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Epitelios se entrelazan al menos dos voces, en realidad son muchas más o quizá sea sólo
una: Rut y Emma. Quién es Rut, quién Emma. Emma es la voz, Rut el cuerpo. Sí, pero
ambas son también la deconstrucción de ese par jerárquico que la cultura heterosexual,
masculina impone: el cuerpo siente/la mente piensa. Emma es un cuerpo pensante, Rut, una
mente que siente y actúa; a final de cuentas, ambas son escritura. En Rut resuenan ecos
bíblicos, es la mujer que acata la ley del padre. En el antiguo Testamento Rut sigue a
Noemí, su suegra, cuando ambas quedan viudas, estableciendo así una sociedad incluso
más fuerte que el matrimonio. Y Emma Kantan, imposible no pensar en Immanuel Kant,
padre de la modernidad deliciosamente invertido y adornado con las galas de Emma
Bovary. Emma Kantan, heroína donde las haya, traza con su caminar un deseo de
liberación a contracorriente de Kant y la idea moderna de emancipación; Emma busca
liberarse de la represión de los sentidos, es decir, de la dictadura de la razón, busca el placer
corporal, y lo encuentra, aunque entreverado de violencia y muerte. Busca y busca, y lo que
halla es poesía, escritura.
El epitelio es el “Tejido animal formado por células en estrecho contacto, que
reviste la superficie, cavidades y conductos del organismo”. Un tejido es un epitelio
formado por varios hilos entrelazados. Se dice que alguien tiene un hilo de voz si habla
muy bajo y resulta difícil de oír. Hay muchas voces casi inaudibles. Las mujeres hemos
hablado con un hilo de voz durante milenios. Un hilo que aunque para ciertas orejas resulte
insignificante o imperceptible, no se ha roto y a más de uno ha sacado del laberinto. Un hilo
que por mor de sobrevivir se reviste de una teleología aparente: Penélope no teje para
postergar su unión con alguno de los pretendientes en espera de Ulises, sino para
permanecer libre; Ariadna no libera a Teseo sino a minotauro. Este hilo, epitelio de Emma,
de Rut, de María Magdalena, escritura, como apunté antes, por veces prosaica, policiaca, se
encrespa por el rumbo de los anillos periféricos y dice no sólo la cascada ciudad paciana en
sus personajes tristes o pintorescos, sino que teje un palimpsesto en el que se puede leer la
huella de la ciudad en el cuerpo, del cuerpo en el deseo, del cuerpo y el sueño en la
escritura, pues qué hay después de la liberación, qué queda al cerrar el libro, al elevar una
plegaria o una maldición; qué queda del cuerpo violentado de la ciudad/mujer sino un hilo
de voz. “La calle está manchada de versos.”2
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