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Amor o apego, es una forma insana de lo "amado" que ata, que esclaviza incluye el temor

a la pérdida, que causa dolor por ende la dificultad para separarse imposibilita soltar y
dejar ir al objeto "amado" a diferencia del amor no es saludable, no nutre, es doloroso,
anula, al grado de mermar la autoestima. Los apegos no solo se refiere a las personas, a
veces es el dinero, las posesiones materiales, el trabajo, las comodidades que se utilizan
como sustituto de una supuesta "vida feliz" un anclaje, que nos convierte prisioneros
emocionales, dependientes, sin darnos cuenta nos empuja a querer desear lo que no
tenemos o de ser lo que no somos. Aunque ese algo que deseamos no sea necesario,
aunque el deseo que ambicionamos sea imposible, o indeseable. Ese deseo trae de la
mano, invariablemente, insatisfacción, infelicidad una completa frustración, vacío que
marca una baja autoestima.
Un náufrago que había salvado su vida aferrándose a un madero después de que su
embarcación se hundiera, vivía en solitario en una isla desierta. Después de muchos de
silencio y penurias, una mañana vio cómo el mar traía hasta su playa una lámpara brillante
y misteriosa. Dicen que el hombre, sin dudarlo, frotó la lámpara y un genio apareció.
-Voy a concederte dos deseos —dijo el genio—uno por rescatarme del mar; otro, por
liberarme de mi encierro.
El hombre pensó en lo que había soñado durante todos esos años en la isla...
-Quiero tener una botella de cerveza inagotable, irrompible y eterna
-Eso es fácil —dijo el genio—. Concedido.
Una pequeña nube apareció a los pies del náufrago y, dentro de ella, una botella de
cerveza.
El hombre bebió de ella con desesperación y lleno de deseo postergado.
Cuando terminó de dar el trago más largo de su vida, miró la botella y comprobó que
seguía llena.
Rio a carcajadas y empezó a volcar la cerveza en la arena. El chorro del dorado líquido caía
infinito en la playa, pero la botella no se vaciaba. Arrojó entonces su preciado tesoro
contra una roca, pero el cristal no se rompió y la botella continuaba llena de cerveza hasta
el borde.
El hombre dio otro trago interminable y se limpió la boca con la manga de su camisa...
-¿Cuál es tu segundo deseo? —preguntó el genio—. ¿Necesitas tiempo para pensarlo?
El náufrago era insaciable, y los insaciables son muy poco creativos....
-No —dijo el hombre de la isla solitaria—. ¡Quiero tener otra botella igual!
El apego es pensar que una pérdida me dolería mucho, del prejuicio mentiroso de que no
tenerlo me destruiría.
Si creo que no podría "vivir sin ti" haré lo que sea para retenerte: me convertiré en alguien
que no soy para gustarte, apelaré a la lástima, la mentira y aun la violencia para impedir
que te alejes.
Si creo que no podría vivir sin mi trabajo, haré cualquier cosa para conservarlo: soportaré
cualquier abuso, renunciaré a toda otra actividad.
Si creo que no podría vivir sin una determinada cantidad de dinero viviré obsesionado por
acumularlo y conservarlo, sin poder gastarlo.
"No puedo vivir sin ti... Simplemente no podría soportarlo..." Todos sabemos cuan
mentiroso es el planteamiento, toda vez que hemos visto seguir adelante con entereza a
hombres y mujeres que lo han perdido todo: soldados que regresan del frente con
miembros amputados, madres que han perdido a sus hijos, familiares de miles de jóvenes
que han tomado un camino sin retorno de la mano de la droga más cruel.
"rebusques" (como las llamaría el genial Eric Herne) son ideas que funcionan como falsos
justificantes de nuestros apegos, de nuestras dependencias, de nuestra decisión
(consciente o no) dé colgarnos de la existencia de algo o alguien que no soy yo. Porque
esto es lo que sucede con los vínculos dependientes con los otros. Es cierto que hay cosas
que necesitamos para poder continuar con nuestra vida, necesitamos sustento, compañía,
afecto, cobijo y hasta la mirada de alguien... pero debemos comprender que esas cosas no
se encuentran en una sola persona, ni en un único vínculo, ni en un lugar específico.

