo a


nuestra valentía y entrega incondicional.

Inmediatamente que me nombraron Coronel, el que llevaba la trompeta,


le di la orden que sutilmente anunciara el momento de emprender la loca
carrera por la pendiente. Cuando la tropa montó a caballo, a los lejos, se
escucharon varias detonaciones de arma de fuego con dirección hacia el
norte, seguramente se trataba de algún un pelotón de soldados combatiendo
de manera desigual con un grupo de los nuestros. Sin medir los peligros
bajamos por toda la pendiente, nos dirigimos por el lado opuesto para
sorprender al pelotón de soldados. De nuestras gargantas surgieron vivas y
gritos de júbilo. Ordené disparar directamente donde estaba el grueso de los
soldados.
El grupo de compañeros cristeros que estaban agazapados entre los
peñascos agradecieron nuestra presencia, con un ruidoso, trac trac de sus
armas afinaba su puntería, ninguno de los soldados pudo escapar ese día.

Como en todo momento que veía la sangre humana, mi ser se


trastornaba en un cambio repentino, justo ahora, no era el momento de
contemplaciones. Estaba al mando de un pelotón, por ellos los convencí que
siguiéramos peleando con más dureza.

De pronto haciendo una mueca de enfado, ¡Qué cansado me siento! —


dijo mi amigo. Deseo beber un poco más de mezcal.

— Por última ocasión, quiero beber lo último del contenido de esta botella
de mezcal. Quiero olvidar todo ese olor desagradable de sangre encharcada
en los campos de cultivo, borrar de mi memoria el rostro de los muertos,
alejar de mi sentimiento todo lo sagrado que vi en las iglesias, no pensar
más en los tenebrosos barrancos; solo quiero que aparezca la escena de
todo lo ocurrido en el cerro del Cubilete.
— ¡Toma!

Le di la botella de mezcal. Bebió apuradamente. Al terminar todo el


contenido en un solo sorbo prosiguió hablando.
—La quema de cartuchos entre ambos bandos, fue incontable. Después
de haber perdido la batalla anterior en cuitzeo, en ésta, la del cerro del
cubilete, nos recuperamos.

El templo dedicado a Cristo Rey, nos enteramos meses antes de que


empezara la lucha en el cerro del cubilete, fue bombardeada desde una
avioneta destruyendo la cúpula. Esto sucedió, porque la situación del
gobierno contra la jerarquía católica estaba en su punto más crítico, es decir,
el gobierno al verse agraviado con el incumplimiento de la constitución, quiso
utilizar su cargamento más sofisticado para impresionar a los obispos,
manifestando con ello: “El gobierno tiene el poder en sus manos”. Nada les
importó con tal de ver la destrucción de este templo. Agraviado lo espiritual,
la gente se impuso con mayor entrega y fervor.
77
En este lugar del cerro del cubilete, el gobierno mandó al ejército federal
y estatal, creyendo que con destruir el templo detendría la religiosidad de la
masa. ¡Qué equivocados estaban!, porque mientras ellos celebraban la
destrucción del templo, la gente se disponía a transportar todo tipo de
material de construcción hacia lo más alto de la montaña, para empezar a
levantar otro santuario, y más grande, que el que había sido bombardeado.

Este santuario estaría dedicado a “Cristo Rey” Desde el momento en que


el ejército bombardeó el pequeño santuario, no solo los cristeros, sino toda
la gente de nuestro país estaba enfurecida, por éste acto cobarde.

Aquellos hombres que por un momento se acobardaron en coger las


armas, al escuchar tal noticia, no esperaron un día más, descolgaron su fusil
y se unieron a la causa de la cristiada.

El ejército, al darse cuenta de la multitud de gente que llegaba, día a día,


mandó una quinta parte de su regimiento en este lugar, del cerro del
Cubilete, para detener la religiosidad popular que acrecentaba en
efervescencia.

