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EL AKREZ

El otoño es la estación del año por excelencia. Es la estación de


los frutos frescos, cuando la comida es abundante. En la
Tamazgha Continental era usual encontrar a cantadores
ambulantes entonando cantos obscenos desde la entrada de la
estación. Una obscenidad estrechamente emparentada con la
fertilidad de la tierra con la llegada de las primeras lluvias.

Sesenta días después del Equinoccio de Otoño, las asambleas


de los pueblos se reúnen para declarar la apertura del momento
del Akrez, que cae aproximadamente a mediados/finales del mes
de noviembre, durante el ocaso cósmico de las Pléyades. Un
fenómeno bastante común entre las poblaciones amazighes es
el de las tierras de cultivo como propiedades colectivas. Antes
del Akrez, las tierras son divididas anual o bianualmente entre
las diferentes familias del pueblo. Y es precisamente aquí, en
este reparto comunal de las tierras que nace por primera vez el
sentido de las leyes como medio de distribución de los bienes
entre una comunidad, así como de un organismo o jefatura que
se responsabiliza de su cumplimiento.

Un sacrificio comunal abrirá este periodo ritual del año; el


Akrez. Las labores agrícolas del otoño marcan el comienzo de
un nuevo ciclo en el que los vivos preparan la tierra que recibirá
la fecundidad que viene de los muertos, asegurando así el orden
del mundo. Se trata pues, de una renovación de los pactos
establecidos desde épocas inmemorables con los Antepasados.
Unos pactos que tienen por finalidad unir a todos los miembros
de la comunidad con sus predecesores; aquellos de su
ascendencia que ya no habitan entre los vivos, sino que ahora
forman parte del mundo de los Invisibles, de donde provienen la
fertilidad y los misterios de la vida.

Los ritos de inauguración del Akrez están profundamente


impregnados de esta imperiosa necesidad de recordar a la
comunidad el contrato social establecido entre ellos, así como
el pacto sagrado con los Poderes Invisibles. Y como hay pacto
de por medio, el sacrificio de un animal se hace imprescindible.
Este acto ritual del otoño siempre tiene lugar en un lugar
sagrado, normalmente en un altar de piedras, cerca de la tumba
del Antepasado fundador del pueblo. Es la Fiesta del Sacrificio
del Otoño. El animal a sacrificar es llevado hasta el santuario y
allí se le pasea, girando siete veces, en el sentido del
movimiento del sol y de las estrellas, alrededor del altar de
piedras, para presentarlo ante los Antepasados, los genios
guardianes del lugar y las divinidades de los cuatro puntos
cardinales. Una vez completadas las siete vueltas, el
sacrificador tumba el animal en la tierra, y mirando hacia el
este, lo degolla, vertiendo sobre el altar la sangre que servirá
como vehículo del pacto establecido con los Poderes Invisibles.
Una vez desangrado, la carne del animal es dividida, sobre el
altar, en tantas partes como personas hay en el pueblo, para
que todos puedan participar de él.

Como decíamos antes, por un lado, este contrato social


hermana al pueblo, haciendo que todos los participantes del
sacrificio sean vistos como parte de la misma familia tribal o
comunal, recibiendo del pueblo la protección y el cuidado
necesarios, pero también comprometiéndolos a guardar las
normativas y leyes establecidas por el mismo pueblo. Por otro
lado, el pacto con los Invisibles hace que el pueblo sea
hermanado no sólo entre sí, sino que además cree un vínculo
estrecho con los Poderes sobrenaturales que serán los
responsables de infundir fertilidad a los campos de cultivo y de
proteger a la comunidad.