falso desapego puede en efecto evitar algunos dolores, pero a cambio obtiene algo mucho
más horroroso: la miseria interior.
Las personas que se aíslan y se abstienen del contacto con otros como mecanismo de
huida de la posibilidad de sentir dolor, viven vidas vacías, grises y pobres, obligadas a
descartar rápidamente todo lo que asoma como posiblemente bueno: "Mejor dejarlo
ahora que todavía no me produce dolor... no vaya a ser que me encariñe con esto y luego
lo pierda".
"Si no tengo nada, no puedo perder nada." "Si no me ilusiono, nunca me desilusionaré."
El desapego comienza cuando nos damos cuenta y aceptamos que, como la rosa de El
Principito, todo es efímero, incluso nosotros.
Pero no termina allí.
No se trata de renunciar a tener, ni de dejar de disfrutar de lo que tengo, ni de evitar
implicarse.
Se trata de aceptar profunda y sinceramente que, en cualquier momento, yo podría dejar
lo que tengo, podría dejar de ser posible lo que hago, podría yo perder a quien quiero, o
esa persona podría perderme a mí.
¿Y qué significa "aceptar profundamente"?
Pues no pelearme internamente con eso.
Dejar de pensar: "Eso sería imposible”.
Dejar de creer que si sucediera "Yo no podría soportarlo".
Implica comprender, no sé si con una sonrisa pero por lo menos sin perder la calma, que la
verdad es exactamente.
Desapegarse quiere decir aprender a vivir y disfrutar, aceptando la posibilidad de no tener
con nosotros las cosas que amamos.
Desapego es la capacidad para soltar lo que amo, especialmente sin dejar de amarlo.
Desapego es aprender a dejar ir, sin odios.
Desapego es comprender que, tarde o temprano, "lo otro" nos dejará o habremos de
dejarlo (por lo menos del modo en que lo conocimos hasta ese momento).
Cuando consigo esto, sucede algo maravilloso.
Porque entonces... puedo tener, puedo desear, puedo poseer cosas y armar vínculos sin
volverme dependiente de ninguna de estas cosas.
El desapego, lejos de implicar distanciarse del mundo, es lo que permite relacionarse con
él sin vivirlo como una amenaza.
El desapego es el pasaporte para disfrutar de las cosas que tenemos, no sólo porque
alguna vez podríamos no tenerlas sino a pesar de que alguna vez no las tendremos.
Y esto, por supuesto, incluye la vida misma. Lo bueno y lo malo, lo que se mantiene y lo
que cambia, lo que nunca llegó a ser y lo que ya no es.
Osho siempre decía a los que se acercaban a él:
—Vienes a mí esperando obtener algo, pero te advierto que, si nos va bien, conmigo no
ganarás nada, tan sólo aprenderás a perderlo todo.
la renuncia forzada no es desapego, el sacrificio sufriente no sirve de nada, y el
automartirio no tiene ningún lugar, ni en este camino. Ningún crecimiento espiritual
puede venir de una actitud sin otro sentido que obligarnos a hacer cosas sólo porque otro
nos dice que es muy bueno para nuestro ser esencial.
No hay que confundir la decisión de renunciar a nuestros apegos, anhelos, deseos o
dependencias, con la decisión de renunciar a ser quienes somos...
Aunque quizá... ése no sea más que otro desafío.
Si no consigo vencer este miedo, volveré al refugio de la protegida cárcel de mi conocida
personalidad y cerraré detrás de mí la puerta, de ser posible con siete llaves, para dejar
fuera el dolor, lo desestabilizante o lo desconocido... aun sabiendo que también le cierro
la puerta a todo lo nuevo, a todo lo creativo y a todo lo diferente... aun comprendiendo
que con ello, termino con toda posibilidad de crecer, porque después de todo, crecer no
es otra cosa que abandonar las seguras fronteras anteriores para recorrer espacios
diferentes y para poder vivir nuevas experiencias.
Para empezar a ser quienes somos, el primer desafío es animarse a dejar de lado todos los
roles que hemos ido adoptando a lo largo de nuestra vida, especialmente los que mejor
desempeñamos.
El segundo es vaciarse totalmente de lo que me impida ser en cada momento una persona
libre, absolutamente espontánea y dueña de una conducta no condicionada por la cárcel
de sus propias definiciones de sí mismo.
Esto puede sonar en principio un poco extraño. ¿Cómo puedo vaciarme de mí mismo?
¿No es acaso imposible dejar de ser quien uno es? Si me deshago de mi "Yo",¿qué
quedará? Todas estas preguntas son válidas, pero nos harán perder el rumbo si no nos
damos cuenta de que están formuladas desde el mismo "Yo" que tratamos de cuestionar.
Nuestra personalidad es de alguna manera un lugar protegido, un espacio donde hemos
crecido hasta llegar a ser quienes somos, un lugar que, aun sabiendo que nos queda
pequeño, nos ofrece el refugio y la seguridad de lo conocido. Dejarlo (en la metáfora,
"nacer" a una nueva vida) nos asusta porque implica por fuera la disolución de algunas
fronteras seguras o históricas del yo. Abandonar las conocidas ideas sobre lo que somos
nos empuja a un terreno de mucha incertidumbre y eso siempre nos conecta con el
miedo. En nuestra peor fantasía, dejar de ser se parece demasiado a la propia muerte.
¿Y si decido encarar el arduo camino de sentirme uno con el universo?
¿Y si dejo de discriminarme de todo y de todos?
¿Y si ya no hubiera diferencias entre el mundo y yo?
¿Y si renuncio a establecer el límite de mi piel como una frontera insalvable...?
¿Qué podría pasar?
en medio de lo confuso de las preguntas y sus respuestas, se disparan cientos de nuevas
alarmas que me alertan de los peligros de derrumbar la muralla, me asaltan algunos
temores que no conocía, nuevas fantasías catastróficas y paralizantes, enarboladas por la
idea de que quizá yo no pueda soportar el sufrimiento que eso podría causarme.
Si no consigo vencer este miedo, volveré al refugio de la protegida cárcel de mi conocida
personalidad y cerraré detrás de mí la puerta, de ser posible con siete llaves, para dejar
fuera el dolor, lo desestabilizante o lo desconocido... aun sabiendo que también le cierro
la puerta a todo lo nuevo, a todo lo creativo y a todo lo diferente... aun comprendiendo
que con ello, termino con toda posibilidad de crecer, porque después de todo, crecer no
es otra cosa que abandonar las seguras fronteras anteriores para recorrer espacios
diferentes y para poder vivir nuevas experiencias.

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