Batallones del ejército, fuertemente armados entraron por Colima, otros


por el Estado de México, unos más por Guerrero, por Guanajuato y por
Guadalajara. Asediaron en círculo a este Estados, obedeciendo para un solo
propósito: “Acabar con los revoltosos de la fe cristiana”, Ellos, no se
percataron que, en varios lugares de estos mismos estados, y otros tantos,
la gente estaba organizada. Aunque con una lucha desigual, detenerlos por
algún tiempo, que no llegaran con prontitud al cerro del Cubilete.

Ya para este momento nuestra gente sumaba alrededor de quince mil.


— ¿Quince mil almas?
—Sí. Quince mil, todos para defender su fe.

Los jefes cristeros parlamentamos entre nosotros para dividirnos


estratégicamente, y no ser blanco fácil por las fuerzas enemigas en un solo
lugar.
78

Esta batalla del cerro del cubilete, ¡estuvo muy duro!

Los soldados que participaron en este lugar, pelearon con mucha


estrategia. Se utilizó la mejor artillería en este combate. Las balas se
entrecruzan entre unos y otros. El despliegue militar fue enorme, la infantería
avanzó en todas direcciones, pronto comienzan a caer los primeros
cristianos, los disparos son certeros en el estómago, caen algunos soldados,
las municiones se agotan, voy de un lugar a otro consiguiendo cartuchos,
auxilio a los moribundos, uffff que crueldad en ciertos momentos. Los
soldados, utilizando cañones de largo alcance, fueron abriendo nuestras filas
de defensa. A veces de un solo tiro de manera certera, derribaban una
veintena de los nuestros. Caían como moscas. Yo estaba tan asustado
viendo caer muerta mucha gente de nuestro bando. Fue en ese momento,
que puse a prueba una estrategia: recular con cierta prudencia a otra
trinchera que no era nuestra, esperar el momento adecuado para disparar
contra el primer batallón de soldados que se acercara por el lado oeste de la
ladera de unos Sauces.

La estrategia dio resultado, un destacamento de soldados, espoleando


sus caballos pasaron con gran velocidad a nuestra vista, haciendo imposible
que nuestras balas dieran con ellos. Gritaban consignas en contra nuestra,
haciendo que los enfrentáramos a campo abierto, pero la orden que yo había
dado, era: “mantengan la calma, y esperemos el momento adecuado de
asestar el golpe final”. “Cuando el enemigo esté a nuestro alcance,
dispararemos”. Afinen su puntería, no dejemos uno solo vivo. Como éste
pelotón no encontró respuesta de combate, confiados bajaron de sus
caballos, parlamentaron entre ellos, quizás buscando la mejor táctica de
ataque. Aproveché éste instante, de un tajo levanté el brazo con mi fusil en
señal de — ¡Disparen!

Nuestras armas no eran tan sofisticadas como la de ellos, pero al dar al


blanco exacto, también causaban heridas. Ellos sorprendidos con este
ataque, como pudieron, cogieron sus armas y empezaron a dispararnos
donde estábamos escondidos. Prosiguió la balacera nuevamente. La victoria
sería nuestra rápidamente, a no ser por la poderosa ametralladora que traían
consigo. Ésta arma vomitaba cientos de cartuchos en fracción de segundos,
hacía imposible contraatacarlos de frente o por la retaguardia.
Arriesgándome con todas las de perder, monté mi caballo azabache,
haciendo creer al enemigo que huía. Cerqué al soldado que disparaba con la
ametralladora, él jamás se percató de mi presencia. Desde encima del
caballo me lancé propinándole un cachazo en la nuca. Aprovechando el
certero golpe lo rematé sin que pudiera defenderse. Me posesioné de la
ametralladora y luego, luego empecé a disparar contra ellos. Sorprendidos,
no sabían a quién disparar. Con esta arma poderosa, ganamos la batalla de
ese día. A pesar de que tenía en manos la ametralladora recibí dos balazos, 79
uno en la pierna izquierda y otro en el costado derecho. El balazo de la
pierna apenas fue un rozón, pero el de mi costado fue más profundo y
doloroso. El recibido en la parte de mi costado, ha sido mi martirio desde
aquel entonces. Los médicos han comprobado que, con este balazo
recibido, me provino el mal del parkinson.

