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Didáctica de la escritura en la
escuela primaria y secundaria (pp. 50-107) (5ª edición, Buenos Aires:
Editorial Aique)
Capítulo 5. Introducción
Cuando los niños escriben nos van mostrando sus necesidades, sus experimentos
y expectativas; por ejemplo, algunos necesitan releer más, otros nunca releen; para
algunos son importantes las pausas al leer, otros usan de manera no
convencionales los signos de puntuación, etc. La autora, narrando las experiencias
frente a los textos de los niños, se pregunta “¿Qué significa todo esto? ¿Qué nos
están mostrando esos chicos y cómo podemos ayudarlos a crecer?” (p. 51).
Para McCormick, son dos ejes los que orientan nuestra tarea docente: reconocer
cómo los niños se desarrollan como escritores y cómo se favorece ese crecimiento;
para hacerlo es necesario desplazar, mover nuestros asientos hacia cada uno de
los nobeles escritores, recorrer las aulas y permitir que nos enseñen cómo
aprenden, de manera que la enseñanza y el aprendizaje se entremezclan. Al
respecto, la autora menciona que algunos investigadores han sugerido que los
modelos de comunicación entre los recién nacidos y sus madres son un claro
ejemplo de la interacción natural enseñanza-aprendizaje, puesto que los dos se
responden entre sí de manera tan fluida que es imposible saber quién empieza y
quién sigue. Es así, que se requiere fortalecer un enfoque de enseñanza centrado
en el niño y en la configuración de aulas en las que se propicie ese desarrollo.
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pueden resultar ser momentos de desequilibrio a través de los cuales se accede a
nuevos niveles” (p. 53). En síntesis, lo central es contar con un mapa de ruta
tentativo construido a partir de los conocimientos del maestro sobre la evolución de
la escritura, y desde su experiencia como observador y acompañante del proceso
de los niños.
Para los niños, la escritura es una exploración que se hace con crayones y lápices;
es así que, mucho antes de ingresar a la escuela, dejan sus marcas en ventanas o
paredes; surcan con sus dedos la arena, etc. Como señala Vigotsky, la escritura de
los niños pequeños forma parte de la gestualidad y los adultos, al darles significado
a los gestos, les están ayudando a comprender el poder de sus gestos y, luego, el
de sus sonidos tempranos.
Y continúa diciendo:
Como se observa en las dos citas anteriores, la autora plantea la relación entre
lenguaje oral y escrito, afirmando la necesidad de dejarnos guiar por la manera
cómo los niños aprenden a hablar (para fines reales, usándolo en contextos
comunicativos); pues, en esas situaciones los adultos no se centran en corregir
errores, sino en interpretar lo que están tratando de decir, y se mantiene la confianza
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de que, con el tiempo, su habla será cada vez más cercano al lenguaje adulto y
responderá a las complejidades de nuestra lengua. Se trata, pues, de que los
maestros empiecen a reaccionar a las escrituras tempranas de los niños, igual que
los padres responden al habla temprana de sus hijos, y así los niños van
aprendiendo que las marcas sobre el papel (imágenes y/o producciones escritas)
tienen el poder de representar significados.
Una tarea esencial desde el inicio del curso es develar qué es lo que los niños saben
sobre la escritura, algunos conocen los nombres de las letras, pueden escribir
algunas palabras, pero otros pueden saber mucho menos de lo que esperamos; en
cualquier caso, es imperativo convertir las aulas en ámbitos de la cultura letrada,
estableciendo un espacio para que, con libertad, los niños puedan expresar sus
competencias como lectores y escritores, permitiéndoles que escriban “lo mejor que
puedan”; incluso, aunque no usen letras convencionales, pueden estar interesados
en escribir cuentos (utilizando dibujos, garabatos, marcas) y leer sus producciones.
La autora plantea que, cuando les damos a los niños tiempo, materiales y aliento,
ellos “usan el saber que traen, cualquiera que sea su nivel, de modos
sorprendentes” (p. 58).
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La autora destaca el carácter fundamental de generar en aula un clima de acogida
y respeto por las producciones de los niños y, por eso, afirma que el principal
consejo para los maestros es que se maravillen con lo que ellos hacen, tratar de no
asustarse con sus errores, darles oportunidades de escribir y brindar aulas con un
enriquecido ambiente letrado. Así, el rol del maestro es esencialmente darles
tiempo, materiales y la estructura para “todo el proceso de
escritura/conversación/lectura/escucha” (p.65).
