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Retrocesos?
1Se calcula que en 1790 la ciudad de México tenía una población de 104 760 habitantes; en 1820, de 179 830 habitantes;
en 1857, de 200 000 habitantes; en 1882, de 338 000 habitantes. Véase Hira de Gortari y Regina Hernández (1988: 270).
Al despuntar el siglo XX, el Distrito Federal tenía una población de 541 516 habitantes; en 1930, de 1 229 576 habitantes;
en 1950, de 3 050 442 habitantes; en 1980, de 8 360 192 habitantes, y en 2000, de 8 591 309 habitantes. Véase María
Eugenia Negrete (2000: 247-255).
sustituidos en 1928 por las delegaciones, con autoridades
también designadas por el Ejecutivo federal.
Cabe destacar que de 1928 a 1997, los ciudadanos del
Distrito Federal sólo podían participar en las elecciones
presidenciales y en la elección de senadores y diputados
federales, a diferencia de quienes habitaban el resto de las
entidades de la república; éstos elegían además a sus
autoridades locales: gobernador, diputados locales y
ayuntamientos. En términos históricos, éste fue el problema
fundamental del régimen de gobierno del Distrito Federal
desde su origen en 1824: los numerosos ciudadanos de la
ciudad de México no tenían los mismos derechos políticos
que los del resto de la república, pues no contaban con la
posibilidad de elegir a sus autoridades locales. En el Distrito
Federal existía una tutela antidemocrática del gobierno
federal que hacía que quienes habitaban en la capital del
país fueran, como se decía, “ciudadanos de segunda”.
Con el tiempo, en particular durante la segunda mitad del
siglo XX, la explosión demográfica de la ciudad de México fue
impresionante, a tal punto que la convirtió en una de las
concentraciones humanas más grandes del planeta. Por ello,
el hecho de que millones de ciudadanos no pudieran elegir a
sus gobernantes y legisladores locales constituyó un déficit
democrático de alcance nacional. Sólo hasta fechas muy
recientes se efectuó un proceso con el que se ha avanzado, en
medio de resistencias, hacia la superación de esta injusticia
histórica.
El Distrito Federal no estuvo al margen de la inestabilidad
política que imperó en México durante gran parte del siglo
XIX. Como el Distrito Federal era una creación federalista,
en los periodos en que triunfaba el bando conservador y
centralista, el Distrito Federal y los estados desaparecían
para ser sustituidos por Departamentos, cuyos gobiernos
eran seleccionados, en su totalidad o en gran parte, por las
autoridades nacionales. Cuando de nueva cuenta triunfaban
los liberales y federalistas, los estados y el Distrito Federal
reaparecían. No fue sino hasta la época de la República
restaurada, y especialmente en el porfiriato, cuando el
Distrito Federal obtuvo carta de naturalización.
Además, no siempre los habitantes del Distrito Federal
pudieron participar en la elección de los legisladores
federales y del presidente de la república. Al aprobarse la
Constitución de 1824, el Distrito Federal no intervenía en la
elección de presidente, vicepresidente, senadores y
diputados federales, como sí lo hacían los estados de la
república. Dos años después, en 1826, se le otorgó el derecho
de elegir diputados federales, y en 1847 el de elegir
senadores y participar en la elección de presidente de la
república. La Constitución de 1857 estableció un Congreso
unicameral con la Cámara de Diputados, por lo que los
habitantes del Distrito Federal pudieron elegir diputados
federales. Como el presidente de la república era elegido por
las legislaturas locales y el Distrito Federal no contaba con
una, se le otorgó el derecho de participar mediante votación
indirecta. Al crearse la Cámara de Senadores en 1874, se
acordó que el Distrito Federal elegiría dos senadores.