Del dolor, ni siquiera ni me acordé en ese momento de la victoria, todos


estábamos alegres, a pesar de las bajas de nuestra parte. Por primera vez
teníamos en nuestro poder un arma de gran calibre, que con ella estábamos
seguros, ganaríamos todas las batallas.

A punto de desmayarme por las dos balas recibidas en este combate, vi


el polvo de tierra oscureciendo el ambiente de la tarde. El cielo presentaba
hacia el oeste una decoración infernal, con nubes de color de sangre, a los
que se iban acercando donde se hallaba los cuerpos inertes, estos
elementos de la naturaleza no supe descifrar la razón de su presencia. La
tarde empezó a despedirse, el sol intentó alargar por más tiempo sus
rayos… todo se oscureció a mi alrededor. Pero, no era el momento para
desmayarse…una mujer como pudo me arrastró hasta unos matorrales, me
vendó las heridas, pude recuperarme y disparé alocadamente mi arma.

El tronido de las armas era ensordecedor. Muchos cuerpos ya sin vida,


tanto de soldados como de los cristeros, eran difíciles de encontrarlos,
muchos de estos cuerpos eran cubiertos por los árboles derrumbados por
los fuertes cañonazos de ambos bandos.

Cuando esta batalla estaba en su apogeo en el cerro del cubilete, algo


sucedió. Como si todas las armas enemigas de ambos lados, los estuviera
manipulando una sola persona, dejaron todas de vomitar fuego. El clarín,
desafinado y tosco del soldado en turno, intentó armonizar el “toque de
queda”. ¡Que estará pasando, era mi interrogación! ¿Acaso se dan por
vencidos estos cuicos? Nadie entendía nada. El temor, aumentó creando un
silencio desconcertante, como si de pronto nos hubiéramos quedados
sordos, y que no escucháramos más que nuestra propia respiración.

El mismo viento era imperceptible, los árboles hubieran quedado


inmóviles eternamente, a no ser por el ligero vuelo de una parvada de
pájaros, que asustados ondearon sus alas surcando hacia la cima del cerro.
¡El Divino Redentor!, ya no quiere que se derrame más sangre, ha visto
la desgracia de los hombres. Ha tocado el corazón de los dirigentes para
buscar de cómo terminar ésta lucha armada —expresó una mujer, que
vendaba a un hombre del brazo derecho; todo ensangrentado.

El orgullo ha sido vencido, dejemos de disparar, pero estemos atentos,


por si es una treta de ellos— dije en forma adolorida.

Justo en ese momento se unió con nosotros el capitán Ramiro, él


tampoco supo lo que estaba sucediendo.

Al instante recordé el sueño de los “dos brazos” de ese ser mágico que
surgía de una montaña, colocando a las personas en distintos lugares,
tampoco logré captar la relación con el fin de esta lucha. La noche fue muy 80
larga, fría y oscura, aunque la luna estaba en su esplendor; su brillo más
bien grisáceo, aunque traíamos consigo nuestros gruesos jorongos; el frío
era congelante. El quejido de dolor de los heridos y moribundos, me hicieron
repasar cual acto de conciencia mi conducta de homicida, aunque la fe
justificaba todo, sentí temor de no ser perdonado por Dios en manos de sus
representantes en la tierra; los sacerdotes.