La autora reitera la idea de que los niños pueden escribir mucho antes de lo que se
solía creer posible, “aprenderán a escribir escribiendo y conviviendo con la
convicción de que yo soy alguien que escribe” (p. 69).
Preparación
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de actividades de los chicos; tratándose de los más pequeños se cumple eso de
que el medio es el mensaje.
Los dibujos no cumplen los propósitos que los adultos le damos a la preparación;
pues, los niños no están evaluando temas, ni anticipando una respuesta del público
a su relato ni pensando en su producto final. Chris, al igual que muchos niños de
jardín y primer grado, tiende a actuar en el aquí y en el ahora “escribe por el placer
de la actividad más que por el producto final” (p. 73).
Para la autora, los dibujos también les ayudan a los niños con el problema de la
selección de un problema sobre el cual escribir. En tal sentido, ella ha observado
que los dibujos de los niños también se transforman: al principio suelen presentar
un mundo completamente fijo, “los dibujos muestran un alineamiento frontal
estático” (p. 74), pero luego, mediante “brazos de palitos o líneas, puntos y flechas
la acción ingresa al dibujo” (p. 74).
Al respecto la autora menciona: “Susan Sowers constató que cuando la acción entra
en el dibujo infantil, los textos tienden a cambiar de los del tipo “todo sobre” o libros
de atributos, a las narraciones” (p. 76).
Para Sowers (citada por McCormick), los libros son narrativos, si poseen un orden
cronológico. Los libros atributivos (los “todo sobre…”) dicen algo de un personaje o
una figura, pero no hay secuencia de hechos que los impulse a continuar
escribiendo, así que cada enunciado puede ser el último del texto.
Ahora bien, aun sabiendo que el dibujo puede ser una fase preparatoria de la
escritura, es necesario considerar otras situaciones, en las que este ya no es un
medio efectivo de preparación; pues, los dibujos ya no ayudan a la producción
escrita (por ejemplo, cuando la elección de temas se ven limitada por el repertorio
pictórico del niño o cuando dibujan después de escribir); acá adquieren un papel
esencial las entrevistas entre compañeros, para ayudarles a los niños a releer. Así
las cosas, es importante tener presente que ninguna solución funciona para todos
los niños o para siempre; se puede introducir el dibujo como una forma de
preparación; pero, es fundamental estar atento y observar si el dibujo empieza o
está limitando la escritura infantil, y quizá darle un tiempo y espacio separado a cada
actividad, pues dibujar sigue siendo importante para los niños.
Borrador
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Ahora bien, considerando la escritura como un proceso que apela a otras
habilidades del lenguaje, la autora afirma que “además de los cambios en el uso de
las convenciones los observadores de niños pequeños advertirán muy pronto
cambios en los comportamientos orales que acompañan la escritura” (p. 81), y
especialmente, llama la atención sobre el hecho de que para muchos niños
pequeños la escritura esté entrelazada con el lenguaje oral “el habla como el dibujo
provee un marco en el cual construir el texto” (p. 81). Posteriormente, cuando el niño
se va haciendo un escritor más fluido, la brecha entre su discurso oral y su escritura
se achica. Sin embargo, parece que suelen volver a las vocalizaciones, como si de
nuevo necesitaran un contexto de apoyo para su escritura, cuando encuentran
nuevos desafíos.
Revisión
Cuando los niños hablan de lo que escribieron o hacen como sí releyeran o leen en
voz alta sus textos –esto es, cuando tienen un oyente receptivo–, es frecuente que
realicen revisiones y agregado; este acto es una parte muy natural de la escritura
de niños pequeños y puede ser considerado como una forma inicial, precoz, de
revisión o como parte del borrador; pues, entre los dos, no existe una división
claramente definida. En este momento del desarrollo, la autora resalta que también
es frecuente que los niños estén menos dispuestos a la relectura; fenómeno que no
es exclusivo de la escritura, pues en todo lo que hacen “parecen estar yendo hacia
delante” (p. 85), terminan un dibujo y siguen en otra cosa.
Una forma de ayudarlos a avanzar en este momento es permitirles que trabajen por
mesas, en grupos, para que interactúen entre sí y con sus textos a lo largo del todo
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el desarrollo del taller; así como contemplar otras formas de organización del
espacio, como destinar áreas para entrevistas más extensas con los pares.