La Constitución de 1917 también reconoció el derecho de
los ciudadanos del Distrito Federal a elegir presidente,
diputados federales y senadores. En cuanto al gobierno de la
entidad, el Distrito Federal nunca tuvo el derecho de elegir
gobernador, ya que éste siempre fue designado por las
autoridades nacionales. Sólo hasta 1993 se acordó un
rebuscado procedimiento de elección indirecta de jefe del
Distrito Federal y, con la reforma de 1996, finalmente se
reconoció el derecho de elegir al jefe de Gobierno mediante
elección directa. Asimismo, el Distrito Federal nunca había
contado con un Congreso local; fue en 1987 cuando se decidió
crear la Asamblea de Representantes, aunque con
atribuciones muy limitadas; hoy en día existe la Asamblea
Legislativa del Distrito Federal, con amplias facultades.
De esta manera, en términos históricos, el único reducto
de gobierno formalmente representativo lo aportó el régimen
municipal. Sin embargo, siempre estuvo acosado por las
autoridades generales hasta su desaparición en 1928. La
Constitución de 1824 postuló la existencia de ayuntamientos
en el Distrito Federal, pero en 1826 sus rentas pasaron a la
federación. En 1835, las Siete Leyes centralistas sometieron
los ayuntamientos a los prefectos y subprefectos nombrados
por las autoridades centralistas, lo que sería ratificado por
los gobiernos federalistas inmediatamente posteriores. En
1854 las autoridades centralistas decidieron la sustitución
del ayuntamiento del Distrito de México por un gobernador
designado. Con la Constitución de 1857 subsistió la figura de
los prefectos. En 1858, el gobierno centralista resolvió que
los fondos de la ciudad de México fueran administrados por
una junta de propios y arbitrios, y en 1859 decidió que los
ayuntamientos fueran designados por los gobernadores. En
1861 el gobierno juarista puso la municipalidad de México a
cargo del gobernador, y a los partidos del Distrito Federal a
cargo de prefectos designados por el gobernador. Durante la
Intervención francesa, el Ayuntamiento de la Ciudad de
México quedó bajo la tutela de un alcalde nombrado por el
emperador, si bien los regidores eran elegidos por el voto
popular.
En 1900, ya en el porfiriato, los ayuntamientos fueron
caracterizados como cuerpos consultivos. En 1903 se
determinó que el orden municipal dependiera del Ejecutivo
federal y se negó personalidad jurídica a los ayuntamientos,
por lo que sus bienes, acciones y obligaciones, así como la
facultad reglamentaria, pasaron al gobierno federal. Los
ayuntamientos quedaron subordinados a los prefectos
nombrados por el presidente, y el de la ciudad de México
quedó a cargo de un gobernador. La administración y
recaudación de impuestos, derechos y rentas de los
ayuntamientos de la entidad pasaron a la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público. La Constitución de 1917
determinó que los ayuntamientos se elegirían mediante
votación popular directa, pero en marzo de ese año fue
suprimido el ayuntamiento de la municipalidad de México y
su administración se entregó a un consejo nombrado por el
presidente de la república. Finalmente, la reforma
constitucional de 1928 liquidó al régimen municipal en el
Distrito Federal.
Durante gran parte del siglo XIX los ayuntamientos
padecieron aguda inestabilidad en su integración;
frecuentemente fueron disueltos e integrados en función del
bando prevaleciente en la política nacional; eran
permanentes las penurias económicas y recurrentemente se
hacía presente el intervencionismo de las facciones que se
disputaban el gobierno nacional, debido, entre otras razones,
a las atribuciones de los ayuntamientos en materia de
organización electoral. Sólo con el gobierno de Díaz fue
posible que los ayuntamientos entraran en una franca
estabilidad precisamente al estilo porfirista, es decir,
mediante el asfixiante reeleccionismo de la clase política
dominante. Ya en los años de la Revolución mexicana, los
gobiernos municipales del Distrito Federal fueron terreno en
disputa por parte de los grupos en conflicto, hasta la
desaparición de los municipios en 1928.
La cancelación del régimen municipal en el Distrito
Federal en 1928 terminó con el último reducto de
representación política local de la sociedad capitalina.