Al día siguiente, muy de mañana se escuchó el ruido de una avioneta


que planeaba a baja altura, buscando la forma de aterrizar en una de las
colinas donde había estado una de nuestras trincheras. Las condiciones no
fueron favorables para el descenso de la avioneta, por lo que desde las
alturas empezó a decir unas palabras poco entendibles. Ayudado por unas
bocinas y una trompeta, dijo. Hemos sido los comisionados para decirles las
siguientes. “La lucha ha terminado” Se ha pactado un cese de fuego entre el
gobierno y el clero. El presidente interino y el arzobispo de México, han
dicho que “Depongan las armas” Les piden que abandonen este lugar, que
tomen el tiempo necesario para organizarse y salir poco a poco, le enviaran
comida y medicina. Al escuchar el mensaje, todos nos abrazamos, por fin
había terminado las matanzas de hombres. Todos fueron saliendo de sus
trincheras de manera sorprendidos.

Los cristeros fueron los primeros en entregar las armas.

La iglesia pedía: amnistía general para todos los cristeros, devolver los
edificios de los curatos y episcopales. Inmediatamente los cultos religiosos
se reanudaron en algunos lugares.

Con este pacto de tregua, al parecer el conflicto había sido solucionado,


pero la ley no se modificó del todo. ¡Asunto inconcluso! Y hasta la fecha de
hoy.

¿Qué motivó este final cruento? ¿Acaso las siguientes elecciones? No lo


sé.

Ante los ojos del mundo, México, siendo un país creyente, en un


porcentaje superior que otras latitudes; geográficamente hablando, pero que
internamente se combaten entre sí, con eso no se lograría nada, si es que la
nación quería entrar en un proceso de desarrollo, como otros países ya
avanzados.
La religión y los curas son cosas distintas. Mucha gente los ha visto como
“entes inútiles” solo sirven para los bautizos, para los matrimonios, y
entierros. Por mi parte, esta expresión de “entes inútiles”, es signo de
ignorancia y de olvido histórico. Ellos, los curas, han aportado a nuestra
nación cultura, valores, unidad e Incluso hubo quienes, en aras de una vida
cómoda y burguesa, son los primeros en protestar a favor de una libertad
manipulada por extranjeros. Así como estos curas, por otra parte, algunos
soldados, tampoco estaban de acuerdo con las disposiciones del gobierno,
aunque cumplieron órdenes, sabían que estas no eran justo. Uno de estos
soldados, el General de división: Gumersindo de la Peña, disponiendo de la
voluntad de un número considerable de soldados, arremetió con furia al
gobierno federal, finalmente fue arrestado, le hicieron un juicio de guerra por
sublevación a la autoridad competente; condenándolo al fusilamiento. 81

Así mismo, después que se llevó a cabo la deposición de armas, José


uno de cristeros por cierto lo había dado el grado de Capitán, tomó la
palabra y empezó a decir:

— “Yo no estoy conforme con este gobierno traicionero, y sobre todo la


manera de concluir esta guerra. Si ustedes me dispensan, yo no voy a
descansar hasta vengar la muerte de mis hijos y las de mis nietos”. Si alguno
quiere venir conmigo, ¡Síganme!

José, escucha, ya todos estamos hartos de sufrir, hemos dejado a


nuestras familias, nuestros campos están sin sembrar, entra en razón, qué
más buscamos, sino la paz, además dejemos en las manos de Dios para
que tomé nuestro sufrimiento —habló Justino —el más viejo de nuestro
grupo.
—Puede que tengas razón, pero no me detengan, yo buscaré mi propio
destino.

El Capitán José, se alejó con un adiós, nada se supo de él.

Las pérdidas humanas, fueron incalculables, aunque los datos históricos,


siempre han escondido la verdad diciendo que solo 5 generales, 330
oficiales, 3000 soldados, 50 jefes, y 7000 cristeros; habían muerto en esta
guerra armada, conocido como la “guerra de los cristeros”, pero algunos
calcularon unos 70000 muertos.

