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Ana María Crespo cubículos grisáceos y sella documentos para

vivir.
09/11/2019

Pero él escribía, así fue como lo conoció, llegó a


El Viera como le gustaba llamarlo, era un tipo de
su blog por recomendaciones de una amiga que
esos que es inevitable conocer al menos una vez
sabía de su afición por las historias. Por las
en la vida. Su nombre de pila lo tenía reservado
tardes, cuando terminaba las labores en el campo
para la libreta de apuntes donde no necesitaba
con las manos aún manchadas por arrancar
contenerse y escribía cosas cursis del calibre
malezas a mano, sacudía el lodo de sus zapatos,
“deseo volver a acariciar esa piel” o ficcionaba
encendía la portátil y leía una nueva entrada.
sobre un posible desenlace feliz para su historia.
Cuando quiso dejar de pasar desapercibida,
El Viera pertenecía a la típica familia
empezó a escribir breves comentarios sobre sus
disfuncional que vive en zonas burguesas, en
textos, más un edulcorado “Me encantó leerte”.
esos edificios con luces de encendido
Él nunca respondía. Pero esa fantasía de acortar
automático, con ascensores aromatizados y
distancias se materializó cuando empezaron a
pasillos donde todo brilla y se respira asepsia. En
chatear por el messenger.
su cuarto tenía un poster del Morrison pegado en
Llévame a conocer tu ciudad, pero no quiero ir ni
la pared. Ese donde sale con los brazos semi
al malecón, ni a un ninguno de esos sitios para
amputados y las costillas pronunciadas en blanco
turistas, le había pedido el Viera. Y claro que
y negro. Desde su ventana se podían ver con la
fueron a esos sitios, aunque no importó porque
misma intensidad los atardeceres y la tienda
aprovecharon cualquier esquina para besarse con
donde venden Pilsener.
desesperación y hacer promesas de las que nadie
Nunca hablaron sobre trabajo, pero ella sabía que
cumple. Hasta subieron a un mirador para
era un oficinista. Esa palabra no describe a qué
contemplar como la ciudad se reduce a un
se dedica el sujeto en cuestión. Oficinista solo
conjunto inofensivo de lucecitas y para morderse
nombra el sitio donde un sujeto pasa un mínimo
los cuellos con violencia. El Viera creía que para
de ocho horas sentado frente a una pantalla.
besar con pasión había que introducir la lengua
Quizá hasta era un burócrata, y pensar eso la
como si fuese una sonda exploradora en
escandalizaba un poco, pues sentía cierta
territorios extraterrestres.
aversión por la gente que habita pequeños
Tampoco hablaron de las cosas que ella hacía en profesora buscaba un voluntario para extraerle

la universidad, de sus experimentos de sangre y observarla al microscopio. De las que se

mejoramiento de oleaginosas. Nunca le contó reía cuando los demás niños lloraban en la fila el

que pasaba largas horas en un frio laboratorio con día de vacunación.

poca iluminación, reproduciendo hongos


Ya sea con peluches o fotografías, la gente
benéficos sobre arroz, largas horas sentada
inventa formas de decirse a sí misma que amó o
moviendo las manos mecánicamente, inoculando
que fue amada. Ella recolecta objetos, cuando
un microorganismo de aspecto verdusco que el
regresa a casa en su cartera se pueden encontrar
centro de investigaciones vendía a los
al menos cinco cosas diferentes seleccionadas al
agricultores de la zona. Sus encuentros ponían
azar. El más preciado es un mechón de cabello
en suspenso las cosas que ambos hacían a diario.
rojo envuelto en cinta transparentes que le
Estar juntos era morir un poco cada vez. Habían
pertenecía a un chico con pecas cerca de los
desarrollado un gusto por dejar huellas
labios. Para hombres como el Viera tenía
amoratadas sobre el cuerpo del otro, marcas de
reservado un método más natural para hacer que
combate, un dulce recordatorio de que se
su recuerdo no se diluya con tanta facilidad,
pertenecían.
sobre todo si las cosas no funcionan y se

En esta época del año los árboles de la ciudad precipitan contra el piso.

florecen todos al unísono. La suciedad de la calle


El Viera dormía ajustado entre las sábanas, lo que
parece camuflarse entre los colores de las flores
dificultaba un poco el procedimiento. Cuando
que se desperdician sobre los parabrisas de los
empezaba a roncar le introducía con cuidado un
autos parqueados. Pétalos amarillos que por
pequeño catéter. Cinco mililitros de sangre fresca
momentos inundan las aceras y que a ella le
en ayunas surtían el mismo efecto que el café
recuerdan el color que van tomando sus
tiene en ciertas personas por las mañanas. Esto lo
hematomas cuando están a punto de
repetía su compañera de laboratorio, una mujer
desvanecerse. Lástima que las heridas no duren
de aspecto pálido, pero llena de vitalidad a la que
para siempre, pensó. De pequeña siempre
desperdiciar su sangre menstrual le parecía una
apresuraba a retirarse las costras pardas que
locura. Por eso temía invitarla a su departamento,
protegían la piel para disfrutar como volvía a
ella era capaz de tragarse su nutrida colección de
brotar un líquido rosáceo de sus rodillas. Era de
tipos sanguíneos que con tanto esmero había
las niñas que levantaban la mano cuando la
aprendido a cosechar en estos últimos años.

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