Entregar completamente el gobierno de la entidad a los
poderes federales fue una medida que favoreció la
constitución del presidencialismo —es decir, la exagerada
concentración de facultades legales y metalegales en el
presidente de la república— y, más adelante, la hegemonía
del partido oficial. Debido al vacío de representación política
local de la sociedad capitalina, fue creado el Consejo
Consultivo, integrado mediante una limitada representación
corporativa y con facultades sumamente reducidas, además
con una clara subordinación al gobierno de la entidad. Por
estas razones, a pesar de las posteriores reformas a su
integración y a sus facultades, el Consejo Consultivo fue un
fracaso como instancia representativa.
En 1941, una nueva Ley Orgánica dividió el Distrito
Federal en 12 delegaciones y la ciudad de México, disminuyó
las facultades del Consejo Consultivo —prohibiéndole las
ejecutivas y decisorias— y eliminó los Consejos
Delegacionales. La Ley Orgánica de 1971 delimitó las 16
delegaciones actuales y definió las Juntas de Vecinos de cada
delegación como instancias de participación ciudadana,
cuyos presidentes integrarían el Consejo Consultivo; a éste
se le asignaron atribuciones, como la de poner a la
consideración del jefe del Departamento proyectos de leyes y
reglamentos, o reformas a los vigentes, así como informarle
de deficiencias en la administración pública y en la
prestación de servicios públicos. Sin embargo, las opiniones
o resoluciones del Consejo Consultivo y las Juntas de
Vecinos no obligaban al jefe del Departamento ni a los
delegados.
En 1978 se incorporaron al Artículo 73 de la Constitución
los mecanismos de referéndum e iniciativa popular en el
Distrito Federal; sin embargo, estos derechos nunca fueron
reglamentados y posteriormente,, en 1987, fueron
suprimidos del texto constitucional. En 1978 fue publicada
una nueva ley orgánica, a la que en 1983 se le hicieron
reformas para introducir especificaciones en materia
administrativa y de estructura de gobierno, pero sin
alteraciones esenciales al régimen político de la entidad. Con
esta ley se crearon diversos “órganos de colaboración vecinal
y ciudadana”: Comités de Manzana, Asociaciones de
Residentes (en colonias, pueblos, barrios o unidades
habitacionales) y Juntas de Vecinos (a nivel delegacional),
además del Consejo Consultivo.
Entre 1928 y 1988, el Distrito Federal quedó a merced de
la voluntad del presidente de la república, tanto en lo
gubernamental como —si se considera la subordinación del
Congreso al Ejecutivo federal— en lo legislativo. Sin
embargo, los partidos de oposición y diversos sectores
sociales nunca dejaron de demandar la democratización de
la entidad y la constitución de un gobierno local propio
mediante la erección del estado 32 (o Estado de Anáhuac,
como se le decía entonces) de la república. Se trataba de
millones de habitantes gobernados mediante una estructura
verticalista en la que el jefe o regente del Departamento
rendía cuentas no a los gobernados sino al presidente, y los
delegados lo hacían al primero. Diversos argumentos se
esgrimieron en defensa de esta situación, por ejemplo, que
cuando los capitalinos votaban por presidente de la
república estaban también votando por el gobernante local,
o bien que los habitantes de la entidad resultaban
beneficiados al ser gobernados por los poderes federales,
pues recibían el subsidio financiero proveniente de las arcas
federales. No obstante, la entidad que más proporción de
votos otorgaba consistentemente en cada elección a los
partidos de oposición era precisamente el Distrito Federal.2
Diversas manifestaciones sociales y políticas —ya las
movilizaciones de sectores y grupos inconformes, ya la
insistente demanda de los partidos, ya la movilización social
en respuesta a la emergencia de los sismos de 1985— hacían
evidente la necesidad de introducir cambios en la cada vez
más insostenible forma de gobernar a la entidad. Así, en
1987 se aprobó una tímida reforma para crear la Asamblea
de Representantes del Distrito Federal, con facultades muy
limitadas, prácticamente reducidas al ámbito
reglamentario. Sin embargo, la intensa actividad de esta
naciente institución contribuyó a fortalecer la demanda de
democratizar el régimen jurídico-político de la entidad.
