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14 de mayo de 2019, mientras nos ahogamos

Sobre Epitelios de Natalia González


Comienzo con una obviedad, Epitelios es definitivamente un libro que hay que leer no una
ni dos, sino varias veces porque, como una ciudad, no se entrega de un solo golpe, sino que
invita a recorrerlo una y otra vez; desde que Natalia tuvo a bien invitarme a participar en
esta presentación lo he leído cuando menos cuatro veces al hilo y varias más saltando
páginas, deteniéndome o recorriéndolo al desgaire, porque es un texto que al tiempo que
juega con un desarrollo lineal tradicional con inicio, desarrollo y desenlace (a la manera del
thriller policiaco), puede leerse fragmentariamente, sólo atendiendo a la poesía que se nos
presenta en cualquier página abierta al azar, como quien da vuelta en una esquina y se da de
frente con una plazoleta, una fuente, un parque, un mercado, un lote baldío.
Desde la primera lectura llamó poderosamente mi atención una suerte de doble
personalidad del libro, por un lado prosaico, por otro, intensamente poético; en varios
sentidos profundamente moderno y en tantos otros deliciosamente crítico de esa misma
modernidad. Es, creo, este continuo desdoblamiento el que lo hace ir más allá de la poesía
bien escrita que definitivamente es pero que no lo colma ni lo ahoga. Aquí la poesía deja de
ser sólo lo “bien escrito” para rozar fibras que resuenan más bajo. A lo largo de las páginas
de Epitelios retumba el deseo, el placer reprimido, la religiosidad un tanto pagana de la
ciudad de México; la violencia machista sobre las mujeres y una poesía que lanza tantos
cuestionamientos como caras tiene la ciudad.
La calle, ese epitelio que nos cubre de palabras; el lenguaje, cuerpo que nos hace
inteligibles ante el espejo donde un otro nos mira con nuestros ojos; la ciudad, cúmulo de
voces, de cuerpos: “¿Será, acaso, que la ciudad, el campo,/ la montaña, la playa de origen,
nos definan?” pregunta la voz de Rut/Emma. Y más adelante: “Hay receptores donde
menos lo imaginas;/ dan respuestas genuinas a las preguntas./ Una mente racional se
perdería en esto,/ pero te invito a que la observes,/ a que contemples su diálogo imaginario./
Emma sueña entre los paralelos/ de la realidad y la ficción.”1
Y en esos mismos paralelos se encontrará el lector que se deje llevar por la voz de
Emma, como un flâneur caminará la ciudad que ella le muestra al hacer el trayecto de su
propia búsqueda, los rincones que con su voz ilumina, el deseo que la subyuga. En

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Epitelios se entrelazan al menos dos voces, en realidad son muchas más o quizá sea sólo
una: Rut y Emma. Quién es Rut, quién Emma. Emma es la voz, Rut el cuerpo. Sí, pero
ambas son también la deconstrucción de ese par jerárquico que la cultura heterosexual,
masculina impone: el cuerpo siente/la mente piensa. Emma es un cuerpo pensante, Rut, una
mente que siente y actúa; a final de cuentas, ambas son escritura. En Rut resuenan ecos
bíblicos, es la mujer que acata la ley del padre. En el antiguo Testamento Rut sigue a
Noemí, su suegra, cuando ambas quedan viudas, estableciendo así una sociedad incluso
más fuerte que el matrimonio. Y Emma Kantan, imposible no pensar en Immanuel Kant,
padre de la modernidad deliciosamente invertido y adornado con las galas de Emma
Bovary. Emma Kantan, heroína donde las haya, traza con su caminar un deseo de
liberación a contracorriente de Kant y la idea moderna de emancipación; Emma busca
liberarse de la represión de los sentidos, es decir, de la dictadura de la razón, busca el placer
corporal, y lo encuentra, aunque entreverado de violencia y muerte. Busca y busca, y lo que
halla es poesía, escritura.
El epitelio es el “Tejido animal formado por células en estrecho contacto, que
reviste la superficie, cavidades y conductos del organismo”. Un tejido es un epitelio
formado por varios hilos entrelazados. Se dice que alguien tiene un hilo de voz si habla
muy bajo y resulta difícil de oír. Hay muchas voces casi inaudibles. Las mujeres hemos
hablado con un hilo de voz durante milenios. Un hilo que aunque para ciertas orejas resulte
insignificante o imperceptible, no se ha roto y a más de uno ha sacado del laberinto. Un hilo
que por mor de sobrevivir se reviste de una teleología aparente: Penélope no teje para
postergar su unión con alguno de los pretendientes en espera de Ulises, sino para
permanecer libre; Ariadna no libera a Teseo sino a minotauro. Este hilo, epitelio de Emma,
de Rut, de María Magdalena, escritura, como apunté antes, por veces prosaica, policiaca, se
encrespa por el rumbo de los anillos periféricos y dice no sólo la cascada ciudad paciana en
sus personajes tristes o pintorescos, sino que teje un palimpsesto en el que se puede leer la
huella de la ciudad en el cuerpo, del cuerpo en el deseo, del cuerpo y el sueño en la
escritura, pues qué hay después de la liberación, qué queda al cerrar el libro, al elevar una
plegaria o una maldición; qué queda del cuerpo violentado de la ciudad/mujer sino un hilo
de voz. “La calle está manchada de versos.”2

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P. 108

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