En el cerro del Cubilete, fue el encuentro más “destructor” pero también la


última batalla. Para muchos de los que estábamos combatiendo, y nos tocó
morir, tantos federales y cristeros fue un final feliz, por fin regresaríamos a
casa, no así otros, como el cura Rosario y el capitán Ramiro. Este último, así
como con toda su gente, aunque ya se había dado la orden de deponer las
armas los emboscaron vilmente en ladera del lago de Cuitzeo; ya de
regreso. El oficial que preparó esta emboscada, posteriormente fue
acribillado con su propia arma, por uno de mis ayudantes. Al padre Rosario,
le dispararon por la espalda cuando celebraba el triunfo final de la guerra
cristera. Mientras agonizaba, pidió que lo envolvieran con un estandarte para
morir tranquilo. Estos dos hombres que conocí en persona, y otros tantos
desconocidos, nos dejaron un legado de valentía y entrega por sus
creencias personales, todos ellos merecen nuestro respeto. Éste hombre, el
cura Rosario de sentimientos nobles y sobre todo espirituales, más de tres
trovadores le compusieron varios corridos. Mereció un premio tanto de los
hombres, como de los ángeles, no así por las fuerzas oficiales, porque luchó
contra ellos con valor desmedido. Hoy, a veces me pregunto, si Dios lo había
preparado para defender la fe, no había otra cosa mejor que el sacerdocio,
salvo la opinión de los más versados, en materia teológica.

Suspendida la lucha armada, los jefes parlamentaron con nosotros, se


nos dio las gracias, cada quien debía conservar el grado oficial alcanzado,
cada integrante de los que estuvieron frente a un pelotón recibió una medalla
de recompensa. Se nos pidió no olvidar esta experiencia, y en caso que
hubiera otra contienda, era necesario regresar inmediatamente. Parecía
simplemente un sueño la forma y la manera de cómo había terminado esta 82
guerra.

Años después regresé a mi pueblo natal, la Estancia. A pesar de todo lo


sucedió tiempo atrás, tuve que regresar, era el único sitio donde tenía que
vivir y morir. Regresé muy agradecido a pesar de todo lo sucedido, aquí
aprendí a ser fuerte y olvidar lo accidentado que fue mi existencia terrenal.
Lo que gané de esta batalla fue lo que contiene en ese baúl, que ha sido lo
más extraordinario en toda mi existencia, dos balazos recibidos y este
pedacito de patria donde esta fincado mi casa y mi jardín.
— ¿Estás arrepentido por todo eso?
—No, por supuesto que no. Lo único que si estoy arrepentido es la
muerte contra tres maestros.
—Si estuvieras joven, y hubiera otra guerra de esta naturaleza, ¿te
reclutarías como voluntario?
—Siempre y cuando fuera para una noble causa, como se nos advirtió el
día que nos dieron las gracias; por supuesto que sí, y me gustaría ser de los
primeros.
____________________________

CAPITULO VIII
______________________________________

MÁRTIRES

Muchos soldados podrán gritar ¡Qué viva la revolución! ¡Que viva el


gobierno! ¡Qué viva el presidente! ¡Qué muera el clero! ¡Fuera la religión
cristiana! Otros presumirán que odian a muerte a los curas, o incluso se
glorían de ser mata curas. Uno más exclamará, los Santos en la iglesia son
“inútiles”, “la fe ha pasado de moda es para la gente mocha”, pero ni con 83
todas estas u otras expresiones podrán acabar con lo sagrado. A todos ellos,
sí le abres la camisa, verás cómo llevan una trenza de rosarios y
escapularios para encomendarse a los santos y santas de Dios. Muchos de
ellos van a misa a escondidas, rezan pidiendo favores divinos, y hasta se
confiesan, comulgan como buenos cristianos e incluso mandan a sus hijos
en las escuelas de monjas para recibir una mejor educación que la laica,
más de uno, desea que uno de sus hijos sea clérigo.
— ¡Qué insensato es pensar así!, pero juzga de manera razonada mi
opinión —enjuició mi amigo.