Además, los argumentos que se esgrimían para justificar la
ausencia de un gobierno local elegido por los ciudadanos,
fueron cayendo por tierra. En el sexenio 1988-1994 se logró
la autosuficiencia financiera de la ciudad de México, y los
resultados electorales oficiales de 1988 en el Distrito Federal
otorgaron al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y a
su candidato a la presidencia de la república sólo un
raquítico 27.25%, en tanto que Cuauhtémoc Cárdenas,
postulado por los partidos del Frente Democrático Nacional,
obtuvo 49.22% de los votos. El candidato a la presidencia
postulado por el PRI perdió en el Distrito Federal; los
electores de la ciudad de México optaron por un candidato
opositor. Pese a ello, una vez más fue el nuevo presidente de
la república quien designó al jefe del Departamento, y éste,
con el acuerdo del primero, nombró a los titulares de las
delegaciones políticas. En síntesis, quien fuera el candidato
perdedor en el Distrito Federal se arrogó la atribución de
2La comparación entre la proporción de votos otorgados al PNR-PRM-PRI y los obtenidos por los partidos de oposición
en el Distrito Federal, tanto en elecciones presidenciales como legislativas entre 1929 y 2003, puede consultarse en Pablo
Javier Becerra (2005: 291-357).
designar gobernantes a la población que lo rechazó en las
urnas. De esta manera se profundizó la ilegitimidad del
procedimiento para imponer autoridades locales en el
Distrito Federal.
Ya antes, con la Ley Orgánica de 1971, había sido
aprobada la creación de las Juntas de Vecinos de cada
delegación, y con la Ley Orgánica de 1978 obtuvieron
reconocimiento los Comités de Manzana, las Asociaciones de
Residentes y las Juntas de Vecinos, junto al Consejo
Consultivo. Sin embargo, tres razones harían inoperantes
estas instancias como representación social de los
habitantes del Distrito Federal. En primer lugar, fueron
concebidas como órganos de colaboración de las autoridades
y, en cuanto tales, tenían facultades muy reducidas; en
segundo lugar, efectivamente fueron en su mayoría
controladas por las autoridades delegacionales y del
Departamento, y en tercer lugar, su integración había sido
ganada mayoritariamente por el partido hegemónico, que
entre otros beneficios las utilizaba como parte de su
estructura partidista en épocas electorales. Asimismo, el
derecho al referéndum y a la iniciativa popular en el Distrito
Federal había sido introducido en el texto constitucional en
1978; pero la audacia de esta medida se trocó rápidamente
en temor, por lo que se evitó reglamentar estos mecanismos
de participación democrática, lo que los hizo impracticables;
finalmente, fueron retirados de la Constitución en 1987.
Se trataba de tímidos e infructuosos intentos que
implícitamente estaban reconociendo la necesidad de
otorgar participación a los habitantes del Distrito Federal en
la conformación de órganos de representación local. En este
marco, la creación de la Asamblea de Representantes en
1987 fue la decisión que inauguró, al calor de la transición
política del país, un proceso de transformación del régimen
jurídico-político del Distrito Federal, proceso que se
prolongaría con las reformas de 1993 y de 1996, las cuales
dotaron a la entidad de “órganos” de gobierno propio en un
esquema de gobierno compartido con los poderes federales.
La I Asamblea de Representantes del Distrito Federal fue
integrada con base en los resultados de las elecciones de
1988 en la entidad. En esta integración y sólo mediante el
recurso de la llamada cláusula de gobernabilidad, el PRI
logró tener dos representantes más que el resto de los
partidos, lo que anunció el difícil escenario para la
continuidad de la dominación priista en la ciudad de México.