Desde un punto de vista social, las labores de labranza son una


toma de posesión de las tierras de cultivo, pero desde un punto
de vista ritualista, se trata de una fecundación en toda regla. El
Akrez puede tener lugar, aproximadamente, desde el ocaso
cósmico de las Pléyades, hasta el Solsticio de Invierno, pero
nunca después de esta fecha. El simbolismo fértil que encierra
esta efeméride hace que en toda la Tamazgha, el Akrez sea
asociado al unión conyugal, así como a las labores domésticas
de tejido y cosido. Por esta razón, todas estas tareas son
llevadas a cabo durante la luna creciente, para que el
matrimonio sea feliz, el tejido o cosido de las ropas sea
uniforme, y las espigas del cereal sean numerosas y bien
apretadas como las cuerdas en el telar. Así mismo, los días
elegidos en todo el Norte de África son el lunes y el jueves, días
de la semana consagrados a los ritos de fertilidad y a los
Invisibles; sean Divinidades, Antepasados o Genios Guardianes.
Otros días pueden ser excepcionalmente válidos, menos los
martes, que son desaconsejados y hasta prohibidos.
El elemento esencial del comienzo del Akrez es el rito del
primer surco, llevado a cabo por el hombre más anciano del
pueblo, descendiente del Antepasado Fundador, después de
haber cumplido con el sacrificio de hermandad con los
Antepasados, con los Genios del Lugar y las Divinidades. Todo
lugar tiene un genio guardián, su propietario invisible, y por
tanto, se da entre los pueblos amazighes un profundo respeto
hacia el suelo, así como hacia las plantas que brotan y hacia las
piedras que reposan sobre éste. Para el cultivo del cereal se
hace necesario la toma y posesión de la tierra durante un
tiempo prolongado del año, y es por esta razón por la que se
establece el pacto mediante el sacrificio, para obtener la
protección del Genio Guardián y de los Antepasados que habitan
en la tierra. Así pues, las espigas que crezcan al borde de los
campos de cultivo son consagradas a los Invisibles. Pero si los
Invisibles se manifiestan en un lugar con mucha insistencia y
regularidad, ese sitio es apartado como sagrado y no se permite
el uso del mismo para la agricultura.

Una comida o sacrificio comunal unió a toda la comunidad o


tribu, y de igual modo, una comida ritual familiar unirá ahora a
todos los miembros de una misma familia antes de realizar el
primer surco en el campo de cultivo. Una comida que es
siempre preparada por la matriarca del hogar en estado de
pureza ritual, después de haber hecho sus abluciones y de
ataviarse con sus mejores ropas, pero sin ser maquillada y sin
ponerse joyas. En verdad, se atavía como si fuese a efectuar los
tradicionales ritos funerarios. La comida consiste
principalmente en legumbres secas que adquieren volumen al
guisarlas en agua, transmitiendo así, simbólicamente,
abundancia a los cultivos tras las lluvias del ciclo húmedo del
año. La risa, la alegría y la obscenidad están siempre presentes
en estas comidas, para transmitir igualmente a las cosechas
esa misma naturaleza feliz y fértil.

Consumada la comida ritual familiar, la mujer y su marido salen


hacia el campo de cultivo para efectuar el rito del primer surco.
En su marcha, ella lleva sobre su cabeza una bandeja o plato
hondo en el que se encuentra encendida la lámpara de los
muertos con ofrendas para los Invisibles, que irá repartiendo a
las personas que se encuentre por el camino, y que depositará
en los santuarios por los que pase hasta llegar al campo de
cultivo. Este acto ritual de dar/ofrecer es un gesto simbólico que
evoca la abundancia de la que se es poseedor, y que se
confirma con el hecho de dar, consiguiendo, mediante fines
mágicos, atraer más de esa abundancia al seno familiar y a las
cosechas. Las ofrendas consisten en granos de cereal,
legumbres, pan, higos secos, huevos, etc.

El pacto con los Invisibles es sellado entonces con una última


ofrenda, símbolo también de fecundidad. Antes de hacer el
primer surco, el agricultor, con los pies calzados, pues ahora
tomará posesión de la tierra, deposita en el suelo parte del
resto de las ofrendas que su mujer llevó en la bandeja y reparte
higos secos entre los demás agricultores que ayudarán en el
campo. Entonces hace una invocación a los Invisibles para pedir
su protección y ayuda a los Invisibles durante la sementera e
hinca el arado en el suelo y comienza a hacer el surco, mirando
hacia el este y termina mirando hacia el este. A partir de este
momento, el agricultor no podrá pronunciar ninguna palabra, ni
volverse sobre sus propios pasos mientas ara el surco. La mujer
recita entonces las endechas destinadas a propiciar el Akrez a
medida que su marido abre el surco, evocando la protección y la
ayuda de los Invisibles.

Toda una serie de tabúes son observados durante este período


crítico, como cuando se guarda un luto por la muerte de un
familiar. Las labores de tejido y cosido se llevan a cabo durante
este tiempo, de forma análoga a las tareas de labranza y
siembra, pero sólo hasta el solsticio de invierno, después de
esta fecha ya no se teje. Queda prohibido sacar fuego del hogar
durante todo el ciclo húmedo. Las mujeres no se maquillan ni se
decoran con pinturas rituales durante las tareas de la labranza.
Tampoco barren las casas durante los tres primeros días
consecutivos al Akrez, ni se bañan (que no ducharse) durante
siete días. Sus ropas no las lavan durante cuarenta días, y los
hombres se dejan crecer la barba durante siete días. No se
puede trabajar el barro para hacer enseres hasta que llegue la
primavera y las espigas en los campos sean verdes.

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