—La misma historia se encargará de juzgar lo que has dicho, querido


amigo — argumenté.

—Sí. Que la historia divina se encargue de juzgarme y no la de los


hombres, concluyó sereno y convencido de lo que había dicho

De los muchos curas que existen en esta hermosa patria de mi país,


algunos no cogieron el fusil de manera directa para defender su fe, sí lo
hicieron de otra forma; como: llevar la comunión en los campos de batalla,
bautizar a los recién nacidos de manera clandestina, bendecir la vida
matrimonial de los amancebados que se encontraba entre la bola y otras
tantas cosas propias de su vocación sacerdotal. Algunas personas
comentaban que muchos de ellos por ejemplo, para llevar la comunión a los
enfermos, se disfrazaban de carboneros para burlar la vigilancia de los
soldados. Pero, al ser descubiertos eran golpeados de manera
inmisericorde. Esta crueldad se manifestó no solo en castigar sus cuerpos,
sino hacer que desistieran de su fe. Ellos, permanecieron firmes a su
creencia, no importando cuanto o de qué manera los martirizaban.
—Tengo entendido, no sólo los sacerdotes, sino también las religiosas,
los seminaristas y seglares comprometidos — complementé.
—Sí, así fue. Estas buenas personas por defender su fe y no desistir a
pesar de todos los malos tratos, y eventualidades, por entregar su vida en la
creencia de Jesucristo, de la Virgen María, y de los Santos; muchos de ellos,
la Iglesia Universal, juntamente con la iglesia mexicana, los ha considerado
mártires, y algunos ya han sido elevados a los altares como santos o santas
de Dios.
—Y ¿los que no participaron?
—Los curas que no participaron en la lucha armada, parece egoísta de mi
parte hablar en su contra, no soy nadie para juzgar su conducta interna y
ética profesional, ni siquiera es necesario mencionar sus nombres; quizás
jamás serán tomados en cuenta en la historia, pero Dios sabe porque no
participaron.
— Muchos cuestionan, ¿esta guerra es creíble para la historia?
—Hoy, se comenta en cualquier parte del país, que este hecho histórico
marcó el rumbo de México, tanto en lo social, político, económico y religioso,
la gente que estuvo entre el ir y venir, ver por todos lados muertos,
moribundos, heridos, dejar de comer durante varios días, dormir a la
intemperie; ellos son los que han hecho la historia. Muchos historiadores, no
solo de México, sino del extranjero, se han dedicado a estudiar esta parte
histórica con cierto atrevimiento de unir lógicamente cada hecho, muy bien
por ellos. Cientos de pintores, retocan imaginariamente los mismos hechos
en extensos murales y lienzos; incluso trovadores de canciones hablan de
este acontecimiento, ejemplo esta canción que es reciente, y de los que más 84
recuerdo, y que resume muchos aspectos de la guerra cristera.

EL MARTES ME FUSILAN

El martes me fusilan a las seis de la mañana,


por creer en Dios eterno y en la gran guadalupana.

Me encontraron una estampa de Jesús en el sombrero,


por eso me sentencian porque yo soy un cristero,
es por eso me fusilan el martes por la mañana.

Mataran mi cuerpo inútil, pero nunca, nunca mi alma.


Yo les digo a mis verdugos, que quiero que me crucifiquen, y una vez
crucificado entonces usen sus rifles.

Adiós sierra de Jalisco, Michoacán y Guanajuato


Donde combatí al gobierno que siempre salió corriendo.

Me agarraron de rodillas adorando a Jesucristo.


Sabían que no había defensa, en ese santo recinto.

Soy labriego por herencia, jalisciense de nasciencia


No tengo más Dios que Cristo, porque me dio la existencia.

Con matarme no se acaba la creencia en Dios Eterno.


Muchos quedan en la lucha y otros que vienen naciendo.

Es por eso me fusilan el martes por la mañana.