La Asamblea fue creada con facultades sumamente
restringidas, por lo que no podría aprobar leyes —ni la de
Ingresos ni el Presupuesto de Egresos—; sólo podría emitir
bandos, ordenanzas y reglamentos de policía y buen gobierno
y, entre otras facultades de rango similar, realizar
actividades de consulta, promoción, gestoría, evaluación y
supervisión de las acciones administrativas y de gobierno, y
dirigir recomendaciones a las autoridades del
Departamento.
El 25 de octubre de 1993 se aprobó una reforma
constitucional que introdujo algunos cambios importantes
en el régimen jurídico-político del Distrito Federal. Se
facultó al Congreso de la Unión para expedir el Estatuto de
Gobierno del Distrito Federal y para continuar legislando en
el ámbito de la capital de la república, con excepción de las
“materias reservadas a la Asamblea de Representantes”, y
para aprobar anualmente los montos de endeudamiento del
gobierno de la entidad. Sin embargo, la Cámara de
Diputados tuvo que ceder a la Asamblea de Representantes
la facultad de aprobar el Presupuesto de Egresos del Distrito
Federal. Se creó la figura de jefe del Gobierno del Distrito
Federal, cuyo nombramiento seguiría un intrincado
procedimiento. Sin embargo, este procedimiento nunca llegó
a aplicarse, ya que fue desechado por la nueva reforma de
1996. Asimismo, la Asamblea de Representantes obtuvo
facultades legislativas en diversas materias locales. Entre
sus facultades se incluyeron: expedir su Ley Orgánica;
aprobar anualmente el presupuesto de egresos del Distrito
Federal; revisar la cuenta pública del año anterior; expedir
la Ley Orgánica de los Tribunales de Justicia del Distrito
Federal y la del Tribunal de lo Contencioso Administrativo;
presentar al Congreso de la Unión iniciativas de leyes o
decretos en materias relativas al Distrito Federal; legislar
en el ámbito local en diversas materias, a saber:
administración pública local; presupuestos, contabilidad y
gasto público, y regulación de su contaduría. Otro elemento
innovador fue mandatar al Congreso de la Unión para que
en el Estatuto de Gobierno del Distrito Federal incluyera las
bases de la integración, por medio de elección directa en cada
demarcación territorial, de un consejo de ciudadanos, con el
fin de que éste interviniera en la gestión, supervisión,
evaluación y, en su caso, consulta o aprobación de aquellos
programas de la Administración Pública del Distrito Federal
que para las demarcaciones determinaran las leyes
correspondientes. La Ley estableció la participación de los
partidos políticos con registro nacional en el proceso de
integración de los Consejos Ciudadanos.
De esta manera desaparecieron lo mismo la figura de
Consejo Consultivo de la Ciudad de México que la de Juntas
Vecinales. De acuerdo con un artículo transitorio, los
consejeros ciudadanos se elegirían en 1995. Posteriormente,
este mandato fue incluido en el Estatuto de Gobierno
aprobado en 1994. No obstante, la primera Ley de
Participación Ciudadana aprobada en 1995 por la Asamblea
Legislativa, negó a los partidos políticos el derecho de
participar en dicha elección.
En el marco de la reforma electoral federal de 1996,
también se introdujeron cambios importantes en el régimen
del Distrito Federal. Antes, la definición constitucional
señalaba que el Gobierno del Distrito Federal estaría a cargo
de los poderes de la Unión, es decir, los poderes federales, y
que los ejercería tanto directamente como a través de los
órganos de gobierno de la entidad: la Asamblea de
Representantes, el jefe del Distrito Federal y el Tribunal
Superior de Justicia del Distrito Federal. A partir de la
reforma de 1996, el gobierno de la entidad está a cargo de los
poderes federales y de los órganos ejecutivo, legislativo y
judicial locales. Este nuevo régimen de gobierno compartido
por los poderes federales y los órganos locales, explica que el
Distrito Federal no contara con poderes locales a semejanza
de los estados de la república, sino sólo con “órganos” locales
de gobierno.