En cuanto a las entrevistas con pares, es frecuente que los maestros se pregunten
por la eficiencia de las mismas, es decir, si están o no los niños preparados para
desarrollarlas; al respecto, McCormick señala que las primeras conferencias,
aunque no sean de escucha activa, son interacciones que cumplen sus propósitos,
dado que les van permitiendo a los niños aprender a hacer más explícitos sus textos
escritos e ir aprendiendo a mirar sus textos con ojos de lector. Lo interesante acá
es observar cómo los niños cambian e incorporan distintas formas de revisión,
producto de esa conversación con pares; algunos abandonan el añadido de
oraciones (como forma de revisión) y realizan otras acciones como cambios en la
disposición de las páginas de sus libros, subdivisión del libro en partes menores,
modificación del título, invención oral del final, etc.
Corrección
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textos correctamente escritos; pues, el asunto ortográfico corresponde a las etapas
finales del proceso de escritura.
Para la autora, la práctica imprescindible es animar a los niños de cinco y seis años
a corregir sus borradores, y esta experiencia se puede introducir desde los primeros
días de taller de escritura; por ejemplo, en las escuelas de Nueva York, se traía “La
Caja Azul” para el trabajo final, McCormick explica la experiencia así:
Preparación
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territorio de contrarios. Ya les queda poco de su pasada confianza, “es como si se
los hubiera despojado de la cubierta protectora del egocentrismo” (p. 94). Empiezan
a tener conciencia del lector, de la recepción, y esta conciencia viene emparejada a
distintas preocupaciones, a distintas preguntas (¿les gustará mi cuento?), y
empiezan a sentir el bloqueo del escritor. Este comportamiento representa un
progreso; pues, los niños van siendo cada vez más capaces de tomar distancia y
de ver su obra con los ojos de otro, evalúan lo escrito y piensan en la posible
audiencia.
Gardner (1980), citado por McCormick, afirma que el niño de siete y ocho años
presenta como característica central un marcado interés por la manera correcta de
hacer las cosas, quiere “usar bien” el lenguaje; por ello, el uso del lenguaje figurativo
se restringe. Así, muestran capacidad de mirar hacia atrás y hacia delante, y todo
esto hace que la fase de preparación de la escritura ahora sea diferente. Ya no son
como los niños de primer grado que dan por sentado que sus ideas son valiosas
(pues en esta edad, estos niños son el centro del universo), ahora se muestran más
inseguros y la preparación, o ensayo, se convierte en una oportunidad para la
búsqueda de temas y para el desbloqueo del escritor.
Para lograr que las entrevistas sean conversaciones cada vez más efectivas, la
autora informa que realizó “demostraciones de técnicas de entrevista
conferenciando públicamente con un niño y pidiendo a los demás que observen” (p.
97) o haciendo que los chicos la entrevisten y modulando el tono de voz de las
respuestas, a fin de mostrar el efecto de las buenas preguntas. Sin embargo,
aunque progresivamente se les ayude a los niños a reconocer la necesidad de
escuchar, la importancia de las preguntas abiertas, entre otras cosas, el énfasis no
está puesto en la enseñanza de las técnicas de entrevista; los diálogos entre niños
en sí mismos son importantes.
La autora recuerda que es útil escuchar las entrevistas entre pares, no solo por
supervisar a los niños, sino porque permite identificar sus dinámicas y dificultades;
por ejemplo, es frecuente que los entrevistadores lleven a los escritores hacia una
escritura de atributos, de manera que cuando un niño manifiesta que escribirá sobre
su bicicleta, la respuesta natural parece ser “dime algo sobre tu bicicleta”. Una
alternativa frente a esta situación es que el maestro intente mostrar una forma
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diferente de preguntar, por ejemplo, “dime que te gusta hacer” o “qué cosas haces
con tu bicicleta”. Otra dificultad frecuente es que, cuando el niño ha terminado de
contar su cuento al compañero, le es difícil volver al comienzo de la narración para
ponerla por escrito y terminan escribiendo un pedazo de ese relato u otro texto
completamente diferente. En esta situación, puede ser útil terminar la entrevista con
la pregunta del oyente al escritor sobre cómo empezará su cuento.