Pelotón, preparen, apunten, Viva Cristo Rey y fuego.

O este otro corrido “mexicanos a la lucha” que fue una adaptación del himno
nacional mexicano

CORO
Mexicanos, furioso el Averno
A esta patria sus huestes lanzó,
Venceremos a todo el Infierno
Con la Reina que el Cielo nos dio.
I
¡Madre, madre! tus hijos te juran
Defender con valor y denuedo
El tesoro divino que el Cielo
Bondadoso en tu imagen nos dio.
Aunque luche el Infierno y sus huestes
Por destruir nuestros templos sagrados
No podrán esos fieros tiranos
Arrancar de nuestra alma a Jesús.

Coro
Mexicanos, furioso el Averno
A esta patria sus huestes lanzó,
Venceremos a todo el Infierno 85
Con la Reina que el Cielo nos dio.

II
Si el tirano nos lleva al cadalso
Defendiendo tu honor y tu gloria,
Nunca, madre, obtendrán la victoria
Porque aliento nos da nuestra fe;
Ni el martirio de dura cadena,
Ni la cárcel, el hambre, el dolor,
Temeremos ¡oh Virgen Morena!
Con tu amparo invencible y tu amor.

Coro
Mexicanos, furioso el Averno
A esta patria sus huestes lanzó,
Venceremos a todo el Infierno
Con la Reina que el Cielo nos dio.

III
Ciñe ¡oh Reina! corona de olivo,
a esta patria que el dedo divino
Señaló como eterno destino,
Y si osare la CROM, tu enemiga,
Infestar con su aliento este suelo,
Manda ¡oh Reina invencible! del Cielo
A las huestes que Cristo formó.

CORO
Mexicanos, furioso el averno
De Sonora las huestes lanzó
Venceremos a todo el Infierno
Con la Reina que el Cielo nos dio.

El pueblo mexicano es ferviente católico, vive su fe aunque de manera


tradicionalista, es decir, sin saber concretamente que es la fe, pero su
sacrificio es inusual e incomparable con otros países. Las campanas de los
templos jamás dejarán de resonar, mientras exista un hombre de fe. Estoy
casi seguro, de haber otro levantamiento de esta índole, no dudaría que los
primeros en alistarse serán los curas, las monjas, los seminaristas y los
fieles.

86

Esta foto que tienes en tus manos, nos los repartieron los mismos soldados,
se trata del martirio de un sacerdote.
___________________________

CAPITULO IX.
_________________________________________

El ÚLTIMO GRITO

—Ufff… Ufff… Cofff…cofff…. Ayyy, ayyy…Estoy muy agotado, no de


tanto hablar, sino de cargar consigo una angustia muy pesada, como fue la
muerte de mucha gente, hasta cierto punto me siento inocente de todas 87
estas atrocidades; no tanto como la de los maestros, pero creo que ya me
quité todo el peso con el hecho de confesártelo
—Lástima que no soy cura para darte la bendición, con esto te redimiría
tus pecados aquí en la tierra y te abriría las puertas del paraíso celestial.
—En el umbral de esta confesión, mis recuerdos quisiera convertirlos en
una roca inquebrantable, sé que eso no es posible. Se acercan los minutos
de la premonición que tuve en el portal. Espero, que la historia no me
recrimine por una vanagloria personal, más bien, que vean las emociones
humanas de mi participación.

Estimado amigo, valora lo positivo de este juicio, y lo negativo que se


esfume como la sombra oscura puesta en el cenit —expresé de manera
melancólica, a mi amigo Cándido.