Una de las contribuciones más importantes de la reforma
es que el jefe de Gobierno del Distrito Federal sería electo
por votación universal, libre, secreta y directa, y que la
primera elección de jefe de Gobierno se efectuaría en 1997,
con la salvedad de que éste duraría sólo tres años en el cargo,
con el propósito de que en el año 2000 se eligiera un nuevo
titular que ejercería seis años el cargo. No obstante, la
Cámara de Senadores podría remover al jefe de Gobierno,
decía la Constitución, “por causas graves que afecten la
relación con los poderes de la Unión o el orden público de la
entidad”. Si esta situación se presentara, el presidente de la
república propondría al Senado al sustituto del funcionario
removido. En caso de falta absoluta del jefe de Gobierno,
sería el órgano legislativo local el encargado de hacer la
designación del sustituto para concluir el periodo de su
antecesor. A diferencia de lo previsto para el resto de las
entidades federativas, el mando de la fuerza pública local y
la designación de su titular corresponderían al presidente de
la república y no al jefe de Gobierno. Asimismo, el
nombramiento o remoción del procurador de Justicia del
Distrito Federal eran atribuciones del jefe de Gobierno, pero
para ejercerlas requeriría la aprobación del titular del Poder
Ejecutivo federal.
Otra innovación de la reforma consistió en que a partir del
año 2000 los titulares de las demarcaciones políticas
conocidas como delegaciones serían electos por el voto libre,
secreto y directo de los ciudadanos, aunque se previó que en
1997 y por única ocasión, sería el nuevo jefe de Gobierno
quien propondría a la Asamblea Legislativa a los titulares
de las delegaciones. Asimismo, desapareció del texto
constitucional la figura de Consejos Ciudadanos de las
Delegaciones. La Asamblea de Representantes cambió su
nombre por el de Asamblea Legislativa del Distrito Federal
y amplió sus facultades legislativas.3 Mantuvo su
composición de 40 legisladores de mayoría y 26 de
representación proporcional, pero ahora serían llamados
diputados y no representantes. Estas nuevas nominaciones
correspondieron al incremento de las facultades del órgano
legislativo, entre ellas la de aprobar la legislación electoral
local. No obstante, a diferencia de los estados de la república,
la Asamblea sólo ejercería aquellas facultades que le son
expresamente conferidas, ya que las demás seguirían
correspondiendo al Congreso de la Unión; por ejemplo, la
aprobación de los montos de endeudamiento incorporados en
la Ley de Ingresos o la aprobación del Estatuto de Gobierno.
3 La Asamblea Legislativa incorporó facultades en las siguientes materias: electoral local (a partir del 1 de enero de 1998,
con lo que en ese mismo año la Asamblea aprobó el Código Electoral del Distrito Federal y lo reformó en 1999), de registro
público de la propiedad y de comercio, de servicios de seguridad prestados por empresas privadas, de adquisiciones y
obra pública, y de responsabilidades de los servidores públicos de los tribunales judiciales del fuero común. Las facultades
legislativas en materia civil y penal podrían ejercerse a partir del 1 de enero de 1999. Véase Eduardo Castellanos (1998:
219-223).
Que la Asamblea mantendría un estatus jurídico menor que
el de los Congresos locales, lo demuestra el hecho de que no
participaba en el procedimiento de reformas
constitucionales.
En 1997 se promulgaron reformas al Estatuto de Gobierno
del Distrito Federal, con el fin de precisar algunos aspectos
de la reforma constitucional de 1996; entre otras, se
incorporaron las figuras de iniciativa popular y plebiscito
para ser detalladas en la nueva Ley de Participación
Ciudadana, así como las figuras correspondientes al
Instituto Electoral y el Tribunal Electoral del Distrito
Federal. Además, dichas reformas señalaron los criterios
para la normatividad electoral, criterios que se plasmarían
en el Código Electoral del Distrito Federal (Becerra, 2001).