Los niños en segundo grado enfrentan distintos problemas, por ejemplo, considerar
tontos sus temas, aún después de la entrevista; sentir que no tienen temas o tener
tantos que les resulte difícil elegir. Es por esto que la autora afirma que “el segundo
grado tiene cosas en común con la adolescencia. Ambas son etapas de
vulnerabilidad” (p. 98); dado que aumentan sus capacidades y tienen mayor
conciencia de sí mismos; pero, también se muestran más inconformes; sin embargo,
también tienen momentos de fervor y energía.
Borrador
A partir de experiencias como la anterior, se espera que pronto los niños avancen
del borrador a las entrevistas o conferencias entre compañeros. Al respecto
McCormick afirma:
Ahora bien, lograr que las voces de los chicos se hagan oír en sus relatos es un
paso adelante; no obstante, los textos de los niños de segundo grado, por lo general,
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son historias que siguen y siguen, están cargados de ‘y’, ‘después’ y de
coloquialismos. Según la autora, esto se explica porque los niños de siete años aún
no tienen la capacidad de ir y volver por la secuencia de acontecimientos “para
manipularlos, evaluarlos o sintetizarlos” (p. 102). Es así que éstos niños tratan de
contar todo lo que les sucedió desde que algún acontecimiento inició para finalizar
con frases típicas como “y volvimos a casa” o “me fui a dormir”. Para hacerlos
avanzar es favorable preguntarles algo como: “de todo eso ¿qué es lo que más te
interesó y en lo que más te gustaría concentrarte?” (p. 102). Aún en este caso, es
posible que los niños respondan que quieren contarlo todo, quizá porque para un
niño de segundo grado la selección de temas es difícil. Incluye toda la línea
argumental no solo porque está desplegando sus nuevas capacidades para escribir
cuentos largos, de lo cual se siente muy orgulloso, sino “porque concentrarse en
determinado incidente exige más distancia y más pensamiento abstracto” (p. 102).
En este apartado, la autora nos recuerda que los niños escriben narraciones
cronológicas (lo que sucede de principio a fin en una determinada experiencia);
pero, son igualmente capaces de producir libros “todo sobre” o atributivos. “Esos
catálogos de información por lo general se organizan de acuerdo al flujo de
conciencia de los chicos durante el episodio de escritura. Si los maestros los ayudan
a organizar sus libros en una secuencia de capítulos, ellos pueden clasificar su
información en categorías” (p.102).
En relación con lo anterior, la autora menciona algunos de los motivos que quizá
explican por qué, al parecer, segundo grado es una etapa de escribir en patrones o
en estructura fijas:
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bien) impliquen que ellos desean que sus textos se parezcan a lo que han
leído?
Para el cierre, de sus aportes sobre el borrador en los niños, la autora plantea:
Revisión
El hecho de que algunos niños escriban piezas cortas y formales, y otros, largos
relatos muestra diferencias referidas a puntos del desarrollo del proceso escriturario.
Segundo grado es una etapa de crecimiento y la revisión es su fuerza impulsora.
Por esta razón, la actividad de revisión es disfrutable; los niños pueden añadir tiras
de papel, recortar sus textos, poner flechas en los márgenes realizando revisiones
por agregación, las cuales son fáciles porque no les exigen evaluar alternativas para
un texto ni criticar su texto original, son concretas. Así, hablando, leyendo y
añadiendo, los niños van descubriendo más cosas para decir, e inventan modos de
insertar sus palabras adicionales en el texto original.
Así las cosas, y como plantea la autora, dado que la revisión se adapta fácilmente
al nivel evolutivo y los intereses de un niño de siete años, el proceso de revisión se
hace gustosamente y de forma independiente. “Algunas salas de segundo grado
empiezan a parecerse a talleres de carpintería verbal, donde los chicos serruchan
y componen y arreglan materiales” (p. 106). Sin embargo, en otras aulas de
segundo, también se observa que los niños escriben, luego pasan a otras nuevas
composiciones y, raramente, vuelven a un texto para trabajar sobre este. Y aunque
pueda ser preocupante el hecho de que los niños rara vez revisen sus
composiciones, se tiene que mantener en mente el propósito central: hacer que los
niños amplíen lo que pueden hacer como escritores, y no solamente que entreguen
o realicen borradores, aunque esto sea parte del proceso.
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