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¿QUÉ ES UN MENDIGO?

En mi opinión, esos indigentes, o esos vagabundos con los que nos encontramos por la
calle con mayor presencia de la que sería deseable lo correcto es que no hubiese ninguno
esos a los que a veces evitamos ver o mirar para que nuestra conciencia no nos provoque
un terremoto emocional, esos que despiertan en nuestra mente un comentario egoísta
(“ojalá nunca ni mi familia ni yo nos veamos en esa situación”), o que tocan la fibra más
sensible de nuestro corazón y despiertan nuestra empatía, nuestra solidaridad o
cualquiera de los sentimientos más nobles de los que disponemos como Seres Humanos…
esas personas merecen que les dediquemos nuestra atención.
Y conviene estar muy atentos.
Son personas por no son mendigos: son personas ejerciendo la mendicidad. No son
vagabundos: son personas sin hogar. Siempre son personas.
La persona que mendiga, por el hecho de hacerlo, está reconociendo ante la sociedad lo
que ésta considera “un fracaso”, está reconociendo su falta de éxito en lo que la sociedad
tipifica como tal.
Está humillándose ante aquel a quien pide, y está renunciando a una parte de su dignidad
al mostrarse de ese modo –aunque la dignidad no debiera abandonarle nunca y en ningún
caso.

Detrás de la decisión de pedir en la calle hay una gran frustración como persona, el
hundimiento más doloroso, la persona se siente abatida y para llegar a esa decisión, detrás
de ella hay llantos, desesperación, muchos días y noches de sufriendo, ante su situación de
no encontrar salida; tal vez teniendo que ver y padecer las necesidades que pasan sus
hijos o allegados, y con la renuncia dolorosa a todas sus ilusiones y proyectos y deseos.
Mendigar, o pedir, o suplicar -que es el reconocimiento de no tener-, parece ser una
degradación y deshonra.
Extender la mano pedigüeña, con la mirada gacha la mayoría de las veces, con la tristeza
reflejada en toda su presencia, sin que la desesperación le abandone ni un momento, es
uno de los actos más desgarradores por los que puede pasar una persona.
Detrás de cualquiera de esas personas hay una autoestima desecha, una vida sin vida.
Decidir “voy a salir a la calle a pedir” es un acto al que sólo lleva una impotencia
desesperante. Aunque también hay personas que no mendigan en la calle, pero también
necesitan -y lo sabemos- y conviene hacer algo por ellos, aunque no lo pidan.
Me gustará que la próxima vez que te encuentres con un mendigo le veas con otra mirada.
Que le des los buenos días, que le mires a los ojos con ternura y toques su mano, que le
dediques una sonrisa y una palabra de ánimo, que veas el Ser Humano que es, que sientas
empatía hacia él. Y si le puedes ayudar económicamente, aunque sea poco, que lo hagas.
No dudes de que, si lo haces desde tu corazón, lo recibirás multiplicado.
Te dejo con tus reflexiones…

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