Asimismo, la nueva Ley de Participación Ciudadana,
aprobada por la Asamblea en noviembre de 1998, incorporó
la figura de Comités Vecinales elegidos en cada colonia,
barrio, pueblo o unidad habitacional; reguló los mecanismos
de plebiscito, referéndum, iniciativa popular, audiencia
pública y consulta vecinal, y precisó las facultades de los
Comités Vecinales.
Durante los años transcurridos a partir de la reforma de
1996 y hasta antes de las elecciones de 2015, destacaron tres
factores relevantes en la vida política de la ciudad de México:
1. El claro predominio del Partido de la Revolución
Democrática (PRD), que ha ganado la Jefatura de Gobierno
en 1997, 2000, 2006 y 2012; ocupado la gran mayoría de los
gobiernos delegacionales, y logrado consistentes mayorías
en la Asamblea Legislativa, a despecho del divisionismo
interno de este partido.4 A este primer factor hay que
agregar que durante el periodo mencionado el gobierno
federal, asentado en la ciudad de México, ha sido detentado
4Las recientes elecciones locales de 2007 dieron como resultado un espectacular cambio en el sistema de partidos en el
Distrito Federal, al que me referiré más adelante.
por otros partidos: primero por el PRI, entre 1997 y 2000;
después por el Partido Acción Nacional (PAN), entre 2000 y
2012, y en la actualidad nuevamente por el PRI.
2. Un complejo, diverso y desigual proceso de maduración
ciudadana de los habitantes del Distrito Federal. A pesar de
sus insuficiencias, este proceso haría imposible un régimen
jurídico-político como el que se vivió en el pasado reciente.
3. Las carencias percibidas desde una perspectiva
democrática, del régimen de gobierno compartido por los
poderes federales y los órganos locales del Distrito Federal.
En particular, el diseño de gobierno compartido del
Distrito Federal y el hecho de que haya distintos partidos
gobernantes en los niveles local y federal, han llevado a
fricciones que ponen de manifiesto una doble necesidad:
dotar de autonomía a la ciudad de México, a semejanza de
los estados de la república, y crear plenos poderes locales de
gobierno y representación. Existe una larga lista de dichas
fricciones y de francos conflictos — acumulados durante
estos años— entre el gobierno local y el gobierno federal, si
bien el actual jefe de Gobierno ha mostrado tener mayor
cercanía al gobierno federal, lo que le ha valido diversas
críticas.
Otro modo de imponer decisiones a los órganos de gobierno
y representación de la ciudad de México ha sido el ejercicio
de las facultades del Congreso federal para realizar reformas
al Estatuto de Gobierno del Distrito Federal. En el marco de
estas diferencias, no estuvieron ausentes las amenazas de
que el Senado destituyera al jefe de Gobierno del Distrito
Federal “por causas graves que afecten la relación con los
poderes de la Unión o el poder público de la entidad”. Cabe
recordar que en este caso, y hasta antes de la reforma de
2015, el presidente propondría un sustituto al Senado, el
cual lo aprobaría por mayoría simple.
Es claro que el diseño de gobierno compartido del Distrito
Federal, que involucraba a los poderes federales y a los
órganos locales sin una clara delimitación de facultades y
atribuciones, facilitaba y a veces provocaba conflictos entre
ambos gobiernos. La solución de fondo sería reconocer a la
ciudad de México una autonomía equiparable a la que tienen
los estados con respecto a los poderes federales. Sin
embargo, la viabilidad de una reforma de este tipo tendría
que por la correlación de fuerzas en el Poder Legislativo
federal, pues es el Congreso General —y no la Asamblea
Legislativa— el que tiene facultades para reformar la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las
tenía para reformar el Estatuto de Gobierno del Distrito
Federal.
En este marco, el 13 de noviembre de 2001 la Asamblea
Legislativa del Distrito Federal presentó a la Cámara de
Diputados un proyecto de decreto que pretendía reformar
ocho artículos constitucionales para fortalecer la autonomía
del régimen de gobierno del Distrito Federal. El contenido
básico de esta iniciativa está expresado en los siguientes
puntos:
Bibliografía