—Más de la mitad de mi existencia lo he vivido en forma desnaturalizada,


siempre ocultando mi nombre, y huyendo de aquellos seres, cuya única
manera era ayudarme a la redención de mi alma, por supuesto hablo de los
redentores espirituales, los que pueden absolverme de mis pecados, sin
embargo, nunca lo hice. Después que he vaciado la inmundicia de mis
añoranzas contigo, no espero recibir un premio por ello, solo espero lo
adecuado por parte de mi Creador. Ahora que la luz del astro rey declina
hacia aquel horizonte, me dispongo cerrar el paréntesis de mi vida mortal. La
tarde se avecina, la eufonía armónica de los seres diminutos es
imperceptible a nuestro oído. La respiración de los árboles es un silbido con
decibeles progresivos, que solo los de sentido más agudo lo perciben. Para
el enamorado, la noche es bella, para el poeta es la sublime imaginación,
para el místico es la presencia del Absoluto, y para el moribundo es la lucha
eterna contra la muerte, solo pensado, jamás pronunciado.

—Cada ser humano que se mueve sobre la faz de la tierra, sabe que la
noche está cubierto de un misterio incomprensible, de cualquier manera
tenemos que aceptarlo, aunque sigamos con nuestra ignorancia desde el
nacimiento hasta el final de nuestra existencia —convine en decir.
—Estoy de acuerdo contigo.

Así, creí de igual forma que mi amigo, solo él, podía percibir el misterio
que lo aguardaba a aquella noche. Él, y solo él, pudo en aquel instante
apreciar el jadeo de la muerte, que llegaba ya. La muerte estuvo todo el
tiempo sentada junto a la chimenea esperando pacientemente, que Cándido
Aguilar diera el último suspiro. Aquellos momentos que se asomó por una
rendija de la puerta para ver aquella alma que pedía clemencia, la muerte se
conmovió para no llevar aquélla alma, pero, ya todo estaba finalizado.

—Cándido, despierta te llevaré a descansar a tu cama.


—Me parece lo correcto querido amigo.

Creo que nuestra vida es un paréntesis entre el ayer, y el mañana. Sólo


con la muerte se cierra el círculo final de una vida activa o pasiva. No sé qué
me ocurrió decir nada este momento. Era tanta mi inconsciencia que en vez
de agradecer a Dios por cada amanecer, por la vida, por las oportunidades
que nos regala, me revelé en contra de él, porque se llevaba a mi mejor
amigo. Quisiera que el tiempo se detuviera, pero eso es imposible. Sólo me
queda aceptar que te veré en el más allá —me dije muy convencido de 88
manera silenciosa.

Entre el cansancio físico y espiritual, el toser de manera incontrolable, el


temblor de la mano, lo llevé que descansara, no sin antes agradecerle todos
los beneficios recibidos en vida, y lo narrado de su propia existencia.

Mientras él dormía, permanecí a su lado junto a su cama por si le llegara a


ofrecerle algo. Casi todo ese tiempo estuve observando su rostro, un rostro
flagelado por el tiempo y las circunstancias de la época.

Esa misma noche del domingo, mi amigo poco a poco fue dejando de
respirar. Su agonía final duró dos horas. Su corazón latía cada vez
débilmente. Cuando intentó coger mi mano, su cuerpo se percibía leves
sacudidas, finalmente fueron disminuyendo. Al aminorar los latidos del
corazón; sus ronquidos se apagaron lentamente.

Todo ha terminado —dijo a voz en cuello.”La muerte ha llegado por mí,


me marcho feliz. Dicho estas palabras fue cerrando lentamente los ojos. “El
General”. Mi amigo, poco a poco dejó de respirar. Jamás aceptó que le
trajera un sacerdote, yo mismo le di la última bendición, espero que la iglesia
jerárquica y Dios, me perdonen por tomar una atribución que solo
corresponde a los sacerdotes, tal vez como soy bautizado, recordé las
palabras “Eres sacerdote, rey y profeta”, por eso lo hice sin saber lo que
significa todo este rito, y lo que implica ser ignorante en las cosas sagradas.

Murió en mis brazos.


El último suspiro, el último grito
casi inaudible que
escuché de él, fue:

¡Viva Mi Cristo Rey!

FIN

También podría gustarte